¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

domingo, 20 de enero de 2019

MOTOR Y AGENTES DE LA EVANGELIZACIÓN

"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" 
(Mt 28, 19-20)

La Evangelización es la gran misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos. Todo cristiano, seguidor de Cristo está llamado a cumplirla.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica, la evangelización es la razón de ser de la Iglesia y su actividad habitual, y tiene como finalidad la transmisión de la fe cristiana.

Pero, ¿dónde debe realizarse
En primer lugar, dentro de la comunidad cristiana, es decir, en la parroquia donde los fieles se reúnen regularmente para las celebraciones litúrgicas, escuchan la Palabra de Dios y celebran los sacramentos, sobre todo la Eucaristía, preocupándose por transmitir el tesoro de la fe a los miembros de sus familias, de sus comunidades, de sus parroquias.

En segundo lugar, esta evangelización general u ordinaria se expanda fuera de los muros de la Iglesia, utilizando nuevos métodos y nuevas formas de expresión para transmitir al mundo el mensaje de Jesucristo.

Y ¿cómo debe realizarse?
A través de la propuesta y del testimonio de la vida cristiana, del discipulado , de la catequesis y de las obras de caridad

A través de una fe sólida y robustauna transformación de las estructuras existentes y proyectos pastorales creativos a medio y a largo plazo, conforme a las necesidades y expectativas del hombre y de la sociedades actuales.

A través de un encuentro real y auténtico, público y comunitario, una relación íntima y personal con Jesucristo, creando las condiciones para que este encuentro entre los hombres y Jesús se realice. 

Espíritu Santo
Evangelizar es ponerse a disposición del Espíritu Santo, artífice fundamental de todo anuncio, auténtico autor de todo testimonio y único protagonista y motor de toda evangelización.
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Jesús comenzó a predicar "impulsado por el Espíritu Santo" (Lc 4,14). Él mismo declaró: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a llevar la buena nueva a los pobres" (Lc 4,18).

En la noche de Pascua, al aparecerse Jesús ante los apóstoles en el cenáculo, les dijo: "Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros. Después sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). 

Al dar a los apóstoles el mandato de ir a hacer discípulos por todo el mundo, Jesús les confiere también el medio para poder realizarlo: el Espíritu Santo (Mt 28, 19-20).

Después de la Pascua, Jesús exhortó a los apóstoles para que no se alejaran de Jerusalén hasta que no hubieran sido revestidos de la fuerza de lo alto: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros para que seáis mis testigos" (Hch 1,8). Cuando, en Pentecostés, baja el Espíritu Santo, Pedro y los demás apóstoles comienzan a hablar en voz alta de Cristo, y su palabra tiene tanta fuerza, que tres mil personas se convierten. 

Cuando recibimos el Espíritu Santo, se produce en nosotros un impulso irresistible para evangelizar, que nos reviste de Gracia, nos guía y conduce con rectitud conforme a la voluntad de Dios, proporcionándonos los recursos necesarios.

Sin Espíritu Santo, la evangelización es sólo activismo, que gira en una espiral que no conduce a ninguna parte. 

Sin Espíritu Santo, un testimonio es sólo una sucesión de hechos, narrados por una persona, es tan sólo el revestimiento humano de un mensaje. 

Sin Espíritu Santo, el servicio es sólo militancia, que se mueve de un lado para otro sin sentido.

Por tanto, lo primero que necesitamos para evangelizar es abandonarnos confiadamente en brazos de Dios, quien a través del Espíritu Santo, guiará nuestros pasos y suscitará los recursos necesarios.

Así pues ¿qué debemos hacer para recibir el Espíritu Santo? ¿cómo podemos ser, también nosotros, revestidos de la fuerza de lo alto, como en un "nuevo Pentecostés"? ¿cuáles son los agentes de la evangelización?

Oración
Para saber cómo obtener el Espíritu Santo, tan sólo debemos fijarnos cómo lo obtiene Jesús y cómo lo obtiene la misma Iglesia, en Pentecostés:

Lucas describe el acontecimiento del bautismo de Jesús de la siguiente manera: "Mientras Jesús estaba orando, se abrió el cielo, descendió el Espíritu Santo sobre él" (Lc 3,21-22). "Mientras estaba orando": fue la oración de Jesús la que abrió los cielos e hizo descender al Espíritu Santo

No mucho después, en el mismo Evangelio de Lucas, leemos: "Mucha gente acudía para oírlo y para que los curase de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios para orar" (Lc 5,15-16). Ese "pero" es muy elocuente; crea un contraste especial entre las multitudes que apremian y la decisión de Jesús de no dejarse arrastrar por las multitudes ni por el activismo, retirándose a dialogar con el Padre.

El Espíritu Santo, en Pentecostés, vino sobre los apóstoles mientras ellos hacían "constantemente oración en común" (Hch 1,14). "Constantemente" significa sin pausa y "en común", significa en un mismo pensar o sentir, "en un mismo Espíritu".

