¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

domingo, 9 de febrero de 2020

¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO LEER LA PALABRA DE DIOS?

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"Mi madre y mis hermanos 
son los que escuchan la Palabra y la cumplen" 
(Lucas 8, 21)

Todos tenemos una Biblia en casa pero, ¿la leemos? Nos ha ocurrido a todos, o al menos, a muchos católicos. La abrimos y empezamos a leerla por el principio y, al rato, se vuelve aburrida y/o difícil de entender. 

Después de leer varios capítulos de leyes y normas, de historias de batallas, de genealogías de reyes, jueces y profetas, nuestra mente se dispersa y terminamos cerrándola, a la espera de otro momento para reiniciar la lectura que, tal vez, nunca llega. 

Quizás porque no la entendemos, quizás porque no la damos la importancia que tiene o quizás porque no la vemos de aplicación a nuestras vidas. 

La Palabra es la revelación de Dios al hombre, inspirada por el Espíritu Santo y puesta por escrito, para todas las generaciones. La Biblia nos muestra cómo es Dios: El Antiguo Testamento nos revela la Justicia de Dios y el Nuevo Testamento, su Misericordia, y ambos forman un "todo" indisoluble y complementario. 

San Jerónimo, padre y doctor de la Iglesia, dice que no conocer la Escritura es no conocer a Cristo. Y es que toda la Sagrada Escritura habla de Jesús. Por tanto, para conocer a Cristo, es necesario escuchar y meditar la Biblia, pero para ser parte de su familia, además es preciso cumplirla. 

La Biblia nos habla de forma directa a cada uno de nosotros, nos revela quién es Dios, quiénes somos para Él y que tiene pensado para nosotros en cada momento de nuestra vida.

Dios, a través de su Palabra, nos interpela, transforma nuestra vida y nos asemeja a Él. Cuando Dios nos habla en su Palabra ¿no arde nuestro corazón?" (Lucas 24, 30-32).

¿Qué es la Palabra de Dios?

La Biblia misma nos lo explica. En ella encontramos muchos versículos que nos revelan su origen, su valor y cómo nos puede ayudar a que nuestra vida sea más plena:

Inspirada por Dios y útil para nosotros

"Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena." (2 Timoteo 3,16-17)

La Biblia no fue inventada por los hombres sino que viene directamente de Dios, ha sido inspirada por Él. Contiene sus palabras y su voluntad, y Su interpretación ha sido confiada a la Iglesia Católica.

En ella, Dios nos enseña a vivir y obrar de acuerdo a su propósito, y nos suscita a hacer todo aquello para nuestro bien.

En
seña, consuela y da esperanza

"Todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza." (Romanos 15,4)

La Biblia está escrita para nuestra enseñanzaguía y consueloEn Ella, siempre podemos aprender algo, sacar provecho y utilidad para nosotros. Todas las palabras, salmos, proverbios e historias de la Biblia nos ayudan a entender mejor la fidelidad, el poder y el amor de Dios.

La Biblia nos alienta en nuestro camino de dificultades y obstáculos, nos da esperanza: Cristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha abierto las puertas del cielo, dotando a nuestra vida terrenal de un propósito: el cielo.

Alimenta el espíritu y nos ayuda a crecer

"Como niños recién nacidos, desead la le
che espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación, si es que habéis gustado que el Señor es bueno." (1 Pedro 2,2-3)

El mismo Jesús dijo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4, 4). Y así, los cristianos somos como bebés que nos alimentamos a diario de la "leche espiritual materna", que es la Palabra de Dios.

Al alimentarnos de Ella, crecemos sanos y, poco a poco, nos vamos asemejando a Dios, y mostramos al mundo la alegría de la salvación y el amor del servicio al Señor.

Es viva y eficaz

"Ciertamente, e
s viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón." (Hebreos 4,12)

La Biblia nos transforma desde lo más profundo de nuestro ser porque es viva y eficaz. Viva, porque emana directamente de Dios Todopoderoso, que a través de su Espíritu Santo, nos ofrece la vida eterna. Eficaz, porque recibimos luz, dirección y guía para saber el camino a seguir hacia esa vida. La luz de la Palabra del Señor brilla y resplandece en medio de la oscuridad del mundo que nos rodea.

