¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 5 de febrero de 2018

CAMBIAR EL "STATUS QUO"

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“Id pues y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”
(Mateo 28,19)


Este fue el mandato de Jesús a sus apóstoles y que resume la misión de la Iglesia fundada en Pentecostés: "Id y haced discípulos"

En otros artículos ya hemos hablado de que la evangelización es la asignatura pendiente de la Iglesia Católica actual. Hemos dicho en otras ocasiones que la Iglesia ha perdido su identidad evangelizadora y discipular, pero no hacemos nada para remediarlo o, sencillamente, nos paralizamos como si nada tuviera que cambiar. Unos de pie y otros sentados. 

Es una labor que nos incumbe a todos pero no se trata de evangelizar para "llenar" las parroquias. Se trata de obedecer el mandato de Cristo.

La alarma sigue activada y sonando. Atruena nuestros oídos y paraliza nuestras reacciones: en Occidente, las parroquias siguen vaciándose de fieles. Tan sólo resisten nuestros "mayores". Y a pesar de ello, se siguen manteniendo las mismas estructuras desde hace décadas junto a pastorales de conservación/mantenimiento, en lugar de pastorales de evangelización y discipulado, que lleven almas a Dios. Y esto, no funciona. Ya, no.

Muchos sacerdotes se sienten abrumados, saturados, perdidos y "quemados": Algunos, buscando soluciones, se encuentran "maniatados", y la mayoría, sin saber qué hacer porque tampoco nadie les dice qué hacer. 

Mientras, la Iglesia, tanto el clero como los laicos, parecemos estar de "brazos cruzados": en los seminarios tampoco se da una respuesta al nuevo paradigma; la falta de vocaciones y de líderes católicos impide o ralentiza un cambio de esta negativa situación; la falta de delegación en los laicos, impide un esfuerzo de todo el pueblo de Dios para voltear este nuevo escenario; el escaso interés de los seglares por formar parte de la misión encomendada a todos, evita un cambio de panorama.

En general, en la Iglesia se gestiona un "status quo" que ya no funciona, pero sobre todo, falta visión, falta misión, falta motivación para el cambio, faltan comunidades que susciten no sólo vocaciones sino todas estas cuestiones. Y sobra miedo, sobra gestión, sobra conservación, sobra "comodidad". 

Por favor, no quiero que se entiendan mis palabras como una crítica estéril y gratuita. Pero tengo claro que necesitamos líderes que sepan qué hacer y, sobre todo, que quieran cambiar. Y necesitamos discípulos comprometidos con nuestros líderes.

Entonces ¿qué nos falta?

Falta de visión

Los seminarios son entornos excesivamente académicos, donde los futuros sacerdotes pasan la mayor parte del tiempo con compañeros masculinos como ellos, aprendiendo de hombres mayores, que los forman en filosofía, teología, sacramentos y asuntos pastorales. 

Resultado de imagen de seminarios de sacerdotesSin embargo, cuando salen del seminario y llegan a una parroquia, los asuntos que se encuentran son absolutamente desconocidos: nuevas problemáticas, nuevas familias, nuevas parejas y sobre todo, mujeres, con las que no están familiarizados. 

Sus estudios de filosofía y teología les sirven de poco porque, antes de aplicarlos, deben hacerse cargo de una nueva situación para la que no han sido formados. 

Además, se genera un nuevo estado muy significativo: dejan de vivir en comunidad para hacerlo solos..muy solos.

Falta de estrategia

Así, los párrocos se convierten en gerentes de status quo parroquial, limitándose a un horario y a una "ley del mínimo esfuerzo" o posiblemente, "de poco ánimo". 

No tienen la respuesta al declive de sus parroquias, pues su formación en la pastoral se ha centrado en catequesis, sacramentos, reuniones, eventos… 
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No saben cómo multiplicarse espiritualmente o cómo formar discípulos misioneros, porque nadie se lo ha enseñado. Son conceptos extraños y lejanos que no han experimentado personalmente. 

No han sido entrenados en "nuevas estrategias pastorales" que afronten los "nuevos escenarios".

Falta de valentía

La necesidad de cambio es algo que afecta a todos, sacerdotes y laicos. Así pues, o se cambia la forma de trabajar o la Iglesia seguirá cayendo en barrena. Se requiere valentía, audacia y compromiso para el cambio.

No se puede seguir aceptando esta situación sin más y simplemente continuar “gestionando” las parroquias y las diócesis mientras los laicos se limitan a "consumir" sacramentos.

Al final, se crea un ambiente en el que nadie está dispuesto a asumir riesgos y todos se "acomodan". Es una situación, que a muchos, nos apena y nos angustia.

