¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 8 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: UNA CASA DE DOLOR


"La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
 no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales... 
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar 
se  convierte en autorreferencial y entonces se enferma".

Papa Francisco


La Iglesia se ha vuelto autorreferencial y ha enfermado, envejecido y va inexorable hacia la muerte, pues ya no glorifica a Cristo sino a sí misma. Se ha convertido en un sanatorio, en una casa de dolor, un dolor institucional y colectivo, pero también individual.

La Iglesia ha de ser reconstruida, debe ser sanada y el primer paso para curarse es reconocer el dolor. El dolor nos hace darnos cuenta de que algo va mal y por eso, acudimos al doctor, quien nos pide que le describamos el dolor, que se lo confesemos.

Confesar los síntomas y reconocer que algo va mal en la Iglesia no es ir contra ella. Más bien al contrario, es preocuparse por diagnosticar el dolor y poner todos los medios para curarlo.

El padre Mallon en su libro "una renovación divina" nos enumera los síntomas de dolor que padece la Iglesia:

Declive familiar. 

Lo encontramos al ver como tantos familiares, hermanos, padres, hijos y nietos, se apartan de la Iglesia y de la fe en Dios.

La familia biológica y la familia de fe han dejado de ser la misma cosa. Y nos preguntamos ¿qué hemos hecho mal?

Sinceramente no lo sabemos. Hemos hecho con nuestros hijos que lo mismo que nuestros padres con nosotros pero nadie nos ha avisado que las reglas han cambiado. 

Ni siquiera lo saben los sacerdotes, que no han sabido reconocer los síntomas y hacer sonar las alarmas, que no han sabido ver “la fiebre”, prueba inequívoca de infección. Y todo esto causa dolor.

Declive institucional.

Es el resultado de la pérdida de muchas de las instituciones de la Iglesia que formaban parte de su identidad y eran motivo de orgullo. 

Es patente el declive de la institución en su labor social y caritativa con la pérdida de numerosas obras de misericordia corporales y espirituales. 

Antaño se alimentaba a los hambrientos en comedores, se acogía a los abandonados en orfanatos, se educaba a los analfabetos en colegios, escuelas y universidades y se cuidaba a los ancianos y enfermos en residencias y hospitales.

Declive parroquial.

Lo encontramos en el colapso de las estructuras parroquiales: cierre de parroquias, fusiones de parroquias, etc. 

Es verdad que la Iglesia son las personas y no los edificios, pero cerrar una iglesia es siempre algo trágico y nos duele, aunque podamos racionalizar el hecho aludiendo a la mejora administrativa, económica o al descenso del número de sacerdotes para dirigirlas. 

No cabe duda de que es consecuencia de que la Iglesia no está sana ni crece.

Declive de confianza y credibilidad. 

Viene reflejado en el dolor de los fieles, sacerdotes, laicos y religiosos a causa de los devastadores escándalos sexuales de abuso de niños por parte de sacerdotes. 

Y aunque estos crímenes de abusos sexuales han sido perpetrados por una pequeña minoría de individuos, la comunidad entera se resiente, cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufren.

Declive sacerdotal.

Es consecuencia de la pérdida de credibilidad y el sentimiento de vergüenza que pende sobre la cabeza de cada sacerdote por causa de los que han cometido los delitos, los han encubierto o los que no han actuado contra ellos, genera dolor crónico y persistente en el seno de la Iglesia.

Un dolor que se exterioriza en la acusación generalizada de asociar a la figura del sacerdote como un “pedófilo”. Una acusación del todo infundada, inmerecida y no deseada, pero real y que lleva a muchos sacerdotes a experimentar una gran vergüenza por su identidad difícil de mitigar.

El dolor sigue ahí, como una migraña persistente y sorda y el daño perdurable causado en tantos frentes por la tragedia, continua siendo una fuente de dolor que siempre está presente.

Declive identitario.

A  tanto a nivel individual, por parte de la iglesia, que se ha dedicado a conservar lo que tiene como si de un club privado se tratara, y colectivo, por parte de los parroquianos, quienes continuamente quieren hacer constar su deseo de que todo siga igual.

No obstante, existen algunos curas que trabajan en las trincheras y se aferran desesperadamente a la pasión que les hizo un día elegir el “dejarlo todo” y hacerse sacerdotes, y que sólo reciben tiros por todas partes. 

Ellos (y algunos “laicos locos”) son los que mantienen viva la llama de la fe encendida en sus corazones, quienes todavía anhelan y se esfuerzan, con gran coste personal, para que llegue la renovación.

El sacerdote involucrado en la renovación parroquial se encuentra ante un dilema estresante y de difícil solución: se halla atrapado entre un obispo que no está por la labor de renovar sino de "mantener todo funcionando y abierto ", su propio sentido del deber misionero y unos parroquianos extremadamente exigentes que quieren hacer constar que esperan que nada cambie y que quieren jugar la nueva competición con las reglas del pasado.

Se trata de una experiencia muy dolorosa basada en la sensación de ser "carne fresca para los leones". El sacerdote se ordena para ofrecer su vida en sacrificio pero no a una máquina hambrienta y autorreferencial que vive en sí, de sí y para sí.
  
Es el dolor del sacerdote de cuestionarse para qué entregó su vida si se ve forzado a desarrollar una teología personal que racionalice la falta de fruto, la falta de salud, la inexorable decadencia  y la locura de hacer una vez y otra vez las mismas cosas esperando resultados diferentes.

