¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

sábado, 10 de septiembre de 2022

CAER EN LA COMODIDAD ESPIRITUAL


"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, 
y yo os aliviaré"
(Mt 11,28)

Vivimos en una sociedad egoísta y hedonista que nos "vende" continuamente la necesidad de buscar el bienestar y la comodidad a través del placer, como sinónimo de felicidad.

Y nosotros, en la búsqueda de esa falsa "felicidad", caemos en la tentación de aferrarnos a nuestras conveniencias y complacencias, a todo aquello que nos da placer y seguridad, a todo lo que nos resulta fácil o nos hace sentir bien... y terminamos aburguesándonos, acomodándonos. También, espiritualmente.

Para ser un verdadero cristiano, no es suficiente con "hacer" lo que hago en un ambiente favorable, como puede ser acudir a una iglesia, ser parte de una peregrinación o servir en un retiro espiritual. Eso puede hacerme caer en la comodidad y en la rutina si no tengo el enfoque correcto. 

Ser cristiano en un ambiente favorable y seguro es muy fácil, no requiere de mucho esfuerzo. Pero hace falta valor y coraje para hacerlo en el resto de ambientes. Hace falta mucha confianza y fe para dejar todo lo que me conforta, todo lo que me agrada, todo lo que me produce bienestar... y seguir a Cristo de verdad.

El mensaje cristiano es muy claro"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24). Dios me llama a salir de mis comodidades, a dejar mis zonas de confort y a seguirlo, como hicieron patriarcas, profetas y apóstoles. Pero, además, me promete que "me aliviará" (Mt 11,28).

Seguir a Cristo es una decisión individual y libre que nadie puede tomar por mí. Decir "Maestro, te seguiré adonde vayas" (Mt 8,19) no es una frase hecha para quedar bien o ser "políticamente correcto". Supone compromiso, esfuerzo y negación de mí mismo pero, sobre todo, obediencia, humildad y confianza en Dios. 

Todo lo que vale la pena requiere trabajo, riesgo y sacrificio. A veces, supone dejar confort y tranquilidad, o incluso, amigos y familia. Por eso, cuando me acomodo en mi vida cristiana, cuando me convierto en un cristiano "complaciente", no dejo de pensar que algo va mal, que algo falla. 
Y es que no soy capaz de imaginarme a Jesús buscando seguridad y complacencia. No veo a Cristo cediendo a las comodidades que le ofrecía Satanás en el desierto. No le veo cediendo a una vida tranquila en su pueblo natal y acomodado con sus santos padres o con su grupo de los Doce. No le veo evitando los riesgos de enfrentarse a aquellos que le querían muerto ni huyendo de la Cruz.

Por eso, necesito estar alerta y muy atento a las tentaciones de bienestar y seguridad con las que el Enemigo busca alejarme de Dios. 

Necesito discernir que ser cristiano no es buscar amigos ni "grupos estufa" donde estar calentito y a gusto, ni acomodarme a un estilo de vida cristiana "de mínimos"

Necesito meditar que ir a misa, asistir a reuniones de grupo o servir en un retiro puede convertirse en una "rutina cristiana" de ritos y costumbres si no los vivo con un corazón apasionado

Y es que la rutina...oxida, corroe y mata. 

Entonces ¿Qué hacer?

Se me ocurren tres cosas que pueden ayudarme a discernir el significado de ser cristiano y evitar que la rutina "oxide" mi fe y "corroa" mi pasión:

Conocer más Dios. Hablo de formarme, de saber más de Dios, de conocer lo que el Señor quiere de mí, de profundizar en su palabra y en su iglesia. Porque conociendo más a Dios, puedo y quiero estar más con Él.

Estar más con Dios. Hablo de oración, de espacios de diálogo con Él, de adoración y de Eucaristía. Porque sabiendo dónde está, puedo y quiero establecer una relación más estrecha con Él y cumplir la misión que me ha encomendado.

Atender las necesidades de los demás. Hablo de servicio, de entrega, de procurar el bien de mi prójimo. Porque sirviendo a Dios, puedo y quiero servir a los demás como Él hizo, a quienes están necesitados de Dios. 

Sólo así conduciré mi vida por el camino cristiano que Dios me muestra. Sólo así cargaré mi cruz como mi Maestro. Sólo así moriré a mi egoísmo para alcanzar la gloria.