Falta de apertura 

Hemos dicho muchas veces que no se trata de cambiar la doctrina ni el mensaje sino de "abrirse" a la acción del Espíritu Santo que sopla en una dirección a la que no estábamos acostumbrados. 

Imagen relacionadaSe trata de cambiar la forma de actuar con otros métodos, de hablar con otros lenguajes, de guiar con otro espíritu. 

Sin embargo, continúa la resistencia a estas nuevas formas de hacer las cosas, continúa una excesiva rigidez en la mentalidad de los líderes y del resto del cuerpo místico de Cristo. 

¿Por qué? Por miedo. Miedo al cambio. Miedo a tener que probar algo nuevo, miedo a reconocer que hay cosas que ya no funcionan. Miedo como el de los apóstoles en la barca, que aun teniendo a Jesús en la proa, no tenían una fe firme.

Falta de oración


Hemos perdido el gusto por la oración. Hemos perdido el hábito de orar constantemente. Se nos ha olvidado rezar más y con mayor fuerza.

Quizás, porque creemos que solos, podemos con todo...o porque creemos que no podemos con nada. Y no nos atrevemos a abandonarnos a la gracia y a pedir ayuda a Dios; no nos acercamos a Él para pedirle guía y ayuda, quizás por temor a no ser escuchados...

El primer requisito para el cambio es que pongamos todo en manos de Dios para que Él nos indique lo que debemos hacer. Y, acto seguido,hacerlo.


Falta de compromiso

Por supuesto, es necesario e imprescindible enseñar lo que Jesús enseñó pero la formación por sí sola no es la llave que abre un corazón, no es el interruptor para que un hombre se convierta a Cristo. 
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Cuando los sacerdotes organizan y planifican la pastoral de sus parroquias, recurren a lo que conocen y terminan convirtiendo la enseñanza en el núcleo de todo. 

Y así se vuelve al problema de siempre: ¡catequizar y administrar sacramentos no es igual a evangelizar!.

Es necesario tener primero un encuentro con Jesús, donde las personas puedan tener la oportunidad de elegir seguirlo, donde puedan cambiar primero de mentalidad, para después, cambiar de vida. Y esto es algo que no se facilita ni se apoya desde la inmensa mayoría de las parroquias.

Nos falta compromiso "ad extra", es decir, "salir del encierro", "salir del letargo". Esto es la evangelización. Y es precisamente lo que se ha perdido. Ser cristianos, ser discípulo de Jesús no es instalarse en el "Tabor" sino seguir a Cristo en el "Calvario".

Falta de discipulado

Algunos nuevos métodos de evangelización, promovidos por laicos, están ofreciendo un crecimiento de conversos, que han encontrado a Jesús y quieren acercarse a su Iglesia. 

Sin embargo, cuando éstos llegan y se adhieren a la comunidad, el discipulado que se ofrece se limita a las catequesis y los sacramentos.

Por supuesto, los sacramentos son esenciales. También, el discipulado es imprescindible en toda parroquia que se precie. Pero el hacer discípulos no es el objetivo final. 

El objetivo de la Iglesia es formar discípulos para que éstos formen a otros discípulos, y que éstos que formen a otros discípulos y así, sucesivamente.

Falta de humildad

En nuestra querida Iglesia Católica, rara vez se producen cambios, porque hacerlo, quizás significaría reconocer que no siempre hemos actuado correctamente.

El cambio requiere humildad por parte de todos, y la rendición de cuentas, más todavía. Es difícil encontrar sacerdotes que admitan que no tienen todas las respuestas, que necesitan ayuda y que deben aprender. Más aún, obispos.

La solución no es fácil, necesitamos cambios en la forma de ver y de trabajar en nuestras parroquias y diócesis. Este cambio debe, inexorablemente, comenzar con humildad y oración. 

Entonces podremos realmente discernir qué necesita cada uno de nosotros para crecer como pueblo de Dios. Necesitamos la visión adecuada. Necesitamos la ayuda adecuada. 




A menudo, cuando recuerdo a ese puñado de recios discípulos que cambió el mundo después de Pentecostés... pienso, y nosotros ¿qué?


miércoles, 31 de enero de 2018

ENJOY THE SILENCE


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Words like violence 
Break the silence 
Come crashing in 
Into my little world. 

Painful to me 
Pierce right through me 
Can't you understand 

All I ever wanted 
All I ever needed 
Is here in my arms 

Words are very unnecessary 
They can only do harm 
Vows are spoken 
To be broken 
Feelings are intense 
Words are trivial 
Pleasures remain 
So does the pain
Words are meaningless 
And forgettable 

(Enjoy the silence, Depeche Mode 1990) 


El pasado fin de semana estuve en un retiro en silencio. Es una de las experiencias espirituales que realizo varias veces al año y que aconsejo a todo el mundo.