Con todos los sueños de renovación rotos, el ministerio pastoral consiste simplemente en ser un loco por Cristo y quedarse al pie de la cruz para así poder encontrar algún significado a su sufrimiento de ver a su Iglesia enferma y en decadencia.

¿Qué opciones les quedan a los sacerdotes?

1.   ABANDONAR QUEDÁNDOSE.

Dejar escapar todo vestigio de pasión, celo o idealismo. Perdida la esperanza de toda posibilidad de renovación y atados por el miedo, se quedan en sus puestos (como Denethor, en El Señor de los Anillos).

Cumplen con sus tiempos de servicios hasta la jubilación porque no tiene otra opción. Se han resignado a la inevitable decadencia y muerte.

El papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, los define como una forma de “mundanidad” que “…prefieren ser generales de ejércitos derrotados, antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.

2.   LUCHAR QUEDÁNDOSE.

Aferrarse a la visión, al celo y a la pasión que le sedujeron al ordenarse para entregarse. Es todo un combate cuerpo a cuerpo cuya clave es la lucha por la esperanza.

Es una batalla donde no debe olvidarse que la Iglesia es un regente, un senescal, un administrador que espera el Retorno del Rey para reclamar lo que es suyo.

Es una pelea contra la visión distorsionada y parcial de la realidad con la que el Diablo nos confunde y nos manipula hacia la pérdida de la esperanza (Igual que Denethor confundido por Sauron).

El dolor personal sin esperanza no lleva a la vida sino que se la lleva. El dolor de la Iglesia necesita ser verbalizado en el contexto de la fe y así convertirlo en sufrimiento, que es el dolor con el que luchamos, pero con esperanza porque puede ser redimido.


"Una renovación divina"
P. James Mallon

lunes, 7 de septiembre de 2015

POSMODERNIDAD, UNA VIDA LIBRE DE DOMINACIÓN







“No estamos ante una época de cambios, sino ante un cambio de época”, dice el Papa Francisco, refiriéndose al hombre posmoderno.

La posmodernidad es la oposición o superación de las tendencias de la Edad Moderna, sobre todo; pero además, de todo lo anterior. Surge durante la segunda mitad del siglo XX como un intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte y la cultura, el pensamiento y la vida social.

El paradigma del posmodernismo es la contradicción y la globalización, la hibridación y el eclecticismo, la incredulidad y la desconfianza, la cultura popular y la información, la tecnología y los medios de comunicación, el consumo y la imagen, la tolerancia y la diversidad. 

Su gran lema parece ser una “versión actualizada” del famoso poema de Campoamor: 

“En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira
todo es según el color
del cristal con que se mira”

Dicho poema no es sino una pesimista (aunque bella) manera de expresar, y admitir, que nada vale, que ningún valor es inmutable, y que todo es subjetivo, arbitrario y relativo en todas las facetas de nuestro mundo.

Las principales características del hombre pos-moderno son:



  • Anti-dualista: Asevera que no hay dualidades absolutas; valora y promueve el pluralismo y la diversidad (más que negro contra blanco, occidente contra oriente, hombre contra mujer). Asegura buscar los intereses de "los otros" (los marginados y oprimidos por las ideologías modernas y las estructuras políticas y sociales que las apoyaban). 
  • Desencantado de todo, renuncia las utopías y a la idea de progreso de conjunto. Se apuesta por el progreso individual. Pasa de del pensamiento fuerte, metafísico, de las cosmovisiones filosóficas bien perfiladas, de las creencias verdaderas, al pensamiento débil, a una modalidad de nihilismo débil, a un pasar despreocupado y, por consiguiente, alejado de la acritud existencial. 
  • Cuestiona los textos: Niega la autoridad u objetividad de los textos (históricos, literarios, religiosos o de otro tipo) pues sólo revelan la intención, los prejuicios, la cultura y la época del autor, y dudan "que sucedieran en realidad. 
  • El giro lingüístico: Argumenta que el lenguaje moldea nuestro pensamiento y que no puede haber ningún pensamiento sin lenguaje. Así que el lenguaje crea literalmente la verdad. 
  • La verdad como perspectiva: la verdad es cuestión de perspectiva o contexto, más que algo universal. No tenemos acceso a la realidad, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros (Matrix). 
  • Todo es relativo: Su existencia se basa en experiencias vivenciales propias, “lo que funciona para mí”, “lo que le es útil a mí puede no serlo para tí”. No trata de convencer ni de ser convencido: basa su existencia en el relativismo y la pluralidad de opciones, al igual que el subjetivismo impregna su realidad. Apoya el relativismo moral, no hay bien o mal absolutos, sino que dependen de circunstancias concretas, el relativismo lingüístico, no hay reglas para comunicarse, todo es aceptable y el relativismo cultural, no hay buenos y malos, depende de los usos y costumbres de cada cultura. 
  • El contenido del mensaje no es lo importante: Revaloriza la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir. 
  • Amor líquido” es su concepto de las relaciones interpersonales, caracterizado por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso. 
  • Los medios de masas ostentan el poder: lo que no está en Internet no existe. Su canal para recibir y emitir información es la web y a través de ella comparte la diversión. Lo que no está en ella no es real, no existe o no es verdad. Hay una excesiva emisión de información (frecuentemente contradictoria) El receptor se aleja de la información recibida quitándole realidad y pertinencia, convirtiéndola en mero entretenimiento. Se pierde la intimidad, especialmente en el contexto de las redes sociales.
  • Las ideologías y las etiquetas se rechazan: lo que importa es como ve cada uno las cosas, como se ve reflejado. Se huye de ser etiquetado, se rompe con lo establecido como canon, ya sea arte, moda, política, religión, etc. No hay un concepto universal aplicable a todos y se cuestionan las grandes religiones. 
  • Pensamiento débil”: el eclecticismo como explosión de libertad: Son válidos todos los estilos, mentalidades, expresiones, grupos, imágenes, etc. No se siguen patrones preestablecidos: actúa en base a lo que cree que es correcto. Lo que importa es la intención, no la verdad en sí misma, por lo que está abierto a cualquier idea, no hay prejuicios iniciales. 
  • Sincretismo religioso y político: intenta conciliar doctrinas distintas. No reconoce los símbolos universales de los idealismos (política, religión, filosofía). Nada es bueno o malo, ni puede aplicarse a todos de forma general. 
  • La oposición como norma: va en contra de todo lo establecido. Marca un camino distinto a seguir. Crea tendencia aunque no es su intención (o eso dice). 
  • Reniega de las grandes figuras carismáticas y los sustituye por infinidad de pequeños ídolos que duran hasta que surge algo más novedoso y atractivo. 
  • Persigue un cambio en el orden económico capitalista, pasa de una economía de producción a una economía de consumo. 
  • Revaloriza la naturaleza y la defiende a ultranza el medio ambiente. 
  • “Presentismo” o cultura del “Carpe Diem”: sólo quiere vivir el presente; el futuro y el pasado pierden importancia. Se busca lo inmediato. Es lo opuesto al eternalismo o creencia de que las cosas pasadas y las que están por venir, existen eternamente. 
  • Pierde su personalidad individual mediante un procedimiento contradictorio, ya que busca diferenciarse de los demás emulando modas sociales. 
  • La única revolución que está dispuesto a llevar a cabo es la interior. Rinde culto al cuerpo y a su liberación personal. 
  • Le atrae lo alternativo: pintura, música, cine, etc., buscando diferenciarse de los demás y las adopta como sus principales formas de expresión. 
  • Se vuelve a lo místico para justificar los sucesos y se preocupa constantemente por los grandes desastres y el fin del mundo. 
  • Tiene una absoluta pérdida de fe en la razón y la ciencia, pero en contrapartida se rinde culto a la tecnología. También en el poder público. 
  • No posee ambición personal de auto-superación ni valora el esfuerzo. 


