¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

lunes, 23 de agosto de 2021

LOS OCHO LAMENTOS DE JESÚS: ¡AY DE VOSOTROS!

"¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!
¡Jerusalén, Jerusalén!,
que matas a los profetas
y apedreas a quienes te han sido enviados"
(Mt 23,1-39)

Después de escuchar en los evangelios a Jesús hablando con signos y parábolas, con firmeza y claridad, tanto a la muchedumbre como a los discípulos, ahora, en el capítulo 23 del evangelio de San Mateo, el Señor se dirige a la clase dirigente religiosa, a los escribas y fariseos. 

Ellos, doctores de la Ley, pastores del pueblo, administradores encargados de cubrir las necesidades materiales y espirituales del pueblo de Israel, se han convertido en guías ciegos, necios e hipócritas que "dicen pero no hacen", que cargan a la gente con normas pesadas que ellos no cumplen, que hacen todo "de cara a la galería" pero que no mueven un dedo, que se "elevan y se espiritualizan" pero no viven lo que predican y que sólo buscan honor, privilegios y poder.

Jesús se exaspera y se indigna por la incoherencia y el descrédito de las conductas, las actitudes y comportamientos de los dirigentes religiosos, por los abusos e injusticias de los escribas y fariseos sobre los inocentes. Pero no es ira lo que el Señor demuestra sino Temor de Dios, una santa "indignación" y un "santo lamento" ante el rechazo del hombre a la gracia y a la misericordia de Dios...
Los ocho "Ay de vosotros"
En contraste con las ocho bienaventuranzas (Mt 5,3-11) con las que se abre el reino de los cielos, Jesús realiza ocho lamentaciones (Mt 23,13-36) con las que se cierra el reino de los cielos. Utiliza la expresión de reproche y de pesar "¡Ay de vosotros!" para señalar la dureza de corazón humano y para expresar su constante invitación a la conversión:

v. 13¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Jesús se lamenta por la maldad que aleja a las personas de Dios al anteponer tradiciones, ideas y normas humanas y que cierra las puertas del Reino de los cielos a los hombres porque ni entran ni dejan entrar, ni comen ni dejan comer. 

v. 14: ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que devoráis los bienes de las viudas con pretexto de largas oraciones! Jesús se lamenta por el egoísmo que engaña al pueblo con el propósito de alcanzar un beneficio propio y que se eleva por encima de los demás con una falsa espiritualidad en lugar de humillarse en oración.

v. 15¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, y cuando lo conseguís, lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! Jesús se lamenta por la falsedad que muestra caminos equivocados y falsas doctrinas y que no hacen discípulos de Dios sino seguidores y prosélitos que conducen a la perdición.

v. 16-22: ¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”! Jesús se lamenta por la mundanidad que paganiza el templo y el altar de Dios y que obstaculiza la acción de la gracia de Dios cuando en la Iglesia se habla de doctrina social y política en lugar de hacer presente a Jesucristo.

v.23-24¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que pagáis el diezmo de la menta, del anís y del comino, y descuidáis lo más grave de la ley: la justicia, la misericordia y la fidelidad! Jesús se lamenta por el formalismo que enseñan y exige el cumplimiento riguroso de la Ley (613 preceptos y normas de la Torá). Un yugo insoportable y una carga pesada que contrastan radicalmente con el yugo llevadero y la carga ligera de Jesús (Mateo 11,30).

v. 25-26¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis rebosando de robo y desenfreno! Jesús se lamenta por su corrupción con la que aparentan ser puros y santos de "cara a la galería", pero en su interior sólo hay pecado, maldad, desenfreno y corrupción.

v. 27-28¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que os parecéis a los sepulcros blanqueados! Jesús se lamenta por el orgullo que busca prestigio y reconocimiento social mostrándose en público como justo y escrupuloso seguidor de la Ley, pero que en realidad esconde pensamientos indignos y crueles.

v. 29-36¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis sepulcros a los profetas y ornamentáis los mausoleos de los justos! Jesús se lamenta por la falta de coherencia que proclama un gran respeto por la Ley que no cumple, y una gran consideración por los profetas que persigue, crucifica y mata.
En el versículo 33, Jesús es especialmente duro: "¡Serpientes, raza de víboras!", asemejándolos al Diablo, a la Serpiente original, e integrándolos en la familia del Enemigo. En los versículos 34 al 36, los responsabiliza de la sangre de todos los mártires, desde Abel a Zacarías.

