¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 13 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): SANTOS ¡YA!

 
"Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mt 5,48)

La llamada a la santidad es universal. Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4) y "no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 Pe 3, 9).  

Sin embargo, cada uno de nosotros tenemos la voluntad y la libertad, dados por Dios, para elegir entre dos caminos divergentes: santidad o pecado, dicha o pena, salvación o condenación.

Es verdad que si dejamos la santidad a la que el Señor nos llama para más adelante, quizás nunca la alcancemos. Necesitamos tener claro cuál es el camino al cielo y que necesitamos hacer para llegar a Él. Y necesitamos hacerlo ya.

La Iglesia nos enseña que todos requerimos pasar por un proceso de purificación, porque en el cielo "no entrará nada profano" (Ap. 21, 27), que podemos realizar en la tierra o en otro estado intermedio entre la tierra y el cielo

Jesús también se refirió este estado intermedio  cuando habló de un perdón posterior a la muerte (cf. Mt 12, 32) y cuando comparó el pecado a una deuda que tenemos que saldar (cf. Lc 12, 58-59). Es lo que conocemos como el purgatorio. 

Pero, para evitar el purgatorio, tenemos que empezar con nuestra purificación ya, ahora mismo, y para ello, primero, hemos de saber qué significa ser santo.

Ser santo no significa ser un superhéroe de la fe ni tampoco realizar actos imposibles. La santidad está al alcance de todos porque si no, Dios no nos la pediría. El Señor no nos pide imposibles. La santidad supone hacer extraordinario lo ordinario teniendo a Jesús en nuestro corazón.

Sin embargo, en nuestro corazón conviven tres "yoes" a modo de interrogantes:

¿Quién quiero ser? Mis expectativas, mis anhelos, mis deseos.

¿Quién dice la gente que soy? Mi imagen pública, el modo en que me ven y mi trato con los demás.

¿Quién soy realmente? Mis virtudes, mis defectos, mis heridas y debilidades.

Tres preguntas que, por sí solas, no me llevan a la plenitud, a la felicidad, a la bienaventuranza, a la santidad. Necesito hacer sitio en mi corazón a Jesús. 

Cuando le abro la puerta de mi vida al Señor, Él me habla de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-11), el auténtico manual para ser santo y que suscitan la pregunta: ¿Quién soy para Dios?
Las Bienaventuranzas son la idea de hombre que Dios tiene pensada para mi desde el principio de la creación; son el mismo retrato de Cristo.

Son las obras que realiza Dios en mi para hacerme semejante a su Hijo, que dibujan el rostro de Jesús, describen su confianza plena en el Padre, su amor y misericordia hacia todos; son el único camino al cielo; son la vocación a la que Dios me llama. 

Bienaventurado, dichoso, santo, perfecto es el:
  • pobre en el espíritu: ¿Reconozco mi pobreza, mi debilidad y mi necesidad ante Dios? ¿Me humillo y mendigo a Dios su gracia? ¿Soy consciente de que sin Dios nada tengo y nada puedo?
  • manso y humilde de corazón: ¿Me asemejo a Cristo? ¿Soy humilde? ¿Acepto la voluntad de Dios? ¿Muestro bondad y autocontrol? 
  • desconsolado: ¿Estoy triste y afligido? ¿Cansado y agobiado? ¿Mi dolor y sufrimiento me abren a una relación con Dios? ¿Es Cristo para mí el consuelo definitivo?
  • hambriento y sediento de justicia: ¿Soy justo con los demás?¿Tengo sed de Dios? ¿Le busco constantemente?
  • misericordioso: ¿Me compadezco de las debilidades y sufrimientos de los demás? ¿Soy misericordioso con los demás? ¿Amo al prójimo?
  • limpio de corazón:¿Es puro mi corazón? ¿Son buenas mis intenciones? ¿Busco hacer siempre el bien?
  • pacífico: ¿Comunico paz y evito conflictos? ¿Tengo serenidad? ¿Pongo paz y eludo peleas?
  • perseguido, mártir: ¿Obedezco a Dios antes que a los hombres? ¿Entrego la vida a Cristo y no a los placeres del mundo? ¿Soy perseguido y acosado por causa de Cristo?
  • calumniado: ¿Soy rechazado y calumniado por ser cristiano? ¿Insultan y desprecian mi fe?
Para ser santo, más que faltarme muchas cosas que Dios me pide ser, me sobran muchas más... 

