¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 20 de agosto de 2024

PEREGRINACIONES: EL CAMINO DEL ALMA

"En los días futuros estará firme 
el monte de la casa del Señor; 
en la cumbre de las montañas, 
más elevado que las colinas. 
Hacia él confluirán todas las naciones, 
caminarán pueblos numerosos y dirán:
Venid, subamos al monte del Señor" 
(Mi 4,1-2)

Desde la antigüedad, las peregrinaciones han estado muy presentes en las religiones abrahámicas como una forma de devoción popular y de cumplimiento de los deberes religiosos:
  • Para los judíos: la peregrinación anual a la ciudad Santa y al Templo de Jerusalén era obligatoria (para los hombres) para celebrar las fiestas de Pascua, Shavuot y Sukot (Ex 23,14; 34,23). Durante los trayectos, se recitaban los llamados "Salmos de la Ascensión" (Sal 120-134)
  • Para los musulmanes: la peregrinación a La Meca o "Hajj" ("dar vueltas") es obligatoria al menos una vez en la vida como símbolo de sumisión a Alá.
  • Para los cristianos: aunque la peregrinación nunca ha sido una obligatoriedad, desde los primeros siglos (IV-V d. C.), siempre ha estado asociada a visitar lugares sagrados (Tierra Santa, Roma), santuarios marianos y lugares de apariciones (Fátima, Lourdes, Medjugorje, Zaragoza, Covadonga, Guadalupe, Aparecida...), iglesias, monasterios o abadías donde existían reliquias o sepulturas de santos (Santiago de Compostela, Taizé).

Las peregrinaciones tienen una gran base bíblica: el viaje de Abraham (Gn 12-25), el Éxodo del pueblo de Israel a través del desierto (Ex 13-40), el viaje de los Magos a Belén para ver a Cristo (Mt 2,1-2), los viajes apostólicos de Jesús por Galilea, Samaria y Judea narrados en los evangelios, los viajes misioneros de San Pablo (Hch 13-28) y del resto de los apóstoles (España, India, Etiopía...). Incluso el camino del Calvario fue una peregrinación para abrir el cielo a la toda humanidad.

La primera peregrinación de la que hay constancia es la de una noble gallega (o berciana) del siglo IV d.C., llamada Egeria quien, en su obra manuscrita "Itinerarium ad Loca Sancta" o "Itinerarium Egeriae", narra sus recorridos por tierras bíblicas y lugares santos, durante mil días, entre el 381 y 384 d.C.

Atravesó el sur de Galia y el norte de Italia; cruzó en barco el mar Adriático hasta Constantinopla y de ahí partió a Jerusalén visitando Belén, Galilea, Hebrón, el monte Horeb. Viajó después a Samaria y al Monte Nebo, Jericó, Nazaret y Cafarnaúm. 

Salió de Jerusalén hacia Egipto en el 382, visitó Alejandría, Tebas, el mar Rojo y el Sinaí. Visitó después Antioquía, Edesa, Mesopotamia, el río Éufrates, Siria, Tarso, Bitinia y Constantinopla, desde donde regresó a Hispania.

Las peregrinaciones no son un "viaje turístico cultural" más, ni una simple "excursión religiosa” ni tampoco una "expedición mágica" donde conseguir indulgencias, sino el camino espiritual del alma que busca a Dios y que "evoca nuestro camino en la tierra hacia el cielo"(CIC 2691). 
Nuestra meta como cristianos es la plenitud de la vida en Dios, la comunión con Dios en nuestra patria definitiva, el cielo. Por eso, los creyentes peregrinamos  "buscando los bienes de allá arriba” (Col 3,1).

Peregrinar es realizar un itinerario de:
  • penitencia y conversión
  • expiación y de acción de gracias
  • purificación y renovación espiritual
  • profundización y crecimiento en la fe 
  • relación con Dios y con su gracia
  • humildad y desprendimiento
  • paz y ordenamiento vital
  • oración y escucha
  • piedad y recogimiento
  • comunión y fraternidad
Peregrinar es "salir de mí mismo" y recorrer, con un corazón humilde y quebrantado (Sal 51,17), las huellas de la santidad, los lugares donde la gracia de Dios se ha manifestado con especial esplendor y donde ha producido abundantes frutos de conversión.

Peregrinar es caminar por la geografía de la fe dejando atrás mis ataduras y miedos, mis seguridades y comodidades, mis dudas y desconfianzas...porque el Señor guía mis pasos. 

Peregrinar es convertirme en un viajero incansable pero con equipaje ligero, conocedor de que el camino es importante pero lo que vale realmente es la meta; sabedor de que dar el primer paso es siempre difícil pero dar el último será eternamente gozoso.

domingo, 18 de agosto de 2024

¿SIGO A UN DIOS QUE CONOZCO O A UN DIOS QUE IMAGINO?