JHR

jueves, 8 de septiembre de 2022

EL NUEVO LENGUAJE, ENTRE ORWELL Y TOLKIEN

la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.
la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.
la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomáti
"Pues está escrito: 
¡Por mi vida!, dice el Señor,
ante mí se doblará toda rodilla,
y toda lengua alabará a Dios"
(Rom 14,11)

La crisis moral, de valores y creencias que vive esta sociedad orwelliana, que manipula la información, que vigila nuestros actos en los medios y que reprime nuestras libertades a base de prohibiciones y decretos, se ha trasladado también al lenguaje. 

Las palabras y las frases han perdido su dimensión semántica, sintáctica y morfológica, vaciando su significación para convertirse en "poses fingidas", estereotipos, eufemismos, clichés y tópicos que se pronuncian sin pudor, sin expresión y sin sentido, transformando el lenguaje en "puro ruido"

Decía san Agustín que "las palabras son signos que se caracterizan por referirse a cosas con una cierta intención" (De Magistro 7,20), y que, además, están reguladas por unas normas lingüísticas. Sin embargo, hoy esas normas se ignoran a propósito con una cierta intención: manipular ideológicamente.

Los Ministerios del Estado "globalista" llamado ONU, que Orwell en su distópica novela 1984llamaba Oceanía, se han puesto en marcha: 
  • el Ministerio del Amor, se encarga de adoctrinarnos y reeducarnos para que sigamos el "pensamiento único"
  • el Ministerio de la Paz, se encarga de que estemos en continuo conflicto unos con otros, de forma que "divide y vencerás"
  • el Ministerio de la Abundancia, se encarga de planificar nuestra economía diciéndonos qué, cómo, cuánto y a quien debemos consumir, empobreciéndonos cada día más
  • el Ministerio de la Verdad,  se encarga de controlar los medios y las redes sociales, con el objetivo de establecer una "versión oficial" de cómo son las cosas.
El Enemigo de Dios y del hombre se ha dado cuenta que es preferible "deconstruir" la sociedad que "destruirla". La diferencia estriba en que, mientras "destruir" implica demoler completamente, "deconstruir", supone un proceso de sutil desmantelamiento de las estructuras, mediante técnicas vanguardistas ("progres") para reutilizar sus elementos de forma selectiva e interesada. 

Y así ha ocurrido en los usos y costumbres, en los medios de comunicación, en las leyes, en la política, en la arquitectura, en la gastronomía y, también, en el lenguaje, a través de lo que Orwell llama "neolengua o nueva lengua".

El "Estado" ha ideologizado el lenguaje hasta el punto de convertirlo en una propaganda atea y anti divina que pretende abstraer las verdades absolutas, transformándolas en eufemismos y elementos artificiales, para dominar el pensamiento de sus ciudadanos.

Un "nuevo lenguaje" que es la mismísima esencia del "anillo único" de Tolkien: "Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas". 

Un "anillo" que habla, que fascina, tienta y atrae a quien lo utiliza. Un anillo creado para "gobernarnos a todos".
"One Ring to rule them all, 
One Ring to find them, 
One Ring to bring them all, 
and in the darkness bind them"

Este neolenguaje o deconstrucción del lenguaje pone el énfasis en la apariencia, o sugiere, al menos, que su esencia se encuentra en lo superficial, en lo banal y que los conceptos, valores e ideales son relativos y dependen del estado de ánimo personal. 

Su consecuencia más obvia es el llamado "lenguaje inclusivo", una invención del "Estado" globalista  que, con la excusa de la lucha contra la discriminación, por la igualdad y la inclusión, pretende modificar el habla y el lenguaje, con el propósito de cambiar nuestra mentalidad y convertirnos a todos en ciudadanos unitarios, normalizados y sumisos que hablan de la misma manera y con el mismo propósito.
Sin embargo, el “lenguaje inclusivo” no genera en sí mismo una sociedad más igualitaria ni más justa ni más verdadera. Tan sólo un modo de hablar que a muchos nos parece, como mínimo, ridículo. Pero para quienes lo utilizan, se trata de un reconocimiento mutuo de integración y pertenencia a ese pensamiento único. Es decir, utilizándolo, saben quiénes son de los "suyos" y quiénes no, y por lo tanto, "dividen" y "señalan".

La deconstrucción del lenguaje (Jacques Derrida) no es sino  el empeño subjetivo, radical y relativista de visibilizar el anhelo nietzscheano de la emancipación plena del ser humano, que no es otro que el objetivo diabólico y nihilista de tergiversar la verdad, de confundir bien y mal, y, en definitiva, separar al hombre de Dios.
Es el intento de deslegitimar el valor del logos, la palabra hablada, elemento de suma importancia en nuestra civilización judeo-cristiana, y desvincular el concepto de "verdad", separando "significado" y "significante", transformando y descontextualizando el sentido de las palabras (y de las cosas).