Sin embargo, Jesucristo nos repite una y otra vez, con gestos y con palabras, que no ha venido a condenar sino a salvar, y nos advierte del enorme abismo que separa el Reino de Dios (justicia, verdad, misericordia, perdón) de la doctrina de los hombres (cumplimiento, formalismo, legalismo, incoherencia, hipocresía). 

En el versículo 37 llora desconsoladamente por Jerusalén, la esposa infiel, que crucifica y que mata a todos los enviados de Dios. Es el corazón roto de un enamorado que se lamenta por el rechazo de su pueblo a la misericordia divina"Cuántas veces intenté...y no habéis querido".

Pero Jesús no sólo se dirige a los responsables religiosos de su tiempo, sino también a todos nosotros los bautizados, consagrados y laicos...a toda su Iglesia y nos invita a hacer un profundo examen de conciencia: 

¿Soy un escriba o un fariseo?
¿Observo escrupulosamente la Ley pero me olvido del Amor?
¿Cumplo pero no sirvo?
¿Evangelizo pero no creo ni hago lo que digo? 
¿Finjo y engaño a otros con máscaras para ocultar mi hipocresía? 
¿Blanqueo mis acciones aparentemente o busco purificarlas de verdad?
¿Soy coherente con la fe que profeso? 
¿Busco protagonismo y reconocimiento?
¿Me creo superior a los demás?
¿Soy exigente, severo y crítico con los demás mientras yo no muevo un dedo?
¿Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio? 
¿Soy comprensivo e indulgente con los demás o les crucifico y asesino? 
¿Hago su carga ligera o les impongo un gran peso?
¿Soy manso y humilde de corazón o soy necio e hipócrita?
¿Escucho a los profetas enviados de Dios o a los del mundo?
¿Estoy atento a lo visible o a lo invisible? ¿a lo natural o a lo sobrenatural?

domingo, 22 de agosto de 2021

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Entonces Jesús les dijo a los Doce:
'¿También vosotros queréis marcharos?'.
Simón Pedro le contestó:
Señor, ¿a quién vamos a acudir? 
Tú tienes palabras de vida eterna; 
nosotros creemos y sabemos 
que tú eres el Santo de Dios".
(Juan 6, 67-69)

El mensaje de Jesús es duro, contundente y chocante para los judíos...y también para nosotros. No todos quieren o aceptan seguirlo; muchos deciden abandonar, incapaces de asumir la exigencia del seguimiento a Cristo; y como muchos discípulos judíos, piensan: ¡Es muy duro! ¡Lo dejo!

La Verdad Revelada, el Verbo Encarnado, la Palabra de Dios, el Pan de Vida, es decir, el mismo Jesucristo es difícil de entender sin fe, sin la gracia que nos da el Espíritu Santo. Nadie puede llegar a creer en Él si Dios no se lo concede, porque la fe nos es algo que adquiero por méritos propios sino que es un don que generosamente me ofrece.

Aunque halla visto Sus milagros o incluso reconozca Su divinidad, ocurre que, en ocasiones, no quiero profundizar, no quiero moverme más allá de mis deseos, de mis comodidades o de mis necesidades materiales... y por eso, muchos le abandonamos

El propio Jesús nos interpela a cada uno de nosotros: “¿También vosotros queréis marcharos?” Nos pregunta si también nosotros queremos rendirnos y abandonarlo. Y yo... ¿quiero marcharme?

La Palabra de Dios es una espada de doble filo: tanto en el evangelio como en la primera lectura del libro de Josué, me da la libertad de elegir a Dios o a otros dioses, porque el Amor nunca obligaMe coloca ante una elección: buscarlo con sinceridad, querer entender más y seguirlo, o rechazarlo porque no me gusta lo que oigo ni a lo que me compromete.

Para Jesús, lo importante no es el número de gente que estemos a su alrededor porque busquemos oír lo que queremos oír. Cristo no es políticamente correcto ni cambia el discurso para agradar o para quedar bien, sino que habla para revelar al Padre y no para darme gustoPrefiere quedarse solo a estar acompañado de personas que no se comprometan con Él, que no creen, que no lo siguen. Para Jesús, no existen términos medios.

En su estilo directo e impetuoso, Pedro responde por todos nosotros diciendo que no hay otro camino“¿A quién iremos? ¡Tú sólo tienes palabras de vida eterna!” Aun sin entenderlo todo, Pedro acepta a Jesús y cree en Él. A pesar de todas sus limitaciones, Pedro "cree sin entender", como la Virgen María. Y yo...¿creo aún sin entender?

