“Permanezcan en mí como yo en ustedes.
Una rama no puede producir fruto por sí misma
si no permanece unida a la vid;
tampoco ustedes pueden producir fruto si no permanecen en mí.
Yo soy la vid y ustedes las ramas.
El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto,
pero sin mí, no pueden hacer nada.”
Juan 15,4-5
El anhelo de independencia es parte de nuestra naturaleza humana desde el inicio de la creación, con Adán. El primer hombre lo buscó aliándose con el mayor enemigo de Dios y así le fue…así nos fue…
El hombre actual vuelve por sus fueros y proclama a los cuatro vientos su deseo de autonomía e independencia de Dios.
El hombre no tiene ni siente necesidad de Dios porque el hombre quiere ocupar el lugar de Dios. Es una vieja historia, renovada hoy por el hombre posmoderno.
La exaltación del hombre es el culmen de la posmodernidad pero es también su crisis: el tiempo de la secularización, el tiempo del relativismo ético y de la desorientación moral en la cual el hombre no sabe decir más nada sobre sí mismo, de dónde viene, adónde va, y cuál es el sentido de su vida y de su caminar.
Lo mismo le pasó al hijo pródigo en la parábola de Jesús: se creyó “su propio padre”, pidió su independencia y dilapidó su herencia.
El anhelo de independencia desune, hace que la familia y el matrimonio pierdan su sentido. Desde el principio, el Diablo ha intentando sembrar discordia en la pareja y en la familia, enfrentando a hombre contra mujer, a hermano contra hermano, padre contra hijo…
Con el aumento significativo de los divorcios, de las familias desintegradas, de las convivencias libres y sin compromiso y de las uniones homosexuales parece que los matrimonios y las familias están en peligro de extinción, tienden a desaparecer del todo.
Las crisis de la pareja, del matrimonio y de la familia son síntomas de una crisis todavía más profunda. Cuando se quiebran las columnas que sostienen la casa, significa que la misma casa está por colapsar.
La crisis de la pareja, del matrimonio y de la familia, conducen a una crisis todavía más profunda, la de la sociedad. Una sociedad enferma incapaz de hacer un diagnostico real y que ha vuelto la espalda a Dios creyéndose capaz de auto-curarse por sí sola. Sólo Cristo salva; sin él no hay camino posible a la vida.
Para que el amor en la pareja reflorezca, para que el matrimonio sea nuevamente valorado y la familia resurja de sus cenizas es necesario volver a las raíces de la fe, es necesario rencontrarse con Jesús, salvador y redentor de la humanidad, quien no tuvo anhelo de independencia al entregarse por todos nosotros.
El anhelo de independencia impide al hombre comprometerse. Muchos chavales dejan de estudiar porque no quieren comprometerse a la disciplina de ir al colegio cada día y cumplir con sus deberes. Otros pierden su trabajo porque no quieren cumplir con la rigidez del horario o con las órdenes de un “jefe caprichoso”. Muchos no quieren comprometerse con la sociedad, con el gobierno, con las leyes...
El anhelo de independencia (de Dios) es la esencia del pecado. En el principio fue Satanás, que anhelaba el poder, ser como Dios. Luego, engañó y embaucó a Adán.
Hoy enreda a muchos cristianos, que añoran una cierta autonomía y libertad, una cierta distancia de Dios, darle la espalda, y se preguntan ¿por qué no puedo gobernar mi vida yo solo?
No matan, no roban (Satanás no robó ni mató; ni tampoco Adán), creen ser buenas personas pero prefieren vivir la fe a su modo, individualmente, sin necesidad de Dios. Es la negación del derecho de nuestro Creador a guiar nuestra vida, es la esencia de la rebelión contra Dios, del pecado original.
El anhelo de independencia implica creerse la mentira de Satanás de “ser como Dios”. Si el Diablo consigue que pensemos así y actuemos independientemente de la voluntad divina, entonces controlará nuestra voluntad y nuestra vida. Creeremos que estamos actuando por nosotros mismos, que estaremos decidiendo con libertad, lo cual forma parte del engaño de Satanás, pero en realidad, estaremos actuando bajo sus órdenes, bajo su poder y bajo su voluntad.
El anhelo de independencia es excluyente, divide a los hombres, separa a las parejas, aleja a los hijos, aparta a los hermanos, distancia al ser humano Dios y le transforma en un monstruo insaciable de gloria, ansioso de éxito y ávido de poder.
Lo excluyente es egoísta y el egoísmo es lo contrario del amor, lo opuesto a Dios. El amor y la misericordia divinas no excluyen a nadie; todo lo contrario, unen, sanan, dignifican y redimen.
Ser como Dios es cumplir su voluntad. Ser como Dios es haber sido creados a “Su imagen y semejanza”. Ser como dios es reconocerle nuestro Padre y Creador. Ser como Dios es amar como Él. Ser como Dios es ser “perfectos, así como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”.