En el silencio (exterior e interior), dispongo mi espíritu a la Gracia divina abriendo cuerpo, alma y corazón a la acción silenciosa del Espíritu Santo, que me transporta y me hace avanzar hacia el amor de Dios. Yo, guardo silencio y Dios, hace el resto.

Dios me trae al silencio para hablarme en lo más profundo de mi ser y así, llegar al entusiasmo (del griego enthousiasmós, que significa "lleno de Dios"). Es Dios, quien desde mi silencio interior, se manifiesta y se desborda.

Es entonce
s cuando, uno es capaz de ver "flashes", "gotas de cielo", "cachitos de cielo", es decir, gracias sensibles e inmediatas de la acción de Dios, que le hacen entender y descubrir que para encontrar a Dios, no tengo que buscarlo en el exterior, donde sólo hay ruido y distracción, sino en mí.

Encontrar a Dios requiere silencio y recogimiento; requiere concentración y conocimiento de mi mismo; ahondamiento en mi corazón, discernimiento en mi mente y examen en mi conciencia. 
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El silencio no es simplemente la ausencia de ruido o palabras sino una profunda comunión con Dios que no necesita sonidos. El silencio no habla, siente; es callar y contemplar su Amor.

Una de las clásicas tentaciones de Satanás es el excesivo y narcisista uso de palabras con el cual "hacer ruido" para no escuchar a Dios. Por eso, igual de necesario es un "silencio de labios", que un "silencio de pensamientos" con el que poder escuchar a Dios estando alerta, y vigilante.

La voz de Dios es una luz íntima que resplandece silenciosamente, y que jamás se impone. El fruto del silencio es distinguir la sutil, delicada y respetuosa voz de Dios que nunca se abalanza, ni presiona; una voz discreta y sosegada que nunca obliga a nuestra libertad y que nunca abusa de nuestra debilidad.

El silencio es un camino que comienza del esfuerzo, continúa en el deseo y termina en una necesidad. Eso es el verdadero encuentro con el Amor: a solas, en silencio y en intimidad, yo le miro y Él me mira. 

El silencio es un lenguaje puesto que Dios no se encuentra en el ruido ni habla mediante sonidos que debemos aprender a reconocer. Un lenguaje de amor, bellamente descrito por San Agustín:

"una luz que brilla desbordando el espacio
un sonido que suena más allá del tiempo
un olor que no se disipa en el aire
un sabor que no causa hastío
un abrazo que nunca se separa"

El silencio es un espacio de prueba y examen ante las distracciones, los pensamientos, los deseos y las emociones. En silencio, el hombre encuentra a Dios, evitando ceder a la fascinación y seducción de lo externo y volviéndose a lo interno, evitando salir de sí mismo, dejándose atraer por su amor y sumergirse en él... porque lo esencial lo pone Dios.

El silencio es
 un ascensor hacia el cielo que permite encontrarse con Dios subiendo piso a piso, rellano a rellano, sin prisa pero sin pausa. El hombre quiere "todo"deprisa; quiere ver, sentir y oír a Dios pero no le busca en la dirección correcta; pretende subir en el ascensor desde el bajo directamente al ático, sin parar, sin detenerse, sin dejar de hablar...

Imagen relacionadaEl silencio es una trascendencia del amor humano para conocer el amor divino. No podemos encontrar ni entender a Dios sin la perspectiva de la vida eterna. El hombre es impaciente y ruidoso por causa de su compulsiva relación con el tiempo. Sin embargo, Dios es paciente y silencioso porque es eterno, porque no es esclavo del tiempo. 

Dios es "palabra sin voz", "comunión silenciosa"y por tanto, no debemos buscar el silencio por el silencio, sino la intimidad de Dios por medio del silencio.

El silencio es una escuela de mansedumbre, de humildad, de sabiduría y de confiado abandono en los brazos de Dios. Una escuela donde aprendemos a perder el miedo y la angustia ante lo que no hace ruido porque no estamos solos. 

En el silencio: Estamos con Dios. Estamos en Dios. Somos para Dios.
¡Que todo enmudezca para que Dios se haga oír!


domingo, 21 de enero de 2018

¿CORRIJO O CONDENO?

"Sed misericordiosos, 
como vuestro Padre es misericordioso. 
No juzguéis y no seréis juzgados; 
no condenéis y no seréis condenados. 
Perdonad y seréis perdonados." 
(Lucas 6, 36-37)

"No me juzgues" es una de las frases de la Biblia más utilizadas hoy, especialmente entre los no cristianos, porque encaja con dos supuestos que la ideología relativista quiere imponernos: (1) la religión debe vivirse en el ámbito privado, y (2) la moral es relativa. La gente, cuando dice "no me juzgues", en realidad, está queriendo decir: "No eres nadie para decirme que estoy equivocado". 