Muchas personas hoy en día se han alejado de Cristo. Otros se quedan y creen de verdad. Otros, como Judas, fingen seguirlo pero en realidad tratan de utilizarle en beneficio personal. Asisten a la Iglesia por una cuestión social o de tradición, o para recibir aprobación y reconocimiento, o por cumplimiento hipócrita. Pero en realidad solo hay dos respuestas posibles: acepto a Jesús o lo rechazo.
A pesar de que existen muchas ideologías y “verdades” humanas, únicamente Jesús tiene palabras de vida eterna. La gente busca la vida eterna por todas partes pero no ven a Cristo, la única fuente. Buscan donde no pueden encontrar.

En la homilía de hoy, escuchaba al sacerdote decir: "Si os ofrecieran una pastilla que os diera la posibilidad de ser inmortales y de ser siempre jóvenes, ¿la rechazaríais?". En efecto, eso es lo que Dios nos ofrece en la Eucaristía, la vida eterna a través de la donación de su propio Hijo. Y yo... ¿me lo creo o lo rechazo?

Jesús me enseña a asimilar a Dios como asimilo la comida que ingiero para crecer y desarrollarme. Se trata de que Dios viva en mí y yo en Dios. Lo que da vida no es celebrar el maná del pasado, sino comer este nuevo pan que es Jesús, su carne y su sangre, participando en la Eucaristía, asimilando su vida, su entrega, su donación. Y yo...¿cargo mi cruz y le sigo?

Jesús me pide creer en Él como Hijo de Dios y enviado por el Padre para rescatarme y liberarme del pecado, para salvarme y darme vida eterna. Pero no basta con creer. Es necesario que asimile e interiorice a Cristo: comer su carne es alimentarme, crecer y desarrollarme en la voluntad de Dios, y beber su sangre es aprender a cargar la cruz y seguirlo.

domingo, 15 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (15): MARÍA, REINA MADRE

 
“Un gran signo apareció en el cielo: 
una mujer vestida del sol 
y la luna bajo sus pies 
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza
(Ap 12,1)

Concluimos, por este año, las meditaciones en chanclas de la mano de nuestra Madre y Señora la Virgen María, guardándolas en nuestro corazón. 

La escena de la primera lectura de Apocalipsis 11,19 es realmente sobrecogedora: el cielo se abre y aparece el santuario de Dios, que revela María, el Arca de la Alianzarecipiente de la presencia de Dios, desaparecida en la destrucción del Templo en el 587 a. C.

"Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono" (Ap 12,5-6)Jesús, como también nos relata el apóstol san Pablo en la segunda lectura, es resucitado, y con Él, todos, a su debido tiempo y orden (1 Co 15, 20-27).

Después, María es asunta al cielo, huye al desierto, lugar de la presencia de Dios, para ocupar un lugar preparado por Dios: en el trono como Reina de cielos y tierra. María, igual que la madre de Salomón, Betsabé, ocupa su lugar a la diestra del rey, Jesucristo (1 R 2,19). 

"Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo" (Ap 12,10). La Asunción de María es el preludio del comienzo de la consumación de la obra salvífica de Jesucristo y de su reinado.

El Salmo 44 recalca el favor del Rey hacia la Reina Madre: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro". Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Jesús y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro.
En el orden de la gracia, nada es casualidad y así, por ejemplo, vemos los numerosos paralelismos del evangelio de Lucas 1, 39-56 con 2 Samuel 6, en los que María, "encinta" de Jesús, sigue los pasos del rey David cuando llevó el Arca de la Alianza a Jerusalén

-María "se levantó y se fue" a la región montañosa, igual que el rey David "se levantó y fue" a esa región. 

-María visita a su prima Isabel, quien, llena de Espíritu Santo, se asombra y se sobresalta, igual que el rey David ante del Arca de la Alianza. 

-El encuentro con María hace que Juan el Bautista, dentro del vientre materno de Isabel, salte de alegría y emoción, igual que el rey David saltó y bailó ante el Arca. 

-María se quedó en la "casa de Zacarías durante tres meses", igual que el Arca permaneció tres meses en la "casa de Obed-edom" .

La Asunción nos hace fijar la mirada en el cielo con esperanza. María, la Reina Madre reina con esplendor, como oro de Ofir, junto al Rey, Jesucristo, en el trono de la Jerusalén celeste.