¿Te ves identificado con alguna de estas características? 

Eres posmodern@!!!


domingo, 6 de septiembre de 2015

LAS BATALLAS DE UN CRISTIANO


La vida de un cristiano es una lucha continua, con muchos momentos difíciles, llenos de desafíos, retos y obstáculos, y muy pocos períodos de paz y tranquilidad.

En primer lugar, nos enfrentamos a nuestras batallas internas, contra la carne, "el enemigo dentro de nosotros”: la tentación, la duda, el miedo, la ansiedad, la tristeza, el dolor, la salud, el dinero, el trabajo, las relaciones, la envidia y la crítica.
En segundo lugar, están las batallas externas, que son contra el mundo, "el enemigo fuera de nosotros" y contra el diablo, "el enemigo por encima de nosotros".
“Pues no nos estamos enfrentando a fuerzas humanas, sino a los poderes y autoridades que dirigen este mundo y sus fuerzas oscuras, los espíritus y fuerzas malas del mundo de arriba”.
 (Efesios 6:12).
¿Cómo vencerlas?
1. Confianza en Dios. La clave para ganar nuestras batallas no es que confiar en nuestra propia fuerza o capacidad, sino en poner la confianza en Dios. Dios da la victoria a los que confían en él y se dejan guiar. Dependemos de Dios; él es todo lo que necesitamos. 

2. Unidos alrededor del rey. Las batallas teológicas del siglo XXI no son las del siglo XI, que dividió a las iglesias católica y ortodoxa. Tampoco son las batallas de la reforma del siglo XVI, que dividió a las iglesias católica y protestante. La batalla de hoy es la misma que la batalla del primer siglo: La batalla hoy está teniendo lugar alrededor del rey...
Jesucristo, que es nuestro Salvador, el Mesías y el Hijo de Dios.
Los cristianos de todas las iglesias (católicos, ortodoxos, protestantes y pentecostales) creemos en Jesús como nuestro Salvador, el Mesías y el Hijo de Dios. Esto es lo que nos une como cristianos. Por lo tanto, la batalla nunca debe estar con nuestros hermanos y hermanas en Cristo, que nos distrae y nos destruye. Tenemos que centrarnos en la batalla real, que es alrededor del rey: "Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28, 20). 

3. Orar y escuchar a Dios. Nuestras batallas no tienen por qué intimidarnos si oramos y escuchamos lo que Dios nos tiene que decir. Cualquier obstáculo o desafío debemos ponerlo en oración con nuestro Padre. Él nos enviará al Espíritu Santo, que nos guiará y nos llevará al triunfo.


sábado, 5 de septiembre de 2015

EL MAL DE LA IGLESIA ES LA AMNESIA

 

Hace algún tiempo, el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor D. Juan Antonio Reig Pla decía que “La Iglesia no puede limitarse a gestionar la decadencia de las parroquias, que envejecen y saturan al clero que queda, debe reorganizarse para evangelizar.” 