Sin embargo, Jesús, quien pronunció esas palabras, continuamente hacía juicios públicos, muchos de ellos, bastante duros. En Juan 7, 7, les dijo a sus discípulos que el mundo le odia "porque testifico de él que sus obras son malas". Con estas palabras, Dios no quiere decir que debemos estar de brazos cruzados y permitir que cada uno vaya a lo suyo o que pensemos ¿Quien soy yo para juzgar? Más bien, se refiere a que debemos corregir pero no condenar.

Cuando ponemos a la luz de Dios desde la caridad fraterna una actitud, una opinión, un hecho, etc..., no estamos juzgando sino corrigiendo. Corregir es una de nuestras principales tareas como cristianos, o lo que es lo mismo, buscar la santidad de nuestro prójimo. Cuando condenamos a la persona, estamos juzgando. Cuando la corregimos, buscamos su santidad.

San Agustín de Hipona decía que "Dios odia el pecado, pero ama al pecador". Si Dios odiara a los pecadores, ¿por qué encarnarse para salvarlos? Jesús denunció las obras malas, pero no condenó a la gente. Juan 3,17 dice que Dios no envió a Jesús para condenar al mundo, sino para salvarlo. 

Debemos conocer la diferencia entre corregir y condenar. Corregir es decir: "porque te quiero, eso que haces, está mal"Condenar significa decir: "te odio por lo que haces mal"Es lo que hacemos después de decirle a alguien la verdad, lo que determina si los estamos condenando (juzgando) o no. 

¿Cómo diferenciar la corrección de la condena? Algunas ideas podrían ser las siguientes:

Veo la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio

En ocasiones, estamos más enfadados con la otra persona por lo que ha hecho, que no somos capaces de pensar que nosotros mismos hacemos muchas cosas mal. Solemos mirar con lupa las malas obras de otros y escondemos las nuestras.

Podemos (y debemos) corregir fraternalmente a otros desde el cariño, pero sobre todo, desde la plena consciencia de que nosotros también obramos mal y pecamos.

No perdono (o si perdono, no olvido)

"Negarse a perdonar" es ignorar por completo lo mucho que Dios nos ha perdonado, es negarse también a ser perdonado.

"Perdonar pero no olvidar" es como "distinguir sin diferenciar", es como decir "voy a recordar eso que hizo y usarlo como justificación para condenarlo en cualquier otro momento"

"Perdonar pero no olvidar" no es perdonar en absoluto. El perdón significa absorber la deuda y, a cambio, ofrecer amor y bondad.

Excluyo a mis "enemigos" 

Esta es la esencia del "juzgar": cuando estamos en desacuerdo con alguien, le condenamos y le castigamos, excluyéndole. En esencia, pensamos: "No podemos ser amigos si no estamos de acuerdo en este tema". La condena es clara: "Es mi enemigo y no quiero estar con él".
Sin embargo, como cristianos debemos amar por encima de todo, incluso de nuestra postura u opinión. Eso no significa que tengamos que comprometerla o dejar de expresarla sino mantenernos comprometidos en amar a aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Significa que, como Cristo, un cristiano no tienen enemigos.

El mejor ejemplo de esto es la actitud de Jesús con Judas. Sabiendo que le traicionaría, podría haber expulsado de su grupo. Sin embargo, le sentó a su mesa y compartió con él pan, símbolo de intimidad y amistad en las costumbre judía; le lavó los pies como al resto de los apóstoles, símbolo de servicio y amor; incluso después de que Judas le traiciona, Jesús le dice: "Amigo, ¡a lo que vienes!" (Mateo 26, 50). 

Cristo no sólo no condena a Judas sino que ni siquiera le aparta de su lado. No le dice "enemigo" sino "amigo", amándole a pesar de su traición

Condeno sin dar opción de cambio

Con mucha frecuencia, juzgamos y condenamos a los demás sin darles la oportunidad de cambiar.
Sin embargo, Dios nos exhorta a corregir (reprender) a nuestro hermano, pero no para pisotear su dignidad (pues también es hijo de Dios), si no para ganarle: 

"Si tu hermano ha pecado contra ti, 
ve y repréndelo a solas; 
si te escucha, habrás ganado a tu hermano" 
(Mateo 18,15). 

La corrección fraterna debe estar siempre inspirada por el amor y llevada a cabo con amor. Por eso, siempre, debemos darle opción de arrepentimiento, de retracto y de cambio.

No acepto ser corregido


A nadie nos gusta ser corregidos. Ni tampoco aceptar la reprensión de buen grado. ¿Por qué? ¿Es que acaso no tenemos fallos?

