¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

miércoles, 19 de junio de 2024

SEDUCIR Y SEMBRAR LA DUDA

"Todo es limpio para los limpios; 
mas para los impuros y los incrédulos nada hay limpio, 
ya que su mente y su conciencia están manchadas. 
Confiesan que conocen a Dios, pero lo niegan con sus obras. 
Son detestables, rebeldes e incapaces de cualquier obra buena" 
(Tito 1,15-16)

Hoy me gustaría hacerme eco de las palabras del cardenal Sarah que nos invitan a reflexionar sobre un sutil y peligroso "humo" que se está infiltrando en nuestras comunidades cristianas sin apenas darnos cuenta y sobre el que ya escribí hace cuatro años (ateísmo fluido) pero que sigue siendo de plena actualidad hoy.

Se trata de lo que el purpurado africano define como ateísmo práctico o ateísmo fluido, que aborda en su libro "Se hace tarde y anochece" (recomendable e imprescindible lectura) y que vivió en primera persona durante el Sínodo de 2023, en el que, entre otras muchas cuestiones, se trató acerca de la apertura hacia las personas homosexuales.

Mientras la mayoría de los obispos y cardenales defendieron la enseñanza del Catecismo (como no puede ser de otra manera), los obispos alemanes querían reconocer la homosexualidad. Hubo una gran polémica que originó división. Tras el Sínodo, el Papa Francisco ordenó al cardenal Fernández que publicara un documento donde se autorizaba la bendición de parejas homosexuales. Esto provocó una gran controversia entre los obispos africanos que vieron en este documento una traición al espíritu de sinodalidad y que también  generó perplejidad y confusión entre muchos creyentes.

En su Discurso ante la Conferencia Nacional de obispos de Camerún (09-abril-2024), el cardenal Sarah exhortó a los obispos a resistir y a defender la verdad universal de la fe cristiana y de la Tradición apostólica, a no ceder al relativismo y a no tener miedo a oponerse al mundo. En definitiva, a resistir: “Debemos ser conscientes de que este ateísmo fluido corre por las venas de la cultura contemporánea. Nunca dice su nombre, pero se infiltra por todas partes, incluso en el discurso eclesiástico. Su primer efecto es una especie de letargo de la fe. Anestesia nuestra capacidad de reacción, de reconocer el error y el peligro; se ha extendido por toda la Iglesia”.

No se trata de un problema puntual o relativo a las parejas homosexuales pues también afecta, por ejemplo, a las parejas heterosexuales que viven una relación irregular y que no pueden ser absueltos ni pueden comulgar. 

Pero no sólo eso, el ateísmo fluido también se infiltra en la Iglesia para generar polémica en cuestiones como el celibato sacerdotal o la castidad cristiana, como si desde fuera de la Iglesia se tuviera la potestad de decidir lo que ésta debe creer y vivir (exactamente lo mismo que hizo la serpiente con Adán y Eva en el paraíso).

El ateísmo fluido no es la negación de Dios, sino la insubordinación a Su voluntad: creer en Dios pero rebelarse contra Él y contra su designio salvífico (exactamente igual que Satanás; él sabe con plena certeza que Dios existe, pero se subleva contra Él). 
Por eso, el Diablo sabe que todo su poder se sustenta en su capacidad de generar la duda en el corazón del hombre y le hace plantarse el relativista "y si...". Es la visión  distorsionada que Satanás tiene de "crear", es su grotesca y blasfema imitación del Creador pero en lugar de "y vio Dios que todo era bueno", el Enemigo quiere "ver que todo es relativo", haciéndole creer al hombre que todo tiene un punto de vista particular, que no hay una Verdad Absoluta, que hay "zonas grises" en las que Dios está equivocado. 

El ateo fluido es una persona que "cree" en Dios (o quiere creer) pero que vive como si Dios no existiera: es el "creyente no practicante", que en público se denomina cristiano, va a misa y "cumple", pero que en privado tiene muchas objeciones y muchas rebeldías contra de algunos mandamientos de Dios o de la Iglesia, precisamente porque interpelan su vida. 

Es el cristiano con doblez, el católico que se crea una fe a su medida: "esto sí, esto no...", es la religión del "a mi me parece", del "yo creo que...", sin ser consciente que está obrando precisamente igual que el diablo.

A diferencia del ateísmo duro (el "no creyente" que no cree en la existencia de Dios y, por tanto, "no practica"), que se puede refutar y combatir, el ateísmo fluido es “escurridizo y pegajoso”...como los reptiles.

Se trata de un "cambio de la piel de la serpiente", una nueva manifestación del enemigo del hombre, una metamorfosis del poder de la triada satánica (el Dragón y las dos bestias del Apocalipsis de san Juan) que parece, en ocasiones, que se debilita y muere, pero que siempre "resurge", empleando modos y momentos diferentes, con el objetivo de imponer (mediante el engaño y la seducción) una ideología homicida que, "desde el principio", ha tenido como misión la destrucción del hombre que empieza siempre por la aniquilación de las bases sociales: primero, de la familia de sangre y después, de la familia de fe.
Sarah nos recuerda que es nuestro deber como católicos vivir y defender nuestra fe. No podemos ser cómplices. No debemos ser indiferentes. No podemos acomodar la mentira a la verdad, la voluntad de Dios a la nuestra: “No se puede vivir en la mentira. La marca del ateísmo fluido es la promesa de un acomodo entre la verdad y la mentira. Es la mayor tentación de nuestro tiempo. Todos somos culpables de acomodación, de complicidad con esta gran mentira que es el ateísmo fluido. Fingimos ser creyentes cristianos y hombres de fe, celebramos ritos religiosos, pero en realidad vivimos como paganos e incrédulos”.

Lo propio del ateísmo fluido es el conformismo con la mentira: si lo atacas, si te enzarzas en una lucha física, en un cuerpo a cuerpo con él, te quedarás adherido a sus sutiles compromisos (···). Te arrastra a su propio terreno"Si lo defiendes, te verás obligado a emplear sus armas: la mentira y el compromiso. Fomenta alrededor de él la división, el resentimiento, la acritud y la mentalidad de partido. ¡Fíjate en la situación de la Iglesia! No hay más que discordia, hostilidad y sospecha por todas partes".

Entonces ¿cómo combatir ese tipo de ateísmo más práctico que teórico? ¿cómo vencer este ateísmo disfrazado de teísmo? 