Dios se ha comprometido a dar el Espíritu Santo a quien ora. Lo único que tenemos que hacer es invocar al Espíritu Santo y rezar"¡Cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes le pidan!" (Lc 11,13).  "Os aseguro que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre la tierra, cualquier cosa que pidan les será concedida por mi Padre celestial. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.(Mt 18, 19-20).

Pudiéramos pretender
decidir a quién, dónde, cómo y cuándo evangelizar, basándonos en nuestras aptitudes, conocimientos, preferencias, gustos, comodidades, etc., y después, pedirle a Dios que nos diera el "ok" o que el Espíritu Santo se "acoplara a nuestra idea".  Pero en realidad, le estaríamos diciendo a Dios: "Hágase mi voluntad".

O pudiéramos ponernos de rodillas primero y preguntarle a Dios qué quiere decirnos. De esta forma, sencillamente, nos sometemos a Dios, nos ponemos en actitud humilde, obediente y de apertura al poder de su Espíritu. Y entonces, le decimos a Dios: "Hágase tu voluntad".

La primera ac
titud es magia. La segunda, es gracia.

Sin oración, la evangelización es, sencillamente, inútil, estéril y baldía. Y lo es porque sólo a quien ora, Dios le concede su Gracia. Por eso invocamos al Espíritu Santo. Con fe firme, recibimos el poder necesario para cumplir la voluntad de Dios.

Sin oración, lo que sale de nuestra boca son palabras vacías, que no traspasan el corazón de nadie, que "no convierten"Son palabras "inútiles" que no dan fruto, "ineficaces" y "estériles". 

Sin oración, nuestro mensaje es un fraude, propio de un de falso profeta, que no reza y que, sin embargo, induce a los demás a creer que es palabra de Dios.

Pureza de intención
Además de la oración, para recibir el Espíritu Santo, es absolutamente necesario tener “pureza de intención”. Para Dios, una acción tiene valor según la intención con que se hace

Por eso, el Espíritu Santo no puede actuar si nuestra motivación evangelizadora no es pura. Dios no puede hacerse cómplice de la mentira ni potenciar nuestra vanidad.

Sin pureza de intención, procuramos la búsqueda de uno mismo, la exaltación de la propia vanidad y el foco en nuestro ego.  

Sin pureza de intención, no trabajamos la humildad, la obediencia y el amor. No seguimos los pasos del Maestro, al rechazar la cruz, morir a nosotros mismos y proclamar la gloria de Dios. 

Sin pureza de intención, elegimos una estrategia con la que manipulamos y violentamos a otros, con la intención de lograr un "bien" o un "resultado" egoísta y personal.

Amor
Una vez desechada la búsqueda de nosotros mismos y manteniendo una intención pura, necesitamos dar paso definitivo hacia al amor auténtico. 

El Evangelio del amor no se puede anunciar más que por y con amor. Si no amamos a las personas a las que anunciamos a Cristo, las palabras se transforman en piedras que hieren. Se trata de mirar a los demás con los mismos ojos con los que nos mira Jesús.

Para
 evangelizar, debemos derrochar el mismo amor de Nuestro Señor: el Amor más grande, el amor ágape: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).
El amor puro y genuino solo nace de una amistad auténtica con Jesús, de una relación íntima con Dios. Sólo quien está enamorado de Jesús puede proclamarle al mundo con total convicción. ¿Le has dicho alguna vez que le quieres? o ¿das por hecho que como lo sabe, no se lo dices? ¿te suena esto?

Por tanto, amor por los hombres. Pero también y, sobre todo, amor por Jesús. Es el amor de Cristo el que nos debe impulsar en todo cuanto hagamos. 

Enámorate de Jesús. Habla con Él siempre que puedas. Busca intimidad con Él. Haz todo lo que hagas por Él. Sólo por Él. Sólo para su gloria.

sábado, 19 de enero de 2019

SÍGUEME

"No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; 
no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores".
(Marcos 2, 13)

Escuchaba esta mañana el Evangelio y me siento llamado como Mateo. Jesús me mira con ternura y me invita personalmente: "Sígueme". Abro la Biblia y me vuelve a decir: "Sígueme" (Lucas 9, 59). Vuelvo a abrirla y me identifico con lo que Dios dice de Pablo: "Éste es un instrumento que he elegido yo para llevar mi nombre a los paganos, a los reyes y a los israelitas. Yo le mostraré cuánto debe padecer por mí." (Hechos 9, 15-16).

¿Es a mí?¿Por qué me llamas a mí, Señor? ¿Qué quieres de mí?

¡Qué mirada tan penetrante, tan poderosa! Me mira y me habla. Me invita a seguirlo...

Es entonces, cuando mi interior se transforma. Yo, que he estado siempre "recaudando" de los demás, que he estado siempre "persiguiéndole", que siempre he estado buscando "recibir", me siento impelido a dar, a entregarme a los demás. 
¡Qué increíble! Jesús genera en mi corazón una llamada a la actividad evangelizadora, a una entrega de servicio, de misión. Me invita a "dar la vida" como Él.

