¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 15 de febrero de 2021

SIGNOS DE DIOS

"¿Por qué esta generación reclama un signo?
En verdad os digo que no se le dará un signo a esta generación"
(Marcos 8,12)

Como cada día, la Palabra de Dios nos interpela y nos invita a discernir los signos de los tiempos.

Encerrados en nuestros deseos de bienestar, cegados por la razón y la ideología del mundo, absortos en las promesas del progreso tecnólogico, resguardados en las seguridades de la ciencia empírica... y sordos a la Gracia, le pedimos a Dios pruebas y demostraciones claras: ¡Haz un signo! ¡Haz un milagro! ¡Protégenos del virus! ¡Acaba con la pandemia!

Los hombres le pedimos (o le exigimos) a Dios la espectacularidad de grandes prodigios que atiendan nuestros deseos, la aparatosidad de pruebas que certifiquen de forma inequívoca su existencia y la verificación de seguridades fehacientes de su poder. Y todo, para ponerlo a prueba.

Sin embargo, somos incapaces de ver los milagros que, a diario, obra el Señor en silencio, sin alardes y sin aspavientos. Milagros realizados como signos de liberación del hombre de la "lepra" del pecado, no como solución a nuestros problemas cotidianos. Señales de curación de nuestra ceguera y de conversión de nuestro corazón, no como verificación de nuestra fe.
Dios, en medio de este mundo hostil creado por nosotros, nos regala su silencio para que comprendamos que sus milagros van siempre íntimamente unidos y precedidos de nuestra fe. 

Una fe que, aunque pequeña, es capaz de provocar la transformación de unos pocos panes en alimento para miles en el sacramento de la Eucaristía, de sanar enfermos y expulsar demonios en el sacramento de la Unción de enfermos o de perdonar los pecados en el sacramento de la Penitencia.

Y yo me pregunto: ¿Pongo a prueba mi fe? ¿veo sus milagros en los sacramentos? ¿Soy yo signo del amor de Dios? ¿Soy testigo de su Presencia?

viernes, 12 de febrero de 2021

FORMALISMO SIN AMOR

"Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, 
pero no tengo amor, 
no sería más que un metal que resuena 
o un címbalo que aturde. 
Si tuviera el don de profecía 
y conociera todos los secretos y todo el saber; 
si tuviera fe como para mover montañas, 
pero no tengo amor, no sería nada. 
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; 
si entregara mi cuerpo a las llamas, 
pero no tengo amor, de nada me serviría"
(1 Corintios 13,1-3)

Hoy queremos meditar sobre la delgada línea roja que separa la formalidad del formalismo, la responsabilidad del escrúpulo, la sensatez del recelo, la caridad del reproche, dentro del ámbito eclesial de nuestras comunidades parroquiales. 

En ocasiones, ocurre que en nuestras parroquias damos más importancia al "qué" y al "cómo", que al "para qué" o al "por qué" de las cosas: cuando recriminamos a quien no hace la venia al altar; cuando miramos con escrúpulo a quien se arrodilla para comulgar (o a quien no lo hace); cuando criticamos a quien canta o reza en alto en una adoración; cuando condenamos a quien se equivoca, sea cura o laico; cuando reprochamos a quien expresa una actitud alegre a Dios y a sus hermanos; cuando nos fijamos en lo exterior en lugar de lo interior; cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.

Cuando hacemos todo esto, cuando actuamos con intransigencia y con exceso de severidad, cuando juzgamos y condenamos a nuestros hermanos, no amamos. Ni a ellos ni a Dios. 

El formalismo es una degradación de la formalidad. Ser formalista tiene poco que ver con ser formal. Y desde luego, nada que ver con ser cristiano. Ser formal es la forma correcta de exteriorizar todos nuestros deseos y deberes de acuerdo a la voluntad de Dios. Pero, a veces, olvidamos la esencia de Su voluntad y nos quedamos en el aspecto externo del formalismo, nos obstinamos en el cumplimiento riguroso de métodos, maneras y preceptos, nos atrincheramos en el exceso de celo en la observancia de nuestros deberes cristianos. 

El cumplimiento del resto de los mandamientos es, sin duda, necesario, aunque secundario. No es lo principal.  El amor es el árbol de la vida del paraíso, es el don en el que se resume toda la Ley de Dios (Mateo 24,3740) y su primer fruto es la alegría. Sin amor ni alegría ¿Qué sentido tiene cualquier obra que hagamos?
San Pablo nos recuerda que todo lo que hagamos, lo hagamos con amor (1 Corintios 16,14) y por amor a nuestro prójimo (Gálatas 5,13-14). "El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Corintios 13,7).

Santa Teresa de Calcuta nos recuerda que lo importante no es lo que hacemos para Dios, sino el amor con que lo hacemos y que quien tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. Nada tiene sentido si no hemos comprendido la ternura del amor de Dios.

