¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 13 de octubre de 2018

EL ROSARIO: ¿POR QUÉ ORAR A MARÍA?

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Cuántas veces hemos escuchado: "A mí, el Rosario me cuesta mucho rezarlo... es una oración repetitiva y monótona... es de personas mayores... es un rollo", ¿verdad?. A mí también me pasaba y pensaba lo mismo.

La verdad es que hay muchas cosas en la vida que nos cuestan, que nos parecen un rollo: hacer las tareas de la casa, ir a visitar a un enfermo al hospital, acudir a un funeral, escuchar, acoger y acompañar a un hermano en la fe... 

Y es que no todo lo que hacemos en la vida es divertido pero, desde los ojos de nuestra fe, todo lo que hacemos es por amorPor amor, y por que todo lo que tiene valor y merece la pena, requiere de esfuerzo y perseverancia. Es algo que los cristianos tenemos muy presente en nuestras vidas.

Con el Santo Rosario, con el Credo o con el Padrenuestro pasa lo mismo. No se trata de centrarnos en si nos gusta o no, si nos divierte o nos aburre...Como todo en la vida, si lo hacemos por obligación, no disfrutaremos nunca. Si lo hacemos por amor, la cosa cambia, y mucho:

Si miramos el Rosario como una conversación de amor y cariño a la Virgen, nuestra percepción general cambiará radicalmente. 

Si contemplamos cada misterio como si estuviéramos allí mismo, experimentaremos sensaciones para nada aburridas y seremos partícipes protagonistas de la Pasión de nuestro Señor. 

Si rezamos cada Padrenuestro o Gloria con fe y confianza, comprobaremos cómo nuestra mente y corazón se transformarán ante la escucha atenta y el cumplimiento en nuestra vida de la Palabra. 

Si rezamos cada Ave María como una declaración de amor a una Madre, encontraremos amparo, paz y sosiego en nuestro corazón. 

La Virgen nos conduce siempre a su Hijo

Hablando Jesús a la multitud como en tantas ocasiones, una mujer entre el gentío alzó la voz y gritó: "Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. " (Lucas 11,27).

Sin duda, las palabras de alabanza, devoción y admiración de esa mujer producirían en Jesús un sentimiento de emoción, agradecimiento, orgullo y amor por su Madre. Aquel día comenzó a cumplirse el Magnificat: ...me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Una mujer, con la frescura del pueblo, había comenzado lo que muchos continuaríamos hasta el fin de los tiempos.

Sin embargo, Jesús, recogiendo la alabanza de esa mujer, hace aún más profundo el elogio a su Madre: "Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan(Lucas 11, 28). Con sus palabras, Cristo enaltece aún más a su propia Madre quien escuchó, guardó y cumplió la voluntad de Dios como ninguna otra criatura de la tierra.

María es bienaventurada, desde luego, por haber llevado en su Purísimo seno al Hijo de Dios, por haberlo alimentado y cuidado con su Inmaculado corazón, pero lo es aún más, por haber acogido la Palabra de Dios con extrema fidelidad y confianza

Las palabras de Jesús nos muestran la forma más perfecta de alabar y de honrar al Hijo de Dios: venerar y enaltecer a su Madre. Eso es lo que hacemos cuando rezamos el Rosario: venerando a la Virgen, alabamos y honramos a Jesucristo. 

Nuestra Señora y Reina es el camino más corto y sencillo, el medio más directo y perfecto, establecido por el propio Dios, para que la humanidad llegue a Jesús, y con Él al Padre, a través de las gracias del Espíritu Santo. Así fue desde la Encarnación, pasando por la Vida pública, la Pasión, la Cruz y la Resurrección, hasta la Coronación.

Rezar el Rosario no es dejar de lado a Cristo para dar importancia a María. Todo lo contrario: El Rosario une siempre a María con Jesús

La Virgen María nos conduce a su divino Hijo, y Él escucha siempre las súplicas que se le dirigimos a su Madre. Honrando a María, como hijos suyos y esclavos de amor, imitaremos a Cristo y seremos semejantes a Él. 

Mientras Santa María es mencionada y venerada en el Rosario, la Virgen atrae a los creyentes hacia su Hijo, su pasión y su sacrificio, y desde Él, hacia el amor del Padre.

El Santo Rosario, la oración preferida de la Virgen

Con el rezo del Rosario, todos los cristianos, todos los hijos de la luz, nos unimos a ese gran ejército de María, que honra y venera a nuestra Reina y Madre a lo largo de los siglos.

