¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 18 de octubre de 2025

ECLESIASTÉS O QOHÉLET: TODO ES VANO

"¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—. 
¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!" 
(Ecl. 1,2)

Tras un pequeño paréntesis de varios artículos, retomamos nuestra profundización en los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Hoy reflexionaremos sobre el libro protocanónico de Eclesiastés.

Eclesiastés o Qohélet (del hebreo qahal, "congregar", "convocar", "reunir"), datado hacia el s. III a.C. en Jerusalén, de autor desconocido aunque atribuido "artificialmente" a Salomón (ficción literaria frecuente de la época), es uno de los más enigmáticos y sorprendentes de la literatura sapiencial bíblica. 

Estamos ante uno de los cinco "megillot" o "rollos" bíblicos que se leen durante las cinco grandes fiestas judías: Eclesiastés (Tabernáculos o Sukkot), Rut (Semanas o Shavuot), Lamentaciones (Aniversario de la destrucción del templo o Tisha b'Av), Cantar de los Cantares (Pascua o Pesaj) y Ester (Suerte o Purim).
Autoría
Qohélet no se refiere a un nombre propio ni al autor del libro sino que designa al que desempeña una función: la de convocar una asamblea para hablarle. Así, Eclesiastés (del griego ehhale.o, "convocar", "reunir") sería un "hombre sabio que convoca y enseña a la Iglesia" (1,1.12; 7,27; 12,8-10). 

Parece tratarse de un anciano que ha vivido y estudiado mucho y sin descanso; un aristócrata, un intelectual y filósofo, escéptico y pesimista, irónico y paradójico. Sin embargo, Qohélet es sustancialmente un optimista como lo muestran 7 pasajes positivos del libro (2,24-25; 3,12-13; 3,22; 5,17; 8,15; 9,7-9; 11,9-12,1), aunque enquistados en contextos negativos y sellados por el sinsentido de la vida (9,9).

Eclesiastés es, sin duda, un sabio que ha estudiado (12,9) y que tiene una gran experiencia. Pero se trata de un sabio peculiar pues su mirada es más profunda que sus antecesores ya que plantea interrogantes más incisivos y cuya reflexión gravita entre:

- la fe: es un hombre de fe, un creyente sincero que reconoce los dones de Dios y confía en su justicia según la sabiduría tradicional proverbial ("mashal"). Sin embargo, podría decirse que es un "ateo práctico", ya que ve a un Dios lejano, arbitrario y algo tirano.

-la experiencia: es un hombre de experiencia, un sabio que percibe todo como transitorio y que deduce que nada tiene sentido porque la muerte iguala al justo y al malvado, al sabio y al ignorante. Y lo expresa en primera persona ("he visto", "he probado"...).

En cualquier caso y aunque no ofrece respuesta alguna al tema del absurdo, se trata de un inconformista que quiere romper con una teología rígida y tradicional que tiene respuestas para todo (8,11-14). 

Quiere hacernos pensar, ponernos a trabajar y que experimentemos la inútil fatiga del esfuerzo, igual que él la ha experimentado, pero no nos ofrece una solución. Se encuentra encerrado en una "prisión circular", en una rueda sin futuro, sin esperanza...atenazado y desesperado por el "vacío" o "vanidad" (Qo 2,1.17-18.20; 6,3-4).

Clave de lectura
Eclesiastés va un paso más allá de Job en la crisis de la sabiduría retributiva poniendo en cuestión y criticando sus valores tradicionales mediante el uso de preguntas, paradojas, repeticiones, contradicciones e incoherencias: ¿qué sentido tiene una vida donde la muerte es el final"? 

La respuesta es trágica: ¡Ninguno!. "Vanidad de vanidades. Todo es vanidad" (el vocablo "hehel" aparece 37 veces en el libro para expresar la vanidad en grado supremo (en cuanto "vacía" o "sin sentido"), dada la inexistencia del superlativo en la lengua hebrea, y de ahí, su repetición).
Para  "el que convoca" o "el que predica" todo es incongruente y efímero, aparente y estéril, vacío e insustancial,...todo es vano: las riquezas, los placeres, la sabiduría humana, la retribución...A todos nos espera la misma suerte, a sabios y necios, justos e injustos, ricos y pobres, hombres y mujeres: la muerte.

Pero además afirma Qohélet que la muerte es definitiva. No hay nada después de ella (9,5-6). Deducción lógica teniendo en cuenta que Dios aún no ha revelado que hay vida después de la muerte, y por tanto, es el primer libro sapiencial que aborda el tema de la muerte como el final de todo.

Desde un punto de vista sapiencial, el libro del Eclesiastés (que es inspirado y que tiene a Dios por autor y forma parte de la pedagogía progresiva divina) muestra una cierta tensión que exige dar un paso más ante las limitaciones y las incapacidades del hombre para dar respuestas que sólo Dios tiene. Qohélet es el último eslabón del camino sapiencial hacia la plena revelación de Dios al hombre.

Y así, será el libro de la Sabiduría el que afronte el tema de la vida eterna y dé paso a la sabiduría escatológica, poniendo el foco en la promesa de la Encarnación de la Palabra de Dios, en la revelación de la Sabiduría eterna, en la venida del Dios hecho hombre, puesto que sería completamente absurdo y vano que Dios haya creado a sus criaturas para nada, sin otra finalidad que la de morir y desaparecer.

Otros conceptos clave del libro
-Bajo el sol: aparece 27 veces. Qohélet observa todo lo que sucede "bajo el sol", "bajo el cielo" (3 veces), y ve que todo es vano, inútil. Todo gira en torno a un movimiento cíclico (1,9-10) y a una ausencia de novedad que amarga al sabio autor pues aún no ha conocido la eterna novedad de la Encarnación, el tiempo de Aquel que hace nuevas todas las cosas.

-Fatiga: aparece 35 veces. El sabio trabaja, busca, indaga y acaba fatigado y agotado (5,14-16). Es la constatación de la maldición por el pecado original (Gn 3,19).

-Recompensa: aparece 10 veces. No parece haber recompensa para las fatigas salvo el fugaz disfrute de los bienes de la tierra o la sabiduría frente a la insensatez, la luz frente a la tiniebla (5,17).

Por ello podemos concluir nuestra meditación afirmando que ¡Todo es absurdo sin Cristo! o mejor dicho, que ¡Todo tiene sentido con Cristo!

jueves, 16 de octubre de 2025

¿QUÉ ME DEFINE?