La Biblia nos ayuda a discernir lo que viene de Dios y lo que no, lo que nos acerca a él y lo que no. Y, por supuesto, una vez reconocemos lo que él desea que hagamos, debemos dar los pasos y comprometernos a seguir esa luz que ilumina nuestro camino.

Es eterna

"La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre." (Isaías 40, 8)

La Palabra de Dios es eterna y válida para todosEterna, porque, a diferencia de todo lo demás que es temporal y pasa, Dios es eterno, no tiene pasado, presente o futuro. Todo en Él es "ahora". Y por tanto, su Palabra, también es eterna, es "ahora", es "hoy".
Pero además es eterna, porque a pesar de que a lo largo de la historia, muchos han intentado destruirla, quemarla, prohibir su publicación o su lectura, la Biblia ha permanecido, permanece y permanecerá porque es obra de Dios.

Válida, porque las Sagradas Escrituras no son sólo palabras escritas para un tiempo determinado, ni un compendio de escritos del pasado. El Espíritu Santo las actualiza y las convierte en ayuda para nosotros hoy, aquí y ahora. Dios habla a toda la humanidad, de todas las épocas y de todos los lugares.
Es fiable y veraz

"El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y se echaron sobre ella; pero la casa no se cayó, porque estaba cimentada sobre la roca." (Mateo 7, 24-25)

Toda la Biblia es fiable y veraz por la autoridad de Su autor, no sólo las partes que nos gustan o que encajan con lo que queremos oír de parte de Dios. Veraz por su exactitud histórica y geográfica, aceptada por muchos como obra inspirada, y por todos como documento digno de toda confianza. 

Si confiamos nuestra vida a la veracidad y la fiabilidad de la Palabra de Dios, ésta actuará en nosotros aumentando nuestra fe, suscitando un anhelo de saber más de Dios y de comprometernos con Él. 

La Palabra de Dios es el mejor y más firme fundamento para afrontar las dificultades y desafíos que se nos presenten en nuestra vida"El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca" (Mateo 7, 24).

¿Cómo leer la Palabra de Dios?

La Palabra de Dios no se puede (o no se debe) leer como una novela, empezando por el principio (Génesis) y acabando por el final (Apocalipsis). 

Una buena sugerencia para leerla de forma individual (a mí me ayuda mucho) es comenzar, por ejemplo, con el libro de los Hechos de los Apóstoles. Un libro que nos narra cómo eran los cristianos del primer siglo, cómo vivían, cómo se amaban, lo que hacían, cómo compartían todo, y sobre todo, nos habla de los viajes evangelizadores de San Pablo (mi referencia apostólica).
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Pero, quizás la mejor manera de leer la Biblia es hacerlo de forma colectiva, en comunidad. No debemos olvidar que la Biblia fue escrita para ser leída o escuchada en comunidad. Los primeros cristianos se juntaban todos para escuchar la Palabra. 

Leer la Palabra con otros y meditar sobre lo que Dios suscita en nuestros corazones nos proporciona un gran crecimiento en la fe, la esperanza y el amor. 

Una experiencia maravillosa que el amor de Dios nos regala y que podemos poner en práctica con la Lectio Divina.

¿Qué es la Lectio Divina?

La "Lectio Divina" es un método de lectura orante y comunitaria de la Palabra cuyo origen se remonta a los primeros cristianos y después, durante la Edad Media, fue utilizada principalmente en los monasterios. Con el tiempo se extendió a los fieles y actualmente, es una práctica común entre los católicos practicantes. 

El primero en utilizar esta expresión fue Orígenes (aprox. 185-254), teólogo, quien afirmaba que para leer la Biblia con provecho es necesario hacerlo con atención, constancia y oración. 

Actitud
La Lectio divina requiere una actitud receptiva y reflexiva, orante y contemplativa para comprender lo que Dios dice por medio de la Palabra.

Estructura
La Lectio divina se estructura en cuatro partes: lectio, meditatio, oratio y contemplatio (lectura, meditación, oración y contemplación). Hay quienes añaden una quinta: actio (acción).
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Objetivo
La Lectio Divina nos ofrece la mismísima presencia de Dios entre nosotros, un diálogo íntimo con Él, una guía y sentido para nuestras vidas y una comunión fraterna. 

Resultados
Nos suscita un anhelo de búsqueda incesante de Dios, un deseo de pertenencia a la Iglesia, una intención de compromiso con ambos.

