¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

miércoles, 14 de noviembre de 2018

LA CARIDAD BIEN ENTENDIDA

"Ante todo, amaos ardientemente unos a otros, 
pues la caridad alcanza el perdón de todos los pecados." 
 (1 Pedro 4,8)

Acontecimientos dolorosos recientes me han llevado a meditar y escribir sobre el error que algunos cometen al confundir caridad con amor, cariño con permisividad, misericordia con negación del pecado.

Según el Catecismo, la caridad es la "virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos" (CIC 1822). Por tanto, la caridad implica amar a Dios sobre todas las cosas y "todas las cosas" significa todo.

La c
aridad va más allá de todo, es mucho más que amor, es mucho más que solidaridad. Mientras que el amor es natural, la caridad es sobrenatural. Mientras que la compasión es humana, la caridad es divina.  

La caridad bien entendida es tener en nosotros el amor de Dios. Es amar como Dios ama y lo que Dios ama. Nos exhorta a vivir en el Amor, en la Verdad, en la Bondad y en la Belleza.

Muchas veces interpretamos la caridad erróneamente y confundimos ser caritativos con ser permisivos, amar con admitirlo todo, ser buenos con tolerar la mentira.

Imagen relacionadaLa caridad bien entendida implica buscar que mi prójimo comprenda que no todo está bien, que no todo vale.  De la misma manera que cuando educamos a nuestros hijos, a veces, tenemos que decirles "no" porque les queremos, amar al prójimo tampoco significa que  debamos ser permisivos sino, porque le amamos, debemos hacer que comprenda que no todo está bien, que no puede hacer todo lo que desee y que, en ocasiones, tendrá que aceptar un "no".

El amor incondicional de Dios no quiere decir que esté de acuerdo con todo lo que hacemos o decimos. La caridad bien entendida implica ayudar a otros a descubrir sus errores y ponerlos ante Dios, que está por encima de todo.

Por eso, no podemos excusarnos en su infinita misericordia para hacer lo que queramos ni para asumir del Evangelio lo que nos parece bien y desechar lo que nos parece mal. Nosotros no decidimos lo que está bien o mal. Es Dios.

La caridad bien entendida implica expresar al prójimo que están en un error y corregirlos con amor. Y porque les amamos, estamos llamados a buscar la santidad de nuestros hermanos.

Confundir caridad con afecto, misericordia con "todo vale" no es la voluntad de Dios. Ante la mentira, el error, el pecado, no podemos pensar "como le quiero, no puedo decirle no". Eso no es caridad. Si lo hacemos, no estamos amando a nuestro prójimo.

La caridad bien entendida exige "amar correctamente", no como nosotros pensamos que debemos amar, no según nuestro criterio humano sino según el criterio divino.

La caridad bien entendida es vivirla al modo de Jesús, es decir, implica renuncia e incomodidad. Por ello, si creemos que estamos siendo caritativos pero nuestra intención o la experiencia está siendo demasiado cómoda, cuestionemos qué hacemos mal. Santa Teresa de Calcuta decía: "El amor, para que sea auténtico, debe costarnos". "Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal".

A menudo, confundimos caridad con solidaridad o con corporativismo. La caridad bien entendida debe acompañar al prójimo hacia su sanación, hacia el arrepentimiento sincero de sus errores, para que él mismo pueda vivir la caridad no sólo como el beneficiario, sino que como quien ama. 

Los cristianos no amamos por lástima ni porque nuestro prójimo sea una persona que nos cae bien. Amamos porque Dios nos ama y porque Jesús lo instituyó como mandamiento. Amamos porque nuestro Señor es el centro de nuestra vida y porque hemos experimentado su amor. 

La caridad bien entendida debe ser apreciativa, es decir, cuando la inteligencia comprende que Dios es el máximo bien y es aceptado conscientemente por la voluntad, y efectiva, cuando lo demostramos con acciones. Pero no es necesariamente sensible (cuando el corazón lo siente), pues ni nuestra fe, ni nuestra esperanza ni nuestra caridad dependen de los sentimientos.

domingo, 11 de noviembre de 2018

TESTIMONIOS DE FE

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"Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, 
reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal."
(2 Timoteo 4, 2)

Todos estamos llamados a proclamar la Palabra de Dios y dar testimonio de nuestra fe. Y debemos hacerlo siempre sabiendo la premisa de que el mensaje evangélico nunca cambia aunque comuniquemos esta Verdad inmutable desde distintas vivencias y desde distintas personalidades.

