¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

domingo, 17 de febrero de 2019

EL SIGNO DE CANÁ

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"Tres días después hubo una boda en Caná de Galilea, 
en la que estaba la madre de Jesús. 
Invitaron también a la boda a Jesús y a sus discípulos. 
Se terminó el vino, y la madre de Jesús le dijo: 'No tienen vino'. 
Jesús le contestó: '¿A ti y a mí qué, mujer? Mi hora todavía no ha llegado'. 
Su madre dijo a los sirvientes: 'Haced lo que él os diga'. 
Había allí seis tinajas de piedra de unos cien litros cada una 
para los ritos de purificación de los judíos. 
Jesús les dijo: 'Llenad de agua las tinajas'. Y las llenaron hasta arriba.
Añadió: 'Sacad ahora y llevárselo al maestresala'. Y se lo llevaron. 
Tan pronto como el maestresala probó el agua convertida en vino
 (sin saber de dónde era, aunque sí lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua), 
llamó al novio y le dijo: 'Todos sirven primero el vino mejor; 
y cuando se ha bebido en abundancia, el peor. 
Tú, en cambio, has guardado el vino mejor hasta ahora'. 
Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus milagros, 
manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él."
(Juan 2, 1-11)

Hoy, recordaba el Evangelio de San Juan donde, el apóstol narra el primer signo portentoso de Jesucristo, su primer milagro: la conversión del agua en vino. 

El comienzo de la vida pública de Jesús acontece en una fiesta de bodas, momento de mucha alegría y de mucha esperanza. En la Biblia, el matrimonio es la imagen que simboliza la realización de la perfecta unión entre Dios y su pueblo. 

Por tanto, las bodas Bodas de Caná contienen un gran significado simbólico: el amor esponsal de Dios. Simbolizan que Jesús es el verdadero esposo que llega portando un vino excelente y abundante. Estas bodas definitivas están descritas con bellas imágenes en Apocalipsis 19,7-8; 21,1; 22,5.

Para descubrir la dimensión más profunda sobre el misterio de la persona y/o del mensaje de Jesús en las Bodas de Caná, San Juan se centra especialmente en las actitudes/comportamientos de las personas, y sobre la falta/abundancia que aparecen en la escena. 

Nos narra los hechos de la vida de Jesús haciendo, al mismo tiempo, una fotografía (los hechos en sí, tal como aparecen delante de nuestros ojos) y una radiografía (la dimensión simbólica, invisible a nuestros ojos, que la fe nos revela):

Juan 2, 1-2: Fiesta de bodas. María presente, Jesús invitado.

FotografíaPara los judíos del Antiguo Testamento, una boda simbolizaba el amor de Dios a su pueblo y la esperanza de un futuro. La Madre de Jesús se encontraba en la fiesta. Jesús y sus discípulos eran invitados.
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Radiografía: Dios comienza y termina todo con una fiesta en la que María y Jesús, junto a todos los santos, están siempre presentes. La Madre de Jesús es parte de la fiesta. 

María simboliza el Viejo Testamento y con su actitud, ayudará al paso del Viejo al Nuevo Testamento.

Jesús y sus discípulos no son parte de la fiesta, no forman parte del Viejo Testamento. Junto a sus discípulos, Jesucristo es el Nuevo Testamento, que está llegando. 

Juan 2,3-5: Jesús y su Madre ante la falta del vino.

Fotografía: En el momento más álgido y alegre de la fiesta, se termina el vino. La Madre de Jesús reconoce sus límites (los del Antiguo Testamento) y toma la iniciativa para que se manifieste Jesús (el Nuevo Testamento). Se acerca a Jesús y constata un hecho: ¡No tienen vino!
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La Madre de Jesús, atenta siempre a las necesidades de sus hijos, se da cuenta de que la falta de vino arruinaría la fiesta. Por eso, se lo dice a su Hijo.

Radiografía: Es entonces cuando se nos revela la profunda relación entre el Antiguo Testamento (la Madre de Jesús) y el Nuevo Testamento (Jesús).

La frase ¡No tienen vino! proviene de la necesidad del Antiguo Testamento y propicia el nacimiento del Nuevo. Jesús contesta de un modo que parece "arisco", como si no fuera con ellos esa necesidad, como si no fuera de su incumbencia: "Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti?". Sin embargo, se refiere a cuál es el nexo de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

Jesús dice: "Todavía no ha llegado mi hora" y su Madre, lejos de entender la respuesta como una negativa, comprende que antes de ofrecer su sangre por los "invitados", hay tarea que hacer. Por eso les dice: "Haced lo que él os diga".