Con frecuencia traspasamos la línea que Cristo marcó con su dedo en el suelo: cumplir su voluntad con amor, paciencia y mansedumbre, en lugar de actuar con impulsos irreflexivos o actitudes hipócritas. Cuando acusamos y juzgamos a nuestros hermanos, les condenamos a muerte, les apedreamos, les lapidamos. 
Cristo, a través del Apocalipsis de San Juan, nos anima, como a la Iglesia de Éfeso, a ser eficientes y veraces, a luchar por la verdad y perseverar en la doctrina, a odiar la mentira y a combatir las herejías, a perseverar en la persecución, pero nos exhorta a recordar el amor primero

Nos invita a recordar el por qué y el para qué hacemos todas las cosas. Nos sugiere evitar el exceso de formalismo y de legalismo en detrimento del amor, porque una Iglesia sin amor está muerta, un cristiano sin amor no es cristiano.

A medida que el amor por Cristo y por nuestros hermanos comienza a apagarse, el servicio se convierte en un sentido del "deber" y no del "querer". A medida que la caridad se enfría, la fe duda y la esperanza desconfía.

Los cristianos debemos recordar siempre el entusiasmo de antaño, la frescura con la que un día nos abrimos al Evangelio, la prontitud con la que tuvimos un encuentro con el Señor y acogimos el verdadero amor…

Debemos partir del verdadero amor antes que de la doctrina. Acoger a quienes nos han sido confiados y corregir a quienes lo necesiten, sin apagar el Espíritu. Amar es saber estar entre Dios y los hombres

Sin amor no hay “frutos de vida” sino de muerte. Sin amor no hay vida eterna, no hay inmortalidad ni plenitud. 

El Árbol de la vida está delante de nosotros: es la Cruz donde Cristo derrochó todo su amor y nos convirtió en “Vivientes” como Él. Si somos sus seguidores, debemos seguir su ejemplo.

JHR

jueves, 11 de febrero de 2021

¿POR QUÉ FALTA UNA TRIBU DE ISRAEL EN EL APOCALIPSIS?

"Oí también el número de los sellados, 
ciento cuarenta y cuatro mil, 
de todas las tribus de Israel. 
De la tribu de Judá, doce mil sellados; 
de la tribu de Rubén, doce mil; 
de la tribu de Gad, doce mil; 
de la tribu de Aser, doce mil; 
de la tribu de Neftalí, doce mil; 
de la tribu de Manasés, doce mil; 
de la tribu de Simeón, doce mil; 
de la tribu de Leví, doce mil; 
de la tribu de Isacar, doce mil;
de la tribu de Zabulón, doce mil; 
de la tribu de José, doce mil; 
de la tribu de Benjamín, doce mil sellados. 
(Apocalipsis 7, 4-8)

En el capítulo 7 del Apocalipsis, San Juan describe el número de los sellados: los 144.000 de todas las tribus de Israel. Sin embargo, en esa lista no figura la tribu de Dan (que ha sido sustituida en la posición nº 6 por la de Manasés, en referencia a Efraín, hijo de José y hermano de Manasés) ni tampoco en la genealogía de 1 Crónicas 1-9, donde se incluyen detallan todas las demás tribus de Israel, aunque sí figura en la repartición final de la tierra prometida de Ezequiel 48.

Trataremos de ver el por qué de su exclusión y qué sentido simbólico tiene, a la luz de la Sagrada Escritura, y de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia:

Lo que dice  la Palabra de Dios
En el libro de Génesis, Jacob reúne a sus hijos para contarles lo que ocurriría en el futuro. De la tribu de Dan dice"Dan es culebra junto al camino, víbora junto al sendero. Muerde los talones del caballo, y cae de espaldas su jinete. Espero tu salvación, Señor" (Génesis 49,17-18). El propio Jacob le señala con la marca de la serpiente que muerde el talón, en referencia a la hostilidad entre la Mujer y la serpiente (Génesis 3, 14-15). Más adelante, la rebeldía hacia Dios de la tribu de Dan hará honor a su comparacion con el reptil.
En el libro de Jueces se relata cómo la tribu de Dan (5º hijo de Jacob), la segunda más numerosa, formada por distintos y divididos clanes, buscaba un asentamiento. La tierra que originalmente le fue asignada se encontraba en la zona costera central de la tierra de Canaán, entre Judá, Benjamín, Efraín y los filisteos.