Cuando otros señalan nuestro mal actuar, deberíamos ser capaces de decir: "Bueno, tienes razón, ¡Lo siento!, perdóname.

Sin embargo, solemos ponernos a la defensiva, disculpándonos, excusándonos o "echando la culpa a otros" demostrando una actitud poco cristiana y orgullosa. Y el orgullo impide el paso a la Gracia.

Aceptar ser corregidos por nuestros hermanos, nos llevará por el camino de la humildad, hacia la santidad y hacia Dios.

Me niego a corregir

Cuando nos negamos a corregir a alguien, es por dos razones: (1) Nos rebelamos a lo que Dios nos dice sobre la corrección fraterna, o (2) Nos concienciamos de que la otra persona realmente no puede cambiar.
La Sagrada Escritura dice: "El que no usa la vara odia a su hijo, pero el que le ama le prodiga la corrección." (Proverbios 13, 24). 

Al asumir que una persona no puede cambiar ni arrepentirse, no sólo estamos odiándola, sino interponiéndonos entre Dios y ella, y negándola la oportunidad de recibir su Gracia. ¿Quién soy yo para interponerme entre Dios y mi hermano? ¿Quién soy yo para ocupar el lugar de Dios?

El apóstol Santiago termina su carta así: “Hermanos míos, si uno de ustedes se desvía de la verdad y otro lo hace volver, sepan que el que hace volver a un pecador de su mal camino salvará su vida de la muerte y obtendrá el perdón de numerosos pecados” (Santiago 4, 19-20).


Por último, un aspecto importante en la corrección fraterna es crear un equilibrio entre la gracia y la verdad. No debemos corregir a los demás con Gracia reteniendo u ocultando la verdad, pero tampoco lo hagamos diciendo la verdad sin Gracia, porque:

"Gracia sin verdad es sentimentalismo liberal". 
"Verdad sin gracia es fundamentalismo crítico".

sábado, 20 de enero de 2018

¿POR QUÉ VOY A LA IGLESIA?

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La Iglesia es maravillosa. La iglesia es un regalo. La iglesia es acogida.

Como dice el Salmo 95, las canciones que cantamos, las Escrituras que leemos, las homilías que escuchamos y las oraciones en las que participamos están diseñadas por Dios para participar de Su presencia.

A pesar de todo esto, hay algunos días que no voy a misa con una buena actitud. Si bien, hay muchos días que voy entusiasmado, hay esos "otros" días en los que no me apetece ir, o voy "refunfuñando".

Eso me ocurrió ayer. Estaba perezoso, cansado, no tenía ganas...pero fui. La verdad, fui por insistencia de mi mujer. Y ¡qué Diosidad!: La homilía (de tan sólo dos minutos) estaba inspirada y preparada para mí. 

El comentario era sobre el Evangelio de San Marcos 3, 13-19 donde relata cómo Jesús escoge a los Doce Apóstoles. Jesús está en medio de mucha gente a la que acoge, habla y cura. Entre toda ella, elige a los Doce Apóstoles, primero, para estar con Él y después la misión que le va a encomendar. Pero, sobre todo, para estar con Él, para "ser con Cristo".

De la misma forma, ayer, Jesús  me llamó para estar con Él y después, para que haga el resto de mis cosas. Porque si primero me "enredo" en lo que tengo que hacer, en mis obligaciones...las ganas de ir a misa, de estar con Él, desaparecen en segundos. 

Ayer, Dios, a través del párroco,  me dijo: "busca primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se te dará por añadidura" (Mateo 6, 33). Y de verdad, que recibí la confianza, la paz y la fuerza espiritual para afrontar "todo lo demás".
¡Lo sé! No tengo que ir a misa porque se supone que deba hacerlo, o por "cumplir" o porque mi mujer me lo diga (sé que a ninguno de vosotros os pasa, ¿verdad?), sino porque si voy, algo sobrenatural sucede: Dios mismo interpela mi corazón voluble.

Y es que Dios quiere que vaya a verle porque me conoce desde toda la eternidad, conoce hasta "los cabellos de mi cabeza" (Mateo 10, 30), conoce mis debilidades, conoce mi corazón humano que fácilmente se distrae, se desalienta y se excusa. 

Él conoce lo rápido que olvido la necesidad que tengo de Él, lo poco que tardo en auto-justificarme y auto-engañarme, lo deprisa que le soy infiel y lo pronto que le doy la espalda.

Ayudado por Su Gracia, me llama a Su presencia para acrecentar mi fe, para volver a estar nuevamente entusiasmado y feliz con Él, para disfrutar de su amor misericordioso que tanto necesito y para decirme una vez más: ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?