¡Bendita Tú, entre todas las mujeres 
y bendito el fruto de tu vientre!
(Lc 1,42)

sábado, 14 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): HACER UNA ELECCIÓN

"Temed al Señor; 
servidle con toda sinceridad" 
(Josué 24,14)

Josué, el siervo del Señor, se dirige a todo el pueblo de Dios...a todos nosotros...y me pide que, en uso de mi libertad, haga una elección sincera: o servir a Dios o servir a otros dioses.

Ahora que he sido liberado de la esclavitud del mundo, ahora que he visto los grandes portentos que Dios ha hecho en mí, ahora que he sido guiado por el Señor a lo largo de mis desiertos, tengo que tomar partido. 

Tengo que dar una respuesta personal y comunitaria. Tengo que comprometerme. No puedo ser neutral ni tibio; no puedo ser laxo ni cómodo: O sirvo a Dios o sirvo al mundo.

¿Elijo inclinar mi corazón al Señor, obedecer su voz y ser su testigo en el mundo?
¿Elijo decirle "sí" a Dios y abandonar otros dioses? o ¿le doy la espalda y sigo mi camino?
¿Elijo serle fiel y huir de las seducciones que el mundo me ofrece?
¿Le obedezco con la boca y le niego con el corazón?


"Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; 
de los que son como ellos es el reino de los cielos" 
(Mateo 19,14)

También Jesús, el Señor, me invita a hacer una elección. La misma que Él hace: los niños. Me dice que no les impida acercarse a Él, e incluso se enfada si se lo impido: "Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él" (Mateo 19,14; Marcos 10,14-15).
Jesús afirma con rotundidad que el Reino de Dios es de los que "son como ellos" y que para entrar en el cielo, tenemos que "recibirle como un niño". Entonces ¿Qué significa ser como un niño?

Los niños no son autosuficientes sino que dependen del cuidado de los padres. Reciben todo, no por méritos propios, sino de forma gratuita, por amor. "Ser como niños" implica saberse débil y dependiente, frágil y necesitado, en contra de la lógica humana que, muchas veces, pretendemos los adultos: bien ser autónomos e independientes en nuestro camino de fe o bien, cumplir y hacer méritos propios para ganarnos el cielo.

Pero la lógica divina no funciona así, no depende de los esfuerzos ni de los méritos de cada uno de nosotros. La fe es un don de Dios, una gracia del cielo que debemos aceptar como lo que es, como un regalo inmerecido, y hacerlo con confianza e incondicionalidad, con sencillez y humildad, con alegría y agradecimiento...como hacen los niños.
Algunos podemos pensar, como los discípulos, que los "niños" (los recién llegados, los conversos o los que tienen menos formación) son una molestia para nosotros y para Dios. Nada más lejos de la realidad. El Señor se enternece cuando alguien llega con ansía de saber más de Él, con deseo de conocerle más profundamente, con el anhelo de sentarse en su regazo. 

Algunos podemos obrar, como los discípulos, auto confiriéndonos la potestad de decidir quien puede ir a Cristo y quién no, quien puede ir a la Iglesia y quién no. Sin embargo, Cristo y su Iglesia no son para los más santos sino para los más necesitados: "Andad, aprended lo que significa “Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mateo 9,13).
 
¿Dejo que los necesitados se acerquen a Jesús? o ¿les niego su derecho y les regaño?
¿Me apropio de Dios? o ¿lo comparto con los demás?
¿Decido quién es digno de Dios y quién no? o ¿hago una elección por los más necesitados?
¿Elijo ser el "hermano mayor" autosuficiente? o ¿el niño confiado en quien Dios se complace?


"Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, 
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, 
y se las has revelado a los pequeños" 
(Mateo 11,25)

viernes, 13 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): UNA UNIÓN INDISOLUBLE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" 
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio, es decir, la unión entre hombre y mujer es indisoluble en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, cómoda, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre, que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida, y murmuramos contra Dios. Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad y perseverar en la prueba, y preferimos fabricarnos "becerros de oro". Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, Dios todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.
Los mandamientos de Dios son muy claros y no admiten "peros": No mataras...No cometerás actos impuros (adulterio). Jesús también es firme: "Yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio" (Mateo 19,9). Por tanto, no hay excusa válida a los ojos de Dios para solicitar una separación, un divorcio o incluso, una nulidad (aunque la Iglesia tiene el poder de otorgarla según Mateo 18,8), como tampoco la hay para acabar con una vida, sea por el motivo que sea. Es palabra de Dios.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar toda dificultad y toda prueba. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios. Sin Él, nuestra vida está condenada al fracaso...y nuestro matrimonio también.

