¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

viernes, 26 de marzo de 2021

¿CÓMO LEER LA BIBLIA?

"La palabra de Dios es viva y eficaz, 
más tajante que espada de doble filo; 
penetra hasta el punto donde se dividen 
alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; 
juzga los deseos e intenciones del corazón. 
Nada se le oculta;
 todo está patente y descubierto a los ojos 
de aquel a quien hemos de rendir cuentas" 
(Hebreos, 12-13)

A la hora de abordar la Palabra de Dios y sumergirnos en su contenido, los cristianos nos hacemos siempre la misma duda: "¿Por dónde empezar a leer la Biblia?". Algunos empiezan por el principio (Génesis) y otros por los Evangelios (Mateo o Lucas); unos, por los Hechos de los Apóstoles y otros, por las cartas paulinas (Romanos o Corintios); y posiblemente, casi nadie por el final (Apocalipsis).

Sin embargo, no es tan importante por dónde empezar sino cómo leer la Biblia

Lo primero que debemos saber es que la Sagrada Escritura es la revelación de Dios a los hombres, en Jesucristo y por el Espíritu Santo. Dios nos habla de Cristo a través de su Espíritu, es decir, nos encontramos ante la Trinidad, y por tanto, debemos acudir a Ella con el máximo respeto y veneración.

En segundo lugar, es importante acercarse a ella con el mismo Espíritu que fue escrita, es decir, en oración, o dicho en lenguaje bíblico, "arrebatados en espíritu", y para ello, es conveniente leerla en comunidad, bien sea en la Eucaristía o en un grupo de Lectio Divina.

Aunque toda la Palabra de Dios describe personas y acontecimientos literales o reales, su lectura es espiritual, y comprende tres sentidos:

-alegórico o típico. Las personas y los acontecimientos se muestran como ejemplos que remiten a épocas venideras.

-moral o tropológicoLas personas y los acontecimientos son modelos de aplicación a nuestras vidas, personal o comunitariamente.

-anagógicoLas personas y los acontecimientos que vemos nos hacen comprender lo que no vemos (el cielo). 

En tercer lugar, toda la Biblia es Palabra de Dios y, por tanto, debemos tomarla como un "todo". Todos sus libros son importantes y tienen validez permanente porque Dios lo ha querido así y no podemos decidir que hay libros más importantes y otros, prescindibles. Además, su interpretación está sujeta al Magisterio de la Iglesia y no se puede interpretar libremente.

Y para concluir este "cómo leer la Biblia", a modo de comparación y salvando las distancias, podríamos decir que la Biblia no se lee como una novela, comenzando por el inicio y acabando por el final. Más bien, su utilización se asemeja a la que hacemos con un listín telefónico o con un diccionario: se extrae la información que se necesita en el momento en que se necesita

Como sabemos, la Palabra de Dios es la historia de la salvación escrita a lo largo de 1.000 años (entre el 900 a. C. y el 100 d. C.) pero es también una carta de amor de Dios al hombre donde el Señor nos muestra cuánto nos ama y las alianzas que ha hecho con el hombre a lo largo de la historia.

Está estructurada en dos grandes partes: Antiguo Testamento, en el que Dios nos cuenta desde los orígenes del mundo hasta el año 400 a.C., y el Nuevo Testamento, desde el 4 a.C. hasta el fin de los tiempos. El período comprendido entre el 400 a.C. y el 4 a.C. se conoce como período intertestamentario.

Período intertestamentario
Se extiende desde la época del profeta Malaquías hasta la predicación de Juan el Bautista. Llamado por algunos como “los 400 años de silencio”, es un período de grandes cambios políticos, religiosos y sociales en Israel, predichos por el profeta Daniel (Daniel 2, 7, 8, y 11). 

Hasta el año 332 a.C., Israel está bajo el control de imperio persa, un tiempo de relativa paz en el que se permite reconstruir el templo y tener adoración en él (2 Crónicas 36,22-23; Esdras 1,1-14). Alejandro Magno derrota a Darío de Persia, y aunque sigue permitiendo la libertad religiosa a los judíos, ordena la traducción del Antiguo Testamento en hebreo al griego, conocida como la Septuaginta.

Tras la muerte de Alejandro, Judea es gobernada por una serie de reyes decadentes que culmina en Antíoco Epífanes, quien deroga la libertad religiosa para los judíos, la legítima línea del sacerdocio, profana y contamina el templo (ver Marcos 13,14 para un evento similar que tendrá lugar en el futuro), lo que provoca el levantamiento de la resistencia judía, liderada por Judas Macabeo y los asmoneos, quienes restauran el linaje sacerdotal y purifican el templo. Es un período de guerra, violencia y luchas internas.

Hacia el año 63 a.C., Pompeyo de Roma conquista Israel para el Imperio romano pero nombra a Herodes como rey de Judea para cobrar impuestos y controlar a los judíos.

Como consecuencia de esta mezcla de culturas romana, griega y hebrea aparecen dos importantes grupos político-religiosos: los fariseos que añadieron sus propias leyes (estrictas y poco compasivas) a la ley de Moisés (ver Marcos 7,1-23), y los saduceos que ejercían el poder a través del Sanedrín, rechazaban todos los libros del Antiguo Testamento excepto los mosaicos, no creían en la resurrección y eran generalmente proclives a los griegos.
Todos estos sucesos, que agotan la esperanza y debilitan la fe del pueblo judío, preparan el escenario ideado por Dios para la llegada de Cristo: el pueblo ya está listo para el Mesías, los romanos han construido caminos (que ayudarán a difundir el evangelio), todos tienen un idioma común (que facilitará la comprensión del evangelio), el griego koiné (el idioma del Nuevo Testamento) y existe una cierta paz, la pax romana.