FE, DOS LETRAS CON UN GRAN SIGNIFICADO


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"Dichosos los que creen sin haber visto" 
(Juan 20,29)


El apóstol Pablo en su carta a los Hebreos dice: "La fe es la garantía de las cosas que se esperan, la prueba de aquellas que no se ven" (Hebreos 11, 1).

El catecismo de la Iglesia católica nos dice que la fe es "la adhesión personal de la inteligencia y voluntad a la revelación divina" (176). 

Es “una virtud teologal infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela".

Dicho de otra manera, es una luz y un conocimiento sobrenaturales por medio de los cuales, sin ver, podemos creer lo que Dios nos dice y la Iglesia nos enseña. Dios nos hace ver las cosas desde su punto de vista divino, con sus ojos, tal como las ve Él.

En cambio, no es fe cuando decimos “creo que va a llover” o “creo que María vendrá" o "creo que tienes razón.." expresamos simplemente una suposición, una opinión o una impresión: suponemos que lloverá; tenemos la impresión de que vendrá, pensamos que tiene razón...pero no tenemos certeza de ello.


Es un don gratuito

Resultado de imagen de don de diosLa fe no es un don innato ni propio de nuestra naturaleza sino que es un regalo de Dios que nos concede en el bautismo y que implica certeza, significa admitir a Dios como Verdad, dar por segura Su existencia y asumir Su voluntad.

Tampoco es fe cuando vemos y comprendemos claramente algo: "dos más dos son cuatro", tenemos la certeza de que es así porque podemos comprenderlo y comprobarlo... pero no toda certeza es fe: es comprensión.


Es siempre firme

Cuando aceptamos sin dudar una verdad revelada por Dios, tenemos fe. Por eso, no podemos decir:"Yo creo en el cielo, pero no en el infierno” o “creo en Dios pero no en la Iglesia", porque estaremos diciendo que Dios se equivoca y nosotros no…por eso le corregimos.

La fe se construye sobre certezas y verdades inamovibles reveladas por Dios. La fe nunca cambia ni se amolda a los tiempos. La fe es eterna porque viene de nuestro Padre Eterno.

Es un acto de responsabilidad

Fuimos creados libres y responsables de nuestros actos. Somos libres para decir "sí" o "no" a Dios, pero ambas respuestas conllevan una responsabilidad
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La fe, nuestro "sí", es un acto libre de nuestra voluntad que acepta a Dios, trata de conocerlo, de amarlo, de cumplir siempre su voluntad que nos responsabiliza a alcanzar el objetivo por el cual fuimos creados: ser santos y estar en presencia de Dios.

La falta de fe, nuestro "no" o nuestro "sí, pero..." es un acto libre de nuestra voluntad que no acepta a Dios, que lo acepta a medias, que no trata de amarlo por encima de todas las cosas ni de hacer siempre su voluntad, que relativiza las verdades esenciales y que nos responsabiliza a no estar en presencia de Dios, lo que significa el infierno: vivir al margen de Dios.

Es un acto de compromiso 

La fe no es simple teoría ni simple moral. No es algo que está bien o que es bueno. 

Es un acto de compromiso de poner a Dios en el primer lugar de nuestro corazón, una decisión que nos mueve a la acción, una actitud de poner en obras aquello en lo que creemos, una disposición firme a aplicarlo en nuestras vidas.

La FE se fortalece dándola. Dar la fe es vivirla, es compartirla con los demás, es servir a los demás y por supuesto, es tener un deseo de servir a Dios sobre todas las cosas, de ponerle en primer lugar.

Es un acto de amor

Resultado de imagen de abrir el corazon a diosEn primer lugar, la fe es un acto de amor de Dios hacia nosotros. Un amor desinteresado, infinito y eterno. Todo es por causa del amor de Dios: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Juan 3, 16).

En segundo lugar es un acto de amor nuestro hacia Dios, por todo lo que somos, por todo lo que nos da, que es siempre beneficioso para nosotros, incluso lo que definimos como malo.

En tercer lugar, es un acto de amor hacia nuestro prójimo, hermano e hijo de Dios, por el que debemos "dar la vida", tal y como Jesús hizo: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15, 13).


"FE"...dos letras con un gran significado 

F de Fraternidad. " Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Mateo 22,39).
de Felicidad. "Partiréis con alegría y en paz seréis llevados" (Isaías 55, 12).
de Fidelidad. "Obraréis en todo en el temor de Yahveh, con fidelidad y con corazón perfecto" (2 Crónicas 19,9).
de Fecundidad."La fe sin obras está muerta" (Santiago 2, 17).
de Fortaleza. "Dios es nuestro refugio y fortaleza, un socorro seguro en momentos de angustia" (Salmo 46,2).

de Esperanza. "Que el Dios de la esperanza llene de alegría y paz vuestra fe, y que la fuerza del Espíritu Santo os colme de esperanza" (Romanos 15,13).
E de Espíritu. "Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, y por él entendemos lo que Dios nos ha regalado" (1 Corintios 2, 12).
E de Eclesial"Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mateo 16,18).
E de Experiencia."Sólo te conocía de oídas; pero ahora, en cambio, te han visto mis ojos" (Job 42, 5).E de Elección. "Él nos ha elegido en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos" (Efesios 1,4).


