¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 19 de septiembre de 2015

UNA AMENAZA INTERNA






El padre James Mallon dice que la renovación pastoral comienza por el sacerdote, sigue por el fiel y finalmente, llega a las estructuras.

Sin embargo, si echamos un vistazo por algunas de nuestras parroquias, podremos ver que seguimos haciendo lo mismo que siempre, lo mismo que en los últimos cincuenta años. El paradigma sigue siendo el mismo. Y es que nada ha cambiado, nada se mueve, como si el mandato que Cristo nos dio hace 2000 años fuera opcional. 

A menudo nos encontramos con cristianos, ya sean sacerdotes o laicos, con mucha experiencia de fe, con mucha formación e incluso carismas, pero dotados de poco ardor, de escaso celo, y nulas ganas de “liarse”. Será porque se han agotado, será porque se han acomodado, será porque se han olvidado de su identidad como cristianos. No lo sé, ni pretendo juzgarlo.

Lo que sí sé es que Dios tiene un plan específico para cada uno de nosotros, sólo que, muchas veces, nos cuesta un imperio escucharle (a mi me ha pasado durante toda mi vida); no tenemos tiempo para Él, para hablar con Él, para orar y pedir la venida de su Espíritu. 

Nos incomoda especialmente que nos digan que nos movamos, que abandonemos nuestra zona de confort, que nos neguemos a nosotros mismos  y que “hagamos lío”. El verdadero amor es negarse a si mismo. Es lo que hizo Jesucristo, nuestro modelo a seguir. Pero en lugar de seguirlo y obedecerlo, nos excusamos.

Nuestras excusas para permanecer en una postura cómoda de mantenimiento son muy variopintas, desde el “yo necesito a un sacerdote siempre a mi lado que me dirija” (como si de un ángel custodio se tratara), o “yo no me siento preparado” (como si un bebé nunca tuviera que crecer) o “yo necesito formación antes de hacer nada” (como si de un máster se tratara) o “yo, ya estoy muy mayor para esto” (como si ser cristiano tuviera fecha de caducidad) o “yo soy bueno, hago el bien, voy a misa” (como si eso distinguiera a un cristiano de uno que no lo es). 

Es el conformismo mundano que ha anidado en el corazón de los cristianos. 

Es el “abandonar quedándose”. 

Es la auto-referencialidad, lo que "yo necesito", lo que "yo anhelo", lo que "me apetece". Siempre el "YO" delante...

Es el modo incoherente de no vivir nuestra fe con radicalidad pero con lógica, con locura pero con amor, con esfuerzo humano pero con Cristo siempre.

Tote Barrera dice que “el único antídoto es el Evangelio y su lógica, Jesucristo y su locura, la radicalidad de quien ama y no atiende a razones ni a comodidades personales”. Y estoy de acuerdo. 

Cristo no levantó un edificio para vivir cómodamente y esperar a que la gente desfilara delante de Él, sino que salió con sandalias pero sin alforjas a enseñar la Buena Nueva. Tampoco montó una escuela de formación para sus discípulos antes de mandarlos al mundo, sino que los formó mientras servían. Tampoco eligió a “chavales” jóvenes y fuertes que pudieran con cualquier dificultad, sino a gente “normal” y humilde pero con coraje y valentía.

El gran peligro de la fe, la gran amenaza del cristianismo no se encuentra en el exterior, en la persecución religiosa o en el secularismo de la sociedad actual (que también). 

Se encuentra en nuestra propia casa, en nuestra propia familia cristiana, en su laxitud y abandono, en su desidia y acomodo. 

Es triste pero por desgracia, muy cierto el hecho de que muchos de nuestros hermanos se “rebelan”, sin darse cuenta, contra el propio Dios al obviar la obediencia debida e intentar organizarse en torno a una fe “a la medida”.

La Nueva Evangelización no es un invento nuevo. En la fe, todo está planeado, dictado y escrito por Dios. 

La Nueva Evangelización no es una moda pasajera durante un tiempo determinado y para un lugar específico. Es un retorno al mandato de Jesucristo (Mateo 28, 18-19) cuando fundó su Iglesia.