Es la pretensión de la afirmación personal de los propios valores éticos y la refutación del origen metafísico de las cosas: la negación del ser, de sus principios, de sus propiedades y de sus causas primeras. En definitiva, es la negación de Dios y la afirmación del "superhombre" nietzscheano

Es el anhelo de un "alter realismo" ausente de normas, de estructura y de método que deriva en un individualismo social que se opone radicalmente a la conciencia personal y social, que no se conforma con la realidad tal cual es, sino que recela de ella y pretende cambiarla para emanciparse a una realidad todavía por venir. 

Es la refutación nihilista, relativista y dictatorial de toda creencia, de todo principio moral, religioso, político o social. La negación de la Verdad absoluta y la afirmación de valores irreales reconstruidos. 

Es la esperanza desesperada, la certeza incierta, la identidad indeterminada, consecuencia de una actitud de rebeldía que hunde al ser humano a la oscuridad más absoluta y le aleja de la luz divina y trascendente. 

Es la manifestación del impío, el misterio de la iniquidad, que san Pablo anunció a la Iglesia de Tesalónica, que ocurriría antes de la venida del Señor :

"Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción;
apenas se quite de en medio el que por el momento lo retiene,
entonces se manifestará el impío...
La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás,
con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos,
y con todo tipo de maldad para los que se pierden,
contra aquellos que no han aceptado 
el amor de la verdad que los habría salvado.
Por eso, Dios les manda un poder seductor, 
que los incita a creer la mentira;
así, todos los que no creyeron en la verdad 
y aprobaron la injusticia,
recibirán sentencia condenatoria"
(2 Tes 2,7-12)

lunes, 5 de septiembre de 2022

EL BUEN SACERDOTE, AL SERVICIO DE LA VERDAD


El cardenal Robert Sarah, en su último libro titulado "Al servicio de la verdad", que (como los anteriores) está inspirado en su propia experiencia, nos cuenta su vivencia de la fe como sacerdote, desde la entrega total a Cristo y a su Iglesia. 

Para el cardenal africano, el buen sacerdote es alguien cuya vida brilla como el sol porque es el representante de Cristo. Es la imagen de la mujer vestida de sol de Apocalipsis 12: la Iglesia no es el sol, es la luna que refleja los rayos del sol que es Cristo, y por tanto, sus sacerdotes deben reflejarlo también.
 
El buen sacerdote comprende la importancia del sacrificio personal y la renuncia como seguimiento de Cristo, que es, en definitiva, lo que significa amar: sacrificar tiempo, recursos y energías por los demás y renunciar a la propia comodidad. 

El buen sacerdote es aquel que cuando no está hablando con Dios, está hablando de Dios. Habla siempre la Verdad a sus "hijos espirituales", aunque duela o no sea "políticamente correcta". Exactamente lo mismo que hizo Cristo: hablar sin medias tintas, sin tapujos. Sin miedo a la verdad.

El buen sacerdote no se deja instrumentalizar como una marioneta por el pensamiento dominante ni por lo "políticamente correcto"; cuida la liturgia y no la inventa ni la transforma a su capricho ni al de los demás, porque sabe que su misión es reproducir la liturgia que se actualiza en el mismo Cielo. 

El buen sacerdote es celoso. Sarah dice que “el celo es interés": interés verdadero por las personas. Celo por las almasEntusiasmo por la salvación de los hombres en cuerpo y alma. No se pertenece jamás a sí mismo sino al Señor. 

El buen sacerdote no es remolón ni perezoso, no malgasta el tiempo ni lo dedica al ocio ("padre del vicio"). Sabe que la pereza es un mal hábito que evita la actividad sin la que no se pueden lograr objetivos. Por eso, está siempre pendiente del cumplimiento de su misión.

El buen sacerdote no cede su pensamiento a las redes sociales ni se convierte en esclavo de internet, o en autómata del móvil, porque sabe que cuanto más se "navega", más se ahoga uno y cuanto más se "alimenta" de contenidos digitales, menos se metabolizan. Sabe que la sociedad es el más fiel reflejo de internet que consume "pasivamente" y actúa movida por sensaciones y sentimientos, que no piensa por cuenta propia, ni desde la verdad ni desde la razón. Y que es imprudente...
Sarah coincide con Francisco en ver en el clericalismo una de las mayores amenazas para la vida de la Iglesia hoy, un clericalismo que él llama "pragmatismo empresarial", un activismo que no está iluminado por la Palabra de Dios ni por la oración ni por el celo por las almas, y que se presenta como bondad cuando es, como mucho, eficacia mundana.