Resultado de imagen de estereotipos

Vivimos en un mundo rodeados de etiquetas y de máscaras, de estereotipos y de paradigmas, de imágenes y de clichés que aceptamos de forma colectiva y que nos convierten en esclavos de esa proyección que damos al exterior.

Sin apenas darnos cuenta (o tal vez, sí), somos prisioneros de nuestra imagen exterior, de nuestras condiciones o circunstancias externas... 

Por ello, solemos creer que lo que nos define es nuestra posición social, nuestro trabajo, el barrio en que vivimos, el coche que conducimos, la ropa que vestimos... 

Creemos ser quienes somos por nuestra ideología política, por nuestro equipo de fútbol o por nuestra fe. Creemos que lo que nos define es lo que pensamos de nosotros mismos, lo que queremos demostrar que somos ...o lo que los demás ven, piensan o esperan de nosotros. 

Pero nada de eso nos define. 

¿Qué me define?
Lo que verdaderamente nos define es lo que llevo en mi corazón. 

¡Qué alivio se siente cuando uno comprende esto!

Y se llega a esa comprensión cuando soy consciente de que todos los seres humanos poseemos un valor único, una luz primordial, un aspecto que nos define: la dignidad de hijos de Dios, creados a su imagen y semejanza (Gn 1, 26-27).  

Dios creó al hombre y vio que era bueno. Por tanto, como somos una creación buena de Dios, y a imagen suya, conociéndonos a nosotros mismos, conoceremos a Dios. 

Él fue quien nos creó y nos ama a pesar de nuestras debilidades, defectos, pecados y miserias:  “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados” (1 Jn 4,10).

Conocerme a mi mismo no significa una exaltación de mi individualidad o de mi ego, sino más bien, una eliminación de todo lo que es accesorio, de todo lo que está sujeto a las circunstancias, condiciones y conceptos. 

Conocerme a mi mismo no depende de lo que los demás vean en mi, o lo que piensen, o lo quieran de mi, sino depende únicamente lo que Dios ve en mi, lo que piensa o quiere de mi, y a eso es a lo que estoy llamado a ser. Él conoce mi intimidad, lo más profundo de mi ser, mi pobreza, mi debilidad, y, aun así, me ama incondicionalmente. 
¡Qué importante es amar a Dios...pero es mucho más importante saberse amado por Dios y aceptado como soy! 

Cuando llegamos al convencimiento de que Dios nos ama a cada uno personalmente, a pesar de cómo seamos, de los defectos que tengamos… es cuando empieza nuestro camino de conversión, es cuando queremos convertirnos en un hombre nuevo, con un corazón de carne en el que el amor, la humildad y la misericordia florezcan.

El conocimiento de mi mismo es el primer paso que tiene que dar mi alma para llegar al conocimiento de Dios y es, además, el camino hacia la humildad, sin la cual no existe ninguna otra virtud. Si no, pudiera llegar a pensar que mis cualidades son mérito mío y no de Dios.

Actitudes
Existen tres actitudes frente a aquello que no nos gusta de nuestra vida, de nuestra persona o de nuestras circunstancias: la rebelión, la resignación y la aceptación.

-La rebelión es la actitud de quien no se gusta a sí mismo y culpa a Dios por ello o le responsabiliza de permitir determinadas circunstancias o situaciones.

Es una primera reacción psicológica frente al sufrimiento y al dolor, pero no es positiva, pues únicamente los aumenta, ni cristiana, pues carece de amor: supone toda una declaración de guerra, que resulta nefasta si se permanece en ella.

-La resignación es la actitud de quien se convence de que no puede cambiar una determinada situación o a sí mismo y se conforma con ello.

Es una actitud menos agresiva que la anterior, menos tóxica, pero no es cristiana, pues carece de esperanza: supone toda una declaración de impotencia, que resulta estéril si se permanece en ella.

-Finalmente, la aceptación es la actitud de quien, incluso en aquellas situaciones negativas o ante aquello de su personalidad que no le gusta, sabe ver siempre la mano de Dios, sabe ver que todo obedece a un plan perfecto de Dios

Y así, se admite como es, a pesar de sus defectos, porque se sabe amado por Dios y confía en Él. Puede aceptar una realidad dolorosa, una enfermedad o la muerte de un ser querido porque sabe que todo está regido, dirigido y planificado por Dios, y si Él le ha creado, si le ama tanto que ha llegado a dar Su vida por él, puede aceptar cualquier situación, por dolorosa que sea. 

Aceptarse significa acoger las propias miserias y riquezas, permitiendo que se desarrollen todas sus posibilidades y sus capacidades. Significa dejar de decir que no puede hacer tal cosa, o que debe renunciar a unas aspiraciones determinadas, como si Dios quisiera negarle lo bueno de la vida. 

Sin embargo, cuántas veces olvidamos lo valioso que somos para Dios y que Él está siempre con nosotros! Lejos de reprochar nuestras debilidades y defectos, debemos ver los dones y la belleza interior que Dios ha puesto en nosotros. La luz primordial que Dios ha impreso en nuestra alma para realizar la obra que desea en nosotros. 

Dios nos ha elegido a cada uno, nos ha creado especiales y nos da siempre infinitas muestras de Su amor. Por eso, nos sentimos dignos del amor de Dios, capaces de amarnos y aceptarnos a nosotros mismos y, así  amar a los que nos rodean. 

No importa cuántas veces caigamos, no importa las veces que tropecemos...Él siempre estará ahí para levantarnos, una y otra vez. 

De ahí la importancia de un auto-conocimiento sensato y sanamente auto-crítico, como base imprescindible para conocer y reconocer tanto lo positivo como lo negativo de los rasgos de nuestro carácter y de nuestras conductas; base desde la que nos será posible modificar actitudes irreales, prejuicios... y fortalecer la evaluación realista de nuestros recursos, posibilidades, limitaciones, errores... 
Dios no nos ama por lo que somos, sino que somos porque Dios nos ama.
En cuanto el amor de Dios no es el centro de nuestra vida, nos convertimos en esclavos, porque nos tenemos que aferrar a algo o a alguien para salvarnos, y corremos, así, el peligro de que valores secundarios se conviertan en absolutos. 

Cuando realmente creemos que Dios cada día, cada mañana, nos dice “Sí” a nuestro propio ser, entonces podemos decirle nosotros a Él: “Sí”. 

Dios nos acepta, nos quiere cambiar lo que tenemos mal y sanar lo que tenemos herido. Nunca nos abandona.

