¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

sábado, 19 de septiembre de 2020

LA ABOMINACIÓN DE LA DESOLACIÓN

"Serán tiempos difíciles como no los ha habido 
desde que hubo naciones hasta ahora. 
Entonces se salvará tu pueblo: 
todos los que se encuentran inscritos en el libro. 
(...)
Pregunté al hombre vestido de lino: 
¿Cuándo se cumplirán estos prodigios?  
(...)
Le oí jurar por el que vive eternamente: 
(...)
'Cuando acabe la opresión del pueblo santo, 
se cumplirá todo esto'.
Yo oí sin entender y pregunté: 
Mi Señor, ¿cuál será el desenlace? 
Me respondió: 
Las palabras están guardadas y selladas 
hasta el momento final. 
Muchos serán limpiados, blanqueados y purificados; 
los malvados seguirán en su maldad, 
sin que ninguno de los malvados entienda; 
los maestros comprenderán. 
Desde que supriman el sacrificio cotidiano 
y coloquen la abominación de la desolación, 
pasarán mil doscientos noventa días. 
Dichoso el que aguarde 
hasta que pasen mil trescientos treinta y cinco días"
(Daniel 12, 1-13)

El título de este artículo, "la abominación de la desolación" nos recuerda, a quienes somos admiradores de J.R.R Tolkien, la película "el Hobbit, la desolación de Smaug"...y no le anda a la zaga.

Suena fuerte pero no son palabras humanas. Está escrito en la Palabra de Dios, en el libro profético de Daniel 9, 1-45 y 12,1-13, en el evangelio de Mateo 24,15-44, en el evangelio de Lucas 21,7-36, y en Apocalipsis 13,1-18... 

Palabras que nos hablan del cumplimiento de las profecías bíblicas de los últimos días, en las que "a buen entendedor, bastan las palabras". Porque nos encontramos inmersos en "una gran tribulación como jamás ha sucedido ni la volverá a haber", en los "mil doscientos noventa días" entre la supresión del sacrificio cotidiano y la abominación de la desolación de las que habla el libro de Daniel, es decir, la profanación del Templo de Dios, y en nuestro caso, de la Iglesia.

El Enemigo ha iniciado su ataque final suscitando una "tentación universal", con la que conmina al mundo impío y pagano a realizar una furibunda y definitiva persecución a la Iglesia Católica, atacándola desde fuera, y a la vez, infiltrándose en ella, para dividirla, desde dentro. 

El Diablo ha establecido en el mundo la gran apostasía, ha promovido el gran sacrilegio blasfemo de la Bestia que surge del mar, "a quien el dragón le ha dado su poder, su trono y gran autoridad" (Apocalipsis 13,2).
La Bestia ha provocado la profanación de la Iglesia y de la fe (el santuario y la ciudadela)la abolición de la Eucaristía (el sacrificio cotidiano), el establecimiento de la idolatría (la abominación de la desolación) y el abandono de Dios (la alianza) profetizadas en Daniel 9,31-32.

Satanás, el "príncipe del mundo y de las tinieblas" ha comenzado una desoladora ofensiva final en una guerra que sabe perdida, pero con la que pretende impedir la adoración a Dios o, cuando menos, llevarse por delante a la mayor cantidad posible de almas, antes de ser arrojado al "lago de fuego eterno".

Es un ultraje que aumenta en cantidad y en gravedad, que se agudiza con matices específicos en los diferentes países del mundo, y que se realiza por oleadas: 

-una primera oleada directa, sanguinaria y despiadada: persecución y matanzas de cristianos, asaltos, sacrilegios y profanaciones de templos y sagrarios, incendios y destrucción de iglesias, basílicas y catedrales, etc. 

-una segunda oleada, más sutil pero igual de cruel: atacando a la Iglesia desde el poder político con la creación de leyes y normas referentes a la limitación de aforos para el culto, prohibición de culto, cierre de basílicas, parroquias y capillas de adoración. 

-una tercera oleada, infiltrándose en la Iglesia de Cristo ara provocar su división y cisma. Una confrontación entre los "moderados o liberales" (en realidad, apóstatas), subyugados al poder demoníaco y pagano del mundo que defienden un "acomodo" de la fe a los nuevos tiempos y al mundo, y los cristianos leales (a quienes llaman tradicionalistas o rigurosos) que mantienen su fidelidad a Cristo y a la Tradición de la Iglesia.

Y no va a parar...tiene que ocurrir...porque está escrito...

El "amo del mundo" mueve y dirige a todos los gobiernos del planeta hacia su único fin: abolir la Eucaristía y borrar todo vestigio católico en el ámbito público….en definitiva, crucificar y dar muerte a Cristo

Y lo hace suscitando en las mentes de los dirigentes del mundo oscuras excusas y sibilinos pretextos como libertad de expresión, democracia, memoria histórica, seguridad, salud, etc., que se traducen en leyes humanas de obligado cumplimiento para todos y en contra de Dios.
Los cristianos, como le ocurrió al profeta Daniel, padecemos calumnias y persecuciones,  y somos arrojados a la fosa de los leones para ser devorados, por haber adorado a Dios en lugar de al rey de este mundo. 