"Estáis equivocados 
porque no entendéis las Escrituras 
ni el poder de Dios
(Mt 22,29; Mc 12,24)

Ser cristiano implica conocer y seguir a Cristo, y para ello, es necesario leer y entender la Biblia porque toda ella habla de Cristo y se cumple en Cristo (Hugo de San Víctor, De arca Noe 2,8: PL 176, 642C; cf. Ibíd., 2,9: PL 176, 642-643).

Sin embargo, muchas son las excusas para no leer la Biblia: no la entiendo, no tengo tiempo, no sé por dónde empezar, no me parece necesario leerla, tiene poco que ver conmigo...

La Biblia no es un libro del que los cristianos podamos prescindir... por muchas razones, pero la principal es que Jesús encargó a sus discípulos (a todos los que nos llamamos cristianos) una misión: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación" (Mc 16,15). 

El principal problema que nos encontramos es ¿Cómo proclamar el Evangelio si no lo conocemos? ¿Cómo mostrar a Cristo y hablar de Él si no lo conocemos? ¿A qué Dios sigo? ¿A un Dios que conozco o a un Dios que imagino? ¿Creo en un Dios real o en un Dios hecho a mi medida? 
Sobre la propia Escritura, dice san Juan: "Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jn 20,30-31).

No puedo entender quién es Dios si no conozco la Sagrada Escritura. No puedo tener "vida" si desconozco a Cristo. No puedo seguir a Cristo si selecciono o interpreto según mi criterio qué parte de su Palabra vale y qué parte no: "Ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia" (2 Pe 1,20).

Creer en Dios no es tener alguna noción del Jesús histórico o del Jesús cinematográfico. La fe en Dios no se basa en sentimientos ni en estados de ánimo, ni tampoco en lo que cada uno cree subjetivamente. Creer en Dios es conocerlo... establecer una relación íntima con Él, confiar en Él, dejarse amar por Él y enamorarse de Él. 

Pero ¿Quién puede enamorarse o amar a alguien con quien no tiene una relación íntima? ¿Quién puede confiar en alguien a quien no conoce? ¿Quién puede dejarse amar por un extraño?

El siguiente problema es cómo leer la Biblia. Algunos cristianos argumentan que el Antiguo Testamento muestra a un "Dios castigador", a un "Dios vengativo y colérico", completamente distinto del que aparece en el Nuevo Testamento. Insinúan que es una parte de la Biblia prescindible, como si no fuera también Palabra de Dios, o como si "sobrara". 

Esto es, simplemente, una gran osadía que parte de una gran ignorancia bíblica, puesto que el propio Jesús rebate este error (casi herético) cuando les habla a los discípulos de Emaús: "Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras" (Lc 24,27). 
La interpretación y comprensión de las Escrituras debe partir desde su:

Cristología. Toda la Biblia habla de Cristo, no sólo los evangelios, el Nuevo Testamento y también el Antiguo. Y no lo digo yo, lo dice el mismo Jesucristo.

Inerrancia. Toda la Biblia es precisa, confiable y no contiene error en todas sus declaraciones y en todos sus libros. Es Palabra de Dios.

Unidad. Toda la Biblia es unitaria y sólo puede entenderse a la luz de la unidad del plan de salvación de Dios y de su Revelación (CEC 128-140).

Contexto.  Toda la Biblia está escrita en contextos diferentes:
  • literario-lingüístico (género poético, histórico, profético, epistolar, etc.)
  • histórico-temporal (los orígenes, la historia de Israel, la encarnación, etc.) 
Niveles de significado. Toda la Biblia tiene diferentes niveles de significado (115-117):
  • literal: ver los hechos y solo los hechos. Es lo que el autor bíblico utiliza para significar algo literal (autor humano). Ej.: la separación de las aguas del Mar Rojo (Ex 14,1-31), el madero que Moisés echó a las aguas amargas de Mará (Ex 15,22-25) o el cordero que Abraham sacrificó en lugar de su hijo (Gn 22, 6-14). 
  • espiritualprofundizar, con la guía del Espíritu Santo y el Magisterio de la Iglesia, más allá de los hechos. Es lo que el autor bíblico quiere significar espiritualmente, más allá de su literalidad (autor divino). Ej.: Mar Rojo=bautismo; madero=Cruz; cordero=Cristo. A su vez, el nivel espiritual, según san Agustín (Suma Teológica, 1, q.1, a. 10, ad 1) se divide en:
    • alegórico: reconocer su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2). 
    • moral: considerar que fueron escritos "para nuestra instrucción" (1 Cor 10, 11; cf. Hb 3-4,11). 
    • anagógico: identificar el mensaje específico, más profundo y eterno de las realidades y acontecimientos que nos conducen (en griego: «anagoge») hacia el cielo. Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1- 22,5).
Agustín de Dacia, prior dominico de un convento en Escandinavia (s. XIII) escribió sobre los distintos sentidos de la Escriturala letra enseña los hechos, la alegoría lo que has de creer, el sentido moral lo que has de hacer, y la anagogía a dónde has de tender (Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256).

La Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia nos ayudan a conocer a Dios y su plan salvífico para todos y cada uno de nosotros. Salirse de ellos implica, abandonar la fe de Cristo para configurar una fe a la medida de nuestros deseos, gustos o preferencias...que no sigue a un Dios conocido sino a un Dios que imaginamos...

viernes, 16 de agosto de 2024

TRAS EL TELÓN, EL SACRISTÁN


El sacristán (laico o religioso, hombre o mujer) es una figura clave en la Iglesia que suele ser confundido con el monaguillo (acólito) y que suele pasar desapercibido, aunque no es invisible. 

Realiza un apostolado de compromiso y dedicación gratuitos, un servicio humilde a Dios y a los hermanos, y tiene diversas y variadas funciones, tanto organizativas como litúrgicas:

Es la persona que se encarga de la sacristía, de la custodia de los objetos sagrados y de las vestiduras, tanto del altar y como del sacerdote.

Asiste al sacerdote en la iglesia, en la preparación de las ceremonias (misas, adoraciones, bautizos, bodas, confirmaciones y funerales), en la decoración de la iglesia, en el mantenimiento del orden dentro de la misma, en el repique de las campanas, en la distribución de los feligreses en el templo y en la organización las colectas.​

Es el primero en llegar y el último en irse de la iglesia. Enciende las velas del altar, revisa los micrófonos y las flores ornamentales, prepara en la credenza el Misal y todo lo que se utilizará en la celebración de la misa (cáliz, patena, vinagrera, especies, corporales, purificadores, manutergios, óleos, inciensos, cruces, etc.). 

Coloca el Leccionario en el ambón y revisa las lecturas del día; pone en el atril la hoja de las peticiones; prepara las vestiduras del sacerdote según el color que corresponde; prepara y limpia los ornamentos litúrgicos; se encarga de preparar los cancioneros o las notas informativas; comprueba los depósitos de agua bendita.
Cuando llega el celebrante, lo ayuda a revestirse. Y durante la celebración, se mantiene atento, por si le toca acolitar, proclamar las lecturas, distribuir la comunión como ministro extraordinariohacer sonar la campana, sostener el libro o el turiferario, ayudar al sacerdote en algo o resolver algún imprevisto, como cambiar la pila al micrófono, traer algo que hace falta, ajustar el equipo de sonido o de iluminación, etc. 
Está tan compenetrado con su párroco, que basta que éste le haga un ligero gesto, una mirada, una pequeña inclinación de cabeza, y capta al instante lo que necesita y se apresura a traérselo como si le leyera el pensamiento. 

Y si en la iglesia hay varios sacerdotes, se adapta a lo que pide cada uno para tener siempre listo lo que puedan solicitarle.

El sacristán sabe dónde está todo, en qué mueble, en qué estante, junto a qué o debajo de qué; conoce cada rincón de la sacristía como la palma de su mano. 

Conoce lo que es un "hisopo" y un "acetre’, distingue entre una "píxide" y una "patena", entre un "corporal", un "purificador" y un "manutergio".
Además de asistir a los sacerdotes, recibe, acoge y acomoda a los feligreses, busca lectores que proclamen y personas que pasen la colecta, y suele contestar las preguntas y dudas de los recién llegados.

Cuando termina la Misa, los feligreses y el sacerdote salen del templo, pero el sacristán se queda, va y viene, atareado, llevando a la sacristía lo utilizado en la celebración. Lo guarda todo, y deja preparado lo que se utilizará al día siguiente. 

Extingue la llama de las velas. Recoge y guarda la colecta. Verifica que no quede nadie en la iglesia y que todo esté en su sitio.

Echa un último vistazo para asegurarse de dejar las cosas en orden. Cierra puertas y ventanas, y apaga las luces.

Y al día siguiente, vuelve a hacer lo mismo.

miércoles, 14 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (15): UN GRAN SIGNO

“Un gran signo apareció en el cielo: 
una mujer vestida del sol 
y la luna bajo sus pies 
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza
(Ap 12,1)

La escena de la primera lectura de Apocalipsis 11,19 es realmente sobrecogedora: el cielo se abre y aparece el santuario de Dios, que revela María, el Arca de la Alianzarecipiente de la presencia de Dios, desaparecida en la destrucción del Templo en el 587 a. C.