Cuando nos entregamos a Él con plena confianza, comienza a transformarnos poco a poco, liberándonos de ese hombre viejo, sanando nuestras heridas, quitando todos nuestros complejos, miedos y prejuicios, y llenándonos de Su amor transformador que, al final, nos lleva a ser Su imagen en la tierra, a ser reflejo vivo de Jesús, llevando su luz a los que nos rodean. 

martes, 14 de octubre de 2025

GRACIAS, PADRE

"Bendito el Señor, que escuchó mi voz suplicante; 
el Señor es mi fuerza y mi escudo: 
en él confía mi corazón; 
me socorrió, y mi corazón se alegra
 y le canta agradecido" 
(Sal 28,6-7)
Querido Padre eterno,

Hoy, en este día tan especial en que celebro mis 60 años de vida, quiero expresarte mi más profundo agradecimiento por tu amor inmerecido y gratuito. 

Gracias por el don precioso de la vida que me has regalado, por cada día que me has permitido experimentar, aprender y crecer.

Gracias por tu constante presencia en mi vida. A menudo, en medio de la rutina diaria, de las distracciones del mundo y de las dificultades, no he sido consciente de tu cercanía y amor incondicional. Sin embargo, al reflexionar sobre mi camino, me doy cuenta de que siempre has estado ahí, guiándome y sosteniéndome, incluso cuando no te veía. Tú has sido el faro que me guiaba en los momentos de dolor y sufrimiento.

Reconozco que, a veces, he estado tan concentrado en mis preocupaciones que no he visto tus pequeñas y grandes obras a mi alrededor. Pero hoy elijo abrir mi corazón y mis ojos para reconocer tu mano en cada bendición y en cada lección, en cada encuentro significativo y en cada instante de paz que he experimentado y que viene de ti.

Gracias por tu paciencia infinita, por el amor que nunca me abandona y por la fuerza que me brindas para seguir adelante. Espero seguir siendo consciente de tu presencia en mi vida y aprender a vivir cada día con gratitud y amor.

A lo largo de estos seis decenios, he vivido momentos de alegría, amor y también desafíos que me han fortalecido. Cada experiencia positiva o negativa ha sido una lección, y en cada paso del camino, he sentido tu presencia guiándome y apoyándome.

Gracias por todas las bendiciones con las que has colmado mi vida: por el don precioso de la fe, por mi maravillosa familia, por mi mujer y mis tres hijos, por mis padres, por mis amigos y hermanos de fe, por las sonrisas compartidas y las manos que me han sostenido en los momentos difíciles. La bondad y el amor que me brindan reflejan tu luz en el mundo.

Hoy celebro no solo mi vida, sino también tu amor eterno y tu misericordia. Te pido que continúes guiándome en los años venideros, que me des la sabiduría para enfrentar lo que está por venir y que siempre me recuerdes ser un instrumento de tu paz y amor.

Gracias, Dios, por este viaje y por cada día que me regalas. Espero vivirlos plenamente y con gratitud.

Señor, aquí estoy para hacer tu voluntad 
(Sal 40,8-9)

lunes, 13 de octubre de 2025

UNIDAD EN LA DIVERSIDAD

"Os ruego, hermanos, 
en nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros.
Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.
Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe
de que hay discordias entre vosotros.
Y os digo esto porque cada cual anda diciendo:
'Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo,
yo soy de Cefas, yo soy de Cristo'.
¿Está dividido Cristo?
¿Fue crucificado Pablo por vosotros?
¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?"
(1 Cor 1,11-13)

En su primera carta a la Iglesia de Corinto, el apóstol Pablo nos muestra los conflictos y las divisiones que surgieron desde el principio en aquella comunidad cristiana para ayudarnos a evitar los conflictos que siguen ocurriendo también hoy en la Iglesia del siglo XXI:

  • "Los de Pablo". Son el grupo de los gentiles, no judíos incorporados a la Iglesia, los nuevos conversos que tienden a criticar a quienes han estado siempre en la Iglesia.
  • "Los de Apolo". Son el grupo de los intelectuales de la Iglesia que se sienten superiores al resto de los cristianos y, en particular, a menospreciar a los conversos.
  • "Los de Cefas". Son el grupo de los judeocristianos, los legalistas y rigoristas de la Iglesia que quieren someter el evangelio al cumplimiento de las normas y las tradiciones.
  • "Los de Cristo". Son el grupo de los carismáticos de la Iglesia, que se tienen por más "santos" que el resto porque dicen no tener tentaciones ni pecados.

Estos partidismos eran síntomas de una mala comprensión del liderazgo cristiano que Pablo resuelve redirigiendo el enfoque erróneo de los corintios recordándoles que es Dios quien hace crecer a la Iglesia, no los líderes, que son meros servidores: "Yo planté, Apolos regó, pero fue Dios quien hizo crecer, de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer" (1 Corintios 3,6-7). 
En nuestra sociedad actual podemos observar la gran polarización existente a nivel político, económico, social, conyugal, deportivo, incluso eclesial...Hoy en la Iglesia existen muchos movimientos, carismas y realidades que caminan hacia el mismo sitio de formas diferentes, pero deben hacerlo en unidad con los demás cristianos.

Una unidad que estaba ya amenazada cuando, en presencia del mismo Jesús, sus apóstoles más cercanos discutían entre ellos sobre quién era el más importante (cf. Lc 9, 46). El Señor, sin embargo, insistió mucho en la unidad en torno al Padre, porque todos somos hijos suyos, haciéndonos entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán tanto más creíbles cuanto más capaces seamos de vivir en comunión fraterna.
Los conflictos en la Iglesia suelen ser consecuencia de distintas interpretaciones teológicas, rituales, doctrinales, tradicionales, de disputas internas de poder o de ambiciones personales. Pero, ante todo esto, nosotros, como miembros de la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo ¿Qué podemos y debemos hacer para mantener la unidad, la paz y la armonía dentro de la diversidad?