Pero Dios nos insiste: "No temáis. Perseverad hasta el final, con confianza, fidelidad y paciencia, porque no pereceréis. Yo acortaré los días para que podáis salvarnos". Así lo asegura el Señor.

Como los discípulos, queremos saber y le preguntamos a Jesús ¿Cuándo sucederán estas cosas y cuál será el signo de tu venida y del fin de los tiempos?

El Señor no nos dice cuando será pero si nos da las señales para que estemos atentos y que nadie nos engañe en Mateo 24,15-44 porque habrá guerra y odio, división y crispación... hambre, epidemias y terremotos... persecución y muerte, deserción y traición... falsos profetas, maldad y falta de amor... apostasía, idolatría y blasfemia... angustia y una gran tribulación...signos y portentos en el cielo...

Mientras todo esto sucede, el mundo seguirá como en los días anteriores al diluvio, dándole la espalda a Dios, "yendo a lo suyo" y con una maldad que clamará al cielo. Pero, como en el momento en que Noé entró en el arca y comenzó a llover, cuando menos se lo esperen, vendrá Cristo con gran poder y gloria. Entonces "será el llanto y el rechinar de dientes."

Para los cristianos fieles, todos estos desastres que nos anticipa Jesús antes de su venida no son una causa para el miedo ni el temor (porque todo eso tiene que ocurrir antes del fin, tan sólo es el comienzo de los doloressino una advertencia para que estemos atentos y preparados, en oración y con la esperanza puesta en su promesa: "El que persevere hasta el final se salvará". 



JHR

viernes, 18 de septiembre de 2020

CAMINANDO CON JESÚS AL ATARDECER

"Y, tomando pan, 
lo bendijo, 
lo partió 
y se lo dio"
(Lucas 22,19)

El Señor interviene en mi vida...continuamente. Cada atardecer, mientras camino, a veces, desilusionado y, otras, alegre, Cristo se hace el encontradizo conmigo y me pregunta ¿qué conversación traes por el camino?

Jesús siempre se interesa por los anhelos y preocupaciones de mi corazón. No le son ajenos porque me conoce y me ama desde toda la eternidad. Siempre está dispuesto a escuchar de mis labios lo que Él ya sabe. 

Quiere que sea así... que lo verbalice, para que el propio eco de mis palabras resuene en todo mi ser; quiere que "saque" todo lo que hay en mi corazón para llenarlo de suaves palabras de amor y de paz; quiere que me vacíe de mí para llenarme de Él.

Jesús siempre me ofrece un diálogo tranquilo y pausado donde la meditación profunda de sus palabras me abre paso a la contemplación pausada, sin prisa. Es un momento donde el tiempo se detiene y el espacio desaparece, donde no existe ruido ni agitación. Sólo Él y yo...

"Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, me explica lo que se refiere a él en todas las Escrituras". Me cuenta cómo, a lo largo de mi vida, ha estado siempre presente, interviniendo siempre con su gracia para ganar mi alma, aunque yo no le haya reconocido.

Entonces, le invito a mi casa por voluntad propia, se sienta a la mesa eucarística y me susurra "su pregunta", la que me hace todos los días: ¿te he dicho alguna vez que te quiero? 

Y lo hace con su única y magistral forma de enseñar, para que se me abran los ojos y le reconozca:


Toma el pan

Cristo me toma, me elige, me conquista... Podría elegir a otros muchos, pero me elige a mí. 

Me llama por mi nombre y asume mi vida, con mis limitaciones y debilidades, con mis aciertos y errores, con mis dones y mis pecados. Me hace "suyo" por amor incondicional.

No se arrepiente de elegirme y caminar conmigo. Aunque falle, aunque me equivoque, aunque caiga, aunque le traicione, le niegue y le dé la espalda, Él siempre me tiende su mano amiga.

Lo bendice

Jesús siempre habla bien de mí, aunque no lo merezca. Nunca me desprecia ni me culpa. Porque me quiere.

Me ensalza, me santifica, me diviniza y me consagra a Él. Pero además, me capacita y me da fuerza. 

Pone en mi alma el deseo de desarrollar los talentos que me ha dado para darle gloria.

Lo parte

Cristo me parte en pedazos, me rompe, me quebranta. Quiere que viva un poco roto, humillado, anonadado, incomprendido...como Él.

Quiere que sea consciente de mi debilidad, que asuma mi fragilidad...y así, asemejándome a Él, viva con humildad, obediencia y confianza la misión que me ha encomendado.

Sólo quebrantado soy capaz de comprender que necesito su gracia y, en un acto libre de mi voluntad, ser capaz de amarle y darle gloria.

Lo entrega

Jesús me ha hecho reflejo suyo y por tanto, "pan" para los demás. Soy alimento para ser consumido y digerido. Mi vida es para entregarla a los demás y a Dios.