Ya no me importa "el qué dirán". Ya no me importa esconderme de las miradas y de los juicios ajenos tras mil máscaras. 

Mi Señor sacude mi corazón y estimula mis ojos a mirar más allá, hacia delante, hacia donde Él va, a no quedarme en las apariencias porque lo importante es lo que hay en el interior, en el corazón, allí donde, ante Él, todos aparecemos desnudos. 

Cristo genera en mi un cambio tan radical, que me impulsa a seguirlo. Él abre el camino. Yo le sigo. Me desafía, haciéndome "la famosa pregunta":
- ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?- me pregunta.
- ¿A mí, Señor? -le respondo.
- Sí, a ti.
- Pero si soy "lo peor".
- Por eso. No he venido a llamar a sanos que no necesitan médico. Tampoco a los justos, sino a los pecadores. A ti.

Ante tal invitación, sincera y directa, y a pesar de que sé que seguirlo no es fácil ni cómodo, a pesar de que sé que seguirlo implica no tener seguridades ni comodidades humanas, lo dejo todo y le sigo.

Lo correcto se asienta en la dificultad, en la incomodidad, en el insulto, en la persecución, en la Cruz. Ese es el camino que me marca. El mismo que Él ya ha recorrido. Me llama a la Casa del Padre. Allí, me espera con los brazos abiertos y organiza una fiesta.

Lo cómodo se asienta en la excusa, en el pretexto, en posponer todo lo que no sea agradable, cómodo o seguro.

Jesús me dice que "deje a los muertos enterrar a los muertos". Me dice que deje de estar esclavizados por la muerte y que obtenga la libertad de la vida plena que Él me ofrece, que renuncie inmediatamente a todo para hacer lo correcto.

Sin embargo, cuántas veces he pospuesto hacer lo correcto por comodidad, por temor, por orgullo, por culpabilidad, por inseguridad, por falta de confianza o por quedar bien con el mundo. Todas estas excusas ("Señor, déjame antes ir a enterrar a mi padre, "permíteme que me despida antes de mi familia") bloquean los planes que Dios tiene para mí. 

Posponer lo que Dios nos pide es, sencillamente, desobedecerle. Y ante la desobediencia nos dice:"El que pone la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reino de Dios". 

Por eso, no quiero mirar atrás, sino hacia delante. Hacia donde Él me llama. Porque Jesús me dice "No temas. Ven a mi y yo te aliviaré. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera". Y yo le creo y le contesto:

"Aquí estoy, Señor" 
(Hechos 9, 10)

viernes, 18 de enero de 2019

EVANGELIZAMOS ¿EN MODO BABEL O MODO PENTECOSTÉS?

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Durante cinco años dedicado a la evangelización, he podido observar que, a menudo, cometemos y repetimos algunos grandes errores. 

A veces, proclamamos a Jesucristo por motivos que tienen poco o nada que ver con el amor: lo hacemos por inercia, porque es "lo que toca", por rivalidad, por aumentar el número de personas y el prestigio de una parroquia, etc. 

Otras, realizamos esfuerzos estériles motivados por un activismo desaforado y vacío de contenido, cuyo único interés camina hacia la búsqueda ansiosa de ser valorados o admirados. Se trata, sin duda, de una "evangelización en espiral".

¿Por qué digo esto?

Porque con demasiada frecuencia, nos "activamos" (o incluso nos "hiperactivamos"), nos "movilizamos" y "montamos" métodos evangelizadores con excesiva precipitación, "como si no hubiera un mañana", y luego pretendemos decirle a Dios que nos de su beneplácito. 

Nos perdemos en una espiral evangelizadora que gira alrededor del activismo, alejándonos del verdadero sentido de la misión que Cristo nos encomendó. Y así...no. Así no podemos llevar almas a Dios. Así no podemos servir a Dios y al prójimo.

El verdadero estilo de vida de los cristianos es el servicio, que nos hace estar abiertos y disponibles, amar a Dios y al prójimo, y trabajar con entusiasmo por el bien común. 

Si nuestro servicio a Dios está basado en la búsqueda de una recompensa, de un aplauso o de un halago, vano es nuestro esfuerzo. 

Si nuestra labor evangelizadora pretende recibir una especie de "fuerza mágica" con la que satisfacer nuestras necesidades, vano es nuestro afán.

Si nuestro apostolado se reduce a hacerlo "de vez en cuando" o "cuando nos viene bien", o si se ciñe a  hacerle un hueco a Dios en nuestra agenda o a darle un porcentaje de nuestro tiempo o de nuestro esfuerzovano es nuestro empeño.

Servir e
s imitar a Cristo, que se hizo servidor por amor a nosotros. Se trata de vivir sirviendo 

Si pensá
ramos (aunque sólo fuera por un instante) que Dios es nuestro único público, deberíamos preguntarnos: ¿por qué queremos evangelizar? ¿Por qué queremos servir a Dios y al prójimo? El "por qué" es casi tan importante como el "qué" para purificar nuestras intenciones con oración, humildad y amor a Dios.