“Los 400 años de silencio” del periodo intertestamentario llegan a su fin mediante la más grande historia jamás contada: ¡el Evangelio de Jesucristo!

Antiguo y Nuevo Testamento
La Biblia es la revelación progresiva de Dios a los hombres y, por tanto, no puede comprenderse el Nuevo Testamento sin entender el Antiguo Testamento, ni viceversa.

Los libros del Antiguo Testamento nos muestran la historia del camino hacia la salvación: todas sus promesas se dirigen y se cumplen en el Nuevo Testamento. Por tanto, el Nuevo Testamento no anula el Antiguo sino que lo completa. Jesús mismo lo dice: "No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud" (Mateo 5,17).

San Ireneo dice que "la Ley es profecía y pedagogía de las realidades venideras" y San Agustín, que "el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo y que el Antiguo se manifiesta en el Nuevo". 

La Ley antigua o Antiguo Testamento es una preparación para el Evangelio, para la venida de Cristo que da testimonio de la pedagogía divina y del amor salvífico de Dios. Nos muestra cómo es Dios, cómo es su sabiduría y su justicia para, finalmente, mostrarnos su misericordia con la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Sin el Nuevo Testamento, el Antiguo sería tan sólo una colección de historias trágicas y de promesas incumplidas.

En un segundo artículo, detallaremos la clasificación y el contenido de cada libro de la Palabra de Dios.


JHR



Fuente: "Comprender las Escrituras" (Scott Han, La Didajé, Midwet Theological Forum)

martes, 23 de marzo de 2021

HOGAR, DULCE HOGAR

"Cada uno dé como le dicte su corazón:
no a disgusto ni a la fuerza,
pues Dios ama al que da con alegría.
Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones,
de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo,
os sobre para toda clase de obras buenas"
(2 Corintios 9,7-8)

Si echamos un vistazo a nuestras parroquias, comprobamos que, cada día en la Iglesia, sucede la parábola del hijo pródigo: los bautizados, los hijos de Dios, se han alejado del amor del Padre, tanto los que se han ido como los que se han quedado. 

Por un lado, los "hermanos menores" exigen su herencia, su libertad, y abandonan la casa del Padre para irse a un “país lejano”, engañados por sus falsas seducciones. Y por otro, los "hermanos mayores" están en el campo, cerca de la casa del Padre, ocupados en sus cosas y cumpliendo sus rutinas por obligación o por costumbre, pero no por amor al Padre. 

Y ocurre que cuando algún "hijo menor" regresa, hastiado y desencantado del "país lejano", el Padre sale a su encuentro y lo abraza. La vida y la alegría vuelven a Su casa porque su hijo estaba muerto y ha revivido. Lo viste y celebra una fiesta. 

Sin embargo, los "hijos mayores" se indignan al escuchar la "música y la danza", se molestan al ver "alegría", se irritan porque quieren seguir manteniendo su casa en silencio y sin "fiesta". No quieren que ocurra "nada", no quieren "líos". Exigen al Padre "sus" derechos y critican su forma de actuar. "Se van sin irse",  "mueren sin morir" , "abandonan a Dios sin marcharse".

Desgraciadamente, la Iglesia en general ha dejado de ser una comunidad dinámica, motivada y apasionada. Ha perdido la alegría, la vitalidad y el compromiso para convertirse en una casa triste, indiferente y de cumplimiento de normas. Se ha vuelto rutinaria, poco acogedora y nada hospitalaria.
 
La cuestión es: ¿Es esa la casa que Dios quiere? ¿Cómo regresar al proyecto original de Dios para su Iglesia?

Una casa compartida
Dios quiere celebrar fiesta cada día con sus "dos" hijos a su lado. Quiere verles alegres y compartiendo el amor fraternal y filial. Quiere que constituyan una comunidad unida, acogedora, hospitalaria y vital. Una casa de todos y para todos, donde se comparta la alegría y también la administración.
En la mayoría de las ocasiones, es el párroco quien carga sobre sus espaldas todo el peso de la gestión de las "actividades pastorales" y termina agotado. Aunque cuenta con la ayuda del consejo parroquial, lo cierto es que, en muchas ocasiones, está y se siente sólo.

Pero hay motivos para la esperanza. El primero es obvio y sencillo: tan sólo tiene que "Mirar" a los bancos de la parroquia y “Buscar” esas “piedras vivas” que precisa para construir el templo espiritual que Dios quiere. No se trata tanto de encontrar recursos humanos como de las personas adecuadas para las funciones concretas

Lo siguiente es “Descubrir” los dones y talentos que Dios suscita en su pueblo y ponerlos a trabajar, ponerlos a rendir. El párroco, como administrador fiel, no puede ni debe enterrar esos talentos en la tierra mientras espera la llegada de su Señor.

A continuación, es necesario “Motivara los que viven en la Hogar Común para que interioricen y asuman un sentido de pertenencia, es decir, que se sientan “en casa”, que se sientan "en familia".

Por ello, se requiere “Ser” un buen líder y un buen comunicador, y con el ejemplo, "Inspirara soñar; "Mostrar" la visión y la misión de la parroquia, lo que ésta ofrece y lo que pide; "Animar" a buscar más, a hacer más, a ser más.

Estamos hablando de poner en práctica el liderazgo compartido y capacitador que Cristo nos enseñó al elegir y delegar la Iglesia en sus apóstoles. Este liderazgo consiste en una administración y dirección parroquial que:

-fomente la colaboración y participación efectiva de todos en la gestión y gobierno de la parroquia, aportando cada uno, todos sus dones, capacidades y cualidades al servicio del Reino. El párroco no “lleva” la parroquia, la “lidera”... y sólo interviene cuando es necesario.

