¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

sábado, 6 de enero de 2018

¿REZAR POR WHATSSAP?

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"Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, 
que prefieren rezar de pie en las sinagogas 
y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. 
Os aseguro que ya recibieron su recompensa. 

Tú, cuando reces, entra en tu habitación, 
cierra la puerta y reza a tu Padre, 
que está presente en lo secreto; 
y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, 
que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería." 
(Mateo 6, 5-6)


Hoy hablaremos sobre la "oración y el rezo" en los grupos de WhatsApp cristianos. Mejor dicho, sobre la utilización errónea de este medio para orar, a través del uso de los emoticonos, expresiones y palabras, y que se han convertido en una herramienta habitual para expresar emociones o deseos de manera rápida y sencilla.

Cada vez nos comunicamos más a través de los emoticonos que con las palabras. Pero al igual que pasa con el lenguaje, los utilizamos mal.

En los grupos cristianos de WhatsApp se utiliza con frecuencia el emoticono de las manos juntas para subrayar una petición, para rogar, para rezar o para interceder, pero en realidad, este emoji significa 'gracias', a la manera japonesa: dos manos juntas y una ligera inclinación.

Las dos manos juntas también hacen referencia al gesto de disculpa que utilizan en la cultura japonesa. Este significado toma fuerza si nos fijamos en las líneas amarillas que salen de las manos y que representan la bandera del Sol Naciente, el icono oficial de Japón hasta 1945. Por tanto, su finalidad no es expresar oración sino agradecimiento.

A veces se utiliza el de las manos abiertas para expresar adoración o sumisión cuando lo que realmente significa 'celebración', 'alegría'. 

Y en la mayoría de las ocasiones, se utiliza un simple "Amén" para expresar todo tipo de cosas: que se ha rezado, que se ha leído la petición o, simplemente, que se está presente.

Estos "modismos", emoticonos, expresiones y tópicos, tan habitualmente utilizados por grupos de whatssap, son un gran error. En primer lugar, porque no significan lo mismo que queremos expresar, y en segundo lugar, porque el whatssap no es el modo adecuado para orar, no es una forma rigurosa ni plena para dirigirse a Dios.

¿Por qué? Porque una situación virtual en la que las personas no son conscientes de la disposición en la que rezan, de lo que expresan o cómo lo expresan, lo que piden, a quien se lo piden y para quien piden, no es oración.  

Algunos podrán pensar que exagero o que soy radical, pero promover el hábito de rezar ante la majestad y omnipotencia de Dios por WhatsApp, como si estuviéramos hablando con nuestro cuñado o con un "colega", sin tener extremo cuidado de cómo y desde donde se le habla, o por hacerlo por rutina o porque otros lo hacen, en mi opinión, es relativizar la oración. Y eso es un grave error.

Saber orar

Dice el apóstol Santiago:
"Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones" (Santiago 4,3).

Y es que a veces, ignoramos lo qué es realmente orar. Para algunos, la oración es repetir oraciones rutinaria y mecánicamente, o hacer y decir cosas sin conocimiento alguno, como por ejemplo "rezar por WhatsApp". Es necesario superar esta forma tan limitada de “oración”. 

Para ello, debemos saber distinguir la diferencia entre unirnos en oración verdadera por una intención y forma concretas, y formar parte de una cadena de oración tecnológica (?) a través del WhatsApp. 

Cuando estemos en oración debemos estar realmente en oración, no tenemos que hablar para nosotros mismos, ni para otros ni para el aire. Muchas veces, lo que se llama oración es una simple consecución de textos, palabras o emoticonos expresados por rutina y en cualquier situación o disposición. Y esto no es oración ni lo será nunca. 
Para que exista realmente oración, debemos ponernos en presencia y en intimidad con Dios (bien sea solos o en grupo), en correcta disposición y dirigirnos a Él con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro corazónA través de un teléfono, esto no puede cumplirse.

Ponerse en intimidad y en presencia del Padre, no puede materializarse en una idea cómoda ni en una rutina diaria a través de un chat, sino que es necesario buscar el momento adecuado y un espacio tranquilo para abrir completamente en paz todo nuestro ser a Dios y a esa necesidad que hay en nosotros de Él.

Instrumentalizar la oración

Ante todo, rezar por whatssap no es serio para dirigirse a DiosEs una instumentalización de la oración y una excusa para no rezar realmente

Es "la máscara del rezo": hacer creer a otros (o a nosotros mismos) que estamos rezando...cuando, en realidad y con la mano en el corazón, no lo estamos haciendo. El hecho en sí de utilizar los emoticonos de las "manitas" o decir "Amén", no significa que estemos realmente rezando, aunque queramos convencernos de ello. 

La Iglesia no acepta que se instrumentalice la oración, pues de esta forma, estamos quitándole valor e importancia y haciendo mal uso de ella
, desvirtuándola o banalizándola. 

Dar carácter mágico a la oración

El catecismo es muy claro en este aspecto: “Atribuir (a ciertas prácticas) su eficacia a la sola materialidad de las oraciones o de los signos sacramentales, prescindiendo de las disposiciones interiores que exigen, es caer en la superstición” (n. 2111).

En este sentido, esta nueva práctica de oración por teléfono es, simplemente, superstición, pues se atribuye a la simple materialización de dichas palabras, imágenes o emoticonos, una eficacia que no tienen. O tenemos una disposición interior real de orar o no estaremos rezando. 

Toda superstición es un serio problema porque ponemos la confianza en prácticas ridículas, siendo de hecho, una ofensa a Dios. La superstición va contra el primer mandamiento de la ley de Dios y es señal clara de que la verdadera fe es inexistente: donde aparece la superstición, desaparece la fe.