Lo primero, rezar por la unidad de los cristianos, y junto a la oración, reconocer las diferencias, buscar puntos en común y priorizar el diálogo abierto, la escucha activa, la empatía y la búsqueda de soluciones pacíficas: 

"Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos" 
(Sal 133,1)

En segundo lugar, las divisiones denotan falta de madurez espiritual. Para superarlas debemos crecer en la fe, pero no solo en conocimiento sino también en comportamiento, dejándonos guiar por la exhortación al amor de san Pablo en 1 Cor 13:

"El amor es paciente, es benigno; 
el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; 
no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; 
no lleva cuentas del mal; 
no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. 
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. 
El amor no pasa nunca" 
(1 Cor 13,4-8)

En tercer lugar, no debemos fijarnos en lo que nos divide, sino en lo que nos une: todos creemos en Cristo y todos somos miembros de su cuerpo místico, ninguno es más importante que otro y todos somos necesarios como dice Pablo en 1 Cor 12:

"El cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. 
Si dijera el pie: 'Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo', 
¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? 
Y si el oído dijera: 'Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo', 
¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? 
Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿Dónde estaría el oído?; 
si fuera todo oído, ¿Dónde estaría el olfato? 
Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. 
Si todos fueran un solo miembro, ¿Dónde estaría el cuerpo? 
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, 
el cuerpo es uno solo. 
El ojo no puede decir a la mano: 'No te necesito'; 
y la cabeza no puede decir a los pies: 'No os necesito'. 
Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. 
Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables 
los rodeamos de mayor respeto; 
y los menos decorosos los tratamos con más decoro; 
mientras que los más decorosos no lo necesitan. 
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, 
para que así no haya división en el cuerpo, 
sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros" 
(1 Cor 12,14-25)

domingo, 12 de octubre de 2025

ABANDONAR NUESTRA MISIÓN

"Escuché la voz del Señor, que decía: 
¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?
Contesté: Aquí estoy, mándame" 
(Is 6,8)

Durante esta semana, la Iglesia nos ha invitado a meditar el libro profético de Jonás, en el que Dios le llama a profetizar a Nínive, una ciudad pagana y lejana, y a la que Jonás no solo se niega a ir, sino que huye en dirección opuesta, a Tarsis.

Junto a Moisés y Jeremías, Jonás completa la terna de profetas que intentaron eludir la misión que Dios les encomendaba. Moisés buscó varias justificaciones para "evadirse": “No me creerán”, “Quién soy yo”, “No soy hombre de fácil palabra”... Jeremías tampoco es muy original y le pone excusas similares: "No sé hablar, porque soy niño"... 

Jonás no se excusa, sino que directamente huye. Sólo piensa en las dificultades e imposibilidades  de lo que se le había encargado y se deja tentar, poniendo en duda el éxito de la llamada de Dios. No confía en Su omnipotencia sino que se deja dominar por el temor a no ser capaz de cumplir lo que se le ha encomendado, olvidando que es Dios quien hace todo.

Cuando Dios nos hace partícipes de su gracia, nos encomienda una obra que no siempre es fácil y en la que nosotros debemos tener presente que somos meros instrumentos porque el éxito y la gloria es siempre de Dios. 
El Enemigo nos induce a huir de nuestro deber, desalentándonos ante las dificultades o haciéndonos pensar que el éxito de la misión depende de nosotros, de nuestras capacidades y nuestros talentos... y desistimos.

Pero nuestra misión no es "convertir" o "salvar" a otros, sino cooperar con Dios en Su obra salvífica. Damos testimonio de Dios, pero solo Dios puede atraer a las personas hacia Él. Plantamos semillas, pero solo Dios puede hacerlas fructificar. Abrimos nuestros corazones, pero sólo Dios puede convertir el corazón de otros. 

A menudo, confundimos nuestro papel con el de Dios y encontramos cualquier excusa o justificación para abandonar el barco, culpandonos o incluso culpando a otros. Olvidamos que los que hemos recibido una misión vamos a ser probados y que Dios está a nuestro lado para sostenernos y darnos la fuerza necesaria para realizar su plan.

El éxito de la misión, la eficacia del servicio está en proporción al amor, el entusiasmo y la perseverancia con que hagamos lo que el Señor nos encomienda. Dios llama a su obra a hombres que sientan un amor ardiente por las almas y una confianza inquebrantable en Él, en la certeza de que todo depende de Él.

Ninguna tarea es demasiado ardua, ninguna misión es demasiado desesperada porque Dios no nos pide imposibles. Para los imposibles, ya está Él. 
Tener éxito en la misión de Dios significa no enorgullecerse de las propias capacidades (o incapacidades) sino de obedecer con humildad y fe lo que nos confía, estar dispuestos a sacrificarnos aunque sea a regañadientes, invertir tiempo y esfuerzo en los demás aunque sea agotador. 

Nuestros orgullos, prejuicios y pretensiones, nuestras excusas en forma de debilidades o fragilidades, deben ceder el paso a la voluntad de Dios. Dios nos llama y nosotros debemos responderle, aunque no comprendamos lo que nos pide.

El libro de Jonás nos da una gran lección sobre cómo a pesar de las debilidades e incapacidades, a pesar de las excusas y justificaciones de quienes somos llamados a una misión, Dios obra poderosamente para que los hombres conviertan su corazón y se salven.

Tan sólo hay que responder: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad...Yo soy pobre y desgraciado, pero Señor, tú eres mi auxilio y mi liberación" (Sal 39,8-.18).

domingo, 5 de octubre de 2025

¿QUEDARSE EN EMAÚS O VOLVER A JERUSALÉN?

 
"No es bueno que el hombre esté solo" 
(Gn 2,18)

El pasaje de Emaús del evangelio según san Lucas es una doble catequesis: eucarística, porque recorre todas las partes integrantes de la misa, y pastoral, porque muestra cómo debe ser el discípulo de Cristo y qué debe hacer.

Cuando caminamos hacia Emaús, nuestras vidas están llenas de decepciones y quejas, nuestra esperanza se desvanece y nuestra fe se debilita. El Señor nos explica las Escrituras y nuestro corazón arde. Es entonces cuando le invitamos a quedarse con nosotros.

Cuando estamos en Emaús, Cristo comparte la mesa eucarística con nosotros, parte el pan y nos lo da. Se nos abren los ojos y le reconocemos pero desaparece de nuestra vista. Es entonces cuando surge la duda de quedarse allí en los recuerdos y los sentimientos o volver a la comunidad a contarlo.

Cuando volvemos a Jerusalén en la oscuridad de la noche y por el camino de la prueba, lo hacemos con valentía y animados por el Espíritu para encontrarnos con el Resucitado, que nos ha asegura estar presente en la Iglesia: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Mientras que en la soledad de nuestra aldea de Emaús no existe más comunión que la de los dos discípulos, en  Jerusalén la comunidad está formada por toda la Iglesia (terrestre y celeste), con Cristo a la cabeza, quien se hace presente y nos da la paz. 