Por ello, varias personas pueden dar un testimonio de la misma Verdad, y cada uno será diferente, gracias a los dones que Dios nos regala y con los que cada uno aporta una visión nueva al mismo mensaje. Un testimonio de fe es una vivencia de Dios contada de formas distintas.

Podríamos clasificar los siguientes tipos de testimonios de fe según los dones y talentos de cada persona:

Inspirador


Un testimonio inspirador tiene como objetivo principal impulsar la fe de la audiencia a la acción. La persona motivadora es contagiosamente entusiasta e inspiradora: se mueve de un lado para otro en el escenario con emoción, agita sus brazos, representa cada momento con un ademán, ilustración, parábola o metáfora que mueve los corazones.
Resultado de imagen de motivarUn testimonio inspirador tiene como tema principal la conversión, es decir, un cambio de vida a través del encuentro con Cristo: "¡Dios tiene un plan para tu vida!", "¡Ponte en marcha!", "¡Crece y comprométete!", "¡No te rindas, ten fe!". "¡A través tuyo, Dios quiere cambiar el mundo! ".

Un testimonio inspirador sigue la indicación del apóstol Santiago de ser "hacedores de la Palabra y no sólo oidores": "Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si uno escucha la palabra y no la practica, es semejante a un hombre que mira su cara en un espejo y, después de haberla visto, se olvida en seguida de cómo era. Pero el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella, no como un oyente olvidadizo, sino como un activo cumplidor, será dichoso en practicarla." (Santiago 1, 22-25).

Un testimonio inspirador debe tener cuidado de no caer en el activismo. No se trata de lo que hagamos por Dios sino de lo que Dios ha hecho por nosotros. También debe cuidar no caer en la manipulación ni en la emoción. No se trata de obligar ni convencer sino de comprender la libertad que Dios nos da a cada uno.

Formativo

El testimonio formativo tiene como objetivo enseñar la Palabra de Dios y la Tradición de la Iglesia, y formar a través de la sabiduría de los Santos Padres de la Iglesia. 

Resultado de imagen de formacionUn testimonio formativo tiene como tema principal la razón de la fe en Cristo. Presenta un acercamiento intelectual al mensaje de Cristo con un planteamiento bien estructurado, organizado y lógico: "Piensa en esto conmigo", "Escuchemos lo que Dios nos dice".

Un testimonio formativo debe tener cuidado de no elevarse demasiado, de forma que el discurso sea tan intelectual que no llegue a todas las personas

Debe evitar profundizar excesivamente en detalles para no distraer a la audiencia de la acción de Dios y, así, perder su enfoque principal.

Evangelizador

Resultado de imagen de evangelizarEl testimonio evangelizador tiene como objetivo presentar el Evangelio a través de historias de transformación de la vida de las personas por Cristo: "Jesús llama a la puerta de tu corazón".

Un testimonio evangelizador tiene como tema principal llevar almas a Cristo a través de la pasión misionera y el servicio a los demás. D
ebe tener cuidado de que la pasión por el apostolado evite el discipulado de las personas que se acercan a Dios.

La razón principal del apostolado es hacer discípulos misioneros maduros, es decir, que tras la conversión, deben crecer espiritualmente para, a su vez, volver a salir a hacer discípulos.

Digital 


El testimonio digital está siempre al día sobre los acontecimientos actuales y las tendencias culturales en las redes sociales y la tecnología. 

Resultado de imagen de digitalAl igual que Jesús, que utilizó parábolas agrícolas para comunicar su mensaje a una sociedad agrícola, el testimonio digital utiliza la tecnología y las redes sociales para mostrar a Cristo al mundo entero: "Vi este Tweet el otro día", "Sigo a Cristo en Facebook".
Un testimonio digital tiene como objetivo un profundo deseo de llegar a una cultura que considera irrelevante el cristianismo y como tema principal la relevancia de Cristo en un mundo tecnológico. Aplica la Palabra de Dios en un mensaje relevante y actual.

