¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

jueves, 3 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (4): ¿DE DÓNDE SACA TODO ESO?

En aquel tiempo, Jesús fue a su ciudad 
y se puso a enseñar en su sinagoga.
La gente decía admirada.
«De dónde saca este esa sabiduría y esos milagros? 
¿No es el hijo del carpintero? 
¿No es su madre María, 
y sus hermanos Santiago, José Simón y Judas? 
¿No viven aquí todas sus hermanas? 
Entonces, ¿de dónde saca todo eso?».
Y se escandalizaban a causa de él.
Jesús les dijo:
«Solo en su tierra y en su casa desprecian a un profeta».
Y no hizo allí muchos milagros, por su falta de fe
(Mt 13,54-58)

Jesús visita su pueblo natal, Nazaret, y se pone a enseñar en la sinagoga. Podríamos decir que es "su presentación oficial" ante sus paisanos. Pero la gente que le oye, lejos de sentir orgullo y admiración por alguien de los suyos, se extrañan y se escandalizan de sus enseñanzas y de sus milagros, pues conocen su origen humano pero no creen en su origen divino, por eso no comprenden de dónde le viene esa sabiduría y tampoco conciben que uno de los suyos sea tan distinto a ellos. 

Recelan, desconfían y envidian. Se muestran reticentes y escépticos a los milagros y signos que han oído de Jesús en Galilea y le rechazan. Piensan: "¡Imposible, el Mesías no puede ser éste, el hijo del carpintero!" No son capaces de creer la unión de la sabiduría divina, por una parte y al mismo tiempo, en la misma persona, la procedencia humana. Su pensamiento escéptico les sugiere: o lo divino o lo humano, pero no ambos.

Jesús fue siempre incomprendido y despreciado (Is 50,6; Mt 27,27-31.39-44; Heb 12,2) por muchos, pero sobre todo, por los suyos: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11)

Sin embargo, Jesús no trata de explicarse ni de dar razones. Tan sólo recurre a un dicho sobre lo mal que es visto un profeta en su tierra (Jn 4,44; Lc 4,24; Mt 13,57; Mc 6,4). Esa desconfianza de sus paisanos le impide hacer milagros en su propio pueblo. Sin fe, no puede obrar signos.

Esta situación, por desgracia, sigue ocurriendo en nuestros días: ¡Cuántas veces me siento incomprendido por mis amigos, por mis hermanos de fe o incluso por mis hijos o mis padres!

Incluso a mi me ocurre...¡Cuánto me cuesta reconocer la valía del prójimo, sobre todo si le conozco de toda la vida! ¡Qué difícil me resulta admitir todo lo bueno de los demás, y más aún cuando el hacerlo puede dejar en evidencia mi propia ignorancia! ¡Qué rápido aparecen en mí la envidia y el menosprecio, los prejuicios y los chismorreos! 

Pero también me sucede con Dios. ¡Qué difícil me resulta confiar en Jesús y creer que realmente está vivo! ¡Cuánto me cuesta acoger su palabra y seguirlo! ¡Qué rápido me saca de mis casillas, de mi zona de confort! ¡Qué fácil me resulta "acostumbrarme" a una fe cómoda y a mi medida que me impide maravillarme continuamente de los milagros que hace Dios! ¡Qué fácil me resulta cerrar mis ojos y mis oídos para no ver ni escuchar lo que debo hacer! 
Dios me invita siempre a la conversión...no una vez... sino constantemente, a ir encontrando su presencia que sale a mi encuentro, a través de todas las situaciones de mi vida y de todas las personas que me cruzo por el camino. Pero ¡qué incómodo y molesto me resulta reconocer los milagros en otros! ¡Yo que lo sé todo de ellos! ¡Yo que conozco los defectos de los demás!

Pero ¡cuidado! Con esta actitud, muestro una profunda hostilidad contra Dios porque no dispongo mi corazón con la docilidad y disposición que el Señor me pide para acoger su voluntad. Y desde luego así, me cierro a la gracia. Con un corazón endurecido por los prejuicios y recelos es imposible que pueda ver los milagros que Dios puede obrar en mi vida.

Sin fe verdadera, ensombrecida por el escepticismo, no soy capaz de reconocer a Cristo en mi vida, en mi hermano, en mi entorno cercano...no soy capaz de dejarme sorprender por Dios porque mi deseo es controlar lo que Dios puede hacer y creer sólo lo que me interesa creer.

Por eso, como los discípulos, te digo: "¡Creo Señor, pero aumenta mi fe! (Mc 9,24: Lc 17,5).



JHR

miércoles, 2 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (3): ¿HABÉIS ENTENDIDO ESTO?

En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar 
y recoge toda clase de peces: 
cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, 
y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final del tiempo: 
saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos 
y los echarán al horno de fuego. 
Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?»
Ellos le responden: «Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos 
es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».
Cuando Jesús acabó estas parábolas, partió de allí.
(Mt 13,47-53)

Jesús siempre utiliza parábolas de escenas cotidianas para describir el Reino de Dios cuando se dirige "al gentío", "a la multitud", es decir, a todos los hombres (creyentes y no creyentes) pero se las explica sólo a los que son sus discípulos. Por eso, los que tienen "endurecidos sus corazones" y "cerrados sus ojos" no pueden comprenderlas. 

Para comprender el mensaje de Jesús es necesario ser un verdadero discípulo suyo y, por tanto, tener fe, acogerlo en el corazón. Sólo así podemos llegar a profundizar en esa verdad que el Señor quiere transmitirnos en cada parábola. 

La parábola de hoy (recogida sólo por san Mateo) es semejante a la del trigo y la cizaña. Ambas señalan el dia del juicio. Es un nuevo aviso para estar vigilantes y en oración, una nueva invitación para elegir entre el bien y el mal. En ambas, son los ángeles quienes separan la cizaña del trigo y los peces malos de los buenos. El juicio sólo le corresponde a Dios.