San Pablo pone de manifiesto que se puede anunciar a Cristo por motivos no precisamente
buenos y rectos: "Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia,… por rivalidad" (Filipenses 1,15-17). 

Hay dos fines fundamentales por los que podemos predicar a Cristo: o por nosotros mismos, o por Cristo. Consciente de esto, el Apóstol declara solemnemente: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo" (2 Corintios 4,5).

Por eso, yo planteo la cuestión: ¿servimos en modo Babel o en modo Pentecos
tés?



Babel o Pentecostés

Para ilustrar estos dos fines, fijémonos en la antítesis entre Pentecostés y Babel. ¿Por qué en Babel las lenguas se confunden y nadie entiende nada, si hablan la misma lengua, mientras que en Pentecostés todos se entienden, aun hablando lenguas distintas? ¿Por qué en Babel se dispersan y en Pentecostés se unen?

Al leer el relato en Génesis 11, 3-4, advierto una particular forma de ilustrar el activismo de los babilonios cuando, para escenificar esa "puesta en acción", comienza siempre las frases con un "Ea": "Ea, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego"."Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo" .
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Sin embargo, si continuamos el relato, descubrimos que la finalidad de este activismo, de este "ea" de los constructores de la torre de Babel era erigir un templo "a" Dios, pero no "para" Dios. Lo construyen para hacerse famosos, para su gloria. Instrumentalizan a Dios. 

A la vez, su espíritu era de lucha, rivalidad y competitividad (¿nos suena?). Otra vez la rebelión a Dios y el deseo de "querer ser como Dios". A causa de este orgullo rebelde, nadie es capaz de entender a nadie, cada uno va "por su cuenta". Y así, Dios les confunde y les dispersa (Génesis 11,4-9). 

Resultado de imagen de espiritu santo en nuestras vidasEn cambio, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles porque ellos "proclaman las grandes obras de Dios" (Hechos 2,11). No se proclaman a sí mismos, sino a Dios. Se han convertido radicalmente. Ya no discuten quién de ellos es el más grande, sino que están preocupados sólo de la grandeza y de la majestad de Dios. Están como borrachos, "ebrios" de su gloria. Éste es el secreto de esa conversión en masa de tres mil personas. Por eso, los asistentes en Pentecostés "sintieron que les traspasaba el corazón". 
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Así pues tenemos dos opciones donde situar la evangelización:

Si nos colocamos en "modo Babel", pretendiendo "alcanzar el cielo" y trabajando para hacernos famosos, o para hacer famoso a nuestro método, o para competir con otros cristianos, o para rivalizar con otros movimientos o parroquias, nos confundiremos, nos dividiremos más entre nosotros y nos dejaremos consumir por el espíritu de competición y de rivalidad.


Resultado de imagen de recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotrosSi nos colocamos en "modo Pentecostés", trabajaremos para la gloria de Dios, le tendremos como único público y anunciaremos su gran mensaje de amor con espíritu de humildad y de obediencia. Entonces, todos nos escucharán, las personas sentirán como el Espíritu de Dios traspasará sus corazones. Construiremos la torre que llega hasta el cielo, que es la Iglesia. Una torre "para" Dios.


Así, con una actitud humilde y obediente, la tentación mundana jamás podrá embaucarnos para rivalizar con otros o con Dios, ni el "espíritu del mundo" podrá seducirnos con halagos o alabanzas para buscar nuestra gloria personal, porque como Jesús dijo: "¡Yo no busco mi gloria!" (Juan 8,50). 

Hagamos nuestras estas palabras y meditémoslas repetidamente en nuestros corazones. Hagamos de ellas, nuestra jaculatoria particular, una especie de grito de guerra que haga temblar y retorcerse al mismo Satanás, el orgulloso:"¡Yo no busco mi gloria! ¡Yo no busco mi gloria!".


¡Gloria a Dios! ¡Sólo a Dios!

miércoles, 9 de enero de 2019

UNA COMUNIDAD DE ALVÉOLOS Y CÉLULAS MADRE

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"Miremos los unos por los otros 
para estimularnos en el amor y en las obras buenas; 
no abandonéis vuestras propias asambleas, 
como algunos tienen por costumbre hacer, 
sino más bien animaos mutuamente, 
y esto tanto más cuanto que veis acercarse el día." 
 (Hb 10, 24-25)

A menudo, los católicos decimos que la fe se vive en comunidad pero lo cierto es que no lo ponemos en práctica. Los católicos tenemos algunos "acuerdos" generalizados pero pocos "compromisos" interiorizados.

Una comunidad cristiana no crece y se desarrolla sólo con el hecho de ir a misa, por cantar juntos, o por limitarnos a darnos la paz (si acaso), para una vez concluida la Eucaristía, salir "escopetados" de la Iglesia.