Un testimonio digital debe tener cuidado de no caer en la trampa de centrarse demasiado en ser culturalmente relevante o influyente. Es decir, que su mensaje provenga más del mundo que de Dios, de tratar de amoldar Su Palabra al mundo. 

Sanador

El testimonio sanador tiene una vinculación especial con las personas heridas, rotas y quebrantadas.
Resultado de imagen de sanacionSus mensajes están encaminados hacia algunos de los problemas más profundos de la condición humana, como la depresión, la ansiedad, la adicción, el sufrimiento y el divorcio: "Todos somos pecadores". "En la Iglesia no somos perfectos".

También induce a encontrar un propósito, fortalecer un matrimonio o educar hijos espiritualmente sanos. Trata de hacer ver que no están solos en sus luchas.

Un testimonio sanador tiene como tema principal la sanación que proviene de Cristo. Muestra a la Iglesia como un hospital para los enfermos donde el pecado es la enfermedad y la cura es Cristo. No importa lo grandes que sean las heridas o caídas, lo que hayan hecho o lo que nos hayan hecho, hay perdón y sanación en la cruz. Dios perdona y sana a todos.
Un testimonio sanador tiene como objetivo un mensaje de amor, esperanza y curación para las personas que sufren y padecen. Debe tener cuidado de no enfocarse demasiado en el sufrimiento y no derivar hacia un mensaje victimista, sensiblero y "buenista", en lugar de mostrar que la misericordia de Dios requiere arrepentimiento (acto de contrición) y propósito de enmienda.

Un testimonio sanador debe mantener el equilibrio entre el dolor/sufrimiento y la esperanza/fe. Se trata de abordar el problema sin insistir en él, sino ofrecer la solución que se encuentra en Cristo y el estándar más alto de justicia al que nos llama. 
Para la reflexión:
La clave es conocer tu propio estilo de testimonio para poder aprovechar sus fortalezas y, lo que es más importante, evitar sus trampas:

Inspirador - Nunca testimonies acción sin oración.
Formativo : Nunca testimonies profundidad sin humildad.
Evangelizador: Nunca testimonies conversión sin discipulado.
Digital: Nunca testimonies un "aggiornamiento" al mundo sin doctrina.
Sanador: Nunca testimonies problemas sin solución.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

EL ESTILO CRISTIANO

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"Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre,
 a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, 
e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío. 
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, 
no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, 
se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, 
no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres 
podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? 
Y si no, cuando el otro está todavía lejos,
 envía legados para pedir condiciones de paz. 
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes 
no puede ser discípulo mío".
(Lucas 14, 25-33)

Jesús es rotundo: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo". 

No nos pide algo que no pueda hacerse. Él mismo ya lo recorrió antes: el camino de la obediencia, de la humillación, de la negación, de la donación. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Cristo marca la línea roja del discípulo, el estilo del cristiano, el camino que todos sus discípulos hemos de recorrer.

Jesús nos exhorta a calcular los costes, a meditar si podremos llegar hasta el final, a discernir lo que significa seguirle.

El estilo cristiano es la senda de la Cruz, que la toma y sigue adelante. Un recorrido en el que no hay atajos, en el que no hay facilidades ni comodidades, en el que no hay cambios de sentido.

El estilo cristiano es el camino de la Verdad que lleva a la Vida. Un recorrido que exige negarnos a nosotros mismos, dar la vida y que discurre contrario al del egoísmo, de las necesidades y beneficios individuales, de las opiniones personales y de los propios apegos.

El estilo cristiano es el itinerario de la obediencia total, de la abnegación y la renuncia. Una ruta en dirección contraria a la de la queja, la protesta y la discusión.  

El estilo cristiano es el sendero de la ofrenda total a Dios, de la entrega total y sin excusas. Un recorrido en el que no hay cabida a reservarnos nada para nosotros, ni pedir nada para nosotros.