Soy un regalo para los demás. Soy la luz y la sal para quien no conoce y necesita al Salvador. El fuego que arde en mi corazón es para incendiar otros corazones que necesitan Su amor misericordioso.
Entonces, el Señor desaparece tras haberme dado de comer su divinidad, tras haberme invitado a ser un "alter Christus", tras haberme invitado a ser "un sacrificio agradable ante el Padre", una "hostia viva" para los demás. 

No sólo me propone llevar una vida eucarística, sino ser "eucaristía" para otros:

- para mi familia: para darme y entregarme completamente; para ser "otro cordero llevado al matadero", para ser humilde y dócil a la voluntad de Dios, para estar dispuesto a ofrecerme en sacrificio por ellos. 

- para mis amigos, esto es, para ser otro Cristo en la tierra, para tomar la cruz de mi pecado y morir a él; para seguirlo, para imitarlo dando mi vida por ellos. 

-para el mundo, es decir, para ser su perfecta imagen y semejanza, para que, cuando el mundo me vea, le vea a Él, "el verdadero Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1, 29). 

-para Dios, esto es, para  ser santo, para ser perfecto...como Él.

JHR

miércoles, 16 de septiembre de 2020

LA IGLESIA MÍSTICA DEL SIGLO XXI

"El cristiano del siglo XXI será místico o no será"
(Karl Rahner)

Pasado el confinamiento motivado por la pandemia, la Iglesia se enfrenta a varios grandes desafíos que el Cardenal Robert Sarah, precepto de la Congregación de la Liturgia, expresa en una carta dirigida a todos los obispos del mundo: el retorno a la liturgia frente a la secularización, el acercamiento a Dios frente al distanciamiento social, la intensificación de la oración frente a cualquier tipo de actividad pastoral, la perseverancia en la fe frente a la apostasía silenciosa, la obediencia a Dios frente a la sumisión al hombre.

Sin embargo, el "católico cultural" ha sucumbido a la tentación del miedosometiéndose al pensamiento temeroso del mundo y dejando de asistir a la Eucaristía, a pesar de que Dios nos repite continuamente: "No temas, porque yo estoy contigo; no te angusties, porque yo soy tu Dios. Te fortalezco, te auxilio, te sostengo con mi diestra victoriosa" (Isaías 41, 10).

El "católico de costumbres" se ha rendido a la tentación de la desesperación, ante la imposibilidad de obtener bienestar individual o satisfacción emocional propia y ha "colgado su hábito espiritual", a pesar de que el apóstol San Pablo nos dice: "nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios, incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda" (Romanos 5,3-5).

El "católico social" se ha sometido a la tentación de la duda y la incertidumbre, negándose a compartir y vivir la fe en comunidad, a reunirse en la casa de Dios en torno a Cristo, a pesar de que Jesús nos asegura: "Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,19-20)

Sólo el cristiano místico, esto es, el que ha experimentado un encuentro personal con Jesucristo, ayudado de la Divina Gracia, será capaz de seguir asistiendo a los sacramentos como parte central de su vida, porque para él, la fe es una realidad conscientemente vivida y no meramente practicada.
La Iglesia del siglo XXI se enfrenta a una gran prueba purificadora y definitiva que separará el trigo de la cizaña, en la que muchos renunciarán a la fe mientras que otros la autentificarán: 

El "católico de tradiciones" abandonará una fe de "brocha gorda y rodillo", con la que blanqueaba su "religiosidad de pared", sin sobresaltos ni compromisos, bajo una apariencia de un cumplimiento puritano pero sin finura, sin esmero. 

Y sólo un "pequeño resto" perseverará con fe de "pincel fino y detalle" en su seguimiento a Cristo, mantendrá su autenticidad cristiana y testificará su coherencia evangélica.

La Iglesia del siglo XXI necesitará santos que caminen "cuesta arriba", con la mirada alegre puesta en el cielo, para hacer la voluntad de Dios en medio de las pruebas y las dificultades, en lugar de mediocres deambulando "por el llano", con la mirada fijada en el suelo de temor, haciendo las cosas a medias o dejándolas a medio hacer.

La Iglesia del siglo XXI necesitará místicos que se dejen esculpir y cincelar por el Espíritu Santo, para que el Señor trabaje en el lienzo de sus almas, el color, el detalle y la belleza, en lugar de tibios que se excusen en el tapiz roto, en el tejido tosco o en la trama defectuosa.
La Iglesia del siglo XXI necesitará fieles que "vivan la fe" desde una experiencia y una relación con Cristo, una conversión personal y un compromiso existencial, en lugar de tibios que "practiquen una espiritualidad sincretista", motivada por una herencia cultural, por un legado costumbrista o por un usufructo tradicionalista que escoge lo que le gusta y desecha lo que le incomoda.

La Iglesia del siglo XXI necesitará cristianos que testimonien con su vida el legado de la Cruz y de la Gloria, teniendo a Cristo en el centro de sus vidas, en lugar de individuos que instrumentalizan a Dios para sus propios fines o deseos.

En resumen, la Iglesia del siglo XXI necesitará una minoría abandonada en la Gracia y sustentada en el Evangelio a través de una experiencia mística, una coherencia de vida y un testimonio de fe.