-quite presión al párroco, quien, al apoyarse en otros, tenga tiempo para sus tareas fundamentales (administrar sacramentos, dirigir espiritualmente, etc.) y para sí mismo (rezar, recogerse, cuidarse, descansar, etc.). Una menor implicación del sacerdote en ciertas tareas posibilita un mejor servicio en otras más importantes. 

-gestione eficientemente el tiempo y el servicio, permitiendo a los laicos participar activamente y comprometerse en el acompañamiento y la formación de otros. Un buen pastor conoce y escucha la voz de sus ovejas. Es más, un pastor "pastorea pastores".
-haga uso de los talentos y de la generosidad que Dios suscita entre su pueblo, con respeto y unidad en el proceso de decisión y gestión parroquial, delegando responsabilidad y ofreciendo apoyo, ánimo, motivación y libertad. Abierto a la colaboración compartida y a la confianza en el rebaño.

-valore el trabajo en equipo, la cooperación y el consenso. El párroco no “micro gestiona” ni controla de manera excesiva sino que escucha y apoya las decisiones de sus líderes de confianza. El pastor deja "pastar" a sus ovejas .

-busque nuevas perspectivas y opiniones distintas, que reúna información, abra el debate y tome decisiones, adoptando una "cultura del invitar", de bienvenida y acogida por parte de los laicos, primer contacto de todos los que llegan a la parroquia: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor" (Juan 10,16).

El liderazgo compartido produce un alto sentido de pertenencia comunitaria, de compromiso en el servicio y un crecimiento espiritual de toda la parroquia de una forma natural y no forzada.

Frente al viejo guion parroquial de “reza, paga y obedece” se establece uno nuevo: “reza, participa y oblígate”. 

Los laicos le dicen al párroco: “Déjanos ayudarte”, y el párroco, al “dejarse ayudar”, permite que los laicos pongan en acción su fe y su potencial, haciendo que la parroquia se redefina a sí misma: "Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con gusto" (Romanos 12, 6-8).

El liderazgo compartido produce un “efecto dominó” en toda la comunidad, potenciando una mayor implicación de todos, favoreciendo la multiplicación de las actividades pastorales y por tanto, consiguiendo la vitalización de la parroquia.

El liderazgo compartido establece un equipo de líderes gestores unido, fiel al Evangelio y a la Iglesia, capaz de contagiar a toda la comunidad parroquial. Invita, forma, compromete y responsabiliza a todos en la edificación del Reino de Dios en la tierra.

Una comunidad de servicio
Existen muchos desafíos que el liderazgo compartido debe gestionar en cuanto a la economía, la evangelización, la comunidad, la liturgia, el discipulado, etc.
No se trata tanto de “hacer cosas” como de “hacer discípulos” para llevarlos a una relación más profunda con Cristo. Discípulos que pongan en práctica sus dones y talentos al servicio de la parroquia y de su pastoral.

Dos buenas sugerencias para comenzar a hacer discípulos son:

-Servicio: enfocar las habilidades de los laicos como “donativos” a la Iglesia. Los talentos puestos al servicio de la parroquia redundan, por sí mismos, en un sentido de compromiso con el prójimo y con Dios, construyendo una auténtica comunidad fraterna: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo" (Mateo 20,26-27).

-Comunidad: generar un sentido de pertenencia a la parroquia y a la casa de Dios, para "contagiarlo" a otros mediante la acogida que, por sí misma, produce un sentido de “hogar”, favoreciendo el discipulado: "Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras; no faltemos a las asambleas, como suelen hacer algunos, sino animémonos tanto más cuanto más cercano veis el Día" (Hebreos 10,24-25).

Con estas dos sugerencias se consigue acercar a todos al corazón de Cristo sin que el párroco tenga que hacer "casi nada”.

De esta forma y con el paso del tiempo, se consigue dar a luz una comunidad en armonía y unidad que, de forma automática, suscitará “vocaciones”. No es posible la existencia de vocaciones sin una comunidad de las que nazcan: "Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros" (Romanos 12, 4-5).

Una escuela de discipulado 

Para que conseguir una gran comunidad se requiere establecer un plan, una visión que desarrolle la formación/discipulado mediante distintas herramientas: grupos pequeños, catequesis, métodos, retiros, convivencias, peregrinaciones, actividades comunes, etc. 

Estas mismas herramientas sirven, a su vez, para llevar a cabo la evangelización de nuevas personas que, de forma automática, se unen a ellas para convertirse en nuevos discípulos y volver a comenzar este proceso continuo.

Además, es preciso construir un liderazgo orgánico que identifique lo que hace falta cambiar o modificar; que descubra lo que funciona o no funciona y por qué; que señale lo que se hace bien o mal.

Se trata de una evaluación continua de los 5 pilares básicos de la parroquia (Liturgia, Comunidad, Servicio, Discipulado y Evangelización) que requiere la formación continua de líderes comprometidos.

El liderazgo compartido servirá también para ver las necesidades presentes y futuras, y que, ante un posible cambio del párroco, la comunidad pueda seguir funcionando con normalidad.

La sucesión del párroco es una cuestión en la que no se piensa pero es importante tenerla en cuenta ya que la parroquia no pertenece al párroco sino a los parroquianos. Es necesario que exista un diálogo permanente entre parroquia y diócesis que detecte las necesidades de una y de otra. Esto es labor del párroco junto con el arcipreste y el vicario episcopal.

Además, es recomendable establecer un plan de sucesión y un equipo de transición pastoral de la parroquia para salvaguardar los avances realizados en materia de liderazgo que implique, prepare, guie y apoye a nuevos líderes laicos, lo que facilitará la integración del nuevo párroco, cuando se produzca.

Una renovación espiritual

La misión del cristiano es desarrollar un corazón para Jesús que le dé siempre el primer lugar. Comienza siempre por la conversión individual, es decir, por la relación amorosa con Dios que despierta la fe y enardece el corazón, que lo transforma de uno de piedra a uno de carne.