Así, no sólo tiene una actitud supersticiosa quien envía y difunde estas prácticas "cómodas" a través del whatssap sino también quien cree en ellas y las sigue. La difusión de frases, imágenes o emoticonos contienen de hecho, errores teológicos
  • Es un error pensar que la oración tiene fórmulas mágicas para conseguir resultados inmediatos y sin esfuerzo. La magia pretende conseguir algo a través de fórmulas que se realizan sin tener en cuenta a Dios. 
  • Otro error muy común es basar la fe en estas prácticas. Cuando nos damos cuenta que Dios no responde al agitar nuestra varita mágica, cuando vemos que Dios no cumple lo que le pedimos, viene el desencanto y la frustración, porque no es una oración verdadera.
  • Es otro error querer “motivar” a los demás propagando estas prácticas para conseguir lo anhelado de una manera fácil, rápida y eficaz, aún por encima del cumplimiento de la voluntad de Dios.
Desmotivar la oración

Dios no se le ponen plazos, ni responde a las "nuevas formas de oración" inventadas por nosotros y con las que pretendemos que nos escuche. No, si nuestra  motivación es una "falsa y cómoda espiritualidad". 

Dios, a través de su Palabra, nos enseña cómo orar: "Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto" (Mateo 6,6). 

El mismo Jesús, en el huerto de Getsemaní, se retiró a orar a solas, un tanto apartado de sus discípulos: "Jesús fue con ellos a un huerto llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: Quedaos aquí mientras voy más allá a orar" (Mateo 26, 36).
La cuestión está muy clara: rezar no es una práctica para alardear delante de los demás, para hacernos "presentes" o para que nos "lean". El objetivo de la oración es hablar íntimamente con nuestro Padre.

Cuando rezamos por alguna intención o intercedemos por otros debemos hacerlo directamente a  Dios, incluso a solas, sin pretender estar a la vista de todos, como hacen los hipócritas; debemos hacerlo sinceramente y por verdadero amor al hermano que sufre y no por el "qué dirán" o para que nos vean. Los escribas y los fariseos de Israel,tenían estas actitudes de "cara a la galería". Sin embargo, Jesús les amonestó en numerosas ocasiones por ello y les dijo que Dios no atendía esas prácticas.

Debemos rezar sin olvidar que la oración se debe acomodar a la voluntad de Dios. Nunca podemos acomodarla a nuestra voluntad o a nuestra forma de ver cómo dirigirnos a Él. La oración simplemente es para ponernos en sus manos, para poner en su corazón amoroso nuestra vida y nuestros destinos, “como un niño en brazos de su madre” (Salmo 131, 2), no para que otros nos vean rezar.

Debemos tener presente que no podemos manipular a Dios. Él no actúa de acuerdo a la voluntad humana. Dios no es un dispensador de milagros a nuestra conveniencia y la relación con Él se basa en la confianza. Si confiamos en Dios, lo reconocemos como Padre y sabemos que nos escuchará, pero no al estilo de los hombres, ni según una lógica humana. 

La auténtica oración es una solicitud a la omnipotencia de Dios hecha en su presencia, con confianza y con el más absoluto respeto a su voluntad.

Por tanto, creo que es un error rezar por whatssap, ni con frases ni con emoticonos. Reconozco que es un acierto para conocer las intenciones de otros y así, interceder por ellos, pero no de forma rápida, externa e hipócrita sino cuando estamos en la presencia de Dios, orando individualmente o en grupo, durante la Eucaristía, en Adoración, o en nuestra habitación. 

Para Dios no hay atajos, no hay caminos cómodos, no hay puertas grandes por donde "todo entra". Dios es el Creador de todo el Universo... no juguemos nosotros a crear nuevos conceptos o nuevas formas de hacer lo que Él ya nos ha indicado.


JHR

jueves, 4 de enero de 2018

¿CORRE PELIGRO EMAÚS?

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Pudiera parecer, al leer el título de este artículo, que sobrevuela en mí un cierto estado de desánimo. Pudiera parecer que refleja un estado de un cierto desaliento o incluso derrotismo. No es así.

Desde mi intensa experiencia de amar y de servir a Dios a través de los retiros de Emaús, hoy quiero reflexionar, a la luz del discernimiento de la Eucaristía y la oración, sobre los serios peligros que corre Emaús.

El interés que ha despertado en los últimos tiempos en España es considerable. Todo el mundo habla de Emaús, aunque no se pueda contar nada. Todo el mundo pregunta: ¿Has hecho Emaús?, aunque no se sepa exactamente lo que ello significa. Todo el mundo invita a caminar en Emaús, aunque no se medite quien lo necesita de verdad.

A pesar de la gran acogida y el interés suscitado entre quienes hemos caminado y servido en Emaús, este fecundo método
 evangelizador es visto por mucha gente (incluso desde la misma Iglesia Católica) con cierta sospecha y desconfianza, o cuando menos, es examinado con un escrupulosa lupa. Algunos son sumamente escépticos, críticos y duros al catalogarlo como una nueva moda espiritual para ricos.

Sin embargo, la participación en Emaús, responde a dos facetas, una interna y otra externa. Por un lado, a una íntima búsqueda espiritual y de encuentro con Dios, y por otro, a un compromiso real dentro de la Iglesia y del mundo de hoy. 

Tanto sacerdotes como laicos creen, asumen y promueven estos retiros de conversión en sus parroquias, valorándolos como una alternativa espiritual fértil y provechosa que ha dado sentido a la vida de muchas personas, quizás un tanto alejadas de la Iglesia o quizás sin ningún tipo de orientación espiritual. 

Partiendo del reconocimiento de que la Iglesia es rica en dones y carismas, y de que Dios tiene un plan para cada uno de ellos, el Espíritu Santo se hace valer de cualquier propuesta para ofrecer amor, felicidad y realización a todo aquel que se acerque con fe a sus caminos. Emáus es una de ellas, un método más. Y nada más... y nada menos. 

Para muchos de nosotros, cristianos comprometidos, Emaús es una propuesta convincente y fructífera, que valora al ser humano de forma integral, y permite que éste descubra el plan que Dios tiene para su vida.

Emaús no es, ni mucho menos, "exclusivo", ni "de ricos" ni "oscuro", ni "sectario". Por el contrario, genera el reconocimiento de que todos somos hijos de un mismo Padre que nos ama, a Quien amamos, servimos. Un Padre cabeza y vínculo de un amor Ágape que compartimos también entre nosotros, como hermanos que somos.