Sin embargo, desde allí subieron hacia el norte, a la zona montañosa de Efraín para conquistar una ciudad llamada Lais, donde se asentaron. Allí erigieron una imagen para adorarla y su idolatría duró cerca de 500 años... "hasta el día de la deportación del país" (Jueces 18, 30). A lo largo de toda su historia, la tribu de Dan ha sido un claro ejemplo de apostasía e idolatría.
Lo que dice la Tradición Apóstolica y el Magisterio de la Iglesia

Ya en el siglo I, los apostóles Mateo, Pablo y Juan pusieron en alerta a las comunidades cristianas de la influencia de los idólatras (1 Tesalonicenses 1,9; Gálatas 5,19-21; 1 Corintios 10,7-14; Romanos 1,23;  1 Juan 5,21), los falsos profetas (Mateo 7,15-16; 2 Corintios 11,13-15; Apocalipsis 2,20) y los anticristos (1 Juan 2,18-22; 4,3).

A partir de los siglos II y III, surje el gnosticismo, herejía que negaba la divinidad de Dios y de la que los padres de la Iglesia, relacionando esta herejía con la figura del anticristo, advertían de su grave peligro como la encarnación del Mal, en oposición antagónica a Cristo, la Encarnación del Bien. 

San Ireneo (siglo II), en su obra "Contra las herejías", afirma que la tribu de Dan es la "descendencia de la serpiente", fuente del gnosticismo, de la idolatría, la apostasía y la herejía y por tanto, origen del Anticristo que, con sus herejías e idolatrías, "reinará durante tres años y medio, y se sentará en el trono de Jerusalén". Acosará, atacará y perseguirá constantemente a la descendencia de la mujer, la Iglesia. Dirá que es Dios y obligará a todos a rendirle culto.
Tertuliano (siglo II), en su obra "Contra Marción", afirma que "el anticristo se revelará antes de que venga el Señor, se jactará de ser Dios y hará que todos lo adoren". Dice que tanto los anticristos presentes (herejes que dividían la Iglesia) como el anticristo final y futuro (encarnación del mal) perseguirían al pueblo de Dios.

San Hipólito de Roma (siglo III), en su obra "Sobre Cristo y el anticristo", dice que el anticristo es una imitación pervertida de Cristo: "Tendrá origen judío, enviará a apóstoles, reunirá a personas repartidas por todo el mundo, sellará a sus seguidores, aparecerá bajo forma humana y construirá un templo en Jerusalén. Surgirá de un 'Imperio Romano' compuesto por diez reinos que durará tres años y medio y que perseguirá a los cristianos que se nieguen a adorarle".

Cipriano de Cartago (siglo III), Cirilo de Jerusalén y Lactancio (siglo IV) afirman que el anticristo "será el undécimo rey de un Imperio Romano dividido y fragmentado, nacido de un espíritu maligno, déspota, mentiroso y destructor del hombre que dominará con poder, magia y hechicería, reconstruirá el templo judío destruido erigiéndose como Hijo de Dios y perseguirá a los justos de Dios".

San Jerónimo (siglo V) afirma que el anticristo tendría "origen judío, que nacería de una virgen y que en él habitaría el propio Satanás", Tambié que el Imperio Romano se dividiría en diez reinos que serían conquistados por el anticristo, el undécimo rey.

Coincidencias
Es importante resaltar las similitudes que relacionan a la tribu de Dan con la descendencia de la serpiente y, por tanto, del Anticristo, así como las coincidencias entre las doce tribus de Israel y los doce apóstoles como pueblo de Dios y como Iglesia:
-La tribu de Dan traicionó a Dios por su idolatría a otros dioses. Judas Iscariote traicionó a Cristo por su idolatría a otro dios: el dinero. 

-Los evangelios sinópticos cambian a Judas por Matías de la lista de los doce apóstoles. El "evangelio del Resucitado" cambia  la tribu de Dan por la de Manasés/Efraín.

-La figura de Judas fue utilizada por el gnosticismo para interpretar el mensaje de Cristo de una forma esotérica y simbólica. La figura de la New Age es utilizada hoy por estos mismos grupos gnósticos para interpretar la fe como una espiritualidad mágica, ocultista y cabalística.

-El Espíritu de Dios habitaba en el hombre y retenía la maldad en la tierra en tiempos de Noé (Génesis 6,1-7). El Espíritu Santo que habita en la Iglesia, retiene el mal en nuestros tiempos .

Conclusiones

La disposición que San Juan hace de los 144.000 sellados nos permite concluir que esta lista posee un intencionado sentido simbólico y tipológico sobre el número 666 al colocar a la tribu de Manasés en el sexto lugar, sustituyendo a la tribu de Dan, marcada en el antiguo Testamento con el número seis (que simboliza al hombre, creado el sexto día; alejado del siete, que es la perfección/Dios; y también, la imperfección, el pecado), por su relación con la apostasía y el Anticristo. Tres veces seis simboliza la trinidad diabólica, la máxima perversión y maldad.

La relación entre la lista de las Doce Tribus de Israel y la lista de los Doce Apóstoles (sustitución de Judas Iscariote por Matías) nos permite concluir que el autor del Apocalipsis también estaría haciendo un paralelo simbólico y tipológico ente el Antiguo y el Nuevo Testamento, lo que cierra su cadena de significados ocultos apocalípticos y proféticos, totalmente contenida y sintetizada en el número 666.