Aunque Cristo lo dejó claro cuando dijo "Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo" (Mt 6,24) o "El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama" (Mt 12,30; Lc 11,23), el cardenal Sarah propone una solución personal:

"Cada uno de nosotros puede tomar esta determinación: la mentira del ateísmo no volverá a fluir dentro de mí. No quiero renunciar más a la luz de la fe, no quiero seguir permitiendo que convivan en mí la luz y las tinieblas por comodidad, por apatía o por conformismo".

 “Es una determinación muy sencilla, interior y concreta. Cambiará nuestra vida hasta en los detalles más insignificantes”, asegura. 


sábado, 1 de junio de 2024

¿A DÓNDE VOY CUANDO VOY A MISA?

"Pues el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; 
pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios" 
(1 Cor 1,18)

Esta semana, un hermano de fe me ha enviado un vídeo de un sacerdote americano que habla sobre lo que es y lo que significa la Eucaristía, y en la que nos plantea discernir sobre cuál es el sentido de ir a misa (https://www.youtube.com/watch?v=cUNkocjtA4w), y que quiero transcribir en esta reflexión de hoy:

¿A qué voy a misa? ¿voy para encontrarme con amigos? ¿voy para escuchar una buena homilía? ¿voy para cantar porque pertenezco al coro? ¿voy para rezar? ¿voy para escuchar la Palabra de Dios? ¿voy para recibir el cuerpo de Cristo? ¿voy porque es un precepto de la Iglesia?

¿Qué es para mí la Eucaristía? ¿Qué representa? ¿Qué ocurre allí?

La Eucaristía ha sido denominada con muchos nombres a lo largo de la historia de la Iglesia: cena del Señor (san Pablo), fracción del pan (Didaché, san Justino), eucaristía (san Ignacio de Antioquía), sinaxis ("asamblea reunida"), dominicum ("domingo"), actio ("celebración"), sacrificium (memorial de la Pasión), officium ("oficio"), missa ("envío"), eucharistia ("acción de gracias")....

Y, dentro del septenario de los sacramentos, ha sido definida por la Iglesia de muchas maneras: "fuente y cima de la vida del cristiano", como "signo de unidad" "sacramento de la fe", misterio de la caridad", "celebración del misterio pascual"...Sin duda, es el principal de los sacramentos y hacia el que todos se orientan.

Pero ante todo, la Eucaristía es el sacrificio del Calvario. Es el lugar donde todos nos trasladamos al pie de la cruz de Cristo, junto a la Virgen María y a san Juan, el discípulo amado; donde escuchamos las siete frases de Cristo; donde le vemos ofrecer su vida como sacrificio perfecto por nuestros pecados; donde le vemos morir para resucitar. 

En realidad, la Eucaristía es el lugar donde Jesús está siempre con nosotros: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).

Allí, en el Calvario estoy junto a mi Señor, para ser testigo y, a la vez, partícipe de su ofrenda por mí. 

Allí, en la Eucaristía, deposito todas mis miserias, todas mis faltas, todos mis pecados. 

Allí, en el Gólgota, quedo liberado de mis pecados por la obra redentora de Cristo, que los recoge y se los entrega al Padre en oblación perfecta. 

Allí, en la Eucaristía, es donde la promesa de la resurrección se me hace accesible, donde se me abre la puerta del cielo y, como san Juan en su Apocalipsis, "arrebatado en espíritu", soy capaz de degustar las primicias eternas.
Pero además, en la Sagrada Escritura encontramos, al menos, catorce prefiguraciones del sacramento de la Eucaristía (algo que niegan o al menos, evitan mencionar algunos de nuestros hermanos protestantes):

Abel (Gn 4): el primero que ofrece la sangre de un cordero inocente y sin defecto en sustitución de sus pecados (como el Cordero de Dios).

Melquisedec (Gn 14; Sal 110): rey y sacerdote, ofrece pan y vino. Su origen no es del linaje de Aarón (tribu de Levi). Es desconocido (no es de este mundo, como el Señor).

Abraham (Gn 22): un cordero enredado en una corona de espinas es sacrificado en sustitución de su hijo Isaac (como Cristo).

Pascua (Ex 12): los panes ázimos y la sangre del Cordero rociada sobre el dintel de las puertas (que prefigura el vino en nuestros labios) nos libera de la esclavitud de Egipto (que simboliza el pecado y la injusticia) y nos preserva de la muerte por el paso del ángel exterminador del Señor (que simboliza la muerte segunda, la del alma): "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día" (Jn 6,54). La Pascua de la Última Cena es la representación del Calvario por la que entramos en la sagrada comunión y resucitamos a la vida eterna con Jesucristo. 

Maná (Ex 16): el pueblo de Israel (muerto de hambre) debía comer el pan del cielo todos los días para sobrevivir en el desierto. Jesús fue muy explícito ante las tentaciones del diablo: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4) en una clara referencia a la petición del Padrenuestro: "Danos hoy el pan nuestro de cada día" (Mt 6,11). Igual que el pueblo de Israel necesitaba el pan del cielo cada día para vivir (físicamente), los cristianos necesitamos el pan de vida para vivir (espiritualmente).

Arca de la Alianza (Ex 37): Dios creó un lugar especifico para hacerse presente al hombre, porque los seres humanos necesitamos un sitio físico donde tener la certeza de la presencia de Dios para refugiarnos en Él, para estar junto a Él y para darle culto. En el AT, era la tienda del Encuentro (Mishkán"morada de Dios") donde estaba el arca de la alianza; desde el NT hasta hoy, es el altar eucarístico y también el sagrario o la custodia de la adoración eucarística.

Belén (Miq 5; Mt 1; Lc 2): significa "casa de pan". Cristo nace allí porque es el pan vivo que baja del cielo. Nace en un pesebre (comedero para animales=nosotros). Cada iglesia particular es un "Belén" donde podemos adorar al pan vivo del cielo.

San Juan Bautista (Mc 1; Lc 3): en el Jordán, Juan ve a su primo Jesús y pudo haber dicho cualquier cosa: por ejemplo, "mi primo Jesús"...pero dijo: "Contemplad, este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo". Es la misma frase que proclama el sacerdote antes de la comunión eucarística.

Bodas de Caná (Jn 2): Una boda donde se produce el primer milagro de Jesús. La Virgen le dice a su Hijo: "No tienen vino"... y a los servidores: "Haced lo que Él os diga". En Caná, Jesús ofrece el mejor vino y en cantidad infinitamente generosa (600 litros) a los que participan en la boda. De igual manera, Cristo, en la Eucaristía, transforma el vino en su sangre para lavar los pecados de toda la humanidad.