La Nueva Evangelización no es cosa de hombres. Es un renovado y fortalecedor soplo del Espíritu Santo, impulsado por el sucesor de Pedro, el papa Francisco, en su encíclica “Evangelii Gaudium” y continuado por nuestro obispo Carlos, con su Plan Diocesano de Evangelización.

La Nueva Evangelización no es un “recado para frikis” ni un “encargo de conversos para conversos”. Es un mandato para todos nosotros, los cristianos, una vez que recordamos y somos conscientes de cuál es nuestra misión. 

El meollo de la cuestión no es si la Iglesia tiene una misión, sino que la misión de Cristo tiene una Iglesia. Una Iglesia de discípulos misioneros que retorna al origen, al principio, a la venida del Espíritu Santo en aquel Pentecostés del primer siglo. 

No es una Iglesia de sacramentos dotados de escasa validez, administrados a personas sin fe y sin esperanza, donde se anhelan números y actividades, donde se crean estilos y carismas o donde se levantan edificios y estructuras. 

Es una vuelta a los orígenes de la Iglesia primitiva, es un reencuentro con Jesucristo como nuestra referencia, es un regreso a nuestra auténtica identidad cristiana.

viernes, 18 de septiembre de 2015

GRUPOS PEQUEÑOS, HERRAMIENTAS EVANGELIZADORAS


 

"En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico
 y trataban de introducirle, para ponerle delante de él.
Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas,
y le pusieron en medio, delante de Jesús.
Viendo Jesús la fe de ellos, dijo:
Hombre, tus pecados te quedan perdonados."
(Lucas 5, 18-20)


 A veces se necesita hacer algo radical para llevar a alguien a Jesús. Otras, tan sólo se necesita el cuidado y el amor de un pequeño grupo de cristianos.

¿Cómo pueden los grupos pequeños (células de fe) convertirse en herramientas eficaces de evangelización tal y como Dios quiere?

Preocupación por todas las personas que no conocen a Jesús

Al igual que los cuatro amigos en el relato de Lucas, la evangelización debe empezar por el amor.  La principal razón por la que los cristianos no comparten a Cristo con otros es porque están demasiado preocupados por sí mismos que se olvidan del mandato de amar al prójimo como a uno mismo.

Lo primero de todo es que el grupo tome conciencia de que existen personas que los necesitan y entonces, comenzar a orar por ellos. Orar por ellos para compartir la fe libremente y para que Dios ablande sus corazones.

Fe para poder llevarlas a Dios

Cuando los cuatro amigos vieron que no era posible hacer llegar al paralítico a Jesús, podrían haber desistido. Sin embargo, confiaron en que Jesús lo podía sanar, tenían fe. 

La Biblia dice que los pecados del paralítico fueron perdonados cuando Jesús vio la fe de los cuatro amigos.

Hoy también encontramos personas paralizadas en nuestro mundo aunque no necesariamente están paralizados físicamente. 

Más bien, su fe está paralizada por la duda, por la soledad, por el miedo o por cualquier otra cosa.

En cierto sentido, no tienen suficiente fe para creer y por ello, necesitan la fe de otros para llevarlos hasta Jesús.



Un plan establecido

Aunque la fe y la oración son ingredientes importantes para atraer a otros a Jesús, tenemos que hacer algo más. Necesitamos un plan. Cuando los cuatro amigos vieron que no era posible acercar al paralítico a Jesús, se le ocurrió un plan: introducirlo por el tejado.

Los grupos pequeños también necesitan un plan para llevar a la gente a Jesús. Sin plan, no es posible llevar a nadie a Cristo.

Perseverancia ante las dificultades

Cuando los cuatro amigos vieron el camino a Jesús bloqueado, tenían todas las excusas como para sentirse desalentados, pero no se dieron por vencidos, sino que buscaron otra manera de llevar a su amigo hasta Jesús.

Todos nos desanimamos a veces, pero si tenemos como objetivo compartir a Jesús con nuestros amigos, debemos persistir ante cualquier dificultad.