Me sobra mucha soberbia, orgullo, pereza, ira...Me sobra juzgar a otros, mirarlos mal, señalarlos...

Me sobra mucho tiempo y me falta mucha más oración, me sobra impaciencia y me falta mucha más calma, me sobra mucha ira y me falta mucha más paz...

Me falta darme más a los demás, preocuparme más por ellos, caminar con ellos...

Por eso, tengo que empezar a ser santo...¡ya!

lunes, 12 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): ¿DIOS, CULPABLE DEL MAL?

"Sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien;
a los cuales ha llamado conforme a su designio"
(Rom 8,28)

El hombre, desde la Antigüedad, se ha acercado siempre a la divinidad con fascinación, consciente de su debilidad y sintiéndose pecador e ínfimo ante lo Absoluto. 

Sin embargo, en la actualidad, el hombre ha invertido los papeles: ha desbancado a Dios de su trono de grandeza, del sillón de la sabiduría y de la justicia, y le ha sentado en un banquillo de los acusados. 

El hombre de hoy, convertido en juez absoluto, sospecha de Dios, le señala y le culpa del mal y del sufrimiento de los inocentes. Le pide cuentas e incluso, le niega un abogado defensor. 

Culpar a Dios es poner el universo del revés, es la anti-creación. En el principio, Dios creó todo bueno (Gn 1,31), pero el hombre, en un mal uso de su voluntad y de su libertad, y engañado por el enemigo de Dios (el primero que culpó a Dios), cayó en el pecado (Gn 3,6) culpó a Dios: "La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Gn 3, 12) y sufrió las consecuencias (Gn 3,16-19): al romperse la armonía de la creación, surgió el desequilibrio, el caos, el mal, el dolor y el sufrimiento pero el hombre cuando se ve desbordado por sus actos o por las circunstancias, culpa siempre a Dios.
El mal no es una creación de Dios (ontológicamente, el Bien Supremo no puede ser al mismo tiempo el Mal Supremo). El mal no tiene entidad propia: es la ausencia del bien. Cuando pecamos, es decir, cuando nos alejamos del Bien Supremo que es Dios,...sobreviene el caos. 

Eso, precisamente es lo que, teológicamente, significa el pecado y el infierno: el alejamiento de Dios, ya sea momentáneo o eterno. Y por tanto, alejarse del Bien no puede ser culpa del Bien, sino de la ausencia de éste.

Para devolver la armonía original de la creación, la Eternidad irrumpió en el tiempo y el espacio, y Dios se encarnó en un hombre de la Jerusalén del siglo I, pero los fariseos le acusaron de blasfemia (Mt 26,65) y le condenaron a muerte: "Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera(Jn 11,50). 

Dios, el Legislador, es el primero que se somete a las consecuencias de la ley del libre albedrío del hombre, autoimpuesta por Él mismo como muestra de su incuestionable bondad y amor infinito hacia su criatura. 

El Creador del hombre se hace hombre para pagar las consecuencias del mal de toda la humanidad pecadora. Uno por todos: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5, 14).

Culpar a Dios del mal y del sufrimiento es como si el ladrón culpara a la víctima de su delito por no habérselo impedido; es como si la estatua culpara al escultor de haberla esculpido; o como si el hijo culpara al padre de sus malos actos por haberle engendrado:
"¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija entre otras tantas! ¿Acaso le dice la arcilla al alfarero: “Qué estás haciendo. Tu obra no vale nada”? ¡Ay del que le dice al padre: “¿Qué has engendrado?”, o a la mujer: “¿Qué has dado a luz?”! Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que le ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos?" 
(Is 45,9-11)
Los filósofos racionalistas e ilustrados del s. XVIII (Hume) culparon a Dios de impotencia, por no ser capaz de evitar el mal, o de maldad, porque siendo capaz, no lo evita. El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, racionalmente, un argumento inválido porque si Dios le concede libre albedrío al hombre ¿cómo Dios va a quebrantar esa libertad y actuar en contra de ése?. 

Los fariseos y los jefes judíos culparon a Jesús de expulsar demonios con el poder del jefe de los demonios (Mt 9,34): El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, teológicamente, un argumento inconsistente porque si expulsar demonios es hacer el bien y éstos son el mal ¿cómo Dios va a provocar y utilizar al mal para hacer el bien?.

