¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 3 de septiembre de 2022

LA IDOLATRÍA DEL CUERPO

"Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, 
sólo a él darás culto"
 (Mt 4, 10)

Cada domingo, de camino a misa, no deja de sorprenderme ver a tanta gente haciendo deporte, ya sea yendo al gimnasio, corriendo, montando en bicicleta o jugando al paddle. ¡Qué lejos han quedado esos domingos en los que la gente se vestía con sus mejores galas para ir a misa o para salir a pasear con la familia! ¡Hemos cambiado la chaqueta por el short!

Aunque el culto al cuerpo ha existido en todas las culturas y épocas, el hedonismo narcisista se ha convertido en la nueva religión contemporánea, olvidando que somos una unidad de cuerpo y alma (Gadium et spes 3), para dedicar tiempo, recursos y esfuerzos a cuidar el primero, y a desatender completamente el segundo. 

El ser humano busca la perfección física y se olvida de la pureza espiritual. Elige rendirse culto a sí mismo y se lo niega a Dios. Ha reemplazado la Iglesia por el gimnasio, la fe por la estética, los sacramentos por las dietas y el día del Señor por el día del deporte.

Ha cambiado lo trascendental por lo trivial, lo divino por lo mundano, lo espiritual por lo material, como si, en la práctica, Dios no existiera. Ha dejado de creer en Él y de adorarlo, para exaltarse a sí mismo. 
La divinización del cuerpo se ha convertido en objeto sagrado de deseo humano, al que se colma de todo tipo de atenciones, cuidados y caprichos. Se trata de una clara expresión del materialismo imperante: un cuerpo constituido a voluntad o "comprado" a la cultura imperante.

En el fondo, esta búsqueda de la eterna juventud, perdida tras la caída de Adán, debería hacernos meditar sobre el verdadero sentido de nuestra vida: ¡el hombre ha sido creado para la eternidad! 

Sin embargo, el pánico escénico por la vejez y la muerte, nos hace buscar, paradójicamente, una efímera e insuficiente "eternidad" de 90/100 años. Algo absurdo, como nos recuerda el Señor: ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? (Mt 6,27).

El culto al cuerpo es una forma de idolatría tan antigua como el propio ser humano, que le hace colocarse "más allá del bien y del mal", que le motiva a "querer ser como Dios". Una liturgia física donde el templo es el gimnasio, el dios es el cuerpo y el altar la propia imagen. Una veneración corporal instigada por la ideología del mundo que anima a preocuparse por una vida física, individual y autosuficiente que pone la mirada en el terreno material, en el "yo", que nunca tiene suficiente y que nunca le conduce a la verdadera plenitud.

Vivimos en la era de la apariencia, de la fachada y del postureo. Una época donde la devoción por el cuerpo se ha convertido en una obsesión generalizada, en una adicción por mostrar "nuestro gran yo" y que "produce" a la misma vez, "talibanes del músculo" y "anémicos espirituales", más preocupados por el embalaje que por el regalo, más preocupados por la carcasa que por el motor. 
Esta lucha "telomérica" contra el envejecimiento y la muerte no debería olvidar que el cuerpo no es el contenido de la persona sino su continente. Una forma finita y temporal que empieza a degradarse nada más nacer, cuando comienza la destrucción celular. Pensar que el cuerpo nos define como personas es como pensar que la cáscara es la parte más delicada del huevo. 

Como dijo Benedicto XVI, existe una gran diferencia entre rendir culto al cuerpo o cuidarlo, entre idolatrarlo o su respetarlo:  "El equilibrio entre la dimensión física y la espiritual lleva a no idolatrar al cuerpo, sino a respetarlo y no hacer de él un instrumento que hay que potenciar a cualquier coste, utilizando incluso medios no lícitos".

Además, la Iglesia nos enseña que es importante cuidar el cuerpo pero no ensalzarlo: "la exigencia del respeto a la vida y a la salud del cuerpo, bienes preciosos de Dios, pero no hace de ella un valor absoluto. Se opone a una concepción neopagana que tiende a promover el culto del cuerpo, a sacrificar todo a él, a idolatrar la perfección física y el éxito deportivo. Semejante concepción, por la selección que opera entre los fuertes y los débiles, puede conducir a la perversión de las relaciones humanas". (CIC, 2288-2289).