La red es la comparación que Jesús utiliza para referirse a nuestra propia vida, en la que experimentamos situaciones muy diversas, buenas y malas, y que, como los pescadores de la parábola, tenemos que seleccionar lo que nos sirve de lo que debemos descartar, guardar lo bueno y desechar lo malo.

Pero también la red se refiere a la Iglesia que, a través de su misión apostólica (pescadores de hombres), acoge a todo tipo de personas, peces buenos y malos, cizaña y trigo. Todos somos llamados por Dios pero no nos toca a nosotros separar. Nosotros lanzamos la red y Dios, por medio de sus ángeles, separará.
Las palabras de Jesús sobre el destino de los peces malos, es decir, de aquellos que se rebelan y se separan de Dios, son claras y firmes para que no haya la más mínima duda. Nos invita a tomar partido, a elegir una opción... libremente. Lo que no podemos es ser neutrales, ambiguos ni tibios: o elegimos el bien u optamos por el mal (Ap 3,16). Por eso, nos advierte de las consecuencias y nos insiste: "¿Habéis entendido todo esto?".

"Horno de fuego" y "llanto y rechinar de dientes" son dos imágenes fuertes utilizadas por el Señor para señalar el destino de aquellos que se rebelan a Dios y que los discípulos entendían perfectamente. Por eso, contestan "sí" a la pregunta de Jesús.

Horno de fuego hacía referencia a la existencia en las afueras de Jerusalén de un valle o barranco llamado Gehena o Gehinnom (valle de Hinón), utilizado como vertedero desde el 638 a.C. y donde se incineraba la basura (incluso cadáveres de animales o de algunos criminales) en un fuego permanente y que nunca se apagaba (Mc 9,43-48). También es una referencia a la destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor en 587 a.C. a causa de la idolatría y apostasía del pueblo judío.

Por tanto, el Gehena u "horno de fuego" (el mismo “lago de fuego” mencionado por san Juan en el Apocalipsis) es para los judíos un símbolo de exclusión y condena
El llanto y rechinar de dientes (Mt 8,12; 13,42.50; 22,13; 24,51; 25,30; Lc 13,24; Sal 112,10) hace referencia a la abominable práctica idolátrica que el rey cananeo Manasés realizaba en la antigüedad allí mismo, donde se sacrificaban niños a los dioses Moloch y Baal, quemándolos vivos en un horno; una práctica que fue proscrita por el rey Josías (Jer 7,31; 19,5; 2 Cro 33,6; 2 Re 17,17; 23,10, Ez 23,39). 

Esta locución hebrea es para los judíos un símbolo de desolación y agonía, de impotencia y angustia ante la incapacidad para tomar decisiones por propia voluntad.
Ambas expresiones son símbolos de destrucción eterna, sin ninguna posibilidad de resurrección. Pero no es Dios quien excluye porque quiere que "todos tengan vida y vida en abundancia" (Jn 10,10) y no puede obligarnos a amarlo. Somos cada uno de nosotros quienes libremente nos excluimos a nosotros mismos y nos "lanzamos" al infierno, al barranco, cuando renegamos de Dios.

Finalmente, Jesús compara a un converso (escriba) con "un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo"... y ¿qué hace un padre de familia? transmite el "tesoro de la sabiduría familiar" a sus hijos, es decir, la riqueza de la fe, los valores cristianos y las costumbres de la vida que ha recibido y aprendido de sus padres. 

El Señor quiere que sus discípulos seamos los transmisores de la fe, que seamos "padres de familia" que llevemos el mensaje de Cristo a todos (incluso a los peces malos) para que puedan convertirse. 

Además, con sus palabras y hechos, Jesús nos muestra la imagen real de Dios, quien parecía para los escribas muy severo en el Antiguo Testamento y que, sin embargo, tiene rasgos de un Padre bondadoso, tierno y misericordioso que ama a todos sus hijos y quiere que todos se salven.


JHR

martes, 1 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (2): UN TESORO ESCONDIDO

"En aquel tiempo, dijo Jesús al gentío:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: 
el que lo encuentra lo vuelve a esconder 
y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo.
El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, 
que al encontrar una de gran valor, 
se va a vender todo lo que tiene y la compra»"
(Mt 13,44-46)

Jesús nos sigue hablando, a través de parábolas, del reino de los cielos. Algo escondido, de gran valor pero fácil de reconocer por la gente sencilla, por un campesino o por un comerciante.

El Reino de Dios se parece a un tesoro, a una perla fina… que uno encuentra (no por casualidad) y que no le deja indiferente sino que reclama un cambio profundo de actitud y una decisión personal, una conversión.

Cristo está hablando de sí mismo: Él es el tesoro escondido, la perla fina...  que vende todo lo que tiene (su puesto al lado del Padre) y compra el campo (la amistad perdida del hombre con Dios) con el precio de su sangre en la cruz.

Pero también habla de mí, de nosotros... con esas dos imágenes que nos interpelan y que suscitan en nuestro corazón cuestiones importantes:  

¿Cuáles han sido los objetivos que he buscado siempre en mi vida? ¿Qué tesoro escondido y valioso he descubierto? ¿Qué hallazgo tan valioso me ha movido a desprenderme de todo y comprar el campo? ¿Qué descubrimiento me ha llenado de alegría el corazón?

¿Cuáles han sido los anhelos y deseos que siempre he perseguido? ¿Qué perla tan fina he encontrado que me ha llevado a vender todo y comprarla? ¿Qué hallazgo me ha hecho renunciar a todo y seguir a una Persona? ¿Soy un buen negociante que conoce el valor de las cosas? ¿Busco ganancias materiales o espirituales? 
Cuando encuentras ese tesoro o esa perla...quedas fascinado y atraído, quieres comprarlo a toda costa, quieres "poseerlo". No necesitas razonar ni pensar en exceso porque, enseguida, te das cuenta del valor incalculable de lo que has encontrado. 

Ya no tienes dudas, reconoces que has encontrado lo que siempre habías estado buscando, te das cuenta que su valor colma todas tus aspiraciones. Y lo entierras, es decir, lo guardas y meditas en tu corazón, como hacía la Virgen María.