En el fondo, son excusas, pretextos y justificaciones para negar con la razón la existencia de Dios; el Diablo quiere imponer con engaño y maldad al hombre el ateísmo, aunque el mismo tiene la certeza de la existencia de Dios. 

Dice san Juan que Dios es amor (1 Jn 4,8) y san Pablo que el amor es benigno; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (cf 1 Co 13,4-6). Si Dios es amor y el amor es bueno, justo y veraz ¿puede Dios ser el culpable del mal?

Añade san Juan en varios pasajes de su Apocalipsis que Dios no sólo no es el culpable del mal sino que lo limita (Ap 6,6.8; 7,3; 8,7-12; 9,4-5.10.15) porque si no lo hiciera, el hombre sucumbiría ante el gran poder destructivo del mal. 

Los cristianos tenemos la absoluta certeza de que Dios no envía castigos, ni desgracias, ni enfermedades, ni muertes, ni cataclismos, ni terremotos, ni huracanes, ni guerras, ni terrorismo, ni hambre... sino que todo ello son las consecuencias de la ruptura de la armonía creacional, de la perturbación que el caos provoca en el orden natural, del quebrantamiento del equilibrio establecido por Dios que el Mal ocasiona (cf 1 Jn 3,4).

El libro sapiencial de Job muestra la procedencia del mal, su autor (el Diablo) y su acción perversa, al mismo tiempo que manifiesta la condición autoimpuesta por el Bien así mismo para establecer su alianza con el hombre: el libre albedrío.

En conclusión, Dios no es el culpable del mal porque el Amor no coacciona, no impone, no chantajea, no violenta ni quebranta jamás; porque el Bien no puede hacer el mal, no puede provocar dolor ni ser el culpable del sufrimiento.

El Bien no puede hacer nada de eso, porque no puede negarse a sí mismo, no puede ir contra su propia esencia. Es el Mal el que sí puede, porque es la negación del Amor y la ausencia del Bien.

JHR

domingo, 11 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): INFANTILISMO ESPIRITUAL

"Hermanos, no seáis niños en vuestros pensamientos, 
antes bien, comportaos como niños en lo que toca a la maldad, 
pero en lo que toca a los pensamientos, sed adultos" 
(1 Co 14,20)

El infantilismo espiritual o falta de crecimiento en la fe es, por desgracia, un fenómeno demasiado frecuente en nuestras comunidades cristianas. Algunas personas se quedan "estancadas" en una fe pueril, sin compromisos, sin complicaciones, sin exigencias.

Es cierto que Jesús afirma que, para entrar en el Reino, es indispensable "hacerse como niños" (cf Mt 18,3) pero no es una referencia literal, sino que se nos exhorta a cultivar las actitudes propias de un niño: sencillez y humildad, ausencia de méritos propios y dependencia, sinceridad y confianza, capacidad de asombro y alegría. También, necesidad de sentirse amado, protegido, ayudado...

San Pablo, en su primera carta a los Corintios, ratifica el sentido de "niños" o "infancia espiritual" al que alude el Señor, quien no se refiere a que permanezcamos en un "infantilismo espiritual", sino a que maduremos en la fe: no seáis niños en vuestros pensamientos (...) sed adultos (1 Co 14,20)

Y en su carta a los Efesios, nos muestra el por qué debemos madurar"Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error" (Ef 4,14).

La carta a los Hebreos es, si cabe, más concisa: "Debiendo vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que alguien os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis necesitados de leche y no de alimento sólido. Quien vive de leche, desconoce la doctrina de la justicia, pues es todavía un niño. El alimento sólido es para perfectos, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos saben distinguir el bien del mal" (Hb 5,12-14).

Jesús, tras la multiplicación de los peces y los panes, reprende a los israelitas en este mismo sentido porque critican el duro lenguaje del Maestro y lo abandonan: "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros" (Jn 6,26). En realidad, su seguimiento no está basado en la búsqueda de una fe adulta sino interesada, caprichosa, infantil...

En un mundo donde nos hemos acostumbrado al "fast food" que sacia, pero que no nutre, también, en el plano espiritual, hemos optado por este tipo de alimento. Por ejemplo, cuando nos quedamos en los medios o en los métodos y no en el fin, o cuando nos interesamos por aspectos o devociones secundarias en lugar de buscar lo esencial. Y nos ocurre como a los que seguían a Jesús que, una vez saciados, nos alejamos o nos quedamos estancados.