Hemos olvidado para qué es la Iglesia y hemos propiciado su decadencia por nuestra amnesia, la de todos.

En efecto, la iglesia se ha convertido en un lugar al que los laicos vamos sólo a recibir, al que vamos sólo a escuchar, al que vamos a “cumplir” y poco más.  Nuestros queridos y denodados sacerdotes se han dejado la piel (y siguen haciéndolo) tratando de gestionar esa actitud y “quemándose” ante la multitud de quehaceres, la mayoría de las veces, estériles y sin fruto. Y como consecuencia de ello, la vocación sacerdotal no goza de su mejor momento.

Todo esto en sí mismo no es malo, ni se trata de hallar culpables, porque tanto sacerdotes como laicos, hemos sido educados durante mucho tiempo en una pastoral de conservación y mantenimientoY por ello, hemos olvidado nuestra identidad, quienes somos y a qué estamos llamados. Nos hemos acomodado y vemos como se nos viene encima inexorablemente una decadencia a la que apenas prestamos atención.

Una decadencia por amnesia individual y colectiva que gestionamos a duras penas, intentando que nuestros hijos no olviden el signo de la cruz pero descuidando indicarle al mundo el camino a Cristo, que es el camino a la salvación. 

Un envejecimiento por alzheimer en el que apenas reconocemos a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestro Padre. Y da tanta lástima ver a alguien que no sabe quién es, lo que tiene que hacer o para qué vive...

La misión de la Iglesia, no es solo de unos pocos, como muchos creen erróneamente. Es la mía, la tuya, la de todos. Y como dice el papa Francisco, “se hace de rodillas”, es decir mediante la oración. Nada en la evangelización se da por hecho o está asegurado si no es por la oración, a través de la cual nos sumergimos “mar adentro”, en lo recóndito, donde nadie nos ve, salvo Él.

Es allí donde somos capaces, en silencio, de establecer una relación íntima con nuestro Padre y Creador. Es allí donde Dios, a través del Espíritu Santo, nos indica dónde “echar la red” y pescar en abundancia. Sólo tenemos que abandonarnos a Él,  confiar en Él.

En apariencia, Dios nos otorga la gestión de la evangelización, delega en nosotros la misión, pero la fecundidad pastoral y el fruto del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de la lógica de la Cruz, la lógica provocativa de Jesucristo, la del salir de sí mismos y darse, la lógica del amor.

Jesús nos envía sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lucas 10,4). Pero no nos desampara, tenemos su amor, tenemos su guía, la del Espíritu Santo y tenemos su promesa eterna de salvación.

Para finalizar y haciendo mías las palabras de Tote Barrera, “la nueva evangelización es conversión pastoral”, es ahí donde está la clave de todo, es ahí donde sobrevienen todos los miedos y muchas de las desconfianzas, tanto de aquellos que se preguntan “¿qué es esa nueva moda de la evangelización?”, como incluso de cristianos ya “implicados” en la misión.

En definitiva, unos y otros continuamos teniendo nuestros  “tics” producto de nuestra educación religiosa, entre ellos, el de volver a encontrarnos como estábamos porque no hemos sido enseñados para cambiar sino para mantener. 

Algunos sacerdotes ven la evangelización desde un punto de vista erróneo, el de rejuvenecer las parroquias, de atraer a gente para volver a seguir haciendo lo mismo de siempre. 

Algunos laicos se embarcan en la misión pero al cabo de un tiempo, desfallecen y ansían regresar a lo de siempre, a la zona de confort y a la comodidad que nos da el refugio de nuestra parroquia favorita con nuestro cura favorito.

Y eso, creerme, si no lo remediamos entre todos, nos lleva de la decadencia al irremediable fin de la Iglesia de Cristo.



viernes, 4 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: RECONSTRUYE MI CASA


"Una propuesta para renovar parroquias "

Por fin!!! Ha caído en mis manos el, tan esperado por muchos de nosotros, libro traducido al castellano "Una renovación divina", escrito por P. James Mallon.

Aunque ya estoy familiarizado con muchos de los aspectos fundamentales que el padre Mallon aborda en el libro, su lectura resulta siempre apasionante por el ardor y convicción con los que nos propone un meditado resumen de ideas y conceptos prácticos y probados, para llevar a cabo la misión identitaria de la Iglesia de Cristo: la nueva evangelización.


Hoy, quiero detenerme en el capitulo 2 "Reconstruye mi casa", donde desarrolla, a lo largo de la historia reciente de la Iglesia, la llamada del Espíritu Santo a la nueva evangelización , desde el Concilio Vaticano II hasta el papa Francisco. 




Y más concretamente, en la sección que habla del documento del Magisterio de la Iglesia católica "Aparecida"

Aparecida es una llamada a la misión tanto para la Iglesia en Latinoamérica como para la Iglesia Universal.

Aborda cada aspecto de la acción misionera y los objetivos concretos de las diferentes instituciones católicas, así como una opción preferencial contra la pobreza, la injusticia, la degradación ecológica y toda clase de explotación.

Nos fijaremos especialmente en la sección 5.4, titulada “los que han dejado la Iglesia para unirse a otros grupos religiosos”, donde analiza las 4 razones por las que la mayoría de los bautizados abandonan la Iglesia católica:

1.Porque nunca han experimentado un encuentro profundo, intenso y personal con Jesucristo, “gracias a una proclamación kerigmática junto al testimonio personal de evangelizadores que los llevó a una conversión personal y un cambio radical de vida”.