El cristiano místico es quien vive una fe comunitaria y eclesial, recibida por una experiencia de conversión, es decir, por una decisión personal y consciente por Cristo.

martes, 15 de septiembre de 2020

NO NOS ENTERAMOS

En estos meses de pandemia, Dios, que jamás abandona a su pueblo, ha querido abrirnos una ventana a la Gracia para que, en medio de la prueba y aceptando la lejanía del Señor como un tiempo de ayuno eucarístico, de sacrificio relacional y de ofrenda contemplativa, re-descubramos qué importancia y lugar tiene Cristo en nuestras vidas.

Tras la vuelta a esa mal llamada "nueva normalidad", el Señor nos llama a "buscarle" en la quietud de la oración y en la belleza de su presencia eucarística, pero nosotros no nos enteramos... 

Nos invita a 'parar" y nos "ata" (espiritualmente) las manos para que no sigamos "haciendo cosas", pero nosotros nos empeñamos en retornar a "nuestra vida" de actividad frenética y ruidosa...

Nos "tapa" (literalmente) la boca para que guardemos silencio, pero nosotros nos empeñamos en seguir hablando, en seguir opinando, en seguir planeando...

Jesucristo amonestó a Marta y a Pedro, en su frenesí activista, como un ejemplo para nosotros sobre cuáles deben ser las prioridades de un cristiano, pero nosotros no nos enteramos...

El Señor nos "quiere" a su lado, pero nosotros nos empeñamos en contrariarle, buscando caminos que, ahora mismo, están cerrados...

Jesús nos pide calma y discernimiento ante los signos de los tiempos, pero nosotros nos empeñamos en seguir "haciendo la guerra" por nuestra cuenta...

Y es que...¡NO NOS ENTERAMOS!

jueves, 10 de septiembre de 2020

DIOS NOS INVITA CONTINUAMENTE

 "Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mateo 22,14)

En el capítulo 22 del Evangelio de San Mateo, Jesús nos regala la parábola del Rey bueno, justo y misericordioso que celebra el banquete de bodas de su Hijo, envía las invitaciones y a sus emisarios a todo su pueblo, pero ningún invitado quiere asistir; o no hacen caso porque están ausentes u ocupados "en sus cosas", mientras que otros, maltratan y asesinan a los enviados. 

Dios nos envía una invitación personalizada (e inmerecida) a todos y cada uno de nosotros (buenos y malos) para asistir a su celebración, pero no todos queremos ir. 

Dios insiste y nos invita de nuevo, pero ponemos excusas, nos ausentamos, le despreciamos o le crucificamos. 

Dios, en su infinita paciencia, nos reúne de nuevo en torno a su mesa pero ¡cuántas veces somos indignos de tan sublime honor!

Desgraciadamente, esto es lo que uno encuentra muchas veces, en la Iglesia Católica: tres tipos de invitados, que corresponden a tres niveles de actitud espiritual muy distintos: los "creyentes", los "practicantes" y los "cristianos". 

A menudo, se suelen confundir o identificar estos tres niveles con el mismo nombre de "católicos", ya sean laicos o consagrados...pero ¿lo son de verdad? 

Creyentes

"Los que se quedan en tierra y esperan"
Son los invitados que reciben la invitación pero no quieren ir: sólo creen en Dios por interés egoísta, esperando recibir, desde la distancia y la "seguridad" de la orilla, algo que necesitan : salud, alimento, paz o consuelo

Por lo general, son "personas buenas" que no matan, no roban y no hacen daño a nadie, pero que, conscientes o no, incumplen realmente la voluntad de Dios, aunque participen ocasionalmente en algunas ceremonias religiosas, como por ejemplo, en bodas, bautizos, comuniones o funerales. 

Están convencidos de que pueden agradar a Dios "a su manera", es decir, viviendo en soledad una religiosidad al margen de la Iglesia, haciendo su voluntad sin "practicar", sin seguir a Cristo, sin comprometerse. 

Para ellos, la religión es sólo una activación, una forma de manifestar una espiritualidad propia e íntima, pasiva y sin fruto alguno


Practicantes

"Los que se meten en la barca y empujan"
Son los invitados que se excusan, que se ausentan o incluso, a veces, matan a los enviados. Algunos asisten, pero indebidamente: creen en Dios y sólo cumplen. Tienen una cierta, aunque lejana, relación con Él: le obedecen pero sólo dentro de los umbrales de la Iglesia.

Por lo general, son "personas religiosas" que piden poco y se conforman con menos, que "cumplen y mienten", que obran con doblez o hipocresía, como los fariseos.

Se "comportan aparentemente", participan en las misas dominicales (si les viene bien) y en algunas actividades religiosas (si les agradan).

Fuera del ámbito de la Iglesia, son capaces de matar (criticar), de robar (apropiarse del Evangelio) y de hacer daño o de matar a otros (acción u omisión). 

Para ellos, la religión es sólo un acto de aparente espiritualidaduna forma de manifestar públicamente, mediante un conjunto de ritos, actividades y eventos, una fe pseudo-activa, pero con escaso fruto.