Cristo comenzó su Iglesia formando un grupo pequeño de 12 miembros. En ese grupo, compartían todo, camino, viajes, formación, oración, comida...es decir, eran íntimos. A partir de esas doce personas, de esa "masa crítica", el cristianismo llegó hasta los confines de la Tierra.

Una comunidad que forma "masa crítica" a partir de grupos pequeños es vital para la salud y el crecimiento de una parroquia. En los grupos grandes la intimidad y la autenticidad son difíciles de encontrar, o al menos, de mantener. El ambiente que se genera es más "superficial", más "social", más "espacioso". 

Las relaciones mutuas, personales, auténticas e íntimas suceden mejor, de forma más natural y automática en grupos pequeños que en grupos grandes por varias razones: puedes escuchar, aprender, preguntar, compartir, involucrarte, comprometerte y, en general, abrirte para hablar de tu fe y mostrarte vulnerable con otras personas que están haciendo lo mismo que tú.

Este tipo de relación comunitaria no puede producirse en una Iglesia, desde una homilía ni desde un altar porque no hay conversación ni diálogo, ni comentarios ni preguntas. No hay espacio para entablar un coloquio ni solventar dudas.  

Un hecho es evidente: se pierde intimidad a medida que crece el número de personas que forman una comunidad. No puedes conocer a todos y tampoco abrirás tu corazón en un grupo grande de personas que apenas conoces. Pero además, ni la Iglesia es el lugar ni la Eucaristía, el momento.

Alvéolos pulmonares


Los grupos pequeños son como los "alvéolos pulmonares" que forman la primera fase del sistema respiratorio/circulatorio de una parroquia (comunidad). 
Son los terminales del árbol bronquial (parroquia), en los que tiene lugar el intercambio gaseoso entre el aire inspirado (fe) y la sangre (intimidad). Sin ellos, el oxigeno no llega a los pulmones, y por tanto, no se bombea sangre al corazón. 
Los grupos pequeños son la imagen de la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8). La Iglesia es, como la vid y como el cuerpo humano, un organismo vivo donde la fuente de vida es Jesucristo y donde sólo en unión íntima con Él, podemos ser fecundos.
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Me parece que gran parte del discipulado católico, basado casi exclusivamente en las "catequesis", sólo trata de lo que necesitamos saber, y no con quién necesitamos estar. Creo sinceramente que "funcionan" poco. 

Muy a menudo nos preocupamos sólo por las pastorales, por los horarios, por el "hacer" y no por el "ser"... y no nos tomamos en serio el discipulado basado en la comunidad y las relaciones dentro de grupos pequeños.

No se puede construir una comunidad sólo a base de pastorales o de catequesis. Es necesario encontrar una estrategia para ínter-actuar. Y hacerlo con Cristo y con nuestros hermanos. Sólo así se genera comunidad. Sólo así la Iglesia se regenera, se revitaliza y produce fruto.

Células madre

Los grupos pequeños son auténticas "células madre de fe" especializadas, que brindan amistades profundas, que poseen capacidad regenerativa y expansiva (mitosis), convirtiéndose en células de responsabilidad y compromiso, que producen más células madre.

Cuando las personas te conocen realmente y tú les conoces en profundidad, nuestras vidas se vuelven mucho más transparentes, más sinceras, más "auténticas" y el nivel de entrega y compromiso aumenta considerablemente.

Los grupos pequeños son oportunidades para discutir los problemas con los que los cristianos nos enfrentamos, para animarnos en la fe, para alegrarnos en la fe y para entregarnos más a Dios y a los demás. Son una necesidad absoluta para involucrar a tantas personas como sea posible en la vida y en el servicio de nuestra Iglesia católica.

El valor de la comunidad

Cuando en los grupos pequeños compartimos  nuestra fe, teniendo como vinculo de unión y oxigeno a Jesucristo y a la Virgen María, se produce automáticamente un crecimiento espiritual que nos transforma individualmente y en conjunto. Son los primeros frutos.

Esa madurez que vamos alcanzando en los grupos, compartiendo nuestras experiencias, nuestros testimonios, nuestras alegrías y nuestras preocupaciones, nos hace posicionarnos en la primera línea de salida del apostolado, en la "pole position" para evangelizar a los que están dentro y fuera de las paredes de una parroquia.
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Acudir a misa a diario para estar en presencia de Jesús, reunirse con un grupo pequeño de fe ("mi panda"), alrededor de una mesa compartiendo una cena o una cerveza, en una Adoración, en una peregrinación, en un Vía Crucis en el campo o en una Lectio Divina en una casa, genera una conexión íntima y poderosa.

De hecho, estoy convencido de que los grupos pequeños son el espacio donde gran parte de la fe y la presencia de Cristo que recibimos en la Eucaristía, crecen en conocimiento, se desarrollan en conversión y se potencian en acción. 

Si queremos que nuestra parroquia tenga clara su misión, debemos escucharla desde el ambón y desarrollarla desde los grupos pequeños.