2.Porque nunca han vivido una comunidad auténtica, significativa y relevante donde la gente es aceptada, valorada, visible y parte de la Iglesia.

3.Porque nunca han obtenido una formación bíblica y doctrinal, que no es un conocimiento teórico y frío sino que produce crecimiento espiritual, personal y comunitario y lleva a la gente a la madurez.

4.Porque nunca han adquirido un compromiso misionero que los mueva a a salir de su zona de confort para encontrar a aquellos que están en las periferias y traerlos a la casa de la familia de Dios.

La gente sincera que sale de la Iglesia católica no lo hace por lo que otras religiones creen sino, fundamentalmente por los que les hacen vivir; no por razones doctrinales, sino vivenciales; no por motivos dogmáticos, sino pastorales; no por problemas teológicos, sino metodológicos.

La fuerte llamada de Aparecida a una “conversión pastoral total” se basa en el hecho de que las deficiencias metodológicas tradicionales de la Iglesia católica consisten en las tareas esenciales de evangelización, discipulado, fraternidad y misión.

La Iglesia católica siempre ha tenido y tiene una maravillosa teología pero si no está dirigida a la vida práctica, no es más que una abstracción.




jueves, 3 de septiembre de 2015

UNIDOS EN LA ORACIÓN



"Mantengan entre ustedes lazos de paz 
y permanezcan unidos en el mismo espíritu.
 Un solo cuerpo y un mismo espíritu, 
pues ustedes han sido llamados 
a una misma vocación y una misma esperanza". 

(Efesios 4, 3-4).

Mantenerse con humildad, en paz y unidad en el servicio no es fácil cuando, al aceptar una determinada responsabilidad (individual o colectiva), la asumimos como un premio, una posición de poder o de distinción superior. Cuando servimos y nos ponemos en misión, damos testimonio de Cristo y nos despojamos de nuestras vanidades, de nuestras soberbias y de nuestros egoísmos.

El apóstol Pablo advierte sobre la división de la iglesia: “Ten presente que en los últimos días sobrevendrán momentos difíciles; los hombres serán egoístas, avaros, fanfarrones, soberbios, difamadores, rebeldes a los padres, ingratos, irreligiosos, desnaturalizados, implacables, calumniadores, disolutos, despiadados, enemigos del bien, traidores, temerarios, infatuados, más amantes de los placeres que de Dios, que tendrán la apariencia de piedad, pero desmentirán su eficacia. Guárdate también de ellos.” (2 Timoteo 3,1-5)

La labor del maligno es la desunión, la destrucción del Cuerpo de Cristo y la forma más sencilla de frenar la obra de Dios es generando su división, para acabar con ella y evitar que dé frutos. Esta división, no sólo es maquinada desde afuera sino también y con mayor fuerza, desde dentro, a través de algunos que aparentan ser lo que no son; algunos que no viven lo que dicen ser; que murmuran y juzgan pecados de otros. Son personas (al igual que Judas, que estaba sentado junto Jesucristo) utilizadas por Satanás para hacer daño, lo sepan o no; sean conscientes de ello, o no.


Ahora más que nunca es cuando debemos ser humildes, sabios y prudentes, sacudirnos la crítica, la murmuración y la ingenuidad: 


“Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. 
Sed, pues, prudentes como las serpientes, 
y sencillos como las palomas.” 

(Mateo 10, 16)




miércoles, 2 de septiembre de 2015

¿POR QUÉ PERMITE DIOS EL SUFRIMIENTO?

 


¿Qué es este dolor que oprime mi pecho, mi profunda angustia que desea salir al mundo 
o el infinito amor de mi Padre que quiere entrar en mi corazón?


El sufrimiento es un estado de angustia o dolor que nos afecta tanto física, emocional y psicológicamente. 

Es indiscriminado, es decir, que afecta tanto al justo como al injusto, al cristiano y como al no creyente, al rico como al pobre, al pequeño como al grande. 

Se trata de un hecho que dificulta la capacidad de reconciliarlo con la idea de un Dios todopoderoso, amoroso, sabio y justo.

Y nos afecta a tres escalas:
  • Mundial: terremotos, tsunamis, inundaciones, hambrunas, guerras mundiales y terrorismo.
  • Local: catástrofes, accidentes aéreos o ferroviarios, naufragios.
  • Personal: muerte de seres queridos, enfermedades, accidentes, rupturas de relaciones y matrimonios, la depresión, la soledad, la pobreza, la persecución, el rechazo, el desempleo, la injusticia, la tentación o la frustración.
Entonces, ¿por qué Dios permite el sufrimiento y las enfermedades del Hombre?

Esta es el mayor desafío y una de las preguntas más difíciles de responder para un cristiano, y por contra, es la excusa más fácil para caer en el ateísmo o en el agnosticismo.

Muchos ateos, sin ninguna evidencia objetiva en la cual basar su creencia de que "no hay Dios", suelen recurrir a objeciones filosóficas y piensan, ¿como puede un Dios de amor permitir en su mundo el sufrimiento y el dolor, la enfermedad y la muerte, especialmente en inocentes? Aseguran que no es un Dios de amor porque es indiferente al sufrimiento humano, o que no es un Dios de poder, porque es incapaz de hacer algo para remediarlo. 


Tampoco creen en el Diablo, pues, para ellos, no es más que una metáfora de la inhumanidad del hombre para con su prójimo, o bien un símbolo de la maldad en general, con lo que a él, de forma inconsciente, si le liberan del sufrimiento de este mundo (no así, a Dios, a quien culpan). 