Imagen relacionadaEl estilo cristiano es el camino del sufrimiento, las dificultades y los problemas. Un trayecto en el que dejamos de lado nuestras seguridades y nuestras comodidades. 

El estilo cristiano es la ruta del crecimiento en las dificultades, de la madurez en los problemas, del aprendizaje en las caídas.

¡Cuántas veces le seguimos y a la primera dificultad o al primer contratiempo, lo dejamos!

¡Cuántas veces le acompañamos esperando beneficios propios, deseando asientos de honor y gloria, y cuando no lo conseguimos, abandonamos!

¿Estoy seguro de haber calculado los costes de seguir a Cristo?

¿He echado cuentas de lo que supone cargar con mi cruz? ¿Estoy seguro de querer seguirle para crecer y alcanzar mi meta?

¿Seré capaz de llegar hasta el final a pesar de todas las dificultades que encontraré por el camino? 

¿Caminaré agradecido sólo por las cosas buenas que Dios me regala o también por las cosas malas que me encuentre?

¿Me fortaleceré a través de las pruebas? o ¿me desanimaré a las primeras de cambio?

¿Seré capaz de transformar los problemas y sufrimientos, en bendiciones y gracias que aumenten mi amor, mi esperanza y mi fe?

"Por encima de todo, tened amor, que es el lazo de la perfección. 
Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, 
en la que fuisteis llamados para formar un solo cuerpo. 
Y sed agradecidos". 
(Colosenses 3, 14-15)

martes, 6 de noviembre de 2018

INVITADOS A UNA BODA

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"Al oír esto, uno de los comensales le dijo: 
¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!
Él le respondió: Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; 
a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los invitados: 
'Venid, que ya está todo preparado'
Pero todos a una empezaron a excusarse. 
El primero le dijo: 'He comprado un campo y tengo que ir a verlo; te ruego me dispenses'. Y otro dijo: 'He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlas; 
te ruego me dispenses'.
'Otro dijo: 'Me acabo de casar, y por eso no puedo ir'.
Regresó el siervo y se lo contó a su señor. 
ntonces, el dueño de la casa, airado, dijo a su siervo: '
Sal en seguida a las plazas y calles de la ciudad, 
y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, a ciegos y cojos'.
 Dijo el siervo: 'Señor, se ha hecho lo que mandaste, y todavía hay sitio'.
 Dijo el señor al siervo: 'Sal a los caminos y cercas, 
y obliga a entrar hasta que se llene mi casa'. 
Porque os digo que ninguno de aquellos invitados probará mi cena."
(Lucas 14,15-24)

¡Cuántas veces hemos visto en la vida esta misma escena! ¡Cuántas veces nos han invitado a una boda o a una celebración y nos hemos excusado! ¡Cuántas veces dejamos de ir a algún sitio cuando no somos protagonistas o cuando nos crea un compromiso!

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a su fiesta pero muchos no acudimos... nos excusamos con mil pretextos, con mil justificaciones, con mil argumentos, con mil coartadas...

Y el Anfitrión se decepciona, se enfada cuando nos invita gratuitamente y le damos la espalda...cuando nos invita a sentarnos junto a personas que (quizás) no soportamos, o no consideramos dignas y ponemos cualquier pretexto...cuando nos invita a ser comunidad y lo consideramos un "compromiso"...cuando nos invita a servir a otros y pensamos que allí no tenemos nada que hacer, que no somos protagonistas, que nosotros "valemos más"...

La fiesta está preparada, la comida está lista y sin embargo, nosotros no estamos dispuestos. Y no lo estamos porque nuestro egoísmo busca notoriedad, favores y reconocimiento. ¡Si no es nuestra fiesta, es un compromiso!

¿Cuándo fue la última vez que te excusaste ante una invitación de Jesús? 

¿Recuerdas todas las veces que has estado tan ocupado para ir a ver a ese amigo tuyo enfermo? 

¿Recuerdas todas las veces que has estado tan preocupado por tu trabajo, tus clientes, tus cifras que no has tenido tiempo de estar un rato con tus hijos y tu mujer?