La conversión individual da paso a la mistagogia o madurez espiritual, un tiempo de profundización en su compromiso de ser y vivir como un hombre nuevo. Es un largo camino en el que Jesús nos acompaña y que se realiza mediante la vida interior, la oración, la meditación, los sacramentos, la lectura espiritual, la vivencia de la fe, el discipulado, etc.
Una vez producida la conversión personal y a través del liderazgo compartido, ésta se prolonga a toda la comunidad, es decir, la gracia suscita la conversión pastoral de la parroquia, renovándola y convirtiéndola en luz para el mundo, como consecuencia de la acción del Espíritu Santo que se derrama sobre la Iglesia de Cristo.

lunes, 22 de marzo de 2021

EVANGELIZACIÓN: DE "GASOLINERAS" A "ÁREAS DE SERVICIO"

"Así nos lo ha mandado el Señor: 
Yo te he puesto como luz de los gentiles, 
para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra" 
(Hechos 13,47)

Seguimos afrontando el mismo y, a la vez, siempre nuevo desafío de la Iglesia Católica: la evangelización. A pesar de que hay un gran impulso del Espíritu Santo para llevar almas a Dios, en general, seguimos teniendo poco espíritu misionero, poco deseo evangelizador.

Haber nacido cerca de la meta no presupone que hayamos ganado la prueba. La Iglesia existe para evangelizar y si no lo hace, no es Iglesia. Los católicos existimos no para esperar a otros, sino para ir a buscarlos, ponerles en carrera y ayudarles a cruzar la meta.

Evangelizar no es un "entrenamiento" de los sacerdotes ni un "ejercicio" de unos pocos "locos". Es la misión de todo seguidor de Cristo y no valen los pretextos: "no estoy en forma", "no estoy preparado" o "no estoy capacitado". Tampoco vale guardarla en el "cajón de las cosas pendientes y difíciles" ni "dejarla para mañana". A Cristo no le valen nuestras excusas.

Yo creo que el reto de muchos católicos es precisamente ese, que ven la evangelización como un trabajo penoso y duro, sólo para los que están en forma. Sin embargo, la evangelización es algo mucho más sencillo y bonito: es pasión y alegría por el descubrimiento de Jesucristo. 

La evangelización es ese "amor primero" que hace palpitar el corazón de forma acelerada, que hace tener una sonrisa continua en los labios y que impulsa a contárselo a todo el mundo. La evangelización es "sentir mariposas en el estómago".

Conversión personal
Como deciamos, evangelizar es una idea que no entusiasma a los católicos en general, es una asignatura pendiente que se nos "atranca" y nos cuesta aprobar, debido a varias razones:

-al "santo titubeopor el que pensamos que la fe es algo personal y que no debe imponerse a nadie. 

-al "temor acomplejado" ante un mundo que nos impone bajo amenaza "encerrar la fe" y nos impide la distinción entre cristianos y agnósticos.

-a la pérdida de entusiasmo y de pasión por Cristo ante una "fe cultural, complaciente y puntual" que cubre las necesidades espirituales más básicas y que nos impide pensar más allá de nosotros.

-a la falta de "mentalidad evangelizadora", que está perdida, olvidada o anestesiada por la comodidad, el materialismo y el relativismo.

Sin embargo, para acabar con los titubeos, temores y complejos, con la falta de entusiasmo y pasión, y construir una mentalidad evangelizadora, no es suficiente con establecer planes, métodos o retiros que favorezcan la conversión (o re-conversión) de otros. Antes de nada, es necesaria la conversión del evangelizador.

Ocurre que en muchas ocasiones, los evangelizadores somos "personas espejo" que nos miramos y sólo nos vemos a nosotros mismos reflejados, cuando deberíamos ser "personas cristal" que miran a través y ven un mundo más amplio, un gran campo de actuación.
Las "personas cristal" que evangelizan, ven más allá de sus propias necesidades, contagian su entusiasmo y animan a unirse a ellas, a un mundo que mira hacia el suelo, que está desesperanzado, que está perdido y a oscuras.

Las "personas espejo" que no evangelizan o que "creen" evangelizar, quieren que todos se parezcan a ellas, piensen como ellas, actúen como ellas y se "nieguen" a cambiar como ellas. En realidad, no tienen pasión porque les falta fe, no creen "del todo" en Dios.

Conversión comunitaria
Las personas están configuradas según la identidad de sus parroquias. Y, por tanto, también es precisa la conversión de la parroquia. Las "personas espejo" suelen acomodarse (aunque no por mucho tiempo) en "parroquias gasolinera", es decir, "parroquias de mantenimiento" a las que se va a repostar, a consumir en la tienda en "productos de impulso", pagar y marcharse para, quizás, no volver a pasar nunca más por allí, por lo que muchas, son cerradas y abandonadas.
Sin embargo, las "personas cristal", junto con el "encargado", replantean esas "parroquias gasolinera" para convertirlas en mucho más, en "parroquias área de servicio". Estas parroquias misioneras ofrecen muchos más "servicios extra" que el simple repostaje o mantenimiento: centro de información, "take away", supermercado, farmacia, parque infantil, lavadero de coches, taller de chapa y pintura, concesionario de coches, restaurante y hasta hotel. 
Estas parroquias son "zonas de servicio y de descanso", donde sus empleados muestran un deseo sincero de acoger y servir con una sonrisa a todo aquel que se acerque pero que también salen de "su área" para buscar nuevos clientes. Los clientes se sienten queridos y atendidos y se quedan ellas para volver a hacer lo mismo que han visto hacer a los empleados.