Los discípulos de Cristo necesitamos seguir al Maestro para aprender de Él y crecer en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y en las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), de menos a más, aunque cueste, aunque exija compromiso, y así madurar, como nos muestra en la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32; Mc 4,30-32; Lc 13,18-19).  
El seguimiento de Cristo es un camino que implica práctica y entrenamiento, desarrollo y maduración, progreso y fruto permanentes (Jn 15,16). 

No podemos estancarnos en un infantilismo espiritual que pretenda construir una fe a la medida, según nuestros caprichos, deseos o antojos.  Tenemos que dar fruto permanente y abundante. Y eso supone nutrirnos de alimento sólido para crecer y madurar (1 Co 3,1-2), es decir, formación y discipulado.

La madurez espiritual requiere un replanteamiento radical de nuestras prioridades: pasar de complacernos a nosotros mismos para agradar a Dios, dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en lo que Dios ha pensado para nosotros, dejar de mirar al "suelo" para mirar al "cielo". 

Para alcanzar la madurez espiritual necesitamos cultivar la coherencia y la perseverancia, imprescindibles en la vida cristiana. Necesitamos tener un propósito espiritual en nuestra vida (y no solo material). Necesitamos hacer aquellas cosas que nos acercan a Dios, dejarnos iluminar por el Espíritu Santo para dar aquellos pasos que nos hacen avanzar en el camino: "Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne" (Gal 5,16).

En definitiva, huyamos del infantilismo espiritual, del estancamiento pueril, para alcanzar la madurez, que no es otra cosa que crecer en el conocimiento y gracia de Dios a través de una vida eucarística y de oración, de conocimiento de su Palabra y de servicio a los demás

"Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, y al cariño fraterno el amor. Pues estas cosas, si las tenéis en abundancia, no os dejan ociosos ni infecundos para el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo"  (2 Pe 1,5-8).

JHR

sábado, 10 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): CORREGIR ES ESTAR "A FAVOR" DEL HERMANO

"Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo" 
(Ap 3,19)

Hoy retomamos un tema que es siempre controvertido cuando no malentendido, aunque aparece claramente con frecuencia en la Sagrada Escritura: la corrección fraterna. 

Y es que a muchos cristianos les cuesta corregir porque piensan que se trata de juzgar o señalar al prójimo y porque se amparan en una de las citas bíblicas más utilizadas para justificar erróneamente la falta de corrección es "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mt 7,1). 

Sin embargo, esta cita evangélica se refiere, no a la corrección, sino a las críticas hipócritas, soberbias e injustas, especialmente cuando el que confronta o enjuicia es culpable del mismo pecado que la persona que está siendo confrontada o juzgada.

Hay que dejar muy claro que este recelo o aprehensión a corregir por parte de algunos no es cristiana, ya que supone un pecado de omisión, y no es evangélica, ya que parte de un mal entendido moralismo. 

La propia Palabra de Dios es muy clara al hablar de si misma en este sentido: "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia" (2 Tim 3,16). 
Es cierto que nos cuesta corregir, y mucho más, aceptar ser corregidos, pues como dice la carta a los hebreos: "Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella(Hb 12, 11).

Por el contrario, no nos cuesta nada corregir en nuestra propia familia de sangre. Hablamos con plena confianza y sin tapujos, y cuando nuestros hermanos o nuestros hijos hacen o dicen algo mal, se lo hacemos saber y les reprendamos sin pensar que les estemos juzgando o atacando.

¿Por qué? Porque es nuestro hermano, porque es nuestro hijo, porque es de nuestra familia, porque le queremos y porque nos importa. Porque corregir es imitar el amor de Dios: "Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama"; "Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo" (Pr 3,12; Ap 3,19).

Sin embargo, en nuestra familia de fe, en la Iglesia, somos incapaces de hacer lo mismo. Y yo me pregunto: si no corregimos a nuestro hermano es quizás ¿porque no nos importa?, ¿porque no le consideramos de nuestra familia?, ¿porque nos da un poco igual lo que haga o diga?, ¿porque no le queremos realmente?.

Un cristiano no deja de corregir por pretender ser "políticamente correcto". Eso es hipocresía. Cuando corregimos, no lo hacemos porque nos irriten las palabras o nos molesten los actos de nuestros hermanos, sino porque queremos su bien y buscamos su santificación. y sobre todo, porque corregir es un mandato directo de Cristo: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele" (Mt 18,16).