Para Dios no hay nada imposible. Y, personalmente, doy fe de ello: mi matrimonio no es un camino de rosas...igual que mi seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en una relación. Sin Cristo en mi vida, mi matrimonio habría fracasado y mi vida también.
La cuestión es...¿confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 

¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 

¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

jueves, 12 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): TEN PACIENCIA

"Ten paciencia conmigo, 
y te lo pagaré todo” 
(Mateo 18, 21-19, 1)

Ayer, el Señor me hablaba de corrección, reconciliación e intercesión. Hoy me invita al perdón, una de las claves para mi santidad, en la parábola del siervo despiadado de Mateo 18, donde los dos deudores ruegan paciencia a su señor y prometen pagarlo todo. 

Es exactamente lo que yo hago cuando me acerco al Sacramento de la Confesión: experimento la paciencia misericordiosa de Dios y, aunque, es imposible pagarle todo, me perdona.

Jesús me llama a la perfección del amor, a ser como el Padre misericordioso, a "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,38), y me abre la puerta del perdón: la compasión.

En la Biblia, el número "siete" significa perfección y por tanto, perdonar "setenta veces siete" equivale a la perfección total, a perdonar siempre. "Siete", también, significa descanso: "Y al séptimo día, descansó" (Génesis 2, 2-3). Cuando perdono, descanso y encuentro paz.

Cristo me amó hasta el extremo en la cruz para el perdón de mis pecados: "Padre, perdónalos, porque nos saben lo que hacen" (Lucas 23,34). De la misma manera, mi cruz implica amar hasta el extremo a quienes "me condenan y crucifican". 

Supone mirar al cielo y pedirle a Dios que me ayude a perdonar a otros "porque no saben lo que hacen"Requiere mostrar compasión hacia quienes me ofenden, paciencia hacia quienes me hieren y benevolencia hacia quienes "me traicionan".

Esa es la perfección del amor a la que me exhorta el Señor: mostrar paciencia y perdonar a otros ¡siempre!, aunque sepa que no puedan pagármelo, aunque sepa que no puedan reparar el daño hecho. 

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Entonces, mi alma se perfecciona y me configuro plenamente con Jesús, con la misericordia divina del Padre.

miércoles, 11 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): SOBRE LA CORRECCIÓN, EL PERDÓN Y LA INTERCESIÓN

"Ninguna corrección resulta agradable, 
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, 
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana...
Buscad la paz con todos y la santificación,
sin la cual nadie verá al Señor" 
(Hb 12,11-14)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone la necesidad de la corrección fraterna, la reconciliación y la oración comunitaria (Mt 18,15-20)Tres acciones que, habitualmente, nos suponen un enorme esfuerzo para asimilarlas y más aún, para ponerlas en práctica: 

Nos cuesta corregir y ser corregidos 
Quizás porque creemos que corregir es juzgar, criticar o señalar a la persona; porque pensamos que nadie tiene la potestad para corregir o rectificar a otros y, consecuentemente, ni corregimos ni dejamos que nos corrijan; porque creemos que "no es cosa nuestra" y preferimos "mirar hacia otro lado" antes que enfadar, molestar o interpelar a nadie. 

La corrección es un ejercicio "obligatorio" de caridad de ayuda fraterna, de ánimo y de progreso espiritual que realizamos entre pecadores, frágiles y débiles, limitados y necesitados, en el que no se ponen en cuestión las personas sino los actos. Jesús nunca señaló a las personas sino sus conductas, nunca recriminó a los pecadores sino los pecados. 
El objetivo de la corrección es avanzar en el camino hacia la unidad de la Iglesia y la santidad de todos; es reconducir conductas equivocadas, rectificar errores y clarificar situaciones para salvar almas; es enmendar ideas, actos o dichos equivocados, distorsionados, mal enseñados o mal aprendidos, al someterlas a la luz de la Verdad. 

No dejarse corregir por un hermano es un signo de orgullo y vanidad impropio de un cristiano y tener reparo en corregir a un hermano por no querer herirlo o humillarlo, aparte de ser un error muy común, implica una falta de madurez espiritual y un pecado de omisión a la caridad fraterna. 
Ambas actitudes condenan, primero, a la persona no corregida, a vivir en el error y a perderse por la la senda equivocada, y segundo, a la persona que no corrige, a dejar de ser luz en el mundo y a convertirse en cómplice del error y la mentiraLa corrección es un deber de justicia que busca la paz, la luz, la armonía, la unidad y la paz entre hermanos. Corregir y dejarse corregir son actos de humildad y mansedumbre. 