Lo que daña hoy a la Iglesia son los malos sacerdotes, lobos en piel de cordero”, que “dicen servir al rebaño cuando realmente se sirven de él para sus propios fines”.  Buscan, sobre todo, ser atractivos, "estar en la onda", pero están en un camino equivocado porque la Iglesia no trabaja para sí, no trabaja para aumentar los propios números ni el propio poder, sino para el hombre y para Cristo.

El cardenal nos deja claro lo que es un buen sacerdote, y análogamente, lo que significa ser un buen cristiano: alguien que brilla en un mundo de oscuridad, que se sacrifica por los demás, que habla con Dios y de Dios siempre, que no se deja manipular por el pensamiento dominante, que es celoso y comprometido por el Reino de Dios y que está iluminado por la oración y la Palabra. 

El buen sacerdote, el buen cristiano... es el que está siempre al servicio de la Verdad, al servicio de Cristo, al servicio del reino de Dios.

sábado, 3 de septiembre de 2022

¿UNA SERPIENTE OCULTA DEL VATICANO?

 

La Sala de Audiencias Pontificias del Vaticano, conocida como Aula Pablo VI o Sala Nervi (nombre de su autor, el arquitecto i) y con capacidad para más de 6.000 personas, tiene un diseño, tanto exterior como interior, lleno de simbolismos ocultos (siete, para ser exactos) que han llevado a muchos a formular variadas especulaciones sobre la existencia de una gran serpiente (o dragón) en el Vaticano.

Si nos fijamos en su estructura exterior, podemos apreciar un singular parecido del techo con la forma aplastada de la cabeza de una serpiente, en la que el forjado ondulado simula las escamas de un reptil, y los dos ventanales a cada lado, sus alargados ojos. 
 
Si pasamos a su diseño interior, podemos percibir cómo la forma de los ventanales evidencian una especie de ojos con pupilas transparentes; el diseño del techo es un entramado de 41 nervios perforados a modo de escamas; el altar simula una boca abierta con dos columnas a modo de dos grandes colmillos puntiagudos; y el pasillo se asemeja a una gran lengua alargada.
    

   
Si nos detenemos en su composición artística, podemos advertir una prueba más de la evidencia simbólica del reptil. La escultura que preside el centro del altar, La Resurrezione, es una estructura de bronce entramado construida en 1971 por el escultor Pericle Fazzini, quien afirma que representa un apocalipsis atómico: "Cristo emergiendo de un cráter producido por una bomba nuclear, una explosión atroz, un vórtice de violencia y energía".
     
La cabeza del Cristo, vista desde los laterales, se asemeja a la cabeza de una serpiente o, incluso, su cuerpo, al de de un dragón alado...Desde mi punto de vista, cualquier cosa, menos la imagen majestuosa y gloriosa del Resucitado.
      
Quizás nos preguntemos ¿Qué pretende representar esta iconografía tan anómala? ¿Qué significado tiene su ubicación en el corazón de la Iglesia? ¿Con qué intención se construyó esta simbología para que el Papa hablara desde la cabeza de una serpiente?
 
Unos mantienen la hipótesis de que estos símbolos guardan una estrecha relación con los Iluminati, sociedad secreta, a menudo, vinculada con la Iglesia y que habla por boca del Papa. Algunos, los asemejan a un altar diabólico o "trono de Satanás" (Apocalipsis 2,13). Y otros, a una raza imaginaria extraterrestre: los reptiloides reptilianos, humanoides con figura de lagarto o dragón, también llamados draconianos.

Pero aparte de especulaciones imaginarias y de teorías cospiranoicas, la respuesta que da la Iglesia está basada en la presencia de la serpiente en la Sagrada Escritura

-en el Jardín del Edén, como recuerdo del pecado original de Adán y Eva (Génesis 3,1-24).

-en la corte del Faraón de Egipto, como signo del poder de Dios, cuando la vara de Moisés se convierte en serpiente y devora las varas de los magos del faraón (Éxodo 7,10-12) , provoca las siete plagas (Éxodo 7,15-12,51) y separa las aguas del Mar Rojo (Éxodo 14,8-31). 