Jesús muestra que su hora, que da paso del Antiguo al Nuevo Testamento es su pasión, muerte y resurrección. El milagro de la conversión del agua en vino es un símbolo anticipado del Nuevo Testamento.

Juan 2,6: Las tinajas de la purificación estaban vacías.

Resultado de imagen de las bodas de canaFotografía: Se trata de un pequeño detalle, muy significativo. Las tinajas solían estar siempre llenas, sobre todo durante una fiesta. ¡Aquí están vacías! ¿Por qué? 

Radiografía: La observancia de la ley de la pureza, simbolizada en las seis tinajas, ha agotado todas sus posibilidades. 

La antigua ley ha conseguido ya preparar a la gente a poder estar en unión de gracia y de justificación delante de Dios. ¡Las tinajas, la antigua alianza, están vacías! Están agotadas. Ya no pueden generar una vida nueva.

Juan 2,7-8: Jesús y los sirvientes.

Fotografía:  La recomendación de la Madre de Jesús a los sirvientes es la última gran orden del Antiguo Testamento: “¡Haced lo que Él os diga!” 
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Radiografía: El Viejo Testamento mira a Jesús. De ahora en adelante, las palabras y los gestos de Jesús marcarán la voluntad de Dios. Jesús llama a los sirvientes y les ordena verter agua en las seis tinajas. ¡En total, más de seiscientos litros! 

Luego, ordena sacar y llevar las tinajas al maestresala. 

Esta iniciativa de Jesús sucede sin que los dueños de la fiesta intervengan. Ni Jesús, ni su Madre, ni los sirvientes eran los dueños obviamente. Ninguno de ellos fue a pedir permiso a los dueños.

Juan 2,9-10: Descubrimiento del signo por parte del dueño de la casa

Imagen relacionadaFotografía: El maestresala prueba el agua transformada en vino y dice al esposo: “Todos sirven al principio el vino bueno. Tú, sin embargo, has conservado hasta ahora el vino bueno!” 

Radiografía: El maestresala, el Antiguo Testamento, reconoce públicamente que el Nuevo es mejor. Donde antes había agua para los ritos de la purificación de los judíos, ahora hay vino abundante para la fiesta. ¡Mucho vino! ¡Más de seiscientos litros, y la fiesta estaba terminando! 

¿Cuál es el sentido de esta abundancia? ¿Qué pasa con el vino sobrante? ¡Lo estamos bebiendo hasta hoy!

Juan 2,11: Comentario del evangelista.

Fotografía: En el Cuarto Evangelio, el primer milagro se produce para ayudar en la reconstrucción de la familia de Dios, del pueblo, de la comunidad, para restablecer las relaciones entre las personas. A éste, le seguirán otros signos. 
Radiografía: Juan no usa la palabra milagro, sino la palabra signo. La palabra signo indica que las acciones de Jesús en favor de las personas tienen un valor profundo, que sólo se descubre con los ojos (rayos-x) de la fe. 

La pequeña comunidad que se ha formado en torno a Jesús aquella semana, viendo el signo, estaba ya preparada para percibir el significado más profundo: “Vieron su gloria y creyeron en Él”.

miércoles, 13 de febrero de 2019

EL USO MAGISTRAL DE LAS PARÁBOLAS


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"Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; 
al sembrar, algo cayó al borde del camino, 
vinieron los pájaros y se lo comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso, 
donde apenas tenía tierra; 
como la tierra no era profunda, brotó enseguida; 
pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. 
Otra parte cayó entre abrojos;
 los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano. 
El resto cayó en tierra buena: 
nació, creció y dio grano; 
y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno'.
Y añadió:El que tenga oídos para oír, que oiga".
(Marcos 4, 3-23)

Reconozco que me fascina la forma de enseñar de Jesús. Nos instruye con autoridad, de forma sencilla y directa, y a veces, de manera enigmática y provocativa. La más habitual es a través de parábolas.

Utilizando parábolas, Cristo compara cosas conocidas de nuestra vida y visibles a nuestros ojos, para explicarnos las cosas invisibles y para que comprendamos más fácilmente las cosas desconocidas del Reino de Dios.

El uso magistral que Jesús hace con las parábolas nos llevan a darnos cuenta de que no dicen todo inmediatamente ni completamente, es decir, que revelan y esconden a la vez. De esta manera, nos mueve a pensar y a descubrir su significado desde nuestra propia experiencia, suscitando en nosotros la creatividad y la participación. 