Prioricemos y construyamos grupos pequeños (células madre) en nuestras parroquias (pulmones)  que edifiquen una comunidad (sistema respiratorio/circulatorio) alegre y entregada a Dios y a los demás (tejido vivo) y que desarrollen un "Cuerpo Místico" (organismo vivo) sano y vigoroso, regenerado  y reparado.

Sin grupos pequeños, no existe comunidad. Sin comunidad, no existe Iglesia. Sin Iglesia, no existe fe, esperanza o caridad en el mundo.

martes, 8 de enero de 2019

¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE LA MÚSICA EN UNA ADORACIÓN?

"Vive Jesús, el Señor,
vive Jesús, el Señor. 
Él vive, Él vive, Él vive,
vive, vive Jesús el Señor. "
(Lucas Casaert)

Hace ya algunos años, en Medjugorje descubrí la Adoración Eucarística. Fue realmente una experiencia sobrenatural, encontrarme en medio de cinco mil personas, contemplando, orando, cantando y meditando en distintos idiomas. Sin lugar a dudas, Dios se hace presente y manifiesta su Amor en cada Adoración.

Antes, no sabía ni que existía la Adoración. Ahora, sé que es una continuación de la Eucaristía, en la que ante su presencia le damos gracias, le contemplamos y le alabamos. Estoy convencido de que el mundo la necesita, desesperadamente. Necesitamos primero, contemplar a Dios, para después reconocerle, amarle y servirle en esta sociedad que camina perdida en oscuridad.

Jesús nos espera en el Santísimo Sacramento del Altar, yo diría, que hasta con un ansia, una pasión y un amor desmedidos. Y con un anhelo de derrocharse, derramarse, desbordarse en nuestros corazones. 

De un tiempo a esta parte, son muchas las parroquias que ven sus comunidades transformadas al recuperar e impulsar la Adoración Eucarística. Los coros y grupos musicales cristianos se han vuelto omnipresentes en las Adoraciones Eucarísticas de nuestras parroquias. 

Las notas de un teclado, de un violín o de una guitarra se funden con las voces armónicas del grupo musical o del coro para "elevarnos al cielo" y así, resonar suavemente en nuestros corazones, tras cada meditación, tras cada pausa, tras cada silencio.  Y eso es bueno. Muy bueno.

Pero, realmente, ¿la música es, en sí misma, lo más importante en una Adoración? 

Sinceramente, no. Podríamos decir que los aspectos más importantes de una Adoración son, primero, desear estar en presencia de Dios; segundo, prepararnosutilizando medios que nos ayuden a ponernos en situación, abriendo nuestro corazón a la Gracia y al Amor de Dios; y tercero, hacer silencio

El deseo debe partir de nosotros. Los medios para ponernos en situación pueden ser varios: la meditación, la oración o la música. Todos son vehículos de la gracia. La música, también, es un medio que nos ayuda a tomar mayor conciencia de su cercanía, pero no es el fin. El fin último es encontrar a Dios. En el silencio. En la contemplación.

Medio y Fuente

La Palabra de Dios nos muestra, en numerosos pasajes, que existe una conexión entre la música y la actividad del Espíritu Santo, es decir, la presencia de Dios. Los profetas y los Salmos, utilizan la música y los instrumentos musicales para alabar y glorificar a Dios. Dios mismo, utiliza a menudo la música y los instrumentos para manifestarse y hacerse presente al ser humano.

La música es, por tanto, un medio. Dios es la fuente. Dios a menudo usa medios físicos para hacer su trabajo. Pero cuando comenzamos a ver un medio de la gracia como una "necesidad" imperiosa, podemos caer en el riesgo de desviarnos de la Fuente.

A través de la música, el Espíritu Santo puede manifestar la presencia de Dios o dar indicaciones para conocer la presencia de Dios o construir un escenario donde proclamar su presencia, pero la música no es el actor principal ni el objetivo final. Hay una diferencia entre ver la música como algo que Dios usa y verla como algo que Él necesita. 

Dios no necesita nada de nosotros. Pero quiere "necesitarnos" para acercarse a nosotros. Cuando nos abrimos al Señor, su Poder se derrama, su presencia se manifiesta. Y la música es un excelente medio, pero sólo eso.

Perspectiva y Enfoque

La música nos afecta emocionalmente, suaviza nuestros corazones para escuchar los susurros de Dios, nos inspira un sentido de expectativa y de espera, crea una atmósfera de paz y serenidad. Hace que las transiciones entre meditación y silencio sean menos bruscas. Establece un tono reverente y un ambiente orante. Pero eso no significa necesariamente que Dios nos esté haciendo conscientes de su presencia a través de la música.

Debemos ser extremadamente cautelosos para no pretender dar la impresión de que Dios está más presente cuando hay música que cuando no; debemos ser muy cuidadosos para no querer dar la sensación de que la adoración es mejor o más favorable con música que sin ella; debemos ser excesivamente prudentes para no interpretar que la presencia de Dios en una Adoración dependa de que haya o no música.