¡Busquemos formar un alma limpia y pura, un cuerpo glorioso, espectacular y reluciente, con una piel eterna tersa y suave, para estar a “la última” junto a Dios!

miércoles, 31 de agosto de 2022

¿QUÉ OCURRE EN MISA?

Matrimonios.
"Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos"
(Mt 28,20)

A menudo nos quejamos de que nuestras iglesias se vacían de personas, de que cada vez "va" menos gente a misa, de que las parroquias se vacían, pero nunca nos preguntamos el por qué o qué hacer para revertir la situación, más bien la criticamos o miramos hacia otro lado. 

Y yo creo que es porque nunca nos hemos planteado o comprendido lo que realmente ocurre en misa...y por eso, "dimitimos", tanto si dejamos de ir como si "vamos"...

San Juan Pablo II nos explica paso a paso qué ocurre en misa:

Agradecer
"En cada Santa Misa recordamos y revivimos 
el primer sentimiento expresado por Jesús 
en el momento de partir el pan, el de dar gracias" 
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 2)

Jesús nos enseña lo principal de la misa: dar gracias a Dios. No porque Él lo necesite sino porque nosotros le necesitamos a Él. Ser agradecidos implica confesarnos débiles y frágiles, reconocer nuestra dependencia de un Dios Padre Todopoderoso. Supone sabernos infinitamente amados por un Dios Padre que nos mira con ojos comprensivos y corazón misericordioso.

Sin embargo, con frecuencia, cuando "vamos" a misa, estamos más preparados para criticar que para agradecer, más dispuestos a mostrar rencor que a amar, más pendientes de "ir" que de "vivir" la Eucaristía. Estamos más atentos a "lo físico" que a lo "místico".

¡Cuántas veces voy a misa con un corazón resentido en lugar de agradecido! ¡Cuántas veces voy deprisa y corriendo, en el último minuto! ¡Cuántas veces voy sin estar preparado para comprender lo que allí ocurre!  ¡Cuántas veces voy para que ser visto y no para agradecer!

Actualizar

"La Eucaristía es el 'memorial', pero lo es de un modo único:
no sólo es un recuerdo, sino que actualiza sacramentalmente
la muerte y resurrección del Señor.
Jesús ha dicho: 'Haced esto en memoria mía'.
La Eucaristía no recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él!"
(Carta del papa a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, n. 5)

La Eucaristía es recordar, rememorar...nuestra fe en Cristo resucitado, pero no sólo eso: es compartir y renovar nuestra esperanza, actualizar a Cristo diariamente en nuestra vida. ¡No está muerto! ¡Ha resucitado! ¡Es real!... y nos llama a "vivir eucarísticamente", en comunión con Él y con toda su cuerpo místico.

¡Cuántas veces dudo y asisto sólo por tradición! ¡Cuántas veces "voy" por costumbre! ¡Cuántas veces pierdo mi memoria y dejo volar mi imaginación!

Presenciar

"La representación sacramental en la Santa Misa 
del sacrificio de Cristo, 
implica una presencia 'real': 
Por la consagración del pan y del vino 
se realiza la conversión de toda la sustancia del pan 
en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, 
y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre [Concilio de Trento]. 
 Verdaderamente la Eucaristía es 'mysterium fidei'
misterio que supera nuestro pensamiento 
y puede ser acogido sólo en la fe" 
(Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, sobre la Eucaristía en su relación con la Iglesia, 2003, n. 15)

Además, digamos que, en realidad, solemos partir de un concepto erróneo, porque nuestras iglesias nunca están vacías, aunque no haya gente; nunca están desiertas, aunque sólo esté "físicamente" el sacerdote: Cristo se hace presente en cada Eucaristía, se "actualiza" en cada Liturgia. Es misterio de fe. Es Palabra del Señor (Mt 28,20).

Pero es que además... el cielo al completo se reúne en torno a Él para dar gloria a Dios: los santos, los mártires, los ángeles, la Virgen María, los apóstoles, los profetas... Y me pregunto ¿no es motivo suficiente para acercarme a presenciar la Gran Liturgia que une cielo y tierra? ¿Cómo puedo pensar que estoy solo en misa? ¿Quién dice que no va nadie?

¡Cuántas veces pienso que no ocurre nada! ¡Cuantas veces dejo de presenciar, de ver y reconocer que Dios está siempre a mi lado!

