¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 8 de agosto de 2020

LA GENERACION DE JUAN PABLO II

"La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies" 
(Mateo 9, 36-38)

Hoy quiero rendir un pequeño homenaje a la llamada "generación de Juan Pablo II", jóvenes a quienes el Santo Padre invitó, en un clima social de escepticismo y materialismo generalizados, a "no tener miedo", a elegir entre el bien y el mal, a sentirse orgullosos de ser católicos, a vivir su fe sin complejos, a renovar la Iglesia, a recristianizar Occidente.
Y muchos de ellos que "quisieron ser como él", sintieron la poderosa llamada de la Gracia de Dios, para forjar una hornada de sacerdotes comprometidos y valientes con tres grandes rasgos característicos: una fuerte conversión que cambió sus vidas por el encuentro transformador con Cristo, un sentido de la vocación sacerdotal fundamentado en la santidad personal y la ortodoxia, y un gran amor por la Virgen Santísima, consagrando su sacerdocio en manos de María.

Muchos de ellos, que nunca habían pensado ser sacerdotes y que se habían alejado del rebaño, incluso, "marchándose a un país lejano", experimentaron una renovación personal tan extraordinaria en sus vidas, que adoptaron una clara disposición a convertirse en instrumentos de Dios para la renovación de Su Iglesia, para servirle y darle gloria.

Jamás pasó por su imaginación llegar a ser sacerdotes "funcionarios" preocupados exclusivamente de las cosas temporales sino "obreros" encaminados a las cosas eternas, en busca de la santidad propia y ajena, y con la misión principal de proclamar la sana doctrina de manos de María.
Tampoco pensaron nunca servir en parroquias "autorreferenciales", o de "mantenimiento", o "ensimismadas", sino en comunidades "misioneras", servidoras de Dios y del mundo, que representaran la auténtica y verdadera identidad de la Iglesia.

Estos jóvenes sacerdotes comenzaron a trabajar en silencio  para la reconstrucción de la Iglesia, convencidos de volver a hacerla viva y floreciente, para hacer de la fe un modo de vida alegre y sin complejos, y para demostrar al mundo que la salvación es posible.

Esta generación de sacerdotes, ahora ya adultos, han demostrado que "sí, se puede". Que se puede ser católico,  dejarlo todo y seguir a Cristo en el mundo actual; que se puede avivar la comunidad eclesial y reconstruirla como era en el primer siglo; que se puede caminar hacia la santidad con fe y perseverancia; que se puede afirmar con rotundidad que Dios "no está pasado de moda"; que se puede "volver a los orígenes", al "Amor primero", a pesar de tener que remar a contracorriente y no sin pocos obstáculos. 

Estos denodados hombres de Dios siguen diariamente al pie del cañón, luchando contra la "dictadura del relativismo" imperante en nuestra sociedad; contra las corrientes actuales que intentan desviarlos del camino correcto y convencerlos de que su vocación no tiene sentido en un mundo sin Dios; contra las miradas furtivas y las afirmaciones difamatorias de quienes les identifican con depredadores por el mal ejemplo de algunos sacerdotes; contra los vicios adquiridos por una feligresía adormecida y aletargada; incluso contra la acedia y cobardía de algunos de sus obispos y hermanos de sacerdocio.

Esta generación de pastores con "olor a oveja" viven su seguimiento de Cristo con coherencia y autenticidad. Son discípulos que se han convertido en "apóstoles de los últimos días", que "salen y hacen nuevos discípulos, formándoles y enseñándoles, y bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

Doy gracias a Dios y a la Virgen por haber tenido el privilegio de conocer a muchos de ellos, la gracia de haber descubierto y compartir la fe con ellos, y el honor de servir a Dios junto a ellos.

TOTUS TUUS

MEDITANDO EN CHANCLAS (8)

"Si tuvierais fe, nada os sería imposible"  
(Mateo 17,14-20)

Una vez más, Jesús nos muestra que la medida de los milagros es la medida de nuestra fe: 

Los discípulos, que habían recibido de Jesús el poder de curar enfermos y de expulsar demonios, fracasan por falta de fe. 

Jesús, enfadándose, les exhorta a dejarse llevar por la fe, que se hace fuerte, sobre todo, en los momentos de prueba y de sufrimiento. 

