¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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sábado, 12 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): "SEÑOR, SÁLVAME"

Después que la gente se hubo saciado, 
enseguida Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca 
y se le adelantaran a la otra orilla, 
mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. 
Llegada la noche estaba allí solo.
Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, 
sacudida por las olas, porque el viento era contrario. 
A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando sobre el mar. 
Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, 
se asustaron y gritaron de miedo, diciendo que era un fantasma.
Jesús les dijo enseguida:
«¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó:
«Señor, si eres tú, mándame ir a ti sobre el agua».
Él le dijo: «Ven».
Pedro bajó de la barca 
y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús;
 pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, 
empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo:
«¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?».
En cuanto subieron a la barca amainó el viento.
Los de la barca se postraron ante él diciendo:
«Realmente eres Hijo de Dios».
(Mt 14,22-33)

Seis días más tarde, volvemos al mar de Galilea para reencontrarnos con la escena de los discípulos en la barca (que representa la comunidad, la Iglesia) "faenando" en los quehaceres cotidianos, en los que de forma habitual y constante surgen tormentas y tempestades.

El hecho de ser cristiano no significa que vayamos a estar exentos de contrariedades o dificultades. De hecho, siempre que estamos en nuestras faenas, en nuestras obligaciones surgen los problemas y las pruebas, pero Jesús siempre se nos aparece para ayudarnos cuando más le necesitamos.

Lo que Mateo quiere resaltar con la reacción de Pedro, con sus debilidades y sus miedos, es que todos, incluso la cabeza de la Iglesia, necesitamos perseverar en la prueba para convertirnos y trabajar nuestro coraje, y también reconocer la presencia de Cristo, para recibir de Él la fortaleza y aumentar la fe.

De nuevo, Jesús le recrimina a Pedro su poca fe como había hecho anteriormente en tantas ocasiones (Mt 8,23-27; 16,22-27) y también cuando le niegue (Mt 26, 69-75). Sin embargo y a pesar de todo, Cristo le pone al frente de Su Iglesia (Jn 21,11-16) por su corazón lleno de amor.

El Señor sabe que todos nosotros, incluido el papa, el sucesor de Pedro, necesitamos su ayuda. Nadie está exento de noche oscura, nadie está a salvo de crisis espirituales o tribulaciones, que por otro lado, son ocasiones excepcionales para que nuestra fe sea puesta a prueba y crezca con la ayuda de Dios, y así vencer el mal.
Sin embargo, ante las dificultades, nos sobresalta el miedo, que conduce al bloqueo y a la desconfianza... y Jesús lo sabe. Por eso, necesitamos que se aparezca en nuestras dudas, y debilidades, en nuestras preocupaciones y problemas...para que nos anime, nos ayude, nos rescate y nos salve. 

¡Ayúdanos, Señor, a perseverar en medio de las pruebas y las debilidades para que pueda aumentar nuestra fe!

¡Rescátanos, Señor, cuando las tinieblas se ciernen sobre nuestra misión apostólica y sobre nuestro caminar cotidiano para que podamos ver tu luz!

¡Permítenos, Señor, descubrirte también cuando nos hablas con Tu Palabra y con Tu Espíritu, en toda ocasión y en todo lugar para que podamos reconocerte y creer!

¡Muéstranos, Señor tu misericordia y danos tu salvación!

¡Realmente eres Hijo de Dios!

JHR

miércoles, 14 de julio de 2021

EL HOMBRE (Y EL SACERDOTE CON ÉL), LLAMADO A LA CONVERSIÓN

"Se ha cumplido el tiempo 
y está cerca el reino de Dios. 
Convertíos 
y creed en el Evangelio"
 (Mc 1,15)

Mientras se publica el nuevo libro del cardenal Robert Sarah, "Al servicio de la verdad", seguimos leyendo y releyendo su anterior libro, "Se hace tarde y anochece", en el que afirma que la Iglesia corre serio peligro porque se ha desmoronado el significado del sacerdocio. Asegura que no es sólo por las abominaciones y abusos cometidos por algunos indignos sacerdotes, sino porque muchos de ellos han puesto su ministerio al servicio de un poder que no procede de Dios.

Aunque el purpurado africano se dirige habitualmente a sus hermanos de ministerio, no cabe duda que también se dirige a todos los bautizados, también consagrados sacerdotes. Sus palabras son duras porque son verdad, y con ellas nos exhorta a no caer en la cobardía y el miedo de san Pedro al renegar de Cristo, ni a sucumbir en la oscuridad de la traición de Judas

Nos invita a vivir una Cuaresma constante y a, mientras esperamos la venida del Señor, escuchar la voz del Espíritu Santo"Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio".