Resultado de imagen de retiros de emausLo cierto es que, a favor o en contra, cada día toma más fuerza en España; en cada lugar se "habla de Emaús"; día tras día crece el número de personas que están dispuestas a vivirlo como una alternativa real de la cual Dios se vale para mostrarnos el camino de la salvación y de la felicidad plena, en una sociedad que necesita hombres y mujeres realizados, íntegros interiormente y comprometidos exteriormente, y con capacidad de dar y recibir amor en un país que exige a gritos reconciliación, perdón, tolerancia y solidaridad.

Emaús cumple (o debería cumplir) un solo objetivo: como actividad de laicos para laicos, es una oportunidad de tener un encuentro íntimo, personal y seductor con Cristo, como ningún otro ofrece. 

Es un cantera donde se desmenuza la piedra, una mina donde se profundiza en el tesoro más precioso, un manantial donde fluyen aguas vivas, un método de apostolado donde las personas tienen la posibilidad de tomar la decisión de comprometerse con Dios, con sus comunidades parroquiales y con la sociedad en general.

Es cierto que para muchos "hacer Emaús" se limita al hallazgo de un "grupo estufa" en el que afianzar y ampliar su círculo de relaciones sociales, como si se tratara de alguna moda o un estilo espiritual, distinto a cualquier otro, que "se lleva", que es "trending topic". 

Es evidente que hay una gran mayoría de personas que viven ese fin de semana como algo "bonito" en sus vidas sin más, sin dar un paso adelante, lo que me trae a la memoria el pasaje evangélico del encuentro entre Jesús y el joven rico, quien con una desmedida ansiedad por seguirlo, no es capaz de hacerlo al anteponer su amor a las cosas y riquezas de este mundo, alejándose triste y cabizbajo, ante el difícil reto del Maestro que le exhorta a dejarlo todo y seguirlo.

Pero si Emaús se queda en una "anécdota" de un fin de semana, si se asume como una experiencia que empieza y acaba, eludiendo dar el siguiente paso hacia un compromiso con el Señor y con los demás, hacia la propia formación y desarrollo personal, hacia la madurez en la fe, hacia el servicio en las parroquias y en la evangelización de este mundo, sí que corre el riesgo de convertirse en una "moda pasajera".

Resultado de imagen de retiros de emausSi sacerdotes y obispos no se toman en serio el potencial evangelizador de los laicos, lo descuidan, recelan de él o esperan a ver qué pasa, sin ofrecer una correcta dirección pastoral posterior, surgirán conflictos: aparecerán los "egos" y las envidias, las luchas de poder, los malos-entendidos y los desaciertos, los "lobbys y los clubes sociales", las búsquedas para adueñarse de las mejores posiciones, etc., tal y como ha ocurrido en algunos movimientos como la Renovación Carismática, Cursillos de Cristiandad, etc. 

En lugar de criticar Emaús, una actividad que "produce frutos", deberíamos dedicar tiempo a la oración y, sobre todo, a dar gloria a Dios por las gracias que el Espíritu Santo derrama en cada retiro, y que nos ofrece diversos carismas, talentos y modos de servir a Dios, al prójimo y a la Iglesia.

Quiero dejar muy claro, tanto para los que lo apoyamos como para quienes lo censuran y enjuician, que Emaús no es una panacea, no es una "solución mágica" que te vaya a solucionar la vida, ni que te vaya a hacer ser mejor. Es el propio compromiso con Dios y con Su amor lo que realmente te cambia la vida, y no con un activismo populista.

Emaús corre el peligro de perder su esencia si lo convertimos en una "experiencia de montaña rusa", en un "subidón espiritual", en lugar de un servicio a Dios, de un espacio de entrega desinteresada y abnegada.

Emaús corre el peligro de perder la gracia y el favor divinos, si nos apropiamos de la Gloria de Dios, si dejamos de ser "la voz que grita en el desierto" y nos "apropiamos de la profecía".

Emaús corre el peligro de olvidar su propósito, si vivimos sólo por y para el retiro, sin dar lugar a una intención verdadera de crecimiento espiritual personal y de compromiso con la Iglesia de Cristo.

Emaús corre el peligro de caer en “el síndrome Judas”, es decir, de la misma forma que Jesús mismo eligió a Judas sabiendo que lo traicionaría, también aquí habrá esos personajes que “bebiendo de la misma copa del maestro”, estarán dispuestos a darles la espalda.

Emaús corre el peligro de abandonar su identidad si buscamos "deslumbrar", en lugar de "alumbrar", si ansiamos el "medalleo", el aplauso y el reconocimiento propios, en lugar de profundizar y madurar en la fe.

Emaús corre el peligro de perder su luz, si invitamos a personas a diestro y siniestro, de nuestro entorno familiar o cercano, sin ni siquiera meditarlo ni orarlo, si "hacemos caminar" a personas obligadas por su mujer, su amiga o cuñada, sin tener el pleno convencimiento de lo que Dios desea, y hacerles sentirse forzados a recluirse en un “encierro espiritual” sin estar dispuestos a abrir su corazón y dejarse transformar.

Emaús corre el peligro de perder su significado de servicio si contemplamos la idea de ser servidos por los demás, en lugar de poner en práctica las tres máximas del servicio: oración, obediencia y humildad.

Emaús corre el peligro de convertirse en activismo descabezado y sin sentido, si tenemos la aspiración de ocupar posiciones dentro del "escalafón jerárquico" de la Iglesia o si albergamos la intención de ganarnos la simpatía de nuestro párroco o la admiración de nuestros hermanos.

Emaús corre el peligro de caer en el olvido, si destruimos su objetivo de evangelización y servicio, si nos limitarnos a reunirnos como si se tratara de un club social donde vivir nuestra fe  "a gusto"entre amigos/hermanos.

Emaús corre el peligro de desaparecer, si sus lideres se aferran a un  poder "absolutista y egoísta" con el que gobernar a otros, si sus veteranos asumen una actitud de superioridad farisea sobre el resto, o si cualquiera de nosotros nos convertimos en "católicos light", de un día a la semana o de dos retiros al año. 