¿Recuerdas todas las veces que alguien ha necesitado de tu ayuda y tú les has negado tu mano? 

¿Recuerdas todas las veces que has dicho "a ver si nos vemos" y nunca lo has hecho? 

¿Recuerdas cuantas veces Dios te ha pedido algo y has puesto el pretexto de "no puedo" o te has disculpado diciendo "ahora no"?
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Meditemos seriamente: Dios, con su gran amor y generosidad, nos invita gratuitamente a formar parte de su banquete 

¿Vamos a responderle con excusas y justificaciones? 

¿Vamos a decepcionarle y enojarle?

No perdamos el tiempo y ocupemos las sillas que nos ofrece. Hay muchas libres. No lo dejemos para el último momento o quizás puede que cuando queramos entrar a la fiesta, ya no haya sitio.

Seamos generosos, serviciales y solidarios. Respondamos a su llamada. Aceptemos con alegría su invitación. Vayamos y sentémonos junto a los que están solos, junto a los que están tristes o desconsolados, junto a los heridos y necesitados, junto a los que necesitan de nosotros y de nuestro amor.


viernes, 2 de noviembre de 2018

LA CLAVE DE LA FELICIDAD

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"Busca en el Señor tus delicias, y él te dará lo que tu corazón desea" 
(Salmo 37,4)

La búsqueda de la felicidad es el mayor deseo del hombre. Sin embargo, la busca donde no puede encontrarla, en el exterior, porque la felicidad no está basada en poseer cosas, ni en éxito ni triunfar socialmente, ni en disfrutar de los placeres del mundo. 

Dios ha puesto en el corazón del hombre un profundo anhelo de felicidad, de plenitud, de sed de infinito. La felicidad está dentro de nosotros, es la presencia misma de Dios en nosotros y en nuestra vida lo que nos produce gozo y alegría.

La felicidad consiste en ver a Dios a nuestro lado y cómo interviene en todos los acontecimientos de nuestra vida. Consiste en ver todos los maravillosos regalos que Dios nos ofrece cada día, en cada situación, en cada persona que se cruza en nuestro camino y agradecérselo. Consiste en aceptar al voluntad de Dios aun a pesar de las dificultades y confiar plenamente en su Providencia. Consiste en estar en paz y en gracia, abandonados a la acción del Espíritu Santo.

Pero la felicidad completa va más allá de esta vida. La felicidad plena la encontraremos en el cielo, destino al que todos estamos llamados. Nuestra recompensa está allí.

Imagen relacionadaEn el capítulo 5 del Evangelio de Mateo Jesucristo nos da la clave de la felicidad: "Felices los pobres en el espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos... Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo".

El Señor nos muestra el camino que, a pesar de todas las dificultades, conduce a la verdadera felicidad. Sólo Él puede satisfacer nuestras expectativas, muchas veces frustradas por las falsas promesas mundanas, por el conformismo, por el relativismo, por las máscaras que falsean la vida.

Es Jesús quien suscita en nuestros corazones el deseo de hacer de nuestra vida algo grande, cuya culminación está en el cielo, junto a Dios. 

Es Cristo quien nos da un motivo de verdadero gozo y esperanza para descubrir y celebrar la fuerza y ternura de Dios, abrirnos a su amor, dejarnos moldear por Él y convertirnos en santos, en bienaventurados.

Es en Dios donde está la clave de la felicidad.

martes, 23 de octubre de 2018

LA CONVERSIÓN ES EL INICIO, NO EL FINAL

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"Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios"
(Jn 3, 3)

Uno de los momentos más emocionantes en nuestra vida es cuando conocemos a Jesucristo y entonces, se produce nuestra conversión. Pero, una vez que se produce ¿damos el paso definitivo hacia el proceso de transformación o nos quedamos en "modo conversión"?

La conversión (del latín convetere, significa "transformarse, hacerse distinto") es un punto de inflexión, es el inicio de un proceso. Es un gran momento pero no es el final del camino, no es la meta. 

A veces, ponemos tanto énfasis en el momento de la conversión, que pensamos que eso es todo. A veces, ponemos tanto hincapié en los métodos de evangelización que pensamos que es el final del camino.