Para la reflexión personal:


¿Ocupa la fe el primer lugar en mi vida? ¿Ocupa algún lugar?

¿Soy consciente del gran regalo que Dios me ha hecho con la fe? ¿Se lo agradezco?

¿Es mi fe rica en obras? ¿Está viva o muerta?

¿Creo y vivo una fe en acción? o ¿Creo en una fe como en idea teórica, personal y carente de significado?

¿Creo y soy consciente que el Espíritu Santo actúa en mi alma y en mi vida? 

¿Hago silencio interior para oír las inspiraciones del Espíritu Santo? ¿Las obedezco?

¿Pido a Dios su ayuda para vivir mi santificación o me fío y me basto solo con mis fuerzas?

¿Vivo los acontecimientos más ordinarios de la vida con sentido sobrenatural? 

¿Descubro la la acción de Dios en cada momento de mi vida?

¿Amo a Dios y al prójimo con hechos y no sólo con palabras?

¿Vivo mi fe con esperanza y caridad?









martes, 16 de enero de 2018

¿CUÁNTO DEBE DURAR UNA HOMILÍA?

"Porque no nos predicamos a nosotros mismos, 
sino a Jesucristo, el Señor"
(2 Cor 4, 5)


¿Cuánto tiempo debe durar una homilía? En cierta ocasión, un santo sacerdote, P. Casté (D.E.P.), hablando de la duración de las homilías, dijo algo que se me ha quedado grabado: "Los primeros cinco minutos, es el Espíritu Santo quien habla; los cinco siguientes, el sacerdote; y el resto, el diablo."

Y es que esta pregunta persiste en las mentes de muchos feligreses inquietos, cuando son obligados a sufrir la homilía del sacerdote más allá de toda efectividad y competencia. Tampoco causar sufrimiento o aburrimiento es la respuesta que espera un sacerdote tras haber preparado concienzudamente una homilía.

Por lo tanto, la respuesta es muy sencilla: el tiempo que sea necesario siempre que mantenga la atención de los oyentes a través de la verdad, la belleza y el bien.

La homilía no puede ser un espectáculo entretenido ni mediático, y mucho menos, un mitin político o social. Tampoco puede ser demasiada extensa.

No se trata de una charla magistral ni de una conferencia sino que es una predicación dentro del marco de una celebración litúrgica; por eso, la palabra del sacerdote no puede ser más importante que la celebración de la fe ni puede ocupar un lugar o un protagonismo excesivos, de manera que el Señor brille menos que el ministro. 

Imagen relacionadaAlgunos sacerdotes caen en la "tentación del micro": piensan, por un lado, que sus parroquias se llenan de gente que viene deseosa de escucharles todo el tiempo que decidan y a dejarse deslumbrar por su don de palabra, y por el otro, se enorgullecen de contar cualquier cosa con el propósito de ganarse a los alejados, aunque tenga poco que ver con el Evangelio del día. 

Que no se me malinterprete, no estoy criticando a nadie ni pidiendo homilías cortas. En realidad, creo que en muchas parroquias donde a diario, el sacerdote no da una homilía, debiera darlas, aunque sean de cinco minutos. La lectura e interpretación de la Palabra es un acto muy importante en las misas porque es Dios quien nos habla a cada uno de nosotros. A veces, hasta el sacerdote se olvida o se "homi-lía"

¿Cómo se puede predicar mejor e incluso por más tiempo?


Hablar de Dios

Tal vez parezca contradictorio, pero la forma de mantener la atención de las personas menos comprometidas no es alimentándolos a base de "gominolas espirituales". Puede que sean dulces al gusto y agradables al oído, pero con seguridad, no contienen nutrientes ni llegan al corazón y....¡demasiadas, empachan! 

Muchas personas abandonan sus parroquias porque se deja de hablar de Dios para hablar de política, de temáticas sociales, de actualidad, de anécdotas... No, ¡la homilía no es un telediario!
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Lo que a un cristiano le atrae es escuchar lo que Dios quiere decirle; es lo que nos mantendrá interesados y atentos. La homilía es una prolongación de la Palabra, pero nunca ha de usurpar su lugar. 

