¿QUIÉN ES JESÚS?
miércoles, 12 de agosto de 2020
NO SÓLO DE RETIROS VIVE EL CRISTIANO
martes, 11 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (12)
lunes, 10 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (11)
Resuena de nuevo la escena de la madre de Santiago y Juan, pidiéndole a Jesús un sitio preferente en el cielo para sus hijos.
La gran tentación del ser humano es saber quién está por encima de los demás, saber quién es el más importante, quien es el "mayor".
En realidad, queremos ocupar el primer lugar, ser importantes, ser considerados por encima de los demás.No es más que el fiel reflejo de nuestra mentalidad cainita pecaminosa.
Los hombres, los adultos, somos competitivos, egoístas y envidiosos. No tenemos piedad en pisotear la dignidad de los demás, con tal de conseguir nuestro interés de exaltación, nuestro deseo de predominio.
Sin embargo, Jesús al explicarnos cuáles son las condiciones para entrar en el Reino de los Cielos, deja sin valor a la capciosa pregunta y nuestros deseos egoístas:
Necesitamos conversión, es decir, cambiar de mentalidad, cambiar de proceder y asemejarnos a nuestro Pastor, ser como Él.
Necesitamos humildad, es decir, ser sencillos, inocentes, confiados y con ganas de aprender y asemejarnos a un niño.
Para que entendamos cómo "funciona" el Cielo, Jesús nos expone otra de sus grandes parábolas: la oveja perdida.
Las noventa y nueve ovejas son los ángeles y la oveja perdida somos los hombres.
El Buen Pastor baja del cielo para venir a buscar a la oveja extraviada.
No se plantea quien es "más", si unas ovejas u otras, si los ángeles o los hombres. Viene a buscar a la que se ha perdido.
La voluntad del Dueño del rebaño no es otra que reunir al rebaño, es decir, la salvación de todas las ovejas.
Para Dios, todas sus criaturas somos importantes y no deja que ninguna se pierda o quede excluida.
Tan sólo nos pide que seamos dóciles, humildes y sencillos... como lo es un niño, como lo es una oveja, como lo es el Buen Pastor.
domingo, 9 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (10)
"A quien me sirva, el Padre lo honrará"
(Juan 12, 24-26)
Jesús, con su ejemplo, me da las tres claves para ser cristiano: dar fruto, ganar la vida eterna y alcanzar la gloria.
MISIÓN: "Caer en tierra y morir para dar fruto".
Jesucristo cumplió su misión: se encarnó (bajó a la tierra) y murió (se despojó de su posición en el cielo) para dar mucho fruto (nos salvó)
Como cristiano, tengo que caer en tierra (humildad) y morir (desprendimiento) y ser fecundo (amor).
Frente a la soberbia, humildad. Frente al orgullo, entrega. Frente a la vanidad, amor.
SERVICIO: "Aborrecerse a sí mismo para ganar la vida eterna".
Jesús se negó a sí mismo para servirnos y darnos la vida eterna.
Como cristiano, tengo que aborrecerse, negarme a mí mismo, desprenderme de mí, para servir a los demás.
Frente al egoísmo, altruismo. Frente al individualismo, abnegación. Frente al egocentrismo, entrega.
COMPROMISO: "Servir a Cristo es seguirlo para alcanzar la gloria".
Cristo sirvió a Dios Padre y se comprometió con los hombres para alcanzar la gloria.
Como cristiano, tengo que comprometerme, seguirlo y servirle.
Frente a la comodidad, esfuerzo. Frente a la desgana, compromiso. Frente a la pereza, servicio.
JHR
MEDITANDO EN CHANCLAS (9)
sábado, 8 de agosto de 2020
LA GENERACION DE JUAN PABLO II
MEDITANDO EN CHANCLAS (8)
jueves, 6 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (7)
Jesús nos habla con firmeza, incluso,, con dureza. No esconde ni dulcifica las exigencias del discipulado cristiano. Nos desafía con tres retos:
"Negarme a mi mismo" es entregarme, es dejar mi comodidad, es humillarme, es desprenderme de mis criterios.