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de sentirse en peligro. El relativismo imperante en el mundo niega el pecado. Hoy no existe distinción entre bien y mal, entre virtud y pecado. El hombre no siente la necesidad de ser salvado y el sacerdote no siente la necesidad de ser instrumento de salvación. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha mundanizado y ha perdido el sentido de lo sagrado y la trascendencia de Dios. Nos hemos vuelto sordos y ciegos para las cosas de Dios. Hemos olvidado que existe el cielo y nos hemos dejado hechizar por lo palpable, por lo material. Hemos olvidado la oración y hemos dejado de buscar lo divino, en favor del activismo y del materialismo.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado atrapar y seducir por el mundo, a pesar de que, como dice San Ignacio, existe únicamente para Dios. Hemos dejado de pasear con Dios cada tarde y nuestra vida se ha paganizado. La luz del mundo se apaga porque Dios ha dejado de ser "lo primero" como consecuencia de que nuestra fe se ha aletargado y nuestra capacidad de reacción se ha anestesiado

El hombre (y el sacerdote con él) ha tratado de instrumentalizar a Dios, acudiendo a Él sólo para satisfacer sus demandas egoístas. Decimos ser cristianos pero vivimos como gentiles. Sólo "nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena". Sólo cuando necesitamos algo, acudimos a Dios. 

El hombre (y el sacerdote con él) ha convertido la oración en un mercadillo de oferta y demanda, en una oficina de reclamaciones. Como niños mimados, no sabemos alegrarnos cuando nuestro padre nos regala algo, sino que nos quejamos siempre porque nunca tenemos suficiente.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha dejado llevar por el desaliento ante la dificultad del seguimiento a Cristo. Nos hemos dejado embargar por la sensación, aparentemente estéril, de la oración y hemos dejado de priorizar a Dios, dejando de estar en permanente contacto con Él. 

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido al espíritu del mundo, cediendo al conformismo ante el pensamiento dominante. "Hemos perdido el norte" y nos dejamos arrastrar por la corriente para ganarnos su aprobación. Nos sumergimos en el oscuro mar mundano y nos ahogamos en él.

El hombre (y el sacerdote con él) ha pretendido hacerse popular y visible en el mundo para buscar su aprobación, olvidando que Jesucristo fue "impopular", rechazado y crucificado. Al llenar nuestro corazón de deseos de reconocimiento, impedimos que Cristo pueda ocuparlo por completo. Hemos olvidado que lo importante es "lo invisible" y no "lo tangible".

El hombre (y el sacerdote con él) está desconcertado y confuso por causa del secularismo. Hemos perdido nuestra identidad y nuestro destino divino al desatender los sacramentos, anunciar la Buena Nueva y la comunión con el resto de nuestros hermanos, para dedicarnos a aspectos sociales, políticos, económicos o ecológicos.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un funcionario de la fe, aunque no conoce ni cree los fundamentos de la fe. Hemos dejado de ser guardianes y portavoces de la Palabra de Dios. Tenemos muchos papeles, muchas gestiones y muchas reuniones pastorales pero hemos dejado de conducir almas a Dios "yendo, haciendo discípulos y enseñándoles a guardar lo que Cristo nos ha enseñado" (Mt 28,19-20).

El hombre (y el sacerdote con él) ha dejado de "ser" para convertirse en "hacer". Somos "hacedores de cosas" en lugar de ser portadores de luz y de brillo de la Verdad por medio del testimonio personal. Nos hemos adecuado a la sabiduría del mundo y olvidado que los cristianos "no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído" (Hch 4,20).

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "cristiano burgués" y cómodocomo dice Benedicto XVI, instalado en el confort y la seguridad de una fe a la medida que elige qué verdades del Credo creer. Hemos reducido la fe a una filosofía individual, íntima y personal, adaptada a nuestros criterios y que vivimos en silencio. Y cuando hablamos, lo hacemos para lograr aplausos o para que el mundo oiga lo que quiere oír.

El hombre (y el sacerdote con él) se ha convertido en un "hámster" que corre en una rueda que gira y gira pero que no lleva a ningún lugar. Celebramos la liturgia como un evento profano y de "puertas adentro". "Vamos a misa pero no estamos en misa". Y cuando salimos, mostramos una dramática incoherencia entre la fe que profesamos (o que creemos cumplir) y la vida que vivimos.

El cardenal Sarah clama a toda la Iglesia por la urgente necesidad de conversión, para que cambiemos de dirección, rompamos con el pasado, vayamos contracorriente y volvamos al Camino que es Cristo, del que nunca deberíamos desviarnos. 

Implora la escucha de la Palabra de Dios, la voz que resuena en nuestros corazones, mostrando a Cristo que desea permanecer en nosotros, tendiéndonos la mano para iluminar nuestras vidas a lo largo del itinerario hacia nuestro destino final, la casa del Padre. 
Grita en el desierto del mundo para que nos mantengamos firmes, inquebrantables y perseverantes en el mensaje del Salvador, continuado por el invariable Magisterio de la Iglesia y guiado por el Espíritu Santo, a pesar de los criterios contrarios del mundo.

Suplica a todos los bautizados, sacerdotes y lacios, a cumplir con coraje y valentía nuestra misión evangélica de anunciar y testimoniar a Cristo resucitado, de anticipar el cielo en la tierra, apoyados y orientados por la gracia del Espíritu Santo, y confiados en la bondad y misericordia infinita del Padre.

