"Cada uno en esta vida debe someterse a las autoridades.
Pues no hay autoridad que no venga de Dios,
y los cargos públicos existen por voluntad de Dios.
Por lo tanto, el que se opone a la autoridad
se rebela contra un decreto de Dios,
y tendrá que responder por esa rebeldía.".
(Romanos 13, 1-2)
En nuestra sociedad individualista, donde la afirmación de uno mismo, el ego y el reconocimiento social priman sobre todas las cosas, se hace muy difícil entender la obediencia como una virtud. Se ve más como un sometimiento, una humillación e incluso una debilidad: es bueno mandar, es malo obedecer.
Pero para nosotros, los cristianos, el punto de referencia es Cristo. Es el modelo a imitar. Y Cristo nos mostró el verdadero espíritu de sumisión y obediencia, a su Padre celestial, a sus padres humanos, a las leyes religiosas de su tiempo y a las autoridades civiles . Y nos enseñó a sus discípulos que la obediencia es una virtud fundamental, clave en el servicio.
Para entender la obediencia, debemos entender la autoridad. Ante todo, es necesaria para que un grupo de personas pueda formar una unidad, funcionar al unísono, organizados y coordinados.
La autoridad no es arbitrariedad, no es privilegio, no un medio para satisfacer los propios deseos...es un servicio. La autoridad auténtica huye de los parabienes, de los aplausos, de las medallas, de las felicitaciones. El que manda debe ser quien más sirve y su mando está al servicio de los “mandados”; cada uno sirve desde su puesto.
La obediencia no suprime la libertad ni tampoco es sometimiento del más débil al más fuerte. No es una imposición del poder. Es el mejor camino de desarrollo personal: mientras me formo, obedezco y mientras obedezco, aprendo, me desarrollo y adquiero disciplina. También, me doy cuenta de que quien está a la cabeza tiene más datos, ve todo el conjunto, sabe a dónde dirige el todo, coordina distintos esfuerzos, etc.
La obediencia tiene como principales virtudes la humildad, la generosidad y la responsabilidad, que, al mismo tiempo, potencia, y entre sus principales obstáculos, la envidia, la soberbia, la pereza y el egoísmo.
Cuando obedecemos, cumplimos la voluntad de Dios, pero no de un modo absoluto o fundamentalista, sino por el origen divino de toda autoridad: al crear al hombre como un ser social, Dios quiso que hubiera una autoridad.
La obediencia debe ser inteligente y voluntaria, enriquecedora. Es un servicio al bien. Requiere madurar e involucrarse personalmente al hacer las cosas, sin huir de los problemas, sin humillarse ni someterse, pero tampoco, por supuesto, rebelarse.
P. Eduardo Volpacchio