Hoy quiero detenerme a meditar sobre la parábola del sembrador. En palabras del propio Jesucristo, la parábola revela a “los de dentro”, a los que aceptan a Jesús, a sus discípulos. Por eso, comienza diciendo: Escuchad!" y termina diciendo: ¡El que tenga oído para oír, que oiga”! (Marcos 4,3).  El camino para llegar a comprender la parábola es la búsqueda: “¡Tratad de entender!” 

En esta parábola, Jesús se muestra enigmático y provocador. Parece darnos a entender que aunque Él está enseñándonos, no quiere que aprendamos; aunque estamos escuchando no quiere que le entendamos; aunque estamos mirando, no quiere que veamos...

Y es que Jesús, en cierto modo, nos "provoca", nos "pone en juego", nos "mueve a la acción", nos interpela. La enorme maestría con la que las utiliza nos ayuda a intuir el camino que Él mismo traza. Sólo si abrimos nuestro corazón a Dios, tendremos “oídos para oír” y "ojos para ver". Si nos cerramos en nosotros mismos, nuestro esfuerzo por entender y por ver será inútil…

Cuando Jesús nos enseña, no nos proporciona agua embotellada y etiquetada, sino que nos muestra la fuente. Y así todos podemos ir a buscarla, acercarnos y beber de ella.

En este caso, a instancias de los discípulos, el propio Jesús nos explica el significado de la parábola y pone la atención en el sembrador que es Dios, que "esparce" su Palabra, que es el propio Jesucristo. 

Imagen relacionadaLos que están al borde del camino, le escuchan, pero inmediatamente, Satanás los aparta. Los del terreno pedregoso, le acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución, en seguida sucumben. Los que reciben la semilla entre abrojos, escuchan pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros que reciben la semilla en tierra buena, escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha abundante.

Dios mismo nos enseña que aunque Él "siembra" no toda la semilla da fruto; aunque Él nos llama a todos, no todos respondemos; aunque Él nos busca, no todos nos dejamos encontrar.

Y no toda semilla da fruto porque Dios nos da libertad. Nos deja elegir que tipo de terreno ser. ¿Qué tipo de terreno quiero ser?

miércoles, 30 de enero de 2019

LA IDOLATRÍA DEL SENTIMENTALISMO

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"No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero; 
y lo que detesto, eso es justamente lo que hago. 
Y si lo que no quiero, eso es lo que hago (...)
No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero: 
eso es lo que hago. (...)
Quiero hacer el bien, y me encuentro haciendo el mal. 
En mi interior me agrada la ley de Dios; 
pero veo en mi cuerpo una ley que lucha 
contra la ley de mi espíritu y me esclaviza . (...)
¡Desdichado de mí! 
¿Quién me librará de este cuerpo mortal?" 
(Romanos 7, 15-24)

Cada día trato de preguntarme ¿qué es lo que guía mi vida? ¿qué dirige mis decisiones, mis obras, mis palabras y mis pensamientos? ¿alguna vez he tomado una decisión simplemente porque “me sentía bien”? ¿vivo mi vida según mis emociones y mis sentimientos? ¿también la fe?

Como católicos, estamos llamados a vivir la fe. Y, sin embargo, muchos de nosotros elegimos vivir nuestros sentimientos. Reconozco que antes de vivir la fe, yo vivía según mis emociones. Mis sentimientos dirigían mis reacciones y mis decisiones. Si algo no me gustaba, sencillamente, lo desechaba. Si algo no me hacía sentir bien, huía.

Pero, como cristiano, no puedo vivir esclavizado por los sentimientos. No puedo ser y vivir un día como católico, y el siguiente, como otra cosa. Vivir según los sentimientos es una forma de idolatría: la idolatría del sentimentalismo. Es la Adoración del "yo", de lo que siento, de lo que experimento, de lo que me satisface, y que choca frontalmente con el primer mandamiento de Dios.
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Los sentimientos son como las olas del mar: vienen con ímpetu pero al llegar a la orilla, se deshacen. Son como la arena del desierto: el viento hace grandes dunas pero, al día siguiente desaparecen. Son como una montaña rusa que se eleva al cielo para después caer en "picado".

Los sentimientos no son una base sólida sobre la que edificar una vida de servicio y amor a Dios. ¿Por qué? Porque cambian fácilmente según las personas y las circunstancias. Hoy soy feliz y mañana, desgraciado. Hoy una persona me serena y mañana, otra, me solivianta. Hoy siento y mañana, no.