La fe lo puede todo, más allá de las propias capacidades humanas.

En ocasiones, a mi me ocurre lo mismo cuando, en la prueba, dudo, cuando no me dejo llevar por el Espíritu. Entonces, mi fe flaquea, se debilita y desconfío del poder de Dios.

Pienso que no vale la pena seguir sirviendo a Dios porque nada cambia, porque no "muevo montañas", porque no "curo", no convierto a nadie, porque todo sigue igual o incluso, empeora. 

Y es que quiero "ver para creer", quiero hacerlo por mi mismo, y tiro la toalla... es entonces cuando nada sucede, cuando nada cambia, cuando no puede obrarse ningún milagro.

Sin fe, puedo estar distraído, entretenido e incluso divertido en el mundo; puedo estar cómodo viviendo en la oscuridad, sin comprometerme con la verdad, sin buscar a Dios; puedo vivir tranquilo en mi ignorancia sin exponerme a hacer lo que la fe me exige.

Pero sin fe, me cierro a la trascendencia y a la gracia, pierdo a Dios de mi vista y de mi alcance.

Sin fe nada ocurre, nada trasciende, nada se transforma. 

Sin fe, carezco de esperanza, de seguridad, de sentido y propósito para mi vida.

La fe es un don gratuito que me regala Dios pero que debo cultivar y hacer crecer, pidiendo la en oración. 

La fe es un acto de confianza, supone el ejercicio de la voluntad: hay que querer creer. 

La fe debe fortalecerse y alimentarse para que deje de ser infantil y se convierta en una fe adulta adulta. ¿Cómo? Con la Palabra de Dios, con la oración diaria y con los sacramentos.

Dios se esconde y se muestra. Sólo con los ojos de la fe puedo verle. 

Dios se hace amar antes que hacerse comprender. Sólo con el corazón puedo comprenderle.

La fe no "trata" de entender a Dios sino de encontrarle para amarle. Y cuando le encuentro, entiendo todo.

JHR

jueves, 6 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (7)

"Niégate, toma tu cruz y sígueme" 
(Mateo 16,24)

Jesús nos habla con firmeza, incluso,, con dureza. No esconde ni dulcifica las exigencias del discipulado cristiano. Nos desafía con tres retos:

"Negarme a mi mismo" es entregarme, es dejar mi comodidad, es humillarme, es desprenderme de mis criterios.

"Tomar la Cruz" es renunciar a lo que me ofrece el mundo, es asumir ser marginado y humillado injustamente por el Imperio, es aceptar ser perseguido y difamado por el mundo.

"Seguir a Cristo" es dejarlo todo y comprometerme libremente con Dios. Es decirle "sí", es escucharle, hacer lo que Él dice y lo que hace.

Y a continuación, Jesús nos da el razonamiento, nos lo explica para interpelarnos:

"Querer salvar la vida" es estar sólo pendiente de los bienes materiales, de la salud del cuerpo, de mis comodidades y egoísmos, de mis apegos y deseos. Pero uno nunca queda saciado porque siempre querrá más, nunca tendrá suficiente...

"Perder la vida" es entregarla por los demás, olvidándome de mí mismo, negándome para afirmar a los demás. 

"Por mí" es darla por amor a Cristo, por amor a los demás, como hizo Jesús, "porque no hay prueba de amor más grande que dar la vida por los hermanos" (Juan 15,13). 

"Encontrar la vida" es obtener la recompensa eterna, la corona de la vida, la plenitud que Dios nos promete.

¿De qué me servirá ganar el mundo entero, si arruino mi vida? O ¿qué puedo dar yo a cambio de mi vida? 

Muchos andan preocupados por "tener" cosas en la vida (riquezas, posesiones, salud), por "ganar el mundo" (poder, prestigio, fama) pero una cosa es segura: todos morimos y nada nos servirá entonces. Nada podemos hacer para evitar la muerte. Nada podemos pagar para vivir eternamente.

Fue Cristo quien pagó un alto rescate para que tuviéramos vida en abundancia, para que tuviéramos vida eterna.

El Hijo del Hombre pagará a cada uno según su conducta. Hará justicia. A cada uno, según sus actos. El tiene el poder y la autoridad para hacerlo.