Nos cuesta perdonar 
Quizás porque creemos que hay cosas imperdonables de parte de otros y por las que les "condenamos" y les "crucificamos". 

Sin embargo, Jesús nos invita a no airarnos contra nuestro hermano, a no difamarlo, a no "matarlo" con nuestros juicios...en definitiva, nos llama a la reconciliación y a la comunión fraterna (Mt 5, 22-25). 
Nos cuesta ser perdonados 
Quizás porque somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y nos "flagelamos"; o porque nos produce pudor acudir al sacramento de la Reconciliación para contar nuestras miserias, para exteriorizar nuestras faltas más oscuras, para abrir nuestro corazón

Sin embargo, es en la confesión donde somos sanados, perdonados y abrazados directamente por Jesucristo, y donde obtenemos de forma inmediata Su gracia y Su paz
Nos cuesta rezar...sobre todo por otros 
Quizás porque pensamos que no son dignos, que no son merecedores del amor de Dios; quizás porque nos produce vergüenza o desconfianza interceder por otros; o quizás porque nuestro egoísmo, nos impide acordarnos de los demás. 

Jesús nos invita a la oración comunitaria cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mt 6,9-16) y nos asegura que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 5,20).
Padre Nuestro, 
enséñanos a mostrar a otros Tu bondad y Tu misericordia cuando corrijamos, 
y a tener Tu humildad y Tu mansedumbre cuando seamos corregidos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a tener Tu corazón tierno y Tu mirada reconciliadora 
cuando intercedamos por otros, 
y a buscar Tu gracia y Tu paz cuando nos confesemos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a buscar Tu justicia y Tu equidad para exculpar nuestras propias miserias 
y a otorgar Tu compasión y Tu perdón a los que nos ofenden, 
como Tú te compadeces y nos perdonas cuando te ofendemos.

martes, 10 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): LA PARADOJA DEL "MORIR PARA VIVIR"


"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, 
queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto. 
El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,24-26)

Ha llegado la hora: Jesús tiene que morir para dar fruto, tiene que dar la vida para que su mensaje sea fecundo. Para eso ha venido al mundo. Ahora, ya en Jerusalén, a cinco días de su crucifixión, se lo explica a sus discípulos.

¿De qué sirve el grano de trigo en el granero? Allí no produce frutos. La caída en tierra es la condición de su fecundidad. Es necesario que muera y germine: una muerte de la que brota vida eterna. 

Cristo, con su ejemplo, nos llama al servicio, a la entrega total, al amor más grande, a dar la vida por los demás: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). 

Amar es servir con alegría y abnegación, y servir a la manera de Cristo es "pudrir el yo para que germine el nosotros", es decir, la renuncia voluntaria a la propia voluntad, a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de los demás. Amar es sacrificarse por los demás, es inmolarse por otros.
El Señor, en tres versículos, nos describe la verdadera esencia del cristiano, la paradoja cristiana: morir para vivir, perder para ganar. 

Morir a sí mismo es "desvivirse" por los demás, "abrirse" a los demás, "gastarse" en los demás". 

Negarse a sí mismo es renunciar a la propia vida para entregársela a los demás y resucitar multiplicando el fruto. 

Amarse a sí mismo es "perderse" y aborrecerse a sí mismo es "guardarse para la vida eterna". 

Seguir a Jesús no es sólo creer en Él. El seguimiento de Cristo significa estar donde está Él, es decir, en la cruz

La cruz significa disponibilidad para enfrentarse a la prueba, significa valentía para servir hasta la muerte de uno mismo, significa generosidad para entregarse sin buscar recompensa. 

La cruz es el camino para llegar a la luz...a la gloria...donde está Él.

lunes, 9 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (9): VELAD, PORQUE NO SABÉIS EL DÍA NI LA HORA

"Velad, porque no sabéis el día ni la hora"
(Mt 25,13)

Las lecturas que  la Iglesia propone hoynos hablan de boda y de ceremonia nupcial en el marco de la mentalidad y estructura patriarcal judía, en el que las familias de los novios acordaban la dote, celebraban la pedida de mano, firmaban un contrato escrito y, por último, fijaban la fecha de la boda. 

Después de todos los preparativos, el novio iba a la casa de la novia a buscarla acompañado de sus amigos y ataviado con corona como un rey. Las amigas de la novia, también vírgenes, aguardaban junto a ella, la llegada del novio, para acompañarles en cortejo hasta la casa del padre del novio, portando lámparas de aceite para iluminar la oscuridad de la noche. 