El Rosario es nuestro clamor incesante al contemplar y meditar, de la mano de la Virgen Santísima, las principales escenas de la vida de Jesús y de María, a través de  los misterios de gozo, dolor, luz y gloria: 
  • Con los misterios gozosos, desde la Encarnación hasta su Pérdida y Hallazgo en el templo, aprendemos a hacernos pobres y pequeños como se hizo Jesús. El dejó su trono junto al Padre y se hizo ¡un niño!, por nosotros, se hizo un servidor para nosotros. Además, nos impulsarán a servir al prójimo con humildad y alegría. 
  • Con los misterios dolorosos, desde la Oración en el huerto hasta la Crucifixión y Muerte, aprendemos a aceptar con docilidad y amor las pruebas y los sufrimientos de esta vida, como Cristo en su Pasión.
  • Con los misterios luminosos, desde el Bautismo hasta la instauración de la Eucaristía, aprendemos y meditamos la vida pública de Jesús, y así, alcanzamos luz y guía para convertirnos en seguidores y discípulos suyos.
  • Con los misterios gloriosos, desde la Resurrección de Cristo hasta la Coronación de María en el Cielo, somos partícipes de la unión de la tierra y el cielo, alcanzamos la felicidad y la alegría máximas en esta tierra., mientras esperamos la vida eterna.

El Rosario es la oración preferida de Nuestra Señora, una plegaria que llega siempre a su Corazón de Madre, que nos regala incontables y numerosas gracias. 

El Rosario es una recomendación de nuestra Madre, la Virgen María, quien hace 101 años, en Fátima, nos dijo: "Rezad el Santo Rosario a diario".

El Rosario es un saludo que hacemos a Santa María, uniéndonos al del Arcángel y al de Santa Isabel. Un saludo que se dice pero que también se piensa y se medita.

El Rosario es un ramo de rosas que regalamos a la Virgen porque la amamos profundamente. Una corona de flores con la que entronizamos a la Virgen como Reina de cielos y tierra.
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El Rosario es un "Te quiero" que repetimos incesable e incansablemente a Nuestra Madre María y a Nuestro Señor Jesucristo, y que, cada vez que se lo decimos, adopta un nuevo enfoque y una tonalidad diferente.

El Rosario es una "Ópera" que recitamos mientras la música de Cristo resuena en nuestros corazones y llena el escenario de nuestras vidas. Un aria con las que obtenemos las gracias necesarias para nuestra salvación.

El Rosario es un coloquio confidencial con María, una conversación llena de confianza y abandono donde le exponemos nuestras penas, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y donde le abrimos nuestro corazón. 

El Rosario es una declaración de amor, compromiso y fidelidad, con la que nos ponemos a su disposición para todo aquello que la Virgen, en nombre de su Hijo, Jesucristo, nos pida. 

El Rosario es un camino hacia la Paz, la Verdad y la Vida a disposición de todos los hombres, por el que María nos conforta en nuestras necesidades, nos protege del Mal y nos ayuda a vencer las tentaciones.

El Rosario es una escalera hacia el cielo que subimos junto a Nuestra Madre, escalón a escalón, parándonos en cada rellano y meditando la Palabra en nuestro corazón. Un camino hacia la Paz y el Amor.

El Rosario es una llamada al amparo, protección y salvaguarda de Nuestra Madre que, por su maternal e incondicional amor nunca desoye las súplicas que le dirigimos sus hijos amados.

Frutos de la devoción a Santa María

Según el Concilio Vaticano II, "la devoción al Santo Rosario y a la Virgen María no es de ninguna manera un sentimiento estéril, monótono y pasajero, o vana credulidad, propio de personas mayores o de escasa formación. Por el contrario,  procede de la verdadera fe, por la que somos inclinados a reconocer la preeminencia de la Madre de Dios y somos impulsados a un amor filiar hacia Nuestra Señora y a la imitación de sus virtudes"

El rezo del Rosario, la devoción y el amor a la Virgen nos impulsa a imitarla y, por tanto, a escuchar la Palabra de Dios y meditarla en el corazón.

Nos mueve a rechazar todo pecado, hasta el más venial, nos anima a luchar contra todos los males, propios o ajenos, nos da el remedio para combatir las tentaciones del orgullo, la carne y el demonio.

Al contemplar su docilidad a la acción del Espíritu Santo en su alma, nos estimula a cumplir la voluntad de Dios en todo tiempo, con alegría y sin tibieza, incluso cuando nos cuesta. 

La visita a un santuario mariano, las romerías o las misiones marianas nos llenan de fe, esperanza y caridad el alma y , con ellas, nos brindan las fuerzas necesarias para alcanzar nuestra santidad.


miércoles, 10 de octubre de 2018

OTRA VEZ...POR EL DESIERTO


“Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua 
ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura” 
(Deuteronomio 8,15)

De nuevo, me encuentro vagando por el desierto.... en soledad, en silencio, en oscuridad. 

Durante el día, todo es árido, inhóspito e incómodo. No hay nada, ni lo más elemental. Sólo sed, calor, cansancio y abatimiento. 

Durante la noche, todo es privación, vaciedad y carencias materiales. No hay nada, ni lo más necesario. Sólo hambre, frío, silencio  y soledad.

Desnudo y expuesto al calor abrasador de una sociedad materialista, camino hacia el misterio de Dios. Sólo a través de la oración y la comunión con Él, soy capaz de ser simplemente yo ante Él.