La música pone la perspectiva en la emotividad. El Espíritu Santo se enfoca en Cristo. 

La música es un lenguaje emocional que nos conmueve (con o sin palabras) iluminando la presencia de Cristo en nuestros corazones, distribuyendo los dones espirituales y abriendo nuestros ojos y nuestros labios para adorar y alabar a Dios. El Espíritu Santo es un lenguaje sobrenatural que habla, incluso, en el silencio.

La música conecta nuestra cabeza con nuestro corazón. El Espíritu Santo conecta nuestra alma con Dios. 

Dios nos llama a la Adoración, no para que estemos en un ambiente cómodo, agradable y relajado, donde la música nos embargue y, así, facilitarle al Espíritu Santo su acción. No, o no sólo. Dios se nos manifiesta en Cristo, nos hace tomar conciencia de que somos templo de su Espíritu. Y para ello, utiliza todo tipo de medios: las meditaciones, el canto, la música, la luz tenue, etc.

La música no es lo que nos une, ni el medio por el cuál nos acercamos a Dios, ni por el que Dios se acerca a nosotros. Lo que nos une y acerca a Dios es Jesús, nuestro Salvador y Mediador.

Agradezcamos a Dios por el don de la música que fomente Adoraciones apasionadas y fervorosas pero también asegurémonos de no otorgar a la música un poder que nunca tuvo, tiene ni tendrá.

En la Adoración, todos nuestros sentidos deben estar puestos en Jesucristo, presente y manifestado en el Santísimo Sacramento del Altar.

viernes, 4 de enero de 2019

¿QUÉ BUSCÁIS?


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"Jesús se volvió y, al verlos, les dijo: "¿Qué buscáis?".
Ellos le dijeron: "Rabí (que significa maestro), ¿dónde vives?". 
Él les dijo: "Venid y lo veréis". 
Fueron, vieron dónde vivía y permanecieron con él aquel día. 
Eran como las cuatro de la tarde."


(Juan 1, 38-39)

El Evangelio de hoy vuelve a interpelarme de forma directa, recordándome mi experiencia de conversión, cuando le vi y le reconocí en un retiro de Emaús. Entonces, supe que era el Maestro. 

Jesu
cristo, como hizo con los dos discípulos de Emaús, me vio, se volvió y, haciéndose "el despistado", como si no lo supiera, como si no me esperara, como si Él "pasara por allí", sin más.... me preguntó: "¿Qué buscas?"

Ahora, le conozco, pero entonces,
 me sorprendió su maravillosa forma de actuar, su sutil modo para no imponerse, su delicada manera para no forzar mi voluntad ni quebrantar mi disposición. No me hizo ver quién era ni lo importante que era. Tampoco me recriminó nada ni comenzó a señalarme. Ni siquiera me dijo lo que debía hacer. 


Todo lo contrario. Con su maestría de Amor, quiso reafirmar la libertad, que siempre otorga a nuestra albedrío, para hacerme ver si realmente tenia interés y quería algo de Él, si realmente quería acercarme a Él, si realmente quería conocerle. 

Yo, pobre igno
rante, le contesté: "A ti, Señor. Me han dicho Quien eres, pero no te conozco ni sé dónde vives". Él me respondió: "Ven y verás". 

Su contestación no fue una frase hecha, ni una manera educada de calmar mi curiosidad, ni siquiera una forma condescendi
ente de tratarme. No era, ni mucho menos, un "tienes que..." ni un "debes de..."

Era una invit
ación en toda regla que despertó interés sincero en mí. Era una llamada personal de un Amigo a "ir y ver" porque, entonces (Él lo sabía... porque lo sabe todo), yo ni iba ni veía. Yo no sabía qué buscaba...



Aquella invitación a conocerle quedó impresa en mi corazón para siempre. Aquel ofrecimiento a compartir conmigo Su tiempo y Su vida quedó profundamente marcada en mi alma. Ante tal propuesta de intimidad y amistad ¿cómo podía negarme?

Resultado de imagen de rostro de jesusYo viví aquella invitación como un "moverme", como un "ir y ver" para "estar y ser". Comprendí que Jesús no es un Dios de teorías, de ideas o de normas, sino de hechos, de actividad, de acción.

Conocí en primera persona cómo la fe en Cristo comienza con una vivencia íntima, con un encuentro personal, con una experiencia completa de Amor desinteresado. Y por eso, Jesús siempre nos pregunta "¿Qué buscáis?".

Cristo escrutó en lo profundo de mi corazón para hacer emerger ese anhelo sincero que no busca interés, ese deseo generoso que no busca vanidad, esa intención desprendida de darme y abandonarme al Amor. Y me llamó.