Encender una lámpara apagada era, sin duda, una tarea compleja ya que no existían las cerillas ni el fósforo, por lo que habitualmente se mantenía siempre encendida una lámpara. Para ello, era necesario cuidar y vigilar que esa lámpara nunca se apagase con reservas de aceite.

La profecía de Oseas 2, 16-22 nos relata la purificación de la Novia (la Iglesia) por parte su Padre, conduciéndola al desierto (el lugar de la prueba y de la presencia de Dios), hablándola al corazón (a través de Su Palabra), seduciéndola y enamorándola de nuevo (a través de Cristo).

El Salmo 44,11-18 nos cuenta las instrucciones que se le dan a la novia para que escuche e incline el oído (preste atención), deje el pueblo y la casa paterna (sus apegos) porque el rey está prendado de su belleza (misericordia) y una vez vestida de perlas y brocado (santidad), llevarla ante el rey con séquito de vírgenes (virtudes).

El evangelio de Mateo 25, 1-13 nos muestra la importancia de la preparación y vigilancia ante la llegada del Novio (Jesucristo) con la conocida parábola de las diez vírgenes.

¿Qué significan las diez vírgenes?

Orígenes y San Jerónimo, entre otros padres de la Iglesia, señalan que las diez vírgenes simbolizan los cinco sentidos carnales preocupados por los afanes del mundo y carentes de luz: vista, oído, gusto, tacto y olfatoy los cinco sentidos espirituales que caminan a la luz de Dios, anhelando entrar en el banquete nupcial: oído para escuchar al Verbo encarnado (1 Jn 1,1), vista y gusto para ver y gustar lo bueno que es el Señor (Sal 33,9), olfato para oler el aroma del perfume de Su nombre (Cant 1,3) y tacto para tocar sus heridas y humillaciones por nuestras rebeliones y crímenes (Is 53,4-5).
Como siempre, los cristianos tenemos que elegir una opción entre vivir en función de la carne o en función del espíritu, entre desarrollar nuestros sentidos carnales o los espirituales.

La vírgenes necias, los que actúan de acuerdo a los sentidos carnales, los utilizan para el mal, para satisfacer sus pasiones y complacer su orgullo, egoísmo y vanidad. Son cristianos tibios y mediocres, dormidos y desprovistos de luz sobrenatural, aferrados a las cosas materiales y a los afanes del mundo, católicos de cumplimientos mínimos y de fe a la medida de sus deseos. Creyentes que eluden el compromiso y el esfuerzo creyendo que serán suficientes para entrar en el cielo.

Las vírgenes prudentes, los que actúan en función de los sentidos espirituales, los utilizan para estar continuamente vigilantes y a la expectativa de la llegada del novio... orientados hacia su vocación de servicio y entrega, e iluminados por la Palabra de Dios y cumpliendo su voluntad.

¿Qué recrimina Jesús?

Cuando llega el Novio, no recrimina que todas las vírgenes se duerman sino la falta de previsión de las cinco necias. Y es que todos, hasta los santos, pasamos por períodos de aridez donde los sentidos se apagan y aparece la "noche oscura":

¡Cuántas veces cabeceamos y nos olvidamos de aprovisionarnos de aceite!
¡Cuántas veces cerramos los párpados y abandonamos las cosas de Dios!
¡Cuántas veces dejamos de rezar o de asistir a misa, de confesarnos!
¡Cuántas veces anteponemos las cosas materiales y desatendemos las espirituales!
¡Cuántas veces pensamos que el aceite del mundo (consuelo, bienestar, placer...) nos sirve para nuestra lámpara!
¡Cuántas veces pensamos que podemos comprar aceite en las tiendas del mundo, "cerradas" a la gracia!
¡Cuántas veces buscamos donde no podemos encontrar!

¿Por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite con las necias? 

No se trata de una falta de caridad ni fraternidad. Sencillamente, porque no se pueden transferir los méritos de unos a otros. Cada persona debe adquirir los suyos y velar por ellos hasta el día en que venga el Señor y tengamos que rendir cuentas. Es una responsabilidad personal e intrasferible.
Todas las vírgenes están invitadas al banquete pero no todas entrarán. Cuando llegue el Novio, la simple condición de "vírgenes", es decir, el hecho de decir que somos "cristianos" no nos dará el derecho a entrar en el banquete"No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt 7,21)

Tampoco habrá tiempo para cambiar (salvo por la Gracia de Dios) ni podremos modificar nuestros actos en un instante, ni hacer lo que deberíamos haber hecho. Será tarde. Las tiendas estarán cerradas y la puerta del banquete, también.