Valentía de hacer algo diferente

Cuando se enfrentaron a esa situación desalentadora, los cuatro amigos decidieron hacer algo diferente para llevar a su amigo a Jesús, se fueron por las nubes! A veces, también tenemos que hacer algo diferente para llevar a la gente a Jesús.

Trabajo en equipo

¿Alguna vez ha tratado de llevar a alguien en una camilla con sólo tres personas? No se puede. Si los cuatro amigos no hubieran trabajado en equipo, el paralítico se habría caído de la camilla.

Algunas personas sólo llegarán a Jesús gracias al esfuerzo conjunto de todo el grupo.

Sacrificio por traer a alguien a Jesús

Estos cuatro hombres no habrían hecho un agujero en el techo a menos que estuvieran dispuestos a arreglarlo. Estaban dispuestos a esforzarse antes, durante y después de llevar a su amigo a Jesús.

Llevar a un amigo a Jesús siempre requiere sacrificio. Significa sacrificar la propia comodidad dentro del grupo. Muchas personas han llegado a sentirse tan cómodas dentro de sus grupos pequeños, que tienen miedo de añadir nuevas personas y echar a perder la dinámica del grupo.


Antes de nuestra comunidad llegue a Jesús, debemos salir de nuestra zona de confort.


P. Rick Warren

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿CUÁL ES LA VERDADERA LIBERTAD?


"Vosotros seréis mis discípulos si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Juan 8, 31-32

La libertad espiritual es la libertad de tus propios miedos, adicciones, preocupaciones y comportamientos auto-destructivos. Sólo Dios puede dártela.

Hoy en día, nuestra cultura define la libertad como "hacer cualquier cosa que me apetezca." Vivimos en la era de sentimientos, donde los sentimientos prevalecen sobre todo lo demás. Si algo te hace sentirte bien, entonces asumes que es bueno.

Pero "hacer lo que me apetece":

·         a nivel personal no es más que egoísmo.
·         a nivel familiar, genera conflictos.
·         a nivel social, es la anarquía.
·         a nivel espiritual, es rebelión contra Dios.

Los sentimientos se han convertido en un “dios” para muchos. Todo lo que siento se convierte en el fundamento de toda mi conducta, incluso si me perjudica a mí mismo, o a otros.

Sin embargo, limitar lo que me apetece es el camino a la responsabilidad, a la madurez, e incluso al amor. El verdadero amor no es egoísta.

¿Cómo podemos vivir libres en un mundo esclavo de su propio egocentrismo? El primer paso para la madurez espiritual es darse cuenta de que Dios te diseñó para una vida infinitamente mejor a la que estás viviendo en estos momentos. Hay más. Mucho más. 

La intención que Dios tiene para ti es mucho mayor de lo que te puedas imaginar.

La vida que Dios creó para que vivieras...es rica en amor, compasión y gracia, llena de energía y vitalidad, profundamente conectada a Dios y a los demás, sensible a la guía divina y a las necesidades de las personas que te rodean, llena de paz, basada en la alegría y la confianza, perceptiva de que este mundo no es todo lo que hay.


Jesús nos enseñó el camino hacia la madurez espiritual, hacia la verdadera libertad: "...si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."