-en Meribá, como símbolo del castigo de Dios a Moisés y a Aarón, cuando les niega la entrada en la tierra prometida por su falta de fe (Números 20,1-11).
También, en la ambivalencia simbólica de la serpiente en la Palabra de Dios como animal salvador o como reptil maldito:

-símbolo de salud (Sabiduría 16,10-13).
-símbolo de astucia (Génesis 3,1; Mateo 10,16).
-signo de seducción (Génesis 3,13).
-adversario y enemigo de la Mujer, que representa a la Iglesia (Génesis 3,15).
-representación del Diablo (Apocalipsis 12, 9).


¿Curiosidad o voluntariedad?  
¿Casualidad o intencionalidad? 
¿Eventualidad o premeditación?

LA IDOLATRÍA DEL CUERPO

"Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, 
sólo a él darás culto"
 (Mt 4, 10)

Cada domingo, de camino a misa, no deja de sorprenderme ver a tanta gente haciendo deporte, ya sea yendo al gimnasio, corriendo, montando en bicicleta o jugando al paddle. ¡Qué lejos han quedado esos domingos en los que la gente se vestía con sus mejores galas para ir a misa o para salir a pasear con la familia! ¡Hemos cambiado la chaqueta por el short!

Aunque el culto al cuerpo ha existido en todas las culturas y épocas, el hedonismo narcisista se ha convertido en la nueva religión contemporánea, olvidando que somos una unidad de cuerpo y alma (Gadium et spes 3), para dedicar tiempo, recursos y esfuerzos a cuidar el primero, y a desatender completamente el segundo. 

El ser humano busca la perfección física y se olvida de la pureza espiritual. Elige rendirse culto a sí mismo y se lo niega a Dios. Ha reemplazado la Iglesia por el gimnasio, la fe por la estética, los sacramentos por las dietas y el día del Señor por el día del deporte.

Ha cambiado lo trascendental por lo trivial, lo divino por lo mundano, lo espiritual por lo material, como si, en la práctica, Dios no existiera. Ha dejado de creer en Él y de adorarlo, para exaltarse a sí mismo. 
La divinización del cuerpo se ha convertido en objeto sagrado de deseo humano, al que se colma de todo tipo de atenciones, cuidados y caprichos. Se trata de una clara expresión del materialismo imperante: un cuerpo constituido a voluntad o "comprado" a la cultura imperante.

En el fondo, esta búsqueda de la eterna juventud, perdida tras la caída de Adán, debería hacernos meditar sobre el verdadero sentido de nuestra vida: ¡el hombre ha sido creado para la eternidad! 

Sin embargo, el pánico escénico por la vejez y la muerte, nos hace buscar, paradójicamente, una efímera e insuficiente "eternidad" de 90/100 años. Algo absurdo, como nos recuerda el Señor: ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6,27).

El culto al cuerpo es una forma de idolatría tan antigua como el propio ser humano, que le hace colocarse "más allá del bien y del mal", que le motiva a "querer ser como Dios". Una liturgia física donde el templo es el gimnasio, el dios es el cuerpo y el altar la propia imagen. Una veneración corporal instigada por la ideología del mundo que anima a preocuparse por una vida física, individual y autosuficiente que pone la mirada en el terreno material, en el "yo", que nunca tiene suficiente y que nunca le conduce a la verdadera plenitud.

Vivimos en la era de la apariencia, de la fachada y del postureo. Una época donde la devoción por el cuerpo se ha convertido en una obsesión generalizada, en una adicción por mostrar "nuestro gran yo" y que "produce" a la misma vez, "talibanes del músculo" y "anémicos espirituales", más preocupados por el embalaje que por el regalo, más preocupados por la carcasa que por el motor. 
Esta lucha "telomérica" contra el envejecimiento y la muerte no debería olvidar que el cuerpo no es el contenido de la persona sino su continente. Una forma finita y temporal que empieza a degradarse nada más nacer, cuando comienza la destrucción celular. Pensar que el cuerpo nos define como personas es como pensar que la cáscara es la parte más delicada del huevo. 

Como dijo Benedicto XVI, existe una gran diferencia entre rendir culto al cuerpo o cuidarlo, entre idolatrarlo o su respetarlo:  "El equilibrio entre la dimensión física y la espiritual lleva a no idolatrar al cuerpo, sino a respetarlo y no hacer de él un instrumento que hay que potenciar a cualquier coste, utilizando incluso medios no lícitos".