Cristianos

"Los que reman mar adentro y caminan sobre el agua"
Son los invitados que reciben la invitación de buen grado y deciden asistir a la boda, intentando buscar el traje adecuado para la ocasión (la santidad).

Por lo general, son personas que creen, cumplen y viven lo que creen porque han tenido un encuentro intenso y personal con Jesucristo, y que han decidido seguirlo, a través de un continuo proceso de conversión transformador que dura todas su vidas.

Son personas que aman, confían y sirven a Dios de corazón. Nunca dan importancia a las apariencias y viven su fe tanto en público como en privado. 

Pudieran albergar alguna duda sobre alguna cuestión que puedan percibir, ver o escuchar en la Iglesia, o incluso, mostrar desacuerdos con las personas que la dirigen o que la visitan, pero en lugar de criticar, dividir y alejarse de ella, lo ofrecen todo como sacrificio reparador a Dios.

Para ellos, la fe es una actitud con la que manifiestan su religión, es la vivencia del amor de Dios, es la expresión de su libre obediencia a Dios por amor, es el testimonio de una conversión que ha transformado por completo su mentalidad y su voluntad.

"Señor, si me invitas a la boda
asistiré con presteza y alegría,
y si me visto adecuadamente,
Tú me saludarás.

Señor, si me llamas a pescar, 
te seguiré en tu barca,
remaré mar adentro y caminaré sobre el agua,
y si me hundo, 
Tú me levantarás."

JHR

domingo, 6 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO NO SE PUEDE CONFINAR

"Pero a mí no me importa la vida, 
sino completar mi carrera 
y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: 
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
(Hechos 20,24)

El Covid-19 ha trastocado todos los aspectos sociales, económicos, políticos, laborales y también, espirituales en todo el mundo. 

La pandemia ha cerrado casi todos los lugares de culto, templos e iglesias, ha interrumpido muchas actividades pastorales, ha suspendido todos los métodos, procesos y retiros evangelizadores, hasta el punto que pareciera que el Evangelio ha sido confinado.

Pero eso no significa que no podamos seguir haciendo apostolado porque los cristianos no podemos callar lo que hemos conocido y vivido. La pregunta es ¿cómo evangelizar en este tiempo de pandemia?

Dios, en su infinita sabiduría, nos invita a seguir el ejemplo del apóstol San Pablo, quien incluso confinado en la cárcel en Roma, continuó evangelizando, discipulando y dando ánimos a los cristianos de todas las Iglesias que fundó. Y todo por la Gracia divina.

De igual manera, en este tiempo de incertidumbre y de interrogantes, es la gracia de Dios la que nos invita al discernimiento y a la escucha orante, es decir, nos ofrece una ocasión para reconocer Su presencia en medio de nosotros y nos exhorta a comprender los signos de los tiempos que vivimos.

No olvidemos que la situación mundial de pandemia que Dios permite (como permitió la prisión de San Pablo) es también un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos. Y así, Dios utiliza los medios más insospechados para cumplir su plan salvífico. 

Dios nos quiere revelar algo, nos quiere enseñar una manera diferente de evangelizar, nos invita:

- al silencio y a la reflexión. Nuestra misión evangelizadora no trata tanto de "hacer" como de "ser", es decir, debemos reflexionar, meditar y comprender lo que Dios nos pide "ser" en estos momentos de duda y de perplejidad.

- a la vida interior y sacramental. Debemos mirar y escuchar a Cristo en nuestra oración y en el altar. Él nos susurrará lo que debemos hacer en cada momento. Nos llama a escucharle, a prestarle atención, alejándonos del "ruido" y del "activismo". Es tiempo de oración, penitencia y sacrificio.

- a la compasión y a la caridad. De forma personal y comunitaria, los cristianos debemos tomar conciencia de los problemas y sufrimientos de las personas. "Ser compasivos" significa "padecer con" los que están solos o desesperanzados, con los que han perdido el trabajo o la salud, con los que han perdido a un ser querido, para acompañarlos y socorrerlos, y así, dar testimonio del amor de Dios.
-a la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Sólo con humildad y sumisión al Espíritu Santo seremos capaces de afrontar con fe y confianza estos tiempos difíciles y los que seguirán a la pandemia. Nuestra confianza y esperanza en el futuro no pueden estar depositadas en las respuestas que el mundo (o nosotros) aporte, sino en el Plan perfecto de Dios.

- a la conversión personal. Necesitamos un cambio de mentalidad y de vida que nos aleje de cualquier voluntarismo pelagiano, activismo vano o cansancio escéptico. Son los pequeños gestos cotidianos, los milagros de "andar por casa", las virtudes heroicas y anónimas", las acciones realizadas "en lo escondido" las que, por sí mismas, harán la obra evangelizadora que el Espíritu de Dios nos suscita.
- a la conversión pastoral. Los obispos y sacerdotes, como mediadores y pastores del pueblo de Dios, están llamados a ofrecer una mayor cercanía, solidaridad y disponibilidad con los que sufren, y a mantener la unidad y fraternidad de los fieles ante las nuevas situaciones. Los laicos, como pueblo de Dios, estamos llamados a formarnos, a estar alerta y vigilantes.