Pero el ateísmo realmente no es la respuesta, ni tampoco el agnosticismo. Estamos de acuerdo en que hay mucho mal en el mundo, pero también hay mucho bien. Sólo hay que mirar con los "ojos de Dios".


La respuesta cristiana debe ser guiada por la senda de la voluntad y el propósito de Dios. Y aunque muchas veces no los entendamos, podemos esgrimir algunas razones por las que existe el sufrimiento y el dolor que la Biblia aborda desde el Génesis al Apocalipsis. 


LA LIBERTAD HUMANA

El origen del sufrimiento, la enfermedad y la muerte está en el pecado

Desde que el hombre se rebeló en el jardín de Edén, se convirtió en imperfecto y pecador (pecado original). 

Y, como resultado de su pecado, perdieron los dones que Dios les había regalado: la inmortalidad (no morir), la impasibilidad (no sufrir enfermedades corporales), la ciencia infusa (conocimiento natural de las cosas) y la integridad (equilibrio y armonía interior).
    Y su alma quedó con cuatro heridas permanentes, según Santo Tomás: la ignorancia (dificultad para conocer la verdad), la malicia (debilitamiento de la voluntad), la concupiscencia (deseo desordenado de satisfacer los sentidos) la fragilidad (cobardía ante las dificultades para obrar el bien).


    Además de todo ello, cuando Satanás consiguió que Adán y Eva desobedecieran a Dios,  no puso en duda el poder del Creador, pues sabía que no tiene límites. Lo que hizo fue poner en entredicho Su derecho a gobernar. 

    Lo más fácil hubiera sido que Dios los hubiera destruido, pero de esa forma no se hubiera resuelto el dilema del Derecho Divino y por eso, permitió demostrar al Diablo cómo gobernar y, por añadidura, dejar que el Hombre se gobernase así mismo, bajo la malvada dirección de Satanás.

    Al afirmar que Dios era un mentiroso y que impedía que sus hijos disfrutasen de las cosas buenas, el Diablo le estaba acusando de ser un mal gobernante y un mal padre (Génesis 3:2-5) y daba a entender que al Hombre le iría mejor si no les gobernaba Dios. Puso en jaque a Dios mismo, no sólo a ojos de Adán y Eva, sino también delante de todos los ángeles del cielo. 

    El sufrimiento también se debe a nuestro propio pecado. Con nuestras elecciones egoístas y equivocadas, acabamos perjudicándonos a nosotros mismos y a otros. Es la consecuencia de violar la Ley de Dios, tanto las leyes físicas (drogas, alcohol, etc,) como las morales (egoísmo, lujuria, arrogancia, etc.).

    Pero gran parte del sufrimiento se debe al pecado de otras personas: guerras, hambre, asesinatos, robos, adulterios, abusos sexuales, crueldad, egoísmo, etc.

    Por ello, podemos afirmar que el origen del sufrimiento es la libertad humana que nos ofreció Dios y con la que, a tenor de la historia, no es la solución para gobernarnos y por eso, debemos confiar sólo en que Dios hace lo correcto y sabe lo mejor para nosotros.

    DIOS ACTÚA EN EL SUFRIMIENTO


    Dios, como nos ama, se sirve del sufrimiento para obrar el bien. "Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores" (C.S. Lewis).

    A través de el sufrimiento, nos lleva a la madurez cristiana, para forjar nuestro carácter, para que nuestras vidas sean más fructíferas y para llevar a cabo sus buenos propósitos. No olvidemos que el "corazón del hombre es duro como una piedra".

    Todos nosotros, cuando sufrimos, nos preguntamos por el sentido de todo eso y dónde está Dios en medio de todo ese dolor. Y, como siempre, tenemos el libre albedrío de buscarle e instalarle en nuestro corazón o negarle como hicieron Satanás, Adán y Eva, el pueblo de Dios en la época de Moisés, Noé, en Sodoma y Gomorra, en tiempos de Cristo o incluso hoy día.

    A menudo, la personas con mayores episodios de intenso dolor y sufrimiento, experimentan unas de las épocas más transformadoras de sus vidas. Aunque parezca paradójico, las personas que más han soportado el sufrimiento son las que han experimentado el amor de Dios, aunque no siempre es fácil ver lo que Dios está haciendo o entender lo que pretende.

    ¿Cuántos afligidos por una muerte cercana, por una enfermedad angustiosa, por un accidente, por una separación conyugal, por una ruina económica, etc. han encontrado al Señor y se han transformado?

    DIOS COMPENSA CON CRECES NUESTRO SUFRIMIENTO


    Dios no creó el mundo para que hubiera sufrimiento, enfermedad y muerte. 


    Para muchos, las bendiciones que recibimos de Dios en nuestro dolor y a través de él compensan o superan con creces el mismo sufrimiento aunque no siempre las experimentamos en esta vida. Pero a todos los cristianos se nos promete algo magnifico y superior: la esperanza del cielo. 

    Dios tiene toda la eternidad para compensarnos y por ello, un día pondrá todas las cosas en orden nuevamente: toda la creación será restaurada, Jesús regresará a la tierra para establecer "un cielo nuevo  y una tierra nueva"(Apocalipsis 21:1) .

     Ese día "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor" (Apocalipsis 21:4).

    Nos reencontraremos con todos nuestros seres queridos y los que han muerto "en Cristo" y viviremos juntos en presencia de Dios, eternamente.