Descalzo y abatido, camino ante la inmensa aridez que me rodea...el vacío se abre a mis pies, la arena apenas me deja caminar con paso firme. Sólo a través de mi confianza plena en la insondable voluntad de Dios puedo mantenerme en pie.
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Despojado de mi propio yo y de las cosas prescindibles de mi vida, mi alma se desnuda, se desapega de lo innecesario y busca el oasis donde se halla la fuente de agua viva. Sólo a través de mi incansable búsqueda de Dios, soy capaz de resistirlo y soportarlo.


Frágil y limitado, mi fe experimenta la prueba y la purificación.
Sólo a través de mi seguimiento a Cristo soy capaz de mantener el sosiego, la calma y la paz.

Vulnerable y tentado, vadeo dunas, evito escorpiones, eludo serpientes y siento como si mi mundo se viniese abajo. Sólo a través del leve soplo del Espíritu, soy capaz de entenderlo y vivirlo.

Moises, Jesús, Pablo, caminaron por el desierto de la prueba, la tentación o la purificación.

Al igual que ellos y otros muchos, sé que debo pasar por él con confianza y humildad, con desapego y pobreza, con renuncia y austeridad. 

Sé que debo estar dispuesto a perderlo todo: mi seguridad, mi comodidad, mi interés, mi voluntad.

Y lo hago porque tengo la absoluta certeza de que Dios no me abandonará jamás. 

Aunque esté a mi lado y no pueda verle..

Aunque parezca distante y no pueda escucharle...

Sé que Dios está conmigo.

¡Gloria a Dios!

lunes, 8 de octubre de 2018

SÍNTOMAS DE UNA PARROQUIA ENFERMA

Cuando acudimos al médico, lo hacemos porque estamos enfermos o nos encontramos mal. Sabemos que el doctor nos preguntará qué nos pasa, nos auscultará, nos medirá la presión arterial y temperatura, nos pedirá una analítica de sangre o de otro tipo... Es la forma sana de buscar síntomas que nos pongan en alerta y que nos puedan indicar si existen problemas reales y serios.

Desde hace ya algunos años, escribo sobre chequeos y diagnosis parroquiales: 

https://cristianosdigitales.blogspot.com/2015/07/diagnostico-pastoral-de-una-parroquia.html.

https://cristianosdigitales.blogspot.com/2016/08/un-chequeo-la-parroquia.html 


En mis artículos, reflexiono sobre algo que aprendí en varios encuentros de nueva evangelización y que me ha servido de mucho en mi camino de fe sobre los aspectos vitales de la salud de una parroquia: Adoración y Culto, Comunidad y Acogida, Caridad y Servicio, Discipulado y Evangelización.

Hoy quiero volver a "jugar a los médicos". Entendámonos, ni es un juego ni yo soy médico. Me refiero en sentido espiritual. Quiero quitarle dramatismo pero no la importancia que tiene. Se trata de hacer un nuevo "chequeo rutinario" a una parroquia cualquiera, con el objetivo de diagnosticar y encontrar algunos síntomas que puedan indicar problemas reales y serios dentro de mi Iglesia, y claro, tratar de dar luz para solucionarlos.

Los síntomas no son necesariamente un problema; simplemente, nos proporcionan advertencias o precauciones ante posibles dificultades que pueden ir "a más".

Si bien hay muchos síntomas potenciales para diagnosticar que una parroquia esté enferma, los siguientes siguen siendo, años después y por desgracia, bastante comunes en muchas de ellas:

Adoración y Culto

1-Disminución de la asistencia a misa. Éste es el primer síntoma de que algo no está sano en una parroquia. Los miembros no están tan comprometidos, o al menos, no como antes.
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-Falta de alegría y vitalidad. Este síntoma puede ser subjetivo pero es, sin embargo, muy importante. Todos podemos sentir cuando una parroquia carece de fervor o no es vibrante y nadie se apunta a un ejército con moral perdedora.

Comunidad y Acogida

3-Comunidad inexistente.
Si los que asisten a misa se limitan a llegar, consumir sacramentos e irse, sin confraternizar, sin sentirse familia, sin crear comunidad, es síntoma de que la parroquia tiene una salud deficitaria.
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4-Conflictos y chismes. Sí, existen en muchas parroquias. Estas guerras son indicadores de un enfoque erróneo de los miembros y de falta de caridad: "Yo soy de Pablo, tú de Pedro". Cada uno hace la "guerra" por su cuenta y así no se gana ninguna.

Caridad y Servicio

5-Más reuniones que servicio. Una parroquia enferma se reúne con demasiada frecuencia para hablar sobre lo que deberían hacer, en lugar de hacerlo.

Algunas parroquias tienen más consejos parroquiales que personas comprometidas. La actividad, es necesaria; el activismo, es perjudicial.
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Una vez, escuché de alguien que: "Cuando Dios desaparece de una parroquia, le envía reuniones y papeles".

6-Consejos parroquiales de negocios. Las parroquias enfermas, a menudo, dedican la mayor parte de sus consejos a la economía, a las estructuras y a los números, en lugar de buscar cómo llevar almas a Dios.