Cristo nos exhorta a llevar esperanza allí donde todo parece perdido, a poner cercanía allí donde hay soledad, a sacar una sonrisa allí donde hay tristeza. Nos invita a iluminar todo nuestro alrededor con la luz con la que hemos sido iluminados por Él.

Es tiempo de elegir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo, de optar entre lo efímero y lo eterno, de escoger entre lo necesario y lo prescindible.

Nuestros miedos e inseguridades, nuestras súplicas y ruegos despiertan a Jesús en medio de la tempestad. Él nos insta a no tener miedo, a ser valientes, a no preocuparnos y a confiar en Él porque está con nosotros en la barca, que es la Iglesia.

Cristo nos llama a ser una Iglesia evangelizadora, es decir, a seguir su ejemplo y a hacer lo que hizo Él: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, hacer discípulos, enseñar, curar enfermos, compartir tiempo con pecadores, dar de comer a hambrientos y de beber a los sedientos. 
El Señor nos llama a ser una Iglesia apostólica, es decir, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y oprimidos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios, servir al prójimo y procurar la salvación de todas las almas.

Nos llama a ser pescadores de hombres, a remar mar adentro, a lanzar la red por el otro lado, a pescar en circunstancias y tiempos adversos, a no confiar en nuestros conocimientos y pareceres. Nos llama a tener fe y confianza.


El Evangelio no se puede confinar
.

martes, 25 de agosto de 2020

FORMARSE NO ES INFORMARSE

"La formación de los fieles laicos 
tiene como objetivo fundamental 
el descubrimiento cada vez más claro de la propia vocación
 y la disponibilidad siempre mayor 
para vivirla en el cumplimiento de la propia misión. "
(Juan Pablo II, Cristifideles laici, 58)

A menudo, apelamos a la necesidad imperiosa de formarnos en la fe. "Exigimos" charlas y meditaciones de sacerdotes, buscamos libros espirituales, esperamos que nuestros sacerdotes estén muy pendientes de nuestro discipulado, o incluso buscamos formación superior teológica, pero ¿qué significa realmente formarse?

Para mí, la palabra "FE" está compuesta de dos letras: "F" de Formación y "E" de Evangelización.  Por eso, la fe de un cristiano no se limita a la adquisición de conocimientos teológicos mediante procesos formativos básicos o catequesis doctrinales, que a veces, resultan eternos o, incluso, ineficaces. Además, deben ser puestos en práctica, deben vivirse y deben proclamarse.

La formación es el proceso permanente de maduración de la fe cristiana que tiene como modelo a Jesucristo, como fuerza motriz, al Espíritu Santo, y como objeto, la propia santificación y la de los demás. Parte del conocimiento (dimensión intelectual), se sustenta en la oración (dimensión espiritual), celebra (dimensión sacramental) y vive para servir (dimensión pastoral). 

Es un camino continuo de aprendizaje, servicio y amor a Dios que comienza en el ámbito de una comunidad eclesial o religiosa, es decir, en la Iglesia, que está sostenido por una dirección espiritual doctrinalmente correcta, bien sea a través de un sacerdote, de un religioso o de una religiosa, y que acaba el día de nuestra muerte.

Pero llegado un determinado momento de la vida del cristiano, éste debe dejar de ser discípulo para convertirse en apóstol; debe dejar de ser un bebé espiritual para convertirse en un adulto espiritual. Porque la fe, si no crece, se estanca y muere.

Por ello, la finalidad de toda formación cristiana, es decir, de todo discipuladodebe conducir a la autonomía del cristiano. En palabras del mismo Jesús: "Os conviene que yo me vaya... para que el Espíritu de la verdad, os guíe hasta la verdad plena" (Juan 16, 7 y 12). Lo que no quiere decir que vivamos la fe de forma individual ni lejos del Maestro.

Formarse no es sólo informarse sobre Dios, saber que existe; no es sólo conocer al Jesucristo histórico, saber que murió y resucitó; no es sólo enumerar y comprender los mandamientos. Es mucho más. 
Formarse es dejar que el Espíritu Santo "dé forma a mi alma"; es dejar que Dios "modele mi espíritu"; es dejar que Cristo "edifique en mi corazón Su Reino".

Formarse es construir en mi interior el templo de la Trinidad; es dejar que Dios transforme mi corazón de piedra en uno de carne. 

Formarse es relacionarme con Dios, "intimar" y comunicarme con Cristo, aprender de Él, seguir su ejemplo...y su cruz.

Formarse es caminar junto a mis hermanos mientras aprendo; es discipular a otros mientras soy discipulado; es alimentarme espiritualmente para crecer en la fe, madurar en la esperanza y arder en el amor.

Formarse es descubrir la vocación para la que he sido creado, es asumir el plan que Dios tiene para mí; es comprometerme con Dios, es "darle un sí" confiado.