El hombre (y el sacerdote con él) está llamado a "divinizarse", a volver a caminar escuchando al "Peregrino desconocido", que nos devuelve la esperanza e inflama nuestro corazón. A convertirnos en "héroes del cielo en tierra", resistiendo los criterios perversos del mundo y forcejeando con los propios y diciendo:

"Señor, quédate con nosotros porque se hace tarde y anochece"
JHR

lunes, 12 de julio de 2021

EVANGELIZAR NO ES HACER PROSÉLITOS

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, 
que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, 
y cuando lo conseguís, 
lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! 
(Mateo 23,15)

En el artículo anterior reflexionábamos y meditábamos sobre la misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos y que nos concierne a todos. Sin embargo, debemos tener especial cuidado para no confundir evangelizar con hacer proselitismo, ni celo apostólico por sectarismo.

Proselitismo, del griego ροσήλυτος/prosêlütos y del latín prosélytus, "nuevo venido", es el empeño o afán de una persona por convencerinducir o incluso forzar a otra a cambiar su parecer, sin tener en cuenta su libertad, su dignidad o su capacidad de elección voluntaria.

Hacer proselitismo no tiene nada que ver con evangelizar. El empeño exagerado e incluso impertinente por captar o atraer a la fe a otras personas a cualquier precio no es evangelizar, sino hacer "esclavos de la fe". Imponer la fe de un modo exigente, obligatorio y coactivo no procede de una pureza de intención cristiana. 

Hacer proselitismo es adoptar una actitud sectaria por la que alguien llega a considerarse un "fiscal de la fe", un "juez de la fe", un "hermano mayor", o incluso "espiritualmente superior", obligando y forzando a los demás a "acatar la verdad a la fuerza". 

Nosotros, los cristianos, no somos fiscales, ni abogados ni jurados ni jueces. Somos testigos que, llamados al estrado, damos testimonio de que Jesucristo ha resucitado y vive, pero no acusamos, ni defendemos, ni damos un veredicto, ni dictamos sentencia. Sólo el pecado acusa, sólo el Espíritu Santo defiende y sólo Dios juzga los corazones.

Hacer proselitismo es transformarse, sin saberlo, en traficantes de esclavos de la fe. Es ir a la selva, capturar violentamente a otros e introducirlos a la fuerza en un barco negrero que jamás puede llevar el nombre de "Iglesia de Cristo". Los cristianos no somos comerciantes ni nos dedicamos a la trata de hombres. Somos misioneros que damos gratis lo que hemos recibido gratis (Mateo 10,8).
Dios respeta por encima de todo la libertad y la dignidad del hombre, y nunca fuerza ni quebranta su voluntad. Si Jesús jamás hizo proselitismo durante su vida pública ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?

Este afán de "captar esclavos para la fe" parte de una idea errónea y tergiversada del concepto y del proceso de conversión. La conversión espiritual o "metanoia" es un acto libre e interior de la voluntad por el que el hombre "se vuelve" a Dios, no por un empeño forzado. 

La conversión es siempre un movimiento "interno" del alma y nunca se provoca desde afuera, es decir, nadie convierte a nadie. Es uno mismo quien decide cambiar su corazón y transforma su mente al confrontar su vida ante Dios Todopoderoso, no por la acción empecinada de otro.

Forzar, obligar o presionar a cualquier persona para abrazar la fe no es obra de un cristiano sino de un sectario. Un seguidor de Cristo jamás irrumpe, coacciona y violenta un corazón, sino que lo conquista y lo atrae con el amor, con el ejemplo y con el testimonio de Jesucristo.
Imponer la Verdad por la fuerza, asaltar a las personas por la calle, "condenar" a quien no conoce a Cristo no es obra de un cristiano sino de un tirano. Un cristiano tan sólo anuncia y testimonia a Jesucristo, para que Su justicia y misericordia penetren en el alma con suavidad y firmeza al mismo tiempo.

Un cristiano sabe que "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros" (Pablo VI) y que el fruto de la misión no le pertenece a él, sino que brota de la Gracia. Por ello, más que imponer lo absoluto y lo divino, lo ejemplariza y lo testimonia, mostrando el cielo en la tierra.

Cristo hace discípulos por atracción, no por imposición. El Señor hace amigos por fascinación, no "adeptos" por obligación. Jesús hace hombres libres, no esclavos. Por tanto, si somos discípulos de Cristo, ¿no deberíamos hacer lo mismo?

sábado, 13 de marzo de 2021

DIMAS O GESTAS: ¿QUÉ LE DIGO A JESÚS?

"Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros. 
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: 
¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? 
Nosotros, en verdad, lo estamos justamente,
 porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; 
en cambio, este no ha hecho nada malo. 
Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. 
Jesús le dijo: En verdad te digo: 
hoy estarás conmigo en el paraíso" 
(Lc 23,39-43)

Estamos en Cuaresma, a pocos días del inicio de la pasión de Cristo, meditando la imagen del Calvario al que Jesús no va solo. Va acompañado por dos malhechores sentenciados a morir crucificados. La imagen, que corta el ocaso del horizonte, nos muestra a tres condenados: Jesús, Dimas y Gestas.