Sin embargo, para "poseer" el Reino, para tener a Dios, es necesario que me desprenda de todos mis afanes y materialismos, que me desapegue de mis inclinaciones y egoísmos, que me libere de mis pasiones e instintos. Es preciso que vacíe mi corazón de mi mismo para que lo ocupe Dios. 

"Venderlo todo" significa muy poco comparado con el valor de lo que quiero adquirir...porque realmente, lo que el Señor me ofrece, no tiene precio: "¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla?" (Mt 16,24-26).

Esta es la dinámica del reino de Dios: encuentro y acogida, llamada y respuesta, vocación y conversión.

¿Busco y no hallo? ¿He encontrado ese tesoro o esa perla? ¿Estoy dispuesto a negociar su "compra"? ¿Estoy dispuesto a sacrificar todo? ¿Venderé todo? ¿Lo cuidaré? ¿Lo compartiré con los demás?

lunes, 31 de julio de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (1): ACLÁRANOS LA PARÁBOLA

"En aquel tiempo, Jesús dejó a la gente y se fue a casa.
Los discípulos se le acercaron a decirle:
«Acláranos la parábola de la cizaña en el campo».
Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre;
 el campo es el mundo; 
la buena semilla son los ciudadanos del reino; 
la cizaña son los partidarios del Maligno; 
el enemigo que la siembra es el diablo; 
la cosecha es el fin del tiempo, 
y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se echa al fuego, 
así será al final de los tiempos:
 el Hijo del hombre enviará a sus ángeles 
y arrancarán de su reino todos los escándalos 
y a todos los que obran iniquidad, 
y los arrojarán al horno de fuego; 
allí será el llanto y el rechinar de dientes. 
Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre. 
El que tenga oídos, que oiga»"
(Mt 13, 36-43)

Comenzamos, como cada año en agosto, las meditaciones en chanclas sobre el evangelio diario, paseando con Jesús por la orilla del mar, que nos explica las Escrituras. 

El pasaje que hoy meditamos se encuentra en el centro de los cinco discursos con los que Mateo estructura su evangelio: el sermón de la Montaña (c. 5-7), el misionero (c. 10), el parabólico (c. 13), el eclesial (c. 18) y el escatológico o sobre el fin de los Tiempos (c. 23-25). 

A pesar de que el Señor les ha explicado anteriormente la parábola (v. 13-24), los discípulos siguen sin enterarse y le vuelven a pedir que les aclare la parábola. Lo mismo que sigue pasando hoy:  ¡Cuántas veces Dios me explica las cosas y yo sigo sin enterarme! ¡Cuántas veces me cuenta los secretos del reino de los cielos y yo sigo albergando dudas! ¡Cuántas veces oigo sin entender y miro sin ver!
A través de esta conocida parábola, el Señor me muestra la lucha espiritual que se libra en el mundo y en mi corazón, y de cómo el bien y el mal se manifestarán conjuntamente al final de los tiempos. Me dice que la cizaña y el trigo crecen juntos...y me advierte que no es fácil distinguir claramente una del otro hasta llegado el momento de la siega. 

Las fortalezas y debilidades, las bondades y maldades, las verdades y mentiras... en definitiva, el bien y el mal...crecen juntos en mí (en mi propio corazón), en otros (en mi comunidad cristiana, en mi familia, en mi entorno laboral o social), y en el mundo en general (medios de comunicación, redes sociales, etc.). Por ello:

No puedo dejarme llevar por el relativismo imperante donde todo parece desdibujado y confuso, donde el mal y el bien parecen difusos e indiferentes, donde es difícil distinguir la verdad de los "fakes", porque ambos "conviven" juntos. 

No puedo crearme una conciencia egoísta y a mi medida, donde yo decida lo que está bien o mal, sino que debo hacerlo bajo la guía y el criterio de la Verdad para que no relativize, para que comprenda que no puedo ser neutral ante el mal ni ambiguo ante el pecado. 

No puedo erigirme juez para sentenciar y dictaminar quién es cizaña o quién es trigo. Tampoco puedo juzgar a mis enemigos, aunque los tenga perfectamente identificados. Para eso están los ángeles, que segarán la cosecha al final de los tiempos y separarán el trigo de la cizaña. Yo sólo debo tener claro lo que está bien y lo que está mal.
Jesús es muy explícito: en el granero de Dios no puede haber "malas hierbas", sólo grano dorado que brilla. Luz y oro brillantes, que son símbolos eucarísticos. Y es que sólo en su Palabra y en la Eucaristía, donde Cristo se hace presente y me habla, puedo identificar lo que está bien y lo que está mal, lo que es luz y lo que es tiniebla, lo que es verdad y lo que es mentira.

La Escritura me dice que Dios es "compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia...porque él conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro" (Ef 2,4; Sal 103,10.14): conoce mis debilidades y mi necesidad de su gracia y perdón.

La Eucaristía me recuerda que Cristo "llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuisteis curados" (1 P 2,24): vino al mundo a pagar por mis pecados.

Por eso, una vez plantada la buena semilla, no arranca ni corta de inmediato la mala hierba ni separa la cizaña del trigo: "no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas" (Sal 103,10): porque como buen Padre espera mi conversión (Lc 15,11-35), espera pacientemente que yo, cizaña, me convierta en trigo. 

Jesús termina con una expresión que aparece 7 veces en los Evangelios y también en el Apocalipsis de Juan. Parece muy obvia pero que guarda un significado profundo: "El que tenga oídos que oiga". 

El verbo oír, escuchar (en hebreo, Shemá) aparece 1.160 veces en la Biblia para expresar una llamada de atención y advertencia, de orientación y discernimiento pero también como un concepto de obediencia.

Tener oídos significa escuchar sin prejuzgar, con un corazón sencillo, dócil y dispuesto a obedecer. 

Oír, escuchar significa prestar atención a lo que Dios me dice meditándolo en el corazón y haciéndolo realidad en mi vida.