¡Leamos la Biblia individual o colectivamente para que aumente nuestra fe y se fortalezca nuestro espíritu cada día!

domingo, 2 de febrero de 2020

SESENTA ESTADIOS DE IDA Y DE VUELTA



"Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, 
distante de Jerusalén unos sesenta estadios." 
(Lucas 24,13)

Muchos conocemos de memoria el relato de la tarde del domingo de Resurrección, en el que dos discípulos de Jesús, tristes y abatidos, abandonan Jerusalén camino de Emaús. 

Tras la muerte de Jesús, sus expectativas mesiánicas se han desvanecido. Su fe se ha apagado y su esperanza se ha perdido. Ya no parece quedarles otra cosa que volver a sus vidas cotidianas. Ya no tiene ningún sentido continuar juntos. 

Pero el camino de Emaús no es sólo un relato bonito del pasado. Es una peregrinación que se repite constantemente en nuestras vidas. Todos, alguna vez, recorrernos esos sesenta estadios mientras el Señor nos pregunta, nos interpela, nos suscita, nos explica, nos parte el pan y nos abre los ojos. 

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Sesenta estadios es la distancia que recorremos los cristianos cuando perdemos la fe y la esperanza. Cuando, desilusionados porque no se cumplen nuestras expectativas, y ensimismados en nuestros problemas, nos alejamos de Dios para volver a nuestra vida cotidiana ("Iban conversando y discutiendo entre ellos de todo lo que había sucedido").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la bondad de Jesús, que sale a nuestro encuentro sin estridencias, haciéndose el encontradizo con aquellos que le hemos abandonado ("Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre el amor de Cristo que nos acompaña en nuestro dolor y sufrimiento, que escucha nuestras pérdidas y desilusiones y se hace presente en las cosas sencillas de nuestra vida ("¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?"). 

Sesenta estadios es la distancia que recorre la paciencia de Dios ante nuestro abandono, ante nuestra incapacidad para reconocerle ("Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la sabiduría de Dios para provocar la apertura de nuestra necia mente y de nuestro duro corazón, mientras Jesús nos explica Su Palabra ("Y comenzado por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que se refería a Él en todas las Escrituras").

Sesenta estadios es la distancia que recorre la pedagogía de Jesús para suscitarnos la necesidad de dejarle entrar en nuestra vida ("Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída"), llevarnos a Su presencia real en el Sacramento de la Eucaristía ("Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando") y ser capaces de reconocerle ("Se les abrieron los ojos y lo reconocieron").
Sesenta estadios es la distancia que requerimos para dejarnos cautivar por Él ("¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras") y comprometernos para salir a anunciarle inmediatamente ("Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén").

Sesenta estadios es la distancia que debemos recorrer para rehacer el vínculo de unidad con la comunidad, adquirir el compromiso de vivir y compartir la fe con otros cristianos y reanimar la esperanza en Dios ("Encontraron reunidos a los Once con sus compañeros").

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer, como hizo el Señor, para saber acercarnos a las personas con sutileza, escuchar atentamente lo que nos tienen que decir, acoger y entender sin juzgar sus dudas, sus pérdidas, sus heridas, sus desesperanzas.

Sesenta estadios es la distancia que todos debemos recorrer para entrar en diálogo amistoso con las personas que nos encontramos por el camino y mostrarles a Jesucristo resucitado ("Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón").

Sesenta estadios es la distancia que separa el resentimiento del agradecimiento, la desesperanza de la fe, la pena de la alegría, el odio del amor, el egoísmo del compromiso.

Sesenta estadios es la distancia que necesitamos recorrer para decirle a Jesucristo: ¡Quédate con nosotros!


JHR 


martes, 28 de enero de 2020

IDENTIFICANDO PELIGROS EN LA EVANGELIZACIÓN

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"Todos los métodos son inanes sin el fundamento de la oración. 
La evangelización ha de estar siempre empapada 
en una intensa vida de oración.
Proclamar a Dios es introducir [a los demás] en una relación con Dios, 
es enseñar a orar. 
La oración es la fe en acción. 
Es hora de reafirmar la importancia 
frente al activismo y al creciente secularismo 
de muchos cristianos comprometidos en obras de caridad. 
El cristiano que ora no pretende ser capaz de cambiar el plan de Dios 
o de corregir lo que Él ha previsto, 
sino que, más bien, busca un encuentro con el Padre de Jesucristo, 
pidiendo a Dios que, con la consolación del Espíritu, 
lo conforte a él y a sus obras."
(Benedicto XVI)

La Iglesia, hoy más que nunca, necesita cristianos comprometidos con el gran desafío del siglo XXIla evangelización.