Aunque ningún evangelio canónico menciona los nombres de los que acompañan a Jesús, sí lo hacen el evangelio apócrifo de Nicodemo, el proto evangelio de Santiago y el manuscrito del s. XII de la declaración de José de Arimatea, en el que leemos:
"Siete días antes de la pasión de Cristo fueron remitidos al gobernador Pilato desde Jericó dos ladrones, cuyos cargos eran éstos:

El primero, llamado Gestas, solía dar muerte de espada a algunos viandantes, mientras que a otros les dejaba desnudos y colgaba a las mujeres de los tobillos cabeza abajo para cortarles después los pechos; tenía predilección por beber la sangre de los miembros infantiles; nunca conoció a Dios; no obedecía a las leyes y venía ejecutando tales acciones, violento como era, desde el principio de su vida.

El segundo, por su parte, estaba encartado de la siguiente forma. Se llamaba Dimas; era de origen galileo y poseía una posada. Atracaba a los ricos, pero a los pobres les favorecía. Aun siendo ladrón, se parecía a Tobit [Tobías], pues solía dar sepultura a los muertos. Se dedicaba a saquear a la turba de los judíos; robó los libros de la ley en Jerusalén, dejó desnuda a la hija de Caifás, que era a la sazón sacerdotisa del santuario, y substrajo incluso el depósito secreto colocado por Salomón. Tales eran sus fechorías” (Dec. Jos. Arim. 1, 1-2).
Se trata de dos reos condenados por sus obras y justamente sentenciados a una muerte por crucifixión. Dimas es crucificado a la derecha de Jesús y Gestas, a su izquierda. Los dos son testigos de excepción de las palabras de Jesús dirigidas al Padre celestial: "Perdónales porque no saben lo que hacen". 
Sin embargo, ante la misericordia divina que remueve las conciencias, uno y otro expresan actitudes completamente distintas: Dimas reconoce al Mesías y Gestas le niega. Uno le sigue y otro, le abandona. Uno se abre a la luz y otro, se pierde en la oscuridad. 

Dimas y Gestas somos nosotros, cada uno de nosotros, que acompañamos a Jesús al Gólgota y que somos crucificados a su derecha y a su izquierda. Colgados del madero, ante la justicia y misericordia divina, no podemos mantenernos en una posicion neutral...La pregunta es: ¿Cuál es nuestra actitud? ¿Qué le decimos a Jesús?

Gestas le niega
Gestas, con el corazón lleno de odio y resentimiento, injuria e increpa con sarcasmo a Jesús, burlándose de Él y poniendo en duda su identidad divina "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros". 

No es una súplica, ni tan siquiera una petición. Es una exigencia de milagro burlona, un escarnio más del "entorno anticristo" sufrido por Jesucristo en Su pasión. Se trata de una demanda malvada, no inclinada ni "arrodillada" humildemente hacia el amor misericordioso divino, sino una reclamación de justicia más humana que divina, arrogante y altiva, que brota desde el orgullo y la rabia. 

En ese momento en el que increpamos con egoísmo a Dios, nos convertimos en Gestas, negamos a Cristo, nuestra alma se oscurece y abrimos la puerta de nuestro corazón para dar entrada al Enemigo, al Anticristo, a Satanás.

En efecto, en las palabras de Gestas se vislumbra la mismísima sombra del Diablo, hablando por su boca y tentando a Cristo. Y lo hace, como hizo tiempo atrás en el desierto (Mt 4,6; Lc 4,9-11), en el momento de mayor sufrimiento, en el momento de mayor soledad, de mayor debilidad. 
Jesús calla
En esta ocasión, Jesús calla, guarda silencio, no contesta. No es un silencio impuesto ni que exprese indiferencia, desprecio o miedo. Es un silencio divino que espera y busca el arrepentimiento del pecador. 

Su silencio es un signo de dignidad, propia de quien ha sido y es fiel a sí mismo. Es una expresión de confianza, de quien se sabe sostenido y apoyado por la voluntad del Padre. Es un símbolo de sabiduría, de conexión íntima con su identidad trinitaria.

El Señor nunca responde a las burlas y las injurias. Tampoco culpa al hombre ni le reprocha. Ama al pecador y odia el pecado. Actúa con paciencia, humildad y silencio porque quiere abrazar a todos y conducirlos a la casa del Padre.

Lo opuesto al "silencio" de Jesús, a su identidad divina, es la identificación de Gestas con su ego, con su identidad humana. Reacciona mal a lo que ocurre. Los hombres reaccionamos mal a lo que nos dicen o nos hacen, y lo hacemos desde la perspectiva y los mecanismos propios de nuestro ego. 

Gestas, al negar a Cristo, al blasfemar y al apostatar, se está arrojando él mismo a la condenación.

Dimas se convierte
Dimas, al oír la mofa de Gestas, le recrimina duramente su injusta y perversa actitud, testificando la inocencia y la identidad divina de Jesús: "Éste no ha hecho nada malo"En realidad, se dirige al propio Satanás y reniega de él, señala el mal, asume su propia culpa y se arrepiente. 

Dimas se confiesa cuando dice: "Nosotros, en verdad, estamos justamente condenados, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos". Y dirigiéndose directamente a Cristo, le llama por su nombre, Jesús, "El Señor salva" y le suplica: "Acuérdate de mí".  
No le está pidiendo al Señor un simple recuerdo suyo, ni le pide que le alivie el dolor que merece, reconociendo su falta de derecho a pedirselo. Le está pidiendo aprender a amar como Jesús ama en la Cruz. Le está diciendo: "Confío en ti, estoy en tus manos, no me abandones. En verdad, Tú eres el Hijo de Dios". 