P. Rick Warren



lunes, 14 de septiembre de 2015

6 TENTACIONES TÍPICAS DEL CRISTIANO, NIVEL AVANZADO


El demonio existe pero a Dios no le puede hacerle ningún daño directo y por eso trata de herirlo a través de las criaturas que Él más ama: nosotros. El diablo nos ataca y nos tienta constantemente para que ofendamos a nuestro Creador.
El problema es que el padre de la mentira es muy astuto, y nosotros, los cristianos, muchas veces vamos de listos. Creemos que ir a misa, rezar el Rosario y tratar de vivir una vida cristiana coherente nos exime automáticamente de toda preocupación por la presencia de este indeseable sujeto. Pero la realidad es otra. El demonio redobla sus esfuerzos cuando ve fruto en nuestras vidas, asume nuevos rostros y actualiza sus estrategias. 
Dios nos sugiere apartar la mirada de nosotros mismos y ponerla en los demás. Cuando sirves a los demás, te das cuenta de que la alegría y el brillo de la comunión auténtica no son comparables ni por asomo a los opacos destellos de satisfacción que ofrece el egoísmo. Sin embargo, es aquí donde el demonio se juega todas sus cartas. Y es que es muy difícil engañar o inducir a error a una persona que tiene la mirada y el corazón puestos en Dios y en los demás. Por decirlo de una manera, el amor es la “kriptonita” del maligno.
Esta es la estrategia principal que inspirará las demás tentaciones: el egoísmo. El demonio trata de que no miremos hacia arriba, hacia Dios ni hacia los lados, hacia el prójimo, sino que centremos la mirada en nosotros mismos, para poder atacar con efectividad. Este amor propio es una enfermedad espiritual que los Padres de la Iglesia han llamado Filaucia y que el diablo trata de inocularla en nuestra vida cristiana de las muchas maneras.
El demonio, no nos muestra la tentación de manera burda porque sabe que sería rápidamente rechazada; cambia de plan y la disfraza de pensamientos y estados de ánimo en apariencia positivos y espirituales para, poco a poco, desviarnos de la relación con Dios.
Los pensamientos y estados de ánimo con los que el diablo nos tienta son:
La fe es sólo contenido
La fe cristiana es una relación con Cristo que se manifiesta en lo que creemos, en lo que queremos, en lo que pensamos y en lo que elegimos y que enriquece toda nuestra vida.
Cuando la vida del cristiano está nutrida por un diálogo amoroso con Cristo, el diablo poco o nada tiene que hacer. Su estrategia, por lo tanto, consistirá en desvitalizar esta relación.
¿Cómo? Tratando de que nuestros pensamientos y sentimientos religiosos empiecen a parecernos más una conquista personal que un don recibido. 
El objetivo del demonio es hacer que seamos personas religiosas sin Dios, hacernos creer que podemos mejorar como cristianos prescindiendo -paulatinamente- de las exigencias propias de una relación de amistad con Jesús.
Cuando el cristiano empieza a verse como el principal autor de su vida cristiana, centrarse en sí, en los contenidos de la fe en vez de en la relación con Jesús, la fe pierde toda su energía, se enfría y se convierte en ideología. Es decir, en un conjunto de ideas en las que se cree (doctrina), que han modelado las costumbres de una familia o un pueblo (tradición) y que se traducen en una serie de normas de conducta útiles para llevar una vida correcta (moral).
Cuando la fe se convierte en ideología, aburre; se abre una grieta enorme entre la vida concreta y las propias creencias. El demonio ha vencido convirtiéndonos en cristianos bien adoctrinados, asiduos en las prácticas y rituales católicos, moralmente ejemplares… y muertos por dentro.
La devoción es para satisfacción personal
Cuando realizamos nuestras actividades religiosas y obtenemos fruto es lógico y bueno que experimentemos satisfacción y paz interior, puesto que estamos haciendo lo que Dios nos invita a hacer y por eso nos sentimos felices.
Pero hay un peligro muy sutil: pensar que el hecho de realizar nuestras obras de devoción es por el gusto espiritual que nos producen o por lo que nos hacen sentir y no con el objetivo de acercarnos a Dios y reforzar nuestro amor por Él.
El enemigo tiene como objetivo las cosas de Dios, las cosas santas, las personas santas, y a nosotros mismos y nuestro fruto espiritual. Por eso, trata de hacernos creer que nuestra vida espiritual tiene como único objetivo nuestra propia satisfacción.
El apego a nuestras cosas