Sin embargo, el deseo de Dios es la transformación de nuestras vidas, y que realmente comienza tras la conversión: "Quien comenzó en vosotros la buena obra la llevará a feliz término para el día de Cristo Jesús." (Flp 1, 6).

La conversión es el comienzo de una nueva vida. Nacemos de nuevo al Reino de Dios: "Te aseguro que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios". (Jn 3, 3). Cuando nacemos de nuevo, tenemos algo que no estaba presente antes: el Espíritu de Dios mora en nosotros. Somos una nueva creación en Cristo.

De la misma manera que, cuando nuestra madre nos dio a luz, no nos dejó solos sino que nos amó, nos alimentó, nos cuidó y entramos a formar parte de una familia, cuando nacemos a una nueva vida espiritual, Dios no nos deja solos y se olvida. Al contrario, nos ama, nos cuida, nos alimenta y nos da una nueva familia en la que crecer y desarrollarnos.

Tras el nacimiento espiritual, debemos pasar a la siguiente fase: el crecimiento espiritual. Nuestro reto debe ser pasar de "conversos" (bebés espirituales) a "discípulos" (maduros espirituales). Y eso se consigue viviendo la fe en comunidad, en la Iglesia.

El Cambio de Pablo de Tarso
En su carta a los Romanos,  el apóstol Pablo insiste en que su conversión ocurrió “mientras era pecador”. Cuando Cristo se le apareció, Pablo no estaba llevando una vida correcta, ni estaba orando en el Templo, ni leyendo las Escrituras. Estaba persiguiendo a los cristianos, estaba pecando contra Dios.

Como el apóstol, nosotros también estábamos ciegos. Vivíamos sin Cristo, sin esperanza y alejados de Dios (Ef 2, 12). Como los dos de Emaús, abrimos los ojos y reconocimos a Cristo (Lc 24, 31) y, por su Gracia, sentimos la necesidad de cambiar de vida, no solo de mentalidad.

La mayoría de las personas experimentamos la conversión porque nos encontramos en una crisis, o en una situación difícil de nuestra vida, o porque estamos heridos o abatidos, o porque sufrimos. Necesitamos ayuda, y la necesitamos urgentemente. 

Por eso es tan importante que cuando nos encontramos con estas personas recién convertidas, las acojamos, las mostremos amor y las acompañemos. Como Iglesia de Cristo debemos darles alimento, cariño y cuidados para que se sientan realmente en familia.

Tras la conversió
n, las personas tenemos tres necesidades fundamentales:

Resultado de imagen de ESTABILIDADEstabilidad personal

Ante todo, necesitamos estabilidad personal. Hasta este momento, nuestra vida personal seguramente haya estado o esté fuera de control. 

Nos enfrentamos a situaciones que nos superan y por las que tenemos que ser ayudados. Necesitamos encontrar paz, descanso y alivio para estabilizarnos y dirección para comenzar a caminar.

Estabilidad social

Una vez que nos hemos convertido en creyentes, probablemente dejemos atrás algunas situaciones que vivíamos, o cosas que hacíamos, o quizás, nos encontremos con personas que no estén de acuerdo con nuestra nueva vida. 

Resultado de imagen de ESTABILIDADPor lo general, esas situaciones, cosas o personas eran aquellas con las que solíamos meternos en problemas. Y por ello, necesitamos personas que nos ayuden a superar todo eso. 

Perder amigos y familiares a veces puede ser consecuencia de seguir a Jesús, no porque ese sea nuestro deseo, sino porque a veces los amigos no entienden o no están muy interesados ​​en esa nueva vida. En cualquier caso, no es fácil y por eso, necesitamos personas que puedan ayudarnos a mantener otro tipo de relaciones, a vivir otro tipo de situaciones y hacer otro tipo de cosas.

Estabilidad doctrinal

Normalmente, el recién converso tiene ideas, pensamientos y conceptos no muy cercanos a la voluntad de Dios. Quizás, incluso equivocados. Seguramente, por desconocimiento.