De una forma velada, San Juan nos presenta las figuras "bestiales" con las que Satanás intenta su rebelde, grotesca y perversa imitación de Dios. Con su Revelación, nos ofrece una riqueza simbólica que sólo podemos entender a la luz del Espiritu Santo. Sólo siendo "arrebatados en espiritu" seremos capaces de acceder a una dimensión mística y espiritual que nos conduzca a la comprensión de los signos de los tiempos y a dicernir el Plan de Dios en la historia del hombre.

JHR

lunes, 8 de febrero de 2021

LA EJEMPLARIDAD DEL CRISTIANO

"Muéstrate en todo como un modelo de buena conducta; 
en la enseñanza sé íntegro y grave, 
irreprochable en la sana doctrina, 
a fin de que los adversarios sientan vergüenza 
al no poder decir nada malo de nosotros" 
(Tito 2,7-8)

En nuestra cultura actual, donde el testimonio cobra una importancia significativa, los cristianos debemos mostrar una ejemplaridad intachable. Sin embargo y por desgracia, algunas personas dentro del pueblo de Dios han mantenido y mantienen conductas reprochables y deleznables que han manchado y ofendido gravemente el nombre de Dios, motivando que muchas personas hayan perdido la fe y se hayan alejado de la Iglesia, acusándola de falta de ejemplaridad.

Parafraseando una célebre frase, me atrevo a decir que "El cristiano no sólo debe ser bueno sino también parecerlo". Un seguidor de Cristo debe ser siempre coherente en sus hechos y auténtico en sus palabras, para así, ser irreprochable (Filipenses 2,15). 

El cristiano, "luz del mundo", debe mostrar siempre a Dios en sus actos y en sus dichos, de forma que haga de su vida ordinaria, un ejemplo extraordinario; de las cosas temporales, una demostración de las eternas; de los asuntos naturales, una razón de los sobrenaturales; de las cuestiones intrascendentes, una evidencia de las trascendentales.
La ejemplaridad del cristiano se fundamenta en la imitación de cinco modelos: divino, cristiano, mariano, apostólico y laico:

Ejemplaridad divina o imitación de Dios 

¿A quién hemos de imitar? ¿Cuál es nuestro modelo, nuestro paradigma a seguir? 

Efesios 5,1 dice: "Sed imitadores de Dios, como hijos queridos", y Mateo 5,48 dice: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto". 

Por tanto, los cristianos estamos llamados a imitar a Dios, a ser perfectos como lo es Dios. Nuestra vocacióncomo hijos queridos de Dios Padre, es la perfección, es decir, la santidad.
La clave para alcanzar imitar a Dios nos la da San Juan Crisóstomo: "Haciendo el bien al prójimo, imitamos a Dios, nos asimilamos a Él, somos casi Dios". Y hacer el bien a nuestro prójimo significa amarle como a un hermano, pues somos hijos de un mismo Dios que nos ama.

Por tanto, porque Dios nos ama, nos invita a amarle a Él sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. En esto se resume la Ley de Dios, el ejemplo divino que hemos de seguir.

Ejemplaridad cristiana o imitación de Cristo 

Entonces ¿Cómo imitar a Dios a quien no vemos? 

El propio Hijo de Dios nos responde: "Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Quien me ha visto a mí ha visto al Padre" (Juan 14,6 y 9). 

Por tanto, imitando a Cristo, imagen substancial del Padre, imitamos también a Dios. Para llegar al Padre, para llegar a ser como Dios, tenemos que hacerlo a través de Cristo, siguiendo su ejemplo, imitándole.

San Pablo nos habla de la ejemplaridad cristiana: "Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la Palabra en medio de una gran tribulación, con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes..." (1 Tesalonicenses 1,6-7). 

Para San Pablo, la ejemplaridad cristiana supone reproducir a Cristo en nosotros: "Porque a los que había conocido de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo" (Romanos 8,29)

Por tanto, estamos llamados a configurarnos en Cristo, tanto en su naturaleza humana, como el prototipo de una vida irreprochable de santidad y virtud, como en su naturaleza divina, que nos configura por la gracia de la filiación divina. 

Cristo es nuestro primer y mayor modelo de ejemplaridad.

Ejemplaridad mariana o imitación de la Virgen

Tras nuestro máximo ejemplo y modelo absoluto de perfección a imitar, Jesucristo, encontramos a su madre, la Virgen María, ejemplo refulgente y primicia de actitudes, virtudes y gracias. 
María es una "primicia" cristiana: es la primera llamada, la primera creyente, la primera cristiana, la primera discípula, la primera bienaventurada... El "Sí" de María es el acto más ejemplar de apertura y confianza en Dios, de obediencia y seguimiento de la misión salvífica de Cristo, y de docilidad y abandono a la acción del Espíritu Santo.