Formarse es llegar a asemejarme y a convertirme en otro "Cristo"; es dejarme guiar y fortalecer por el Espíritu de Dios; es "perfeccionarme" y caminar hacia mi santidad.

Formarse es llegar a ser discípulo de Cristo para dar testimonio y proclamar el Evangelio; es vivir la fe en comunidad; es buscar espacios de encuentro con mis prójimos.
Formarse es descubrir a un Dios que me ama con locura, que da la vida por mí y que nunca me abandona.

Formarse es vivir una vida exterior eucarística y sacramental que me lleven al amor a Dios y al prójimo; es vivir una vida interior contemplativa y de silencio que me lleven a lo profundo del "misterio".

Formarse es vivir con la mirada fijada en el cielo; es asumir la identidad misionera cristina y cumplir la voluntad de Dios en todo momento; es anhelar y buscar formar parte de la Jerusalén celeste.

Formarse es basar toda mi existencia en una profunda experiencia de Dios, en una vivencia mística continua, en una relación íntima con Cristo y en constante comunicación con Él, para conocer su voluntad.

Formarse es anunciar a Cristo en todos mis ambientes existenciales; es servir a Dios y a los hombres, formando parte de la Iglesia de Cristo.
JHR

lunes, 17 de agosto de 2020

SI QUIERES, VEN Y SÍGUEME

"Si quieres ser perfecto, anda, 
vende tus bienes,
da el dinero a los pobres 
—así tendrás un tesoro en el cielo— 
y luego ven y sígueme" 
(Mateo 19, 16-22)

Con frecuencia me pregunto ¿que tengo que hacer para ser santo? ¿qué debo hacer para ser perfecto? ¿qué debo hacer para ser feliz?

Soy como el joven rico del Evangelio de hoy, tengo salud (juventud) y dones (riqueza) pero...¿las pongo al servicio de Dios?

Cuando me encuentro con Jesús, me presento al "examen" creyendo tener los deberes "hechos" y la lección aprendida, y le pido cómo puedo "subir nota". 

En el fondo, quiero ser digno por mis medios, ser bueno por mis cumplimientos, ser apto por mis obras. 

Cumplo los mandamientos y la Ley, hago obras de caridad y apostolado, acudo a misa, no mato, no robo... y así ¡creo ser un buen cristiano! 

Pero "cumplir" no me define como cristiano. Ni "ser bueno" tampoco, porque: "Sólo Uno es bueno. Si quieres ir a Él, vende todo y sígueme."

Me llamas a no conformarme con una vida de mínimos, con una fe de cumplimiento, con un peregrinaje de mediocridad. Porque quieres que llegue a la meta, a la perfección.

Señor, Tú nunca me dices "tienes que...", "debes de..." sino que apelas primero a mi libertad (si quieres...), para invitarme a dejar mis apegos terrenales (vende todo...) y seguir Tu ejemplo, dejándolo todo y entregándolo todo (sígueme...)

En definitiva, me marcas el camino de ofrecer mi libre voluntad para trascender del mundo e ir al Padre, por el único medio: Tú, Señor Jesús, mi modelo.

Muchas veces, busco "qué hacer" para "llegar a ser", y Tú, Señor, con esa pedagogía tan divina, tan tuya de hacerte el encontradizo, de darte a conocer sin quebrantar mi voluntad, de darme ejemplo con Tu forma de ser y estar, te pones en camino conmigo para que abandone todo, y para llevarme a mi meta como ciudadano del cielo.

Me muestras el mapa de mi "viaje" cuyo punto de salida es el perfeccionismo y cuyo punto de llegada es la perfección: Dios como único bien.

He aquí el punto principal de mi "carrera cristiana": vaciarme de mí, dejar mis egos, vender mis anhelos y apegos, abandonar todo aquello en lo que me deleito o de lo que me siento orgulloso, desechar todo aquello en lo que pongo mis falsas esperanzas y seguirte, mi Señor.

La riqueza del joven de la parábola no sólo se refiere a la exterior, a los bienes materiales. También a los dones intelectuales, a los talentos espirituales, a las habilidades corporales…y que, quizás, tampoco siempre estoy dispuesto a venderlas, a ofrecerlas...

¡Cuántas veces Te doy la espalda, Señor, y me vuelvo triste a mis cosas! No porque Tú me hayas quitado nada, sino porque no he sido capaz de aceptar lo único que puede darme la felicidad plena: seguirte al cielo.

Mi vida cristiana no consiste en "saberme la asignatura" ni en querer "subir nota"; tampoco en "merecer" ni en alimentar mi ego de "buen católico"; tampoco en "hacer", sino en "ser" lo que estoy llamado a ser: "perfecto como nuestro Padre celestial es perfecto".

Y para ello, debo escucharte...venderlo todo y seguirte.

Para la reflexión:

¿Realmente me haces feliz, Jesús o pongo mi felicidad en otras cosas?

¿Busco mi vida fuera de Ti, en mis cosas, en mis gustos, en mis capacidades, en mis posesiones?

¿Hago mi “santa” voluntad aunque ello me lleve a la tristeza?

¿Agradezco las gracias y riquezas, los dones y talentos que me has otorgado o creo que son todo por mérito mío?