En realidad, las palabras de Dimas son una oración, una súplica, una plegaria con la que está rezando un Padrenuestro muy personal: "Venga a mi tu reino". 

Dimas, al acoger y creer en el Evangelio, al tener la certeza de que "su Reino no es de este mundo" cuando le dice "cuando llegues a tu reino", se está convirtiendo a la salvación.

Jesús habla
Jesús, que a lo largo de su predicación había declarado la gran alegría en el cielo por un pecador que se arrepiente (Lc 15,7), y descrito la alegría del padre ante el hijo que vuelve a casa (Lc 15,11-32), ahora, en los últimos instantes de su vida terrenal, tras escuchar a los dos que tiene junto a Él, tras escucharnos a cada uno de nosotros, muestra sus brazos abiertos en la cruz como signo de su abrazo misericordioso a todos los hijos que, arrepentidos de su mal y por libre voluntad, desean volver a la casa del Padre. 

Dimas, con su arrepentimiento, su confesión y su profesión de fe, mueve a Jesús a hablar rápida y categóricamente: "En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el Paraíso".  Con esta frase lapidaria, Jesús perdona y da infinitamente mucho más de lo que le pide Dimas. Le concede:
  • la meta: "el Paraíso". 
  • la compañía: "Conmigo". 
  • el momento: "Hoy".
Dimas se convierte en la única persona declarada "santa" por el mismo Jesucristo. Otra vez más, la fe obra milagros. Dimas sólo le pide un recuerdo, Jesús le da el Cielo.

Al morir, ya sea al hombre viejo físico o al hombre viejo espiritual, cada ser humano, cada uno de nosotros está solo ante Dios, ante Su justicia verdadera y Su misericordia infinita. Ante su Trono, nadie puede mentirle, nadie puede engañarle. Cristo, con su espada de doble filo, escruta las profundidades del corazón humano y habla...o calla...

No sabemos si Gestas fue finalmente salvado por Jesús. Lo que sí sabemos es que Dimas sí lo fue. Por eso, ¿Qué le digo a Jesús? ¿Soy Dimas o Gestas? o mejor, ¿Quiero ser Jesús?


JHR

domingo, 6 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO NO SE PUEDE CONFINAR

"Pero a mí no me importa la vida, 
sino completar mi carrera 
y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: 
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
(Hechos 20,24)

El Covid-19 ha trastocado todos los aspectos sociales, económicos, políticos, laborales y también, espirituales en todo el mundo. 

La pandemia ha cerrado casi todos los lugares de culto, templos e iglesias, ha interrumpido muchas actividades pastorales, ha suspendido todos los métodos, procesos y retiros evangelizadores, hasta el punto que pareciera que el Evangelio ha sido confinado.

Pero eso no significa que no podamos seguir haciendo apostolado porque los cristianos no podemos callar lo que hemos conocido y vivido. La pregunta es ¿cómo evangelizar en este tiempo de pandemia?

Dios, en su infinita sabiduría, nos invita a seguir el ejemplo del apóstol San Pablo, quien incluso confinado en la cárcel en Roma, continuó evangelizando, discipulando y dando ánimos a los cristianos de todas las Iglesias que fundó. Y todo por la Gracia divina.

De igual manera, en este tiempo de incertidumbre y de interrogantes, es la gracia de Dios la que nos invita al discernimiento y a la escucha orante, es decir, nos ofrece una ocasión para reconocer Su presencia en medio de nosotros y nos exhorta a comprender los signos de los tiempos que vivimos.

No olvidemos que la situación mundial de pandemia que Dios permite (como permitió la prisión de San Pablo) es también un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos. Y así, Dios utiliza los medios más insospechados para cumplir su plan salvífico. 

Dios nos quiere revelar algo, nos quiere enseñar una manera diferente de evangelizar, nos invita:

- al silencio y a la reflexión. Nuestra misión evangelizadora no trata tanto de "hacer" como de "ser", es decir, debemos reflexionar, meditar y comprender lo que Dios nos pide "ser" en estos momentos de duda y de perplejidad.

- a la vida interior y sacramental. Debemos mirar y escuchar a Cristo en nuestra oración y en el altar. Él nos susurrará lo que debemos hacer en cada momento. Nos llama a escucharle, a prestarle atención, alejándonos del "ruido" y del "activismo". Es tiempo de oración, penitencia y sacrificio.

- a la compasión y a la caridad. De forma personal y comunitaria, los cristianos debemos tomar conciencia de los problemas y sufrimientos de las personas. "Ser compasivos" significa "padecer con" los que están solos o desesperanzados, con los que han perdido el trabajo o la salud, con los que han perdido a un ser querido, para acompañarlos y socorrerlos, y así, dar testimonio del amor de Dios.
-a la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Sólo con humildad y sumisión al Espíritu Santo seremos capaces de afrontar con fe y confianza estos tiempos difíciles y los que seguirán a la pandemia. Nuestra confianza y esperanza en el futuro no pueden estar depositadas en las respuestas que el mundo (o nosotros) aporte, sino en el Plan perfecto de Dios.