Al ser humano nos encanta el éxito y el protagonismo. Queremos que nuestros proyectos salgan bien e incluso rezamos para que esto sea así. Y en realidad, desearlo no tiene nada de malo; es más, Dios también lo quiere.
 Sin embargo, el diablo sabe muy bien que el corazón humano a veces se entrega demasiado a los propios proyectos. El hecho de que nuestra misión sea evangelizar no nos hace inmunes a desarrollar apegos mundanos que nos hacen olvidar la centralidad de Dios y su gracia, y nos ponen a nosotros como los protagonistas y los héroes indispensables del apostolado. 
El diablo intenta disfrazar la filaucia de celo apostólico y por eso debemos abandonarnos en las manos del Señor, especialmente en la oración, darle nuestro corazón y todos nuestros proyectos.
Hablar con confianza de cada uno de ellos y dejar que el Señor nos interpele y nos ayude a ponerle siempre a Él en el centro y hacer retroceder nuestra hambre de protagonismo.
La justicia nos corresponde a nosotros
Vivimos en santidad, vamos a misa, somos buenos cristianos y ayudamos a los mayores y a los necesitados, evangelizamos y creemos estar más en gracia que los demás. Enjuiciamos y despreciamos a los demás por no vivir o pensar como nosotros.
Esta es otra gran tentación que nos hace experimentar el gusto fariseo de ser los jueces de Dios; aquellos con poder para definir quién vive la fe y quién no, que no es más que un ciego y torpe amor propio.
Los que juzgan, con sus condenas y sus poses, están muy alejados de la mirada de misericordia y amor que Dios nos pide. Es importante que el cristiano que ha caído en esta tentación identifique aquellos juicios condenatorios o aquellos sentimientos de superioridad que le han endurecido el corazón y los ponga con humildad ante Dios.
Esta tentación también se cuela cuando nuestra propia interpretación de la fe se vuelve la norma universal para juzgar la reflexión y comprensión que otros tienen de la doctrina católica y así las ideas se convierten en idolatría. 
Se produce una ideologización de la fe que puede llegar al extremo de descartar cualquier opinión que se oponga a la propia, incluida la voz del propio obispo, la voz del Papa o la del Magisterio de la Iglesia.
¿Quién soy yo para juzgar a nadie? Dios es el único juez.
Pensamientos espirituales según mi forma de ser
Hacerme un Dios a mi medida. El enemigo llega a fingir que reza con quien reza, ayuna con quien ayuna, etc. Pretende hacernos creer que Dios existe para reafirmarnos a nosotros mismos.
Debo complementarme en mis carencias, no reafirmarme en lo que soy fuerte, debo buscar Su gracia porque si no estoy haciéndome un Dios según mis criterios.
La perfección la alcanzamos solos
El maligno también trata de hacernos caer en la trampa más peligrosa, la de la soberbia espiritual que nos inculca la falsa creencia de que somos capaces de vencer cualquier tentación si es que nos lo proponemos. 
Dios y su gracia salen inconscientemente del combate espiritual y el terreno queda servido para que el tentador muestre su verdadero rostro. Lo terrible de este modo de filaucía espiritual es que el tentador se ha asegurado de hacerle creer al cristiano que puede lograr todo por él mismo. ¡Qué gran mentira!
La siguiente movida del maligno, y hay que estar atentos, será hacerlo abandonar la esperanza de ser ayudado por Dios, para finalmente llevarlo a desesperar de su misericordia. El cristiano, irónicamente, abandona la esperanza de recibir una ayuda que nunca pidió, y desespera de la misericordia divina cuando su objetivo no fue el perdón, sino recuperar la paz que le producía sentirse bueno y virtuoso. En el fondo, con la filaucía, el maligno desubica al cristiano y lo coloca inerme en batallas cuyo resultado está previamente definido: perderá.
Es esencial saber que la verdadera perfección cristiana se vive en clave de morir y resucitar constantemente. Se expresa en un amor humilde que nunca se pone por encima de los demás ni se envanece con sus logros o capacidades. No debe haber paz en la auto contemplación sino en la felicidad de quienes están a su lado. Es una perfección que se sabe profunda y constantemente necesitada del auxilio de Dios porque reconoce su pequeñez ante el misterio del amor al que está llamada. Sus conquistas no las atribuye a sí misma sino que las agradece porque siempre son dones recibidos. Ante la perfección cristiana lo único que el maligno puede hacer es controlar su impotencia.