"Ambos fueron arrebatados al cielo junto a Dios y junto a su trono" (Ap 12,5-6):

Jesús, como también nos relata el apóstol san Pablo en la segunda lectura, es resucitado, y con Él, todos, a su debido tiempo y orden (1 Co 15, 20-27). 

Después, María es asunta al cielo, huye al desierto, lugar de la presencia de Dios, para ocupar un lugar preparado por Dios: en el trono como Reina de cielos y tierra. María, igual que la madre de Salomón, Betsabé, ocupa su lugar a la diestra del reyJesucristo (1 R 2,19). 

"Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo" (Ap 12,10). La Asunción de María es el preludio del comienzo de la consumación de la obra salvífica de Jesucristo y de su reinado.

El Salmo 44 recalca el favor del Rey hacia la Reina Madre: "Prendado está el rey de tu belleza. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir." En la Escritura, el oro de Ofir se equipara al "oro puro". Así pues, la Virgen es "oro puro" a ojos de Jesús y como tal, Nuestro Señor, no permitió que su Madre se corrompiera en la oscuridad del sepulcro.
En el orden de la gracia, nada es casualidad y así, por ejemplo, vemos los numerosos paralelismos del evangelio de Lucas 1, 39-56 con 2 Samuel 6, en los que María, "encinta" de Jesús, sigue los pasos del rey David cuando llevó el Arca de la Alianza a Jerusalén

-María "se levantó y se fue" a la región montañosa, igual que el rey David "se levantó y fue" a esa región. 

-María visita a su prima Isabel, quien, llena de Espíritu Santo, se asombra y se sobresalta, igual que el rey David ante del Arca de la Alianza. 

-El encuentro con María hace que Juan el Bautista, dentro del vientre materno de Isabel, salte de alegría y emoción, igual que el rey David saltó y bailó ante el Arca. 

-María se quedó en la "casa de Zacarías durante tres meses", igual que el Arca permaneció tres meses en la "casa de Obed-edom" .

La Asunción nos hace fijar la mirada en el cielo con esperanza. María, la Reina Madre reina con esplendor, como oro de Ofir, junto al Rey, Jesucristo, en el trono de la Jerusalén celeste.

¡Bendita Tú, entre todas las mujeres 
y bendito el fruto de tu vientre!
(Lc 1,42)

JHR

martes, 13 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): SANTOS ¡YA!

 
"Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mt 5,48)

La llamada a la santidad es universal. Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4) y "no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 Pe 3, 9).  

Sin embargo, cada uno de nosotros tenemos la voluntad y la libertad, dados por Dios, para elegir entre dos caminos divergentes: santidad o pecado, dicha o pena, salvación o condenación.

Es verdad que si dejamos la santidad a la que el Señor nos llama para más adelante, quizás nunca la alcancemos. Necesitamos tener claro cuál es el camino al cielo y que necesitamos hacer para llegar a Él. Y necesitamos hacerlo ya.

La Iglesia nos enseña que todos requerimos pasar por un proceso de purificación, porque en el cielo "no entrará nada profano" (Ap. 21, 27), que podemos realizar en la tierra o en otro estado intermedio entre la tierra y el cielo

Jesús también se refirió este estado intermedio  cuando habló de un perdón posterior a la muerte (cf. Mt 12, 32) y cuando comparó el pecado a una deuda que tenemos que saldar (cf. Lc 12, 58-59). Es lo que conocemos como el purgatorio. 

Pero, para evitar el purgatorio, tenemos que empezar con nuestra purificación ya, ahora mismo, y para ello, primero, hemos de saber qué significa ser santo.

Ser santo no significa ser un superhéroe de la fe ni tampoco realizar actos imposibles. La santidad está al alcance de todos porque si no, Dios no nos la pediría. El Señor no nos pide imposibles. La santidad supone hacer extraordinario lo ordinario teniendo a Jesús en nuestro corazón.

Sin embargo, en nuestro corazón conviven tres "yoes" a modo de interrogantes:

¿Quién quiero ser? Mis expectativas, mis anhelos, mis deseos.

¿Quién dice la gente que soy? Mi imagen pública, el modo en que me ven y mi trato con los demás.

¿Quién soy realmente? Mis virtudes, mis defectos, mis heridas y debilidades.

Tres preguntas que, por sí solas, no me llevan a la plenitud, a la felicidad, a la bienaventuranza, a la santidad. Necesito hacer sitio en mi corazón a Jesús. 

Cuando le abro la puerta de mi vida al Señor, Él me habla de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-11), el auténtico manual para ser santo y que suscitan la pregunta: ¿Quién soy para Dios?
Las Bienaventuranzas son la idea de hombre que Dios tiene pensada para mi desde el principio de la creación; son el mismo retrato de Cristo.