Imagen relacionadaTener una experiencia de Dios no es sólo "sentir" algo bonito, no es "llenarse" para satisfacción propia. Es dejarse seducir por el Amor con mayúsculas, es darse, es comprometerse, es madurar en la fe, crecer en la esperanza y servir en la caridad, es prepararse para ser un mejor y más fiel servidor de Dios... 

La Fe no se basa en sentimientos sino en el encuentro con Cristo Resucitado, en el deseo ferviente de retornar a Dios y vivir de acuerdo a Su Voluntad...de buscar la santidad a la que todos estamos llamados. 

Si hablamos de transformar nuestros corazones (y los de otros) de piedra por otros de carne, de cambiar nuestra tibieza (y la de otros) por el fuego abrasador de Jesús, no podemos hacerlo a base de "sensaciones inmanentes" ni de "experiencias efímeras" ni de "sentimientos" interiores.

El peligro real de Emaús es que tanto laicos como sacerdotes decidamos o permitamos que se pierda el enfoque y el principal objetivo del retiro: que pensemos que el camino de Emaús es el que cada uno decidimos llevar.

El único Camino es Jesucristo

¡Gloria a Dios!




domingo, 31 de diciembre de 2017

HE VENIDO A TRAER DIVISIÓN

"¿Creéis que he venido a traer la paz al mundo? 
Os digo que no, sino división. 
Pues en adelante estarán divididos cinco en una casa, 
tres contra dos y dos contra tres. 
Estará dividido el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, 
la madre contra la hija y la hija contra la madre, 
la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra".
(Lc 12, 51-53)


Es duro y asombroso leer en las palabras de Jesús que, ofreciendo un mensaje de unidad y  amor a los hombres, pronostique al mismo tiempo que ha venido a traer división y desunión, incluso en la familia.

En pri
mer lugar, Jesús habla de la desunión que se produce dentro de la familia, porque la fe en Cristo requiere total lealtad a Él y en general, los hijos son demasiado egoístas para compartirnos con Dios.

En segundo lugar, nos dice que aquellos que acogen la fe en Dios se unirán formando la verdadera familia de Dios, mientras que aquellos que rechazan a Cristo también encontrarán a sus aliados, para oponerse a Él. 

Al igual que los fariseos y los saduceos se unieron para rechazar Cristo y en última instancia, para promover y llevar a cabo su muerte, muchos hoy pretenden lo mismo.

En tercer lugar, Jesús no es que declare la guerra, sino que su mensaje es signo de contradicción: buena noticia para los pobres y oprimidos, mala para los poderosos y explotadores , que tienen como centro de su vida el dominio, son ellos los que empuñan la espada y provocan la muerte de tantos seres humanos .
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Mateo, en su capítulo 10, reproduce las palabras de Cristo así: 

"El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo. Los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos os aborrecerán por causa mía," (v.21-22).

"No penséis que he venido a traer la paz al mundo; no he venido a traer paz, sino espada. Porque he venido a poner al hijo en contra de su padre, a la hija en contra de su madre, a la nuera en contra de su suegra. De suerte que los enemigos del hombre son los de su propia casa". (v. 34-36).

Pero no es que Jesús quiera dividir o traer enemistad a los hombres, ¡al contrario! ¡Jesús es nuestra paz, nuestra reconciliación, nuestra luz! Y a la luz las cosas se ven claras. 

Jesús es "la Verdad", y es que la verdad divide frente a la mentira; "el Camino", pues el amor abnegado de Cristo divide frente el egoísmo del mundo; "la Vida", y es que la misericordia de Dios divide frente al odio del Enemigo…

Una vez que Dios ha venido al mundo, no podemos quedarnos de brazos cruzados; debemos optar, debemos elegir; no se trata de alcanzar una neutralidad, conseguir un consenso o aplicar una abstención. 

Seguir a Jesús requiere involucrarse, implica renunciar al mal, al egoísmo, y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando eso exige sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y eso divide, lo sabemos, divide incluso los vínculos más estrechos, porque no todo el mundo está dispuesto.

"¡No es Jesús quien divide! Cristo pone el criterio: o vivir para uno mismo, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo, u obedecer a Dios. Es en ese sentido en el que Jesús es ´signo de contradicción´ (Lucas 2, 34).

El amor no obliga y por eso, Dios nos ofrece la libertad para elegir (libre albedrío) seguirlo o dejarlo. Si le seguimos, elegimos un camino a la plenitud, donde nuestra voluntad se doblega a la de Dios; si le dejamos, elegimos un camino distinto, nos dividimos y nuestra voluntad se tergiversa por la malicia, la terquedad, el orgullo y el egoísmo humanos.

Seguir a nuestro Señor Jesucristo dividirá muchas familias y su reconciliación no será posible a menos que vengan todos a la fe en Cristo.
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Algunos, en nuestras familias, experimentamos conflictos debidos a nuestro compromiso con Cristo, en oposición a nuestros hijos, quienes viven de espaldas al gran mensaje de la fe y que da plenitud a nuestra existencia. Conflictos y sufrimientos que no somos capaces de gestionar si no es dejándonos llevar por la voluntad Dios.

Nuestras familias entran en "modo conflicto" porque el concepto de unidad gira en torno a la voluntad de Dios y su vínculo es Jesucristo a quien elegimos libremente, mientras que el concepto de unión, gira en torno a una relación no tanto por elección sino por obligación, entre personas y opiniones que chocan entre si y que a la larga, llevan a la indiferencia.
Tratamos de vivir nuestra vida en consonancia con Cristo pero en ocasiones, olvidamos mostrar empatía, comprensión y sensibilidad hacia nuestros hijos. Nos faltamos mutuamente al respeto, entramos en conflicto extremo, afloran los resentimientos y los rencores, los celos y las envidias, o no damos oportunidad al tiempo compartido en familia...

La familia es la Iglesia doméstica donde cada miembro es único e irrepetible, con diferentes necesidades, capacidades y puntos de vista. 

