¿QUIÉN ES JESÚS?
sábado, 8 de agosto de 2020
LA GENERACION DE JUAN PABLO II
MEDITANDO EN CHANCLAS (8)
jueves, 6 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (7)
Jesús nos habla con firmeza, incluso,, con dureza. No esconde ni dulcifica las exigencias del discipulado cristiano. Nos desafía con tres retos:
"Negarme a mi mismo" es entregarme, es dejar mi comodidad, es humillarme, es desprenderme de mis criterios.
"Tomar la Cruz" es renunciar a lo que me ofrece el mundo, es asumir ser marginado y humillado injustamente por el Imperio, es aceptar ser perseguido y difamado por el mundo.
"Seguir a Cristo" es dejarlo todo y comprometerme libremente con Dios. Es decirle "sí", es escucharle, hacer lo que Él dice y lo que hace.
Y a continuación, Jesús nos da el razonamiento, nos lo explica para interpelarnos:
"Querer salvar la vida" es estar sólo pendiente de los bienes materiales, de la salud del cuerpo, de mis comodidades y egoísmos, de mis apegos y deseos. Pero uno nunca queda saciado porque siempre querrá más, nunca tendrá suficiente...
"Perder la vida" es entregarla por los demás, olvidándome de mí mismo, negándome para afirmar a los demás.
"Por mí" es darla por amor a Cristo, por amor a los demás, como hizo Jesús, "porque no hay prueba de amor más grande que dar la vida por los hermanos" (Juan 15,13).
"Encontrar la vida" es obtener la recompensa eterna, la corona de la vida, la plenitud que Dios nos promete.
¿De qué me servirá ganar el mundo entero, si arruino mi vida? O ¿qué puedo dar yo a cambio de mi vida?
Muchos andan preocupados por "tener" cosas en la vida (riquezas, posesiones, salud), por "ganar el mundo" (poder, prestigio, fama) pero una cosa es segura: todos morimos y nada nos servirá entonces. Nada podemos hacer para evitar la muerte. Nada podemos pagar para vivir eternamente.
Fue Cristo quien pagó un alto rescate para que tuviéramos vida en abundancia, para que tuviéramos vida eterna.
El Hijo del Hombre pagará a cada uno según su conducta. Hará justicia. A cada uno, según sus actos. El tiene el poder y la autoridad para hacerlo.
Sin amor ni hay cruz.
Sin cruz no hay Cristo.
Sin Cristo no hay vida.
miércoles, 5 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (6)
El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...
Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.
En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.
La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.
Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.
¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!
Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.
Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.
Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.
Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe cobra todo su sentido.
Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".
JHR
martes, 4 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (5)
lunes, 3 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (4)
(Mateo 15, 1-2. 10-14)
Los hombres tenemos la mala costumbre de complicar las cosas. Incluso las que Dios nos dice.
Tenemos la manía de tergiversar, acomodar y convertir la fe en un serie de acciones externas, muchas veces, sin sentido, sin entendimiento, sin discernimiento.
El otro día escuchaba a un hermano decir con mucho sentido que tenemos que aprender a diferenciar entre Dios y las "cosas de Dios".
Y es que, habitualmente, hacemos cosas para el Señor por rutina, por tradición o costumbre pero realmente no entendemos el espíritu con el que Dios nos las confió.
Las "cosas de Dios", los mandamientos de Dios, las normas de Dios...las convertimos en Dios. Pero no son Dios.
Vamos a misa porque es lo que debemos hacer, celebramos fiestas religiosas porque lo pone el calendario, evangelizamos porque es lo que "toca", rezamos como "loros" sin saber lo que decimos, somos católicos porque hemos nacido en España y no en India...creyendo que es lo que Dios quiere.
Pero eso que hacemos es "cumplir por cumplir", "hacer por hacer", "rezar por rezar"...y muchas veces, lo hacemos sin saber por qué o para qué.
Sin darnos cuenta, convertimos el cristianismo en una serie de obligaciones, tradiciones y rutinas que se alejan del propósito inicial de Dios.
Nos dejamos guiar por actitudes ciegas que Dios no ha sembrado y que nos hacen caer en un hoyo.
Y lo que Dios no ha plantado, Él lo arrancará de raíz.