¿Vivo para atesorar bienes, posesiones, placeres y un buen nombre ante los hombres o ante Ti, Señor? 

¿Mi vida se sostiene en el "yo", en el egoísmo, en la codicia, en la vanidad? o ¿en el abandono a Tu Providencia?

Jesús, ayúdame a estar agradecido por todo lo que tengo, por todo cuanto Tú me regalas, y a seguirte, en lugar de estar triste por cuanto perdería si te sigo. 

María, Tú que siempre estás pendiente de las necesidades de los demás, muéstrame cómo vivir para otros, cómo vivir para Dios.

A ti te entrego mi vida, mi cuerpo y mi alma, mis pertenencias materiales, físicas y espirituales.

Purifícalas con tu bondad, embellécelas con tu humildad para que sean dignas, y entregárselas a tu Hijo, Quien nada puede negarte.

Padre, envíame tu Espíritu para que me guíe y me enseñe cual es el sentido de mi vida, para que ayude a buscar los bienes de arriba, a desechar lo pasajero y atesorar lo eterno: el amor.

Señor, dejo mi pasado a tu Misericordia, mi presente a tu Amor y mi futuro a tu Providencia.

Que mi alma descanse en Ti, que mi corazón se llene de Ti, que mi única necesidad seas Tú y que mi vida sea para Ti.

viernes, 14 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (15)

El Poderoso ha hecho obras grandes en mí: 
enaltece a los humildes”  
(Lucas 1, 39-56)

Concluimos las meditaciones en chanclas de la mano de Nuestra Señora la Virgen María que, en su Asunción a los cielos, nos lleva a su Hijo Jesucristo.

La escena del Apocalipsis es realmente sobrecogedora: "Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, que da a luz un hijo varón que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro. Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono".

El Salmo nos habla del favor de Dios a la Virgen: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro". 

Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Dios y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro ni que sufriera las consecuencias de un pecado que no conoció jamás, "llevándola arriba".

La Asunción de María, es la "buena noticia", es el anuncio del establecimiento de la salvación, el poder y el reinado de Dios desde el cielo, a través de su Hijo Jesucristo y en colaboración con su Madre, la Virgen.

La Asunción de María, llevada a cabo directamente por Dios, por su excelsa santidad y pureza, su Inmaculada Concepción y su Divina Maternidad, su Virginidad Intacta y su Unión íntima e inseparable con Jesucristo, desde la Encarnación hasta el pie de la cruz, es el triunfo definitivo de María y garantía de nuestra vocación de eternidad, de nuestro común destino en el cielo como seguidores comprometidos de Jesucristo. 
La Asunción de la Virgen (ese gran signo en el cielo) es un signo de consuelo y un mensaje de esperanza. 

Es el camino y la llave de entrada al cielo: "En esta solemnidad de la Asunción contemplamos a María: ella nos abre a la esperanza, a un futuro lleno de alegría y nos enseña el camino para alcanzarlo: acoger en la fe a su Hijo; no perder nunca la amistad con él, sino dejarnos iluminar y guiar por su Palabra; seguirlo cada día" (Benedicto XVI, 2010).

Santa María, eres mi gran ejemplo de cómo decir Sí a Dios, de cómo responder a su gran invitación a dejarle venir a mi vida. 

Eres mi modelo perfecto de humildad, caridad y servicio; de fe, confianza y esperanza; de conversión de mi corazón, para prepararlo a recibir a Cristo y así, llegar al cielo. 

Eres mi mayor ejemplo (después de tu hijo Jesucristo) para alcanzar las grandes virtudes de amor, confianza, fé, esperanza, humildad, generosidad, vida interior y servicio.

Por todo ello y mucho más, Santísima Virgen María "no podías conocer la corrupción del sepulcro, Tú que naciste Inmaculada y que engendraste al Señor de la vida”. Por eso, fuiste llevada al cielo por Tu propio Hijo. 

No tengo palabras para darte mi infinito agradecimiento, Maria, mi Madre y Señora del Cielo.. 

... por haber creído en la Palabra de Dios y por enseñarme Tu fe y confianza únicas. 

... por haberme mostrado Tu gran disponibilidad y generosidad. 

... por enseñarme Tu obediencia, Tu humildad y Tu amor que da todo, sin pedir nada a cambio. 

... por haber aparecido en mi vida llenando mi alma de alegría y por concederme gracias abundantes. 

... por consolarme en los problemas, ampararme en los dificultades y protegerme en los peligros. 

... por ser mi mi Refugio y mi Salud, mi Consuelo y mi Auxilio. 

... por haberme regalado Tu esperanza, al abrirme las puertas del cielo, al darme a Tu hijo Jesús, mi Señor y Salvador. 

... por haberme permitido consagrarme a Ti y a Tu Hijo en una esclavitud de amor. 

... porque por Tu Asunción me haces partícipe de la Resurrección de Tu Hijo y del triunfo definitivo de Tu Inmaculado Corazón. 

¡Bendita Tú, entre todas las mujeres!

JHR