Y a pesar de las inevitables diferencias y ante cualquier conflicto en nuestra familia, el apóstol Pablo en su carta a los Efesios, capítulo 4 nos llama a "esforzarnos por mantener la unidad del espíritu con el vínculo de la paz" (v. 3) y a responder "siendo humildes, amables y pacientes. Soportándonos unos a otros con amor" (v.2). 

sábado, 30 de diciembre de 2017

BILLETES FALSOS

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"Examinaos a vosotros mismos a ver si estáis firmes en la fe; 
poneos vosotros mismos a prueba. 
¿No reconocéis que Jesucristo está en vosotros? 
A ver si es que no superáis la prueba." 
(2 Corintios 13, 5)

Cuando vas a pagar en algún establecimiento con un billete, la dependienta primero, lo pasa por una máquina para asegurarse de que es verdadero. Si es falso, la máquina lo rechazará y entonces será un billete sin valor.

¿Cómo detectar que un billete falsificado? 


Tocándolo: El papel de los billetes tiene un tacto característico. Hecho con fibras de algodón, el papel es resistente, un poco áspero y con cierto relieve perceptible si se rasca con la uña. 

Resultado de imagen de deteccion de billetes falsosMirándolo: Al mirar un billete al trasluz se pueden apreciar tres elementos de seguridad fáciles de reconocer: la marca de agua (al colocar el billete sobre una superficie oscura, las zonas claras se oscurecen), el hilo de seguridad (una banda oscura en el que se ve la palabra euro y el valor del billete) y el motivo de coincidencia (trazos discontinuos en ambas caras que se complementan y forman la cifra del billete en una esquina). 

Girándolo: Al girar o inclinar un billete se observa la imagen cambiante de la banda holográfica, que alterna su valor y el símbolo del euro sobre un fondo multicolor.

Al igual que el dinero falso, existen falsificaciones de cristianos. Son personas que hacen alarde de una actitud de auto-justificación o de un comportamiento "cara a la galería", pero si exponemos sus corazones a la luz de Cristo, vemos que carecen de valor. No han comprendido bien la vida radical a la que Jesús nos llama. 

Durante su vida en la tierra, Jesús encontró a menudo cristianos falsificados: los fariseos se hacían pasar por hombres de Dios, justos y seguidores comprometidos, pero Jesús los pasaba por la maquina de billetes falsos: los tocaba, los miraba y los daba la vuelta.

Jesús en Mateo 7, 20-24 nos descubre cuál es la máquina para conocer los cristianos falsos, "Por sus frutos los conoceréis. No todo el que me dice: ¡Señor! ¡Señor!, entrará en el reino de Dios, sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán en aquel día: ¡Señor! ¡Señor!, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y en tu nombre hemos arrojado a los demonios y hecho muchos milagros en tu nombre? Entonces yo les diré: 'Nunca os conocí. Apartaos de mí, agentes de injusticias'. El que escucha mis palabras y las pone en práctica se parece a un hombre sensato que ha construido su casa sobre roca."

Ante la máquina anti-falsificación, que es Jesús (la Verdad Encarnada), las obras y los frutos, y no tanto las palabras, dejarán a la luz qué "billetes" son verdaderos y cuáles falsos.

Entonces ¿Cómo detectar a un cristiano falsificado?

He aquí algunos "billetes" falsos de la Iglesia:

El "cumplidor" 

Algunos creen que con el simple hecho de acudir a misa cada domingo, basta. E incluso se sienten más culpables por perderse una misa que por no servir al prójimo. Y es que les han educado en una religión donde la asistencia a misa era lo que definía a uno como católico.  Les hicieron creer (o lo malinterpretaron) que para ser un buen cristiano, no se podía faltar a misa el domingo, que la sola presencia en un edificio el domingo era más importante que los actos fuera del mismo el resto de la semana. 

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Así que la mayoría de domingos van a su parroquia, escuchan misa, comulgan, y a casa. Fuera de ella, se limitan a "cumplir" y cualquier parecido con un cristiano auténtico es simple coincidencia.

Si valoramos más la asistencia a misa que amar a los demás, es que no hemos entendido nada. 

Jesús lo explicó muy claramente cuando dijo que la Ley se resume en dos mandamientos: amar a Dios y amar a tu prójimo. Podemos ser personas de comunión diaria y, al mismo tiempo, estar lejos de Dios. Dios no valora la asistencia a misa, ni siquiera todo aquello que hagamos por la Iglesia. Lo que Dios valora es el amor hacia Él y hacia los demás.

El "sabelotodo" 

Algunos confían más en la Ley que en el propio Jesús. Se parecen bastante a los fariseos: Les han enseñado a que es más importante conocer y cumplir los 10 mandamientos y las normas del Catecismo para salvarse que la propia fuente de la salvación: Jesús. 

Si pensamos que el conocimiento y cumplimiento de los mandamientos por sí solos nos hacen cristianos, es que no hemos entendido nada.  

En Juan 5,39-40 Jesús nos dice: "Estudiáis cuidadosamente las Escrituras, pensando encontrar en ellas la vida eterna; ellas testifican de mí. ¡Y no queréis venir a mí para tener vida!"

Resultado de imagen de fariseosNi el Catecismo ni siquiera la Biblia son más importantes que Jesús (entiéndase bien). Recitar los Mandamientos o el Credo, memorizar el catecismo o conocer el orden de los libros de la Biblia es genial, pero eso solo no basta. 

Los fariseos memorizaban la Ley (Torá) y los libros del Pentateuco (o libros de Moisés), pensando que su conocimiento los hacía justos, y sin embargo, Jesús les dijo que su conocimiento era inútil puesto que sólo inflamaba sus egos y los cegaba ante el mismísimo Salvador, de forma que ni le reconocieron.

El objetivo del Catecismo, de la Ley y de la Biblia es Jesús. Todos hablan sobre Él. Adelante, medita la Biblia y cumple el Catecismo. Genial!!! Memoriza los libros de la Escritura. Bien!!. Pero esas cosas no te dan puntos extras ante Dios.