- a la conversión personal. Necesitamos un cambio de mentalidad y de vida que nos aleje de cualquier voluntarismo pelagiano, activismo vano o cansancio escéptico. Son los pequeños gestos cotidianos, los milagros de "andar por casa", las virtudes heroicas y anónimas", las acciones realizadas "en lo escondido" las que, por sí mismas, harán la obra evangelizadora que el Espíritu de Dios nos suscita.
- a la conversión pastoral. Los obispos y sacerdotes, como mediadores y pastores del pueblo de Dios, están llamados a ofrecer una mayor cercanía, solidaridad y disponibilidad con los que sufren, y a mantener la unidad y fraternidad de los fieles ante las nuevas situaciones. Los laicos, como pueblo de Dios, estamos llamados a formarnos, a estar alerta y vigilantes.

Cristo nos exhorta a llevar esperanza allí donde todo parece perdido, a poner cercanía allí donde hay soledad, a sacar una sonrisa allí donde hay tristeza. Nos invita a iluminar todo nuestro alrededor con la luz con la que hemos sido iluminados por Él.

Es tiempo de elegir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo, de optar entre lo efímero y lo eterno, de escoger entre lo necesario y lo prescindible.

Nuestros miedos e inseguridades, nuestras súplicas y ruegos despiertan a Jesús en medio de la tempestad. Él nos insta a no tener miedo, a ser valientes, a no preocuparnos y a confiar en Él porque está con nosotros en la barca, que es la Iglesia.

Cristo nos llama a ser una Iglesia evangelizadora, es decir, a seguir su ejemplo y a hacer lo que hizo Él: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, hacer discípulos, enseñar, curar enfermos, compartir tiempo con pecadores, dar de comer a hambrientos y de beber a los sedientos. 
El Señor nos llama a ser una Iglesia apostólica, es decir, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y oprimidos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios, servir al prójimo y procurar la salvación de todas las almas.

Nos llama a ser pescadores de hombres, a remar mar adentro, a lanzar la red por el otro lado, a pescar en circunstancias y tiempos adversos, a no confiar en nuestros conocimientos y pareceres. Nos llama a tener fe y confianza.


El Evangelio no se puede confinar
.

viernes, 3 de julio de 2020

TIEMPO DE PROVIDENCIA Y GRACIA

"No andéis agobiados pensando qué vais a comer, 
o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. 
Los paganos se afanan por esas cosas. 
Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. 
Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; 
y todo esto se os dará por añadidura. 
Por tanto, no os agobiéis por el mañana, 
porque el mañana traerá su propio agobio. 
A cada día le basta su desgracia". 
(Mateo 6,31-34)

Durante estos últimos meses he sido testigo de la ansiedad de muchos de nosotros, los cristianos, ante la imposibilidad de asistir a los sacramentos, la cancelación de las actividades parroquiales o el aplazamiento de los métodos y acciones evangelizadoras.

También nosotros, los creyentes, en tiempo de pandemia, hemos sido testigos de cómo todas las falsas seguridades y las erróneas convicciones que nos habíamos construido, se han derrumbado. Hemos sido conscientes de cómo todos los planes y proyectos que nos habíamos propuesto, se han evaporado. Y de cómo todas las rutinas y prioridades que nos habíamos forjado, se han desmoronado. 

Probablemente, en casi ninguna de ellas, estaba Dios. O al menos, estaban más presentes nuestras comodidades o deseos de servir a Dios, estaba más nuestro "yo" que Él mismo. 

Consciente o inconscientemente, hemos adoptado el papel del hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo, pensando más en nuestras conveniencias y en nuestros derechos que en la voluntad del Padre, pretendiendo servirle según nuestros propias criterios o nuestras opiniones personales, en una esclavitud de acción.

Y aún sintiéndonos libres y aptos, nos sabemos incompetentes para gobernarnos a nosotros mismos o para dirigir correctamente nuestras vidas (también las de fe) en las dificultades. Y por causa de nuestra humanidad frágil y vulnerable, sentimos miedo.

Aún creyéndonos individualistas y autosuficientes, nos vemos incapaces de mantener la fe que se nos ha otorgado y reconocer humildemente nuestra debilidad y dependencia. Y por alejarnos de Dios, nos sentimos solos.

Ante ese miedo vivido en soledad, no nos queda otra que volvernos a Dios y pedirle ayuda. Al igual que los discípulos de Jesús, viajamos en una barca sobre un mar embravecido (el mal) y en medio de una tempestad inesperada (el sufrimiento). Atemorizados y desorientados, pedimos ayuda al Señor: ¡Sálvanos, que morimos! Y Dios nos increpa: ¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe? 

Pero el Señor, con su infinita misericordia, actúa providencialmente. Aunque parezca estar dormido o lejano, permite esta situación de sufrimiento y zozobra para sacar un provecho mayor de todos nosotros. Él quiere lo mejor para nosotros, y no cesa en su empeño.

Somos nosotros quienes nos olvidamos que Él está siempre a nuestro lado y que nada hemos de temer. Somos nosotros quienes le sacamos fuera de nuestras vidas como si no le necesitáramos amparándonos en nuestras capacidades. Somos nosotros quienes le pedimos nuestra herencia y nos marchamos a un país lejano o quienes le servimos de forma incorrecta. 