¿Quedarse en Emaús o volver a Jerusalén? Esa es la pregunta. O como diría Hamlet, "ser o no ser, esa es la cuestión". "Ser" comunidad o "ser" individualidad, esa es la cuestión.

Es en la comunidad donde nos hacemos verdaderos discípulos de Cristo, quien nos abre el entendimiento a través de los sacramentos y de la formación: "bautizándonos...y guardando todo lo que nos ha mandado" (cf. Mt 28,19-20).

Es en la Iglesia donde recibimos a Cristo y al Espíritu Santo; donde se hace presente el Señor para mandarnos de nuevo en misión, a Galilea, donde le volveremos a ver resucitado. 

Por eso,  no podemos permanecer en el recuerdo de haber reconocido al Señor y por ello, quedarnos confinados en "Emaús", es decir, en un grupo "encerrado" en sus recuerdos y en experiencias pasadas. 

En Emaús hay calor y refugio, comodidad y bienestar, recuerdos y sentimientos, pero no hay visión ni misión. Tampoco hay comunión por mucho que nos empeñemos en ello. 

Por eso, debemos ir a Jerusalén, a la comunidad, comprometernos con la parroquia donde nos formamos como discípulos, donde recibimos a Cristo sacramentado y desde donde salimos de nuevo a cumplir nuestra misión evangelizadora con el resto de nuestros hermanos. 
La comunidad cristiana no es simplemente un grupo de personas; es un entramado de relaciones, valores compartidos y objetivos comunes que generan un sentido de pertenencia, de comunión, unidad y apoyo mutuo, que ofrecen formación y desarrollo espiritual, emocional y social. 

Formar parte de la comunidad crea un entorno seguro donde poder expresarse libremente, construir relaciones significativas, crear vínculos de “unión”, “comunión”, “fraternidad" y "solidaridad” que fortalezcan la autoestima, el compromiso y la participación.

La comunidad cristiana es esencial para el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la fe. Nos ayuda a mantenernos en el seguimiento de Cristo junto a otros cristianos, fomentar la unidad entre los creyentes, compartir nuestra fe y animarnos unos a otros a experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas.

Todo eso lo encontramos en Jerusalén, no en Emaús

sábado, 4 de octubre de 2025

LA HIPERESPIRITUALIDAD NARCISISTA

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. 
El Señor está cerca. 
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, 
en la oración y en la súplica, con acción de gracias, 
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. 
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, 
custodiará vuestros corazones 
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús
(Flp 4,5-7)

Me preocupa constatar que en la Iglesia de hoy ponemos en valor experiencias marcadamente "hiper espirituales" sin más filtro que considerar que lo bueno o correcto es "hacer muchas cosas para Dios" sin mesura ni moderación, sin oración ni discernimiento, fascinados por las cifras, por las experiencias y por las supuestas conversiones que llevan a un cristianismo de muy dudosa calidad, obsesionado por ciertas prácticas de piedad. 

De alguna manera, cuando la "hiper espiritualidad" lo invade todo, cuando todo el foco está puesto en una excesiva religiosidad y la convertimos en un fin en sí misma según nuestros propios criterios, centrándonos en el "yo siento", "yo experimento", acabamos perdiendo a Cristo por el camino y olvidamos que la espiritualidad es sólo un medio para crecer en la fe y madurar como cristianos.

Utilizar las experiencias espirituales para evitar o mitigar frustraciones sentimentales, heridas sin resolver, necesidades psicológicas o carencias emocionales no conducen a Dios, sino a una forma de narcisismo espiritual y de idolatría a nuestro ego.

La "hiper religiosidad" no determina nuestra posición ni nuestro valor ante Dios ni ante el prójimo, salvo que tengamos una insana pretensión de sentirnos espiritualmente superiores a otros y, en cierto sentido, "iluminados" frente al resto de "oscurecidos".

Por duro que parezca decirlo, a veces da la sensación de que lo que cuenta es tener la parroquia a mucha gente "hiper activa" o "hiper espiritual", sin que parezca preocuparnos la calidad de la fe que tiene la gente. Es como si se tratara de "hacer" por encima de "ser". 

Lo importante para un cristiano es preguntarse ¿para qué hago lo que hago? ¿para quién hago lo que hago? o ¿soy coherente entre lo que hago y lo que soy realmente? ¿lo que hago muestra lo que soy?

La verdadera espiritualidad es la no verbal. Es la religiosidad silenciosa, la que no pretende ser mostrada, la que no utiliza parafernalias ni tópicos, sino la que se vive en intimidad con Dios: "No seáis como los hipócritas, a quienes les gusta (...) que los vean los hombres (...) Tú, en cambio, entra en tu cuarto, cierra la puerta (...) y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará" (Mt 6,5-6).
La fe trata de mucho más que hacer cosas externas para Dios; es mucho más que buscar constantes experiencias  de "subidón espiritual"; es mucho más que idealizar un grupo o un retiro espiritual, si entendemos la fe como lo hacía santo Tomás de Aquino Agustín (credere Deo, credere Deum y credere in Deum). 

La fe auténtica es:
  • seguir a Cristo, amarlo y caminar confiados a su voluntad, dejando nuestras vidas en sus manos, no sólo cuando coincide con nuestros deseos, necesidades o intereses
  • vivir una vida auténtica y coherente en todo momento, no sólo cuando nos encontramos en cómodos entornos cristianos o en intensas experiencias espirituales 
  • buscar y experimentar a Dios en cada ocasión, ya sean momentos de consolación o de desolación, no en experiencias de "subidón espiritual"
  • tener una experiencia espiritual comunitaria, compartir nuestra fe y testimonio con todos los miembros de nuestra parroquia, no sólo con los de nuestro grupo
  • mantener un equilibrio entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre piedad y apostolado, entre oración y acción

domingo, 28 de septiembre de 2025

JOB: EL DRAMA DEL JUSTO

"No podemos llegar hasta el Todopoderoso, 
sublime en poder y en equidad, 
justo, no viola el derecho" 
(Job 37,23)

El libro de Job es uno de los cinco libros sapienciales del Antiguo Testamento que aborda la cuestión del mal (teodicea) a través de las experiencias de un protagonista epónimo, es decir, representativo del hombre. Se trata de un drama épico que se desarrolla en cuatro tandas de diálogos paralelos y enfrentados, y un monólogo de Dios y de Job.