    Dios, a través de su misericordia y de su amor, al entregar a su Hijo, Jesucristo, por todos nosotros, nos libera de nuestro pecado y repara el daño causado por la "rebelión" (1 Juan 3:8) y nos promete una vida eterna sin sufrimiento ni enfermedad.

    Realmente no existe ningún “inocente” sufriendo ya que "…todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios"(Romanos 3:23), no hay nadie que tenga el derecho de librarse de la ira de Dios basándose en su inocencia.

    El mundo está hoy bajo la maldición de Dios (Génesis 3:17) a causa de la rebelión del Hombre en contra de la Palabra de Dios y como ya hemos dicho, bajo la dirección del Diablo.

    Esta "esclavitud de la corrupción" con "toda la creación gimiendo a una, y a una con dolores de parto hasta ahora" (Romanos 8:21-22), es universal, esto es, afecta a todos los hombres, mujeres y niños en todo lugar. Nadie está exento del sufrimiento.

    No es más que una cuestión de amor y fe en el Señor, como señala el teólogo McGrath: " Si la esperanza cristiana fuera una ilusión basada en mentiras, tendría que desecharse por falsa. Pero si es cierta, debe abrazarse de tal modo que transfigure nuestra manera de ver el sufrimiento en la vida".

    DIOS PARTICIPA DE NUESTRO SUFRIMIENTO

    Dios es un Dios que sufre a nuestro lado. No es inmune, no está observando como espectador impasible. 

    Lo vemos en la Biblia y sobre todo, en la cruz: "El es el Dios crucificado". Dios "estaba en Cristo" reconciliando al mundo entero consigo mismo (2 Corintios 5:19). Se hizo uno de nosotros, sufrió de todas las formas que nosotros sufrimos, incluso más. 

    Cristo tuvo que soportar que se dudara de la legitimidad de su nacimiento, que se le asignara una labor díficil de cumplir, traicionado por sus mejores amigos, enfrentarse a falsos cargos, ser juzgado por un tribunal con prejuicios y ser sentenciado por un juez sin carácter, ser torturado, conocer de primera mano lo que significa estar terriblemente solo y después de todo eso, morir. Y morir sin lugar a dudas, públicamente y con una gran multitud de testigos.

    No sólo sabe lo que es el sufrimiento y el dolor, sino que lo ha experimentado. Sabe lo que sentimos cuando sufrimos.

    EL DIABLO TIENE PODER SOBRE EL MUNDO ENTERO

    La acción de Satanás genera sufrimiento y dolor.

    El apóstol San Juan dice claramente que “el mundo entero yace en el poder del maligno”, el Diablo" (1 Juan 5:19) y que "el diablo engaña al mundo entero" (Apocalipsis 12:9).

    El apóstol San Pedro advierte a los cristianos que "el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar"  (1 Pedro 5:8).

    Por tanto, el verdadero artífice de los males de este mundo es Satanás, que actúa con engaño, odio y crueldad. Por eso el mundo, que se encuentra bajo su control, está lleno de maldad. 

    Ha cegado al Hombre, desde el principio, para que no entienda el propósito de su existencia y para que crea que sus caminos (los del egoísmo y del pecado) son mejores los de Dios (los del amor y de la misericordia). La humanidad se "ha tragado" las mentiras de Satanás para no ser consciente de que el propio pecado trae sufrimiento y culpar a Dios.

    Dios no causa el sufrimiento. Él no es el culpable de las guerras, los crímenes, la opresión, las catástrofes naturales ni de las enfermedades y muertes que tanto dolor nos producen. Pero aún tenemos que contestar la pregunta de por qué permite todo ese sufrimiento. Si Dios es todopoderoso, está claro que tiene el poder para ponerle fin. 


    Entonces, ¿por qué no lo hace? Sólo podemos comprenderlo hasta donde Dios nos permite y, además, sería absolutamente presuntuoso por nuestra parte, cuestionarlo.

    "El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" (Génesis 18:25) "¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?" (Romanos 9:20). 

    Nosotros mismos no somos quienes establecemos lo que es correcto o incorrecto. Sólo el Creador de todo puede hacerlo. Debemos creer en nuestra mente y corazón, tanto si lo entendemos o no, que cualquier cosa que Dios haga es, por definición, correcta. Si Dios hubiera creado a Adán y Eva sin el regalo del libre albedrío, les habría condenado a la sumisión incondicional y a la obediencia obligatoria. Entonces ¿seríamos felices? 

    Dios no desea que le sirvamos por obligación (2 Corintios 9:7). ¿Qué padre quiere que su hijo le ame por obligación? ¿Y qué hijo dice "te quiero" por obligación a un padre?

    Dios, sin embargo, ha establecido límites al poder e influencia que el diablo ejerce sobre el mundo (Job 1:12, 2:6) y no permitirá que Satanás impida el cumplimiento de Su Plan Maestro de Salvación para la humanidad.

    ¿CÓMO RESPONDER AL SUFRIMIENTO?

    Cuando experimentamos el sufrimiento y el dolor, no siempre entendemos por qué. 

    Dios nunca les dijo a José o a Job por qué estaban sufriendo, aún incluso pareciendo algo completamente injusto, les pidió que confiaran en Dios. 

    Tanto el relato de José, como todo el libro de Job no tratan tanto sobre por qué Dios permite el sufrimiento, sino sobre cómo debemos responder ante el dolor.