Dice San Pablo que nuestros sentimientos nos llevarán a hacer lo que detestamos. Por eso, no podemos confiar en ellos si queremos seguir a Cristo. No podemos servir a dos señores. Nuestra fe será sólida en la medida que la edifiquemos sobre una roca. Y esa roca es Dios: inmutable, perfecta, eterna e infalible. 
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A menudo, permitimos que nuestros sentimientos dicten nuestra actitud ante la fe y ante Dios: "No siento alegría, no siento la presencia de Dios, no siento fe..."

Para muchos cristianos, la fe se reduce a esos sentimientos. Si cabe, a amar a Dios y amar al prójimo a "nuestra manera". Y parece que no hay necesidad de saber más que eso.

Con demasiada frecuencia, se advierte un cierto rechazo en algunos cristianos por la formación y por el conocimiento de Dios, motivado por el hecho de cumplir una fe de "mínimos", por acoger una "religión del sentimiento". 

Reemplazan la riqueza y sabiduría de la Palabra viva de Dios, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, limitándolas a arengas emocionales del tipo "Dios es amor y te ama""Dios perdona todo" o "Sólo el amor basta".
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Siendo ciertas en su contexto, estas expresiones se quedan cortas para el crecimiento y la madurez espiritual de un católico que quiere profundizar en su relación con Dios, que quiere amar a Dios sobre todas las cosas.

Cuanto más aprendemos sobre Dios, sobre su Palabra y sobre su propósito, más capaces somos de amarle y adorable. Porque si realmente amamos a Dios, ¿no querríamos aprender lo máximo posible sobre Él?

Una fe emotiva y sentimental no deja de ser un rasgo de infantilismo espiritual y una falta de deseo de crecimiento y madurez. Es triste ver como algunos cristianos no quieren profundizar y aprender más acerca de Dios. Porque una cosa es no saber mucho y otra, no tener ningún deseo de conocer, de crecer. No se puede amar lo que no se conoce. Al menos, no de verdad.

Si nos conformamos con una moral emocional y una creencia basada en el sentimiento, nuestra fe terminará apagándose más pronto que tarde. Ese "ídolo con pies de barro", ese "amor platónico" no tiene bases sólidas ni puede durar mucho.

De la misma forma que un matrimonio no se sostiene si está fundamentado en un estado emocional, caracterizado por un dejarse llevar por una pasión irracional, por un amor adictivo, por la intensidad, por el deseo y/o por la ansiedad, una vida de fe no se sostiene por una emoción apasionada.  

Sí, la emoción puede ser un inicio maravilloso en la fe (y hasta necesario), pero es preciso que nos dirijamos hacia un conocimiento y una comprensión profundos de Dios, "para que no seamos niños vacilantes y no nos dejemos arrastrar por ningún viento de doctrina al capricho de gente astuta que induce al error; antes al contrario, practicando sinceramente el amor, crezcamos en todos los sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo."  (Efesios 4 ,14-15).
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¿Por qué la gente dice que quiere "conocer a Dios", que quiere "amar a Dios", y sin embargo, no desea saber más acerca de Él? ¡Es absolutamente ridículo! ¡Es una fe inútil y sin sentido!

Imaginemos que yo dijera que amo a mi mujer, pero no sé nada sobre ella. Alguien podría preguntarme ¿dónde ha nacido? y yo, encogerme de hombros... o ¿qué es lo que más le gusta? y yo decir, "No sé"... o  ¿cuantos años tiene? y yo, decir: "Ni idea. Pero la quiero".

¿Verdad que estas respuestas no suenan a amor? Y es que cuanto más conoces a alguien, más puedes amarlo.

Sin embargo, navegamos por la superficie en nuestro conocimiento de Dios y nos negamos a sumergirnos en su amor. Y luego nos preguntamos por qué nos cuesta tanto dar testimonio a los demás,  o contar lo que creemos, o por qué lo creemos.

Sin duda, nos hallamos ante una forma de cristianismo intelectualmente superficial y teológicamente analfabeto ... una forma de catolicismo populista y buenista...una idolatría que Dios detesta.

Todo esto me ayuda a darme cuenta de por qué las personas ven cada vez menos necesidad de crear una comunidad al servicio de Dios y más de crear grupos "estufa" donde encontrar comodidad y auto-compasión. Y me pregunto: después de que la emoción inicial haya desaparecido, ¿qué tiene realmente que ofrecer la fe? ¿para qué necesitar a Dios?
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Es importante que tomemos consciencia de que no sólo deben profundizar en lo que creen los sacerdotes y los teólogos, sino todos los creyentes. Jesús mismo declaró que el mandamiento más grande es amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma y mente (Lucas 10, 27 ), sin embargo, tendemos a pasarlo por alto y enfocarnos en el corazón y en el sentimentalismo.