Por eso, Señor, acláranos la parábola para que sepamos "escuchar", para que seamos trigo que brilla.

JHR

martes, 27 de junio de 2023

QUÉ Y CÓMO "CELEBRO" EN MISA

"El cáliz de la bendición que bendecimos, 
¿no es comunión de la sangre de Cristo? 
Y el pan que partimos, 
¿no es comunión del cuerpo de Cristo? 
Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, 
formamos un solo cuerpo, 
pues todos comemos del mismo pan"
(1 Cor 10,16-17)

Hoy quisiera meditar sobre un tema que parece muy obvio pero que, sin embargo, está repleto de malinterpretaciones, de equivocaciones o incluso de desconocimientos en cuanto al "qué" y al "cómo" un cristiano debe comportarse en misa. Hablamos de la liturgia.

¿Qué es la misa?

La Eucaristía (del griego εὐχαριστία, eucharistía, acción de gracias), llamada también santo sacrificio, cena del Señor, fracción del pan, misa, comunión, santísimo sacramento, santos misterios o santa cena es un sacramento de la Iglesia instituido por Cristo en la Última Cena.

La liturgia es el modo en el que toda la Iglesia (cabeza y cuerpo místico) entramos en contacto y comunicación con Dios, le rendimos culto y le damos gracias, nos santificamos, nos purificamos y nos perfeccionamos

Pero el sacramento de la Eucaristía no es sólo una tradición o costumbre para hacer pública nuestra fe, ni tampoco un mero acontecimiento social donde nos reunimos. Es el lugar de encuentro entre Dios y los hombres. 

Por eso, los católicos más que "ir" a misa o "estar" en misa, "celebramos", "vivimos" y experimentamos de una forma especial nuestra comunión con Dios.

Siempre me ayuda mucho a ser plenamente consciente de lo que ocurre en misa cuando distingo entre lo que veo y lo que realmente sucede: la misa es "espacio sagradodonde se unen el cielo y la tierra, donde entro en la vida íntima de Dios, y por tanto, tengo la obligación de saber cómo comportarme ante Su presencia omnipotente.

¿Qué y cómo celebro en misa?

La liturgia se celebra a través de gestos, palabras, ritos y acciones con los que Dios nos hace partícipes de Su gracia: signos y símbolos que se refieren a la creación -luz, agua, fuego-, a la vida humana -lavar, ungir, partir el pan- y a la historia de la salvación -los ritos de la Pascua-, que se hacen portadores de la acción salvífica y santificadora de Cristo (CIC 1189).

Es a través de estos gestos y símbolos, signos y ritos que Dios se revela en plenitud en la persona y la obra de Cristo a través del Espíritu Santo (CIC 1145). 

Sin embargo, ¡cuántas veces se me olvida que en misa está presente Dios y todo el cielo reunido en torno a Él, aunque mis ojos no puedan verlo! ¡cuántas veces caigo en la rutina y "me abstraigo" de lo que estoy haciendo, y de lo que significa! ¡cuántas veces "salgo de misa" igual que entro!

Ocurre también que, a veces, en misa me fijo más en lo "externo" y me olvido de lo "interno", me fijo en los gestos de otros pero "no estoy a lo que estoy", me quedo en los ritos pero no los interiorizo, veo los signos pero quizás no los comprendo.

Por eso, debo estar muy atento y tener muy presente el qué y el cómo celebro cada momento de la Liturgia y para ello, es necesario que sepa cuáles son sus símbolos y cómo se estructura.
¿Cuáles son los símbolos ornamentales en el altar?
Para comprender plenamente el significado de la Eucaristía, primero necesito saber qué significan los símbolos y objetos ornamentales que hay en el altar durante la misa:
  • Velas/Cirios: preferiblemente de cera blanca y de abeja (luminaria cerea). Simbolizan la carne pura de Cristo recibida de su Madre Virgen, la mecha significa el alma de Cristo y la llama representa su divinidad. Se encienden antes de la celebración y se apagan después de ésta. La Instrucción General del Misal Romano dispone que sobre el altar, o cerca de él, deben colocarse en todas las celebraciones por lo menos dos (ferias o memorias), cuatro (fiestas), seis (domingos y solemnidades) o incluso siete (misa pontifical - nº 7= perfección, y plenitud del sacerdocio episcopal-). Simbolizan también la fe, la esperanza y la caridad que iluminan a la vez que se consumen. 
  • Crucifijo: situado en el centro del altar, simboliza el sacrificio redentor de Cristo.
  • Misal Romano: guía de la celebración que contiene los textos litúrgicos y las oraciones que proclama el sacerdote. Se coloca sobre un atril
  • Vasos sagrados:
    • Cáliz: vaso donde se vierte el vino, que representa a Jesús y unas gotas de agua que nos representan a nosotros. Símbolo de la paz entre los pueblos.
    • Píxide/Copón: recipiente con tapa que contiene las sagradas formas.
    • Patena: platillo de metal donde se coloca la sagrada hostia (forma grande)
  • Purificador: lienzo utilizado por el sacerdote para enjugar y purificar el cáliz, la patena y el copón, así como sus dedos después de la comunión.
  • Corporal: lienzo que se extiende sobre el altar, donde se coloca la patena, el copón y el cáliz durante la misa. Simboliza la pureza.
  • Palia: lienzo cuadrado reforzado de cartón o almidón con el que se cubre el cáliz
  • Vinajeras: dos jarras o recipientes con tapa que contienen el vino y el agua para la consagración
  • Lavabo: jarra que contiene el agua para purificar las manos del sacerdote. Tomado del Salmo 26,6: "Lavo en la inocencia mis manos".
  • Manutergio: lienzo o toalla con las que el sacerdote se seca las manos, una vez purificadas
  • Turibulo/IncensarioBrasero pequeño con cadenillas y tapa con incienso que porta el acólito o monaguillo (turiferario o navetero) y con el que el sacerdote inciensa los dones con tres movimientos dobles, antes de incensar la cruz y el altar (sólo en determinadas celebraciones litúrgicas).
¿Cuáles son las partes de la misa?