Comprender

"Es significativo que los dos discípulos de Emaús,
oportunamente preparados por las palabras del Señor,
lo reconocieran mientras estaban a la mesa
en el gesto sencillo de la 'fracción del pan'.
Una vez que las mentes están iluminadas
y los corazones enfervorizados, los signos 'hablan'.
A través de los signos,
el misterio se abre de alguna manera
a los ojos del creyente"
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

De la misma manera que Jesús resucitado se acerca a los discípulos de Emaús, cuando estos se volvían a su aldea tristes y decepcionados por su muerte, les explica Escrituras y arde su corazón, parte el pan y sus ojos se abren, ven y comprenden, nosotros tenemos que escuchar, ver y comprender a través de estos signos, que Cristo resucitado está realmente en la Eucaristía, que camina y se hace presente a nuestro lado.

Necesitamos tener una actitud agradecida y abierta a la gracia para dejarnos acompañar por el Señor. Necesitamos ponernos las "gafas de la fe", es decir, meditar y discernir los "signos que hablan", de la mano de María. Necesitamos abrir nuestra mente a la luz para que nuestro corazón arda de pasión. 

¡Cuántas veces no escucho ni veo ni comprendo! ¡Cuántas veces mi corazón es "piedra" en lugar de "fuego"! ¡Cuántas veces soy "duro de cerviz"!

Celebrar

"El aspecto más evidente de la Eucaristía es el de banquete
La Eucaristía nació la noche del Jueves Santo 
en el contexto de la cena pascual. 
Por tanto, conlleva en su estructura el sentido del convite: 
'Tomad, comed... Bebed de ella todos...". 
Este aspecto expresa muy bien la relación de comunión 
que Dios quiere establecer con nosotros" 
(Carta Apostólica Mane nobisbum Domine para el Año de la Eucaristía, octubre 2004/2005, n. 15)

El Banquete es el tiempo, el lugar donde toda la comunidad se reúne.  Tiempo festivo y alegre donde reímos y compartimos nuestra vida y nuestra fe. La Cena Pascual es, en definitiva, el paso de la oscuridad a la luz, de la esclavitud a la libertad, del odio al amor.

¡Cuántas veces me convierto en un cristiano triste, apocado y con "cara de acelga"! ¡Cuántas veces parece que voy a un entierro en lugar de a un banquete! ¡Cuántas veces me niego a compartir mi vida y mi fe, mis alegrías y mis penas con mis hermanos! 
 

Comprometerse

Pero además, el Señor nos llama a todos a participar con Él. No dice: "Tú sí y tú no", sino "Todos", colectivamente, en comunión. Tampoco nos pregunta, sino que dice: "Tomad, comed y bebed" (Mt 26,26-27). Nos invita a participar, a comprometernos con Él. No podemos ignorar la llamada de Dios, no podemos excusarnos ante su invitación, no podemos "dimitir".

¡Cuántas veces me dejo llevar por la "dimisión" para no aceptar la "misión"! ¡Cuántas veces me refugio en mi comodidad en lugar de salir corriendo a anunciar que Jesucristo está vivo! ¡Cuántas veces temo participar y evito comprometerme! ¡Cuántas veces pienso: "conmigo no cuentes"! 

La Misa es mucho más que un evento al que asistimos los cristianos. Es mucho más que un acto social al que vamos o al que acudimos por costumbre o tradición. La Misa es un motivo de agradecimiento y recuerdo, de actualización y compromiso, de reconocimiento y apasionamiento, de celebración y comunión.

Cristo está presente en y con cada uno de nosotros, de muchas maneras: en cada sacramento eucarístico, en cada oración personal o comunitaria, en cada sonrisa o saludo, en cada palabra de nuestros hermanos. 

¡No podemos obviar lo que ocurre en misa! ¡No podemos pensar ni por un segundo que Cristo no es real o que es invisible! ¡No podemos dejar de reconocer, agradecer y celebrar su presencia en nuestras vidas! 

Eso es lo que ocurre en misa...¿te lo vas a perder?



JHR

sábado, 27 de agosto de 2022

¿DÓNDE ESTÁ NUESTRA FE?

"¿Quién nos separará del amor de Cristo?, 
¿la tribulación?, ¿la angustia?, 
¿la persecución?, ¿el hambre?, 
¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?"
(Ro 8,35)

Seguimos caminando como pueblo de Dios por el desierto. No han sido cuarenta años sino dos, desde que el Covid 19 hizo su presencia en la tierra, pero nos ha parecido una eternidad. 