La Palabra de Dios no necesita ser sazonada ni condimentada por una homilía protagonista, sino más bien, necesita que la escuchemos a la luz del Espíritu Santo para que nos lleve a Dios. 

El objetivo de una homilía es guiar hacia el conocimiento y el gusto de Dios, abrir nuestros corazones y rendirnos a la gracia de Dios, alimentar la fe por la acción del Espíritu, que obra por nosotros a través de la escucha atenta, prepararnos para una buena comunión sacramental con Cristo, y exhortarnos a vivir lo que hemos recibido.

Captar la atención

Cuando se habla en público, es fundamental captar el interés del auditorio desde el principio. Jesús lo hizo en Galilea con las bienaventuranzas. 

A veces, las homilías tienen demasiado contenido, demasiada altura teológica o demasiada repetición.

Nuestra capacidad de atención es limitada y está científicamente demostrado que el auditorio pierde la atención transcurridos los veinte minutos de escucha. 
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Después de ese tiempo, se pierde la atención, sólo se oye ruido y uno comienza a pensar en otras cosas. 

"Extenderse" en demasiadas ideas, "elevarse" con palabras rebuscadas o "repetirse" en exceso, dando vueltas y vueltas sobre la misma idea hasta el aburrimiento, lo único que consigue es que la gente se "desconecte".

Mover a la acción

En tercer lugar, es la voluntad de Dios que el sacerdote hile constantemente la explicación del Evangelio con su aplicación personal a cada una de nuestras vidas. El sermón de Pedro en Hechos 2 llevó a su audiencia a preguntar: "¿Qué debemos hacer?", los movió a la acción.

Explicación sin aplicación lleva a la frustración. El contenido sin convicción genera aburrimiento. El poder inherente de la Palabra y el Espíritu demanda una respuesta: acción, agradecimiento, arrepentimiento, renovación, compromiso, etc.
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Sin nada de eso, si sólo las oímos (que no escuchamos) y no nos mueven a la acción, las homilías se quedan en juegos de palabras que se los lleva el viento y cuando salimos del templo no recordamos nada de lo que el sacerdote (Dios) dijo.

Llegar a los corazones

El sacerdote debiera estar siempre discerniendo si la gente está escuchando o no.  ¿Cómo? Enfatizando, enfocando, preguntando, emocionando....sobre lo que dice Dios en su Palabra.

¿Su voz adormece? ¿es monótona o aburrida? ¿se entiende? Un buen sacerdote puede utilizar tácticas altamente efectivas como cambiar el tono, el ritmo y el volumen.
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Y si la audiencia escucha atentamente, la siguiente pregunta es ¿llega a los corazones? La acción del Espíritu Santo que ha susurrado al sacerdote durante la preparación de la homilía, debe ser escuchada como el eco de la voluntad de Dios, que se desborda desde el ambón hasta los bancos e incendia nuestros corazones.

No basta con predicar como alguien que conoce la Palabra, sino como alguien que ama la Palabra. Si el sacerdote contagia su pasión por Dios y su Palabra, llegará a todos los corazones.

Predicar a través de la propia vida

El cardenal Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la disciplina de los Sacramentos, nos recuerda la necesidad de que un sacerdote sepa comunicar, pero la técnica por sí sola no es suficiente: 

"Alguien puede ser elocuente, pero quien no comunica a Dios a través de su vida, puede dejar a la gente indiferente. Obviamente, la homilía exige a quien la pronuncia. De ahí la importancia de la preparación de la homilía, que requiere estudio y oración, experiencia de Dios y conocer la comunidad a la cual se dirige, amor por los santos Misterios y amor por el Cuerpo viviente de Cristo que es la Iglesia”.

Equilibrar los tiempos 

El esquema fundamental de toda liturgia cristiana se compone de cuatro tiempos: 
  • tiempo de reunión (procesión de entrada, ritos iniciales, perdón)
  • tiempo de la Palabra (lecturas, homilía, oración de los fieles)
  • tiempo de los signos (efusión de agua, promesas matrimoniales, fracción del pan, etc.)
  • tiempo de envío (oración final, bendición, despedida, procesión de salida). 
Entre ellos debería existir una proporción armónica y equilibrada. Ninguno de estos tiempos puede ocupar un protagonismo excesivo respecto de los otros. 
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¿Cuántas veces la homilía dura 25 minutos y el resto de la Eucaristía apenas 10?

El equilibrio es importante o no nos mantendremos en pie porque nos habremos dormido.

A mi, hay algo que me ayuda mucho cuando me dispongo a escuchar una homilía y es recordar lo que los discípulos de Emaús se preguntaron cuando volvían a Jerusalén, después de haber reconocido a Jesús resucitado: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lucas 24, 32).

¿Y el nuestro?