Mauricio Artiera,  6 tentaciones típicas del cristiano, nivel avanzado, Catholic link

viernes, 11 de septiembre de 2015

LA AVARICIA ROMPE EL SACO




"Mirad y guardaos de toda avaricia, porque, aun en la abundancia,
la vida de uno no está asegurada por sus bienes. 
Vended vuestros bienes y dad limosna. 
Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, 
donde no llega el ladrón, ni la polilla; 
porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón". 

(Lucas 12, 15 y 33-34).



¿Recordáis los dibujos del pato Donald? ¿Recordáis a su tío, cuyo nombre ya le definía? Sí, me refiero al Tío Gilito, baluarte del capitalismo y del "American way of life", y cuya única pasión era zambullirse en su inmensa fortuna sin querer gastar ni compartir un solo centavo. 

Con cara de pocos amigos y con un terror a perder una sola moneda, es sin duda, el estereotipo de la avaricia.

En la factoría Disney le bautizaron Scrooge McDuck, en clara alusión al cliché de la tacañería escocesa. 

Su caja fuerte, donde vivía y guardaba su fortuna sería equivalente a un edificio de doce plantas, mediría 39 metros de altura, y su planta cuadrada tendría 37 metros por cada lado.

Dando por hecho que la caja no estaba totalmente llena, su fortuna equivaldría aproximadamente a 4.855 metros cúbicos de monedas de oro, es decir, 3.302.088.419 onzas. 

Sabiendo que el precio actual de mercado para la onza de oro es de 1,641 dólares USA, el volumen de su fortuna sería de 5,4 billones de dólares.

Teniendo en cuenta que desde los inicios de la fiebre humana por el oro hasta hoy, se han extraído de las minas del mundo 158.000 toneladas de oro, equivalente a unos 8.187 metros cúbicos, significaría que el tío Gilito atesoraría el 60% de todo el oro mundial.

Acumular, atesorar, proteger y esconder lo ganado en una caja fuerte… es el afán prioritario de nuestro mundo. Los medios se convierten en el fin. Y lo digo con doble sentido.


"Porque nosotros no hemos traído nada al mundo y nada podemos llevarnos de él." 

(1 Timoteo 6,7)


Me gustaría compartir un artículo muy interesante sobre lo que dice la Biblia de la avaricia:







miércoles, 9 de septiembre de 2015

ENFRENTAMIENTOS “CUERPO A CUERPO”







Los enfrentamientos son una práctica muy común en nuestros días; sobre todo cuando personas quieren poner en cuestión nuestra fe y nos atacan o se mofan.

Por ello, precisamos saber encontrar el enfoque correcto, las palabras adecuadas, y saber cuándo y cómo utilizar el apropiado ante una situación de gran hostilidad. Usando una analogía de golf, es como saber qué palo utilizar en cada parte del hoyo.

Por supuesto, el enfrentamiento no es siempre el camino correcto. Ahora bien, cuando el enfrentamiento es inevitable y/o necesario, ¿cómo debemos actuar? En la Biblia, el rey David nos exhorta a utilizar la ORACIÓN como el medio infalible en un enfrentamiento (Salmos 5, 2-4).

La respuesta es PEDIRLE A DIOS QUE INTERVENGA. La oración es una parte importante de nuestra respuesta a las "fuerzas destructivas" y nada es imposible para Dios, que siempre responde a nuestras oraciones.

Habitualmente, tenemos tendencia a callar, a huir, a alejarnos del enfrentamiento, de la confrontación. Pero el mal debe ser enfrentado. Los cristianos no estamos llamados a huir, pero tampoco a dejarnos abrumar. El apóstol San Pablo nos da las claves de la enseñanza de Jesucristo de DERROTAR AL MAL CON EL BIEN (Romanos 12).

Oración y acción van de la mano, y tenemos que hacer las dos cosas. Jesús, maestro en enfrentamientos cuerpo a cuerpo, nunca rehuyó el enfrentamiento sino que desafió a quienes le inquirían con amor.

Muchos conflictos podrían evitarse si la gente hablara entre sí desde el amor, en lugar de sólo hablar el uno del otro desde el rencor.