Es urgente y necesario que nos replanteemos qué modelo de parroquia tenemos y qué modelo queremos. Si nos conformamos con cubrir nuestras necesidades o si, por el contrario, queremos cubrir las de otros. Si elegimos este último, comprobaremos de primera mano que al dar recibimos mucho más de lo que aportamos, y que al servir cubrimos a la vez nuestras propias necesidades.

Del "mantenimiento" a la "evangelización"
Evangelizar es convertir parroquias de mantenimiento institucional (necesidades de la comunidad) y personal (necesidades de la individualidad) en parroquias misioneras (necesidades del mundo). Es pasar de la "prisión" a la "misión".

Evangelizar es salir de nuestras zonas de confort, de nuestros egoísmos personales, de nuestros hábitos rutinarios y de nuestras comodidades para "implicarnos" en la vida de los demás. Es "ensancharse" en lugar de "encogerse".

Evangelizar es abrir las puertas de par en para para recibir y para salir, no para "llenar bancos" sino para hacer discípulos. Es "complicarnos" la vida para "simplificar" las de otros. Es vivir para otros y no para nosotros. Es dar sin esperar recibir a cambio.

Evangelizar es establecer una "mentalidad evangelizadora de máximos" y no de mínimos. Es enseñar y compartir la fe. Es vivir el Evangelio en la práctica y no sólo en la teoría. Es una conversión del corazón y de la mente.

Evangelizar es pasar de personas espejo a personas cristal, de parroquias gasolinera a parroquias área de servicio. Es cambiar de actitud, no de doctrina. Es cambiar de corazón, no de cuerpo. Es "mirar hacia afuera y no hacia adentro".
Evangelizar es adoptar una cultura de invitación y no de rechazo: primero por parte del liderazgo y después, extendido a toda la comunidad. Es salir del "intimismo" a la "universalidad", de la "individualidad" a la "catolicidad".

Evangelizar no es organizar eventos sociales sino llevar a los hombres a Cristo. No es "hacer cosas por hacer" sino con un propósito más hondo; no es un servicio social de "comedores sociales o supermercados parroquiales" sino con una caridad más profunda: mostrar el amor de Dios a través de la unión a su Iglesia, a la comunidad cristiana, a la parroquia.

Evangelizar no es esperar a estar capacitado y preparado para ponerse "en acción" sino salir al mundo para descubrir lo que Dios quiere que hagamos. Es "activarse" con los "inactivos". Es formarse mientras se discipula, es crecer en la fe mientras se comparte.

Evangelizar es dejar de discutir con otros por lo que nos separa y ver lo que nos une. Es ir al encuentro del hijo pródigo para que regrese a la casa del Padre. Es abrir los brazos para fundirse en el amor y celebrarlo juntos.

Evangelizar es un modo de vivir, de interesarse de verdad por los demás, de "jugársela" y "desgastarse" por ellos. Y es, en último término, es obedecer una orden directa de Jesús: "Id al mundo y enseñarles lo que yo os he enseñado".



JHR

jueves, 18 de marzo de 2021

NUESTROS "LLANEROS SOLITARIOS"

"También vosotros, como piedras vivas, 
entráis en la construcción de una casa espiritual 
para un sacerdocio santo, 
a fin de ofrecer sacrificios espirituales 
agradables a Dios por medio de Jesucristo" 
(1 Pedro 2,5)

Muchos de mi generación crecimos con series, películas y comics que narraban las aventuras del "Llanero Solitario", un ranger de Texas con sombrero blanco, guantes y antifaz negro que, a lomos de su caballo blanco "Plata"galopaba impartiendo justicia y haciendo cumplir la ley en el viejo oeste americano, con la inestimable compañía de su compañero, el nativo potawatomi llamado "Toro".

Pues bien...hoy quiero "romper una lanza" por nuestros auténticos y verdaderos "Llaneros solitarios" por nuestros genuinos y fieles "Toros". Me estoy refiriendo a nuestros sacerdotes: a nuestros párrocos y a nuestros vicarios parroquiales. 

Estos solitarios "hombres de negro" con vocación de servidores y, en realidad, héroes, cabalgan por nuestro desierto existencial en su "caballo blanco" del Evangelio, impartiendo sacramentos y enseñando la Ley de Dios.

Pero además de su misión sacerdotal y espiritual, exponiéndose a las numerosas tentaciones del páramo que es la sociedad, asumiendo innumerables tareas y responsabilidades que, muchas veces, casi nadie es capaz de ver ni comprender, y para más "inri", siendo atacados injusta e indiscriminadamente, cuando se generaliza el mal y el abuso de algunos de ellos, que han dejado de ser "rangers" para convertirse en "fugitivos" o "bandidos".
Su liderazgo, su soledad y su responsabilidad son acogidas libremente por estos llaneros con un compromiso, una generosidad y una paciencia que debiéramos valorar en su justa medida, porque con mucha frecuencia tendemos a pensar que los tenemos en exclusiva para nosotros solos y los acaparamos, sobrecargándolos con tareas extras y "obligándoles" a hacer todo, a ocuparse de todo. 

Cuando se desconoce su gran labor heroica y meritoria, es muy fácil recurrir a la broma de que "los curas sólo trabajan los fines de semana". Sin embargo, es justo y necesario recordar lo injusto de esa afirmación pues han entregado su vida a Dios y a los demás de forma generosa y altruista, han dejado todo para servir en solitario, siempre dispuestos y disponibles para escuchar, acoger y ayudar a cada persona que se encuentran por los polvorientos caminos de la vida.
Nos cuesta entender a estos "llaneros solitarios", pero sobre todo, nos cuesta ayudarles porque creemos que la evangelización y la lucha espiritual no nos incumbe a nosotros, sino que es una misión exclusiva de los sacerdotes. Y les abandonamos a su "suerte".