Discipulado

7-Expectativas pastorales poco realistas o efectivas. Las parroquias enfermas ven a los sacerdotes y consagrados como a las únicas personas preparadas para hacer todo el trabajo de la parroquia. 
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Las catequesis se dan por inercia pero son caducas o inefectivas (1ª comunión, confirmación, matrimonio),y conducen a las personas a la Iglesia en un momento de sus vidas para, poco después abandonarla para siempre.

8- Falta de discipulado. Las parroquias enfermas no "salen" a hacer discípulos sino que se "encierran" en sí mismas y la formación que ofrecen es inexistente. 
Han "enfermado" en el cumplimiento de la misión de Jesús de "Id y haced discípulos". 

Las parroquias sanas tienen equipos de discípulos formados y comprometidos con el servicio, que además, forman y hacen más discípulos.

Evangelización

9-Poco fruto evangelizador. Como regla general, una parroquia evangelizadora debería alcanzar al menos a un alejado por cada 20 feligreses. Una parroquia con una asistencia de 200 personas, por ejemplo, debería ver al menos 10 nuevos cristianos al año. Sin embargo, esto no ocurre.

10-Sin métodos ni visión. Quizás por pereza o por hastío, las parroquias enfermas no se plantean ningún método o programa para evangelizar a otros, para acercar almas a Dios. Al "calor del hogar", ni siquiera se planten cuál es su misión. Un grave problema de salud.

Evidentemente, ninguno de estos síntomas es bueno, pero muchas parroquias atraviesan períodos donde demuestran algunos de ellos. La clave es reconocer estos síntomas y responder rápidamente.

Este podría ser un posible diagnóstico en relación a la cantidad de síntomas de enfermedad en una parroquia:

De 1 a 2 síntomas. Normal para la mayoría de las parroquias si se dan en un corto período de tiempo. No es un indicador de mala salud, pero los síntomas deben abordarse con prontitud.

De 3 a 5 síntomas. La parroquia está enferma y necesita atención inmediata. Es la primera alerta importante.

De 6 a 8 síntomas. La parroquia está muy enferma. Si no se realizan cambios significativos, la comunidad está en peligro de pasar a la fase terminal.

De 8 a 10 síntomas. La parroquia está en fase terminal, en peligro de muerte y de extinción. Puede que la muerte o extinción no sea inminente pero, ineludiblemente ocurrirá en los próximos 5/10 años. Si bien es posible que una parroquia se recupere de este nivel de enfermedad, es raro. La intervención debe ser rápida, intensa, dramática y difícil de soportar.

Como digo, no soy médico ni mucho menos alguien autorizado para examinar a la Iglesia y mucho menos para juzgarla. 

Sin embargo, mis reflexiones surgen desde un profundo amor a mi "familia", a mi Iglesia, de la que me siento parte, y siempre con el ánimo de hacer lo que esté en mi mano para revertir una situación que, sinceramente, me angustia y preocupa. El resto, se lo dejo a Dios en mis oraciones.

sábado, 29 de septiembre de 2018

LA IGLESIA NECESITA...


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"Él hace que el cuerpo crezca, 
con una red de articulaciones que le dan armonía y firmeza, 
tomando en cuenta y valorizando las capacidades de cada uno. 
Y así el cuerpo se va construyendo en el amor."
(Efesios 4, 16)

Hace poco, en un retiro de Emaús, tuve la oportunidad de saludar personalmente a un sacerdote excepcional de Villanueva de la Calzada.  Y aunque no he tenido la ocasión de hablar más profundamente con él, me consta porque le leo, que tiene las cosas muy claras sobre lo que necesita la Iglesia, y entre otras, son las siguientes:

La Iglesia n
ecesita audacia y valentía para no dejarse arrastrar por la inercia de "lo de antes" ni acomodarse en la seguridad de "lo de siempre".

La Iglesi
a necesita transformar la caduca y obsoleta estructura  diocesana: las catequesis de iniciación cristiana, la distribución del clero, la pastoral de la economía, la pedagogía de la espiritualidad, etc. ¡Ya no funcionan!

La Iglesia nece
sita hacer autocrítica: dejar de estar "a la defensiva" cuando algo va mal, dejar de despejar balones fuera cuando se vacían las parroquias o cuando son ineficaces, dejar de culpar a la sociedad.

La Igles
ia necesita parroquias sanas, fuertes, vivas, vibrantes, que den ánimo y esperanza a otras parroquias y párrocos del entorno. Como organismo vivo que es, necesita que esté sana para crecer. Si una parroquia no está creciendo, es porque está enferma y puede que se esté muriendo. Algo estamos haciendo mal y por ello, debemos hacer todo lo necesario para diagnosticar el mal y corregirlo. No podemos permanecer pasivos.

Imagen relacionada¿Cuál es entonces el secreto para que una parroquia esté sana, fuerte, viva y vibranteEn una palabra: ¡Equilibrio!