Es tiempo de Providencia

Es tiempo de dejar a Dios ser Dios.

Dios, Señor de la Historia, nos invita a discernir y a reconocer que nuestra debilidad sólo puede estar sustentada por el Amor y Misericordia de Dios Padre.

Nos anima a abrir nuestro corazón, a dejarle entrar en nuestra vida y actuar en ella con plena Confianza.

Nos recuerda que le somos muy preciados y que no nos dejará nunca solos ni desamparados.

Por eso, ¿por qué preocuparme en querer hacer las cosas de Dios?

Es tiempo de Gracia

Es tiempo de dejar actuar a Dios.

Dios, Soberano de la Gracia, nos exhorta a modelar nuestras almas y abandonarnos, con humildad y obediencia, al cuidado y al amparo de Su Madre, la Virgen María, y a dejarnos iluminar y guiar por Su Espíritu Santo. 

Nos invita a aceptar sus dones y a reconocer, a través de una vida interior de oración y meditación, lo que nos suscita y nos propone.

Nos llama a mantener la confianza ante la incertidumbre, la seguridad ante la cobardía para ser capaces de interpretar, a la luz de Su Espíritu, los signos de los tiempos.

Por eso, ¿qué quieres de mí, Señor?

Es tiempo de Purificación

Es tiempo de dejarnos sanar por Dios.

Dios, Rey del Universo, nos llama a perseverar en nuestra fe, aún caminando por el sufrimiento y el dolor, para sanarnos, purificarnos y santificarnos.

Nos anima a dejarnos sustentar y consolar por Su Piedad y Su Compasión, y a mantenernos firmes en la esperanza de sus promesas.

Nos exhorta a aceptar éstos tiempos difíciles, para que en medio de la oscuridad del mundo, brille Su luz y podamos vislumbrar su voluntad.

Por eso, ¡Señor, sáname!

Es tiempo de Conversión

Es tiempo de dejarnos perfeccionar por Dios.

Dios, Monarca de la Misericordia, nos invita a convertirnos cada día y cada segundo, a su Amor, y así llegar a ser perfectos, como Él es perfecto.

Nos llama a buscar con denuedo la santidad y a no apartarnos de su voluntad, a ser valientes en nuestra debilidad, a tener coraje ante la adversidad, a ser fieles hasta el final.

Por eso, ¡Señor, santifícame!

Cada día estoy más seguro de su presencia en mi vida, de su intervención en mi día a día, de su auxilio en mi necesidad. 

Cada día estoy más seguro de lo mucho que me cuida, de lo mucho que se interesa por mi, de lo mucho que me quiere. 

Cada día estoy más seguro de que la relación entre la Providencia Divina y la Libertad que me ha otorgado no es una antítesis, sino una comunión de amor.

Cada día estoy más seguro de que tiene un Plan mayor y más perfecto que el que yo pueda imaginar o pretender.

Y eso, aunque sea por un cierto egoísmo, propio de hijo amado, me hace querer estar siempre muy cerca de Él. ¡Señor, no permitas que me aparte de Ti!

martes, 21 de abril de 2020

UN RESETEO PARA ACTUALIZARNOS

Javier Andres Muñoz | Santidad Extrema… | Página 6
"Desde los tiempos de vuestros antepasados 
os habéis rebelado contra mis mandatos y no los cumplís. 
Volveos a mí y yo me volveré a vosotros, 
dice el Señor del universo."
(Mal 3,7)

Hoy se cumplen cuarenta de confinamiento. Los mismos que duró el diluvio (Gn 7,12), los mismos que estuvo Moisés en el monte Sinaí antes de recibir las Tablas de la Ley (Ex 24,18; Dt 9, 9-11), los mismos que pasaron desde el nacimiento de Jesús hasta su presentación en el Templo (Lc 2, 22), los mismos que estuvo en el desierto (Mt 4, 2), los mismos que estuvo apareciéndose a sus discípulos desde su Resurrección hasta su Ascensión (Hch 1,3). 

"Cuarenta", un número que aparece a menudo en la Escrituras y que simboliza un tiempo de "preparación" y de "prueba", de "dificultad" y de "juicio", pero también de "cambio" y de "renovación".

Aún retumban en mis oídos las palabras del sacerdote el miércoles de Ceniza: "Convertíos y creed en el Evangelio" o las del Domingo de Resurrección: "Era verdad, Jesucristo ha resucitado".

Han sido cuarenta días de preparación y prueba: durante la Cuaresma, hemos ayunado, hemos penitencia y hemos rezado, para cuestionarnos nuestras vidas.

De dificultad y juicio: durante la Pasión, hemos agonizado en nuestro jardín, hemos sido flagelados, "coronados" de espinas, crucificados, para morir a nuestro "hombre viejo".

De conversión y renovación: durante la Resurrección y Pascua, hemos resucitado y transformado nuestros corazones, para vivir a un "hombre nuevo".


Nuestro "equipo" nos advertía constantemente de la necesidad de un reiniciado completo, aunque sin formateado de disco. Pero nosotros no queríamos o temíamos hacerlo por falta de espacio. 

Nuestro "procesador" nos notificaba un "refresco", aunque sin un "borrado" completo. Pero nosotros lo evitábamos o lo aplazábamos por falta de tiempo.