Han sido tiempos difíciles en los que la pandemia nos ha traído desgracia y muerte, sensación de caos y miedo que nos han llevado a realizar importantes transformaciones coyunturales y estructurales a nivel global: cambios de hábitos y planes, de mentalidades y comportamientos, de leyes y procedimientos...También en la Iglesia. 

Algunos cristianos han achacado la pandemia a un castigo divino por nuestros pecados. Otros, sencillamente, no le encuentran explicación y se han colapsado en lo que podría llamarse una pandemia "eclesial".   

Esta epidemia "eclesial" a nivel mundial ha generado en el corazón humano un miedo extremo a la muerte, ha debilitado la esperanza y la fe de muchos cristianos, incluso obispos y sacerdotes que han confiado más en científicos y políticos y han cerrado parroquias y establecido medidas desproporcionadas que no eran obligatorias. Esto ha provocado una parálisis espiritual que nos ha alejado (voluntaria o involuntariamente) a todos de la presencia de Dios, imposibilitándonos la participación en los sacramentos. Muchos de los que se han ido...no han vuelto.
Es necesario recordar que a lo largo de toda la historia de la Iglesia ha habido multitud de epidemias y pandemias, de pestes y plagas, de persecuciones y martirios sangrientos...y nunca se cerraron parroquias ni se suspendieron misas. Incluso, el Señor, que se rodeaba de enfermos contagiosos como los leprosos, nunca tuvo reparo en seguir cumpliendo su misión...¿la razón? porque tenía plena confianza en Dios y en su Providencia.

Pero hoy no queremos señalar culpables ni responsables sino meditar sobre los cambios y transformaciones que se han producido tanto en el seno eclesial y litúrgico, como en la mente y el comportamiento de muchos feligreses, sobre todo, de los más mayores.

El Enemigo ha utilizado siempre el miedo y la desconfianza para separar al hombre de Dios. Con la pandemia, ha penetrado sin ningún obstáculo en nuestros templos a causa de la desaparición del agua bendita (y se ha frotado las manos con gel hidro alcohólico) y de la suspensión de la Eucaristía y del resto de los sacramentos (y ha campado a sus anchas por los espacios, otrora sagrados y entonces, vacíos).  

Cuando no se han suspendidomisas y adoraciones se ha cambiado la Eucaristía presencial por la televisada, el signo de la paz por las miradas de desconfianza, la sonrisa alegre de nuestra cara por la mascarilla que la oculta, la comunión sacramental en la boca por la recepción manual, a través de pantallas de metacrilato, o incluso se nos ha negado. 
El temor y la falta de fe nos ha llevado a sustituir la confesión por el aislamiento, la oración comunitaria por el rezo a través de WhatsApp, los retiros por los confinamientos, la señal de la cruz por el termómetro en la frente, la gracia por la vacuna, la confianza por la sospecha, la fe por la distancia "de seguridad". 

Se han perdido costumbres y tradiciones de la Iglesia y en algunas parroquias, el sacerdote ya no se lava las manos con agua como símbolo de purificación, sino que lo hace con gel, aunque el misal romano especifica claramente la obligación de “lavarse las manos".
Es imperiosa la necesidad de pedirle a Dios que aumente nuestra fe y nuestra confianza en Él. Baste recordar las palabras que Jesús nos repite continuamente, porque conoce nuestra debilidad y fragilidad humana: 

-"No temáis" (365 veces a lo largo de la Escritura)

-"No estéis agobiados por vuestra vida...¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?" (Mt 6,25 y 27)

-"¿No hará Dios justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?" (Lc 7-8)

También San Pablo, que escribió a la Iglesia de Roma durante tiempos muy difíciles de persecución y epidemia, nos consuela y nos anima: 

-"El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Ro 8,26-28).

-"Pues si vivís según la carne, moriréis; pero si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis...somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él." (Ro 8,13-14. 16-17)

La pandemia nos ha colocado como nunca ante la necesidad imperiosa de discernir los signos de los tiempos y de comprender que estamos todos juntos, ante el bien y el mal, en la salud y en la enfermedad; en una misma barca, con un mismo espíritu y una misma fe: la de la Iglesia, en la que no debemos temer nada porque en ella también está Cristo, Dios-con-nosotros. Y "Si Dios está con nosotros, ¿Quién estará contra nosotros? "(Ro 8,31).

