¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

viernes, 23 de octubre de 2020

EVANGELIZACIÓN 2.0: DISCIPULAR CONVERSOS

"Nadie puede venir a mí 
si no lo atrae el Padre que me ha enviado...
Serán todos discípulos de Dios. 
Todo el que escucha al Padre y aprende, 
viene a mí" 
(Juan 6,44-45)

Hace cinco años, en mi artículo Iglesias portaaviones, escribía sobre la urgencia de la conversión pastoral de la Iglesia, sobre la necesidad de pasar de ser cruceros a portaaviones. 

Un cambio de paradigma al que nos han venido exhortando los papas (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) en sínodos, encuentros y encíclicas (Lumen GentiumRedemptoris MissioEvangelli NuntiandiiVerbum Domini, Evangelii Gaudium) bajo expresiones como "Nueva Evangelización", "La Iglesia existe para evangelizar", "Iglesia en salida", etc.  

Y gracias a la acción del Espíritu Santo que, en los últimos años, ha guiado a la Iglesia para poner práctica distintos metodos de evangelización (Cursillos de Cristiandad, Apha, Emaús, etc.) que han producido muchos frutos, han hecho regresar a muchos "hijos pródigos", que se habían alejado de la Iglesia (entre los que me encuentro yo también).
Ahora, escribo y reflexiono sobre la importancia y la imperiosa necesidad de que la Iglesia dé un nuevo paso en su misión: Evangelización 2.0. Es decir, de la evangelización al discipulado, priorizar la acogida, ayuda y formación de todas las personas que han vuelto, y que continúan regresando a la Casa del Padre, es decir, acoger atender y preparar a los conversos.

No podemos limitarnos a evangelizar y luego volvernos a casa sin más, dejando a las personas sin guía. Es necesario acoger, acompañar y discipular a los "evangelizados". Si no lo hacemos, el fruto caerá en tierra y se pudrirá. Transcurrido un tiempo, la personas que regresaron, volverán a marcharse. 

Muchas veces lo hemos escuchado, dicho y repetido: el fruto de la evangelización no consiste en llenar parroquias los domingos, sino en los evangelizadores que envía y en los discípulos que genera.

La Iglesia evangelizadora no es un crucero placentero donde disfrutamos todos como pasajeros. Es algo más: es un portaviones en continua actividad que envía y recibe aviones, que repara y reposta a los que llegan para volver a enviarlos. Es un navío donde los pasajeros están en continuo adiestramiento.

El regreso de los "hijos pródigos" no tiene sentido alguno, si una vez en casa, no les devolvemos su dignidad, no les vestimos, no les calzamos, no les ponemos el anillo y no les ofrecemos el novillo cebado. 
No tiene sentido, si al cabo de un tiempo, dejamos descuidados los aviones en los hángares del portaviones, o si no los reparamos, preparamos y equipamos para nuevas misiones, o incluso, si quedan inservibles para la acción. 

La evangelización no tiene sentido sólo por el acto en sí de envangelizar, si al cabo de un tiempo, los que regresaron, se vuelven a marchar a aquel "país lejano" del que vinieron, porque no les hemos acogido ni prestado la atención debida. Eso es lo que la párabola nos exhorta a hacer: acoger, acompañar, preparar...discipular.

Como decía en el artículo antes citado, el mayor enemigo de la evangelización somos nosotros mismos. Volvemos de las misiones con "prisioneros rescatados", pero seguimos siendo "cortos de miras", al no saber qué hacer con ellos, al no escuchar lo que el Espíritu Santo nos dice a través de la Iglesia, de la Tradición, el Magisterio y la Palabra de Dios.

No se trata de llenar las parroquias como si fueran "trasteros", donde acumulamos de todo "por si acaso", pero no utilizamos nada. No se trata de organizar retiros evangelizadores o acciones misioneras para "ocuparnos" en muchas cosas que carecen de sentido sobrenatural. Porque todo eso no evangeliza. 

Se trata de adiestrar continuamente a los hombres y mujeres que son rescatados del Enemigo y acogidos en el "portaaviones" (y a la dotación, también), para formar un ejército de "rescatadores de almas" para Dios. 
Se trata de preparar grupos para misiones específicas, incluso a veces, "imposibles", porque todos corremos el peligro de caer en manos del Enemigo y volver a ser "prisioneros de guerra".

Se trata de entrenar equipos especiales que, primero, deben ser adiestrados en la supervivencia como cristianos para, después, conocer las tácticas de defensa y ataque, y así, emprender la misión y liberar a otros prisioneros.

Sólo un ejército bien dotado y equipado, entrenado y adiestrado, puede embarcarse en nuevas misiones que acaben con éxito. Sin la preparación adecuada, no se puede "luchar".

martes, 20 de octubre de 2020

SIERVOS DE DIOS

"El que quiera ser grande entre vosotros, 
que sea vuestro servidor, 
y el que quiera ser primero entre vosotros, 
que sea vuestro esclavo. 
Igual que el Hijo del hombre 
no ha venido a ser servido 
sino a servir 
y a dar su vida en rescate por muchos"
(Mateo 28,26-28)

A muchos de nosotros, cristianos que hemos conocido el amor y el perdón de Dios, se nos llama "servidores" porque servimos a Dios por amor y agradecimiento, y seguimos el ejemplo de Cristo, quien no vino para ser servido sino para servir y, por amor, dar su vida en rescate por muchos.