Entonces, ¿qué es y qué no es la corrección fraterna?

La corrección cristiana no es amonestar o reprender "en contra" de nuestro hermano sino "a favor" de él

No es criticar o juzgar, sino buscar su bien espiritual, su santidad, su salvación; es guiar y mostrar el camino correcto siendo para él luz en la oscuridad; es un acto de amor y de cuidado; es una forma de enseñanza y de guía para su crecimiento espiritual. Es un "todo a favor" de nuestro hermano. 
Dejarse corregir no es recibir una crítica o juicio malintencionado, sino todo lo contrario, es recibir cariño e interés de nuestro hermano; es una acto de enmienda y rectificación por nuestro bien. 

La corrección fraterna no es punitiva, sino constructiva; no es humillante, sino edificante; no es condenatoria, sino liberadora; no es "en contra", sino "a favor".

Entonces, ¿cómo corregir correctamente?

En primer lugar, debemos corregir con bondad y con misericordia: "Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo" (Ef 4,32).

En segundo lugar, con mansedumbre y con humildad: "Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado" (Gal 6,1).

En tercer lugar, con tacto y respeto a su dignidad como persona: "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano" (Mt 18,16-17).

En cuarto lugar, con magnanimidad y con verdad"Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina" (Tim 4,2).

Entonces, ¿qué pasa cuando no corregimos o cuando no aceptamos ser corregidos?

Cuando corregimos, somos coherentes con nuestra fe, pero si no lo hacemos, nos volvemos hipócritas y tratamos de construir una "falsa amistad/fraternidad" basada en el "indiferentismo relativista": "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, pasar por alto). Sin embargo, Dios nos advierte:"Más vale corrección con franqueza que amistad encubierta" (Pr 27,5). 

Cuando aceptamos la corrección, cuando sabemos "encajar" una reprensión, somos personas sensatas y sabias, pero cuando no sabemos "asumirla", nos convertimos en necios y torpes"Quien rechaza la corrección se desprecia, quien escucha la reprensión se hace sensato"; "Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece" (Pr 15,32; 12,1).
En conclusión, si después de verificar las innumerables veces que Dios nos exhorta a la corrección fraterna en su Palabra, seguimos negándonos a hacerlo, estaremos:
  • desobedeciendo a Dios y haciéndole un mal a nuestro hermano
  • yendo "en contra" de Dios y de nuestro prójimo
  • faltando a la caridad de los dos principales mandamientos de Dios: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente...y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-38; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Gal 5,14; Stg 2,8)

Debemos corregir "a favor" y dejar de pensar que hacerlo es juzgar"en contra".


JHR

viernes, 9 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): DAR FRUTO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo tiene que morir para "dar fruto", para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Tiene que morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos, multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por otros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medidasin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los demás, incluso a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... 

Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR

jueves, 8 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (9): SI ALGUNO QUIERE...

"Entonces dijo a los discípulos: 
«Si alguno quiere venir en pos de mí, 
que se niegue a sí mismo, 
tome su cruz y me siga. 
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; 
pero el que la pierda por mí, la encontrará. 
¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, 
si pierde su alma? 
¿O qué podrá dar para recobrarla? 
Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, 
entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. 
En verdad os digo que algunos de los aquí presentes 
no gustarán la muerte hasta 
que vean al Hijo del hombre en su reino" 
(Mt 16,24-28)

Si con Adán caímos en la soberbia del pecado, en Cristo subimos a la humildad de la cruz. El camino de un cristiano es un camino "cuesta arriba", de cruz, de negación y de imitación de nuestro Maestro. 

El discipulado cristiano es un planteamiento radical y exigente que no admite tibiezas. Si nos consideramos cristianos debemos estar dispuestos a correr la misma suerte que Cristo que implica frecuentemente dificultades, calumnias y persecuciones. Aceptarlo sin condiciones es cargar con la cruz. 

Jesús nos dice "si alguno quiere..." ¡Cómo las lanza el Señor! …Expone toda su divina pedagogía sin quebrantar, sin imponer, sin exigir y nos ofrece una opción, una alternativa, una propuesta de vida que no es fácil ni sencilla, pero que es libre.

"Querer seguirlo", implica aceptar y asumir libremente el compromiso que Cristo nos propone

"Que se niegue a sí mismo": Negarse a uno mismo para afirmar a los demás es desprenderse de egoísmos y comodidades para ofrecer la vida a otros, es amar a Dios a través del servicio y la entrega a los hermanos, es olvidar mi "yo" para preocuparse del "vosotros". 