Recuerda que los cristianos del primer siglo, no tenían Biblia ni Catecismo. No tenían escritos sobre Jesús. Escucharon un mensaje de amor, lo interiorizaron y lo pusieron en práctica.

El "justificador" 

Algunos preguntan a menudo si esto o aquello está bien, si algo es pecado o no. Y aunque realmente lo saben, lo hacen con una sola intención: dejarse tentar.

Imagen relacionadaPreguntan porque coquetean con el mal y quieren auto-justificarse. 

Buscan para confesarse un sacerdote que les diga lo que quieren oír. Y si no, buscan a otro.

Son falsos cristianos que quieren una fe fácil, cómoda y a la medida de sus necesidades. 

Buscan una espiritualidad poco exigente que, evidentemente, está muy lejos de la "cruz" que debemos cargar para seguir a Cristo.

El "rencoroso" 

Algunos creen que es lícito guardar rencor contra alguien, si ese alguien les ofende lo suficiente: los falsos cristianos creen que no siempre hay que perdonar.

Resultado de imagen de cristianos hipócritasRezan el Credo y dicen: "...como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden", pero no lo cumplen. Depende de la ofensa, deciden si perdonan o no. Exigen a Dios perdón pero ellos no lo dan.


No se trata de minimizar el daño experimentado ante una ofensa sino de imitar el ejemplo de Jesús cuando fue insultado, vejado y vituperado. Después de los hombres clavaran al hijo de Dios en la cruz y se burlaran de él, Jesús alzó la vista y dijo: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23,34).


Si Dios puede perdonar a los hombres por burlarse de él, ¿cómo no vamos a perdonar cualquier ofensa o herida que nos causen? No es fácil pero no podemos llamarnos cristianos si no le imitamos y nos negamos a perdonar.

El "acusador" 

Algunos piensan que un cristiano nunca debe codearse con nadie que no sea cristiano, que un católico no debe mezclarse con los que no "cumplen" ni con los que no "creen". En otras palabras: señalan con el dedo a otros y los acusan de pecadores.

Sin embargo, a menudo, Jesús se juntaba con recaudadores de impuestos, hablaba con prostitutas, tocaba a personas enfermas (impuras para los judíos) y comía con personas "señaladas" por la sociedad.
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En la cultura judía, tocar personas enfermas le convertía a uno en inmundo. Pero a Jesús no pareció importarle. Él estaba más preocupado por sanar física y espiritualmente a las personas que por mantener una reputación acorde a la época.

Yo creo que si Jesús estuviera aquí hoy, pasaría más tiempo en los bares con los borrachos,  en los albergues con los pobres o en las oficinas del paro con los desamparados, que en los edificios de la iglesia.

Todo este punto se centra en su comprensión de la santidad. En el Antiguo Testamento, la santidad equivalía a separación. Los israelitas no podían casarse con personas de otras naciones. No podían llegar a acuerdos con ellos. No podían mezclarse con otros.

Cuando Jesús vino, cambió esta mentalidad. se trataba de comprometerse. El mejor cristiano es el que sigue a Jesús involucrándose como hacia Él, comprometiéndose con los demás, con el objetivo de sanarlos y restaurarlos.


El "señorito" 

Algunos piensan que la madurez cristiana se trata más de cuánto se aprende que de lo que hace.


Imagen relacionadaLa noche anterior a la crucifixión, Jesús se reunió con sus discípulos para disfrutar de una última cena. Al acabar, Jesús cogió una palangana, una toalla y comenzó a lavar los pies de sus discípulos. 

A menos que entendamos la cultura judía, nos perderemos la naturaleza escandalosa de lo que estaba sucediendo aquí. El lavado de pies era un trabajo sucio reservado para los esclavos más bajos. Jesús, en esencia, se hizo más humilde que la persona más baja de la sociedad.


Jesús no sacó una pizarra y resumió sus enseñanzas. Él no cuestionó a sus discípulos. Él no dijo nada. En cambio, se humilló a sí mismo. En este momento, vemos la síntesis del mensaje de Jesús. Cada sermón. Cada curación. Cada conversación. Todo se resume con esto ... lavar los pies a otros. Convertirse en un servidor.

Si quieres apuntarte al mundo a Jesús, deja de hablar sobre normas, teología, etc. Deja de decirle al mundo cuánto sabes. Ponte de rodillas y comienza a servir.

Hay un slogan publicitario que desafía a las personas a ponerse en acción que dice: "¡Levántate!". Sin embargo, el slogan de un cristiano es muy distinto: no se trata de levantarse. Se trata de abajarse, de humillarse, de servir a los demás.

Cuidado con las personas a las que les gusta hablar mucho pero que odian servir. Los cristianos espiritualmente maduros no son siempre los más elocuentes ni los más sabios. Los que más se parecen a Jesús son los que se ponen "manos a la obra" y colocan las necesidades de los demás por encima de las suyas.

Todo el mensaje cristiano se resume en esto: ama
 a Dios y ama a tu prójimo. 

El mensaje que Jesús vino a grabar en nuestros corazones de piedra fue "Ama a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente y con toda tu fuerza", y "regala el amor de Dios a cada persona que te encuentres".

jueves, 28 de diciembre de 2017

PESCANDO DONDE LOS PECES PICAN

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Todo aficionado a la pesca sabe que es una pérdida de tiempo pescar en un lugar donde los peces no pican. Los buenos pescadores saben que los peces se alimentan y duermen a diferentes horas del día y en diferentes lugares.

Todo agricultor sabe que para sembrar es necesario elegir concienzudamente las semillas, el terreno, la época del año, el abono, etc. Los buenos agricultores saben que no toda semilla es válida para cualquier terreno ni en cualquier época del año.

¿Cómo se aplica esto a la evangelización y el apostolado? 

Sencillo. Al igual que los buenos pescadores y agricultores, los buenos evangelizadores tienen que centrarse en las personas más receptivas y saber percibir sus necesidades. Por eso, invitar a una persona porque sí a una actividad evangelizadora de una parroquia, a un retiro de Emaús o a una cena Alpha, no obtiene resultados. No estamos pescando en el sitio ni al pez adecuados. No estamos utilizando la semilla ni el terreno adecuados.