Para una mayor comprensión de la misa, fundamentalmente, necesito saber en qué consiste. 

Según el Misal Romano, la misa consta de 4 partes fundamentales: ritos iniciales, liturgia de la Palabra, liturgia Eucarística y rito de conclusión. 

Las letras indican la posición que debo tener en misa (P: de pie, disponible a la llamada de Dios; S: sentado, atento a lo que el Señor me dice R: arrodillado, en actitud de respeto y adoración).

1. Ritos iniciales
Nos preparamos para comenzar la celebración.
  • Entrada (P): El canto de entrada fomenta la unión de los reunidos y nos eleva a la contemplación del misterio litúrgico. La entrada del sacerdote da comienzo a la misa.
  • Saludo inicial (P): El sacerdote hace la venia al altar y lo besa. Desde la sede, hace la señal de la cruz  y saluda a la asamblea. 
  • Acto penitencial (P): El sacerdote y la asamblea piden humildemente perdón al Señor por sus faltas.
  • Señor, ten piedad (P): Preferiblemente cantado, o al menos, recitado por todos ("Kyrie eleison"). Con esta súplica, le pedimos a Dios su misericordia.
  • Gloria (P): Himno preferiblemente cantado, o al menos, recitado por todos con el que alabamos y glorificamos a Dios, reconocemos su santidad y nuestra necesidad de Él.
  • Oración colecta (P): El sacerdote eleva a Dios todas las intenciones de la comunidad y la asamblea, que la hace suya diciendo: "Amen".
2. Liturgia de la Palabra
Escuchamos a Dios y respondemos cantando, meditando y rezando.
  • 1ª Lectura (S): Tomada del Antiguo Testamento: Dios nos habla a través del pueblo de Israel y de sus profetas. El lector no lee lo escrito en rojo ni dice: "primera lectura".
  • Salmo Responsorial (S): Preferiblemente cantado, o al menos, recitado. El salmista proclama las estrofas del salmo, mientras toda asamblea escucha y responde. No se lee lo escrito en rojo ni se dice: "salmo responsorial"
  • 2ª Lectura (S): Tomada del Nuevo Testamento: Dios nos habla a través de los apóstoles. El lector no lee lo escrito en rojo ni dice: "segunda lectura". Tras la lectura se canta (preferiblemente) el Aleluya, en recuerdo de la Resurrección. 
  • Evangelio (P): Tomado de los cuatro Evangelios y lo proclama el sacerdote o el diácono: Dios nos habla a través de Jesús. Al finalizar, la asamblea aclama: "Gloria a ti, Señor Jesús". 
  • Homilía (S): Explicación que realiza el sacerdote de las Lecturas o del Propio texto de la Misa del día. 
  • Profesión de fe (P): Con el Credo, toda la asamblea profesamos nuestra fe.
  • Oración de los fieles (P): Con las "preces", el Pueblo intercede por todos los hombres con una invocación común (te rogamos, óyenos), pronunciada tras cada intención.
3. Liturgia Eucarística 
Actualizamos la muerte y resurrección de Jesús.
  • Preparación de los dones/ofrendas (S): Se presenta el pan y el vino que se transformarán en el cuerpo y la sangre de Cristo (el agua que se vierte en el cáliz nos representa a todos nosotros). Realizamos el canto del ofertorio y la colecta en favor de toda la Iglesia. Oramos sobre las ofrendas.
  • Plegaria eucarística (P): Este el centro y el culmen de toda la celebración. Es una plegaria de acción de gracias y de consagración que consta de:
    • Prefacio (P): Oración de acción de gracias.
    • Santo (P): Aclamación cantada preferiblemente o al menos, recitada, con la que toda la asamblea alaba a Dios, al tres veces santo.
    • Epíclesis (R): El sacerdote extiende sus manos sobre el pan y el vino e invoca al Espíritu Santo, para que los transforme en el cuerpo y la sangre de Jesús.
    • Consagración (R): Con las palabras y gestos de Cristo, el sacerdote "hace memoria" de la última cena. Es el momento más solemne de la Misa; en él ocurre el misterio de la transubstanciación o transformación real del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Cristo: Dios se hace presente y nos acerca a Él. 
    • Anámnesis (R): Aclamación con la que la Iglesia realiza el memorial del mismo Cristo, recordando su pasión, resurrección y ascensión al cielo.
    • Oblación/Intercesión (P): Ofrecemos este sacrificio de Jesús en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena. Pedimos por el Papa, por los obispos, por todos los difuntos y por todos nosotros.
    • Doxología final (P): El sacerdote ofrece a Dios el cuerpo y la sangre de Jesús, por Cristo, con él y en él, en la unidad del Espíritu Santo. La asamblea responde: "Amén".
  • Comunión: la celebración eucarística es un convite pascual en el que recibimos el Cuerpo y la Sangre como alimento espiritual. Significa "común unión". Recibimos y abrazamos a Jesús y nos unimos a toda la Iglesia en alegría y amor.
    • Padrenuestro (P) se pide el pan de cada día (también el pan eucarístico), y se implora el perdón de los pecados. Consta de una invocación y siete peticiones.
    • El gesto de la paz (P): los fieles imploran la paz y la unidad para la iglesia y para toda la humanidad, expresándose mutuamente la caridad antes de participar de un mismo pan.
    • El gesto de la fracción del pan (P): realizado por Cristo en la última Cena, significa que nosotros, que somos muchos, en la comunión de un solo pan de vida, que es Cristo, nos hacemos un solo cuerpo (1 Co 10,17).
    • Inmixión o mezcla (P): el sacerdote deja caer una parte del pan consagrado en el cáliz como signo de comunión entre las diversas comunidades cristianas.
    • Cordero de Dios (P): el sacerdote y la asamblea cantan el "Cordero de Dios".
    • Preparación (R) privada del sacerdote, tras la cual, muestra el pan eucarístico.
    • Comulgar (R/P): al recibir el Cuerpo de Cristo, participamos en el sacrificio que celebramos.
    • Durante la comunión, se canta el canto de comunión (P), que expresa la unión espiritual  y la alegría del corazón de los que avanzan para recibir el Cuerpo de Cristo.
    • Terminada la comunión, con recogimiento y en silencio, el sacerdote y los fieles pueden orar un rato.
    • Oración después de la comunión (P): el sacerdote ruega para que se obtengan los frutos del misterio celebrado. El pueblo hace suya esta oración con la aclamación “Amén.”
4. Rito de conclusión (P)
Salimos renovados, perdonados, bendecidos y dispuestos a la misión.