Estructura
  • c. 1-2: Prólogo con dos escenas, la primera en la tierra, la segunda en el cielo. ​Job es un hombre justo, honrado, temeroso de Dios y apartado del mal, con una vida acomodada, posesiones y una gran familia. S​atanás discute la fe de Job con Dios, afirmando que se alejaría de Dios si perdiera todo lo que posee. Dios permite que el "Acusador" ponga a prueba a Job, infringiéndole dolor y sufrimiento. Su mujer insta a maldecir a Dios pero Job no lo hace. 
  • c. 3-31: Monólogo inicial de Job y tres ciclos de diálogos entre Job y sus tres amigos, Elifaz, Bildad y Zofar (que evocan las tres tentaciones de Jesús en el desierto), quienes defienden la justicia de la retribución, por la que Dios, juez imparcial, premia a los buenos y castiga a los malos. En base a esta "sabiduría tradicional" de Israel, lo acusan de haber pecado y por ello, merecedor de su sufrimiento. El diálogo con Zofar ha sido sustituido por el poema de sabiduría (c. 28) acerca de la incapacidad humana de acceder a la sabiduría. Job protesta por su inocencia, muestra su desacuerdo con esta doctrina, desmentida por su experiencia, y apela un pleito con Dios.
  • c. 32-37​: Diálogo entre Job y un cuarto amigo enigmático llamado Elihú a quien podríamos identificar con el Espíritu Santo, y que anticipa y prepara la intervención redentora de Cristo. Afirma que el sufrimiento de Job no es necesariamente una consecuencia directa de un pecado cometido sino una prueba para su purificación. La justicia y la misericordia de Dios no se reducen a un simple sistema de recompensa/castigo, sino que abarcan una sabiduría y un propósito que escapan a la comprensión humana.
  • c. 38-41: Tres monólogos de Dios "desde el seno de la tempestad" que no explican el sufrimiento de Job, ni entran en confrontación con él ni defienden la justicia divina. Tampoco responden a su declaración de inocencia. Dios se centra en la fragilidad humana, contrastándola con inaccesibilidad a la sabiduría, el orden y la omnipotencia divinas. En el 2º monólogo, a pesar de que Dios permite la acción del mal, de "Behemoth" y "Leviatán", la limita y la pone coto. Job responde brevemente, pero el monólogo de Dios continúa, sin dirigirse nunca directamente a Job.​
  • c.42: Epílogo en el que Job confiesa el poder de Dios y su propia falta de conocimiento porque antes solo había oído a Dios, pero ahora sus ojos han visto a Dios. Dios reprueba a los tres amigos y aprueba a Job. Les ordena hacer una ofrenda con Job como intercesor, a quien le muestra su favor y le restaura la salud, la prosperidad y la familia.

Job representa a los justos que asumen los sufrimientos en su propia carne y los ofrecen para que otros comprendamos. Es el "grito del justo que brota desde lo hondo" (Sal 129,1). Es la fragilidad humana que suplica y busca denodadamente a Dios, mostrando que la debilidad es la fuerza del justo (2 Cor 12,9).

El justo (representado por Job) no sabe por qué ni para qué sufre; todo el mal que experimenta es un sinsentido... y todo eso es parte de la prueba. Dios parece ausente, lejano y misterioso ante el sufrimiento, y el hombre, como Jacob en su visión nocturna (Gn 32), lucha contra Dios y va a ser gloriosamente vencido por una sabiduría divina que supera todo saber humano.

Job es un libro provocativo, no apto para conformistas. No puede comprenderse sin sentirse interpelado o sin sentirse comprometido. Es un libro que nos transporta más allá, a la sabiduría y justicia divinas que nos corrigen y que transforman nuestro "modo humano" de pensar.

Dios gobierna el universo a través de su Providencia y todo tiene su momento y su sentido aunque el hombre no llegue a comprenderlo. Las pruebas y los sufrimientos son oportunidades para vencer al mal y para hacer que los afligidos sean más receptivos a la revelación, literalmente, "abrir sus oídos" (36,15) a la sabiduría divina.
La tradición cristiana ve a Job como figura profética que anuncia la pasión y la esperanza de la resurrección. Así, el clamor de Job en medio de la oscuridad se enlaza con la luz del Evangelio, mostrando que la verdadera respuesta al misterio del sufrimiento se encuentra en el amor de Dios revelado en la cruz de Jesucristo y en la promesa de vida eterna.

La entrega del Hijo en la cruz permite descubrir que el dolor puede ser fecundo, del mismo modo que el grano de trigo que muere produce fruto abundante. En Cristo se revela que el sufrimiento no encuentra su explicación definitiva en el orden de la justicia retributiva, sino en en la manifestación suprema del amor de Dios

La figura de Job es por tanto un tipo de Cristo aunque no es como el "siervo sufriente" de Isaías 53 que "aguantaba y no abría la boca", sino que se queja e inquiere. Sin embargo, como Cristo, al principio del libro, ofrece sacrificios de expiación por sus hijos, y al final, intercede por sus amigos y se reconcilia con ellos (cf. Hb 7,25). Como Cristo, no padece "sin motivo" porque "el Señor estuvo con él en la tribulación" (Sal 91,14-16).

De ambos podemos decir que "de sus cicatrices hemos aprendido". Job, como Cristo, "tenía que padecer y así entrar en la gloria(cf. Lc 24,26) representando a la humanidad sufriente que se pregunta por el sentido de su existencia.

El libro de Job nos enseña que la actitud ante el dolor y el sufrimiento debe ir unida al reconocimiento de la grandeza de Dios, pues la vida humana, con sus penas y alegrías, está en manos de Dios y nada escapa a su poder. 

Por ello, los cristianos ofrecemos nuestros sufrimientos, nuestra debilidad y nuestra falta de conocimiento para poder reconciliarnos, primero con nuestra propia condición humana caída por el pecado, y con nuestras ideas mezquinas y planteamientos estrechos, y finalmente, con Dios, con quien podemos dialogar en medio de nuestras dudas, como lo hace un hijo con su padre, sabiendo que tiene un plan superior que no alcanzamos a comprender.