Sin embargo, debemos salir de esta cómoda excusa de "no intromisión" para combatir junto a ellos, para ayudarles, para quererles. No podemos ni debemos dejárselo todo a ellos y, además, pedirles "nuestras cosas". No podemos ni debemos estar ajenos a la falta de vocaciones ni tampoco indiferentes al cuidado de los que tenemos. No es justo ni cristiano.

Hacen falta hombres valientes, capaces de comprometerse con su parroquia y con sus sacerdotes y arriesgarlo todo para edificar, junto a ellos, el Reino de Dios en la tierra. Hace faltan cristianos audaces capaces de asumir plenamente la misión de todos, no sólo del párroco y del vicario.

Si no fuera misión de todos nosotros, Jesús no habría nombrado a sus discípulos ni hubiera fundado su Iglesia, ni éstos hubieran comunidades. Lo habría hecho el Señor sólo y sin ayuda de nadie. No nos necesita pero ha querido que sea así: que seamos una familia unida que compartan tareas y compromisos con alegría y generosidad; que formemos un ejército de fieles que combatan juntos el mal con el bien, la mentira con la verdad, el odio con amor; que configuremos un reino de sacerdotes (por el bautismo) para reinar sobre la tierra (Apocalipsis 5,9-10).

Uno sólo no puede. Dos tampoco. Unidos todos a Cristo, y compartiendo lo bueno y lo menos bueno, sí que somos capaces de ser luz y testigos de Cristo en la tierra. Viviendo la fe y construyendo comunidades evangelizadoras, el reino de los cielos se hace presente en medio de la oscuridad del mundo. Haciendo "nuestra" a la parroquia  y "nuestros" a los sacerdotes,  experimentaremos la verdadera fraternidad sustentada por el vínculo perfecto del amor.
Hago un llamamiento a todos los católicos para que salgamos de la comodidad de nuestros bancos de la parroquia, para que abandonemos la actitud de espectadores huidizos en misa, para que desechemos mantenernos ajenos a las actividades pastorales.

Hago una llamada a todos los cristianos para que aliviemos la carga de trabajo que depositamos sobre los hombros de nuestros queridos "llaneros solitarios", para que compartamos la alegría de servir a Dios y al hombre, para que descartemos el miedo a testimoniar a Cristo en la iglesia y en el mundo.

Hago una petición a todos los fieles para que estemos atentos a las necesidades de nuestras parroquias y de nuestros sacerdotes, para que construyamos parroquias atractivas y comunidades vibrantes, para que seamos "piedras vivas" (y no ladrillos en serie) que construyan "catedrales espirituales" como culminación del servicio y del amor a Dios.


JHR

miércoles, 17 de marzo de 2021

ROMPAMOS MOLDES Y SAQUEMOS BRILLO

"No recordéis lo de antaño, 
no penséis en lo antiguo; 
mirad que realizo algo nuevo; 
ya está brotando, ¿no lo notáis? " 
(Isaías 43,18)

Desde que Jesús ascendió al cielo y nos dejó al Espíritu Santo, el Paráclito lleva 2.000 años soplando en la Iglesia (y seguirá haciéndolo) para llevar a cabo su cometido: la evangelización del mundo. 

Sin embargo y desgraciadamente, Occidente se ha descristianizado y la Iglesia ha olvidado el "amor primero". Prueba de ello es que ha provocado que las parroquias hayan ido perdiendo a muchos de sus fieles en un goteo lento pero constante, a la par que no se ha producido reacción o respuesta alguna. 

Se han convertido en parroquias de "servicios" donde los que acuden son meros espectadores que "consumen" sacramentos", "cumplen normas" o "siguen ritos", pero no se vive la fe ni se evangeliza. Es una sensación parecida a quien va al cine: ve la película pero no tiene contacto alguno con el "espectador de al lado".

Por tanto, es desde las (nuevas) parroquias, donde la nueva evangelización cobra un nuevo impulso: saliendo de sí mismas, de su letargo, y renovándose. Es un hecho que muchas de las estructuras y métodos han quedado obsoletos, que la Buena Nueva ha quedado en el ostracismo porque nadie la anuncia, que nadie acoge a nadie ni comparte nada con nadie, y que la mayoría de los templos se han convertido en espacios vacíos de personas y de contenido, cuando no cerrados.

Si de verdad amamos a la Iglesia deberíamos plantearnos algunas preguntas: ¿Mi fe contagia a quienes se han alejado? ¿Mi actitud cautiva y "gana" a otros? ¿Mi parroquia resulta atractiva? ¿Qué hago yo para hacerla atractiva y vibrante? ¿Por qué hay parroquias que crecen cuantitativa y cualitativamente, que atraen y motivan a propios y ajenos, y otras que no? ¿Cuál son los factores diferenciadores?

Rompiendo moldes
Sin duda, para que una parroquia sea atractiva y fascinante son dos los aspectos que sobresalen por encima del resto (aparte, por supuesto, de la presencia y acción del Espíritu Santo) y que Jesús nos enseñó: liderazgo y discipulado. Cristo lideró e hizo discípulos, rompiendo los moldes de la época y enfrentándose a los fariseos "cumplidores".
"Y dijo el que está sentado en el trono: Mira, hago nuevas todas las cosas" (Apocalipsis 21,5). No se trata de cambiar el mensaje sino de animar la capacidad de dirigir del líder (párroco), transformar a los mensajeros (discípulos) y replantear las formas y los medios de distribuirlo (pastorales). Es decir, "romper moldes", "abrir nuevos caminos", "elevar", cambiar viejos odres por nuevos odres.

Las parroquias que están en continua conversión, que transforman la metodología de sus pastorales pasando de una clericalización que no evangeliza, a un liderazgo capacitador y compartido que motiva, de una formación que desmotiva a un discipulado que apasiona, están "llenas de gracia". Y lo están porque es el Espíritu de Dios quien realiza todo, derramándose en una infinita variedad de dones. 