Consta de saludo y bendición sacerdotal, y de la despedida, con la que se disuelve la asamblea, alabando y bendiciendo al Señor.

¿Cuáles son las dones y frutos que obtengo de la misa?

Soy plenamente consciente de que en la misa sucede un milagro: Dios se hace presente y se queda con nosotros. Por ello, debo:
  • mantener una actitud de respeto y silencio durante la celebración
  • poner atención durante las lecturas y la homilía
  • expresar devoción y adoración durante la consagración
  • tener disposición a cumplir la voluntad de Dios durante el ofertorio y la comunión
Entonces y sólo entonces, recibo las gracias y los dones que el Señor me ofrece y obtengo los frutos que su Espíritu me suscita:
  • Mi corazón se enardece al escuchar y entender la palabra de Dios 
  • Mi fe crece y reconozco al Señor al partir el pan
  • Mi alma se llena de alegría y de paz interior
  • Mi voluntad se compromete a cumplir la misión que Cristo me encomienda
JHR

lunes, 26 de junio de 2023

CREO QUE HA LLEGADO EL MOMENTO...

" No sois vosotros los que me habéis elegido, 
soy yo quien os he elegido 
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca"
(Jn 15,16)
-
Todos conocemos el auge y los frutos que producen los métodos de primer anuncio (Emaús, Effetá, Bartimeo, Proyecto Amor Conyugal, Seminarios en el Espíritu, Cursillos...) en los que el amor y la gracia de Dios actúan poderosamente, generado conversos alegres y enamorados de Cristo.

Sin embargo, seguimos sin contestar la "pregunta del millón" formulada desde hace tiempo: y después... ¿qué?... ¿a qué nos llama Dios? ¿a qué nos impulsa su Espíritu Santo? ¿qué quieres más de mí, Señor? ¿adónde quieres que vaya? ¿para qué me has elegido?

Normalmente, los que salimos de los retiros "con el corazón en ascuas" solemos permanecer en una inercia franquiciadora de fines de semana espirituales que siempre son maravillosos (porque Dios siempre actúa a pesar de nosotros), pero...realmente ¿nos hacen cumplir aquello para lo que hemos sido elegidos? ¿nos conducen al compromiso de dar la vida por otros? o ¿nos limitamos a consumir experiencias místicas o a realizar un servicio que nos resulta relativamente cómodo? 

El Señor nos ha elegido para que vayamos y demos fruto...y que ese fruto permanezca. Pero si dejamos que el fruto se seque o se marchite, nada de lo que hagamos tendrá sentido. Necesitamos saber qué hacer con el fruto (que necesita algo más que retiros) para que perdure.

San Pedro nos da alguna pista: "Pues para esto habéis sido llamados, porque también Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas"(1 Pe 2,21). No podemos quedarnos en la tranquilidad de la orilla, la intimidad del cenáculo o la comodidad del Tabor. Debemos seguir el ejemplo del Señor y dar un paso más. 

Por eso...

Creo que ha llegado el momento de bajar del Tabor, donde quizás nos hemos acomodado y fascinado ante tantas "transfiguraciones" de personas vuelven a la casa del Padre, y lo hemos convertido en una espiral interminable de retiros de todo tipo... "tiendas" donde se está muy bien, pero que reclaman algo más.

Creo que ha llegado el momento de salir de la orilla y subir a la barca, "levar" ancla e "izar" velas y remar mar adentro, para salir de sesiones que se eternizan contando lo que uno hace, lo que uno siente o lo que uno vive, para navegar por mares poco explorados, para testimoniar nuestra fe en "alta mar", donde el viento y el oleaje son contrarios.
Creo que ha llegado el momento de salir del entorno favorable que produce un retiro, resguardados y a salvo del mundo hostil, para "bregar" en lugar de "timonear", para ser cristianos de "mono de trabajo" en lugar de servidores de "polo"....para asumir nuevos compromisos con quienes nos necesitan, con quienes sufren o que han perdido su esperanza.

Creo que ha llegado el momento de pasar de métodos de conversión individual a métodos de conversión comunitaria que acompañen, formen y discipulen, lo cual implica acompañar mientras somos acompañados, formar mientras somos formados, discipular mientras somos discipulados.

Creo que ha llegado el momento de dejar "nuestras trincheras" y salir a "campo abierto", a la verdadera batalla "cuerpo a cuerpo" a la que estamos llamados, para poner a prueba nuestro coraje y nuestro compromiso de dar la vida por otros.
Pero no se trata de una llamada a la imprudencia o a la temeridad, ni tampoco a las Cruzadas, sino una invitación a mirar a los demás con los ojos misericordiosos de Dios, que conmuevan nuestros corazones no sólo durante un fin de semana emocional...y que nos haga salir de nuestras comodidades (incluso de las espirituales).

Creo que ha llegado el momento de demostrar y testimoniar nuestro amor a Dios...cuidando de los pobres y los necesitados, esto es, poner el amor en acción, el corazón en la miseria de otros, avanzando hacia rutas"más incómodas", que nos "duelan" más, que nos exijan más, que requieran "dejarnos la piel", o incluso, que nos reclamen dar la vida.