"Tome su cruz". Supone un camino duro y pesado de calvario, difícil pero dinámico y generoso, que conduce a un final que no es el fracaso de la muerte sino la victoria del amor: tomar la cruz para ganar la corona. 

"Y me siga". Nada de lo que Jesús nos propone es un imposible. Nada de lo que nos plantea es algo que no haya hecho Él antes. Es un seguimiento "a contracorriente" y, por tanto, arduo pero la recompensa merece la pena. 
Ahora bien, tenemos que saber lo que supone seguir a Cristo:

"Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará". Es la gran paradoja del evangelio: una llamada a morir para vivir. "Perder la vida" es "desvivirse por Dios y por el prójimo". Supone obediencia y humildad pero, sobre todo, un amor excelso que entrega el cuerpo para ganar el alma

"Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras". Cristo nos promete dos cosas: la primera, que regresará y la segunda, que hará justicia
Por otro lado, en Lucas 9, 57-62, Jesús se anticipa a nuestros cuestionamientos y propuestas, avisándonos de lo que supone el camino que nos propone:
  1. "Mientras iban de camino, le dijo uno: 'Te seguiré adondequiera que vayas'. Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza". Jesús nos avisa, para no llevarnos a engaño, que seguirlo supone abandonar las seguridades y las comodidades humanas.
  2. A otro le dijo: 'Sígueme'. Él respondió: 'Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre'. Le contestó: 'Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios'. Su propuesta implica renunciar a los lazos humanos y los vínculos familiares.
  3. Otro le dijo: 'Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa'. Jesús le contestó: 'Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios'. El seguimiento de Cristo implica anteponer a Dios sobre todas las cosas.
La negación y la cruz son el camino de exigencia que Jesús ha recorrido antes. 

No hay cristianismo al margen de la humildad, del "abajamiento", de la renuncia a uno mismo. 

No hay cristianismo sin entrega de la vida, sin desapego a los bienes o a los deseos, o incluso a la propia familia y amigos... "Quien no muere para nacer del espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos" (Jn 3, 5).

¿Elijo ir en pos de Ti? ¿Soy consciente de lo que ello supone? ¿Estoy dispuesto a negarme, a tomar mi cruz y seguirte? ¿Estoy dispuesto a renunciar a mis expectativas y deseos, a mis posesiones, familia y amigos? ¿incluso a renunciar a mi propia vida, y anteponerte a todas las cosas? 

"Señor, ayúdame" (Mt 15,25)…a serte fiel, a saborear la cruz sirviendo a los demás, y a seguirte hasta el final.


JHR

miércoles, 7 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (8): SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA

"Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, 
Jesús preguntó a sus discípulos: 
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?». 
Ellos contestaron: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, 
otros que Jeremías o uno de los profetas». 

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». 
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: 
«Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». 
Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, 
porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, 
sino mi Padre que está en los cielos. 
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, 
y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, 
y el poder del infierno no la derrotará. 
Te daré las llaves del reino de los cielos; 
lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, 
y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». 
Y les mandó a los discípulos 
que no dijesen a nadie que él era el Mesías. 

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos 
que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho 
por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, 
y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. 
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: 
«¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». 
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás! 
Eres para mí piedra de tropiezo, 
porque tú piensas como los hombres, no como Dios» 
(Mt 16,13-23)

Hoy profundizamos en un pasaje evangélico de gran importancia en el que Cristo funda su Iglesia con Pedro a la cabeza y donde aparecen implícitamente los sacramentos.

Pedro confiesa su fe en Cristo cuando le llama Hijo de Dios. Está declarando (quizás sin saberlo) un primer "dogma": la consustancialidad del Padre y del Hijo. Y por haber proclamado a su Padre, Jesús le nombra al suyo, a Jonás, es decir, hace una equivalencia de paternidades que demuestran ambas filiaciones

Sobre ese "dogma", sobre esa fe profesada por Pedro, es sobre la que edifica Cristo su Iglesia. Jesús mismo es la piedra angular, la roca y el cimiento de la Iglesia (y del mundo), tal como estaba profetizado (Is 28,16; Jr 51,26; Sal 118,22; Job 38,4-6) y como afirmarán después el propio Pedro y también Pablo, el otro pilar de la Iglesia (1 Pe 2,4-8; Rom 9,33; Hch 4,10-12; Ef 2,20-22).