Multiplicación de los panes y los peces (Jn 5; Mt 14; Mc 6; Lc 9): Cristo no sólo tiene el poder de transformar sustancias, sino de multiplicarlas (sacia a más de 5.000 hombres; en total, posiblemente, 20.000 personas entre hombres, mujeres y niños). Cristo, en la Eucaristía se multiplica así mismo de forma infinitamente generosa para alimentar a toda la humanidad.

Discurso del pan de vida (Jn 6): Jesús dice: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre...lo resucitaré en el último día". El pan eucarístico (el mismo Cristo) es el verdadero pan que da la vida por el mundo (puesto que el maná no evitó que los judíos murieran al final de sus días) y ofrece la vida eterna.

Última Cena (Mt 26; Mc 14; Lc 22; Jn 13): "Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía. Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros". Separa deliberadamente el pan del vino, para diferenciar el cuerpo del espíritu, para diferenciar su humanidad de su divinidad, su vida terrenal de su misión: ofrecer el único, verdadero y perfecto sacrificio de Cristo, al que nos da acceso en el misterio eucarístico.

Camino a Emaús (Lc 24): como los dos de Emaús. vamos a misa entristecidos y apesadumbrados por los problemas cotidianos, nos quejamos del sufrimiento y la injusticia de nuestras vidas. Entonces, Jesús nos explique las Escrituras (desde el ambón se revela a través Liturgia de la Palabra y nos cuenta el plan de salvación de Dios) y nuestro corazón arde, aunque no le reconocemos. Es cuando parte el pan cuando le reconocemos (Liturgia de la Eucaristía): cuando el sacerdote parte el pan y deja caer un pequeño pedazo en el cáliz está representando la re-unión del cuerpo y el espíritu. Es entonces cuando desaparece de nuestra vista y le reconocemos: por la resurrección.

La cena de las bodas del Cordero (Ap 19): Cristo se desposa con la Iglesia. Dios quiere ser uno con nosotros ("Enmanuel"). Quiere tener con nosotros una comunión esponsal: ser con su esposa, la Iglesia, "una sola carne",. El Cordero está degollado (crucificado) pero está de pie (resucitado) y nos muestra el plan de Dios: verle cara a cara...en el cielo

¿A qué voy a misa? Escuchar una buena homilía, encontrarme con mi comunidad, cantar, rezar, escuchar la Palabra o comulgar es lo que hago cuando voy a la Eucaristía. Pero lo principal es acercarme al Calvario para estar junto al Cordero de Dios, degollado por mis pecados para darle gracias y glorificarle.



jueves, 30 de mayo de 2024

SIGNIFICADO Y CUALIDADES DEL LIDERAZGO CRISTIANO

"Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. 
Solo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás 
y lanzándome hacia lo que está por delante, c
orro hacia la meta, hacia el premio, 
al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús" 
(Flp 3,13-14)

La Sagrada Escritura nos muestra cómo a lo largo de toda la historia de la salvación, Dios ha suscitado líderes para guiar a su pueblo. Eligió patriarcas (Abrahán, Moisés), jueces (Sansón, Gedeón), reyes (David, Salomón), profetas (Isaías, Daniel)...y, todos, de una forma u otra, no supieron o no pudieron gestionar su liderazgo conforme a la misión que el Señor les encomendó.

Por eso, tuvo que encarnarse, en la segunda persona de la Trinidad, para mostrarnos a los hombres el perfecto liderazgo cristiano, el cual no tiene nada que ver con el poder, el mando, la fuerza o una autoridad mal entendida. Cristo es la idea de Dios para el "ser" del hombre.

Entonces, ¿qué tipo de autoridad o poder debe ejercer un líder cristiano?

Se trata de una autoridad que viene "de lo alto", un don recibido e inmerecido de Dios para ponerlo a Su servicio como hizo Cristo, en la certeza de que Dios nos capacita para aquello que nos encarga.

Se trata de poner todas nuestras cualidades y talentos al servicio de la comunidad, de los hermanos y no al de uno mismo, en la plena seguridad de que Dios nos acompaña en cada momento.

Los apóstoles también tuvieron sus problemas a la hora de gestionar posibles liderazgos, cuando discutían sobre quien de ellos era el mayor (Lc 22,24). 

Jesús les reprende y les hace entender que quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos (Mc 9,35). Además, les recuerda que sin Él, ellos no pueden nada (Jn 15,5). 
El Señor nos enseña que el liderazgo cristiano es servicio, no mando ni poder. No es gloriarse de una posición (que es delegada y temporal) sino ponerse a disposición de los demás con humildad y caridad. No es "mandar" sino "servir".

El líder cristiano lidera sirviendo y sirve liderando. Y es así porque el liderazgo no es un fin en sí mismo sino un medio para amar a Dios y al prójimo.

Entonces ¿qué cualidades o actitudes debe cultivar el líder cristiano?

Internas

Humildad. Es la esencia de un corazón "quebrantado" y servicial, que no puede ser impostada. Se trata de sencillez, de serenidad, de "ser" no de "aparentar", de dejarse aconsejar.

Responsabilidad. Es el compromiso adquirido y consciente de las obligaciones adquiridas y de la repercusión de sus decisiones, palabras o acciones. Se trata de esfuerzo, voluntariedad, diligencia, cuidado.

Integridad. Es la actitud coherente, congruente y auténtica entre lo que dice y lo que hace, entre sus palabras y actos. Se trata de ser constructivo y honesto, no popular o "bien visto".

Seguridad. Es la plena convicción de lo que Dios le ha encargado: visión y misión. Se trata de generar tranquilidad y confianza en los demás.

Santidad. Es la más alta y fundamental cualidad cristiana a la que todos estamos llamados: a separarnos del pecado y consagrarnos a Dios. Se trata de albergar principios evangélicos y valores cristianos. Supone "ser y dar ejemplo", y no sólo predicar, porque representamos y mostramos a nuestro Señor, el único que es Santo.

Externas

Amabilidad. Es el modo de expresarse agradablemente con los demás. Un líder "intratable" no motiva a nadie y ni siquiera se aguanta a sí mismo. Se trata de buena actitud, respeto, empatía, "química relacional".

Sensibilidad. Es la forma de comportarse comprensivamente, como hace una amigo con otro, o como hace un padre con sus hijos. Se trata de no ser complaciente con lo malo, con el error o con el pecado. Se trata de corregir, no para hundir al hermano sino para ayudarle, porque le ama.

Equidad. Es la manera de actuar con justicia, con imparcialidad, con neutralidad, sin hacer acepción de personas por los motivos que sean. se trata de ser recto y no moverse por "amiguismos", intereses o conveniencias.