La vida de la Virgen es un ideal de virtudes teologales y cardinales; un modelo de humildad, y mansedumbre; un paradigma de silencio y escucha; un ejemplo de contemplación y meditación; un prototipo de abnegación y servicio.

Su presencia a los pies de la Cruz es un ejemplo único de fortaleza ante el sufrimiento y el dolor, de aceptación de la voluntad de Dios ante la infamia humana, de participación en la obra salvífica de Jesucristo.

María es el "molde perfecto" del cristiano, el espejo de justicia, virtudes y gracias (Apocalipsis 12,1); es el paradigma de compromiso y fecundidad (Génesis 3,15), es el ideal de obediencia y de fidelidad, es el modelo de esclavitud de amor y de bendición (Lucas 1,38-42)...

Ejemplaridad apostólica o imitación del Apóstol 

En su carta a la Iglesia de Corinto, San Pablo nos insta a "ser imitadores míos como yo lo soy de Cristo" (1 Corintios 11,1; 4,16; Filipenses 3,17), es decir, a la imitación apostólica como forma de ejemplaridad cristiana.
x
El Apóstol llama nuestra atención y nos exhorta a ser cristianamente reflexivos frente a los que emulan a Judas, para que imitemos a los verdaderos apóstoles y fieles seguidores de Jesús. 

Nos estimula, más que imitar palabras o ideas, a seguir los ejemplos de obras de virtud que configuran la unidad de la Iglesia de Cristo.

La misión de un apóstol es germinar la semilla fructífera del ejemplo. Un ejemplo de servicio y humildad"El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23,11-12).

El Apóstol es nuestro segundo paradigma porque imita la ejemplaridad de Cristo, practica sus virtudes con intensidad y constancia, adquiere la unión íntima con el Señor y cumple la misión encomendada por Jesús: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,19-20).

Ejemplaridad laica o imitación de los santos 

La Iglesia, no sólo nos enseña la verdad de Cristo con la teoría a través de la sucesión apostólica, sino que la transmite con el ejemplo y por ello, nos exhorta a imitar la vida de los santos: la de San Agustín con su pasado mundano, la de San Francisco Javier que se dedicó a la misión evangelizadora de Asia, la de Santa Margarita María Alacoque que sufrió la incomprensión de los suyos, San Maximiliano Kolbe o Santa Catalina de Sienna que defendieron la verdad, la de Santa Teresa de Calcuta o San Francisco de Asís que entregaron su vida para servir y amar al pobre, etc.
La ejemplaridad de los santos tiene su máxima expresión en la humildad con que asumen sus propios pecados, la docilidad con la que aceptan la gracia divina y la manera con la que proclaman la verdad con palabras y obras. 

No son nuestros méritos ni nuestras capacidades las que nos hacen ser ejemplos auténticos y veraces de servicio y amor a Dios y al prójimo, sino los dones que recibimos del Espíritu Santo que hacen realidad el dicho de que "Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los elegidos".

San Lucas en los Hechos de los apóstoles nos muestra otro aspecto de la ejemplaridad de los santos en la figura de San Pablo: "No he cometido delito ni contra la ley de los judíos ni contra el templo ni contra César". La ejemplaridad laica también implica cumplir los compromisos y las leyes humanas, para así, dar testimonio de Dios también en el ámbito pagano. 

La ejemplaridad del cristiano, en definitiva, es seguir la huellas de Cristo en el cumplimiento de la voluntad el Padre. Estas huellas o características cristianas se encuentran detalladas en Mateo 5, 3-12 y Lucas 6,20-23: son las Bienaventuranzas

JHR

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR


martes, 2 de febrero de 2021

OTRA ACTITUD HUMANA MÁS PELIGROSA


El que no está conmigo está contra mí, 
y el que no recoge conmigo, desparrama"
(Mateo 12,30)

En un anterior artículo Hijo prodigo y buen samaritanoreflexionábamos sobre las principales actitudes humanas que encontramos en ambas parábolas y reflejos de la vida espiritual del hombre, frente a la actitud misericordiosa y comprensiva de Dios. 

Sin embargo, existe otra actitud humana que se mantiene oculta, en "penumbra", "a la sombra". Hablamos de la tibieza, actitud contagiosa, asintomática y muy peligrosa para la vida espiritual de un cristiano.

La tibieza es la actitud de las personas "grises" y mediocres, de las que escriben con "medias tintas", de las que "están pero no están", de las que no se comprometen, de las que dicen "sí, pero...". 

Es la postura de los que se forjan una "fe a la medida"cómoda y distante. Es la disposición de los que pretenden seguir de lejos a Cristo, "sin mucha exigencia", "sin demasiada notoriedad""sin excesiva implicación". 