Solo en el cielo, en presencia de "Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven, llegaremos al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,3-4). Entonces, estaremos cara a cara con la Sabiduría.

sábado, 27 de septiembre de 2025

PROVERBIOS: UNA OFERTA DE SENSATEZ Y CORDURA

"Si alguno de vosotros carece de sabiduría, 
pídasela a Dios, 
que da a todos generosamente y sin reproche alguno, 
y él se la concederá" 
(Stg 1,5)

Iniciamos hoy un recorrido por los cinco libros sapienciales del Antiguo Testamento que forman una especie de "pentateuco sapiencial": Proverbios ("mashal"= parábolas de Salomón), Job, Eclesiastés (o Qohelet), Eclesiástico (o Sirácida, o Ben Sira) y Sabiduría. Si en el Pentateuco, el protagonista es Moisés, en los libros sapienciales, es Salomón.

Los libros sapienciales son un "corpus aparte" dentro del Antiguo Testamento: no narran sucesos (como los libros históricos Samuel o Reyes) ni se presentan como Ley (como el Pentateuco) ni se expresan en términos particulares ni denuncian o acusan (como los libros proféticos) ni son oración o poesía (como los Salmos o el Cantar de los Cantares). Son libros destinados a la enseñanza, que reflejan la esencia de la sabiduría del pueblo de Israel, tanto la popular como la de escuela.

La puerta de entrada a este "corpus sapiencial" es, sin duda, el libro de Proverbios, atribuido a Salomón (aunque no en exclusiva) y que proporciona una oferta de "sensatez", en el sentido de percepción, conocimiento, saber, orden o razón, y de "cordura", en el sentido transformación del corazón, sede de la vida consciente. 

Los 151 proverbios (50 sobre sabiduría, 28 sobre la familia, 29 sobre el corazón, 16 sobre el orgullo y la humildad, 28 sobre el dinero) no son un conjunto de leyes o mandatos sino una propuesta de sabiduría, no en el sentido intelectual de "adquirir conocimiento", sino en el sentido bíblico de "saber vivir".
Este "saber vivir" implica un "saber obrar" del hombre para ir "haciéndose", "formándose" y "modelándose" a través de tentativas, errores y enmiendas, de manera que vaya "responsabilizándose de sí mismo" y volviéndose "sensato". 

Se trata de usar la razón para razonar y hacerse razonable, es decir, ser sensato y cuerdo: la sensatez ofrece al hombre lucidez y cautela para descubrir, discernir y aconsejar; la cordura le capacita para percibir y observar, entender y comprender, juzgar y prevenir. 

Ambas capacidades llevan al hombre a ser racional, sabio y prudente con el propósito de hallar el sentido de su vida: ser bueno y feliz.

La enseñanza proverbial incluye avisos, consejos, reprensiones y correcciones para que el hombre "aprenda" a: rodearse de sabios y evitar a los necios (13,20), tener prudencia (17,18), humildad (11,2), deseo de aprender (18,19), no tenerse por sabio (26,12), ni fiarse de sí mismo (28,26), ni estar satisfecho de sí mismo (12,15), dejarse aconsejar (19,20; 22,17; 23,12.19.26), dejarse corregir (10,17; 12,1; 13,1).

La mayoría de los autores clasifican el libro en varias colecciones o partes, según sus epígrafes y sus temas:
  • 1-9: Epígrafe"Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel". Tema: la sabiduría
  • 10,1-22,16Epígrafe"Proverbios de Salomón". Temael buen comportamiento
  • 22,17-24,34Epígrafe"Dichos de los sabios". Temala templanza y la pereza
  • 25-29: Epígrafe"Otros proverbios de Salomón que copiaron los funcionarios del rey Ezequías de Judá". Tema: proverbios diversos
  • 30,1-14Epígrafe"Otros proverbios de Salomón que copiaron los funcionarios del rey Ezequías de Judá". TemaSabiduría de Dios
  • 30,15-33: Epígrafe"Las palabras de Agur". Tema: proverbios numéricos
  • 31,1-9Epígrafe"Las palabras del rey Lemuel de Massa. Temaconsejos a los reyes
  • 31,10-31Epígrafe"La mujer sabia". Tema: alabanzas a la mujer
En el capítulo 8 de Proverbios, la Sabiduría aparece descrita con rasgos personales, preexistente, nacida desde la eternidad y asociada al acto creador de Dios. Por ello:
  • Los Apóstoles y los autores neotestamentarios identificaron esta Sabiduría con Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne. Cristo aparece como la Sabiduría eterna del Padre (Jn 1,9; 1 Cor 1,24.30; 2,6; Col 2,3; Stg 3,17; cf. Ef 1,17; Ap 5,12), sabiduría trascendente (personificada) y a la vez humana (encarnada), que habla con profecías y con parábolas.
  • El propio Jesús se confirma como una "Sabiduría más alta que Salomón" (Mt 12,42) y utiliza fórmulas breves y concisas, comparaciones y parábolas, es decir, "proverbios" que corrigen la denominada "teología deuteronomista" o "sabiduría retribucionista" de Israel (véase Jn 1,46; 3,8; 7,24; 8,32; 15,13; 20,29), provocando la reflexión antes de mostrar una verdad nueva y superior (Mt 13,12; 16,25; 19,6; Mc 2,27; Lc 4,23;14,27; 16,10).
  • Los Padres de la Iglesia entendieron el libro de los Proverbios como una etapa previa de la Revelación, es decir, a la manifestación del misterio de la Trinidad.
El término "parábola" es la traducción del hebreo "mashal" (proverbio o parábola). Si los Proverbios son las "parábolas de Salomón", los Evangelios son las "parábolas de Jesús", puesto que las enseñanzas o dichos de Cristo, sobre todo, los del Sermón de la Montaña, son auténticos "proverbios" de sensatez (véase Mt 5,13. 14.25.29.45; 6,3.7.21.24; 7,1.3.6.8.13).

Jesucristo, con su Cruz y Resurrección, pone límite a la sensatez y a la cordura humanas, invalidando las pretensiones terrenales de Israel e instaurando una nueva sensatez, divina, universal, paradójica y salvadora: "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1,22-24).

De esta forma, podemos entender mejor la frase "Jesús iba creciendo en sabiduría" (Lc 2,52) con la que la Palabra de Dios nos exhorta a los cristianos a crecer en sabiduría, a crecer en Cristo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

QUÉ HACER, QUÉ SER Y PARA QUÉ EVANGELIZAR

"Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" 
(Mt 28, 19-20)

Reconozco con mucha pena y dolor que los cristianos, en nuestra misión evangelizadora, no terminamos de hacer bien las cosas, o no acabamos de comprender lo que Cristo nos pide, o no utilizamos correctamente los medios que el Espíritu Santo nos pone a nuestro alcance

Lo primero que debemos tener en cuenta en la misión de evangelizar son las tres necesidades a las que debe hacer frente una parroquia misionera: el discipulado (qué hacer), la comunidad (qué ser) y la visión (para qué ser y hacer).