Simón es el único discípulo a quien el Maestro le cambia el nombre por Cefas ("Petrus", "Pedro", "piedra"). Se trata de un dato significativo puesto que, en el Antiguo Testamento, el cambio del nombre implicaba el mandato de una misión (cf. Gn 17, 5; 32, 28 ss, etc.). 

Pedro es el único apóstol a quien Cristo le atribuye una importancia particular dentro del grupo de los Doce: en Cafarnaúm, Jesús se hospeda en casa de Pedro (cf. Mc 1, 29); en las dos barcas amarradas en la orilla del lago de Genesaret, Jesús escoge la de Simón (cf. Lc 5, 3);  en circunstancias especiales, cuando Jesús se llevaba sólo a tres discípulos, siempre se nombra a Pedro como el primero del grupo:  en la resurrección de la hija de Jairo (cf. Mc 5, 37; Lc 8, 51), en la Transfiguración (cf. Mc 9, 2; Mt 17, 1; Lc 9, 28) y en el huerto de Getsemaní (cf. Mc 14, 33; Mt 26, 37).

Pedro es el único apóstol a quien el Señor le llama "bienaventurado", "dichoso"...es decir, le está santificando, le está declarando "santo". 

Pedro es el único apóstol a quien Cristo le entrega las llaves del reino, haciéndole partícipe de la edificación de la Iglesia. Esto que supone dos cosas: 
  • una, que Cristo tiene la autoridad plena para hacerlo y, por tanto, se está revelando como Dios mismo; 
  • y dos, que por primera vez un hombre, un mortal, tiene delegado todo el poder del cielo a través de los sacramentos que aparecen implícitamente en la "entrega de llaves"
    • la autoridad divina para perdonar los pecados: Confesión
    • la capacidad para mostrar al Padre: Eucaristía.
    • la capacidad para dar acceso a Dios: Bautismo
En el pasaje evangélico de hoy, Cristo está fundando su Iglesia y convirtiendo a Pedro en su"vicario" o representante en la tierra, en el "conserje del cielo", a pesar de que sabe que le negará cuando sea entregado y detenido. 

Jesús no le elige como cabeza de su Iglesia porque sea el más capacitado sino porque irá capacitando a su elegido, para que el propio Pedro lo haga con el resto de los apóstoles y discípulos, cuando Cristo retorne al cielo. 

En el evangelio de Lucas, el Señor le advierte: "Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,31-32). 

En el evangelio de Juan, Jesús se dirige a todos los apóstoles: "Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22-23)

En ambos, aparecen también implícitos otros dos sacramentos: el del Orden Sacerdotal y el de la Confirmación. Además, en el de Juan, vuelve a mencionar la Confesión.

Jesús añade: "Y el poder del infierno no la derrotará". Con esta promesa, le está confirmando y asegurando Su doble triunfo: el de su Iglesia y el de su muerte en la Cruz. Le está poniendo en antecedentes para cuando sea entregado y crucificado, y también para cuando Él ya no esté y tenga que dirigir la Iglesia. 

Pedro se convierte así en figura de la universalidad y de la unidad de la Iglesia.

martes, 6 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (7): SEÑOR, AYÚDAME

En aquel tiempo, Jesús se retiró 
a la región de Tiro y Sidón.
Entonces una mujer cananea, 
saliendo de uno de aquellos lugares, 
se puso a gritarle:
«Ten compasión de mí, Señor Hijo de David. 
Mi hija tiene un demonio muy malo».
Él no le respondió nada. 
Entonces los discípulos se le acercaron a decirle:
«Atiéndela, que viene detrás gritando».
Él les contestó:
«Sólo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel».
Ella se acercó y se postró ante él diciendo:
«Señor, ayúdame».
Él le contestó:
«No está bien tomar el pan de los hijos 
y echárselo a los perritos».
Pero ella repuso:
«Tienes razón, Señor; 
pero también los perritos se comen las migajas 
que caen de la mesa de los amos».
Jesús le respondió:
«Mujer, qué grande es tu fe: 
que se cumpla lo que deseas».
En aquel momento quedó curada su hija.
(Mt 15, 21-28)

Este es un pasaje que muchas veces se presta a malas interpretaciones acerca de la actitud de Jesús, que parece ignorar o despreciar a esta mujer cananea, pagana. De hecho, la primera vez, parece mostrarle indiferencia y ni la responde, y por dos veces, parece negarle lo que le pide. 