Este no es una estrategia de marketing sino más bien un principio básico del Nuevo Testamento. Jesús lo ilustró en su parábola del sembrador. 
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Cuando sembramos semillas, algunas caen en suelos rocosos, otras en pedregales, otras en suelos duros y otras en suelos buenos. ¿No sería genial si supiéramos dónde está el buen suelo y sembrar allí todas nuestras semillas? ¿Por qué desperdiciar semillas, tiempo, esfuerzo, energía y dinero?

Sabemos que el Espíritu Santo prepara el suelo, nosotros sembramos y Dios cosecha. Dios usa todo tipo de cosas como separaciones, enfermedades, muertes, problemas económicos, pérdidas de trabajo, etc. para que nosotros sembremos las semillas.

El hecho es que la receptividad al mensaje del Evangelio varía mucho según los diferentes momentos de la vida de las personas. A veces las personas están muy abiertas y otras, muy cerradas. La receptividad de las personas no depende exclusivamente del método que utilicemos.

Jesús sabía esto muy bien. Es por eso que cuando envió a los discípulos a evangelizar, les dijo: "Si no os reciben ni os escuchan, al salir de la casa o del pueblo sacudid el polvo de vuestros pies." (Mateo 10,14, ). Les exhortó a que abandonaran un lugar en el que no les escucharan e irse a otro. 

En el mundo, hay muchas más personas dispuestas a recibir a Cristo que las que están dispuestas a compartirlo. Como discípulos suyos, deberíamos preguntarle constantemente a Dios: ¿A quién estás preparando para que yo le hable de ti? ¿no crees que antes de ir a buscar nuevas personas deberíamos hacer volver a todos los que han abandonado nuestra iglesia? 

Ir en busca de alguien que no cree en Dios requiere 10 veces más energía, tiempo y trabajo que ir en busca de alguien que en algún momento confió en Jesús y que le abandonó, alguien que es receptivo aunque esté inactivo. 

¿Cómo saber quién está receptivo al Evangelio? 

Es una evidencia que las personas que experimentan cambios (un nuevo trabajo, el nacimiento de hijos, un matrimonio, etc.) o que están bajo algún tipo de tensión (física, emocional, financiera o relacional) suelen estar más abiertas, porque, generalmente buscan respuestas. 

Estos son los peces que pican. Estos son los terrenos fértiles.

¿Quién, en nuestra esfera de influencia, necesita escuchar el evangelio? ¿sabemos dónde está Dios trabajando en nuestro entorno? 

lunes, 25 de diciembre de 2017

EL SILENCIO EN LA LITURGIA

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Aún a riesgo de ser monótono y reiterativo, sigo desgranando el libro del cardenal Sarah "La fuerza del silencio", un compendio de formación teológica y litúrgica, que comparto en mis artículos de reflexión.

Hoy, me detengo en el capítulo III, donde el prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos habla del "silencio litúrgico".


El Cardenal Sarah señala que, en Occidente, existe un cierto maltrato intencionado hacia la noción de sagrado.  De hecho, afirma que hay en la Iglesia quienes mantienen una pastoral horizontal centrada más en lo social y político que en lo sagrado, fruto de la ingenuidad y del orgullo.

A menudo, en la Iglesia occidental se desprecia la sacralidad, considerándola una actitud infantil y supersticiosa, la cual manifiesta - dice Sarah- el "engreimiento de unos niños mimados". 

Ante Dios, que quiere comunicarnos su amistad y su intimidad, los hombres sólo podemos alcanzarla con una actitud humilde y sincera, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra miseria. 

Imagen relacionadaSin esta actitud de humildad radical no hay amistad posible con Dios. Ante su grandeza, el hombre debe empequeñecerse. ¿Quién es el osado que se atreve a alzar la voz ante el Todopoderoso? Ante su majestuosidad, nuestras palabras carecen de sentido y ni, por asomo, están a la altura de su Infinitud. 

Las Sagradas Escrituras nos exhortan a guardar silencio ante Dios "¡Silencio ante el Señor Yahveh," (Sofonías 1, 7) pero no como una prohibición que Dios nos impone ante su poder sino como una forma de adoración para comunicarse mejor con nosotros "¡Escuchadme en silencio!" (Isaías 41,1).

En "Orientale Lumen", S. Juan Pablo II nos exhorta a la "necesidad de aprender un silencio que permita a Dios hablar, cuando y como quiera".  El silencio sagrado permite al hombre ponerse gustosamente a disposición de Dios y a abandonar esa actitud arrogante y vanidosa  de que Dios está a nuestra merced y pendiente de nuestros caprichos infantiles.

El silencio sagrado en la liturgia nos ofrece la posibilidad de apartarnos del "mundanal ruido" y del "profano tumulto". El silencio es el lugar donde podemos encontrarnos con Dios al abandonarnos a Él en una confianza plena. 

El silencio sagrado debe limitar al mínimo las palabras durante la celebración eucarística. Los sacerdotes, las religiosas dedicadas al servicio, los ministros deben limitar palabras y movimientos, porque están en presencia de Aquel que es la Palabra.

Imagen relacionadaA partir de la reforma de Pablo VI, dice el cardenal, "se ha instalado en la liturgia un aire de familiaridad inoportuna y ruidosa, bajo el pretexto de intentar hacer a Dios fácil y accesible". 

Esta intención humanamente loable, reduce nuestra fe a simples buenos sentimientos, con los que "algunos sacerdotes se permiten comentarios interminables, planos y horizontales" en el convencimiento de que el silencio aleja a los fieles de Dios. 

"Algunos sacerdotes, con una actitud negligente y despreocupada,  se acercan al altar con aire triunfal, charlando, riendo o saludando  a los asistentes para hacerse los simpáticos, en lugar de sumirse en un silencio sagrado y reverencial ante la presencia del Todopoderoso, convirtiendo las celebraciones litúrgicas en tristes y superficiales espectáculos llenos de ligereza y mundanidad". 