Sinceridad. Es la cualidad de la verdad, de la franqueza, de lo correcto. Se trata de no ser hipócrita, ni falso, de no engañar o mentir para cumplir objetivos.

Unidad. Es la actitud integradora, fraterna y unánime que crea comunión, paz y armonía. Se trata de no generar división, contienda o discordia sino de buscar soluciones mediante la mediación, la intercesión y la conciliación.

Ninguno nacemos líderes, nos hacemos...
Ninguno nacemos cristianos, nos hacemos. 
Ninguno nacemos santos, nos hacemos...

Y todo por la gracia y misericordia de Dios... y para su gloria...

JHR

jueves, 22 de febrero de 2024

SENTARSE DETRÁS EN MISA




Muchos católicos cumplen al pie de la letra las palabras de Jesús en Mateo 20,16: "los últimos serán los primeros". En efecto, algunos llegan a misa los últimos y se van los primeros. Toda una declaración de intenciones...

Y me pregunto: ¿Soy de los que se sienta en los bancos del final en misa? 
Y si fuera un concierto o un partido de fútbol...¿También me pondría en las últimas filas? ¿Llegaría tarde y me iría en cuanto pudiera? ¿Participaría o me resultaría indiferente?

¿Soy consciente de lo que sucede en misa? ¿Voy a participar en ella o estoy de paso? ¿Me involucro en lo que allí ocurre o simplemente, "estoy" allí? 

¿Evito proclamar las lecturas con la excusa de que no tengo gafas? ¿Eludo pasar la colecta o cantar porque me avergüenza? ¿Doy la paz "a la japonesa"? ¿Soy un "católico dominguero"?

Si hubiera estado invitado a la Última Cena...¿me pondría cerca o lejos para escuchar a Jesús? ¿Y en la Cruz? ¿estaría al pie de ella o miraría desde una distancia prudencial?
La Eucaristía es el centro neurálgico de la vida cristiana y como tal, merece la pena esforzarse para participar mejor de este sacramento que la Iglesia recibió de Cristo como el don por excelencia, porque es Dios mismo que se ofrece a todos los hombres para nuestra salvación. Hacerlo desde una distancia prudencial no es propio ni de recibo.

Sí, en misa nos jugamos mucho. No es simplemente ir a un lugar por compromiso, costumbre o tradición, ni tampoco es una actividad dominical más. A misa no se va a ser un simple espectador sino a celebrar y ser partícipe de la obra salvífica de nuestro Señor.

Por eso, es importante preguntarme cómo puedo participar mejor de la Eucaristía. Tres simples sugerencias: preparación, disposición, compromiso.

Preparación
En primer lugar,  necesito una adecuada preparación. Y es que ocurre con frecuencia que acudo a la iglesia sin pensar mucho...o quizás pensando mucho (en el "después"), y sucede que la Eucaristía empieza y termina sin apenas darme cuenta porque "estoy a otra cosa". ¡Cuántas veces soy incapaz de recordar qué Evangelio se ha leído o qué ha dicho el sacerdote en la homilía! ¡Cuántas veces tengo la mente ocupada con otras cosas!

Prepararme es profundizar en mi comprensión sobre la Eucaristía. Si comprendo bien lo que allí ocurre, me dispondré de antemano. Y, viceversa, si me preparo bien, comprenderé mejor.

Y para ello, en primer lugar, lo más conveniente es acudir al Catecismo de la Iglesia Católica, ese gran olvidado para muchos creyentes en edad adulta. En  los números 1322 a 1419 explica lo que significa este sacramento, su estructura, su celebración y la forma de actuar en cada parte de la Liturgia. Es importante conocer de antemano lo que luego voy a vivir.

En segundo lugar, tampoco está de más echar un vistazo a encíclicas sobre la Eucaristía como Sacramentum Caritatis (Sacramento de la Caridad), Ecclesia de Eucharistia (La Iglesia vive de la Eucaristía) de Benedicto XVI o Dies Domini (El día del Señor), de Juan Pablo II. Meditar estos textos pontificios me prepararán para participar más y mejor en la Eucaristía.

En tercer lugar, algo más sencillo: meditar, reflexionar y rezar de antemano las lecturas que la Iglesia me propone para cada día en la Liturgia de la Palabra. Si lo hago, estaré más atento a las lecturas y sacaré más fruto al escuchar de nuevo la Palabra de Dios.

Disposición
La misa es una cita con Dios. Voy "de boda". Voy de celebración. No puedo acudir de cualquier forma. Entro en "suelo sagrado". Es importante que me descalze de mis prejuicios y disponga mi corazón para ponerme en presencia de Dios con una actitud dócil y humilde.

Y nadie va a una boda sucio o sin vestirse adecuadamente para la ocasión. Hablando de vestirse, el mejor "hábito" es llegar con un corazón reconciliado con el Señor mediante una buena confesión.

Tampoco se llega tarde a una celebración. Llegar con el tiempo justo (o empezada la misa) no es la mejor manera de prepararme o de disponerme. Es necesario llegar con tiempo, sosegado y tranquilo, sin prisas, sin aceleramientos, sin ruidos. Si entro con "la lengua fuera" y trayendo conmigo mucho "ruido", no seré capaz de "estar" atento ni de "comportarme" correctamente. 

Una vez en la iglesia, es necesario tener una actitud de respeto, de reverencia, de recogimiento, de silencio interior. Estoy delante del Señor aunque mis ojos no puedan verle..¡Cuántas veces olvido Quién está presente!

Quizás haya algunos hábitos que con el tiempo he adquirido y que es bueno revisar. Para empezar, no es lo mejor llegar apurado a la celebración, distraído y con muchas cosas en la cabeza. Procurar llegar a tiempo, tener un ánimo sosegado y tranquilo, apagar el teléfono móvil, me predispone para adoptar una actitud de escucha y acogida del misterio del cual voy a participar. 

Desde otra perspectiva, es también importante la atención al modo como me visto. No se trata de buscar aparentar, pero sí recordar la solemnidad del momento y que mi exterior acompañe a mi interior. Nadie va a una boda en pantalón corto o con camiseta.

Compromiso 
La idea es que mi cuerpo, mi mente y mi espíritu, es decir, todo mi ser, esté en la “frecuencia” correcta para lograr esa sintonía. Todo mi ser acompaña, se compromete y vive la celebración eucarística: mis gestos, mis palabras, la entonación de mi voz, mi postura corporal, mis sentimientos, mis pensamientos, en fin, todo mi "yo" debe estar dispuesto para el encuentro con el Señor que está vivo en la Eucaristía, hablándome desde el ambón y haciéndose presente como ofrenda al Padre en el altar para mi salvación y reconciliación.