Sin amor ni hay cruz. 

Sin cruz no hay Cristo. 

Sin Cristo no hay vida.

miércoles, 5 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (6)

"¡Este es mi Hijo, escuchadle!"
(Marcos 9, 2-10)

El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...

Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.

En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.

La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.

¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!

Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.

Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.

Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe  cobra todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".

Contemplando Su rostro, la Gloria de la Resurrección, me pregunto: 

¿Cómo me pongo ante la presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Es cómoda o comprendo que pasa por la Cruz?
¿Estoy atento y escucho con frecuencia la Palabra del Señor? 
¿Estoy disponible y dócil a las inspiraciones de Su Espíritu?
¿Hago y aplico en mi vida lo que Jesús me dice? 
¿Me da miedo preguntar o hablar sobre Dios?
¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo, o me quedo indiferente en mis seguridades?

JHR

martes, 4 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (5)

"Mujer, qué grande es tu fe" 
(Mateo 15, 21-28)

La mujer cananea del pasaje de Mateo, es pagana, hostil a los judíos y alejada de Dios pero demuestra una fe tan grande, que la mueve a interceder ante Jesús por la curación de su hija. Y Él se la concede. 

Es una oración de intercesión magistral que me enseña la necesidad de:

-Perseverancia y determinación: ni el enfado de los discípulos ni la brusquedad del Señor la desaniman.

-Decisión y confianza: Ella sabía lo que quería (la curación de su hija) y tenía la certeza de que Jesús la ayudaría.

-Humildad e ingenio: No pide mucho, tan sólo "migajas", reconociéndose pecadora e indigna de recibir la gracia que pide, y a la vez, replicando con creatividad a Jesús.

Jesús, Tú siempre te dejas “tocar” por el sufrimiento humano, venga de quien venga; Tú siempre "abres" tu corazón a quien persevera; Tú siempre "donas" tu amor a quien ama; Tú siempre "regalas" tu gracia a quien cree.
Por ello, Señor, enséñame a revisar mis prejuicios y mis esquemas cerrados, a mostrarme comprensivo con el "diferente", compasivo con el "ajeno", sensible con el que no es de los "míos".

María, Madre mía, ayúdame a no sentirme importunado por otros, a estar siempre abierto y disponible a todos, sean creyentes o no, para acogerles en todas sus situaciones y ayudarles en todas sus necesidades.

Señor, purifica mis intenciones, purga mis peticiones, ten compasión de mis miserias y muéstrame Tu corazón de Misericordia infinita.

Padre Nuestro, hazme ver en "tus silencios", la manera de acrecentar mi fe, en "tus distancias", la forma de hacerla más insistente, y en "tus pruebas", el modo de aumentar mi perseverancia...

Porque Tu misericordia es más grande que mis pecados.

JHR

lunes, 3 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (4)


"La planta que no haya plantado mi Padre celestial, 
será arrancada de raíz."

(Mateo 15, 1-2. 10-14)

Los hombres tenemos la mala costumbre de complicar las cosas. Incluso las que Dios nos dice.

Tenemos la manía de tergiversar, acomodar y convertir la fe en un serie de acciones externas, muchas veces, sin sentido, sin entendimiento, sin discernimiento.

El otro día escuchaba a un hermano decir con mucho sentido que tenemos que aprender a diferenciar entre Dios y las "cosas de Dios".

Y es que, habitualmente, hacemos cosas para el Señor por rutina, por tradición o costumbre pero realmente no entendemos el espíritu con el que Dios nos las confió.

Las "cosas de Dios", los mandamientos de Dios, las normas de Dios...las convertimos en Dios. Pero no son Dios.

Vamos a misa porque es lo que debemos hacer, celebramos fiestas religiosas porque lo pone el calendario, evangelizamos porque es lo que "toca", rezamos como "loros" sin saber lo que decimos, somos católicos porque hemos nacido en España y no en India...creyendo que es lo que Dios quiere.

Pero eso que hacemos es "cumplir por cumplir",  "hacer por hacer", "rezar por rezar"...y muchas veces, lo hacemos sin saber por qué o para qué.