Dios ha diseñado y creado el universo con este principio del equilibrio. También nuestro cuerpo tiene 12 sistemas diferentes y absolutamente necesarios para mantener su salud. Cuando éstos no están en equilibrio y no cumplen sus funciones determinadas, lo llamamos "enfermedad".

De igual manera que cuando nuestra vida no está equilibrada, enfermamos y morimos, si nuestra parroquia está desequilibrada, enfermará y morirá. 

Es el propio Jesús quien nos describe las bases sobre las que se asienta el crecimiento de una parroquia sana y fuerte en Efesios 4,  en Juan 17 y en Hechos 2.

Una parroquia crece al amparo de una comunidad: 
- a propósito y con propósito, que conjugue visión y misión.
viva y acogedora, que reciba y envíe personas
- alegre y floreciente, que ilusione y cree impulso
- agradecida y cordial, que no mire al pasado con nostalgia

Una parroquia profundiza con un discipulado:
- bien formado y educado en un liderazgo capacitador.
- que planifique y desarrolle estrategias.
- que realice diagnósticos. 
- que ejecute los objetivos y evalúe los resultados.

Una parroquia se fortalece con oración: 
- que discierna lo que viene de Dios y lo que es simple éxito mundano.
- que ofrezca sacramentos al alcance de todos.
- que celebre un culto enriquecedor que motive y movilice a todos.

Una parroquia trasciende con un servicio:
- que tenga una pastoral dirigida a la persona.
- que dinamice estructuras.
- que huya de un laicado "atrofiado" y "anestesiado".
- que evite el clericalismo y el providencialismo.

Una parroquia crece con la evangelización:

compartiendo métodos y experiencias de conversión.
- dando plenitud a los dones y carismas que tienen sus fieles.
- sin inventar ni abolir nada.
- sin pedir a Dios que bendiga lo que hacemos, sino sumarnos a lo que ya está bendiciendo. 

Es necesario estar continuamente corrigiendo y analizando el equilibrio de estos cinco principios de toda comunidad parroquial, porque existe una tendencia a priorizar aquello en lo que sentimos fuertes y a abandonar lo que nos da más trabajo o nos requiere mayor cantidad de tiempo: una parroquia puede ser fuerte en comunidad, pero débil en evangelización; otra puede ser fuerte en el culto, pero débil en el discipulado; incluso otra puede ser fuerte en el evangelización, pero débil en el servicio. 

Imagen relacionadaCentrándonos por igual en cada uno de las cinco puntos, nuestras parroquias desarrollarán un sano equilibrio que hará posible su crecimiento duradero y sólido.

Cristo nos recuerda que hay que podar un árbol para que crezca. En la Iglesia faltan jardineros que se dediquen a la poda… Y eso genera árboles devaluados… que dan poco fruto o que no dan ninguno.

Cristo nos recuerda que ya ha vencido. Nadie se alista a un ejército en retirada, nadie es de ningún equipo perdedor. Sólo es posible avanzar con una moral de victoria. Hay que ilusionar y crear pasión.

viernes, 28 de septiembre de 2018

EL ARTE DE SER DERROTADO

"El que ama a los hombres, 
ha de amarlos 
o porque son justos
 o para que sean justos."
(San Agustín)

Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen, a quienes nos difaman y calumnian, a quienes nos hacen sufrir, es una exigencia muy difícil de cumplir. Ni siquiera es un "buen negocio", al menos dentro de la lógica del mundo ni de los criterios humanos.

Sin embargo,
 a los cristianos se nos exige mucho más que al resto del mundo, que ama a sus amigos. Amar a nuestros enemigos es el camino indicado y recorrido por Jesús"Amad a vuestros enemigos y no hagáis frente al que os ataca"(Mateo 5, 39).

No obstante, es cierto que no podemos ser tan ingenuos ni cándidos como para desechar la justicia para exigir nuestros propios derechos, los de nuestra Iglesia y, por supuesto, los de Dios.

Aún así, cualquier renuncia, sacrificio u ofrecimiento no debe parecernos excesivo en bien del prójimo, incluso en el de nuestros enemigos. Así, nos asemejamos a Cristo que nos dio un ejemplo de amor totalmente por encima de cualquier medida humana. 

El "arte de ser derrotado"

El arte de ser derrotados es ceder a nuestro orgullo, a nuestra ansia de justicia o venganza y "dejarse derrotar". La grandiosa novedad de Cristo fue que se dejó derrotar por amor, para obtener la victoria sobre la muerte.

El arte de ser derrotado supone que cuanto más daño y ofensa nos hagan, más amor debemos dar, más tenemos que negarnos a nosotros mismos, más debemos reflejar la actitud misericordiosa de Cristo en la cruz: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen". 