Además de todo lo dicho, no debo pasar por alto que la Eucaristía es acción de gracias a Dios. La palabra Eucaristía significa precisamente eso: Acción de gracias. 

No olvido, por tanto, darle gracias a mi Padre por tantos dones: por darme a su propio Hijo, por darme al Espíritu Santo, por dejarme a María como Madre y modelo de vida cristiana, por la Iglesia, por mi familia, por mis amigos, por los dones personales que he recibido...en fin, por tantas cosas buenas. 

Como recuerda el apóstol Santiago: "Todo bien y todo don perfecto viene de arriba, del Padre del Cielo" (Stg 1,17).

Si me siento detrás...me pierdo mucho...

lunes, 22 de enero de 2024

CINCO PIEDRAS Y UNA HONDA

"Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. 
En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, 
Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. 
El Señor te va a entregar hoy en mis manos, 
te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver 
y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. 
Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel. 
Todos los aquí reunidos sabrán que el Señor no salva con espada ni lanza, 
porque la guerra es del Señor y os va a entregar en nuestras manos"
(1 Sam 17, 45-46)

Todos conocemos la historia de David, el pastor de ovejas, y Goliat, el gigante filisteo que nos relata el capítulo 17 de la primera carta de Samuel y cuyo mensaje principal es aprender a combatir con problemas "gigantes", a ser conscientes de la necesidad de ser humildes para vencer a los poderosos y arrogantes "Goliats" de nuestra vida. Y, sobre todo, saber que la victoria sólo es posible, no por nuestras propias fuerzas o méritos, sino por nuestra fe en Dios.

Pero vayamos un poco más atrás en la historia bíblica para poder centrar las reflexiones que hoy queremos compartir y saber quiénes son nuestros enemigos. 

Nuestros Enemigos
Génesis 10,1-32 enumera una lista de 70 nombres, llamada "las Generaciones de Noé" o "Tabla de Naciones" (recogida también en el apócrifo Libro de los Jubileos, 8-9) que representa la expansión de la humanidad después del diluvio y donde dice que los filisteos son descendientes de Misráin (que significa Egipto), hijo de Cam (segundo hijo de Noé) y del que proceden también los pueblos hostiles que Israel encuentra en la Tierra Prometida (cusitas, cananeos, jebuseos, etc.). 
La Biblia se refiere en varias ocasiones a Egipto como "la tierra de Cam" (Sal 78,51;105,23-27;106,22;1 Cro 4,40) y muestra la enemistad entre camitas y semitas, entre egipcios y judíos, y que alude tanto al éxodo “He decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros a ... una tierra que mana leche y miel” (Ex 3,17) como al protoevangelio: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia, ésta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gn 3,15).

La descendencia de Cam, es decir, los filisteos, eran adoradores de Baal, el dios fenicio de la lluvia, la virilidad y el poder, asociado al Diablo o Belcebú (Baal-zebub o "Señor de las moscas" o "Príncipe de la Tierra"). Representado por un toro simboliza a todos los dioses falsos del mundo. Aparece mencionado en casi cien ocasiones en el Antiguo Testamento y está relacionado con los pecados de adulterio e idolatría (1 Re, 18, 20-39; Os 2, 1-25).

También adoraban a Astarté (Ishtar o Astoret), diosa mesopotámica que representa a la madre naturaleza, los placeres sexuales y también la guerra. A ésta se la nombra como esposa de Baal y como prostituta (Jue 2,13; 10,6; 1 S 7,3-4; 12,10). También conocida con el nombre de Asera o Ashêrâh (Jue 6,25; 1 R 18,19).
 
Por tanto, Goliat de Gat, el guerrero gigante de tres metros de altura, representa el poder violento e idolátrico del mundo pagano, al que tiene que enfrentarse David, joven pastor de ovejas, que representa a Cristo y, por prolongación, al cristiano

Nuestros Combates
Cuando Goliat ve a David, se siente ofendido en su orgullo: "¿Me has tomado por un perro?" Aquí, el término griego utilizado para "perro" es kaleb, el mismo utilizado en Dt 23,18 para referirse a "prostitutos masculinos". Goliat, lleno de ira, desprecia y amenaza  a David con todo su poder y violencia, y le desafía a entablar batalla.

David acepta el violento desafío del gigante. Inicia el combate dialéctico: alaba y glorifica a Dios y no se adjudica el triunfo para sí, sino que se lo atribuye a Dios: "Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. En cambio, yo voy contra ti en nombre del Señor del universo, Dios de los escuadrones de Israel al que has insultado. El Señor te va a entregar hoy en mis manos, te mataré, te arrancaré la cabeza y hoy mismo entregaré tu cadáver y los del ejército filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra. Y toda la tierra sabrá que hay un Dios de Israel".

Goliat, lleno de ira y orgullo por su derrota dialéctica, inicia el combate físico: despreciando a David e insultando a su Dios, arremete con velocidad y violencia contra él. Pero David, lejos de sentir temor y con tranquilidad, coge una piedra de su zurrón y la coloca en su honda. Mientras todos están convencidos de que “Goliat es tan grande, que no puede derrotarlo”, David piensa: “Goliat es tan grande, que no puedo fallar”. 

Y lanzando la piedra con su honda, le da de lleno en la frente a Goliat y cae de bruces a tierra. David corre hacia él, desenvaina la espada del gigante y le corta la cabeza. David sabía que la batalla estaba ganada de antemano. Y lo sabía porque su mejor arma era su fe en el poder de Dios.
El pasaje de David y Goliat simboliza el combate espiritual entre el bien y el mal, la lucha entre el cristiano y el mundo pagano, idólatra y dominado por las bajas pasiones, la pelea con nuestras dificultades, problemas y batallas personales.

El "David de hoy" es  también insultado y despreciado, amenazado y acosado por el "Goliat de siempre" que trata de infundir temor para desmoralizarnos y para que nos rindamos. Un gigante que nos impone el culto idolátrico a sus falsos dioses, a sus ideologías y, convencido de su fácil victoria, nos desafía a entrar en combate.

Entonces ¿qué debemos hacer?

Nuestras Armas
El relato nos dice que "Saúl ordena armar a David con su propia armadura:yelmo, coraza y espada" (v. 38) pero David la rechaza porque "no está acostumbrado a caminar así" (v. 39) y prefiere ir a la batalla con "su bastón, cinco piedras lisas del torrente, su zurrón de pastor y su morral (v. 40). 