¿Qué ha pasado? ¿Dónde está la compasión y la misericordia que Jesús ha mostrado a los necesitados en los anteriores capítulos evangélicos? ¿Es el mismo Jesús o es otra persona distinta? ¿Por qué se dirige Jesús a una región como Tiro y Sidón, "impura", "prohibida" y "fuera" de la salvación, según la mentalidad judía?

Veamos, frase por frase, lo que la Escritura quiere mostrarnos:

"Jesús se retiró"
Mateo no dice que "pasó" o "cruzó" por allí como si fuera hacia a otro lugar, sino que se "quedó", permaneció allí. Es decir, Jesús tenía toda la intención de ir allí y quedarse. ¿Para qué? Para mostrarnos que la universalidad de la salvación, aunque viene a través del pueblo judío, no está restringida únicamente a Israel, sino abierta a todos los hombres.

una mujer cananea
Una mujer sin nombre, sin identidad, una mujer "alejada", prohibida por la ley, pagana, pecadora pero, en el fondo, una madre que ama a su hija y que quiere preservarla del mal. Una mujer que nos representa a cualquiera de nosotros, que no somos judíos.

"saliendo de aquellos lugares" 
Son los lugares tenebrosos y oscuros del ser humano, lugares alejados de Dios, lugares de pecado. La mujer "sale" del pecado y cree en el "Hijo de David", el Mesías prometido. Jesús siempre quiere entrar en nuestro dolor, en nuestro sufrimiento pero espera a que salgamos de nuestro pecado y pongamos de manifiesto la pureza de intención de nuestro corazón y la fe sincera en Dios. 

"Solo he sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel"
Cristo expresará a menudo la universalidad de su Iglesia pero esa será la misión de sus apóstoles: llevar la salvación al mundo gentil porque Él ha sido enviado a Israel. De un hombre proviene la salvación de todos, de un pueblo la del mundo. El Señor lidera, abre camino, da ejemplo, para que sus discípulos continúen su obra.

"Señor, hijo de David...tienes razón...pero ten compasión de mi y ayúdame"
La cananea confiesa y reconoce a Jesús como el Mesías prometido, y evoca la frase de los discípulos ante el milagro de Jesús caminando sobre las aguas: "Realmente eres Hijo de Dios".

El grito de esta madre sobrepasa lo natural, lo humano... esta cananea pide como "conviene"... es el Espíritu Santo quien hace proferir este gemido en ella: "el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables (Rm 8,26).

"también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de los amos"
La pedagogía o mayéutica del Maestro, más que dar respuestas, quiere mover los corazones de las personas a la acción, a una búsqueda explícita de la perseverancia, a un interés real por la fe verdadera, aunque no se sientan merecedores de la gracia de Dios

Dios utiliza esta pedagogía con frecuencia: calla, guarda silencio y espera. Y casi nunca entendemos por qué. Dice san Agustín: "Dios, que te creo sin ti, no te salvará sin ti", refiriéndose a que Dios quiere purificar nuestras intenciones, provocar nuestra reacción sincera y humilde, estimular nuestra de fe, para que Él pueda actuar, obrar milagros y salvarnos. 
"Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas"
Ante una fe verdadera y auténtica, ante la intercesión desesperada de una madre que pide por la salud de su hija, el corazón de Dios se conmueve y hace brotar su misericordia ante el sufrimiento humano.

Señor, a veces no escucho tu respuesta...guardas silencio, "te pido auxilio, y no respondes; me presento ante ti, y no lo adviertes" (Job 30,20)...te muestras "indiferente" o me pones impedimentos... pero yo seguiré insistiendo, porque tengo la certeza que me escuchas.

Enséñame a pedir como conviene, a pedir bien, porque "pido y no recibo, porque pido mal, con la intención de satisfacer mis pasiones" (Stg 4,3).

Señor, purifica mi intención y aumenta mi fe, porque "sin fe es imposible complacerte, pues el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan" (Hb 11,6). 

"A ti, Señor, te invoco; Roca mía, no seas sordo a mi voz; que, si no me escuchas, seré igual que los que bajan a la fosa. Escucha mi voz suplicante cuando te pido auxilio, cuando alzo las manos hacia tu santuario" (Sal 28,1-2).

JHR