Sé que no es una llamada fácil de responder. Enseguida nos brotan excusas, pretextos y justificaciones que nos impiden dar un sí a una tarea más exigente y menos cómoda. Lo sé porque a mi también me pasa, quiero descansar en el Señor pero no dejo de oírle cómo me pide más en cada Eucaristía, en cada Adoración, en cada retiro: "Duc in altum".
Creo que ha llegado el momento de realizar un servicio auténtico (que en ocasiones, es impostado) que no entiende de reconocimientos o de comodidades, ni que se mueve por los méritos de aquellos a quienes debemos amar...que no tiene envidia, que no presume, que lo soporta todo (1 Cor 13,4-8), que perdona y que se entrega hasta el extremo (Jn 15,13).

Creo que ha llegado el momento de hacer de lo ordinario algo extraordinario...o viceversa...

domingo, 25 de junio de 2023

HASTA PRONTO, TOMÁS

"En paz me acuesto y enseguida me duermo, 
porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo" 
(Sal 4,9)

Señor, hoy que has llamado a nuestro hermano Tomás a tu divina presencia, te damos gracias por su vida y por todos los dones que le regalaste y que compartió generosamente con nosotros. Te damos gracias por habernos permitido caminar juntos en la fe y haber tenido el privilegio de servirte en nuestra pequeñez.

Nuestro querido Tomás "ahora sólo busca una cosa: olvidándose de lo que queda atrás y lanzándose hacia lo que está por delante, corre hacia la meta, hacia el premio, al cual le llama Dios desde arriba en Cristo Jesús" (Flp 3,13-14).

Mientras, nosotros "no estamos afligidos como los que no tienen esperanza" (cf. 1 Tes 4,13), sino que "estamos de buen ánimo porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo(2 Cor 5,8.10), "pues estamos convencidos de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rom 8, 38-39).

Hoy, cantamos a la vida porque tenemos motivos para hacerlo, porque hemos compartido nuestro tiempo y nuestras experiencias con Tomás, porque hemos reído y rezado con él, porque hemos estado a su lado y él al nuestro. 

Hoy despedimos a Tomás pero no con un "adiós" definitivo sino un "hasta pronto", porque tenemos la certeza de que el Señor ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.

Entre tanto, nosotros mantenemos vivo su recuerdo, su servicio de amor y generosidad a Dios y al prójimo, y guardamos todo lo que, con su ejemplo y testimonio "en lo escondido, en lo humilde", nos ha enseñado.

Tomás nos ha pasado el testigo para que continuemos esta carrera de relevos que empezó nuestro Señor, Jesucristo. Nuestro hermano ya ha corrido su tramo, "ha combatido el noble combate, ha acabado la carrera, ha conservado la fe" (2 Tim 4,7), por ello:
Señor y Padre de bondad, en tus manos encomendamos el alma de nuestro hermano, en la firme esperanza de que resucitará en el último día con todos los que han muerto en Cristo (Jn 11,24). 

Dale, Señor, la corona de la vida que prometiste a los que te aman (Stg 1,12; Ap 2,10)

Dios de misericordia, acoge las súplicas que te presentamos por Tomás y abrele las puertas de tu Reino porque ha guardado tu palabra y no ha renegado de tu nombre (Ap 3,8) 

Conforta y consuela a su familia, dales fortaleza y serenidad para superar su partida en la certeza de que, en su momento, se vuelvan a reunir con él en plenitud de gozo junto a Ti.
Por Cristo, nuestro Señor.
Amén


JHR

martes, 13 de junio de 2023

EVANGELIZAR NO NECESITA PROFESIONALES SINO TESTIGOS

"No os estiméis en más de lo que conviene, 
sino estimaos moderadamente, 
según la medida de la fe que Dios otorgó a cada cual"
(Rom 12,3)

Dice san Pablo, a propósito del apostolado y de la vida de fe, que un cristiano no debe estimarse más de lo que conviene (Rom 12,3) porque significa caer en la arrogancia, un comportamiento que Dios detesta (Pr 16,5). Nosotros somos servidores y colaboradores de Dios: plantamos y regamos pero no hacemos crecer el fruto. Eso lo hace Dios (1 Cor 3,6-9; 4,1-2). 

Sin embargo, ocurre a veces, que algunos cristianos nos dejamos seducir por el afán competitivo y profesional del mundo, tratando de plasmar nuestro sello personal en nuestra forma de servir, en nuestro testimonio "estrella", en nuestra capacidad para "deslumbrar" a otros, porque somos veteranos y sabemos de qué va esto de evangelizar.

San Alfonso María Ligorio decía: “El hombre espiritual dominado por la soberbia es un ladrón, porque roba, no bienes terrenos, sino la gloria de Dios". Nos convertimos en "ladrones profesionales".  Le robamos a Dios y nos apropiamos de su gloria. 

Nos mostramos conocedores de verdades ocultas sólo a nuestro alcance, damos consejos sin que se nos pidan, adoctrinamos sin testimoniar, juzgamos y señalamos porque nos sentimos superiores a los demás, nos enaltecemos y nos convertimos en "servidores profesionalizados".

Enfocados en el "resultadismo", en la "eficacia" y en la "eficiencia", nos convertimos en auténticos expertos del apostolado, poniendo el "foco" en nosotros y compitiendo permanentemente con el resto de nuestros hermanos de fe. 
Hablamos de servicio y de entrega pero, ¿ejercemos o rivalizamos?. Nos erigimos en ejemplos de fe, pero ¿la ponemos en práctica o sólo teorizamos?. Poseemos grandes carismas, pero ¿damos gloria a Dios o a nosotros mismos?. Atraemos a otros con nuestro magnetismo, pero ¿testimoniamos a Cristo o a nosotros mismos? 

El orgullo y la soberbia espirituales nos apartan de la Verdad, que es Jesucristo mismo (Jn 14,6), quien nos advierte que "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos" (Mc 10,43-45), que "cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido" (Lc 14,11; cf. Stg 4,6), y que "Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes" (1 P 5,5; cfr. Pr 3,34).

San Pablo insiste en ello: "No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros" (Fil 2,3)Quien muestra arrogancia o hace ostentación, no sirve al prójimo ni a Dios, sino a sí mismo.