Aquí dejo mis preguntas para la reflexión:

¿Cómo va a ser el Señor medio de transmisión del mal para tener que recibirlo con gel y en la mano?

¿Cómo voy a estar más protegido del mal, con el gel o con el agua bendita? 

¿Cómo voy a estar más seguro, con la distancia de seguridad o con la gracia?

¿Cómo voy a tener más paz, con una mirada sospechosa o con un abrazo?

¿Cómo voy a encontrar mejor a Jesús, con la televisión o con la comunión?

¿Cómo voy a protegerme del pecado, con el confinamiento o con la confesión?

¿Cómo voy a pedir a Dios que aumente mi fe, con el silencio o con la oración?

Y cuando venga el Hijo del Hombre... ¿encontrará fe en la tierra?



JHR



viernes, 19 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (20): UNO SOLO ES VUESTRO PADRE, EL DEL CIELO

"Uno solo es vuestro Padre, el del cielo"
(Mt 23,9)

Terminamos hoy las meditaciones en chanclas por esta temporada con una visión de la gloria de Dios mostrada al profeta Ezequiel en la primera lectura, afirmada en el Salmo. y explicada en el Evangelio.

Nos ponemos en situación: Ezequiel y el pueblo de Israel se encuentran en la cautividad del destierro en Babilonia, tras la destrucción del templo de Jerusalén, símbolo de la presencia y gloria de Dios. El Señor le muestra al profeta una visión de un nuevo templo, símbolo de la nueva relación con Dios.

Tras la gran desgracia por haber perdido tierra, templo, identidad e incluso el idioma, el pueblo de Dios se plantea toda esa desolación como un acto de contrición, una oportunidad de volver su rostro al Señor. Su dura cerviz y su corazón de piedra se han convertido en una actitud dócil y un corazón de carne dispuestos a recibir la gloria de Dios. 

Sin embargo, su pensamiento estaba en la recuperación de su identidad como pueblo elegido y en la reconstrucción del templo majestuoso de Salomón. No entendían que la visión mostraba la futura venida del Mesías, la encarnación del Cristo prometido.

La gloria de Dios, como dice el salmo, "traerá la paz a su pueblo y la salvación habitará en nuestra tierra". Salvación y gloria, misericordia y fidelidad, justicia y paz se unirán en la persona de Jesús. 

En el evangelio, Jesús nos muestra, poniendo a los fariseos como ejemplo de hipocresía, es decir, como modelo de lo que no hay que hacer: "haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen".

Jesús reprende la actitud hipócrita de los "jefes" del pueblo de Israel y nos advierte de no buscar nuestra gloria, de no anhelar los "primeros puestos" de poder y de no desear el reconocimiento de los demás, haciéndonos llamar "padre" o "maestro", porque sólo uno es nuestro Padre y sólo uno es nuestro Maestro. La gloria le corresponde sólo a Dios.  

Cristo envía una advertencia específica para quienes rigen su Iglesia y que continúa en el resto del capítulo 23 de Mateo con los "ay" (Los ocho lamentos de Jesús) sobre los falsos líderes religiosos que buscan su "vanagloria" (gloria inútil). 

Y se lamenta por ellos, a la vez que les reprende porque buscan su propia gloria, no sólo alejándose de Cristo sino alejando a otros de Él: "¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren" (Mt 23,13). 

La gloria de Dios pasa por el camino de la cruz, de la entrega y por la humillación de hacerse servidor de todos. Cristo es el primero, el enaltecido, el glorificado: "El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mt 23,11-12).

El Señor nos llama a seguir su ejemplo, a servir a los demás, a humillarnos para ser enaltecidos por Dios. Nos exhorta a no vivir de las apariencias, a ser cristianos auténticos, coherentes y fieles a nuestro Maestro glorioso.


GAD

MEDITANDO EN CHANCLAS (19): ¿CUÁL ES EL MANDAMIENTO PRINCIPAL DE LA LEY?

"¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?"
(Mt 22,36; Mc 12,28; Lc 10,26)

La visión de Ezequiel de la primera lectura es realmente dantesca. Rodeado de "muchísimos" huesos secos, el profeta tiene la valentía de dar "vueltas y vueltas en torno a ellos" por la obediencia y la escucha atenta a las palabras del Señor.  