El término "servidor" proviene del término hebreo jebed y del griego δοῦλος o doulosque se repite en numerosas ocasiones a lo largo de la Palabra de Dios y que significa "esclavo o siervo". Doulos es alguien que, habiendo obtenido su carta de libertad, decide servir a su Señor por amor y en acción de gracias
Un "siervo de Dios" no es alguien que carece de libertad o que sirve por obligación, sino alguien libre, que acepta voluntariamente ser esclavo de Dios por amor, es decir, obedece con docilidad por un acto de libre voluntad y de amor.

Un "siervo de Dios" es un "enamorado de Dios" que ha sido escogido, elegido y llamado por el Espíritu Santo para cumplir el Plan de Salvación de Dios. 

En el Antiguo Testamento, "siervo de Dios" hace referencia tanto a los patriarcas: Abrahán (Salmo 105,42) José (Génesis 50,17), Moisés (Éxodo 14,31; Números 12,7; Deuteronomio 34,5; Josué 1,1, 15; 8:21, 23; 18,7; 1 Crónicas 6,49; 2 Crónicas 1,3; 24,6; Nehemías 1,7; 10,29; Daniel 9,11), Josué (Josué 24,29; Jueces 2,8), como a los profetas: Jeremías (Jeremías 7,25; 2 Reyes 21,10; Amos 3,7), Isaías (Isaías 20,3; 49,5), Elías (2 Reyes 10,10) y Job (1,8, 42,7). Incluso se refiere también a algunos reyes: David (2 Samuel 3,18), Nabucodonosor (Isaías 25,9; 27,6). 

En el Nuevo Testamento, la primera y más importante "Esclava del Señor" es la Madre de Cristo,  la Virgen María (Lucas 1,38). "Siervo de Dios" hace referencia a los apóstoles, y así, Pablo, en el comienzo de cada una de sus cartas dirigidas a las Iglesias, se define, alternando "siervo de Cristo Jesús", "siervo de Dios" o "apóstol de Cristo" (Romanos 1,1; 1 y 2 Timoteo; Tito 1,1, Gálatas 1,1; Efesios 1,1). Además, incluye como "siervos de Dios" a Sóstenes (1 Corintios 1,1), a Timoteo y a Silvano (2 Corintios 1,1; Filipenses 1,1; Colosenses 1,1; 1 y 2 Tesalonicenses 1,1)Santiago se llama "siervo de Dios y del Señor Jesucristo" (Santiago 1,1), Pedro es "siervo y apóstol de Jesucristo" (1 y 2 Pedro 1,1), Judas también es "siervo de Jesucristo" (Judas 1,1) y Juan es "siervo de Dios" (Apocalipsis 1,1).

Todos ellos se cumplen en Jesucristo, "el Ungido de Dios", el "Siervo de Yaveh", "el Siervo Sufriente" (Isaías 42, 1-4; 52,13-15; 53, 1-12Zacarías 3,8; Hechos 3,13, 26; 4,27, 30).
Sin embargo, es necesario hacer algunas precisiones porque no todos los siervos de Dios son buenos o fieles, no todos cumplen la voluntad de Dios. Eevangelio de San Mateo 25, 14-30 nos relata la parábola del siervo bueno y fiel, en la que Cristo nos explica que por un lado, hay siervos buenos y fieles, y por otros, siervos negligentes y holgazanes:

Los siervos buenos y fieles son aquellos a quienes el Señor ha dejado a cargo de sus bienes y que, desarrollando todos los talentos que Dios les ha otorgado, producen fruto y glorifican a Dios, cada uno, según sus capacidades.

Los siervos negligentes y holgazanes son aquellos siervos negligentes que no ponen todos sus talentos para la gloria de Dios ni para el bien de los demás. Se distinguen dos tipos:

-Los siervos de cumplimiento. Son aquellos que  "cumplen y mienten", es decir, realizan su labor pero lo hacen por rutina o por interés personal. 

-Los siervos de mantenimiento. Son aquellos que "ni mienten ni cumplen", es decir, se excusan para no realizar su labor por temor. 

Un "siervo de Dios" es alguien que, cuando es llamado por Cristo, deja todo y le sigue (Mateo 4), subordina su voluntad a la del Señor, escucha, guarda y pone en práctica Su Palabra (Marcos 3, 35).

lunes, 19 de octubre de 2020

MARÍA, EL NUEVO ARCA

“María es el camino más seguro, 
el más corto 
y el más perfecto 
para ir a Jesús” 
(San Luis María Grignon de Monfort)

Cuando leo en el libro del Génesis: "Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón" (Génesis 6, 5-6), me parece estar leyendo el períodico de hoy.

Desgraciadamente, desde el inicio de la creación, existe una lista interminable de ejemplos, desde Caín a la torre de Babel, pasando por las plagas de Egipto, los días de Noé, Sodoma y Gomorra, hasta nuestros días, que muestran la maldad del hombre, la violencia y la corrupción en el mundo.

Si bien Dios ha creado todo cuanto ha querido por bondad y por amor, desde el principio de la historia, se "humaniza" y "se encarna", cuando el Espíritu Santo dice en el Génesis que "se arrepintió y le pesó de corazón" haber creado al hombre. Son sentimientos humanos que Dios asume para que entendamos como sufre un Padre viendo a sus hijos "perderse". 

Dios siempre se "abaja", se "vuelve hombre" para que, por su infinita compasión y misericordia, comprendamos que somos capaces de destruirlo todo por maldad y por odio, por todo lo que llevamos en el corazón a causa del pecado, consecuencia de una libertad que nos regala, pero que usamos mal: "Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro" (Marcos 7, 20-23).

La capacidad de destrucción del hombre (en términos matemáticos) es exponencial e inversamente proporcional a la capacidad creativa de Dios y, también a su paciencia: "La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de violencia. Dios dijo a Noé: Por lo que a mí respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por su culpa la tierra está llena de violencia; así que he pensado exterminarlos junto con la tierra." (Génesis 6, 7-13).

Los hombres somos auténticas "armas de destrucción masiva "porque todos los pensamientos de nuestro corazón tienden siempre y únicamente al mal". Como en los tiempos de Noé (Génesis 6,5-18; 7,11-12) o en los de Sodoma y Gomorra (Génesis 18, 1-29), hoy, la perversidad del mundo sube hasta el cielo" y "el clamor contra ellos ante el Señor es enorme". 
¡Menos mal que "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia"! (Salmo 103,8) y por ello, Dios nos llama a entrar en el arca, a ponernos a salvo en el monte, es decir, en la Casa de Dios, en la Iglesia, prefigurada por María, porque "nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumen las siete plagas de los siete ángeles" (Apocalipsis 15,8) . 

El Arca de la Alianza, el Santuario de Dios es María, la Santísima Virgen, quien no ha parado de aparecerse a la humanidad en los últimos siglos, para avisarnos de lo que está por venir y para pedirnos con urgencia rectificar, arrepentirnos, convertirnos; para suplicarnos orar, hacer penitencia y vivir los sacramentos; para anunciarnos la posibilidad de un castigo, precedido de un aviso y de un milagro; para que enmendemos y purifiquemos nuestros corazones.
La Santísima Virgen María nos llama a purificar nuestros corazones, nos urge a consagrarnos a su Inmaculado Corazón, nos invita a configurarnos a Cristo en Ella, porque el hombre muere de cáncer, una enfermedad mortal: el pecado.

María es un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios que es la perfección cristiana. La Consagración a su Inmaculado Corazón es una llamada a entrar en el "Arca" ante la inminencia de un "diluvio" que no será de agua sino de fuego, un fuego purificador, la justicia de Dios.

María, con su ejemplo y con su palabra, nos recuerda en sus apariciones que tenemos esa capacidad de rectificar, y para ello, necesitamos, como Ella hacía, guardar y meditar todo en el corazón y así, huir de la maldad que todo lo corrompe y de la violencia que todo lo destruye.

El cielo clama y el mundo sigue sin escuchar, como en los días del diluvio, o como en los días de Sodoma y Gomorra, o como en la noche de la Pascua en Egipto, en la última plaga. Pero pronto "reventarán las fuentes del gran abismo, se abrirán las compuertas del cielo, se derramarán las siete copas de la ira del Señor", que contienen el incienso de las plegarias de los justos a las que Dios responderá sin dilación (Apocalipsis 16,1).

Todas las apariciones de la Virgen tienen siempre el mismo formato: Aviso/Milagro/Castigo. Y por ello, podemos interpretar que posiblemente, las cuatro primeras copas del Apocalipsis correspondan al Aviso; la 5ª y la 6ª al Milagro; y la 7ª al Castigo. 

De ahí la urgencia de entrar en el "Arca", de ampararnos y protegernos bajo el manto de María, porque la Justicia del Señor viene sin concretar el día y la hora, pero nuestra Madre, que tanto vela, intercede y suplica por nosotros, que tanto nos ama y sufre por nosotros, como lo hizo en la Cruz, nos avisa de la inminencia de la Venida de Su Hijo.

Cuando, nosotros, también hijos de María y hermanos de Cristo, rezamos "líbranos del mal" (del Dragón, de la serpiente), unimos nuestra súplica a la voz de los justos, los que tienen el sello del Cordero y han permanecido en oración en el monte Sion, y pedimos que nuestra plegaria sea escuchada. Es entonces cuando la justicia de Dios es impartida y la purificación concluye, con la séptima copa.

Nuestra Arca es María y nuestro Sello, la consagración a su Inmaculado corazón. No perdamos ni un instante en entrar en Ella y ser marcados con la Alianza que Dios hace con todos nosotros, a través de su Madre, la Virgen, para llegar a Él.

Dios nos proporciona un Refugio, nos ha construido un Arca y nos dice: "Entrarás en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres". 

María nos anuncia la Alianza de Dios, la Promesa que nos dejó en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.


sábado, 17 de octubre de 2020

PASAR DEL "YO CREO" AL "NOSOTROS CREEMOS"

“En lo esencial, unidad; 
en lo dudoso, libertad; 
en todo, caridad"
(San Agustín, 354-430)

Me atrevo a pensar y a creer que la Iglesia es el "árbol de la vida en mitad del Jardín" de Génesis 2 y el "árbol de vida que da doce frutos" de Apocalipsis 22, con Cristo en el centro: un gran árbol, erguido al cielo y profundamente arraigado en el suelo; frondoso y acogedor; que da sombra y refugio a distintos pájaros, que anidan en diferentes ramas; y además, produce frutos

El árbol de la Iglesia es una comunidad de fe donde hay distintas opiniones pero no es un espacio político, donde todo se discute, ni un parlamento donde todo se vota, ni tampoco un foro donde todo se aprueba o se rechaza. Es una comunión de personas, y como tal, supone necesariamente también, la comunicación y el diálogo. 
Pero esa comunicación y ese diálogo no pueden ser un debate abierto a las especulaciones, a las ocurrencias, a los pareceres o a las opiniones individuales: 

Cuando se trata de las exigencias de la fe, es decir, de las cuestiones doctrinales, la Iglesia profesa el dogma y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la comunión, es decir, de las cuestiones del buen gobierno de la comunidad, la Iglesia administra el principio jerárquico y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la libertad, es decir, de las cuestiones de la opinión plural, se discute y se confronta la diversidad siempre en la unidad. Entonces, sí hay debate.

Sin embargo, muchas veces escuchamos la expresión "yo creo que..", "yo pienso que..." "yo opino que...", a personas que se creen (erróneamente) con la plena libertad y derecho de juzgar o criticar todo, o bien, con la capacidad y autoridad suficiente para hablar sobre lo que se debe o no creer, sobre lo que se debe hacer o no, sobre tal mandamiento o tal norma, sobre tal Papa o tal Obispo...
No obstante, sabemos que no es necesario ni obligatorio estar siempre de acuerdo con la opinión de un hermano cristiano, o con la de un sacerdote, obispo o cardenal, o incluso con la del Santo Padre, lo que no significa que busquemos un cisma, ni que apostatemos, ni que seamos unos herejes, ni que debamos ser excomulgados.

La pluralidad dentro de la Iglesia puede existir en las opiniones o en los pronunciamientos pero nunca en las creencias o en las dogmas. Opinar sobre la fe y la comunión rompe la unidad y "mundaniza" la Iglesia.  San Agustín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad". 

Si realmente tenemos la certeza que el mismo Jesucristo es el centro de la Iglesia, si creemos que Emanuel, es decir, "Dios con nosotros" sostiene y sustenta la Iglesia, deberíamos pasar del "yo creo..." al "nosotros creemos", del "a mi me parece..." al "nosotros esperamos", del "yo pienso..." al "nosotros amamos".

Lo que sí puede y debe existir siempre en la Iglesia es comunicación, y ésta comienza necesariamente por el diálogo con Dios. Es a través de la oración, de la Palabra, de los sacramentos, donde escuchamos al Señor y encontramos las respuestas que buscamos, es allí donde todo se clarifica ante nuestros ojos y oídos.
Pero además, Dios, cuyo amor es infinito, nos otorga innumerables medios (aparte de los anteriormente mencionados) para alcanzar nuestra santificación, siempre dentro de la comunión y de la unidad eclesial. Por ejemplo, la dirección espiritual y la correción fraterna que nos ofrecen la posibilidad de cotejar, aclarar, comprender o corregir  con un sacerdote o un consagrado las ideas u opiniones personales relativas a las cuestiones que son indiscutibles.

En la dirección espiritual existe el consejo sabio, que no la imposición o la obligación, porque un cristiano ni impone ni obliga: "Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles" (1 Corintios 9,19). Es entonces, cuando a través de la conversación sincera y abierta, creemos en unidad "teniendo el mismo espíritu de fe" y en amor, "que es el vínculo de la unidad perfecta".
En la corrección fraterna existe la rectificación delicada, que no la crítica o el juicio personal, porque un cristiano ni critica ni juzga: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7,1), aunque sí corrige con caridad y acepta la correción con humildad: "Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece (Porverbios 12,1). Es entonces, cuando a través del diálogo caritativo y respetuoso, llega la ayuda que el Espíritu Santo nos ofrece para que "el que tenga oídos, que oiga".

La Instrucción Pastoral Communio et Progressio (23 de mayo de 1971) explica que "la Iglesia respeta siempre la libertad de expresión de sus miembros siempre que sea orientada por una auténtica voluntad de construir, no de destruir, a la vez que con un ferviente amor a la Iglesia y con aquel afán de unidad que Cristo puso como signo de la verdadera Iglesia y de sus verdaderos discípulos”.

lunes, 12 de octubre de 2020

DEJARSE MOLDEAR POR DIOS

"Señor, tú eres nuestro padre, 
nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: 
todos somos obra de tu mano" 
(Isaías 64,7)

Dios nos llama continuamente a ser humildes para pertenecer al Reino de los Cielos; a ser confiados para abandonarnos a su guía y ayuda; nos invita a ser dóciles para escuchar con atención las sugerencias que nos hace en su Palabra; nos anima a ser sencillos como niños para madurar y crecer en la fe; nos llama a ser santos, como Él es santo.

El Creador nos exhorta a dejarnos moldear por su Palabra, a dejarnos hacer por su Gracia, a dejarnos configurar por su Hijo...y sin embargo, ¡qué difícil es dejarse hacer! ¡qué complicado es ser dócil! ¡qué duro es nuestro corazón! 

El hombre, por autosuficienciase cree especialista y entendido en todo, piensa que la docilidad le convierte en una persona débil o pusilánime, y que no tiene necesidad de los consejos de Otro para solucionar, decidir y ejecutar las cosas, y lo hace siempre, según su propio criterio. Por el contrario, la docilidad ofrece obediencia y buena disposición para dejarse modelar.

El hombre, por orgullose considera libre e independiente de todo, cree que la humildad le transforma en una persona dependiente o influenciable, y no permite que Nadie, aunque domine y conozca mejor todas las cosas, tutele sus actos, y mucho menos, que se los corrija. Por el contrario, la humildad asume la debilidad y la fragilidad para dejarse hacer.

El hombre, por vanidad se considera capaz y apto para todo, considera que la sencillez le convierte en una persona sin carácter o inútil, y evita pedir ayuda, consultar o dejarse guiar por Quien conoce mejor el camino para hacerle llegar a su destino. Por el contrario, la sencillez aporta pureza y inocencia para dejarse configurar.

El hombre, por rebeldía, se cree capaz de modelarse, de crearse, de darse forma a sí mismo, y por eso, reclama libertad e independencia. El "barro" quiere negar la capacidad o incluso, la existencia del "Alfarero" para darle forma y propósito. Quiere ser su propio alfarero, quiere hacerse según su propia voluntad.

El proceso

Dios, nuestro Alfarero Creador, utiliza distintas técnicas durante el proceso de nuestra vida para que seamos santos

1-Preparación. Forma una masa con polvo (carne) y agua (espíritu): la arcilla (hombre). Manchando sus manos (Encarnación de Cristo), prepara y amasa la masa (apóstoles) para que sea homogénea (Iglesia), extrayendo las asperezas, impurezas y burbujas de su interior (oración). 

2-Modelado. Mezcla el barro con agua (Gracia) girando continuamente el torno (vida) para mantener la plasticidad (obediencia) y para evitar que aparezcan fisuras (unidad). 

3-Secado. Lo expone al aire (Evangelio) para que alcance dureza y consistencia (fe). 

4-Pulido. Le pasa una lija fina (sacrificios) y una esponja (bendiciones) para limar y pulir la forma (corazón). 

5-Horneado. Finalmente, la somete al fuego (purificación) en el horno a alta temperatura (pruebas)  donde adquiere su forma y valor definitivos

Sin embargo, a veces no dejamos que el Señor trabaje en nuestras vidas y le pedimos libertad e independencia. Él nos las otorga incluso, sabiendo que somos incapaces de gestionar lo que le exigimos... porque el artesano sabe que la arcilla no puede amasarse a sí misma, que en el torno puede deformarse y que en el horno puede romperse. 

Al apartarnos de Dios, nuestra fe se seca, nuestra voluntad se deforma y nuestro corazón se endurece. Para volver a moldearnos es necesario que el Alfarero rompa y quebrante la arcilla de nuevo...y eso es un proceso doloroso. 
Nuestra vida está en las manos de Dios, que quiere hacer de nosotros lo mejor… una vasija única, diferente, extraordinaria...y la quiere para llenarla con un tesoro, esto es, "el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo" (2 Corintios 4,7).

Seamos un buen barro, seamos maleables y dóciles a la Gracia, confiados y obedientes a la Palabra, dejémonos amasar, modelar y purificar por Dios y tengamos en mente la visión del resultado final: una vasija única que glorifique al Señor.

viernes, 9 de octubre de 2020

SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA

"Mors certa, sed hora incerta"
(Proverbio latino)

Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?

No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".

La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.

La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda. 

No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".

Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé). 

Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el últimoaprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna". 

Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.

"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".

La muerte no es, por tanto, un castigo de Dios sino una consecuencia de nuestra libre voluntad, a la que el Señor se somete sin paliativos. Sin embargo la Trinidad se hace presente a sus hijos: Dios, que es "Silencio", nos envía a su Hijo, que es "Palabra", para que escuchemos el propósito con el que fuimos creados y, con el Espíritu Santo, que es "Gracia", lo alcancemos.

Mientras que el lugar de los muertos (Sheoles una realidad ajena al Dios de la vida (Salmo 6, 6; 30, 10; 88, 6; 115, 17; Isaías 38, 11) o la mayor distancia imaginable con respecto a Dios la tierra sin retorno (Job 3, 11; 7, 9) o la tierra del olvido (Salmo 88, 7) o el silencio total (Salmo 94, 17) o la oscuridad (Salmo 88, 7; Job 18, 18), la resurreción es una realidad propia de Dios, una reparación de nuestra naturaleza dañada, es la salvación para "ser y vivir" una vida eterna, la redención para una existencia inmortal.

Cuando llegue el día en el que el Señor me diga: “ven”, no quiero que esa llamada, repentina o esperada, me encuentre sin estar preparado ni que me desconcierte, sino que me llegue con la capacidad y la disposición de disfrutar y saborear la verdadera sorpresa de Dios, la que viene después: la sorpresa de la eternidad.

Meditar sobre la muerte es una apelación a mi derecho cristiano a la inmortalidad porque será el día en que me veré cara a cara con el Señor, para irme con Él de la mano a la eternidad ¿puede haber mayor alegría? 

Por eso, quiero dejar por escrito que el día de mi muerte, si ha de tener lágrimas, que sean de alegría.

JHR

miércoles, 7 de octubre de 2020

EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA: ¿AGRADAR A DIOS O A LOS HOMBRES?

"
¿Busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?, 
¿o trato de agradar a los hombres? 
Si siguiera todavía agradando a los hombres, 
no sería siervo de Cristo...
...Si busco el favor de los hombres y no el de Dios, 
Cristo habrá muerto en vano" 
(Gálatas 1,10;  2,21).

El incidente de Antioquía que se describe en la carta a los Gálatas 2, 11-21 nos muestra cómo San Pablo reprocha públicamente a San Pedro su conducta hipócrita, y cómo éste acepta de buen grado y con humildad la corrección fraterna, al darse cuenta de que esa actitud no era coherente con lo que había escuchado y con la forma de ser y vivir del Maestro. 

Pablo le recuerda a Pedro lo que el mismo Cristo le dijo anteriomente, que "no se puede servir a dos amos", aunque se lo dice con otras palabras: "Si quiero agradar a los hombres, no soy siervo de Cristo, si busco el favor de los hombres y no el de Dios, Cristo habrá muerto en vano" .

Podríamos decir que Pedro buscaba la aceptación del mundo en una forma equivocada de evangelizar, al convertirse en un gentil, propiamente dicho, en apariencia. Pedro pasó de negar al Señor, para después decirle que le amaba, pero más tarde cayó en la tentación de tratar de disimular la radicalidad del Evangelio, de rebajar la fe. Una radicalidad, vivida y enseñada por Jesús a todos nosotros, y que, en ningún caso, es antagonista a la misericordia.

Esta tentación, está hoy muy extendida en nuestra sociedad y cobra actualidad también en el seno de la Iglesia cuando los cristianos tratamos de quedar bien con todo el mundo, cuando buscamos la aprobación de los no cristianos, cuando pretendemos ser "políticamente correctos" con los que no creen o no aman a Dios, o dicho en otras palabras, cuando claudicamos con el "buenismo" como una forma mal entendida del amor misericordioso de Dios y un gran error evangelizador. 
Buenismo es sinónimo de hipocresía, de fariseísmo, de doblez, de hacer cosas delante de los de casa y las contrarias delante de los de afuera. Pero, sobre todo, es antónimo de misericordia porque el amor no es interesado. Vivir la radicalidad del Evangelio no significa ser inmisericorde sino coherente y veraz, porque "la Verdad os hará libres" (Juan 8,32).

La hipocresía "buenista" (yo la denomino "misericorditis") no es cristiana ni evangélica, va siempre precedida de la cobardía y es consecuencia del temor a no agradar, del miedo "al qué dirán", de la preocupación por no conseguir la aprobación o el beneplácito de los demás. 

Esta conducta equivocada es un intento de conseguir el favor y la aceptación del mundo mediante la máscara de los méritos humanos, obviando la Gracia y desobedeciendo la enseñanza de Jesucristo. Nosotros no tenemos más mérito que la Gracia de Dios y el de Cristo: "Sin mí no podéis hacer nada" (Juan 15,8).

En el fondo, el "buenismo" no es otra cosa que pánico a la persecución, miedo a ser odiados, difamados y "señalados" por el mundo. Pero Jesús nos dice que los cristianos no somos del mundo, y que por eso, nos odiarán sin motivo, como a Él: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra" (Juan 15,18-20).

Como Pablo y como nuestro Señor, los cristianos debemos mantener firmeza y perseverar en el Evangelio porque gracias a Su muerte en cruz, el Señor nos liberó de la hipocresía y del pecado. Nos hizo libres. 

Por tanto, si nos consideramos seguidores de Cristo, debemos vivir en la Verdad, y si ello significa ser perseguidos o vilipendiados, ¡gloria a Dios! porque se cumplirán las palabras de nuestro Señor: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará...un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo...no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna...no he venido a sembrar paz, sino espada...y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí." (Mateo 10,22-38).

Debemos evitar afanarnos en agradar al mundo, sucumbir a la hipocresía y arrastrar a otros con nuestro pecado pero si caemos en esa conducta, es voluntad de Dios que aceptemos la corrección fraterna, como hizo Pedro, para que nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios queden renovadas.

La diferencia entre agradar al mundo o a Dios está en que, mientras el primero nos quiere por lo debemos ser (o tener), Dios nos quiere por lo que somos. 

Por eso, es bueno recordar que los cristianos debemos vivir sin máscaras porque nuestro público es Dios: amaragradar sólo a Dios, y sólo así, seremos capaces de amar a los demás, no por conveniencia o por interés, sino como Él nos amó a nosotros primero.

JHR

lunes, 5 de octubre de 2020

DESDIBUJANDO LA EVANGELIZACIÓN

"¡Qué necios y torpes sois 
para creer lo que dijeron los profetas!"
(Lucas 24,25)

Me preocupa ver cómo muchos díscipulos de Emaús, conversamos y discutimos el modo de revertir la situación que vivimos, con el propósito de seguir organizando retiros, cueste lo que cueste y pese a quien pese. 

Los métodos de nueva evangelización, cuando no se entienden o se tergivesan, suelen desdibujar la fuerza evangelizadora y mundanizar el poder del anuncio salvador al intentar evangelizar sin docilidad a la gracia, al rebelarse a la voluntad de Dios, al negar el protagonismo del Espiritu Santo, al dar más valor al medio que al fin, al pensar que todo es válido o al querer hacer las cosas "por nuestra cuenta"

Recurrimos a la "voluntad propia" para convencernos de que servir a Dios implica estar en un frenético activismo (que resulta "poco evangelizador"), con el que intentamos aplacar un desordenado ansia de espiritualismo que no conduce a ningún fruto. 

Apelamos a la "creatividad humana" como un elemento generador de resultados a nuestro gusto, como si Dios necesitara de nuestra originalidad para que sus "cepas" den uvas y buen vino. 

Si algo he aprendido en estos años sirviendo a Dios, labrando en su viña, es que yo me limito a trabajar cuando el Dueño me lo dice y lo único que está en mis manos es regar, abonar y cuidar la viña. El Señor es quien "crea", quien hace florecer y quien produce fruto. Dios no me pide estrategias empresariales ni campañas creativas...lo único que me pide es ¡Confianza! ¡Fe!
Por tanto, tratar de ser "creativos", tratar de ser "originales" se convierte en una peligrosa tentación que nos puede arrastrar a "querer ser como Dios" y a tratar de "crear cosas" al "modo del mundo". Nos puede llevar a que, queriendo evangelizar al mundo, terminemos "mundanizando el Evangelio". Y nosotros no somos "empresarios del Evangelio", ni "vendedores de cielo", ni "filántropos de la fe". Ni tampoco los "dueños de la viña". 

Por todo ello, Cristo nos recrimina nuestra actitud desconfiada, llamándonos ¡hombres de poca fe! ¡torpes y necios! Nos reprende porque no quiere "creativos" sino "cristianos santos". Nos llama la atención porque quiere motivarnos pero, sobre todo, quiere hacernos ver que su voluntad no siempre coincide con la nuestra.

En los momentos dificiles o de prueba, es importante que los cristianos mantengamos un diálogo constante con Dios Padre, una cercanía estrecha con Dios Hijo y una docilidad con Dios Espíritu Santo, para distinguir los signos de los tiempos y ver los problemas como nuevas oportunidades divinas.

Es entonces cuando Jesús nos dice: "Seguidme". Él va a la cabeza, Él es el Maestro y nosotros, sus seguidores: “No es el siervo más que su amo” (Juan 15,20). Por eso nos invita a ser dóciles al Parácito, a mirar todo con sus ojos,  a realizar su misión con una perspectiva más amplia, para darnos cuenta que su Gracia nos basta

Cristo no quiere que "hagamos la guerra por nuestra cuenta", como si fueramos "francotiradores". No se puede construir vida de Iglesia alrededor de un método o de un retiro, se construye alrededor de la Palabra, es decir, Jesucristo, presente en la Iglesia.
Por tanto, a lo que nos llama es a hacer comunidad, a "hacer Iglesia", a vivir lo que hemos visto y oído con nuestros hermanos, como hicieron los dos de Emaús, al volver a Jerusalén para contárselo a los apóstoles. 

En la comunidad es donde podremos establecer una relación más íntima con el Dueño de la viña y con el resto de los "sarmientos", dejándonos cuidar, y si hace falta, dejándonos "podar". 

En la Iglesia es donde podremos animarnos unos a otros, mantener la llama de la fe encendida, seguir creciendo y madurando, aunque no haya retiros, para que, cuando Dios quiera, demos fruto. 

En la comunidad es donde podremos discernir la voluntad de Dios, sin dudas ni malentendidos, lo que nos permitirá dar respuesta a nuestras ansiedades y desesperaciones. 

En la Iglesia es donde podremos formarnos como discípulos y así, convertirnos en apóstoles, para a evangelizar, de momento, en nuestros ámbitos más cercanos (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc). 
En ocasiones, el viajero debe hacer un alto para tomar aliento, 
entrar en la "posada" para "beber y alimentarse",
"mirar el mapa" para tener una apropiada "visión del viaje"
y sólo así, volver a ponerse en camino,
con una mayor motivación, con una clara idea y con un renovado ánimo. 
Sólo así, los cristianos podremos ser luz y sal para el mundo, inspirando con nuestro ejemplo de vida, iluminando con nuestra fe coherente y con nuestro amor auténtico. 