El arte de ser derrotados nos lleva a comprender a todos y a disculparlos, si bien este amor benigno no puede convertirse en indiferencia ante la verdad, la bondad y la belleza. Es necesario distinguir entre el error, que debe ser siempre rechazado, y el hombre que yerra, quien siempre conserva su dignidad aún cuando camine desviado por falsas ideas. Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios.Todos siguen siendo hijos de Dios, capaces de rectificar sus errores, de arrepentirse, de convertirse y alcanzar la gloria eterna
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El arte de ser derrotados implica no tratar jamás mal a una persona ni tener enemigos personales y considerar el pecado como el único mal verdadero, sin que ello esté reñido con la prudencia y la defensa justa, con la proclamación de la verdad ante la difamación, con la firmeza en defensa del Bien y la Verdad. 

Al error, lo llamará error y al mal, mal, pero al equivocado o al malvado, debe corregirlo con caridad y afecto para salvar su alma. San Agustín decía que debemos amar a todos, "no porque sean hermanos sino para que lo sean".

El arte de ser derrotados implica una disposición heroica de todo cristiano que mana de un corazón generoso y compasivo, benevolente y afable, bondadoso y apacible, benigno y complaciente, caritativo y misericordioso. Un esfuerzo audaz y valiente para ser capaces de comprender a nuestro prójimo y sus convicciones, aunque no las compartamos ni aceptemos.

Amar a nuestros enemigos no es nada fácil para nosotros pero, precisamente, es lo que nos diferencia de ellos, lo que nos configura en Cristo, lo que nos hace verdaderos cristianos: "Porque si amamos a los que nos aman, ¿qué mérito tendremos?" (Mateo 5, 46). 

Nada tiene el hombre tan divino como el amor. Nada tiene el cristiano tan de Cristo como la entrega al prójimo.

La fe en Cristo nos pide no sólo un comportamiento humano recto sino también virtudes heroicas y actos extraordinarios en nuestra vida ordinaria.

¿Por qué y cómo ejercer el arte de ser derrotados?

Jesús nos dice por qué: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5,48)Dios hace salir el sol sobre malos y buenos. Hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45). Su amor es para todos. La indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor, su misericordia perdona a sus enemigos. Él imitó al Padre muriendo por todos. Ejerció el arte de ser derrotado, sin enfrentarse a sus enemigos.

Y nos dice cómo hacerlo: "Rezad, rezad por vuestros enemigos". Rezar, no para que sean castigados, sino para que abran su corazón a Dios. Rezar para pedir la gracia necesaria para amarlos. Amar a nuestros enemigos supone edificar una profunda vida interior y de oración que obre el milagro. Sólo hay que pedir, pero debemos pedir bien.

El amor auténtico: Ágape

A diferencia del amor a los amigos, que proviene de un acto del sentimiento, el amor a los enemigos es un acto de la voluntad. Corresponde a nuestra libertad y albedrío decidir amar a quienes nos odian. Amándoles expresamos el auténtico amor, el amor "ágape". 
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Es el amor de servicio, el amor total, el amor incondicional, es un amor efectivo y no afectivo: hacer el bien a los demás, devolver bien por mal.

E
s el amor gratuito que no espera compensación, el amor abnegado que rechaza el orgullo y el egoísmo, el amor generoso que da hasta el extremo. 

Es el amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera (1 Corintios 13, 4-8). Es el amor del Padre que, hagan lo que hagan sus hijos, los sigue amando.

El man
damiento de Cristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34) significa "Daos los unos a los otros como yo me he dado a vosotros, servios los unos a los otros como yo os he servido". Cristo no nos habla de un amor de sentimiento sino de servicio, de entrega. "Darse", no como un sacrificio, sino como plenitud: cuanto más doy, menos tengo y más soy.

El ágape es el amor divino con el que Dios se anticipa a nosotros, la plenitud del amor que debemos imitar:

-Es donación al amadoDios nos lo ha dado todo con la Creación
- Es comunicación con el amado: Dios se nos ha comunicado con la Revelación
- Es semejanza al amado: Dios se ha hecho uno de nosotros en la Encarnación
- Es sacrificio por el amado: Dios nos ha dado su vida en la Redención
- Es obsequio al amado: Dios nos da el supremo bien de la Salvación.
San Pablo nos dice: "Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. (...) No devolváis a nadie mal por mal. (...) Estad en paz con todo el mundo. Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien" (Romanos 12, 14-21).

La enemistad es un signo de Satanás, el enemigo por excelencia (Génesis 3, 15). Adversario de Dios y de los hombres, siembra en la tierra la enemistad para destruirnos pero Jesús nos da poder sobre el enemigo al decir: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." (Juan 15, 13). Jesús dio la vida por sus amigos porque Él no tiene enemigos entre los hombres. Y así, nosotros tampoco debemos considerar enemigos a ningún ser humano.

La falta de formación, la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, la indiferencia ante la Verdad e incluso la maldad no deben apartarnos de esas personas. Más bien al contrario, han de ser para nosotros "llamadas" positivas, "toques de atención" precisos, "alarmas" apremiantes y "luces" claras que nos señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual hacia quienes los padecen, un estímulo para intensificar nuestro interés por ellos y, nunca un motivo para despreciarlos ni alejarnos de ellos. 