Dios advierte a aquellos que descuidan crecer en conocimiento cuando dice: “Mi pueblo es destruido por su falta de conocimiento. Porque has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré" (Óseas 4,6)

Los cristianos debemos aprender más de Dios. Debemos aprender el significado y el valor de nuestras creencias y doctrinas morales. Debemos profundizar en nuestra relación con Dios.

Dios nos llama a vivir la fe para llegar a ser santos, perfectos. No creemos en Dios por lo que nos hace sentir, sino por lo que nos dice y nos promete. 

Podemos vivir según nuestros sentimientos o según el propósito de Dios. Nosotros decidimos...

domingo, 20 de enero de 2019

MOTOR Y AGENTES DE LA EVANGELIZACIÓN

"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" 
(Mt 28, 19-20)

La Evangelización es la gran misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos. Todo cristiano, seguidor de Cristo está llamado a cumplirla.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la evangelización es la razón de ser de la Iglesia y su actividad habitual, y tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana.

Pero, ¿dónde debe realizarse
En primer lugar, dentro de la comunidad cristiana, es decir, en la parroquia donde los fieles se reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias.

En segundo lugar, esta evangelización general u ordinaria se expanda fuera de los muros de la Iglesia, utilizando nuevos métodos y nuevas formas de expresión para transmitir al mundo el mensaje de Jesucristo.

Y ¿cómo debe realizarse?
A través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del discipulado , de la catequesis y de las obras de caridad

A través de una fe sólida y robustauna transformación de las estructuras existentes y proyectos pastorales creativos a medio y a largo plazo, conforme a las necesidades y expectativas del hombre y de la sociedades actuales.

A través de un encuentro real y auténtico, público y comunitario, una relación íntima y personal con Jesucristo, creando las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. 

Espíritu Santo
Evangelizar es ponerse a disposición del Espíritu Santo, artífice fundamental de todo anuncio, auténtico autor de todo testimonio y único protagonista y motor de toda evangelización.
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Jesús comenzó a predicar "impulsado por el Espíritu Santo" (Lc 4,14). Él mismo declaró: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18).

En la noche de Pascua, al aparecerse Jesús ante los apóstoles en el cenáculo, les dijo: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). 

Al dar a los apóstoles el mandato de ir a hacer discípulos por todo el mundo, Jesús les confiere también el medio para poder realizarlo: el Espíritu Santo (Mt 28, 19-20).

Después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles para que no se alejaran de Jerusalén hasta que no hubieran sido revestidos de la fuerza de lo alto: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos" (Hch 1,8). Cuando, en Pentecostés, baja el Espíritu Santo, Pedro y los demás apóstoles comienzan a hablar en voz alta de Cristo, y su palabra tiene tanta fuerza, que tres mil personas se convierten. 

Cuando recibimos el Espíritu Santo, se produce en nosotros un impulso irresistible para evangelizar, que nos reviste de Gracia, nos guía y conduce con rectitud conforme a la voluntad de Dios, proporcionándonos los recursos necesarios.

Sin Espíritu Santo, la evangelización es sólo activismo, que gira en una espiral que no conduce a ninguna parte. 

Sin Espíritu Santo, un testimonio es sólo una sucesión de hechos, narrados por una persona, es tan sólo el revestimiento humano de un mensaje. 

Sin Espíritu Santo, el servicio es sólo militancia, que se mueve de un lado para otro sin sentido.

Por tanto, lo primero que necesitamos para evangelizar es abandonarnos confiadamente en brazos de Dios, quien a través del Espíritu Santo, guiará nuestros pasos y suscitará los recursos necesarios.

Así pues ¿qué debemos hacer para recibir el Espíritu Santo? ¿cómo podemos ser, también nosotros, revestidos de la fuerza de lo alto, como en un "nuevo Pentecostés"? ¿cuáles son los agentes de la evangelización?

Oración
Para saber cómo obtener el Espíritu Santo, tan sólo debemos fijarnos cómo lo obtiene Jesús y cómo lo obtiene la misma Iglesia, en Pentecostés:

Lucas describe el acontecimiento del bautismo de Jesús de la siguiente manera: "Mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él" (Lc 3,21-22). "Mientras estaba orando": fue la oración de Jesús la que abrió los cielos e hizo descender al Espíritu Santo

No mucho después, en el mismo Evangelio de Lucas, leemos: "Mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar" (Lc 5,15-16). Ese "pero" es muy elocuente; crea un contraste especial entre las multitudes que apremian y la decisión de Jesús de no dejarse arrastrar por las multitudes ni por el activismo, retirándose a dialogar con el Padre.