Son las obras que realiza Dios en mi para hacerme semejante a su Hijo, que dibujan el rostro de Jesús, describen su confianza plena en el Padre, su amor y misericordia hacia todos; son el único camino al cielo; son la vocación a la que Dios me llama. 

Bienaventurado, dichoso, santo, perfecto es el:
  • pobre en el espíritu: ¿Reconozco mi pobreza, mi debilidad y mi necesidad ante Dios? ¿Me humillo y mendigo a Dios su gracia? ¿Soy consciente de que sin Dios nada tengo y nada puedo?
  • manso y humilde de corazón: ¿Me asemejo a Cristo? ¿Soy humilde? ¿Acepto la voluntad de Dios? ¿Muestro bondad y autocontrol? 
  • desconsolado: ¿Estoy triste y afligido? ¿Cansado y agobiado? ¿Mi dolor y sufrimiento me abren a una relación con Dios? ¿Es Cristo para mí el consuelo definitivo?
  • hambriento y sediento de justicia: ¿Soy justo con los demás?¿Tengo sed de Dios? ¿Le busco constantemente?
  • misericordioso: ¿Me compadezco de las debilidades y sufrimientos de los demás? ¿Soy misericordioso con los demás? ¿Amo al prójimo?
  • limpio de corazón:¿Es puro mi corazón? ¿Son buenas mis intenciones? ¿Busco hacer siempre el bien?
  • pacífico: ¿Comunico paz y evito conflictos? ¿Tengo serenidad? ¿Pongo paz y eludo peleas?
  • perseguido, mártir: ¿Obedezco a Dios antes que a los hombres? ¿Entrego la vida a Cristo y no a los placeres del mundo? ¿Soy perseguido y acosado por causa de Cristo?
  • calumniado: ¿Soy rechazado y calumniado por ser cristiano? ¿Insultan y desprecian mi fe?
Para ser santo, más que faltarme muchas cosas que Dios me pide ser, me sobran muchas más... 

Me sobra mucha soberbia, orgullo, pereza, ira...Me sobra juzgar a otros, mirarlos mal, señalarlos...

Me sobra mucho tiempo y me falta mucha más oración, me sobra impaciencia y me falta mucha más calma, me sobra mucha ira y me falta mucha más paz...

Me falta darme más a los demás, preocuparme más por ellos, caminar con ellos...

Por eso, tengo que empezar a ser santo...¡ya!

lunes, 12 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): ¿DIOS, CULPABLE DEL MAL?

"Sabemos que a los que aman a Dios
todo les sirve para el bien;
a los cuales ha llamado conforme a su designio"
(Rom 8,28)

El hombre, desde la Antigüedad, se ha acercado siempre a la divinidad con fascinación, consciente de su debilidad y sintiéndose pecador e ínfimo ante lo Absoluto. 

Sin embargo, en la actualidad, el hombre ha invertido los papeles: ha desbancado a Dios de su trono de grandeza, del sillón de la sabiduría y de la justicia, y le ha sentado en un banquillo de los acusados. 

El hombre de hoy, convertido en juez absoluto, sospecha de Dios, le señala y le culpa del mal y del sufrimiento de los inocentes. Le pide cuentas e incluso, le niega un abogado defensor. 

Culpar a Dios es poner el universo del revés, es la anti-creación. En el principio, Dios creó todo bueno (Gn 1,31), pero el hombre, en un mal uso de su voluntad y de su libertad, y engañado por el enemigo de Dios (el primero que culpó a Dios), cayó en el pecado (Gn 3,6) culpó a Dios: "La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí» (Gn 3, 12) y sufrió las consecuencias (Gn 3,16-19): al romperse la armonía de la creación, surgió el desequilibrio, el caos, el mal, el dolor y el sufrimiento pero el hombre cuando se ve desbordado por sus actos o por las circunstancias, culpa siempre a Dios.
El mal no es una creación de Dios (ontológicamente, el Bien Supremo no puede ser al mismo tiempo el Mal Supremo). El mal no tiene entidad propia: es la ausencia del bien. Cuando pecamos, es decir, cuando nos alejamos del Bien Supremo que es Dios,...sobreviene el caos. 

Eso, precisamente es lo que, teológicamente, significa el pecado y el infierno: el alejamiento de Dios, ya sea momentáneo o eterno. Y por tanto, alejarse del Bien no puede ser culpa del Bien, sino de la ausencia de éste.

Para devolver la armonía original de la creación, la Eternidad irrumpió en el tiempo y el espacio, y Dios se encarnó en un hombre de la Jerusalén del siglo I, pero los fariseos le acusaron de blasfemia (Mt 26,65) y le condenaron a muerte: "Conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera(Jn 11,50). 

Dios, el Legislador, es el primero que se somete a las consecuencias de la ley del libre albedrío del hombre, autoimpuesta por Él mismo como muestra de su incuestionable bondad y amor infinito hacia su criatura. 