Durante mucho tiempo, quizás hemos puesto demasiado énfasis en la Cruz y en la muerte de Jesús, y hemos obviado (casi callado) que Jesucristo ha resucitado. 

Posiblemente, no hemos facilitado a otros una comprensión sólida de Dios, más allá de una vaga deidad, de una idea abstracta del mensaje evangélico o de un conjunto de normas. 

Y en los últimos años, nos hemos lanzado a la evangelización con buenos deseos de servir a Dios pero sin mucho conocimiento y sin apenas formación, por lo que es necesario que seamos capaces de identificar a lo que nos enfrentamos.

Para centrar el tema, lo primero que debemos saber es que el Diablo no quiere que las personas descubran el amor de Dios y por ello, trata de:

quitarle la iniciativa de la evangelización a Dios, haciéndonos creer que podemos "hacer cosas" para Dios sin confiarnos a Él, fiándonos sólo de nuestro esfuerzo y nuestra capacidad.

- quitarle el protagonismo de todo apostolado al Espíritu Santo, convirtiéndolo en una alocada multiplicación de actividades, donde el orgullo y la vanidad sustituyen a la gracia.

- quitarle la importancia de la predicación de su mensaje a Jesucristo, centrando toda la atención en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, en nuestros problemas, en nuestras pérdidas y en nuestros sufrimientos.

Algunos de los peligros comunes que surgen en la evangelización son:

Activismo

El primer peligro de toda evangelización es el activismo. Muchos de nosotros, aunque comprometidos con una "vida de fe en acción, de Iglesia en salida", en ocasiones, nos dejamos llevar por un exagerado activismo...

Activismo es "hacer sin rezar", es decir, acción sin contemplación y, aunque la realicemos con buena intención, está condenada a la ineficacia. 

¡Cuántas veces nos lanzamos a "hacer cosas" sin pensar! o lo que es peor ¡sin rezar!

Ante la tentación o la duda, debemos ir a la fuente, mirar a Cristo. Jesús vivió siempre en intimidad con Dios antes de emprender cualquier tarea en sus tres años de vida pública, pero antes, estuvo cultivándola durante sus 30 años de vida privada. 

Este es el mayor ejemplo que Cristo nos ha dado: en toda circunstancia, cultivar nuestra vida interior. Nuestra relación con Dios es nuestro primer campo de misión. Sin intimidad con Dios, sin oración, es imposible llenarnos de Cristo. Y si no nos llenarnos de Cristo ¿cómo vamos a darlo a conocer a otros?

Por eso, debemos rezar. Orar es relacionarnos íntimamente con Dios, es decirle "sí’ a su gracia, es aceptar su invitación a unirnos a Él, a confiar en Él. Es entonces cuando todo "encaja", todo "resulta". 


Antes de evangelizar a otros, lo primero que debemos hacer es
 preguntarnos ¿me relaciono con Dios? ¿me dejo impregnar por su gracia? ¿me abandono a Él¿creo en el poder de la oración?

Secularismo

El segundo peligro al que nos enfrentamos es el “secularismo", es decir, el riesgo de sucumbir al pensamiento dominante del mundo, marcado por el relativismo y la negación de la Verdad

¡Cuántas veces pensamos que todo es relativo, que no existen verdades inmutables ni valores objetivos! ¡Cuántas veces pensamos que en la vida cristiana todo vale, aunque no sea verdad!

Nuestra fe cristiana, otrora un río de caudal enérgico, fijo y permanente por el que navegábamos hacia el mar, ha perdido sus márgenes y se ha convertido en un estanque plácido y apático, sin energía ni propósito, en el que todos flotamos, pero en el que no llegamos a ninguna parte.

Cuando una fe rebajada o descafeinada pone la Verdad en tela de juicio... Cuando un apostolado plácido e insulso pone el énfasis “en lo superficial”, en lo "efímero"... Cuando no testimoniamos a Cristo de una manera auténtica y radical, la evangelización pierde su sentido y toda su efectividad.