Los factores diferenciadores son la docilidad que nosotros, los cristianos (líderes y discípulos) mostramos a las mociones e inspiraciones del Espíritu para que pueda actuar, guiar y producir frutos, y el discernimiento que realizamos para aceptarlas.
Liderazgo y discipulado caminan de la mano. Así nos lo enseñó Jesús:

-Liderazgo no es tanto autoridad o mando como "dar ejemplo", "ir a la cabeza", "abrir camino", "romper moldes". El sacerdote da ejemplo y dirige pero también delega.

-Discipulado no es tanto formación, catequesis o educación teológica como pasión por lo que se cree y entusiasmo por lo que se vive. El discípulo se compromete, comparte su fe con otros discípulos, y todos viven y disfrutan de la unión amorosa en Cristo.

Esa "pasión cristiana" es un poderoso acelerador del crecimiento y madurez espiritual de la comunidad, que se manifiesta en un mayor amor a Cristo, a la Iglesia y al prójimo. 

Ese "entusiasmo misionero" es una fuerza motivadora para la comunicación con Dios (la oración), un compromiso total con la evangelización, una altruista acogida de los demás y una completa disposición para servir a Dios y al mundo.

Esa "ruptura de moldes" y "apertura de caminos" son, ni más ni menos, lo que Jesús enseñó a sus discípulos. El liderazgo no es un cargo de "animador espiritual" o de "organizador místico", como tampoco el discipulado es una serie de actividades de "entretenimiento cristiano" ni tampoco un conjunto de tareas en las que "siempre participan los mismos". 

El liderazgo marca el camino hacia el discipulado, que es una fuente infinita donde todos pueden beber y aplacar la sed de Dios, donde se respira oración y alabanza, donde rebosa el gozo y la alegría. 

Ambos se dirigen y confluyen inexorablemente en la Eucaristía. Así nos lo enseñó Jesús. La misa no es un evento al que "se va", ni la parroquia, un lugar de "cumplimiento", sino una "cita con Cristo", un "encuentro amoroso"un "banquete nupcial", donde se vive y ama, donde se acoge y comparte, donde se alaba y goza junto con el cielo en pleno.
Liderazgo y discipulado se unen y se retroalimentan: fe (sed de conocer) con oración (anhelo de comunicarse), esperanza (hambre de obtener) con adoración (ansía de encontrarse), amor (deseo de dar) con servicio (propósito de comprometerse). 

Se trata de evangelizar recíprocamente y centrípetamente, primero a "los de casa", para después, evangelizar centrífugamente a los "de afuera". Se trata de hacer discípulos para que hagan más discípulos y que éstos hagan nuevos discípulos. 

Sacando brillo 
La parroquia debe brillar por dentro y por fuera. No siempre los que acuden a la parroquia son discípulos y, menos aún, discípulos misioneros. En la mayoría de las ocasiones son "cumplidores" de ritos o "consumidores" de servicios, cuando no "cristianos sociales" o "practicantes no creyentes".
Es completamente estéril (yo diría que imposible) que una iglesia sea atractiva de cara al exterior si en su interior no se "vibra", si no existe "pasión" y "alegría", si no hay "vida". Las parroquias no son cementerios, son lugares de fiesta, de vida... aunque la mayoría de las veces, parecen necrópolis por los que faltan pero, también, por los que están. 

Las parroquias son nuestras familias espirituales, y no un grupo de personas desconocidas a las que vemos una vez por semana (o ni eso). Mientras no las consideremos "algo nuestro", mientras no busquemos expectativas de máximos en lugar de mínimos, mientras sigamos enfadándonos unos con otros o dejando de dirigirnos una palabra amable, seguiremos en cementerios llenos de sepulcros blanqueados. 

El Espíritu Santo nos está diciendo ¡Basta ya!, ¡reencontrar la ilusión, el amor primero, la alegría del Evangelio!

Por eso, un factor necesario para "sacar brillo" es el establecimiento de una pastoral dirigida, fundamentalmente, al fin de semana, al Día del Señor, al domingo que podríamos definir como el día de las "H": 

-Hospitalidad que recibe, saluda y acoge a todos
-Homilía que motiva, incentiva y estimula el compromiso 
-Himnos que elevan, deifican y llenan el alma
-Hábitos que convierten las "vestiduras" en "acciones" concretas
-Hágase que, a imitación de la Virgen María, nos interpela a ayudar y acompañar a todos
-Hermandad que encuentra, conoce y ama a cada miembro de la comunidad
-Habilidades que reconoce y discierne los dones y talentos que existen en la parroquia

Otros factores "abrillantadores" son el paso de la acción social de la Iglesia a una caridad auténtica y a un servicio integral, el aprovechamiento de los sacramentos como ocasiones idóneas para iniciar el Anuncio a las personas que habitualmente no se acercan a la parroquia, organizar grupos pequeños donde vivir la fe de un modo más íntimo y personal, y construir una cultura parroquial testimonial, atractiva y apasionante tanto para próximos como para alejados.

Dice san Pablo:

"Así pues, siempre llenos de buen ánimo y de fe. (...) estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor. (...) tratamos de ganar la confianza de los hombres (...) nuestro único deseo es daros motivos para gloriaros de nosotros, de modo que tengáis algo que responder a los que se glorían de apariencias y no de lo que hay en el corazón; (...) Porque nos apremia el amor de Cristo (...)Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo" (2 Corintios 5,6-17).