Evangelizar no es una tarea para "apóstoles profesionales" ni para "expertos servidores". Cristo nos envía como ovejas en medio de lobos, no como lobos en medio de ovejas. Nos pide la astucia de las serpientes pero también la humildad de las palomas (Mt 10,16).

Evangelizar necesita testigos fieles que contagien el amor de Dios con su testimonio de vida, requiere testigos veraces que sean la voz que grita en el desierto y allanen el camino al Señor (Jn 1, 23-24), precisa testigos auténticos que hayan visto y hayan creído en el Hijo de Dios (Jn 1,34), demanda testigos valientes que no puedan callar lo que han visto y oído (Hch 4,20).

Todo apóstol (servidor) debe tener muy presente que el compromiso de testimoniar las maravillas que Dios ha hecho en su vida y contarlas al mundo es suyo, pero el protagonismo es del Espíritu Santo y la gloria de Dios. 

Servir a Dios no consiste en ser el protagonista de la historia sino en menguar para que Él crezca (Jn 3, 30), testimoniando con humildad y sin arrogancia, sirviendo con sencillez y sin ostentación, proclamando con docilidad y sin vanagloria, amando con veracidad y sin falsedad.
JHR

martes, 30 de mayo de 2023

LA IMPORTANCIA DE FORMARNOS EN LA FE

"Vosotros sois la sal de la tierra. 
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? 
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. 
Vosotros sois la luz del mundo. 
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte" 
(Mt 5,13-14)

Con frecuencia escuchamos en nuestras comunidades que los católicos necesitamos formación. Aunque muchos pedimos formación porque afirmamos desconocer las verdades de nuestra fe, la profundidad y el significado de la Biblia o qué dice el catecismo de la Iglesia sobre determinados aspectos, lo cierto es que cuando nos la ofrecen, la rechazamos o, cuando menos, somos inconstantes al recibirla.

Para algunos, la fe es tan sólo un sentimiento que aporta paz, consuelo y esperanza. Para otros, un cumplimiento de algunas normas de vida sin demasiado compromiso. Y para la mayoría, una gran desconocida.

¡Cuántas veces escuchamos decir que no leemos la Biblia porque no la entendemos! ¡Cuántas veces escuchamos decir que no rezamos porque no comprendemos lo que decimos o porque nos aburre! ¡Cuántas veces nos conformamos con escuchar homilías (si es que lo hacemos) que se quedan en un simple monólogo sin que interpele nuestros corazones!

Por eso, nos preguntamos ¿por qué es importante para un católico la formación? He aquí algunas razones:

  • Porque no podemos amar a Dios sin conocerlo. Y si no le amamos, inclumplimos el primero de los mandamientos: "Amarás a Dios sobre todas las cosas" (Mt 22,36-37).
  • Porque nuestra fe es la adhesión y el seguimiento a Jesucristo (Mt 16,24) y nadie puede adherirse y seguir a nadie si no lo conoce. Para vivir cristianamente necesitamos conocer para amar y amar para vivir. Sólo quien está enamorado, enamora. Y quien enamora, vive de acuerdo al sentido para el cual ha sido creado.
  • Porque para enamorar necesitamos compartir el amor a nuestra fe con otros y para ello, es necesario dar razón de lo que creemos, dar argumentos de lo que amamos (1 Pe 3,15). El mundo se ha convertido en una zona hostil que ataca nuestros valores y creencias. Por ello, la formación es absolutamente necesaria para defender nuestra fe.
  • Porque para cumplir la misión que Jesucristo nos confió de "Id al mundo entero y proclamar el evangelio" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc 9,2; 10,1-3) es necesario que sepamos cómo dialogar con aquellos que están alejados de Dios y de la Iglesia, es preciso encontrar los puntos en común, lo que nos une y no tanto lo que nos separa.
  • Porque sin formación, nuestra fe no crece, se vuelve "privada", se marchita y muere. Y Jesús nos pregunta "¿dónde está vuestra fe?" (Lc 3,25).

La fe necesita crecer y desarrollarse. Los cristianos adultos necesitamos alimento sólido en lugar de alimento para bebés, necesitamos más carne y menos papilla, más luz y menos oscuridad. 

La falta de formación genera oscurantismo y tiniebla, es terreno abonado para los fundamentalismos y los relativismos que nos alejan del Señor y de su Iglesia. 

¡Cuántas personas dicen comprender su fe y sin embargo, se vuelven intransigentes con los demás! ¡Cuántas personas dicen conocer la voluntad de Dios y sin embargo, repiten frases como "a mi me parece", "yo creo que...", "la Iglesia debería evolucionar" o "la Biblia debería cambiarse"!

El Señor nos dice que somos sal y luz del mundo pero ¿cómo podemos serlo si nos volvemos sosos o nos oscurecemos? ¿cómo podemos ser aquello que no somos o dar aquello que no tenemos?

La formación no es un "conocer teórico" más ni un saber más, ni una ciencia más. Se trata de conocer cuánto nos ama Dios, y saber corresponderle con nuestro imperfecto amor humano, igual que un hijo busca agradar a su padre.
La esencia del cristiano es seguir a Jesús, y seguirlo implica “ponerse en su lugar”. Y para ponernos en su lugar necesitamos discernimiento, formación y acompañamiento espiritual. 

La vida cristiana se aprende, ninguno nacemos sabiéndola. Es el Señor, nuestro Maestro quien nos enseña a través de su Iglesia y de sus testigos a vivir una vida nueva en el Espíritu, a vivir según Su Evangelio. 

La formación es una necesidad de cada cristiano para relacionarnos íntimamente con Dios, para dejarnos amar por Él, para conocerlo y amarlo siempre más y mejor, para dejarnos llevar a un encuentro personal, a una amistad estrecha y a una íntima comunión con Él.

Jesús, en la cruz, dijo: "Tengo sed" (Jn 19,28). Dios tiene sed de nosotros pero nosotros...¿tenemos sed de Él?

"El que tenga sed, que venga a mí y beba,
el que cree en mí; como dice la Escritura: 
de sus entrañas manarán ríos de agua viva” 
(Jn 7,37-38)