Por ello, Dios ha 
"reiniciado" nuestro disco duro", deteniendo el mundo, el tiempo y el espacio, para acortar la distancia entre nuestro pecado y su gracia; para que que pasemos de nuestra autosuficiencia a Su dependencia.

Dios ha "reseteado" nuestro "sistema operativo", frenando la prisa y silenciando el ruido de la tierra, para que resucitemos del sepulcro a la vida; para que pasemos del "confinamiento" al "confinamiento".

Dios ha "actualizado" nuestros "programas de trabajo", ofreciéndonos una inmunidad al mal, un "antivirus" contra el "malware", para que volvamos a ser como en el inicio, para que volvamos al "Amor primero".

Mientras se restablece el programa de fábrica, el cielo observa a la espera de nuestro "re-inicio".

domingo, 22 de marzo de 2020

UNA CUARESMA MUY ESPECIAL

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El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. 

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. 

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por los años sin término. 
(Salmo 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6)

Hoy es el IV domingo de Cuaresma y el segundo de esta cuarentena forzosa. Ocho días llevamos confinados en casa y, por momentos, se hace dura la convivencia en un espacio reducido, porque las noticias que escuchas no son esperanzadoras, porque la incertidumbre de la situación no te da tranquilidad y sobre todo, porque te das cuenta de lo que hace una semana tenías y ahora, te falta.

Dios sabrá por qué. Él nunca abandona a sus hijos. Mi confianza está puesta en su Divina Providencia que no desampara jamás a sus criaturas y mi seguridad, en la certeza de que todo sucede por el bien de los que aman a Dios.

Una Cuaresma muy especial que me impide acudir a la Iglesia a diario y recibir los sacramentos. Mi corazón está apenado porque no puedo comulgar ni confesar sacramentalmente.  Sólo mi confianza y mi fe en Dios me levantan el ánimo cada día y me invitan a la paciencia, a la perseverancia, a la contrición, al arrepentimiento y a la conversión. Porque me falta mucho por recorrer...

Resultado de imagen de cuaresma 2020 en cuarentenaUna Cuaresma muy particular, en la que, de una forma más intensa y real (quizás con mayor obligación que otras ocasiones), rezo para dar gracias a Dios por mi salud y la de los míos, y pedirle por los que no la tienen, ayuno para privarme, forzosa y voluntariamente, de las cosas que habitualmente realizo y hago penitencia para, confinado en casa con los que más quiero, velar por el bien común y el propio, y que ofrezco como sacrificio. 

Una Cuaresma muy singular que me entristece el corazón por las terribles noticias que veo y escucho en los medios de comunicación; por las situación de colapso que viven muchas personas que trabajan por nuestra salud y bienestar; por todas las personas que están angustiadas, que sufren y que mueren, incluso solas; por este momento lleno de renuncias y de ofrendas, pero idóneo para atender la llamada de Dios y volvernos a Él, con el corazón contrito y arrepentido, sabiéndonos  insignificantes, frágiles y vulnerables.

Una Cuaresma muy purificadora que me invita a buscar con anhelo una unión más estrecha con Dios en oración, a procurar una mayor cercanía con Él, a encontrar resguardo y guía en su Palabra, a pedirle una mayor confianza y una fe más firme, y así poder experimentar su misericordia y sentirme muy amado por un Padre que nos cuida y nos protege. 

Una Cuaresma muy peculiar que me propone un espacio que habitualmente, por falta de tiempo, de oportunidades o de "ganas", paso por alto. Un ámbito muy cercano donde poder entrenar y trabajar con más ahínco mi caridad y mi coherencia cristianas. Una tierra propia donde nadie es profeta. Me refiero a mi familia. 
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Una Cuaresma muy particular para seguir asistiendo diariamente a los sacramentos, Eucaristía y Confesión, aunque sea espiritualmente, online y a distancia. Desde la intimidad de mi casa o desde la profundidad de mi corazón hago propósito de enmienda, para cambiar todo aquello de mi carácter, de mis pensamientos o de mis actos que me impide ser un cristiano auténtico y conforme a la voluntad de Dios.

Una cuarentena para recapacitar sobre todas las cosas que doy por hecho y que ahora me faltan como la salud, el trabajo, el bienestar... y que son regalos de Dios, no derechos míos. 

Una cuarentena para reflexionar sobre las personas a las que critico y juzgo porque ponen su confianza en el hombre y no conocen a Dios, y rezar por su conversión...porque también son hijos de Dios y no enemigos míos.

Una cuarentena para meditar sobre las intenciones con las que me propongo cambiar la forma en que la vivo mi vida, para cambiar la forma en la que trato a mi familia, para cambiar la forma en la que me relaciono con los demás...porque es la voluntad de Dios y no la mía.

Una cuarentena para pensar más en los que sufren, en los que están solos, en los que menos tienen, en los que más necesitan, en los que son más vulnerables, en los que están enfermos y procurar su bien, dando la vida por ellos. No hay amor más grande.

Una cuarentena para, más que aplaudir, proclamar:

"Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar. 

Te amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
ven al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido,
te abrazo y me uno del todo a Ti. 

Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti."
 Amén
(San Alfonso María de Ligorio)