En la lucha espiritual, no podemos utilizar cualquier "armadura humana". Debe ser una armadura espiritual: "Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Poneos las armas de Dios, para poder afrontar las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire" (Ef 6,10-12). 
El pasaje habla de que David cogió su bastón, del griego ballein, que significa "lanzar, arrojar" y que ha sido traducido al latín como fustíbalo u honda de fuste. El fustíbalo era una honda más grande que la ordinaria, unida a un palo de madera de 1,5 m y que permitía arrojar piedras de mayor peso y con mayor velocidad. Ambos términos, bastón y honda, simbolizan el apoyo del cristiano en la fe y el alcance de la Palabra de Dios.

Las cinco piedras, probablemente, se refieren a virtudes (fortaleza, prudencia, justicia, templanza y humildad) que debemos recoger del "lecho del río de agua viva", que es Cristo eucaristía (Jn 7,37), y el zurrón es nuestro corazón, donde colocamos aquellas y también, donde guardamos nuestro alimento, la Palabra de Dios.

Enfrentándonos a nuestros Goliats
Todos los cristianos nos enfrentarnos a nuestros propios “Goliats”, todos tenemos que afrontar pruebas, desafíos y tentaciones. Y lo debemos hacer siguiendo el ejemplo de David, en la confianza plena en Quien todo lo puede.

Nuestro combate pasa por tener muy presente que tenemos que proveernos y guardar en nuestro zurrón todas las "piedras" necesarias para superar los desafíos, así como la "honda" para utilizarlas, y que encontramos estando muy cerca del Señor, en la oración, en los sacramentos...
Y sobre todo, "¿qué diremos? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros" (Rm 8,31).  Sabemos que el mal está derrotado de antemano porque Cristo ha vencido ya, porque vive y porque "sabemos que está con nosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20). 

Esta es nuestra fe. El arma más poderosa para afrontar nuestros miedos, nuestros problemas y nuestras dificultades, incluso cuando todo parece en contra o cuando parece imposible salir victorioso, porque sabemos que "para Dios nada hay imposible" (Lc 1,37).

Sólo con una fe firme podremos, al final, repetir las palabras de san Pablo: "He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe" (Rm 4,7). 


JHR

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿CÓMO Y PARA QUÉ PERSEVERAR EN LA FE?


“ La autenticidad de vuestra fe produce paciencia”
(Stg 1,3)

Recuerdo una historia que escuché contar a Monseñor Munilla en la que hablaba de la perseverancia: la caza del zorro, muy propia de la cultura británica.

Cuando se suelta al zorro, la jauría de perros sabuesos sale rápidamente en su persecución. Al principio todos corren, saltan y ladran al unísono. Hacen mucho ruido. Pero a medida que pasa el tiempo, el cansancio hace mella y los perros se van descolgando. Unos se despistan con cualquier cosa del camino. Otros se paran a olisquear. Otros se tumban en el suelo. Otros se cuestionan el por qué de correr y se dan la vuelta. Y sólo unos pocos consiguen alcanzar la presa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Acaso los que alcanzan la presa son más fuertes, más jóvenes, más capaces o están mejor entrenados?

La respuesta es que aquellos perros habían visto al zorro al comienzo de la cacería. Sabían lo que perseguían.

Vivimos en un mundo "a la carrera" donde todo es "urgente" e "inmediato". Todo es para el "aquí y ahora". Todo lo queremos para "ya". Nos domina la impaciencia. Y cuando somos impacientes, nos paralizamos y comenzamos a pensar que, lo que deseábamos tan sólo hace un momento, quizás ya no merece la pena, nos desmotivamos y abandonamos.

En la vida del cristiano pasa lo mismo que con los sabuesos ingleses: sólo quien ha visto a Cristo es capaz de aguantar la dureza de la carrera, los inconvenientes del camino y las dificultades del terreno. Sólo quién es consciente de por qué corre, es capaz de alcanzar la meta.
No vale cumplir. No vale seguir a otros. No vale "creer de oídas". Lo que vale es saber el "por qué" de la perseverancia, saber el "qué" de su atractivo. Perseverar no es sino demostrar que somos lo que decimos ser. 

Muchas veces nos pasa lo que a los perros de caza: corremos pero no sabemos para qué ni hacía dónde. Corremos porque vemos correr a otros y nos encontramos inmersos en un activismo que nos convierte en "sabuesos descontrolados", en "pollos descabezados", en "cabras locas".

Sin objetivo en mente, la perseverancia es imposible. Sin visualizar la meta, la carrera no tiene sentido. Sin ver al "zorro", ¿para qué ladrar? ¿para qué correr?

Sólo se puede ser cristiano si has puesto los ojos fijos en Cristo. No se puede ser fiel por el hecho de ver a otros serlo. No se puede ser perseverante por hacer lo que vemos a otros hacer. No se puede ser auténtico por el hecho de "cumplir" como los demás.
La perseverancia es la fe puesta en acción... hasta el final. No se trata de empezar la carrera con mucho ánimo y muchas ganas, para abandonar en los primeros kilómetros. 

La fe no es una carrera de cien metros lisos sino, más bien, una carrera de obstáculos, o mejor aún, un maratón. No se trata de correr, se trata de acabar, de cruzar la meta, de vencer... 

Porque al vencedor, Cristo le promete "siete" cosas (Ap 2 y 3),: 
  1. comer del árbol de la vida
  2. darle la corona de la vida
  3. darle el maná escondido, y una piedrecita blanca, y escrito en ella, un nombre nuevo
  4. no sufrir la muerte segunda
  5. tener autoridad sobre las naciones
  6. confesar su nombre delante de su Padre y delante de sus ángeles
  7. hacerle columna en el templo de su Dios y sentarse con Él en su trono. 

JHR

miércoles, 15 de noviembre de 2023

¿QUÉ ES REALMENTE EMAÚS?

“Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: 
'Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser'...
 'Amarás a tu prójimo como a ti mismo'. 
No hay mandamiento mayor que estos" 
(Mc 12,29-31)

Muchos ya han vivido y conocido lo que es un retiro de Emaús. Sin embargo, lejos de romper la confidencialidad al explicar o decir lo que allí ocurre, hoy quiero reflexionar sobre lo que es realmente Emaús.

En estos años de tantos retiros y reuniones, he sido testigo de muchos milagros: he visto corazones endurecidos "abrirse" al amor de Cristo y volverse incandescentes, he visto vidas destrozadas "resucitar" al sentirse sanadas y perdonadas, he visto personas adormecidas "despertar" a la llamada del Señor y ponerse en marcha, he visto almas cambiar de rumbo y caminar junto a Dios...entre ellas, la mía.
He visto tantas cosas y tantas buenas...que no puedo más que dar gracias a Dios por permitirme ser testigo privilegiado de su gracia y de su amor. Y he visto tantas cosas, no porque yo sea clarividente ni más listo que nadie, sino porque he aprendido lo que es realmente Emaús: he aprendido a escuchar primero, para después, aprender de lo que escucho.  De eso "va" Emaús: de escuchar. Emaús es escuchar a nuestro prójimo y a Dios. 