Además, la Iglesia nos enseña que es importante cuidar el cuerpo pero no ensalzarlo: "la exigencia del respeto a la vida y a la salud del cuerpo, bienes preciosos de Dios, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas". (CIC, 2288-2289).

¡Busquemos formar un alma limpia y pura, un cuerpo glorioso, espectacular y reluciente, con una piel eterna tersa y suave, para estar a “la última” junto a Dios!

miércoles, 31 de agosto de 2022

¿QUÉ OCURRE EN MISA?

Matrimonios.
"Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos"
(Mt 28,20)

A menudo nos quejamos de que nuestras iglesias se vacían de personas, de que cada vez "va" menos gente a misa, de que las parroquias se vacían, pero nunca nos preguntamos el por qué o qué hacer para revertir la situación, más bien la criticamos o miramos hacia otro lado. 

Y yo creo que es porque nunca nos hemos planteado o comprendido lo que realmente ocurre en misa...y por eso, "dimitimos", tanto si dejamos de ir como si "vamos"...

San Juan Pablo II nos explica paso a paso qué ocurre en misa:

Agradecer
"En cada Santa Misa recordamos y revivimos 
el primer sentimiento expresado por Jesús 
en el momento de partir el pan, el de dar gracias" 
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 2)

Jesús nos enseña lo principal de la misa: dar gracias a Dios. No porque Él lo necesite sino porque nosotros le necesitamos a Él. Ser agradecidos implica confesarnos débiles y frágiles, reconocer nuestra dependencia de un Dios Padre Todopoderoso. Supone sabernos infinitamente amados por un Dios Padre que nos mira con ojos comprensivos y corazón misericordioso.

Sin embargo, con frecuencia, cuando "vamos" a misa, estamos más preparados para criticar que para agradecer, más dispuestos a mostrar rencor que a amar, más pendientes de "ir" que de "vivir" la Eucaristía. Estamos más atentos a "lo físico" que a lo "místico".

¡Cuántas veces voy a misa con un corazón resentido en lugar de agradecido! ¡Cuántas veces voy deprisa y corriendo, en el último minuto! ¡Cuántas veces voy sin estar preparado para comprender lo que allí ocurre!  ¡Cuántas veces voy para que ser visto y no para agradecer!

Actualizar

"La Eucaristía es el 'memorial', pero lo es de un modo único:
no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente
la muerte y resurrección del Señor.
Jesús ha dicho: 'Haced esto en memoria mía'.
La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él!"
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 5)

La Eucaristía es recordar, rememorar...nuestra fe en Cristo resucitado, pero no sólo eso: es compartir y renovar nuestra esperanza, actualizar a Cristo diariamente en nuestra vida. ¡No está muerto! ¡Ha resucitado! ¡Es real!... y nos llama a "vivir eucarísticamente", en comunión con Él y con toda su cuerpo místico.

¡Cuántas veces dudo y asisto sólo por tradición! ¡Cuántas veces "voy" por costumbre! ¡Cuántas veces pierdo mi memoria y dejo volar mi imaginación!

Presenciar

"La representación sacramental en la Santa Misa 
del sacrificio de Cristo, 
implica una presencia 'real': 
Por la consagración del pan y del vino 
se realiza la conversión de toda la sustancia del pan 
en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, 
y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre [Concilio de Trento]. 
 Verdaderamente la Eucaristía es 'mysterium fidei'
misterio que supera nuestro pensamiento 
y puede ser acogido sólo en la fe" 
(Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 15)

Además, digamos que, en realidad, solemos partir de un concepto erróneo, porque nuestras iglesias nunca están vacías, aunque no haya gente; nunca están desiertas, aunque sólo esté "físicamente" el sacerdote: Cristo se hace presente en cada Eucaristía, se "actualiza" en cada Liturgia. Es misterio de fe. Es Palabra del Señor (Mt 28,20).

Pero es que además... el cielo al completo se reúne en torno a Él para dar gloria a Dios: los santos, los mártires, los ángeles, la Virgen María, los apóstoles, los profetas... Y me pregunto ¿no es motivo suficiente para acercarme a presenciar la Gran Liturgia que une cielo y tierra? ¿Cómo puedo pensar que estoy solo en misa? ¿Quién dice que no va nadie?

¡Cuántas veces pienso que no ocurre nada! ¡Cuantas veces dejo de presenciar, de ver y reconocer que Dios está siempre a mi lado!