La parroquia no es simplemente un lugar de culto religioso a donde acudimos por tradición o costumbre, ni un edificio donde nos reunimos para realizar una tarea específica, y mucho menos, un club privado o "burbuja" donde socializamos.

La parroquia es el pilar fundamental sobre el que se asienta la vida comunitaria cristiana (CEC 278); un espacio donde celebramos la fe, donde estamos en presencia de Dios, donde recibimos dirección y formación para nuestro crecimiento espiritual, donde acogemos y servimos a nuestros hermanos, y desde donde salimos a evangelizar el mundo (CEC 174-306). 

Marcel LeJeune, católico evangelizador, autor de varios libros y fundador del programa Catholic Missionary Disciples, afirma que "la comunidad, en el ámbito católico, debe parecerse más a una familia que a un club, no se trata de estar de acuerdo o de llevarse bien, sino de quererse y cuidarse unos a otros, incluso a aquellos a quienes no te gustan o no les gustas. Así lo hacían los primeros cristianos, que vivían en una comunidad, se reunían regularmente, rezaban juntos, se servían y responsabilizaban los unos de los otros y se conocían entre ellos".

Por ello, no podemos llamarnos discípulos cristianos si no nos comprometemos y nos involucramos en la vida parroquial, si no hacemos a la parroquia como propia, no sólo porque no cumplimos la misión que el Señor nos encomienda, sino porque además no desarrollamos un sentido de pertenencia ni construimos una auténtica comunidad cristiana. 

¿Qué define a una auténtica comunidad cristiana?
Una auténtica comunidad cristiana es un grupo de discípulos cristianos con una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y espíritu (Flp 2,2; Hch 4,32).
La comunidad aporta un sentido de "pertenencia", una "identidad" que nos capacita para el servicio, priorizando las cosas importantes y anteponiendo a Dios a todo. El discipulado nos forma en la fe, nos anima a mostrar el amor de Dios a los demás y a perseverar en la esperanza del Reino de Dios.

Sin embargo, sucede que, con relativa frecuencia, los cristianos disfrutamos (pasión) con las cosas de Dios (misión), acudimos a maravillosas vivencias espirituales (a un retiro, a un grupo, a un movimiento, a una peregrinación..), pero éstas no pasan de ser experiencias pasajeras o efímeras en la medida en que no nos comprometemos, que no sentimos la comunidad como propia.

Y es que sucede que nos limitamos a ir de un sitio a otro, de parroquia en parroquia, de retiro en retiro, de grupo en grupo... "Hacemos cosas" pero no "somos" discípulos porque no maduramos ni crecemos... "Caminamos" pero quizás no hacia nuestra meta (visión). Nos conformamos con tener una "fe de biberón" pero no pasamos a una "fe de solomillo" con la excusa de no tener todavía "dientes", de "no estar preparados", es decir, no nos formamos como discípulos.

¿Qué define a un discípulo misionero? 
Discípulo es el quien ha tenido un encuentro profundo e íntimo con Jesús, vive y desarrolla su conversión con una clara visión, se forma, se compromete en la comunidad y sirve en la misión.
Y para comenzar a serlo, es necesario formarse en la fe con los sacramentos de iniciación cristiana ("bautizándolos y enseñándoles"). 

Se trata de una formación continuada en el tiempo porque nunca dejamos de aprender y de conocer a Dios; nunca dejamos de ser discípulos. 

Y en la medida que hacemos discípulos, somos discípulos misioneros, es decir, nos convertimos en instrumentos de Cristo para llevar a todos el misterio de la salvación.

¿Cómo lo hacemos?
  • Tomando la iniciativa: ser trata de "salir de nuestra zona de confort y liderar", aún estando "mal equipados", o sin tener experiencia, o incluso siendo "nuevos o inexpertos". No podemos esperar a que otros actúen por nosotros. Es necesario que alguien comience a formarse y a formar discípulos misioneros que edifiquen verdaderas comunidades cristianas.
  • Rezando juntos: se trata de abrirnos "al poder de Dios" y lograr un impacto espiritual en la vida de los demás, de comprometernos a rezar con y por aquellos que deseamos tener en la comunidad, incluso por quienes aún no conocemos. 
  • Invitando con sentido: se trata no sólo de invitar a alguien a un grupo, a un retiro o a una parroquia, sino de demostrar que esa persona nos importa y que queremos que forme parte de nuestra vida, de nuestras amistades cristianas, de nuestra comunidad. No es algo que haya que pensar mucho, tan solo hay que hacerlo.
  • Invirtiendo en otros: El "verdadero objetivo" está "en la inversión" de tiempo y de compromiso con otros y, por tanto, con la comunidad parroquial. Se trata de tener visión a largo plazo y una firme voluntad de servir en y a la comunidad.
  • Mirando a Jesús y haciendo lo que Él hizo: Él tomó la iniciativa por los suyos, rezó por ellos, les invitó e invirtió en ellos. Pasó tiempo con la gente, hizo crecer las relaciones, desafió a otros, les dio responsabilidades, los dejó fracasar y los perdonó. Se trata de relacionarse con la comunidad y de no quedarse "en la superficie", de conocerse y generar confianza, de compartir experiencias, de apoyarnos en los problemas y alegrarnos en los éxitos.
¿Qué define a una correcta visión? 
Una vez tenemos claro qué hacer (discípulos) y qué ser (comunidad), es necesario saber para qué hacerlo y serlo (visión).
La meta de un discípulo no es sólo "hacer" cosas, formarse, comprometerse o servir. Estos aspectos son medios o instrumentos que el Señor nos propone para cumplir la misión encomendada. 

El verdadero objetivo de todo discipulado y de toda comunidad cristiana es alcanzar la santidad, la propia y la de los demás. Esa es la visión que todo discípulo debe vivir, y vivirla con pasión.

No obstante, a muchos cristianos les sobrepasa y les atemoriza el término "santidad", lo ven como una utopía y piensan que sólo está al alcance de unos pocos. Pero esto no es verdad: Dios nos dice: "Sed para mí santos, porque yo, el Señor, soy santo" (Lv 20,26), "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

La santidad no es otra cosa que dejarse transformar por Dios, ser humilde y manso de corazón, cooperar con la gracia del Espíritu Santo, "dejándose hacer" para "renacer": "Confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo" (1 P 1,13-16).