El Creador del hombre se hace hombre para pagar las consecuencias del mal de toda la humanidad pecadora. Uno por todos: "Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5, 14).

Culpar a Dios del mal y del sufrimiento es como si el ladrón culpara a la víctima de su delito por no habérselo impedido; es como si la estatua culpara al escultor de haberla esculpido; o como si el hijo culpara al padre de sus malos actos por haberle engendrado:
"¡Ay del que pleitea con su artífice, siendo una vasija entre otras tantas! ¿Acaso le dice la arcilla al alfarero: “Qué estás haciendo. Tu obra no vale nada”? ¡Ay del que le dice al padre: “¿Qué has engendrado?”, o a la mujer: “¿Qué has dado a luz?”! Esto dice el Señor, el Santo de Israel, su artífice: “¿Me pediréis cuenta de lo que le ocurre a mis hijos? ¿Me daréis órdenes sobre la obra de mis manos?" 
(Is 45,9-11)
Los filósofos racionalistas e ilustrados del s. XVIII (Hume) culparon a Dios de impotencia, por no ser capaz de evitar el mal, o de maldad, porque siendo capaz, no lo evita. El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, racionalmente, un argumento inválido porque si Dios le concede libre albedrío al hombre ¿cómo Dios va a quebrantar esa libertad y actuar en contra de ése?. 

Los fariseos y los jefes judíos culparon a Jesús de expulsar demonios con el poder del jefe de los demonios (Mt 9,34): El caso es culpar a Dios, haga algo o no haga nada. Es, teológicamente, un argumento inconsistente porque si expulsar demonios es hacer el bien y éstos son el mal ¿cómo Dios va a provocar y utilizar al mal para hacer el bien?.

En el fondo, son excusas, pretextos y justificaciones para negar con la razón la existencia de Dios; el Diablo quiere imponer con engaño y maldad al hombre el ateísmo, aunque el mismo tiene la certeza de la existencia de Dios. 

Dice san Juan que Dios es amor (1 Jn 4,8) y san Pablo que el amor es benigno; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad (cf 1 Co 13,4-6). Si Dios es amor y el amor es bueno, justo y veraz ¿puede Dios ser el culpable del mal?

Añade san Juan en varios pasajes de su Apocalipsis que Dios no sólo no es el culpable del mal sino que lo limita (Ap 6,6.8; 7,3; 8,7-12; 9,4-5.10.15) porque si no lo hiciera, el hombre sucumbiría ante el gran poder destructivo del mal. 

Los cristianos tenemos la absoluta certeza de que Dios no envía castigos, ni desgracias, ni enfermedades, ni muertes, ni cataclismos, ni terremotos, ni huracanes, ni guerras, ni terrorismo, ni hambre... sino que todo ello son las consecuencias de la ruptura de la armonía creacional, de la perturbación que el caos provoca en el orden natural, del quebrantamiento del equilibrio establecido por Dios que el Mal ocasiona (cf 1 Jn 3,4).

El libro sapiencial de Job muestra la procedencia del mal, su autor (el Diablo) y su acción perversa, al mismo tiempo que manifiesta la condición autoimpuesta por el Bien así mismo para establecer su alianza con el hombre: el libre albedrío.

En conclusión, Dios no es el culpable del mal porque el Amor no coacciona, no impone, no chantajea, no violenta ni quebranta jamás; porque el Bien no puede hacer el mal, no puede provocar dolor ni ser el culpable del sufrimiento.

El Bien no puede hacer nada de eso, porque no puede negarse a sí mismo, no puede ir contra su propia esencia. Es el Mal el que sí puede, porque es la negación del Amor y la ausencia del Bien.

JHR

domingo, 11 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): INFANTILISMO ESPIRITUAL

"Hermanos, no seáis niños en vuestros pensamientos, 
antes bien, comportaos como niños en lo que toca a la maldad, 
pero en lo que toca a los pensamientos, sed adultos" 
(1 Co 14,20)

El infantilismo espiritual o falta de crecimiento en la fe es, por desgracia, un fenómeno demasiado frecuente en nuestras comunidades cristianas. Algunas personas se quedan "estancadas" en una fe pueril, sin compromisos, sin complicaciones, sin exigencias.

Es cierto que Jesús afirma que, para entrar en el Reino, es indispensable "hacerse como niños" (cf Mt 18,3) pero no es una referencia literal, sino que se nos exhorta a cultivar las actitudes propias de un niño: sencillez y humildad, ausencia de méritos propios y dependencia, sinceridad y confianza, capacidad de asombro y alegría. También, necesidad de sentirse amado, protegido, ayudado...