El mandamiento de Jesús no deja lugar a ninguna duda: "amad a vuestros enemigos" y "dad la vida por ellos". Sin embargo, suscita en nosotros tres interrogantes: 

¿lo entiendo?
¿lo acepto?
 ¿lo vivo?




martes, 25 de septiembre de 2018

¿QUÉ CLASE DE SEMILLA SOY?

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"En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre 
y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
Salió el sembrador a sembrar su semilla. 
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, 
y los pájaros del cielo se lo comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso y, 
después de brotar, se secó por falta de humedad. 
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, 
creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. 
Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, 
dio fruto al ciento por uno.
Dicho esto, exclamó:
El que tenga oídos para oír, que oiga.
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. 
Él dijo:
A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; 
pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. 
El sentido de la parábola es éste: la semilla es la Palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, 
pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, 
para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, 
reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; 
son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, 
la guardan y dan fruto con perseverancia".
(Lc 8, 4-15)

En el Evangelio de esta semana, escuchamos la parábola del sembrador que nos interpela a cada uno de nosotros y nos hace preguntarnos ¿Qué clase de semilla soy? ¿Caigo en las tentaciones del Enemigo? ¿Caigo cuando me enfrento a la prueba? ¿Caigo en las seducciones de los afanes y placeres de la vida? ¿Crezco firme en la fe? ¿Tengo raíces profundas? ¿Maduro o sigo siendo un bebé espiritual? ¿Estoy en gracia? ¿Cómo son las cosas entre Dios y yo?

Nuestro mundo está lleno de arcenes, de tierras pedregosas o llenas de espinas que tratan de impedir que la semilla fructifique en nuestra vida. Nos mantienen distraídos y demasiado preocupados por nuestras cosas, por nuestro cuerpo, por nuestra materia pero...¿y nuestra alma? ¿nos preocupamos por ella?

A menudo, vivimos como si nunca fuéramos a morir. Vivimos deprisa, acelerada y ruidosamente como si no hubiera un mañana. Nos levantamos cada mañana, trabajamos, comemos, bebemos y volvemos a dormir...y ¿en qué momento de nuestras vidas está Dios? ¿Cuándo pensamos en Él? ¿Sólo cuando sobreviene algún problema, enfermedad, sufrimiento o muerte?

Tenemos tan ocupadas nuestras vidas con tanto afán, con tanto ruido, con tanta prisa que no pensamos en el por qué o el para qué. Estamos tan ensimismados en nuestras cosas efímeras que no damos tiempo a lo importante, a lo únicamente necesario y perdurable: nuestras almas.

Acudimos a misa, nos sentamos delante de Dios, escuchamos su Palabra pero luego no la ponemos en práctica, porque tenemos en nuestra boca la mentira y nuestro corazón va tras la ganancia injusta. (Ez 33, 31). 

Nos preocupamos en exceso por nuestra vida exterior y descuidamos la interior. Nos quedamos con frecuencia en las apariencias, en lo externo pero, rara vez, profundizamos y "echamos" raíces.

Sin embargo, Dios esparce la semilla sabiendo que caerá en nuestros corazones distintos, y aún así, lo sigue haciendo porque su voluntad es que caiga en terreno bueno, arraigue y crezca hacia el cielo... nuestro auténtico destino.

Para arraigar firmemente, primero la semilla debe "convertirse". Sin conversión no hay salvación.  Sin regeneración no hay avance. Sin un "nacer de nuevo", no podemos alcanzar el reino de Dios.

Al "renacer", el Espíritu Santo arraiga en nosotros y nos hace crecer, florecer y dar fruto abundante. Nos sentimos débiles y pecadores y por ello, alzamos nuestra mirada al Creador, y así, crecemos en la fe y el amor a Cristo y al prójimo. Nos desapegamos del mundo y anhelamos la santidad. Son los signos de una verdadera conversión.

No podemos permanecer inmóviles, dormidos o anestesiados mientras nuestros afanes mundanos transcurren y nos llevan indefectiblemente hacia la muerte. No podemos seguir pretendiendo estar en la tierra sin fructificar, sin crecer, sin aspirar al cielo.

Nuestro anhelo de Dios, nuestra búsqueda de la santidad nos llevará por caminos, a veces, complicado y difíciles, pero debemos perseverar, debemos seguir creciendo y avanzando hacia el cielo, donde alcanzaremos la perfección. 

La búsqueda de nuestra santidad nos hará ver y cumplir nuestra labor aquí en la tierra; nos hará ser humildes y amables, generosos y serviciales; nos hará ser desinteresados y dispuestos; nos hará estar comprometidos con Dios; nos hará mansos y prudentes; nos hará vivir en el amor.

Nuestra fe no es teórica. Nuestro seguimiento a Cristo es práctico. Crece y se desarrolla. Nos compromete y nos exhorta a vivir la fe diariamente, en cada momento. No podemos conformarnos con "un poco de fe", con "un rato de Dios", con "caminar un rato y luego, pararnos y abandonar".