Estoy convencido de que escuchar es la primera manera de amar: al interesarnos por el otro, al querer saber más del otro, comenzamos a amarlo de manera efectiva e intencionada. Porque como dice san Agustín "nadie puede amar lo que no conoce". Y eso es lo que nos pasa en nuestras propias vidas con nuestras mujeres, con nuestros amigos, con nuestros hermanos y con nuestro Dios. Escuchamos y conocemos...y  al hacerlo, amamos.

Jesús, ese viajero misterioso que se acerca a los dos de Emaús (y a cada uno de nosotros), no se aparece de sopetón para darles un sermón durante "sesenta estadios" (alrededor de diez/once kilómetros). Imaginemos cuál sería nuestra reacción y actitud si un ferviente sacerdote nos "deleitara" con una homilía de casi dos horas...seguro que a los diez minutos habríamos desconectado (aunque, por otra parte, es lo que, por desgracia, muchas veces nos ocurre, incluso antes...).

La pedagogía divina es mucho más elevada y su amor, también. Y lo son porque son eso: "divinas". Una pedagogía (y un amor) que no ha dejado de mostrarse, de donarse y de entregarse durante siglos a todos los hombres, recibiendo más excusas que éxitos, más "peros" que "síes". 

Desde el principio, Dios ha dicho: "Shema Israel" (Dt 6,4; Mc 12,29), "Escúchame pueblo mío, Escúchame hijo mío". Pero el hombre no escucha...
Es la forma de actuar del amor, es la manera de ser de Dios...el Señor, nos aconseja qué hacer para vivir una vida plena y dichosa, dando ejemplo: primero escucha y después, habla. Y lo hace por pura misericordia porque Él lo sabe todo y no necesita escuchar nada de nuestra boca que no sepa. Pero, quiere hacerlo, porque nos ama. Igual que un padre escucha a su hijo sabiendo de antemano lo que quiere y necesita.

El Resucitado inicia su pedagogía preguntando a los discípulos: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? Tras la respuesta, un tanto sarcástica, de los éstos, vuelve a preguntarles: "¿Qué?".

El sabe todo lo que ha ocurrido en Jerusalén esos días...¿cómo no lo va a saber si le ha pasado a Él?, pero quiere que se lo digan los discípulos, quiere escuchar lo que agobia y preocupa sus corazones. De la misma forma que quiere que nosotros le contemos que nos preocupa y nos agobia...¿para qué? para que vayamos a Él, y Él nos aliviará (Mt 11,28).

Esta es la gran lección de Emaús y también de nuestra fe en Dios. Hay muchas otras, pero la primera es "escuchar". No se puede creer sin escuchar, de la misma forma que no se puede amar sin conocer, no se puede servir sin dar la vida. 

Escuchar es iniciar un acercamiento de amor para entrar en comunión. Es la pedagogía de Dios: escuchar para amar y servir, para "darse" y entregar la vida. 

Sin embargo, el mundo y Satanás, con su falsa pedagogía, nos instan a no escuchar ni a Dios ni al prójimo. Nos anima a hacer prevalecer nuestro discurso sobre el de los demás, a imponer nuestras ideas sobre las de los demás, a establecer división y rencor, sospecha y duda. 

En definitiva, a odiar a los demás, a servirse de los demás, a "negarse" a los demás, a quitar la vida.
Jesús nos muestra Emaús como una gran eucaristía en la que lamentamos nuestra pérdidas, escuchamos su palabra, le invitamos a nuestra vida, le reconocemos al partir el pan y salimos a proclamar que ha resucitado. 

Pero además, Emaús es una gran oración: escuchamos cuánto nos ama, cuál es el propósito de Dios para cada uno de nosotros y qué nos pide. Lo mismo que hacía Cristo cada vez que se enfrentaba a una misión encomendada por su Padre: escucharlo en oración.

El dilema está ante nosotros, hoy como en el principio, en el árbol del paraíso o en el árbol del calvario: debemos tomar partido, elegir una opción: escuchar a Dios o seguir a nuestra concupiscencia. 

Pero sólo escuchando a Dios y a nuestro prójimo seremos capaces de pasar del odio al amor, del rencor a la gratitud, del pecado a la santidad. Eso es Emaús...


"El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias"
(Ap 2,7.11.17.29; 3,6.13.22)



JHR

jueves, 12 de octubre de 2023

¿CIUDADANOS DEL CIELO O DEL MUNDO?

"Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? 
Por tanto, si alguno quiere ser amigo del mundo, 
se constituye en enemigo de Dios" 
(Sant 4,4)

Dios creó al hombre para el cielo, aunque lo hizo en la tierra. Creó también todas las cosas buenas, no para satisfacerlo plenamente, sino para que lo impulsaran hacia Él.

Todos los dones y todas las criaturas creadas debieran estimularnos a amar más a Dios y anhelar el regreso a la casa del Padre para estar en comunión con Él, pero no es así. Como hijos pródigos, los hombres preferimos la seducción de lo creado al amor donado, pedimos nuestra herencia para irnos a "un país lejano". 

Toda la creación nos señala lo bueno y lo mejor para nosotros pero tenemos la libertad de optar de otro modo. Tendemos a desarrollar deseos desordenados por las cosas o por las criaturas, que nos hacen desearlas más de lo que realmente las necesitamos y nos convertimos en adictos de las cosas terrenales olvidándonos de las celestiales.

Elegimos mal: deseamos los medios y obviamos el fin; preferimos lo fugaz y rechazamos lo eterno; ponemos "lo creado" en el lugar del Creador y lo convertimos en idolatría... preferimos el don al donante, la criatura al creador, lo perecedero a lo imperecedero...

Nos conformamos con deseos efímeros y olvidamos nuestro destino eterno. Buscamos placeres pasajeros y perdemos de vista el gozo auténtico de la casa eterna. Pero, igual que en la parábola lucana, nuestra correspondencia al amor generoso e infinito de nuestro padre bueno debe ser una elección propia, no puede ser exigida.

Esto fue lo que les ocurrió a nuestros primeros padres, a los primeros "hijos pródigos": se separaron del Creador y se volvieron hacia "lo creado". Se apropiaron de su herencia y "mataron" al Padre, alejándose de Él. Y nosotros heredamos su pecado...convirtiéndonos en exiliados en un país extranjero; un país "bueno" pero que no es el nuestro.