Tenemos que tener cuidado de no saltar con conclusiones apresuradas sobre personas sin fe, sobre otros cristianos o sobre otras iglesias. No debemos atacar verbalmente ni discutir sus ideas. Afirmemos nuestra fe, sin contradecir su falta de fe.

No se trata de vencer, sino convencer con nuestras palabras y obras. 

La defensa de nuestra fe (Apologética) debe siempre estar instalada en el amor y la paz, la exposición pacífica y razonada de argumentos, de datos, de testimonios, de experiencias vitales.

En ningún caso, tiene como misión atacar los principios de nadie. Nos defendemos de los ataques que recibimos y exponemos nuestra fe y nuestros principios morales. Reclamamos libertad para hacerlo y libertad para que los que quieran unirse a nuestra comunidad católica puedan hacerlo, pero ni obliga a nadie ni tiene como objetivo desprestigiar las creencias de los demás.


martes, 8 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: UNA CASA DE DOLOR


"La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias,
 no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales... 
Cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar 
se  convierte en autorreferencial y entonces se enferma".

Papa Francisco


La Iglesia se ha vuelto autorreferencial y ha enfermado, envejecido y va inexorable hacia la muerte, pues ya no glorifica a Cristo sino a sí misma. Se ha convertido en un sanatorio, en una casa de dolor, un dolor institucional y colectivo, pero también individual.

La Iglesia ha de ser reconstruida, debe ser sanada y el primer paso para curarse es reconocer el dolor. El dolor nos hace darnos cuenta de que algo va mal y por eso, acudimos al doctor, quien nos pide que le describamos el dolor, que se lo confesemos.

Confesar los síntomas y reconocer que algo va mal en la Iglesia no es ir contra ella. Más bien al contrario, es preocuparse por diagnosticar el dolor y poner todos los medios para curarlo.

El padre Mallon en su libro "una renovación divina" nos enumera los síntomas de dolor que padece la Iglesia:

Declive familiar. 

Lo encontramos al ver como tantos familiares, hermanos, padres, hijos y nietos, se apartan de la Iglesia y de la fe en Dios.

La familia biológica y la familia de fe han dejado de ser la misma cosa. Y nos preguntamos ¿qué hemos hecho mal?

Sinceramente no lo sabemos. Hemos hecho con nuestros hijos que lo mismo que nuestros padres con nosotros pero nadie nos ha avisado que las reglas han cambiado. 

Ni siquiera lo saben los sacerdotes, que no han sabido reconocer los síntomas y hacer sonar las alarmas, que no han sabido ver “la fiebre”, prueba inequívoca de infección. Y todo esto causa dolor.

Declive institucional.

Es el resultado de la pérdida de muchas de las instituciones de la Iglesia que formaban parte de su identidad y eran motivo de orgullo. 

Es patente el declive de la institución en su labor social y caritativa con la pérdida de numerosas obras de misericordia corporales y espirituales. 

Antaño se alimentaba a los hambrientos en comedores, se acogía a los abandonados en orfanatos, se educaba a los analfabetos en colegios, escuelas y universidades y se cuidaba a los ancianos y enfermos en residencias y hospitales.

Declive parroquial.

Lo encontramos en el colapso de las estructuras parroquiales: cierre de parroquias, fusiones de parroquias, etc. 

Es verdad que la Iglesia son las personas y no los edificios, pero cerrar una iglesia es siempre algo trágico y nos duele, aunque podamos racionalizar el hecho aludiendo a la mejora administrativa, económica o al descenso del número de sacerdotes para dirigirlas. 

No cabe duda de que es consecuencia de que la Iglesia no está sana ni crece.

Declive de confianza y credibilidad. 

Viene reflejado en el dolor de los fieles, sacerdotes, laicos y religiosos a causa de los devastadores escándalos sexuales de abuso de niños por parte de sacerdotes. 

Y aunque estos crímenes de abusos sexuales han sido perpetrados por una pequeña minoría de individuos, la comunidad entera se resiente, cuando una parte del cuerpo sufre, todos sufren.

Declive sacerdotal.