Es la pose de los "pasivos", de los que se mantienen "al margen", de los que se tienen por "buenos", de los que "no hacen mal a nadie"...ni "bien". Es la posición de los que mantienen un "silencio cómplice" con el mundo, de los que "no recogen", de los que "desparraman", de los que pecan por "omisión".

Son esos tres misteriosos "mirones" que aparecen en el cuadro de Rembrandt sobre la párabola del hijo pródigo. Los tres se encuentran alrededor del abrazo luminoso del Padre al hijo menor, alineados con la figura del hijo mayor de la derecha, pero que se mantienen a distancia y en segundo plano.
Por un lado, nos encontramos con dos figuras aparentemente femeninas, la del fondo superior izquierdo, alejada e indiferente a lo que acontece, y la del centro, más cercana y asomada por curiosidad. Ambas muestran desconfianza y lejanía.

Por otro, una figura masculina, la sentada, ausente y con la mirada perdida en una especie de profunda "ensoñación". Muestra ensimismamiento e introspección.
Las tres figuran miran al Padre y al hijo con los "ojos del mundo". Cada una desde su visión individual: una, desde la distancia de la "no responsabilidad" y la indiferencia; otra, desde la oscuridad de la inseguridad y la desconfianza; y otra, desde la abstracción de la ilusión y el sentimentalismo. 

Las tres están dentro de la Iglesia, viven en la casa del Padre (seguramente por conveniencia), pero no es su morada. No forman parte del cuerpo de Cristo, porque tampoco quieren integrarse plenamente en la familia de Dios. Están en el "cuadro", pero no parecen pertenecer a él. Permanecen alejados de la luz principal del abrazo misericordioso del Padre. 

Su situación en ese plano secundario y sombrío define su falta de compromiso, su desinterés por entrar en "escena", su desgana por participar activamente en la resurrección del hijo y su negligencia por comprender el perdón del Padre. 

Sus prioridades no son ni Dios ni el prójimo, y aunque tengan una cierta intriga o curiosidad, andan tan enredados y absortos en "sus cosas" y en sus "pensamientos" que no terminan de implicarse ni de intervenir.

Se sirven de los beneficios de la Casa del Padre cuando les interesa, pero no los viven con alegría ni los disfrutan con generosidad. Su modo de vida rutinario y a distancia les gusta y no quieren cambiarlo. 

Conocen a Dios Padre y al hijo pero no quieren ser parte de sus vidas. Rechazan la seguridad de la forma de vida que les ofrece la "Casa" porque prefieren su presunta seguridad o su supuesta comodidad. Prefieren seguir siendo espectadores en lugar de participantes, actores secundarios en lugar de protagonistas. 

Los tibios quieren "servirse" pero sin "servir", tener "fiesta" pero sin "molestia", estar "presentes" pero , a la vez, "ausentes". 

Sin duda, una actitud peligrosa...porque quien no recoge con Cristo, desparrama; quien no está con Dios, está contra Él.

JHR

domingo, 31 de enero de 2021

JOB: CÓMO ES DIOS Y CÓMO ACTÚA

"Cuando alguien se vea tentado, que no diga: 
'Es Dios quien me tienta'; 
pues Dios no es tentado por el mal 
y él no tienta a nadie. 
A cada uno lo tienta su propio deseo 
cuando lo arrastra y lo seduce" 
(Santiago 1,13-14)

Hablaba ayer con un buen amigo, católico y argentino (aunque no de nombre Francisco), acerca de las dudas que muchos cristianos nos planteamos en estos tiempos difíciles que sufrimos: la pandemia, ¿la envía Dios? o ¿la permite Dios? ¿es un castigo? o ¿es una prueba?

Lo mejor para tratar de responder a esta cuestión, o mejor dicho, para discernir y reflexionar sobre ella, es escuchar lo que Dios mismo nos dice, a la luz de Su Palabra, en el libro de Job, donde nos encontramos con las mismas situaciones por las que nos quejamos hoy y por las que culpamos a Dios.

A simple vista, el libro sapiencial nos presenta por un lado a Job, un hombre paciente, perseverante, apartado del mal y fiel a Dios (aunque no judío) tanto en las gracias como en las desgracias; y por otro lado, a un Dios "silente e insensible" al sufrimiento del justo y cuya ausencia de respuesta parece olvidarse del hombre.

Sin embargo, el libro de Job no es tanto un canto a la paciencia del hombre como una teodicea que demuestra cómo es Dios y cómo actúa en la historia del hombre. Su propuesta principal es sumergirnos en el misterio del mal y del sufrimiento como parte del combate de la fe, y así, enseñarnos el sentido de nuestra vida desde la perspectiva del dolor y la muerte, como hará su Primogénito en la Cruz. 