El hombre, por el mal uso de su libertad, se ha convertido en un peregrino, en un exiliado. Siempre en camino...hacia Dios o a la deriva, con paso seguro o deambulante, mirando al cielo o al suelo, como los dos de Emaús...el hombre siempre está en tránsito, el hombre siempre está en potencia que no en acto.

El pueblo de Dios está siempre en un continuo peregrinar y en un incesante éxodoAdán fue "expulsado" del paraíso (Gn 3,23-24); Caín tuvo que abandonar la casa paterna como un fugitivo (Gn 4,12-14); Noé tuvo que dejar "tierra" para embarcarse en un arca (Gn 9); los habitantes de Babel "fueron dispersados por la faz de la tierra" (Gn11,8); Abrahán abandonó su próspera Ur para emprender un viaje a una tierra lejana (Gn 12,1).

1º Exilio: Egipto

La esclavitud del pueblo israelita en Egipto a lo largo de 430 años (Ex 12,40) es símbolo de la humanidad oprimida por el pecado original. Los judíos no sólo no podían liberarse por sí mismos de aquel yugo sino que además, adoptaron hábitos y prácticas del "mundo" egipcio. Igual que nos pasa a nosotros.

El Creador, para liberarlos (en realidad, para salvarlos) tuvo que intervenir prodigiosamente con la mediación de Moisés (tipo de Cristo) y llevarlos a través del Mar Rojo, símbolo el bautismo (1 Cor 10,1-4). 

Pero Dios sabía que tantos siglos desarrollando costumbres y supersticiones paganas serían difíciles de erradicar. Por ello, les impondría una Ley exigente con nuevas costumbres referidas al culto (sacrificios de los animales sagrados en Egipto), la alimentación (abstinencias), la higiene y el sexo (purificaciones). Igual que hace hoy con nosotros...

A pesar de habernos librado del pecado original por el bautismo, seguimos sufriendo sus efectos y cayendo en nuestros hábitos pecaminosos por nuestra persistente concupiscencia. Por ello, Dios sigue ofreciéndonos medios para nuestra salvación: los sacramentos y, especialmente, el de la confesión.

1º Éxodo: hacia la tierra prometida

Sin embargo, el pueblo elegido de Dios, nada más iniciar su éxodo por el desierto, comienza a añorar sus hábitos paganos y a sentir nostalgia de su vida de esclavitud en Egipto, se rebelan contra Moisés y protestan contra Dios (Num 11,18-20). El Señor, con infinita paciencia, siguió concediéndoles todo aquello que necesitaban, a pesar de sus infidelidades. Igual que con nosotros hoy...

El pueblo judío "de dura cerviz" (Ex 32,9) se fabricó un becerro de oro, imagen de Apis, el dios egipcio de la fertilidad y montó una orgía en pleno desierto (Ex 32,1-6), símbolo de todas nuestras idolatrías, tentaciones e infidelidades. Igual que hoy en día nos fabricamos nuestros propios ídolos particulares. Moisés (tipo de Cristo) intercede ante Dios en defensa del pueblo.

Además, para conquistar la tierra prometida, tuvieron que luchar contra "siete" naciones que simbolizan los siete pecados capitales: soberbia, ira, gula, lujuria, pereza, avaricia y envidia. Lo mismo que nos ocurre hoy a nosotros...

2º Exilio: Babilonia

Tras varios siglos de constantes infidelidades y traiciones a Dios, el pueblo judío será invadido consecutivamente por cinco imperios. En el s. VI a.C., el rey babilonio Nabucodonosor asola Jerusalén y destruye el templo provocando el segundo gran destierro, esta vez hacia el este aunque menos prolongado que el anterior (50 años). El pueblo judío lo ha perdido todo: tierra, templo, identidad, idioma...y sobre todo, ha perdido el favor de Dios, alejándose de Él.

Pero a pesar de que un "pequeño resto" toma conciencia del desastre, llorando y lamentándose en los "ríos de Babilonia" (Sal 137), otros muchos deciden "quedarse" en el mundo pagano, se mezclan con mujeres babilonias, adoptan sus cultos paganos y  sus costumbres idolátricas, su lengua y el próspero "Babylonian way of life". Lo mismo que ocurre hoy.

Este segundo exilio es símbolo de nuestro pecado personal. Esta es la gran diferencia teológica: mientras que la "cautividad egipcia" es heredada como consecuencia del pecado original, la "cautividad babilónica" es consecuencia de nuestra elección, de nuestro propio pecado.

De la misma manera que en el anterior, Dios intervendrá en favor de su pueblo a través de un hombre, el rey persa Ciro (tipo de Cristo), quien decretará un edicto de liberación para el pueblo judío, permitiéndole regresar a su tierra.

Lo mismo nos ocurre a nosotros hoy día: mientras vivimos con nuestras "necesidades" satisfechas (prosperidad, seguridad, placer y confort) en la cautividad del mundo, no vemos la necesidad de regresar a la "Jerusalén paterna"; preferimos ser "amigos del mundo", adquirimos la "ciudadanía del mundo", viviendo como esclavos en la comodidad del pecado, mientras imaginamos que somos libres, que somos dignos y que somos herederos. Pero no es así...

2º Éxodo: hacia el cielo prometido

Al alejarnos de Dios, nos enemistamos con Él y olvidamos quiénes somos, de dónde venimos y hacia adónde vamos. Por eso, Dios mismo interviene de forma definitiva: Cristo encarnado nos muestra con hechos y palabras la necesidad del ayuno y la penitencia, de la "negación de uno mismo" y del abandono a la misericordia del Padre. 

Nuestro nuevo éxodo es un camino de purificación y sacrificio en el que debemos vivir las bienaventuranzas que simbolizan un "cambio de normas", un cambio de "mentalidad", una "metanoia". Cristo hace todo nuevo: lo que para nosotros es una maldición, el Señor lo transforma en bendición. La de llevarnos de vuelta a la casa del Padre.

En un mundo que evita a toda costa el sufrimiento y que proclama el bienestar material y el hedonismo, el cristiano sabe que el sacrificio nos libera de los bienes de este mundo (que son buenos y creados por Dios) y nos une a los del cielo (que son mejores y prometidos por Dios). Todo lo que Dios ha creado es bueno... pero muchos bienes terrenales están más cerca de nuestra perdición que de nuestra salvación.

Por eso, la pregunta del millón es ¿soy ciudadano del cielo o del mundo?