Recuperar una fe misionera sólo es posible una vez que hemos conocido el amor ardiente de Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6)

Entonces, recuperamos los márgenes, el caudal y la energía del río, para saber adonde ir, lo que hacer y hacerlo con pasión.

Egoísmo

El tercer peligro es caer en la apatía y la placidez de ese estanque que nos hemos "fabricado". Un "egoísmo" basado en una malentendida idea de la “libertad”, que nos conduce a la soberbia con la que pretendemos hacer lo que queremos, lo que nos conviene o lo que nos resulta más cómodo.

Por conveniencia, queremos "hacer de Dios", y no dejamos a Dios ser Dios, pretendiendo decir nosotros lo que se debe hacer.

Por comodidad, queremos determinar la esencia de la misión encomendada por Jesús a los apóstoles haciendo prevalecer nuestro propio parecer.

Por vanidad, deseamos convertirnos en los artífices de los métodos y en los autores de los frutos de la evangelización.  

¡Cuántas veces actuamos como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del albañil, y no del plan magistral del Arquitecto! 

¡Cuántas veces intentamos "captar" almas por y para nosotros, en lugar de conseguirlas de Dios y para Dios!

¡Cuántas veces queremos ser a toda costa "eficaces", "exitosos","resultadistas" o"relevantes"!

Con frecuencia, olvidamos que es Cristo quien se encuentra con nosotros en el camino, quien nos capacita y quien nos invita libremente a seguirlo. 

Cuando aceptamos su llamada y le seguimos, lo hacemos comprendiendo que nuestra misión no es nuestra sino de Cristo, que los resultados no son nuestros sino de Dios, que nada depende de nosotros sino de su Gracia.  

Nosotros, trabajamos y cosechamos como "siervos inútiles, haciendo lo que tenemos que hacer"

Dios está vivo, y ha resucitado para habitar en nuestros corazones, en nuestras vidas. Si no tenemos experiencia de Cristo vivo, poco evangelizaremos. Si no testimoniamos a Cristo en nuestras vidas, nuestro apostolado es estéril.

Recordando las palabras de San Pablo, “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”cuando Jesucristo vive realmente en nosotros, nuestros egos y vanidades desaparecen. Entonces, el fruto es abundante.

Sentimentalismo

Otro gran peligro de todo apostolado es ampararse en el sentimentalismo. Con él, el estanque plácido que hemos fabricado se convierte en un pantano turbio de emotividad.

Muchos que llegan a la fe por la evangelización, sucumben a la seductora inclinación de buscar sólo consuelo y refugio, como si de magia se tratara. 

Es la "religión del sentimiento" que deja fuera la dimensión inteligente y reflexiva de la persona, su capacidad de captar el carácter verdadero de aquello que anhela.

Es "la evangelización emotiva" que se refugia en un "hedonismo", en una búsqueda del placer, que le hace "sentirse bien", "a gusto" y que evita a toda costa el sufrimiento de la cruz.

El sentimiento diluye la fe, y por tanto, la misión, convirtiéndola en un acto absolutamente subjetivo, que deja de ser un acto sobrenatural de adhesión de la inteligencia (animada por la voluntad y con la ayuda de la gracia) a las verdades inmutables del cristianismo.

Sentirte bien no significa necesariamente que la fe sea fe. La fe cristiana no es una cuestión de sentimiento, es un acto de la inteligencia. La "razón" nos lleva a la verdad. La "emoción", posiblemente, al error.

Jesús no predicaba a sus discípulos con emociones ni sentimientos sino razonando todo lo que decía, a través de explicaciones, parábolas o ejemplos. 

Tampoco evangelizaba para sentirse bien o para que otros se sintieran bien, sino para darnos ejemplo, al coger su cruz y negarse a sí mismo por nosotros. 

La fe es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo (Marcos 8,34).

En conclusión, si abrazamos la evangelización, innata a la vida cristiana, de manera completa y confiada a la verdad, a la bondad y a la belleza de Cristo, la radicalidad del amor atraerá la atención del mundo. Entonces, cumpliremos la misión que nos ha sido encomendada.

Tratemos más de "mostrar", que de "decir", de "ser" más que de "hacer", de "dar" más que "recibir".