El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre los apóstoles mientras ellos hacían "constantemente oración en común" (Hch 1,14). "Constantemente" significa sin pausa y "en común", significa en un mismo pensar o sentir, "en un mismo Espíritu".

Dios se ha comprometido a dar el Espíritu Santo a quien ora. Lo único que tenemos que hacer es invocar al Espíritu Santo y rezar"¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le pidan!" (Lc 11,13).  "Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.(Mt 18, 19-20).

Pudiéramos pretender
decidir a quién, dónde, cómo y cuándo evangelizar, basándonos en nuestras aptitudes, conocimientos, preferencias, gustos, comodidades, etc., y después, pedirle a Dios que nos diera el "ok" o que el Espíritu Santo se "acoplara a nuestra idea".  Pero en realidad, le estaríamos diciendo a Dios: "Hágase mi voluntad".

O pudiéramos ponernos de rodillas primero y preguntarle a Dios qué quiere decirnos. De esta forma, sencillamente, nos sometemos a Dios, nos ponemos en actitud humilde, obediente y de apertura al poder de su Espíritu. Y entonces, le decimos a Dios: "Hágase tu voluntad".

La primera ac
titud es magia. La segunda, es gracia.

Sin oración, la evangelización es, sencillamente, inútil, estéril y baldía. Y lo es porque sólo a quien ora, Dios le concede su Gracia. Por eso invocamos al Espíritu Santo. Con fe firme, recibimos el poder necesario para cumplir la voluntad de Dios.

Sin oración, lo que sale de nuestra boca son palabras vacías, que no traspasan el corazón de nadie, que "no convierten"Son palabras "inútiles" que no dan fruto, "ineficaces" y "estériles". 

Sin oración, nuestro mensaje es un fraude, propio de un de falso profeta, que no reza y que, sin embargo, induce a los demás a creer que es palabra de Dios.

Pureza de intención
Además de la oración, para recibir el Espíritu Santo, es absolutamente necesario tener “pureza de intención”. Para Dios, una acción tiene valor según la intención con que se hace

Por eso, el Espíritu Santo no puede actuar si nuestra motivación evangelizadora no es pura. Dios no puede hacerse cómplice de la mentira ni potenciar nuestra vanidad.

Sin pureza de intención, procuramos la búsqueda de uno mismo, la exaltación de la propia vanidad y el foco en nuestro ego.  

Sin pureza de intención, no trabajamos la humildad, la obediencia y el amor. No seguimos los pasos del Maestro, al rechazar la cruz, morir a nosotros mismos y proclamar la gloria de Dios. 

Sin pureza de intención, elegimos una estrategia con la que manipulamos y violentamos a otros, con la intención de lograr un "bien" o un "resultado" egoísta y personal.

Amor
Una vez desechada la búsqueda de nosotros mismos y manteniendo una intención pura, necesitamos dar paso definitivo hacia al amor auténtico. 

El Evangelio del amor no se puede anunciar más que por y con amor. Si no amamos a las personas a las que anunciamos a Cristo, las palabras se transforman en piedras que hieren. Se trata de mirar a los demás con los mismos ojos con los que nos mira Jesús.

Para
 evangelizar, debemos derrochar el mismo amor de Nuestro Señor: el Amor más grande, el amor ágape: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
El amor puro y genuino solo nace de una amistad auténtica con Jesús, de una relación íntima con Dios. Sólo quien está enamorado de Jesús puede proclamarle al mundo con total convicción. ¿Le has dicho alguna vez que le quieres? o ¿das por hecho que como lo sabe, no se lo dices? ¿te suena esto?

Por tanto, amor por los hombres. Pero también y, sobre todo, amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos debe impulsar en todo cuanto hagamos. 

Enámorate de Jesús. Habla con Él siempre que puedas. Busca intimidad con Él. Haz todo lo que hagas por Él. Sólo por Él. Sólo para su gloria.

sábado, 19 de enero de 2019

SÍGUEME

"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; 
no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
(Marcos 2, 13)

Escuchaba esta mañana el Evangelio y me siento llamado como Mateo. Jesús me mira con ternura y me invita personalmente: "Sígueme". Abro la Biblia y me vuelve a decir: "Sígueme" (Lucas 9, 59). Vuelvo a abrirla y me identifico con lo que Dios dice de Pablo: "Éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí." (Hechos 9, 15-16).

¿Es a mí?¿Por qué me llamas a mí, Señor? ¿Qué quieres de mí?

¡Qué mirada tan penetrante, tan poderosa! Me mira y me habla. Me invita a seguirlo...