Entonces, "fui y vi dónde vivía, y permanecí con Él desde ese día. Eran como las seis de la tarde de un viernes de noviembre".

miércoles, 2 de enero de 2019

AS TIME GOES BY (MIENTRAS PASA EL TIEMPO)

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"Las cosas fundamentales suceden mientras pasa el tiempo".
(As Time Goes By- Frank Sinatra)


La vida es un río siempre en movimiento, en continuo cambio y progreso, que fluye inexorablemente hacia el mar. Su cauce discurre fugazmente por lugares no marcados. A veces, tranquilos y otras, sinuosos o agitados. Un río que se bifurca en afluentes para dejar parte de su esencia, que elude obstáculos y amplía su caudal, para seguir su devenir. Y al final, en su desembocadura, se insinúa el mar, su destino final: el cielo.

Hoy quiero volver la mirada atrás hacia la eternidad de los instantes importantes de mi río

Hoy quiero recordar las cosas fundamentales que me han sucedido mientras ha pasado el tiempo. 

Hoy quiero evocar aquel instante en el que encontré a mi ángel. Hoy quiero rememorar aquel momento en el que unimos nuestras almas ante Dios, y del que más tarde, como regalos del cielo, nacieron nuestros queridos hijos.

Pero, sobre todo, quiero revivir aquel encuentro cara a cara con Dios, "fuente de agua viva", cuando parecía que mi río dejaba de fuir, estancándose en los problemas y que, sin embargo, emergió con renacida serenidad y confianza, creciendo en caudal y profundidad.

Miro hacia atrás y el pasado se revela ante mí. No me detengo. Mi río sigue hacia adelante y el futuro se vislumbra ante mí, sosegando mi conciencia en el presente, al descubrir el misterio de la luz, que abrasa mi corazón, ante la manifestación del fuego insondable del amor de Dios. 

Aquí, es donde no es posible perder el tiempo. Aquí, en la profundidad de los instantes de amor, es donde aparece un atisbo de eternidad. Aquí, es donde aparece Dios.

¿Cómo fue mi pasado? 
De mí depende no quedarme estancado en el pasado y hacer de mi curso fluvial un deseo de amar siempre. Porque el tiempo siempre pasa, aunque casi siempre pase inadvertido. Su huella será aprendizaje, unas veces. Sufrimiento, otras. Pero Amor, siempre. En todo caso, dejo mi pasado en manos de Su misericordia.

Imagen relacionada¿Cómo será mi futuro? 
Será corriente, cascada o remolino. Será como Dios lo haya escrito en su mapa geográfico, pero siempre abandonado a su ProvidenciaSon tantas las variables que pueden llegar a ser a lo largo de mi cauce que, si me dedicara a intentar visualizarlas, o aún, a tratar de controlarlas, no tendría tiempo de fluir, de vivir, de amar. 

¿Cómo es mi presente? 
Mi presente es asunto enteramente mío, y de mi libre voluntad depende dar la vida para recibirla. De mí, depende abrazar todo lo que a mi paso encuentro, como un regalo de Dios. En cada instante, voy muriendo en mí y naciendo en Dios.  En cada segundo, voy dejando de ser río para convertirme, poco a poco, en parte del mar.

Envejezco y a la vez, rejuvenezco al amar. Muero y renazco al conectarme con mi Creador. Soy consciente de que debo morir para vivir. Sé que debo encontrar el sentido de mi vida en cada renuncia, en cada abandono, en cada experiencia de Dios.

¡Cuánto he vivido! ¡Cuánto he surcado! Un "cuánto" que se disuelve en el Quién, y que es lo que importa. Un "cuánto" que se diluye en un "cómo" vivo cada día, en un "para quién" vivo cada instante, en un "a Quién" le ofrezco cada segundo.

Me queda mucho terreno que surcar en mi proceso continuo de búsqueda. ¿Cómo compaginar alegría y tristeza, gracia y desgracia, reposo y actividad, luz y oscuridad? ¿Vivir es acaso durar? o ¿Es amar mientras tanto?

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La vida es corta y lo importante es aquello que haga con el tiempo que se me ha dado. Podría Dios prolongar mis años, podría alargar mi cauce, y no por ello sería "más río". 

Lo que al final cuenta no es cuánto he durado, cuánto he vivido, sino cuánto he amado. Lo que importa es la profundidad e intensidad del amor con el que he regado los terrenos que he surcado.

Si no ejercito el amor, mi corazón se jubila, mi río se detiene y se seca. Si no aumento mi caudal adecuadamente, no podré llegar a mi meta. Si me detengo en los apegos que me estancan, arruino mi propio devenir. 

Si no conecto la cabeza al corazón, no comprenderé el sentido de mi vida. Si no renazco encendido por el fuego interior que Dios ha puesto en mí, no podré saborear las primicias del "Mar". 

Si no vivo esa presencia Suya, no podré experimentar la gratuidad de la Gracia, la infinidad de su Amor incondicional, que en cada recodo, en cada curva, en cada recoveco, me hace ser más libre para amar y fluir hacia el anhelo de la felicidad plena.

Mientras pasa el tiempo... mi amor permanece.