Es consecuencia de la pérdida de credibilidad y el sentimiento de vergüenza que pende sobre la cabeza de cada sacerdote por causa de los que han cometido los delitos, los han encubierto o los que no han actuado contra ellos, genera dolor crónico y persistente en el seno de la Iglesia.

Un dolor que se exterioriza en la acusación generalizada de asociar a la figura del sacerdote como un “pedófilo”. Una acusación del todo infundada, inmerecida y no deseada, pero real y que lleva a muchos sacerdotes a experimentar una gran vergüenza por su identidad difícil de mitigar.

El dolor sigue ahí, como una migraña persistente y sorda y el daño perdurable causado en tantos frentes por la tragedia, continua siendo una fuente de dolor que siempre está presente.

Declive identitario.

A  tanto a nivel individual, por parte de la iglesia, que se ha dedicado a conservar lo que tiene como si de un club privado se tratara, y colectivo, por parte de los parroquianos, quienes continuamente quieren hacer constar su deseo de que todo siga igual.

No obstante, existen algunos curas que trabajan en las trincheras y se aferran desesperadamente a la pasión que les hizo un día elegir el “dejarlo todo” y hacerse sacerdotes, y que sólo reciben tiros por todas partes. 

Ellos (y algunos “laicos locos”) son los que mantienen viva la llama de la fe encendida en sus corazones, quienes todavía anhelan y se esfuerzan, con gran coste personal, para que llegue la renovación.

El sacerdote involucrado en la renovación parroquial se encuentra ante un dilema estresante y de difícil solución: se halla atrapado entre un obispo que no está por la labor de renovar sino de "mantener todo funcionando y abierto ", su propio sentido del deber misionero y unos parroquianos extremadamente exigentes que quieren hacer constar que esperan que nada cambie y que quieren jugar la nueva competición con las reglas del pasado.

Se trata de una experiencia muy dolorosa basada en la sensación de ser "carne fresca para los leones". El sacerdote se ordena para ofrecer su vida en sacrificio pero no a una máquina hambrienta y autorreferencial que vive en sí, de sí y para sí.
  
Es el dolor del sacerdote de cuestionarse para qué entregó su vida si se ve forzado a desarrollar una teología personal que racionalice la falta de fruto, la falta de salud, la inexorable decadencia  y la locura de hacer una vez y otra vez las mismas cosas esperando resultados diferentes.

Con todos los sueños de renovación rotos, el ministerio pastoral consiste simplemente en ser un loco por Cristo y quedarse al pie de la cruz para así poder encontrar algún significado a su sufrimiento de ver a su Iglesia enferma y en decadencia.

¿Qué opciones les quedan a los sacerdotes?

1.   ABANDONAR QUEDÁNDOSE.

Dejar escapar todo vestigio de pasión, celo o idealismo. Perdida la esperanza de toda posibilidad de renovación y atados por el miedo, se quedan en sus puestos (como Denethor, en El Señor de los Anillos).

Cumplen con sus tiempos de servicios hasta la jubilación porque no tiene otra opción. Se han resignado a la inevitable decadencia y muerte.

El papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, los define como una forma de “mundanidad” que “…prefieren ser generales de ejércitos derrotados, antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando”.

2.   LUCHAR QUEDÁNDOSE.

Aferrarse a la visión, al celo y a la pasión que le sedujeron al ordenarse para entregarse. Es todo un combate cuerpo a cuerpo cuya clave es la lucha por la esperanza.

Es una batalla donde no debe olvidarse que la Iglesia es un regente, un senescal, un administrador que espera el Retorno del Rey para reclamar lo que es suyo.

Es una pelea contra la visión distorsionada y parcial de la realidad con la que el Diablo nos confunde y nos manipula hacia la pérdida de la esperanza (Igual que Denethor confundido por Sauron).

El dolor personal sin esperanza no lleva a la vida sino que se la lleva. El dolor de la Iglesia necesita ser verbalizado en el contexto de la fe y así convertirlo en sufrimiento, que es el dolor con el que luchamos, pero con esperanza porque puede ser redimido.


"Una renovación divina"
P. James Mallon