La historia se desarrolla entre la tierra, donde el hombre acepta con justa sabiduría y perseverancia el bien y el mal, y el cielo, donde Dios presume del hombre, en este caso de Job, pues no hay otro como él en la tierra. Job es la imagen de Jesucristo, la visión que Dios tiene del hombre: justo y sabio que se mantiene siempre fiel a Dios incluso en la tentación, el sufrimiento y el dolor; rico y acomodado que se vuelve pobre y desnudo hacer la voluntad de Dios, y a quien el Diablo le tienta para blasfemar y rechazar a Dios. 

Sometido a prueba
Job 1-3

El libro de Job, escrito hacia el siglo VI - III a.C., en Edom, frontera con Arabia, forma parte de la pedagogía progresiva bíblica, que entonces todavía no había consolidado el concepto de resurrección, por lo que la retribución, es decir, "toda" la actuación divina se dirimía en el "aquí y ahora", en la vida terrenal. Será con el libro de Eclesiástico (s. II a.C.) y con el Libro de la Sabiduría (s. I a.C.) donde se avance hacia una mayor comprensión de la retribución después de la muerte.
En los primeros capítulos de Job se muestra cómo no es Dios quien envía castigos: "El Señor respondió a Satán: Haz lo que quieras con sus cosas, pero a él ni lo toques"y cómo debe ser la actitud del justo ante las desgracias: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor” (...) "Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?"

Se declara culpable
Job 4-28

A pesar de perder todo su ganado, a sus siervos, a sus hijos y su propia salud, Job no peca ni protesta contra DiosDe la misma forma que los judíos y los romanos recriminan a Cristo que apele a Dios, la carne nos insiste insidiosamente con las mismas quejas con las que nos querellamos contra Dios y le culpamos del mal y del sufrimiento.

A pesar de perder el apoyo y la fe de su mujer, Job vive su noche oscura y maldice su vida pero no blasfema ni rechaza a Dios. Lo que más teme es perder la paz y el sosiego. De la misma forma que tienta a Cristo en el desierto para que blasfeme y reniegue de Su Padre, el Diablo nos tienta en la dificultad para que perdamos la serenidad y la tranquilidad y nos alejemos del Señor. 

A pesar de que tres amigos suyos (Elifaz, Bildad y Sofar) le instigan, recriminan y culpan constantemente (doctrina hebrea de la retribución por la cual, Dios premia a los buenos y castiga a los malos en vida), tentándole a que abandone a Dios, Job no pierde su fe ni reniega de DiosDe la misma forma que los amigos de Jesús, sus discípulos, confían en la fuerza de las armas para defender a su Maestro en el Huerto de los Olivos, nuestros amigos y hermanos se obstinan e insisten en que pongamos nuestra esperanza en la ciencia y en la razón humana. 
Job, aunque responde con un diálogo/monólogo lleno de dureza y amargura, de queja y súplica, toma conciencia de su fragilidad, asume su culpa original y deposita su fe y esperanza (y su vida) en la misericordia y la justicia divinas, en la certeza de que le ayudarán a vencer la batalla espiritual en la que (el hombre) está inmerso. 

De la misma forma que Cristo en Getsemaní y en el Calvario, sin culpa, clama al Padre sintiéndose abandonado y débil en su humanidad, Job en actitud orante y humildele pide a Dios una respuesta que dé sentido a lo que le acontece, pero sin resentimiento, sin culpar a Dios. Es la misma actitud con la que los cristianos, sabedores de la responsabilidad del Tentador y Acusador en el mal, nos dirigimos al Señor, elevando el incienso de nuestras oraciones a su presencia, implorando ayuda para encontrar sentido a nuestro sufrimiento. 

En estos capítulos, el hagiógrafo nos expone dos conceptos fundamentales: la perfecta sabiduría divina y la necesidad de conversión del hombre. Dios permite el mal (de forma temporal, por poco tiempo) para demostrar al Enemigo que la amistad del hombre con su Creador es libre, verdadera y por amor. 

Su visión eterna (el Señor no está sujeto al tiempo ni al espacio) señala que Dios no interviene en la historia para condenar sino para atraer al hombre hacia sí. Su visión amorosa (Dios es amor) indica que interviene, enviando a Su Hijo al mundo, para restablecer la amistad perdida con el pecado original, y con ello, evidenciar la victoria definitiva del bien sobre el mal.

El libro de Job es un manual de confiado abandono en Dios, aún siendo incapaz de verlo o de escucharlo en la "noche oscura", sin desviarse de su voluntad y de sus mandamientos: "Mi testigo está ahora en el cielo, mi defensor habita en lo alto, es mi grito quien habla por mí, aguardo inquieto la respuesta divina". 