Sin darnos cuenta, convertimos el cristianismo en una serie de obligaciones, tradiciones y rutinas que se alejan del propósito inicial de Dios.

Nos dejamos guiar por actitudes ciegas que Dios no ha sembrado y que nos hacen caer en un hoyo.

Y lo que Dios no ha plantado, Él lo arrancará de raíz.

domingo, 2 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (3)

"Mándame ir hacia ti sobre el agua"
(Mateo 14, 22-36)

La pandemia nos ha traído un mar embravecido de nuevas situaciones por las que navegamos con mucha dificultad. 

Y personalmente, mi vida está siendo azotada por grandes olas de incertidumbre, zarandeada por vientos contrarios de inseguridad y desestabilizada por muchas dudas hasta el punto, que pienso que voy a hundirme.

En medio de esta terrible escena, Jesús se me aparece pero, como nos pasa a menudo, no le reconozco. Pienso que es una extraña aparición porque en el fondo no espero que sea Él. 

Pero el Señor siempre me dice lo mismo: "¡Ánimo, soy yo, no tengas miedo!". Cristo siempre me inspira coraje y valentía.

Aún así, como Pedro, dudo y digo: "Señor, si eres tú, envíame una señal para saber cómo debo caminar sobre este mar embravecido, qué debo hacer, qué decisión tomar".

Y Tú, Jesús, me dices: “Ven”. Me vuelves a llamar, como aquel viernes hace unos años en Cristo Rey. 

Es cuando salgo de mis seguridades y empiezo a caminar hacia Ti, pero te pierdo de vista un segundo por preocuparme de mi dramática situación laboral, me asusto, desconfío y comienzo a hundirme. Entonces, te grito: "¡Señor, sálvame!"

Y Tú, como siempre, Señor extiendes su mano y sujetándome, me dices: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?"

Es verdad, Señor...¡Cuántas veces dudo de Ti! ¡Cuántas veces creo que "puedo caminar sobre las aguas" por mis propios méritos y capacidades! ¡Cuántas veces creo que puedo y no puedo...!

Señor, vuelvo a darte mi mano y mi corazón, porque he comprendido que sólo tengo que decirte con confianza: "¡Señor, sálvame!". Y Tú me das la paz y la calma que necesito.

Abandonar la barca y dejar de mirarte no es una buena idea porque aunque creo "creer" en Ti, fuera de Tu Iglesia y lejos de Ti, me hundo...porque soy frágil y vulnerable.

Jesús, mi Señor, Tú eres el único que puede garantizarme que mi tempestad amainará, que tras las grandes olas, las nubes negras y los fuertes vientos, el sol brilla. 

¡Brillas Tú, Señor mío y Dios mío!

sábado, 1 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (2)

"Comieron todos y se saciaron"
(Mateo 14, 13-21)

Hoy Señor, me llamas a imitar Tu compasión, a tener fe.

Como los discípulos, me veo desbordado e incapaz de manejar a los demás y trato de dar una solución cómoda a los problemas; le pido a Jesús que los "despache", que se los "quite de en medio."

Jesús se compadece de mí y de los demás. Sabe que tengo poco que ofrecer pero no obra el milagro sin más. Me pregunta ¿qué tienes? ¿qué puedes aportar?

¡Cuántas veces, como los discípulos, adopto esa misma actitud de decir “allá cada cual”, desentendiéndome de los necesidades ajenas!

Sin embargo, Tú me invitas a tener compasión y a compartir, diciéndome: "Dales de comer". Y yo pienso que no tengo con qué cubrir esas necesidades de los demás y trato de poner excusas, buscando sólo mi comodidad y mi egoísmo para tenerte sólo para mi.

Tú, Jesús, reaccionas ante las carencias de la gente, ante mi insensibilidad y mis excusas, y tomas las riendas, diciéndome: "Tráemelos". Y por la fe, obras el milagro.

En la Eucaristía, Señor, me enseñas a abandonarme a ti, a ofrecerte lo poco que soy y lo poco que tengo... Y Tú, te encargas de todo.

En medio de lo ordinario, obras lo extraordinario: me sacias con el "Pan del cielo", entregándote a Ti mismo.