No les digamos a otros qué pensar ni cómo comportarse. No tratemos de hacer cosas ni de hacer sentir.

Mostremos a todos que la belleza del mensaje evangélico se basa en que muchos católicos comprometidos aman de verdad a los demás.

Testimoniemos a otros que la bondad de la Iglesia supera con creces las obras de caridad que realiza.

Demostremos a los demás que la Iglesia no es sólo una jerarquía de "hombres de blanco y negro, de alzacuellos y sotanas", sino que está formada por muchas personas que, siguiendo a Cristo, "dan la vida por los demás".

Manifestemos al mundo que la verdad del cristianismo se fundamenta en el amor que nuestro Señor que nos tiene, y hagámoslo llenos de coraje, entusiasmo y alegría.


Para reflexionar y profundizar:

- L'Ame de Tout Apostolat (El alma de todo apostolado), Jean-Baptiste Chautard

domingo, 26 de enero de 2020

APOSTASÍA EN LA IGLESIA CATÓLICA

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"Siguen los deseos impuros de la carne 
y desprecian la autoridad del Señor. 
Atrevidos y arrogantes, 
no tienen miedo en blasfemar contra los seres gloriosos, (...) 
hablan mal contra las cosas que no conocen, (...) 
encuentran su felicidad en el placer de un día; 
hombres corrompidos e inmundos,
 se gozan en sus engaños mientras banquetean con vosotros; 
tienen sus ojos llenos de adulterio y no se hartan de pecar; 
seducen a los inestables; 
tienen el corazón habituado a la avaricia, son gente maldita. 
Abandonaron el buen camino, se extraviaron (...)
 Éstos son fuentes sin agua, nubes azotadas por el viento, 
a quienes les aguardan densas tinieblas. 
Con sus discursos pomposos y vacíos 
despiertan los deseos carnales y el desenfreno 

de aquellos que apenas habían logrado escapar de los que viven en el error. 
Les prometen la libertad, mientras ellos son esclavos de la corrupción
Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia 
que, después de haberlo conocido, 
apartarse del mandamiento santo que se les había transmitido."
(2 Pedro 2, 9-17 )

Desgraciadamente, muchos católicos, que siguen en la Iglesia, han dejado de creer en Dios y se han vuelto hostiles al cristianismo auténtico, reacios a la búsqueda de la santidad, rebeldes a la moralidad y traidores a Cristo.

Han abandonad
o el camino y se han extraviado en una apostasía que no se marcha, sino que se queda dentro de la Iglesia, igual que Judas.  
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Propagan una herejía que presenta a un Dios anodino, transigente, timorato y que aplaude cualquier elección que hagamos. Nada de lo que hagamos nos llevará al cielo o al infierno.  

Se han instaurado en un relativismo herético, adoptando la religión del anticristo, que predica un Dios sin autoridad, un mundo sin pecado, un reino sin juicio y un Cristo sin la cruz.

Tratan de implantar una fe intrascendente, sin importancia, menor, sin sentido, en la que nada conduce a nada, en la que todo vale y nada obliga. 

Siguen una religión progresista, cómoda y fabricada a la medida: sin sacrificio, ni sufrimiento ni disciplina, en la que no existe el pecado, y por tanto, tampoco es necesaria la Cruz.

Prom
ueven una ideología "liberalista e igualitarista", de deseos y anhelos particulares, que defiende la comunión en situación irregular, que aboga por el fin del celibato sacerdotal y por el sacerdocio femenino.

Abogan po
r una herejía que niega la existencia del Diablo y del infierno, que evita hablar de determinados temas "delicados", que desecha la doctrina católica por arcaica, anticuada y de otro tiempo.

Fomentan una parodia de la fe católica, donde se puede elegir nuestro propio género, nuestra propia doctrina, nuestro propio camino, nuestra propia verdad, nuestra propia vida. 

En palabras del obispo Fulton Sheen, "la negación de la Cruz y de Cristo es el sello distintivo del espíritu del anticristo".

Por tanto, su doctrina y su ideología son las del anticristo:

"Si no hay Cielo, no hay Infierno; 
si no hay Infierno, entonces no hay pecado; 
si no hay pecado, entonces no hay juicio,
si no hay juicio, no hay Juez,
y si no hay Dios, lo malo es bueno y lo bueno es malo”