    Por ello, las preguntas que debemos plantearnos son las siguientes:


    • ¿Es este sufrimiento consecuencia de mi pecado? Si lo es, podemos pedirle a Dios que nos revele de qué pecado en concreto se trata.
    • ¿Qué me quieres decir a través de esto?  Es posible que Dios quiera enseñarnos algo en particular.
    • ¿Qué quieres que haga? A veces, estamos tan instalados en nuestra rutina mundana que olvidamos las cosas de Dios.
    • ¿Quién, a parte de Dios, puede ayudarme? Otros miembros de la iglesia, buenos amigos cristianos, pueden ayudarnos a discernir entre culpa verdadera y culpabilidad falsa, ayudarnos a escuchar a Dios y enseñarnos como orarle y también pueden ser apoyo y aliento para que no nos rindamos.
    Debemos agarrarnos fuertemente a nuestra esperanza en esta vida, a caballo entre lucha y bendición.

    Cuando veamos a otros sufriendo, estamos llamados a mostrar compasión y amor, a rezar por ellos . Y puesto que todos somos pecadores, no juzgar a los demás. Debemos abrazarles, besarles y "llorar con los que lloran" (Romanos 12:15).

    RESUMEN

    Volvamos nuestra mirada hacia la Cruz de Cristo:
    1. El Hombre abusó de la libertad que Dios le otorgó para clavar a Jesús en la cruz y sin embargo, Dios sirviéndose de ese abuso, permitió que Cristo pagara el precio de ese pecado y de todos los pecados del Hombre.
    2. Dios actúa en el sufrimiento. La intención de los que mataron a Jesús era malvada, pero Él lo dispuso para el bien. La Cruz es una victoria porque contiene la llave de la salvación.
    3. Dios compensa con creces nuestro sufrimiento. Jesús "quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz" (Hebreos 12:2), vio anticipadamente su resurrección y, por consiguiente, nuestra propia resurrección y nuestra participación en la eternidad con Él.
    4. Dios no está ausente en el sufrimiento. Participó del dolor de la cruz y ahora sufre por nosotros y para nosotros. Así como en la vida de Jesucristo el sufrimiento no supuso el fin, tampoco lo es en nuestra vida. A resucitar Jesús a la vida eterna, Dios nos reveló su promesa: que ni el diablo, ni el sufrimiento, ni el dolor ni la muerte puede separarnos Su amor y de la vida eterna con Él.

    Este artículo está dedicado al gran Nacho y a su extraordinaria familia: Andrés, Mª Paz, Marta, Guille,  Álvaro y Javi, quienes tienen siempre una sonrisa a pesar de todo.

    Os dejo su película en Facebook por si queréis conocerle.

    https://www.facebook.com/video.php?v=239703239534494&set=vb.100004844586121&type=2&theater



        







    SÓLO QUIEN SABE OBEDECER, HONRA AL PADRE

    "Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades. 
    Pues no hay autoridad que no venga de Dios, 
    y los cargos públicos existen por voluntad de Dios. 
    Por lo tanto, el que se opone a la autoridad 
    se rebela contra un decreto de Dios, 
    y tendrá que responder por esa rebeldía.". 
    (Romanos 13, 1-2)

    En nuestra sociedad individualista, donde la afirmación de uno mismo, el ego y el reconocimiento social priman sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia como una virtud. Se ve más como un sometimiento, una humillación e incluso una debilidad: es bueno mandar, es malo obedecer.

    Pero para nosotros, los cristianos, el punto de referencia es Cristo. Es el modelo a imitar. Y Cristo nos mostró el verdadero espíritu de sumisión y obediencia, a su Padre celestial, a sus padres humanos, a las leyes religiosas de su tiempo y a las autoridades civiles . Y nos enseñó a sus discípulos que la obediencia es una virtud fundamental, clave en el servicio.

    Para entender la obediencia, debemos entender la autoridad. Ante todo, es necesaria para que un grupo de personas pueda formar una unidad, funcionar al unísono, organizados y coordinados.

    La autoridad no es arbitrariedad, no es privilegio, no un medio para satisfacer los propios deseos...es un servicio. La autoridad auténtica huye de los parabienes, de los aplausos, de las medallas, de las felicitaciones. El que manda debe ser quien más sirve y su mando está al servicio de los “mandados”; cada uno sirve desde su puesto.

    La obediencia no suprime la libertad ni tampoco es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. Es el mejor camino de desarrollo personal: mientras me formo, obedezco y mientras obedezco, aprendo, me desarrollo y adquiero disciplina. También, me doy cuenta de que quien está a la cabeza tiene más datos, ve todo el conjunto, sabe a dónde dirige el todo, coordina distintos esfuerzos, etc.

    La obediencia tiene como principales virtudes la humildad, la generosidad y la responsabilidad, que, al mismo tiempo, potencia, y entre sus principales obstáculos, la envidia, la soberbia, la pereza y el egoísmo.

    Cuando obedecemos, cumplimos la voluntad de Dios, pero no de un modo absoluto o fundamentalista, sino por el origen divino de toda autoridad: al crear al hombre como un ser social, Dios quiso que hubiera una autoridad.

    La obediencia debe ser inteligente y voluntaria, enriquecedora. Es un servicio al bien. Requiere madurar e involucrarse personalmente al hacer las cosas, sin huir de los problemas, sin humillarse ni someterse, pero tampoco, por supuesto, rebelarse.



    P. Eduardo Volpacchio