San Pablo, en su primera carta a los Corintios, ratifica el sentido de "niños" o "infancia espiritual" al que alude el Señor, quien no se refiere a que permanezcamos en un "infantilismo espiritual", sino a que maduremos en la fe: no seáis niños en vuestros pensamientos (...) sed adultos (1 Co 14,20)

Y en su carta a los Efesios, nos muestra el por qué debemos madurar"Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error" (Ef 4,14).

La carta a los Hebreos es, si cabe, más concisa: "Debiendo vosotros ser ya maestros, por razón del tiempo, seguís necesitando que alguien os vuelva a enseñar los primeros rudimentos de los oráculos divinos; y estáis necesitados de leche y no de alimento sólido. Quien vive de leche, desconoce la doctrina de la justicia, pues es todavía un niño. El alimento sólido es para perfectos, que con la práctica y el entrenamiento de los sentidos saben distinguir el bien del mal" (Hb 5,12-14).

Jesús, tras la multiplicación de los peces y los panes, reprende a los israelitas en este mismo sentido porque critican el duro lenguaje del Maestro y lo abandonan: "Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros" (Jn 6,26). En realidad, su seguimiento no está basado en la búsqueda de una fe adulta sino interesada, caprichosa, infantil...

En un mundo donde nos hemos acostumbrado al "fast food" que sacia, pero que no nutre, también, en el plano espiritual, hemos optado por este tipo de alimento. Por ejemplo, cuando nos quedamos en los medios o en los métodos y no en el fin, o cuando nos interesamos por aspectos o devociones secundarias en lugar de buscar lo esencial. Y nos ocurre como a los que seguían a Jesús que, una vez saciados, nos alejamos o nos quedamos estancados.

Los discípulos de Cristo necesitamos seguir al Maestro para aprender de Él y crecer en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad) y en las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza), de menos a más, aunque cueste, aunque exija compromiso, y así madurar, como nos muestra en la parábola del grano de mostaza (Mt 13,31-32; Mc 4,30-32; Lc 13,18-19).  
El seguimiento de Cristo es un camino que implica práctica y entrenamiento, desarrollo y maduración, progreso y fruto permanentes (Jn 15,16). 

No podemos estancarnos en un infantilismo espiritual que pretenda construir una fe a la medida, según nuestros caprichos, deseos o antojos.  Tenemos que dar fruto permanente y abundante. Y eso supone nutrirnos de alimento sólido para crecer y madurar (1 Co 3,1-2), es decir, formación y discipulado.

La madurez espiritual requiere un replanteamiento radical de nuestras prioridades: pasar de complacernos a nosotros mismos para agradar a Dios, dejar de pensar en nosotros mismos para pensar en lo que Dios ha pensado para nosotros, dejar de mirar al "suelo" para mirar al "cielo". 

Para alcanzar la madurez espiritual necesitamos cultivar la coherencia y la perseverancia, imprescindibles en la vida cristiana. Necesitamos tener un propósito espiritual en nuestra vida (y no solo material). Necesitamos hacer aquellas cosas que nos acercan a Dios, dejarnos iluminar por el Espíritu Santo para dar aquellos pasos que nos hacen avanzar en el camino: "Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne" (Gal 5,16).

En definitiva, huyamos del infantilismo espiritual, del estancamiento pueril, para alcanzar la madurez, que no es otra cosa que crecer en el conocimiento y gracia de Dios a través de una vida eucarística y de oración, de conocimiento de su Palabra y de servicio a los demás

"Poned todo empeño en añadir a vuestra fe la virtud, a la virtud el conocimiento, al conocimiento la templanza, a la templanza la paciencia, a la paciencia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, y al cariño fraterno el amor. Pues estas cosas, si las tenéis en abundancia, no os dejan ociosos ni infecundos para el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo"  (2 Pe 1,5-8).

JHR

sábado, 10 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): CORREGIR ES ESTAR "A FAVOR" DEL HERMANO

"Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo" 
(Ap 3,19)

Hoy retomamos un tema que es siempre controvertido cuando no malentendido, aunque aparece claramente con frecuencia en la Sagrada Escritura: la corrección fraterna. 

Y es que a muchos cristianos les cuesta corregir porque piensan que se trata de juzgar o señalar al prójimo y porque se amparan en una de las citas bíblicas más utilizadas para justificar erróneamente la falta de corrección es "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mt 7,1). 

Sin embargo, esta cita evangélica se refiere, no a la corrección, sino a las críticas hipócritas, soberbias e injustas, especialmente cuando el que confronta o enjuicia es culpable del mismo pecado que la persona que está siendo confrontada o juzgada.

Hay que dejar muy claro que este recelo o aprehensión a corregir por parte de algunos no es cristiana, ya que supone un pecado de omisión, y no es evangélica, ya que parte de un mal entendido moralismo. 