Me muestras el camino para seguir tu ejemplo: Donde yo veo dificultades o problemas, Tú me haces ver oportunidades y soluciones, y ante las necesidades de los demás, me dices: "Dales tú de comer", "Encárgate de ellos".

En realidad, me llamas a no excusarme, a tener fe y a confiar en Ti, porque eres Tú quien actúas a través de mi disponibilidad.

Quieres que yo ponga mi "casi nada" para que tu hagas "casi todo". Quieres "necesitarme".

Señor, ayúdame a salir de mi reproche, de mi excusa y de mi comodidad. Enseñarme a ser compasivo y aumenta mi fe.

JHR

MEDITANDO EN CHANCLAS (1)

"Dame ahora mismo en una bandeja 
la cabeza de Juan el Bautista"
(Mateo 14,8)

Como cada agosto, comenzamos nuestros paseos diarios por la arena con Jesús.

Hoy reflexionamos la escena del "juicio" de San Juan Bautista, predecesor del Mesías.

San Juan anunció a Cristo pero no lo hizo para su vanagloria u orgullo, sino desde la humildad, a imitación del Señor.

Pudo haberse apropiado del "título" cuando le preguntaron si era el Mesías pero no lo hizo, a semejanza del Señor.

Pudo haberse apropiado de la misión encomendada por Dios, pero no hizo, a imitación del Señor.

De la misma forma, nosotros hoy anunciamos que Jesús está vivo pero no lo hacemos por méritos propios, por ninguna pretensión de adueñarnos del mensaje ni para ponemos en su lugar, sino que le seguimos y le imitamos.

Hablar hoy de Cristo nos pone en una situación "incómoda" porque el mundo no quiere oír hablar de Dios.

Anunciar hoy el reino de Dios nos lleva indefectiblemente al desprestigio, al camino de la Cruz, al martirio.

¿Estoy dispuesto a humillarme? ¿Estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias? ¿Estoy dispuesto a correr la misma suerte que San Juan y que Cristo? o ¿renunciaré

JHR

viernes, 31 de julio de 2020

SERVIR A DIOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

"Marta, Marta, andas inquieta 
y preocupada con muchas cosas; 
solo una es necesaria." 
(Lucas 10,41)


Reflexionábamos en el post anterior Y el retiro...¿pa cuando? sobre cómo Dios, que ha permitido esta pandemia, nos llama a hacer silencio, a discernir y a escuchar Su voluntad en la oración, en los Sacramentos y en la Palabra. 

Dios no necesita que nosotros hagamos "cosas" para Él. Sólo quiere que estemos cerca de Él, que le amemos y le glorifiquemos

Sin embargo, en ocasiones, caemos en la tentación de nuestra lógica humana y creemos que Dios "nos necesita". Entonces, queremos "coger las riendas" y muchas veces, nos dividimos pensando cada uno la mejor solución. 

Como servidor de Emaús desde hace ya algunos años, he sido testigo de las abundantes gracias que el Espíritu Santo derrama en los retiros; de los milagros que Dios hace con todos nosotros; del maravilloso encuentro y diálogo íntimo con Dios en el Santísimo de un retiro; de cómo el amor de Cristo inflama nuestros corazones y transforma nuestras vidas.

Y también, he comprendido que Dios "quiere necesitarnos", quiere hacernos partícipes de su Amor y colaboradores de su Plan de salvación, quiere que seamos herramientas en sus manos. Pero porque Dios "quiere", no porque nosotros queramos o porque pensemos que Él nos "necesita".

El servicio a Dios

En tiempos de pandemia, servir a Dios no consiste en "coger las riendas", en "hacer o planificar cosas" ni en "pensar, organizar o decidir cosas" sino en escucharle como hacía María, y "no andar inquietos y preocupados con muchas cosas" como hacía Marta, "porque solo una es necesaria".

Nada de nuestro servicio a Dios puede ser producto de nuestras capacidades personales o de un "cristianismo aburguesado" de fin de semana, como decía Benedicto XVI. Tampoco pretender que nuestras obras sean eficaces, evaluadas y cuantificadas. Ese es el criterio del mundo. Tampoco manifestar nuestras opiniones personales o hablar de nuestros sentimientos sino para anunciar el misterio de Cristo. 