¿Qué nos pide Jesús?

Es por eso que Cristo nos pide: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mt 25,13). El mismo mensaje que les dio a sus discípulos en Getsemaní (Mateo 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lc 21, 36): "Velar, orar y estar despiertos". 

Jesús nos previene para que estemos alerta y vigilantes con una vida interior de oración y estado de gracia constantes. 

Vigilar significa tener los ojos bien abiertos y puestos en Dios. Velar significa que los sentidos espirituales (las vírgenes prudentes) dominen a los carnales (las vírgenes necias).

domingo, 8 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (8): EL CUERPO DE CRISTO

"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; 
el que coma de este pan vivirá para siempre" 
(Juan 6,51)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos conducen de regreso al discurso eucarístico del capítulo sexto de Juan, que parece desarrollarse en un ir y volver continuo sobre el mismo tema, el pan de vida, y cuyo propósito es que entendamos el significado del signo sacramental.

El pan es el único alimento que se come a diario y que "marida" con todos los alimentos. Pero cuando este pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote, se produce la transubstanciación, por la cual la substancia del pan cede el puesto a la substancia, a la persona divina que es Cristo vivo y resucitado, aunque las apariencias externas (en lenguaje teológico, los "accidentes" o atributos físicos, es decir, lo que puede ser visto, tocado, saboreado o medido) siguen siendo las del pan.

Transformación no es lo mismo que transubstanciación. Transformar significa pasar de una forma a otra, es decir, cambiar su apariencia manteniendo su esencia. Transubstanciar significa pasar de una substancia a otra, es decir, cambiar su esencia manteniendo su apariencia. 

En la Eucaristía, el pan es transubstanciado, no transformado; su forma, su sabor, su color, su peso siguen siendo los mismos de antes, lo que cambia es su realidad profunda: se convierte en el cuerpo de CristoPor eso es tan importante prepararse y comprender lo que sucede en la Eucaristía para vivirla con devoción, reverencia y respeto. 

El sacerdote no realiza un "signo simbólico", ni un "show religioso", ni un "rito metafórico" sino que es el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo, los que se hacen real y auténticamente presentes en el altar. Tampoco reparte "galletas" que se cogen con la mano como en la fila del patio del colegio, sino al mismísimo Jesucristo, que se da al hombre. 
Si realmente creyéramos que estamos ante el cuerpo de Cristo, no lo recibiríamos de cualquier modo (sin gracia, sin respeto, sin deseo sincero, sin dignidad, sin cuidado, sin delicadeza...). Si realmente creyéramos que Cristo está allí, no saldríamos de la Iglesia nunca. Pero, como vienen repitiendo las lecturas de toda esta semana, el problema es que a muchos nos falta fe

Juan utiliza el término teológico "judíos" para referirse a los "incrédulos", a los faltos de fe, a los murmuradores, a los criticadores. Los judíos decían conocer al hijo de José y María pero desconfiaban, negaban y murmuraban sobre el hecho de que fuera el Hijo de Dios. Ellos se alimentaban de la Ley y no entendían que tuvieran que alimentarse de Cristo, el Mesias, aquel que esperaban desde siglos. Jesús se hace "familiar", se acerca al hombre, y éste le rechaza precisamente por que cree conocerle humanamente.

Yo también soy "judío", formo parte de una "generación incrédula y perversa", que afirma que lo que ven mis ojos no es más que una oblea redonda de pan y no el cuerpo de Cristo. Lo que hago cuando me acerco a comulgar de cualquier manera es: desconfiar (aunque cumpla con la tradición), negar (aunque asienta con la cabeza) y murmurar (aunque guarde silencio). 
El Señor me dice "no critiquéis, nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado", para hacerme saber que la fe es un don de Dios que me da y que sólo está condicionada por mi libertad, por la apertura de mi corazón, por la escucha atenta de su Palabra y por la docilidad a su Gracia. 

"Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí": Jesús vuelve a utilizar el verbo "escuchar" pero añade "aprender", para hacerme saber que el encuentro con Él es una gracia, no una elección mía. Por ello, en la Eucaristía, primero escucho la Palabra de Dios y aprendo de Ella, para después recibir a Cristo en la comunión. En realidad, recibo a Cristo desde el ambón y desde el altar.

"El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida": Jesucristo me dice que si creo en Él como Hijo del Dios vivo, si confío en su revelación divina y si me apoyo en la Roca de la que brota agua de vida, viviré para siempre. Dios me regala la vida divina por medio de Jesucristo, que cumple su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).