Hoy como en el principio, la Iglesia se encuentra ante un nuevo reto, un nuevo compromiso, personal y colectivo:

¿Qué hago yo por hacer atractiva mi parroquia? 
¿Cómo genero pasión con mi actitud, con mi forma de estar, de hablar y de relacionarme? 
¿Tengo buen ánimo y fe? ¿Me apremia el amor de Cristo?
¿Marco distancias con quienes no conozco o me gano su confianza? 
¿Considero mi parroquia un feudo personal? 
¿Soy de los que cree que no hacen falta cambios porque "las cosas se han hecho siempre así"? 
¿Qué parte de "Yo hago todas las cosas nuevas" no entiendo o no quiero entender?


JHR

martes, 16 de marzo de 2021

LUZ DEL MUNDO

"El Señor es Dios, él nos ilumina"
(Salmo 118,27)

Hoy hablaremos de las velas o cirios utilizados en la Iglesia, de su simbolismo litúrgico, de su lenguaje místico y de su expresión devocional. 

Para algunos detractores, el uso de los cirios presentes en los templos y en las ceremonias religiosas católicas provienen de usos paganos o judíos para honrar a la divinidad.

Sin embargo, la utilización de los cirios tiene su origen en el primer siglo, en las reuniones clandestinas que celebraban las primeras comunidades cristianas durante la noche o en sitios subterráneos debido a la persecución que sufrían, y cuyo uso posterior se hizo extensivo a las iglesias construidas con escasa luz, a propósito, como símbolo de recogimiento y respeto. 

Tradición
Su utilización ha pasado de una necesidad a una instrucción de la Tradición de la Iglesia (Instrucción General del Misal Romano), de tal manera que los candeleros deben colocarse de forma apropiada, sobre el altar o cerca de él, según cada acción litúrgica, como manifestación de veneración o de celebración festiva

Según el IGMR 117, CE 125, no se encienden todas las velas en todas las celebraciones, sino de la siguiente manera:

-dos: en las ferias o memorias
-cuatro: en las fiestas (Misa cantata)
-seis: en los domingos, en las solemnidades, en los días de precepto (Misa mayor)
-siete: cuando celebra el obispo diocesano.
Las celebraciones en las que celebra el obispo se utilizan siete velas para destacar la plenitud del sacerdocio de la que participa y expresa la preeminencia episcopal. Cuando el obispo hace su entrada a la iglesia es recibido y escoltado por dos acólitos con dos velas. Asimismo cuando un obispo toma parte en algún acto eclesiástico en el santuario tiene un candelero propio, conocido como bujía (bugia), sostenida cerca de él por un capellán o clérigo.

Las rúbricas o reglas litúrgicas para el oficio divino prescriben también que dos acólitos deberen ir con velas a la cabeza de la procesión al santuario, también para hacer honor al canto del Evangelio en la Misa mayor, así como para el canto del pequeño capítulo y las colectas en vísperas, etc. 

Como norma, el color de las velas debe ser blanco, aunque se permiten velas doradas o pintadas bajo ciertas restricciones. Sin embargo, en las Misas de difuntos y en la Semana Santa se usa cera amarilla o no blanqueada.

Simbolismo
El número siete simboliza plenitud, perfección o totalidad: siete son los días de la semana, siete los diáconos para el servicio terrenal, siete los sacramentos, siete los dones del Espíritu.

En el Apocalipsis de San Juan, siete son los ángeles, siete los sellos, siete las trompetas, siete las copas y siete las iglesias de Asia que simbolizan la totalidad de la Iglesia de Cristo de todos los tiempos

En la tradición judía, estas siete iglesias de Asia se representan con un candelero de oro de siete candelas, el Menorah, y en los cánones apostólicos, redactados en los primeros siglos de la Iglesia, se habla también de las lámparas que ardían en la Iglesia. 
Los cirios de cera encendidos y sustentados en candelabros simbolizan la alegría, la pureza, el amor a Dios, las oraciones y las plegarias, el sacrificio, la devoción, así como un modo de disipar las tinieblas del mal. En ocasiones y por pragmatismo, las velas de cera se sustituyen por velas cuya mecha se sumerge en aceite, que simboliza la fe

Según la Enciclopedia Católica, “la cera pura extraída por las abejas de las flores simboliza la carne pura de Cristo recibida de Su Madre Virgen, la mecha simboliza el alma de Cristo y la llama representa Su divinidad”.

Las velas o cirios, que deben ser fabricadas, preferiblemente, con cera de abeja, fruto del trabajo en comunidad, también representan al pueblo de Dios, a los "hijos de la luz" (Juan 12,36; Lucas 16,8), y los candelabros, fabricados de metal, representan la base y firmeza de la sucesión apostólica

La luz representa la presencia de Jesucristo en la Iglesia, la "luz del mundo", que ilumina a todo hombre en su peregrinar por el mundo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida" (Juan 8,12; Mateo 5, 14-16). Y por tanto, también

Utilización
Muchas son las circunstancias en las que la Iglesia enciende cirios:

-en los sacramentos del Bautismo, símbolo del comienzo de la vida sobrenatural, y de la Eucaristía (pública o privada) como símbolo de la presencia real de Cristo

-en las procesiones para iluminar el camino.

-en el transporte de la Palabra al ambón o púlpito, desde el que el diácono la proclama, para iluminar a la asamblea.

-en la Adoración del Santísimo para simbolizar la presencia eucarística de Cristo.
 
-en las plegarias a los santos para simbolizar la comunión de los Santos.

-en distintos momentos del año litúrgico, como por ejemplo, en la Vigilia Pascual del Sábado Santo, donde la luz simboliza la Resurrección de Jesucristo, o en la fiesta de la Purificación de Nuestra Señora (2 de Febrero), o fiesta de la Candelaria o Misa de las velas, que simbolizan la pureza necesaria para alcanzar el amor de Dios.

-en la dedicación de una iglesia, en la bendición de cementerios, en una Misa de ordenación, en las excomuniones, en la reconciliación de los penitentes y otros actos excepcionales.