Y es que, por desgracia, somos testigos en algunas ocasiones, de cómo sacerdotes y obispos actúan como "speakers" o  animadores de espectáculos y se erigen en "protagonistas de la Eucaristía". Todos deberíamos tener claro que el único protagonista de la Eucaristía es Jesucristo. El problema es que muchos dudan o incluso, no creen que Cristo esté presente.

Estoy completamente de acuerdo con Sarah cuando dice que "muchas veces, las palabras contienen una ilusión de transparencia, una espiritualidad deslumbrante que pretende entenderlo todo, dominarlo todo, ordenarlo todo".

Algo en lo que siempre debemos estar atentos, tanto laicos como sacerdotes, cuando damos testimonio de Dios o cuando hablamos en una homilía, es que nuestro objetivo debe ser siempre "alumbrar" y no "deslumbrar", nuestra meta debe ser mostrar a Dios y nunca a nosotros mismos.

La modernidad es charlatana porque es orgullosa. Las palabras deslucen todo aquello que las supera. Hechizados por el ruido de los discursos humanos y prisioneros de él, corremos el peligro de construir un culto a nuestra medida, un dios a nuestra imagen o como dice S. Juan Pablo II en Orientale Lumen, "el misterio sagrado se cubre de un velo silencioso para evitar que, en lugar de Dios, construyamos un ídolo, un becerro de oro".

Dios se nos revela a través de su Palabra pero cuando la traducimos a "palabra humana" pierde valor y rotundidad para hablar de su inmensidad, de su profundidad y de su misterio. Sencillamente, está lejos del alcance de nuestro pobre lenguaje humano. Querer definir al Señor con nuestras miserables y diminutas palabras es, cuanto menos, una sacrílega forma de empequeñecer a Dios. 

Dios es demasiado grande para tratar de comprenderlo y, menos aún, para tratar de definirlo. Nuestros testimonios u homilías deberían prepararse en el silencio de la oración, delante del Santísimo, donde Dios nos interpela, nos habla y nos hace saber lo que quiere de nosotros; y estoy seguro de que lo último que quiere es que hablemos de nosotros mismos.

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Como dice el cardenal Sarah "para hablar de Dios hay que empezar por callar, pues una homilía no consiste en una suma de conocimientos teológicos o de un compendio de interpretaciones exegéticas, sino en el eco de la palabra de Dios". 

De la misma forma, nuestro testimonio no debe ser una sucesión de hechos y vivencias sino la presencia evidente de Dios en nuestra vida.

Continúa diciendo que "la liturgia está enferma porque algunos sacerdotes, durante las celebraciones, ceden a la gran tentación de ser originales, introduciendo improvisaciones que no hacen sino banalizarla y desposeerla de su carácter sagrado". Habla, con rotundidad, de que las celebraciones se desarrollan con una "locuacidad ruidosa" por culpa de la "omnipresencia del micrófono" que las convierten en simples conferencias superficiales humanas.

El silencio litúrgico no es una pausa entre palabras o rituales, sino que es una disposición radical, una conversión. Etimológicamente, "conversión" significa "girarse", "volverse hacia Dios". 

Imagen relacionadaAsí, el cardenal defiende la celebración de cara a Oriente, es decir, el sacerdote de espaldas a la asamblea y vuelto hacia el Señor, porque "le protege de la tentación de convertirse en un espectáculo (show), en un actor protagonista, en un profesor que mira a su clase y que reduce el altar a un estrado cuyo eje no es la cruz sino el microfono".

Y es una realidad que yo he observado en algunos sacerdotes. No utilizan el mismo tono cuando oran en público, cuando están hablando al Señor, que cuando se dirigen a "su público". Parecen elevarse, e incluso ponerse por encima de Dios. Es cuando todas sus frases comienzan por "yo"...

Aparte de la homilía, durante la misa es necesario prescindir de cualquier discurso o explicación porque si no corremos el riesgo de convertir el culto de adoración y acción de gracias en la exhibición y exaltación del sacerdote. 

Cuando nuestra asistencia a la Eucaristía depende de la locuacidad o de la capacidad de expresarse del sacerdote, es señal inequívoca de que Dios no es lo importante para nosotros. 

Cuando los aplausos irrumpen  en la liturgia, es prueba evidente de que la Iglesia ha perdido la esencia de lo sagrado. 

Cuando el sacerdote se eleva al papel de actor protagonista, cuando habla de sí mismo, la liturgia deja de ser para gloria de Dios y santificación de los hombres y se convierte en un mitin personal en el que dejamos de mirar a Dios y miramos al hombre.

Me gustaría hacer mías las palabras tanto de Monseñor Guido Marini: "el silencio de los laicos durante la Eucaristía no significa inactividad o ausencia de participación, sino que nos sumerge en el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para salvarnos a todos", como las de Benedicto XVI, "las oraciones que hace el sacerdote en silencio le invitan a personalizar su tarea, a entregarse al Señor".

Podemos asegurar que el silencio exterior es la ausencia de ruido, de palabras y de actos, mientras que el silencio interior es la ausencia de afanes o deseos desordenados. 

Imagen relacionadaPor tanto, el ruido caracteriza al individuo que quiere ocupar un lugar preeminente o importante, que quiere presumir o exhibirse. 

El silencio interior caracteriza a la persona que quiere ceder su lugar a otros y sobre todo, a Dios, alguien en disposición hacia Dios, alguien "vuelto hacia Dios". 

Y nuestro mayor ejemplo de silencio y disposición humildes es nuestra Madre María, la Virgen Santísima, que nos prepara, precede y muestra el camino para el encuentro con Dios. 

El "Hágase en mí según tu palabra" que debemos imitar de María implica silencio, humildad y obediencia para que la Palabra de Dios hable y cobre vida en nosotros.

En conclusión, tenemos que guardar silencio, no por una cuestión de ociosidad sino de actividad. Un silencio activo en el que nuestro móvil interior esté con plena batería y con la máxima cobertura para poder recibir la llamada de Dios.