Es entonces, cuando mi interior se transforma. Yo, que he estado siempre "recaudando" de los demás, que he estado siempre "persiguiéndole", que siempre he estado buscando "recibir", me siento impelido a dar, a entregarme a los demás. 
¡Qué increíble! Jesús genera en mi corazón una llamada a la actividad evangelizadora, a una entrega de servicio, de misión. Me invita a "dar la vida" como Él.

Ya no me importa "el qué dirán". Ya no me importa esconderme de las miradas y de los juicios ajenos tras mil máscaras. 

Mi Señor sacude mi corazón y estimula mis ojos a mirar más allá, hacia delante, hacia donde Él va, a no quedarme en las apariencias porque lo importante es lo que hay en el interior, en el corazón, allí donde, ante Él, todos aparecemos desnudos. 

Cristo genera en mi un cambio tan radical, que me impulsa a seguirlo. Él abre el camino. Yo le sigo. Me desafía, haciéndome "la famosa pregunta":
- ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?- me pregunta.
- ¿A mí, Señor? -le respondo.
- Sí, a ti.
- Pero si soy "lo peor".
- Por eso. No he venido a llamar a sanos que no necesitan médico. Tampoco a los justos, sino a los pecadores. A ti.

Ante tal invitación, sincera y directa, y a pesar de que sé que seguirlo no es fácil ni cómodo, a pesar de que sé que seguirlo implica no tener seguridades ni comodidades humanas, lo dejo todo y le sigo.

Lo correcto se asienta en la dificultad, en la incomodidad, en el insulto, en la persecución, en la Cruz. Ese es el camino que me marca. El mismo que Él ya ha recorrido. Me llama a la Casa del Padre. Allí, me espera con los brazos abiertos y organiza una fiesta.

Lo cómodo se asienta en la excusa, en el pretexto, en posponer todo lo que no sea agradable, cómodo o seguro.

Jesús me dice que "deje a los muertos enterrar a los muertos". Me dice que deje de estar esclavizados por la muerte y que obtenga la libertad de la vida plena que Él me ofrece, que renuncie inmediatamente a todo para hacer lo correcto.

Sin embargo, cuántas veces he pospuesto hacer lo correcto por comodidad, por temor, por orgullo, por culpabilidad, por inseguridad, por falta de confianza o por quedar bien con el mundo. Todas estas excusas ("Señor, déjame antes ir a enterrar a mi padre, "permíteme que me despida antes de mi familia") bloquean los planes que Dios tiene para mí. 

Posponer lo que Dios nos pide es, sencillamente, desobedecerle. Y ante la desobediencia nos dice:"El que pone la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios". 

Por eso, no quiero mirar atrás, sino hacia delante. Hacia donde Él me llama. Porque Jesús me dice "No temas. Ven a mi y yo te aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Y yo le creo y le contesto:

"Aquí estoy, Señor" 
(Hechos 9, 10)

viernes, 18 de enero de 2019

EVANGELIZAMOS ¿EN MODO BABEL O MODO PENTECOSTÉS?

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Durante cinco años dedicado a la evangelización, he podido observar que, a menudo, cometemos y repetimos algunos grandes errores. 

A veces, proclamamos a Jesucristo por motivos que tienen poco o nada que ver con el amor: lo hacemos por inercia, porque es "lo que toca", por rivalidad, por aumentar el número de personas y el prestigio de una parroquia, etc. 

Otras, realizamos esfuerzos estériles motivados por un activismo desaforado y vacío de contenido, cuyo único interés camina hacia la búsqueda ansiosa de ser valorados o admirados. Se trata, sin duda, de una "evangelización en espiral".

¿Por qué digo esto?

Porque con demasiada frecuencia, nos "activamos" (o incluso nos "hiperactivamos"), nos "movilizamos" y "montamos" métodos evangelizadores con excesiva precipitación, "como si no hubiera un mañana", y luego pretendemos decirle a Dios que nos de su beneplácito. 

Nos perdemos en una espiral evangelizadora que gira alrededor del activismo, alejándonos del verdadero sentido de la misión que Cristo nos encomendó. Y así...no. Así no podemos llevar almas a Dios. Así no podemos servir a Dios y al prójimo.

El verdadero estilo de vida de los cristianos es el servicio, que nos hace estar abiertos y disponibles, amar a Dios y al prójimo, y trabajar con entusiasmo por el bien común. 

Si nuestro servicio a Dios está basado en la búsqueda de una recompensa, de un aplauso o de un halago, vano es nuestro esfuerzo. 

Si nuestra labor evangelizadora pretende recibir una especie de "fuerza mágica" con la que satisfacer nuestras necesidades, vano es nuestro afán.