La propia Palabra de Dios es muy clara al hablar de si misma en este sentido: "Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en justicia" (2 Tim 3,16). 
Es cierto que nos cuesta corregir, y mucho más, aceptar ser corregidos, pues como dice la carta a los hebreos: "Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, sino que duele; pero luego produce fruto apacible de justicia a los ejercitados en ella(Hb 12, 11).

Por el contrario, no nos cuesta nada corregir en nuestra propia familia de sangre. Hablamos con plena confianza y sin tapujos, y cuando nuestros hermanos o nuestros hijos hacen o dicen algo mal, se lo hacemos saber y les reprendamos sin pensar que les estemos juzgando o atacando.

¿Por qué? Porque es nuestro hermano, porque es nuestro hijo, porque es de nuestra familia, porque le queremos y porque nos importa. Porque corregir es imitar el amor de Dios: "Hijo mío, no rechaces la reprensión del Señor, no te enfades cuando él te corrija, porque el Señor corrige a los que ama"; "Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo" (Pr 3,12; Ap 3,19).

Sin embargo, en nuestra familia de fe, en la Iglesia, somos incapaces de hacer lo mismo. Y yo me pregunto: si no corregimos a nuestro hermano es quizás ¿porque no nos importa?, ¿porque no le consideramos de nuestra familia?, ¿porque nos da un poco igual lo que haga o diga?, ¿porque no le queremos realmente?.

Un cristiano no deja de corregir por pretender ser "políticamente correcto". Eso es hipocresía. Cuando corregimos, no lo hacemos porque nos irriten las palabras o nos molesten los actos de nuestros hermanos, sino porque queremos su bien y buscamos su santificación. y sobre todo, porque corregir es un mandato directo de Cristo: "Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele" (Mt 18,16).

Entonces, ¿qué es y qué no es la corrección fraterna?

La corrección cristiana no es amonestar o reprender "en contra" de nuestro hermano sino "a favor" de él

No es criticar o juzgar, sino buscar su bien espiritual, su santidad, su salvación; es guiar y mostrar el camino correcto siendo para él luz en la oscuridad; es un acto de amor y de cuidado; es una forma de enseñanza y de guía para su crecimiento espiritual. Es un "todo a favor" de nuestro hermano. 
Dejarse corregir no es recibir una crítica o juicio malintencionado, sino todo lo contrario, es recibir cariño e interés de nuestro hermano; es una acto de enmienda y rectificación por nuestro bien. 

La corrección fraterna no es punitiva, sino constructiva; no es humillante, sino edificante; no es condenatoria, sino liberadora; no es "en contra", sino "a favor".

Entonces, ¿cómo corregir correctamente?

En primer lugar, debemos corregir con bondad y con misericordia: "Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo" (Ef 4,32).

En segundo lugar, con mansedumbre y con humildad: "Hermanos, incluso en el caso de que alguien sea sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidlo con espíritu de mansedumbre; pero vigílate a ti mismo, no sea que también tú seas tentado" (Gal 6,1).

En tercer lugar, con tacto y respeto a su dignidad como persona: "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano" (Mt 18,16-17).

En cuarto lugar, con magnanimidad y con verdad"Proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta con toda magnanimidad y doctrina" (Tim 4,2).

Entonces, ¿qué pasa cuando no corregimos o cuando no aceptamos ser corregidos?

Cuando corregimos, somos coherentes con nuestra fe, pero si no lo hacemos, nos volvemos hipócritas y tratamos de construir una "falsa amistad/fraternidad" basada en el "indiferentismo relativista": "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, pasar por alto). Sin embargo, Dios nos advierte:"Más vale corrección con franqueza que amistad encubierta" (Pr 27,5). 

Cuando aceptamos la corrección, cuando sabemos "encajar" una reprensión, somos personas sensatas y sabias, pero cuando no sabemos "asumirla", nos convertimos en necios y torpes"Quien rechaza la corrección se desprecia, quien escucha la reprensión se hace sensato"; "Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece" (Pr 15,32; 12,1).
En conclusión, si después de verificar las innumerables veces que Dios nos exhorta a la corrección fraterna en su Palabra, seguimos negándonos a hacerlo, estaremos:
  • desobedeciendo a Dios y haciéndole un mal a nuestro hermano
  • yendo "en contra" de Dios y de nuestro prójimo
  • faltando a la caridad de los dos principales mandamientos de Dios: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente...y a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,37-38; Mc 12,30-31; Lc 10,27; Gal 5,14; Stg 2,8)

Debemos corregir "a favor" y dejar de pensar que hacerlo es juzgar"en contra".


JHR

viernes, 9 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): DAR FRUTO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo tiene que morir para "dar fruto", para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Tiene que morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos, multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por otros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medidasin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los demás, incluso a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... 

Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR