“María es el camino más seguro,
el más corto
y el más perfecto
para ir a Jesús”
(San Luis María Grignon de Monfort)
Cuando leo en el libro del Génesis: "Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón" (Génesis 6, 5-6), me parece estar leyendo el períodico de hoy.
Desgraciadamente, desde el inicio de la creación, existe una lista interminable de ejemplos, desde Caín a la torre de Babel, pasando por las plagas de Egipto, los días de Noé, Sodoma y Gomorra, hasta nuestros días, que muestran la maldad del hombre, la violencia y la corrupción en el mundo.
Si bien Dios ha creado todo cuanto ha querido por bondad y por amor, desde el principio de la historia, se "humaniza" y "se encarna", cuando el Espíritu Santo dice en el Génesis que "se arrepintió y le pesó de corazón" haber creado al hombre. Son sentimientos humanos que Dios asume para que entendamos como sufre un Padre viendo a sus hijos "perderse".
Dios siempre se "abaja", se "vuelve hombre" para que, por su infinita compasión y misericordia, comprendamos que somos capaces de destruirlo todo por maldad y por odio, por todo lo que llevamos en el corazón a causa del pecado, consecuencia de una libertad que nos regala, pero que usamos mal: "Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro" (Marcos 7, 20-23).
La capacidad de destrucción del hombre (en términos matemáticos) es exponencial e inversamente proporcional a la capacidad creativa de Dios y, también a su paciencia: "La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de violencia. Dios dijo a Noé: Por lo que a mí respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por su culpa la tierra está llena de violencia; así que he pensado exterminarlos junto con la tierra." (Génesis 6, 7-13).
Los hombres somos auténticas "armas de destrucción masiva "porque todos los pensamientos de nuestro corazón tienden siempre y únicamente al mal". Como en los tiempos de Noé (Génesis 6,5-18; 7,11-12) o en los de Sodoma y Gomorra (Génesis 18, 1-29), hoy, la perversidad del mundo sube hasta el cielo" y "el clamor contra ellos ante el Señor es enorme".
¡Menos mal que "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia"! (Salmo 103,8) y por ello, Dios nos llama a entrar en el arca, a ponernos a salvo en el monte, es decir, en la Casa de Dios, en la Iglesia, prefigurada por María, porque "nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumen las siete plagas de los siete ángeles" (Apocalipsis 15,8) .
El Arca de la Alianza, el Santuario de Dios es María, la Santísima Virgen, quien no ha parado de aparecerse a la humanidad en los últimos siglos, para avisarnos de lo que está por venir y para pedirnos con urgencia rectificar, arrepentirnos, convertirnos; para suplicarnos orar, hacer penitencia y vivir los sacramentos; para anunciarnos la posibilidad de un castigo, precedido de un aviso y de un milagro; para que enmendemos y purifiquemos nuestros corazones. La Santísima Virgen María nos llama a purificar nuestros corazones, nos urge a consagrarnos a su Inmaculado Corazón, nos invita a configurarnos a Cristo en Ella, porque el hombre muere de cáncer, una enfermedad mortal: el pecado.
María es un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios que es la perfección cristiana. La Consagración a su Inmaculado Corazón es una llamada a entrar en el "Arca" ante la inminencia de un "diluvio" que no será de agua sino de fuego, un fuego purificador, la justicia de Dios.
María, con su ejemplo y con su palabra, nos recuerda en sus apariciones que tenemos esa capacidad de rectificar, y para ello, necesitamos, como Ella hacía, guardar y meditar todo en el corazón y así, huir de la maldad que todo lo corrompe y de la violencia que todo lo destruye.
El cielo clama y el mundo sigue sin escuchar, como en los días del diluvio, o como en los días de Sodoma y Gomorra, o como en la noche de la Pascua en Egipto, en la última plaga. Pero pronto "reventarán las fuentes del gran abismo, se abrirán las compuertas del cielo, se derramarán las siete copas de la ira del Señor", que contienen el incienso de las plegarias de los justos a las que Dios responderá sin dilación (Apocalipsis 16,1).
Todas las apariciones de la Virgen tienen siempre el mismo formato: Aviso/Milagro/Castigo. Y por ello, podemos interpretar que posiblemente, las cuatro primeras copas del Apocalipsis correspondan al Aviso; la 5ª y la 6ª al Milagro; y la 7ª al Castigo.
De ahí la urgencia de entrar en el "Arca", de ampararnos y protegernos bajo el manto de María, porque la Justicia del Señor viene sin concretar el día y la hora, pero nuestra Madre, que tanto vela, intercede y suplica por nosotros, que tanto nos ama y sufre por nosotros, como lo hizo en la Cruz, nos avisa de la inminencia de la Venida de Su Hijo.
Cuando, nosotros, también hijos de María y hermanos de Cristo, rezamos "líbranos del mal" (del Dragón, de la serpiente), unimos nuestra súplica a la voz de los justos, los que tienen el sello del Cordero y han permanecido en oración en el monte Sion, y pedimos que nuestra plegaria sea escuchada. Es entonces cuando la justicia de Dios es impartida y la purificación concluye, con la séptima copa.
Nuestra Arca es María y nuestro Sello, la consagración a su Inmaculado corazón. No perdamos ni un instante en entrar en Ella y ser marcados con la Alianza que Dios hace con todos nosotros, a través de su Madre, la Virgen, para llegar a Él.
Dios nos proporciona un Refugio, nos ha construido un Arca y nos dice: "Entrarás en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres".
María nos anuncia la Alianza de Dios, la Promesa que nos dejó en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.