Es momento para aprender, para formarnos, para preparnos. Y para eso debemos ejercitar lo que hemos aprendido: Escuchar...a Dios y a los demásLa escucha activa genera relación, confianza, amor...cuando confiamos, amamos. Y cuando amamos, nos motivamos. Y cuando estamos motivados rendimos más y mejor. Descubrir los talentos que Dios nos ha regalado a cada uno de forma individual y colectiva nos permitirá rendir más y mejor, es decir, amarle y darle mayor gloria

Ese es nuestro reto, esa es nuestra motivación: glorificar a Dios con nuestras vidas y así, santificarlas. Sólo así alcanzaremos nuestra máxima aspiración, nuestra más alta expectativa: el cielo.

La "empresa" de Dios requiere la mejor versión de sus trabajadores para cosechar éxitos en la edificación del Reino de los Cielos. 

Y nuestra mejor versión es la que Dios ha pensado, no la que nosotros creemos.

JHR

lunes, 21 de septiembre de 2020

EL ESPIRITU DEL MAL: DIVIDE Y VENCERÁS

"Un reino dividido internamente 
no puede subsistir y va a la ruina; 
una familia dividida no puede subsistir, 
toda ciudad o casa dividida internamente 
no se mantiene en pie" 
(Marcos 3,24-25; Mateo 12,25)

El Enemigo de Dios y del Hombre, obsesionado por ganar una guerra que tiene perdida, utiliza constantemente una de las estrategias tentadoras que más fruto destructivo le ha dado a lo largo de la historia del hombre: "Divide y vencerás".

Dios crea y el Diablo destruye; Dios une y el Diablo separa; Dios crea vínculos y el Diablo los deshace; Dios repara y el Diablo quebranta; Dios perdona y el Diablo condena.

De la misma forma que en el mundo antiguo, el Imperio Romano subyugaba y arrodillaba a los pueblos libres con la conocida frase "Divide et Impera" (atribuida a Julio César), el Imperio del Mal, que domina el mundo actual, ejerce su perverso poder enfrentando a colectivos, rompiendo la familia, fracturando la sociedad y también, dividiendo la Iglesia de Cristo.

Satanás tiene como único propósito separarnos del amor de Dios y lo hace atacando su creación: dividiendo y enfrentando a hombres contra mujeres, blancos contra negros, ricos contra pobres, padres contra hijos, jóvenes contra ancianos, empresarios contra trabajadores, liberales contra conservadores, tibios contra creyentes.
Vivimos una continua lucha de clases, de géneros, de ideologías, de creencias...que el Diablo impone en la mente del hombre con el mismo pretexto que utilizó con nuestros primeros padres: la libertad individual. Con ella, pretende alejarnos de Dios suscitando en nuestro corazón una venenosa mentira: "Seréis como Dios"

Y así, lo hace también, utiliza su espíritu impío para luchar contra el Espíritu Santo que actúa en el seno de la Iglesia de Cristo. Infiltrándose en Ella, su espíritu maligno crea división, enfrentamiento y desunión; genera calumnia, difamación y crítica; acusa, propone falsas ideas y genera conflictos; suscita actitudes mundanas, chismes y habladurías.

Pero Cristo que, como verdadero Dios, no quiso utilizar su poder para beneficio propio, y que como verdadero hombre, quiso sufrir y vencer la tentación (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13), nos ofrece "soluciones humanas" para combatirla: 
-Confianza. El Diablo, para dividirnos, siempre empieza sembrando la duda en la divinidad pero Jesús, con su ejemplo, nos invita a confiar incondicionalmente de Dios y de su Palabra: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4,4).

-Humildad. El Diablo, para quebrantarnos, recurre a la soberbia y a la vanidad pero Jesús nos enseña que nuestra misión como cristianos es la humildad, la mansedumbre, el amor. Él repetirá: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 16,24 y 29).

-DesapegoEl Diablo, para fragmentarnos, recurre a la codicia y la avaricia de las riquezas pero Cristo nos muestra el camino de la integridad, el desapego y la insobornabilidad: "Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás" (Mateo 4,10; Lucas 4,8; Deuteronomio 6,13) y "Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mateo16,24).

-Firmeza. Los cristianos, como hijos de Dios, nos sabemos débiles y vulnerables ante Su omnipotencia pero estamos llamados, como enemigos de Satanás, a ser fuertes, a mantenernos firmes en la fe y a combatir el mal con todos los medios que el Señor pone a nuestro alcance: "Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa" (Marcos 3, 27). 

-Unidad. Los cristianos estamos llamados a dejar de mirar lo que nos separa para ver lo que nos une, a dejar de observar con recelo, resentimiento y odio la diversidad de los demás, a ser un sólo cuerpo y un sólo Espíritu: "Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu" (Efesios 4,2-4).

-Perseverancia, a ser constantes en la fe, como don gratuito de Dios, a tener paciencia en medio de las pruebas y las tentaciones, a reavivar nuestra esperanza en sus promesas, a ejercitar el amor: "El que persevere hasta el final se salvará" (Mateo 24,13).