Debemos estar siempre en Gracia. Acudir a los sacramentos. Caminar siempre unidos y en comunión con Cristo. Sólo junto a Él podemos alcanzar el cielo. Nos ha enseñado cuál es el camino: la Cruz. Esta vida no es un camino de rosas. Lo sabemos. Ahí es dónde podemos usar nuestra libertad, para seguirle sin dudar, sin temer...

Con la ayuda de su Gracia y amparados por una comunidad realmente cristiana podemos crecer: una comunidad de servicio y no de asistencia a un lugar, una comunidad valiente y que no se acomode, una comunidad donde permanezcamos siempre juntos y en presencia de Dios, para crecer en el amor, para discernir Su voluntad, para ser dignos de alcanzar sus promesas, para ser merecedores de alcanzar la visión beatífica. 

Todo esto sólo podemos hacerlo durante el tiempo que se nos ha dado, durante nuestra vida. Luego, tras la muerte, todo será inútil porque no podremos mirar atrás. Ahora es el momento de renacer, de arraigar, de prepararnos, de crecer para alcanzar nuestro objetivo último.

Despertemos. Dejemos de ser "bellas durmientes". Salgamos de nuestra comodidad, de nuestro "aburguesamiento cristiano" y pongámonos en marcha. Dejemos a un lado la pereza y comencemos a caminar sin miedo, crezcamos alegres y vigorosos. Siempre alerta y vigilantes. Pues, ¿a qué esperamos sino a Nuestro Señor?

miércoles, 19 de septiembre de 2018

SABUESOS CRISTIANOS: SEGUIR EL RASTRO DE JESÚS

La caza del zorro, originaria de Inglaterra desde el siglo XVI, consiste en la búsqueda, rastreo y persecución del zorro rojo por perros sabuesos dirigidos por un grupo de seguidores desarmados que les siguen a pie o a caballo.

Los foxhounds  ("raposeros", "rastreadores" o "sabuesos") son perros de caza dóciles, sociales y muy obedientes. Inasequibles al desaliento, desarrollan su labor en comunidad y necesitan imperiosamente ejercicio. Van siempre a la cabeza de la jauría. Han "husmeado" al zorro o incluso, le han visto.

El resto les sigue corriendo, saltando y ladrando aunque no han visto ni olido al zorro. Sencillamente, siguen a los que van en cabeza aunque no saben muy bien por qué. Al cabo de un tiempo, algunos desisten, se entretienen por el camino olisqueando cualquier cosa, se distraen y se paran. Finalmente, abandonan la persecución. 

Sin embargo, los foxhounds siguen. Tienen clara su misión porque han visto al zorro. Se han topado cara a cara con él, "conocen su olor" y por eso, perseveran hasta el final.

En palabras de Monseñor Munilla, con la fe ocurre algo similar. Muchas personas comienzan la búsqueda de Dios pero la mayoría se queda a medio camino, se distraen y abandonan. Pocos llegan al objetivo, a la meta. 

Sólo quienes han tenido una experiencia real con Jesucristo, sólo quienes le han visto,  sólo los "sabuesos cristianos" perseveran hasta el final por una experiencia, por una visión de Cristo resucitado. 

Si no le hemos visto, si sólo seguimos a quienes van en cabeza, tarde o temprano, renunciaremos. Sólo quienes "huelen" a Jesús tienen clara su misión. Seguir a Cristo requiere perseverar. Requiere tener fijado el objetivo.

A muchos cristianos nos pasa lo mismo: nos identificamos como seguidores de Jesús pero no le conocemos realmente, no sabemos quién es ni por qué le seguimos. Muchos sabemos de Jesús, conocemos algunas de sus palabras, hechos y milagros por la Escritura, pero no penetramos en su intimidad. No llegamos al fondo de su mensaje, no somos capaces de experimentarle, de reconocerle, de sentirle, de descubrir su presencia constante a nuestro lado, de amarle a través de las personas con las que nos cruzamos. 

En definitiva, nuestra fe cristiana y nuestra relación con Jesús son superficiales y pobres, son "a distancia", como las que se tienen con un "extraño".

Es el Señor quien nos llama: "Sígueme" (Mateo 9,9; Marcos 1,14). Para seguirle, es necesario conocerle y reconocerle ("olerle y verle") en la Iglesia, en la Eucaristía, en la Escritura, en la Oración, en la Comunidad. Pero sobre todo, le encontramos en María, el medio mas corto, rápido y perfecto para llegar a Jesús.
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Es preciso distinguir entre admirar a Cristo y seguir a Cristo, entre ser admiradores o seguidores de Cristo. Cristo no busca admiradores sino seguidores. Los admiradores miran desde la lejanía, siguen a la jauría pero no están comprometidos porque no han visto. Los seguidores son y siguen lo que admiran, lo que han visto.

Seamos "foxhounds" católicos, seamos "sabuesos cristianos". Sigamos el rastro de Jesucristo. Ahora que le hemos visto, ahora que le conocemos y le seguimos admirados, no perdamos nunca de vista al Señor. Mantengamos todos los sentidos puestos en Él, para no quedarnos a medio camino y llegar hasta el final.