Comprender

"Es significativo que los dos discípulos de Emaús,
oportunamente preparados por las palabras del Señor,
lo reconocieran mientras estaban a la mesa
en el gesto sencillo de la 'fracción del pan'.
Una vez que las mentes están iluminadas
y los corazones enfervorizados, los signos 'hablan'.
A través de los signos,
el misterio se abre de alguna manera
a los ojos del creyente"
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

De la misma manera que Jesús resucitado se acerca a los discípulos de Emaús, cuando estos se volvían a su aldea tristes y decepcionados por su muerte, les explica Escrituras y arde su corazón, parte el pan y sus ojos se abren, ven y comprenden, nosotros tenemos que escuchar, ver y comprender a través de estos signos, que Cristo resucitado está realmente en la Eucaristía, que camina y se hace presente a nuestro lado.

Necesitamos tener una actitud agradecida y abierta a la gracia para dejarnos acompañar por el Señor. Necesitamos ponernos las "gafas de la fe", es decir, meditar y discernir los "signos que hablan", de la mano de María. Necesitamos abrir nuestra mente a la luz para que nuestro corazón arda de pasión. 

¡Cuántas veces no escucho ni veo ni comprendo! ¡Cuántas veces mi corazón es "piedra" en lugar de "fuego"! ¡Cuántas veces soy "duro de cerviz"!

Celebrar

"El aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete
La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo 
en el contexto de la cena pascual. 
Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite: 
'Tomad, comed... Bebed de ella todos...". 
Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión 
que Dios quiere establecer con nosotros" 
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

El Banquete es el tiempo, el lugar donde toda la comunidad se reúne.  Tiempo festivo y alegre donde reímos y compartimos nuestra vida y nuestra fe. La Cena Pascual es, en definitiva, el paso de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, del odio al amor.

¡Cuántas veces me convierto en un cristiano triste, apocado y con "cara de acelga"! ¡Cuántas veces parece que voy a un entierro en lugar de a un banquete! ¡Cuántas veces me niego a compartir mi vida y mi fe, mis alegrías y mis penas con mis hermanos! 
 

Comprometerse

Pero además, el Señor nos llama a todos a participar con Él. No dice: "Tú sí y tú no", sino "Todos", colectivamente, en comunión. Tampoco nos pregunta, sino que dice: "Tomad, comed y bebed" (Mt 26,26-27). Nos invita a participar, a comprometernos con Él. No podemos ignorar la llamada de Dios, no podemos excusarnos ante su invitación, no podemos "dimitir".

¡Cuántas veces me dejo llevar por la "dimisión" para no aceptar la "misión"! ¡Cuántas veces me refugio en mi comodidad en lugar de salir corriendo a anunciar que Jesucristo está vivo! ¡Cuántas veces temo participar y evito comprometerme! ¡Cuántas veces pienso: "conmigo no cuentes"! 

La Misa es mucho más que un evento al que asistimos los cristianos. Es mucho más que un acto social al que vamos o al que acudimos por costumbre o tradición. La Misa es un motivo de agradecimiento y recuerdo, de actualización y compromiso, de reconocimiento y apasionamiento, de celebración y comunión.

Cristo está presente en y con cada uno de nosotros, de muchas maneras: en cada sacramento eucarístico, en cada oración personal o comunitaria, en cada sonrisa o saludo, en cada palabra de nuestros hermanos. 

¡No podemos obviar lo que ocurre en misa! ¡No podemos pensar ni por un segundo que Cristo no es real o que es invisible! ¡No podemos dejar de reconocer, agradecer y celebrar su presencia en nuestras vidas! 

Eso es lo que ocurre en misa...¿te lo vas a perder?



JHR

sábado, 27 de agosto de 2022

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA FE?

"¿Quién nos separará del amor de Cristo?, 
¿la tribulación?, ¿la angustia?, 
¿la persecución?, ¿el hambre?, 
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?"
(Ro 8,35)

Seguimos caminando como pueblo de Dios por el desierto. No han sido cuarenta años sino dos, desde que el Covid 19 hizo su presencia en la tierra, pero nos ha parecido una eternidad. 

Han sido tiempos difíciles en los que la pandemia nos ha traído desgracia y muerte, sensación de caos y miedo que nos han llevado a realizar importantes transformaciones coyunturales y estructurales a nivel global: cambios de hábitos y planes, de mentalidades y comportamientos, de leyes y procedimientos...También en la Iglesia. 

Algunos cristianos han achacado la pandemia a un castigo divino por nuestros pecados. Otros, sencillamente, no le encuentran explicación y se han colapsado en lo que podría llamarse una pandemia "eclesial".   