Es una situación (ver Un valle repleto de huesos secos) nada agradable a la vez que sorprendente, en la que observa cómo se unen los "huesos", cómo se forman los "tendones", la "carne", los "nervios", la "piel"... ¡Hasta recobrar la vida!

La Palabra de Dios es creadora, el Espíritu Santo es dador de vida. Es el amor de Dios el que infunde vida en el polvo seco del osario terrestre. Dios nos rescata, nos libera y nos resucita por su misericordia, como reza el Salmo, y nos llama a la resurrección del amor.

Un mundo sin amor es lo que vio el profeta, un mundo seco, sin vida, sin esperanza. Un mundo que sólo Dios puede devolver a la vida: "Abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos". 

El Evangelio nos da las claves de nuestra resurrección. Jesús, ante la pregunta del millón que le hace un fariseo sobre el mandamiento principal de los 613 que contenía la Torá, repite la Shemá Israel ("Escucha Israel") escrita por Moisés en Deuteronomio 6,5: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y amarás a tu prójimo como a ti mismo".

El Señor, que cumplió hasta el extremo ambos mandamientos, une el más importante, "amar a Dios", con un segundo que está íntimamente relacionado, "amar al prójimo". 

Pero además, dice "como a ti mismo", es decir, amar a Dios, al prójimo y a uno mismo. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y sin quererse a uno mismo, y viceversa. 

"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente"

El término griego que se utiliza aquí para "Amor" es agapao (ἀγαπάω). No es un amor cualquiera, sino un amor de entrega y de servicio. Un amor sin reservas y sin esperar nada a cambio. Es el amor divino, muy diferente al amor humano.

"Corazón",  del griego kardía (καρδία) es el lugar donde brotan todas las intenciones y las emociones humanas, que se transforman en actos. Si el corazón es puro, los actos serán buenos. Si es impuro, serán malos.

"Alma", del griego psiqué (ψυχή) es la esencia de nuestro propio ser, nuestra personalidad, nuestro carácter y temperamento. Todo aquello que forma parte de lo que somos, nuestros sueños, anhelos y deseos, debemos entregarlos totalmente a Dios.

"Mente", del griego diánoia (διάνοια) es nuestra razón, nuestra inteligencia, nuestro entendimiento y nuestro conocimiento adquirido y revelado por la fe que busca comprender.

Marcos, en su evangelio, añade "Fuerza", del griego isjús (ἰσχύς) y que hace referencia a toda nuestra capacidad y esfuerzo para realizar una actividad, sin reservas, sin escatimar nada.

El amor fecunda y hace brotar la vida. Sin amor, el mundo se convierte en un valle de huesos secos y rotos, sin vida, sin esperanza, sin razón para existir. 

Dios nos ha creado por amor, para amar y ser amados. Nos ha hecho participes, a través de su Hijo (su Palabra) y de su Espíritu Santo (su Gracia), de su vida divina: el AMOR.

Ante la visión de un mundo muerto al amor, el Señor nos invita a amar y nos interpela: "Hijo de hombre: ¿podrán revivir estos huesos?"

¿Le responderé "Señor, Dios mío, tú lo sabes"?

¿Comprenderé que "Él es el Señor"?

¿Le daré gracias porque "Es eterna su misericordia"?



JHR

miércoles, 17 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (18): A TODOS LOS QUE ENCONTRÉIS, LLAMADLOS A LA BODA

"Muchos son los llamados, 
pero pocos los elegidos"
(Mt 22,14)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos hablan de santidad, o mejor dicho, nos llaman a todos a la santidad. En la profecía de Ezequiel y en el Salmo 50, Dios promete darnos un corazón nuevo, infundirnos un espíritu nuevo, derramar sobre nosotros un agua purificadora. En el Evangelio, nos invita a su boda y pone a nuestra disposición, de forma gratuita, el "vestido de boda".

Dice Jesús que "Muchos son los llamados pero pocos los elegidos". Pero ¿a qué nos llama? Nos llama a "Ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto" (cf. Mt 5,48). Nos llama a ser santos. Sin embargo, muchos creyentes piensan que alcanzar la santidad es imposible o que está reservada a unos pocos privilegiados. 

Pero no es así. El Señor pone a nuestra disposición todos los medios posibles para que la alcancemos: sale a los caminos, es decir, se encarna, y viene a buscar a los descarriados para reunirnos en torno a su mesa, es decir, a la Eucaristía. Nos invita y nos promete un corazón de carne, un espíritu nuevo, un agua purificadora, un vestido de boda. 

