"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla"
(Stg 1, 22)
Sospecho que la mayoría de nosotros, los católicos, nunca nos hemos planteado cómo escuchar una homilía. No nos paramos a pensar cuál es la manera correcta de hacerlo. Sencillamente, nos sentamos y escuchamos.
Es cierto que la mayoría de las homilías que escuchamos de nuestros sacerdotes nos proporcionan un bien espiritual. Sin embargo, me pregunto cuántas nos llegan todo lo que deberían, cuantas de ellas han pasado de nuestros oídos a nuestra mente. Cuantas de ellas, a nuestro corazón. Y cuántas, a nuestra vida.
Es importante que sepamos cómo escuchar una homilía para sacar el mejor provecho. Creo que la palabra clave para hacerlo es "apertura".
Escuchar requiere estar "abierto a Dios" con un alma preparada, una mente alerta, un corazón receptivo y un espíritu dispuesto para la acción.
Alma preparada
Lo primero es que necesitamos es que el alma esté preparada. La mayoría de nosotros, asumimos que la homilía comienza cuando el sacerdote termina de proclamar el Evangelio y empieza a hablar. Sin embargo, escuchar una homilía, en realidad, comienza antes.
Comienza cuando preparamos nuestra alma para la Eucaristía. Mientras nos dirigimos a la Iglesia, nuestros pensamientos deberían comenzar a volverse hacia el Señor. Si es posible, habiendo leído con anterioridad el Evangelio del día.
Comienza cuando, una vez en la Iglesia, nuestra disposición es "orante" y nuestra actitud "activa" más que "acudir a ver qué pasa". Se trata de orar mientras escuchamos para saber qué nos quiere decir el Señor, a través de su Palabra, más que en lo bien que hable el sacerdote, o lo simpático que sea.
Mente atenta
Dios transforma nuestras vidas, primero, apelando a nuestra mente y renovando nuestro entendimiento: "Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rom 12, 2 ).
Entonces, cuando escuchamos al sacerdote, nuestras mentes necesitan estar completamente en alerta, atentas y comprometidas con Dios.
Estar atento requiere respeto y disciplina. Nuestras mentes tienden a divagar y a irse hacia nuestras preocupaciones cotidianas.
A veces, estamos más pendientes del reloj, o de lo que hemos hecho hoy, o de lo que vamos a hacer cuando acabe la misa, y empezamos a volar con nuestra imaginación, lejos de la Casa de Dios. Y así, es imposible escuchar Su voz.
Necesitamos mostrar el respeto debido a Dios, que está hablando por boca del sacerdote, y por tanto, escuchar atentamente.
Reconozco que, aunque no lo hago a menudo, alguna vez he tomado notas en una homilía. Hasta el punto que, después de misa, se me ha acercado el sacerdote, a preguntarme qué hacía.
Tomar notas (aunque sean mentales), previa lectura del Evangelio del día, me parece una excelente manera de concentrarme tanto durante la lectura como durante la homilía.
Soy consciente de que mi memoria no es una de mis grandes virtudes. Por eso, también escribo. Escribir es una ayuda valiosa para la memoria. El acto físico de escribir me ayuda a colocarlo y ordenarlo en mi mente.
Además, tengo la ventaja añadida de que "lo escrito, escrito queda" . Y así, tengo referencias para futuras ocasiones. Incluso, obtengo un gracia adicional cuando leo, rezo y hablo de mis escritos sobre el Evangelio y de la homilía con alguien, después de misa. Incluso con el propio sacerdote.
Tampoco está de más que, una vez en casa, abramos nuestra Biblia para confrontar que lo que hemos escuchado de boca del sacerdote esté en consonancia con las Escrituras y lo hablemos en familia.
El apóstol San Pablo lo plantea cuando dice: "Los judíos de Berea eran más abiertos que los de Tesalónica, y recibieron la palabra con buena disposición, estudiando diariamente las Escrituras para ver si todo era así" (Hch 17, 11).
Pablo no sólo no criticó a los de Berea por ello, sino que, al contrario, alabó su compromiso de comprobar que lo que Él les decía, estaba de acuerdo con las Escrituras.
Corazón receptivo
Pero escuchar a Dios a través de la homilía del sacerdote, escuchar realmente, requiere algo más que nuestras mentes atentas. También requiere un corazón abierto de par en par y receptivo a lo que nos suscita el Espíritu Santo.
Lo repito: Algo muy importante sucede cuando escuchamos una homilía: Dios nos habla.
A través de Su Espíritu, calma nuestro miedo, consuela nuestro dolor, remueve nuestra conciencia, expone nuestra debilidad, proclama Su Gloria y nos da paz.
Escuchar una homilía nunca puede ser simplemente un ejercicio intelectual o racional.
Necesitamos recibir la Palabra de Dios, guardarla, conservarla y meditarla en nuestro corazón, exactamente igual que hacía nuestro mayor ejemplo, Nuestra Madre la Santísima Virgen María.
Espíritu dispuesto para la acción
Lo último, tras una homilía, es tener un espíritu dispuesto a poner en práctica lo que hemos escuchado y aprendido. "La Palabra de Dios es viva y eficaz" (Hb 4, 12) y se aplica directa y particularmente a nuestras vidas diarias.
El Espíritu Santo nos interpela, nos suscita, nos inspira siempre lo que debemos pensar, lo que debemos decir, cómo debemos decirlo, lo que debemos callar, cómo debemos actuar, lo que debemos hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y nuestra propia Santificación. Nos da agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar, acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar" (Oración del cardenal Verdier).
Siempre hay algo que Dios quiere que hagamos en respuesta a la proclamación y predicación de su Palabra. Ella misma nos mueve a la acción.
El apóstol Santiago nos exhorta a no contentarnos con sólo escuchar y olvidarnos, sino a ser "activos cumplidores", "hacedores de la Palabra":
"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si uno escucha la palabra y no la practica, es semejante a un hombre que mira su cara en un espejo y, después de haberla visto, se olvida en seguida de cómo era. Pero el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella, no como un oyente olvidadizo, sino como un activo cumplidor, será dichoso en practicarla." (Stg 1, 22-25)
Hemos meditado algunas de las cosas que podemos hacer para saber escuchar una homilía.
Hay algunas más, seguramente. Pero la mejor manera de saber si hemos escuchado correctamente a Dios en una homilía es por la forma en que vivimos nuestras vidas.
Nuestras vidas deben repetir y poner en práctica las palabras que hemos escuchado. En eso consiste ser cristiano.
Cristo mismo nos lo dice: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21; Mc 3, 34-35; Mt 12,49-50).
San Pablo, inspirado por el Espíritu, lo describe de forma sublime: "Mi carta sois vosotros, carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; pues es claro que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones." (2 Cor 3, 2-3)