Esta epidemia "eclesial" a nivel mundial ha generado en el corazón humano un miedo extremo a la muerte, ha debilitado la esperanza y la fe de muchos cristianos, incluso obispos y sacerdotes que han confiado más en científicos y políticos y han cerrado parroquias y establecido medidas desproporcionadas que no eran obligatorias. Esto ha provocado una parálisis espiritual que nos ha alejado (voluntaria o involuntariamente) a todos de la presencia de Dios, imposibilitándonos la participación en los sacramentos. Muchos de los que se han ido...no han vuelto.
Es necesario recordar que a lo largo de toda la historia de la Iglesia ha habido multitud de epidemias y pandemias, de pestes y plagas, de persecuciones y martirios sangrientos...y nunca se cerraron parroquias ni se suspendieron misas. Incluso, el Señor, que se rodeaba de enfermos contagiosos como los leprosos, nunca tuvo reparo en seguir cumpliendo su misión...¿la razón? porque tenía plena confianza en Dios y en su Providencia.

Pero hoy no queremos señalar culpables ni responsables sino meditar sobre los cambios y transformaciones que se han producido tanto en el seno eclesial y litúrgico, como en la mente y el comportamiento de muchos feligreses, sobre todo, de los más mayores.

El Enemigo ha utilizado siempre el miedo y la desconfianza para separar al hombre de Dios. Con la pandemia, ha penetrado sin ningún obstáculo en nuestros templos a causa de la desaparición del agua bendita (y se ha frotado las manos con gel hidro alcohólico) y de la suspensión de la Eucaristía y del resto de los sacramentos (y ha campado a sus anchas por los espacios, otrora sagrados y entonces, vacíos).  

Cuando no se han suspendidomisas y adoraciones se ha cambiado la Eucaristía presencial por la televisada, el signo de la paz por las miradas de desconfianza, la sonrisa alegre de nuestra cara por la mascarilla que la oculta, la comunión sacramental en la boca por la recepción manual, a través de pantallas de metacrilato, o incluso se nos ha negado. 
El temor y la falta de fe nos ha llevado a sustituir la confesión por el aislamiento, la oración comunitaria por el rezo a través de WhatsApp, los retiros por los confinamientos, la señal de la cruz por el termómetro en la frente, la gracia por la vacuna, la confianza por la sospecha, la fe por la distancia "de seguridad". 

Se han perdido costumbres y tradiciones de la Iglesia y en algunas parroquias, el sacerdote ya no se lava las manos con agua como símbolo de purificación, sino que lo hace con gel, aunque el misal romano especifica claramente la obligación de “lavarse las manos".
Es imperiosa la necesidad de pedirle a Dios que aumente nuestra fe y nuestra confianza en Él. Baste recordar las palabras que Jesús nos repite continuamente, porque conoce nuestra debilidad y fragilidad humana: 

-"No temáis" (365 veces a lo largo de la Escritura)

-"No estéis agobiados por vuestra vida...¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?" (Mt 6,25 y 27)

-"¿No hará Dios justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 7-8)

También San Pablo, que escribió a la Iglesia de Roma durante tiempos muy difíciles de persecución y epidemia, nos consuela y nos anima: 

-"El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Ro 8,26-28).

-"Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis...somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él." (Ro 8,13-14. 16-17)

La pandemia nos ha colocado como nunca ante la necesidad imperiosa de discernir los signos de los tiempos y de comprender que estamos todos juntos, ante el bien y el mal, en la salud y en la enfermedad; en una misma barca, con un mismo espíritu y una misma fe: la de la Iglesia, en la que no debemos temer nada porque en ella también está Cristo, Dios-con-nosotros. Y "Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? "(Ro 8,31).

Aquí dejo mis preguntas para la reflexión:

¿Cómo va a ser el Señor medio de transmisión del mal para tener que recibirlo con gel y en la mano?

¿Cómo voy a estar más protegido del mal, con el gel o con el agua bendita? 

¿Cómo voy a estar más seguro, con la distancia de seguridad o con la gracia?

¿Cómo voy a tener más paz, con una mirada sospechosa o con un abrazo?

¿Cómo voy a encontrar mejor a Jesús, con la televisión o con la comunión?

¿Cómo voy a protegerme del pecado, con el confinamiento o con la confesión?

¿Cómo voy a pedir a Dios que aumente mi fe, con el silencio o con la oración?

Y cuando venga el Hijo del Hombre... ¿encontrará fe en la tierra?



JHR