¡Dios pone todo de su parte para nuestra santidad! Y nosotros... ¡cuántas veces rechazamos su invitación! ¡Cuántas veces nos parece una boda irrelevante y rechazamos su llamada! ¡Cuántas veces decepcionamos y enfadamos al Anfitrión, dándole la espalda y siguiendo en "nuestras cosas"!

Cuando Cristo nos asegura que son pocos los elegidos se refiere, no tanto a la dificultad para entrar en el reino de los cielos, sino a nuestra negativa a entrar. 

Nos justificamos, nos excusamos o, en el caso de aceptar, lo hacemos sin el traje de boda, es decir, de forma inapropiada.

¡Cuántas veces acudimos a la Eucaristía sin estar en gracia, sin confesarnos o en situación irregular! ¡Qué daño le hacemos al novio!
La fiesta está preparada, el banquete está listo, y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo por "nuestros asuntos" y nuestra comodidad nos impiden acudir a su llamada, que implica un compromiso de nuestra parte.

El reino está abierto de par en par, el banquete se nos ofrece a todos. El traje para asistir es gratis, es pura gracia, por lo que no tenemos excusas para no utilizarlo. No podemos seguir ofuscándonos en nuestros esquemas humanos, ni seguir empeñándonos en hacer nuestra voluntad con nuestros corazones de piedra, con nuestra "dura cerviz".

No hay tiempo que perder. Tengo que aceptar la invitación que Dios me ofrece. De momento, hay muchos asientos libres pero no debería dejarlo para el último momento porque puede que cuando quiera entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

¿Soy consciente de la importancia del evento, de la grandeza del Anfitrión? ¿Conozco el protocolo? ¿Voy vestido para la ocasión, limpio de pecado, perfumado de gracia y revestido de Cristo?  ¿Tengo la actitud correcta (fe), espero que llegue el "día" (esperanza) y tengo preparado el traje adecuado (amor) para ser un "digno invitado"?

Es el momento de responder afirmativamente a la invitación, de prepararme, de acoger un corazón nuevo, un espíritu nuevo, un traje nuevo para que, llegado el día, el Señor me diga: "Llevas puesto el traje de boda. ¡Pasa!"



JHR


martes, 16 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (17): ¿VAS A TENER TÚ ENVIDIA PORQUE SOY BUENO?

"¿Es que no tengo libertad 
para hacer lo que quiera en mis asuntos? 
¿O vas a tener tú envidia 
porque yo soy bueno?”.
(Mt 20,15)

Todos somos llamados al Reino de los cielos porque Dios quiere que todos nos salvemos. Todos tenemos derecho a participar de su bondad y generosidad. No hay primeros ni últimos: esta es la lógica del amor misericordioso de Dios. ¡Nos quiere a todos porque nos ama a todos!

Trabajar desde el amanecer por el Reino de Dios no es una carga pesada ni motivo de envidia porque otros lleguen más tarde, sino un privilegio por el que estar agradecidos. A veces, queremos instrumentalizar a Dios y utilizarle para nuestros intereses. Le queremos para nosotros solos, en exclusiva, y no permitimos que otros accedan a su gracia.

Son los mismos resentimientos del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo que se siente desplazado por la llegada del hermano menor pero que recibe la misma misericordia del Padre, cuando le dice "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). 

Son los mismos recelos y envidias que tienen muchos que llevan toda la vida en la Iglesia cuando llegan a la parroquia los recién convertidos, como si éstos no tuvieran derecho a formar parte de ella pero con los que Dios se alegra y a quienes invita a su fiesta. 

Son los mismos celos y "pelusas" que tiene un niño mayor cuando nace un hermano pequeño al sentirse desplazado del amor de los padres. Sin embargo, un Padre o una Madre quiere a todos sus hijos por igual. Si pone especial atención por el pequeño es porque necesita más atención en ese momento, pero no significa que haya dejado de querer al mayor.
Dios es el dueño de la viña que da trabajo a todos. Quiere a todos en su casa. No mide los méritos de los obreros sino que atiende las necesidades de todos. Sin embargo, los hombres no dejamos a Dios ser Dios. Queremos acapararlo para nosotros, utilizarlo para nuestro provecho y que nos premie por nuestro esfuerzo.