Si llenamos nuestro corazón de deseos, actividades, opiniones y sentimientos, no dejamos espacio en él para Dios.
Es tiempo de "contemplar" para realizar una aparente "inactividad" sin la cual no es posible seguir a Cristo. La contemplación da sentido y eficacia al servicio a Dios, convirtiendo éste en oración, en un "dejarse guiar" por el Señor, que conoce el pasado, el presente y el futuro.

Es tiempo de "arrodillarse" para penetrar en el misterio y aferrarnos al corazón de Cristo; para que se convierta en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad. En palabras del cardenal Robert Sarah: "el cristiano es un hombre que reza".

Es tiempo de "mascarillas" para mantener nuestra boca tapada y que Jesús, como hizo con los dos discípulos, nos hable en una Lectio Divina por excelencia: "Cristo comentado por Cristo", "Cristo explicado por Cristo", "Cristo meditado por Cristo".

Es tiempo de "punteras blancas" porque sin la unión con Dios, cualquier iniciativa es inútil y, antes o después, terminamos abandonando las "cosas de Dios" para hacer "muchas cosas" o peor, para hacer "nuestras cosas".

Una llamada comunitaria

En estos tiempos de prueba, Cristo nos llama a ser Su Iglesia más que nunca: una comunidad que reza, que escucha y que medita. Un pueblo que vive los sacramentos con celo y devoción, que le da gloria y alabanza, y que persevera. 

En estos monumentos de incertidumbre, Dios nos llama a ser Su Iglesia tal y como la pensó: unida en la diversidad, caritativa en el compartir, acogedora con los más vulnerables, con los que más sufren, con los que más necesitan.

En estos momentos de inseguridad, el Señor nos llama a ser Su Iglesia de puertas giratorias: un cuerpo de discípulos misioneros que proclaman que Cristo vive. Pero no se trata sólo de salir, sino también de entrar para discipular. Discípulos que forman a otros discípulos, para que ellos también salgan y hagan más discípulos. 

Una llamada personal

En el capítulo 12 del Evangelio de San Lucas, Cristo nos da algunas claves sobre cómo los cristianos debemos actuar y nos dice:

"No tengáis miedo"
Dios nos anima y nos inspira coraje, repitiendo 366 veces la frase "a lo largo de su Palabra, porque Él todo lo puede y no se olvida de los suyos. 

Él está con nosotros, en medio de la pandemia, en medio de la tempestad, en nuestra barca, la Iglesia. sólo hay que escucharle.

"No os preocupéis haciendo planes"
Dios nos quita presión y nos dice que que no nos preocupemos sobre qué debemos decir o hacer "porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir (o hacer)". 

Dios nos llama la atención a no hacer nuestros planes, a no inquietarnos ni agobiarnos por lo que no depende de nosotros, porque ni siquiera podemos "añadir una hora al tiempo de nuestra vida". 

"No confiéis en vuestras fuerzas"
Dios nos exhorta a "vender nuestros bienes y a dar limosna", es decir, a dejar a un lado nuestras ideas y seguridades, y entregarnos a los demás. Lo importante no son las ideas, las ganas o las intenciones que tengamos, sino el amor que mostremos. 

Pero también, nos dirige unas duras palabras: "Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?", para que no creamos que las cosas dependen de nosotros y que sabemos perfectamente lo que hay que hacer. 

"Estad preparados y alerta"
"Haceros bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón." Dios nos llama a tenerle como un tesoro en nuestro corazón. 

"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas". Dios nos llama a formarnos en la fe y a prepararnos en el Amor, nos invita a estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, estar vigilantes con el mal y siempre dispuestos a servirle allí donde nos llame.

Pero como en el relato de Emaús, antes de volver a Jerusalén para compartir la noticia, debemos estar más cerca de Cristo, aprender más acerca de Él, invitarle a que entre en nuestro corazón, reconocerle en los sacramentos y acompañar a los que han venido a Su casa, para que, juntos y en comunidad, perseveremos en la fe y crezcamos en el amor. 

Por ahora, sólo una cosa es necesaria: estar muy cerca de nuestro Señor. En esto consiste nuestro servicio a Dios. 

"Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, 
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, 
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura 
podrá separarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 35-39)


JHR