Es también un manual de perseverancia y de resistencia al malincluso cuando nuestros seres queridos o amigos, ejerciendo de abogados del Diablo, nos sometan a juicio, nos declaren culpables, tratando de dictar sentencia para que rechacemos a Dios y reneguemos de nuestra fe: "Vuestras denuncias quedarían en ceniza; vuestras razones, en razones de barro (...) suceda lo que suceda, voy a jugármelo todo, poniendo en riesgo mi vida. Aunque me mate, yo esperaré, quiero defenderme en su presencia". 

Se prueba su inocencia
Job 29-37

El sufrimiento no es un castigo, sino un modo de probar la rectitud y autenticidad de la conducta del justo"¿Qué suerte reserva Dios en el cielo, qué herencia guarda el Todopoderoso en lo alto? (...) ¿No observa mi conducta?, ¿no conoce mis andanzas? ¿Acaso caminé con el embuste?, ¿han corrido mis pies tras la mentira? Que me pese en balanza sin trampa y así comprobará mi honradez".

Aparece en escena Eliú, el amigo de nombre judío, hasta ahora sin nombrar (y que bien pudiera ser su ángel custodio), que recrimina a Job el intento de justificarse y a los tres amigos, por echarle la culpa a Dios. 

Es, sin duda, la voz de la conciencia que nos susurra la supremacía de la Sabiduría de Dios sobre la del hombre, porque cuando el hombre no encuentra explicación ni solución a lo que sucede "Dios habla de un modo u otro, aunque no nos demos cuenta: en sueños o visiones nocturnas". 
Nos asegura que la Providencia de Dios obra siempre para el bien de los hombres, aún en la prueba"Abre entonces el oído del hombre e inculca en él sus advertencias: para impedir que cometa una acción o protegerlo del orgullo del hombre; para impedirle que caiga en la fosa, que su vida traspase el canal. Lo corrige en el lecho del dolor (...) hasta que su existencia se acerca a la fosa, su vida al lugar de los muertos".

Nos garantiza que la Justicia de Dios está fuera de toda duda o sospecha, y que se imparte de forma individual, según las obras de los hombres: "¡Lejos de Dios la maldad, lejos del Todopoderoso la injusticia! Paga a los humanos según sus obras, retribuye a los mortales según su conducta. Está claro que Dios no actúa con maldad, que el Todopoderoso no pervierte la justicia".

Nos indica que el propio sufrimiento permite al hombre ver y reconocer su fragilidad, que ni es Dios, ni Dios "cabe" en su cabeza, que el dolor es un medio de corrección, un instrumento de redención: "Salva al afligido con la aflicción, lo instruye mediante el sufrimiento". Nos anticipa la pasión de Cristo como medio de salvación.

Dios se hace presente e interviene
Job 38-42

La súplicas del justo provocan la presencia y la intervención de Dios para mostrarnos cómo su sabiduría y su poder velan por toda la creación, para decirnos que Dios siempre actúa, aunque no lo veamos

Dios nos explica la causa del mal y la razón de por qué el hombre es incapaz de controlarlo: Dios le ha dado poder a Behemot (símbolo del Mal y que significa "bestia") y a Leviatán (símbolo del Caos y que muestra a una "bestia marina" semejante a un dragón), ambos asociados a Satanás, para actuar y probar a la humanidad"De sus narices sale una humareda, como caldero que hierve atizado; su aliento enciende carbones, expulsa llamas por su boca".
El sufrimiento del inocente es una constante a lo largo de la historia de la humanidad, como también lo es el hecho de que el hombre siempre trata de medir la realidad por aquello que puede comprender y todo aquello que no puede ver o tocar es falso o absurdo.

Dice C.S. Lewis que "Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero grita en nuestro dolor; el dolor es un megáfono para despertar a un mundo sordo". Por tanto, es ahora, en medio de la pandemia que asola nuestro mundocuando podemos despertar para ver y escuchar a Dios, para entender la injusticia del mal y el "silencio" de Dios. 

Es ahora, a través de nuestro paso por las tinieblas del sufrimiento, de nuestro caminar por la oscuridad del dolor y de nuestro bregar en la tempestad, cuando podemos ser capaces de ver la luz de Dios y abandonarnos confiadamente a su Providencia..

Es ahora, ante la poderosa y luminosa presencia de Dios en la oración, cuando todos los hombres caemos de rodillas, nos sentimos pequeños e insignificantes y reconocemos nuestra ignorancia frente a Su omnipotencia y sabiduría: "¿Quién resistirá frente a él? ¿Quién fue hacia él impunemente?" (...) Reconozco que lo puedes todo, que ningún proyecto te resulta imposible (...) Hablé de cosas que ignoraba, de maravillas que superan mi comprensión".

Es ahora, cuando hemos visto a Cristo, cuando sabemos que ha resucitado y que vive, "Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos", cuando somos restaurados y bendecidos por el Señor, en espera de que nos otorgue la recompensa cuando estemos en la definitiva presencia de Su gloria.

JHR