Si nuestro apostolado se reduce a hacerlo "de vez en cuando" o "cuando nos viene bien", o si se ciñe a  hacerle un hueco a Dios en nuestra agenda o a darle un porcentaje de nuestro tiempo o de nuestro esfuerzovano es nuestro empeño.

Servir e
s imitar a Cristo, que se hizo servidor por amor a nosotros. Se trata de vivir sirviendo 

Si pensá
ramos (aunque sólo fuera por un instante) que Dios es nuestro único público, deberíamos preguntarnos: ¿por qué queremos evangelizar? ¿Por qué queremos servir a Dios y al prójimo? El "por qué" es casi tan importante como el "qué" para purificar nuestras intenciones con oración, humildad y amor a Dios.

San Pablo pone de manifiesto que se puede anunciar a Cristo por motivos no precisamente
buenos y rectos: "Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia,… por rivalidad" (Filipenses 1,15-17). 

Hay dos fines fundamentales por los que podemos predicar a Cristo: o por nosotros mismos, o por Cristo. Consciente de esto, el Apóstol declara solemnemente: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo" (2 Corintios 4,5).

Por eso, yo planteo la cuestión: ¿servimos en modo Babel o en modo Pentecos
tés?



Babel o Pentecostés

Para ilustrar estos dos fines, fijémonos en la antítesis entre Pentecostés y Babel. ¿Por qué en Babel las lenguas se confunden y nadie entiende nada, si hablan la misma lengua, mientras que en Pentecostés todos se entienden, aun hablando lenguas distintas? ¿Por qué en Babel se dispersan y en Pentecostés se unen?

Al leer el relato en Génesis 11, 3-4, advierto una particular forma de ilustrar el activismo de los babilonios cuando, para escenificar esa "puesta en acción", comienza siempre las frases con un "Ea": "Ea, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego"."Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo" .
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Sin embargo, si continuamos el relato, descubrimos que la finalidad de este activismo, de este "ea" de los constructores de la torre de Babel era erigir un templo "a" Dios, pero no "para" Dios. Lo construyen para hacerse famosos, para su gloria. Instrumentalizan a Dios. 

A la vez, su espíritu era de lucha, rivalidad y competitividad (¿nos suena?). Otra vez la rebelión a Dios y el deseo de "querer ser como Dios". A causa de este orgullo rebelde, nadie es capaz de entender a nadie, cada uno va "por su cuenta". Y así, Dios les confunde y les dispersa (Génesis 11,4-9). 

Resultado de imagen de espiritu santo en nuestras vidasEn cambio, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles porque ellos "proclaman las grandes obras de Dios" (Hechos 2,11). No se proclaman a sí mismos, sino a Dios. Se han convertido radicalmente. Ya no discuten quién de ellos es el más grande, sino que están preocupados sólo de la grandeza y de la majestad de Dios. Están como borrachos, "ebrios" de su gloria. Éste es el secreto de esa conversión en masa de tres mil personas. Por eso, los asistentes en Pentecostés "sintieron que les traspasaba el corazón". 
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Así pues tenemos dos opciones donde situar la evangelización:

Si nos colocamos en "modo Babel", pretendiendo "alcanzar el cielo" y trabajando para hacernos famosos, o para hacer famoso a nuestro método, o para competir con otros cristianos, o para rivalizar con otros movimientos o parroquias, nos confundiremos, nos dividiremos más entre nosotros y nos dejaremos consumir por el espíritu de competición y de rivalidad.


Resultado de imagen de recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotrosSi nos colocamos en "modo Pentecostés", trabajaremos para la gloria de Dios, le tendremos como único público y anunciaremos su gran mensaje de amor con espíritu de humildad y de obediencia. Entonces, todos nos escucharán, las personas sentirán como el Espíritu de Dios traspasará sus corazones. Construiremos la torre que llega hasta el cielo, que es la Iglesia. Una torre "para" Dios.


Así, con una actitud humilde y obediente, la tentación mundana jamás podrá embaucarnos para rivalizar con otros o con Dios, ni el "espíritu del mundo" podrá seducirnos con halagos o alabanzas para buscar nuestra gloria personal, porque como Jesús dijo: "¡Yo no busco mi gloria!" (Juan 8,50). 

Hagamos nuestras estas palabras y meditémoslas repetidamente en nuestros corazones. Hagamos de ellas, nuestra jaculatoria particular, una especie de grito de guerra que haga temblar y retorcerse al mismo Satanás, el orgulloso:"¡Yo no busco mi gloria! ¡Yo no busco mi gloria!".


¡Gloria a Dios! ¡Sólo a Dios!