"Tomar la Cruz" es renunciar a lo que me ofrece el mundo, es asumir ser marginado y humillado injustamente por el Imperio, es aceptar ser perseguido y difamado por el mundo.
"Seguir a Cristo" es dejarlo todo y comprometerme libremente con Dios. Es decirle "sí", es escucharle, hacer lo que Él dice y lo que hace.
Y a continuación, Jesús nos da el razonamiento, nos lo explica para interpelarnos:
"Querer salvar la vida" es estar sólo pendiente de los bienes materiales, de la salud del cuerpo, de mis comodidades y egoísmos, de mis apegos y deseos. Pero uno nunca queda saciado porque siempre querrá más, nunca tendrá suficiente...
"Perder la vida" es entregarla por los demás, olvidándome de mí mismo, negándome para afirmar a los demás.
"Por mí" es darla por amor a Cristo, por amor a los demás, como hizo Jesús, "porque no hay prueba de amor más grande que dar la vida por los hermanos" (Juan 15,13).
"Encontrar la vida" es obtener la recompensa eterna, la corona de la vida, la plenitud que Dios nos promete.
¿De qué me servirá ganar el mundo entero, si arruino mi vida? O ¿qué puedo dar yo a cambio de mi vida?
Muchos andan preocupados por "tener" cosas en la vida (riquezas, posesiones, salud), por "ganar el mundo" (poder, prestigio, fama) pero una cosa es segura: todos morimos y nada nos servirá entonces. Nada podemos hacer para evitar la muerte. Nada podemos pagar para vivir eternamente.
Fue Cristo quien pagó un alto rescate para que tuviéramos vida en abundancia, para que tuviéramos vida eterna.
El Hijo del Hombre pagará a cada uno según su conducta. Hará justicia. A cada uno, según sus actos. El tiene el poder y la autoridad para hacerlo.
Sin amor ni hay cruz.
Sin cruz no hay Cristo.
Sin Cristo no hay vida.
miércoles, 5 de agosto de 2020
MEDITANDO EN CHANCLAS (6)
El monte es el lugar del encuentro con Dios: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...
Tabor es Visión del cielo. Es irradiación de la Gloria de Dios. Es icono de Resurrección. Es imagen perfecta del Padre. Es confirmación de la identidad de Cristo y su misión. Es la explicación del "escandalo" de la Cruz. Es la razón de nuestra fe. Es nuestro destino: el cielo, que pasa siempre por la cruz.
En el Tabor, Jesús sube a rezar, a la presencia de Dios Padre, se transfigura y cambia de aspecto: su rostro, resplandece como el sol y sus vestidos, se vuelven blancos como de luz. Todo Él es luz, resplandor, blancura, pureza, belleza y gloria.
La Transfiguración es el símbolo de su poder y autoridad celestial. Más tarde, San Juan nos describirá la misma imagen gloriosa de Cristo, el Cordero, en el Apocalipsis.
Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. De la Ley de Moisés y los Profetas de Elías al Elegido, al Salvador. Cristo es la plenitud, el cumplimiento completo del Plan Salvifico. Es la razón de todo lo creado, es la confirmación de la voluntad de Dios Padre.
¡Qué imagen tan impactante, tan difícil de comprender y de describir debió ser aquella para los apóstoles!
Pedro, Santiago y Juan, los preferidos de Jesús, no darían crédito a los que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso.
Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita separarme del mundo, a elevarme en oración y contemplar Su rostro glorioso. Pero, sobre todo, me invita a escucharle y a hacer silencio.
Es en la Liturgia, en la Eucaristía donde soy transportado al Tabor, al monte, al cielo.
Como ellos, vemos pero no entendemos. Tenemos miedo y buscamos nuestra seguridad. Pero ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, nuestra fe cobra todo su sentido.
Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre la Virgen María nos dijo "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso nos dice: "Escuchadle".
JHR