Pero la justicia de Dios no funciona así..."Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" (Is 55,8)El amor de Dios está abierto a todos, no podemos monopolizarlo, no podemos medirlo ni pesarlo. No podemos señalar los pecados de otros y atribuirnos méritos según nuestros esquemas para hacer un Dios a nuestra medida, solo para nosotros.

Nuestro compromiso con Dios debe llevarse con alegría y gratitud, sin compararnos con los demás, sin estar pendientes de lo que otros hagan, sea mucho o poco, ni del tiempo que lleven...No podemos rivalizar con otros por el amor de Dios. Debemos alegrarnos por nosotros y por los demás.
Dios es tan grande que tiene de sobra para todos. Tiene un corazón tan misericordioso que no podemos encerrarlo en nuestros pequeños esquemas. Tiene una bondad tan infinita que todos cabemos en su reino. Tiene un amor tan inagotable que hay para todos.

Esta es la misericordia de Dios: la que debe inclinar mi corazón a agradecer en lugar de envidiar, a pensar en lo que tengo en lugar de lo que me falta, a alegrarme por la llegada de mi hermano, a pasar del resentimiento al agradecimiento, de la sospecha a la confianza, de la tacañería a la generosidad, del odio al amor.

La auténtica recompensa no es el pago final de la vida eterna. El regalo es el mismo Dios que se dona generosamente por amor a todos. El verdadero premio es estar en su presencia, en su amor, en comunión con Él para siempre.

Para la reflexión:

¿Cuestiono la justicia de Dios?
¿Quiero a Dios sólo para mí?
¿Trato de monopolizarlo y se lo niego a los demás?
¿Intento limitar el amor y la bondad de Dios?
¿Soy un cristiano agradecido o resentido?
¿Amo a Dios y al prójimo de verdad?



JHR

lunes, 15 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (16): ¿QUIÉN PUEDE SALVARSE?

"En verdad os digo que difícilmente 
entrará un rico en el reino de los cielos. 
Lo repito: 
más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de los cielos" 
(Mt 19,24)

La escena que contemplamos en el evangelio de hoy habla de salvación y comienza con un Jesús que insiste por dos veces a los discípulos en la dificultad de que un rico entre en el reino de los cielos, tras haberse cruzado con el joven rico, quien no fue capaz de darle el "sí" y seguirlo.

El joven rico preguntó qué era necesario hacer y qué le faltaba para obtener la vida eterna. Jesús, le dice que lo primero es el cumplimiento de la ley, después, el desprendimiento de las riquezas y por último, el seguimiento de Cristo.

El Señor nos pide primero que cumplamos la voluntad de Dios, pero que no nos quedemos ahí. El segundo paso, quizás el más difícil, que nos desprendamos de nuestras riquezas, que no son sólo las materiales, sino nuestros apegos, deseos o derechos: libertad, éxito, bienestar, comodidad, egoísmo...

Finalmente, una vez que cumplimos la voluntad de Dios y no la nuestra, Cristo nos pide que le imitemos y le sigamos en el camino hacia la vida eterna, que pasa imperiosamente por la negación de nosotros mismos para darnos a los demás. 

Por eso, Jesús recalca dos veces la dificultad de que una persona egoísta (rico) entre en el reino de los cielos, porque para entrar en él, lo primero que tenemos que hacer es priorizarlo, dejarlo todo, incluso a uno mismo. 

Si mis prioridades son otras, de nada me sirve "cumplir" las normas. Si mis apegos me esclavizan y me impiden seguir a Cristo, lo que me queda es vivir una vida triste, como la del joven: rico pero esclavizado.

El Señor me pide una fe de "máximos", no de "mínimos". Una fe de desprendimiento no sólo de "cumplimiento". Porque puede ocurrirme como al joven rico, que aunque sea "buena persona" porque no mate, no robe, no mienta...sí que me cueste poner a Dios en el primer lugar y desprenderme de "mí y de mis cosas". Por eso, Jesús dice que es imposible para mí, pero no para Dios: solo no puedo. 

Esa es la clave: mi salvación no depende de mis méritos sino de la gracia de Dios. Pero eso no significa que pueda "tumbarme a la bartola" y esperar que Dios lo haga todo. El cielo no funciona así...

Tengo que poner todo de mi parte, y a Dios en el primer lugar, es decir, desprenderme de "mi yo y de mis cosas" y acudir a Él con frecuencia, pedirle su gracia en la oración y en los sacramentos...y poder "pasar por el ojo de la aguja".



JHR