Imagen relacionadaEs por ello, que el proceso de discipulado requiere la renovación de nuestra mentalidad y actitud. Debemos aprender lo que necesitamos saber, lo que Dios nos pide. Debemos buscar dirección espiritual y formación.

Tanto sacerdotes como laicos, debemos ayudar de inmediato a estas personas a crecer espiritualmente, y hacerlo a través de un proceso, que a veces, será de acompañamiento, otras, de formación, otras, de dirección espiritual, y otras, de corrección fraterna. 

La conversión verdadera

La conversión verdadera consiste en un cambio de vida, no solo en un cambio de actitud o mentalidad personal: implica cambiar los anhelos, las normas y las cosas del mundo por las de Dios.

Imagen relacionada
La conversión se produce por la gracia de Dios. La misma que alcanzó el corazón de la pecadora en la casa de Simón. La misma que cegó a Saulo de Tarso, enemigo de la fe cristiana camino de Damasco. La misma que envió el terremoto a la cárcel en Filipo, haciendo posible la conversión del carcelero. 

Sólo la gracia de Dios puede convertir los corazones de los que tienen la voluntad de recibir el poder transformador del Señor: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Jn 6,44),"pues es Dios el que obra en vosotros el querer y el obrar, según su voluntad." (Flp 2, 13).  

Es Dios quien nos llama y hace entrar el milagro de la gracia en nuestros corazones a través de situaciones y de personasNosotros apenas hacemos nada, tan sólo nos rendimos a Él.

La conversión no consiste en "ser buenos" o "cumplidores". Pablo, era un hombre "bueno", educado y gran conocedor de las Escrituras y de la Ley, que obedecía cuidadosamente y cumplía con gran celo. Tuvo que ver todo "su cumplimiento de la fe" como pérdida para reconocer a Dios. Tuvo que prescindir de "su justicia" para encontrar la misericordia de Dios.

Para que la conversión se produzca es necesario el arrepentimiento: "Por tanto, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados" (Hch 3, 19). Sólo hay conversión cuando tomamos conciencia de nuestras faltas y errores que son expuestos a la luz de la Verdad, que es Jesucristo.

Nuestra meta

Nuestra meta no es conocer a Cristo y seguir con nuestra vida como si nada. Nuestro destino es llegar al cielo para estar junto a Él y para ello debemos emprender un largo camino que, paradójicamente, transcurrirá con una sucesión de conversiones.

Para alcanzar nuestra meta es necesario vivir nuestra conversión en comunidad. Sólo la conversión fructifica y transforma nuestra vida, si la vivimos en la familia de Dios. 

Imagen relacionadaPor eso, cada comunidad parroquial necesita establecer un proceso que proporcione un plan de acompañamiento, discipulado y dirección espiritual para juntos crecer en comunidad, como iglesia, como familia. 

Es necesario que se produzca en nosotros un progresivo cambio en nuestros pensamientos (mente), en nuestros deseos (corazón) y finalmente, en nuestra vida. Sin tal proceso, aunque nos unamos a una comunidad, aunque asistamos a misa y a los sacramentos, aunque pensemos que somos "buenos cristianos", seguiremos estando ciegos o, cuando menos, tuertos. 

Para estar en y con Cristo y anhelar el cielo, nada es suficiente a menos que lleguemos a ser “una nueva creación” (Gal 6,15). Y cuando esa “nueva creación” existe por dentro, cuando mantiene una gran vida interior, la persona manifestará por fuera una “nueva vida”en Cristo (Romanos 6, 4). 

Cuando nos convertimos verdaderamente, cambiamos nuestros rumbos y nuestros caminos, desechamos todos los malos hábitos y manifestamos los frutos en una vida guiada por Dios, dejamos de vivir una vida desordenada para vivir una vida ordenada y encaminada hacia el propósito para el que fuimos creados: Dios. 


sábado, 13 de octubre de 2018

EL ROSARIO: ¿POR QUÉ ORAR A MARÍA?

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Cuántas veces hemos escuchado: "A mí, el Rosario me cuesta mucho rezarlo... es una oración repetitiva y monótona... es de personas mayores... es un rollo", ¿verdad?. A mí también me pasaba y pensaba lo mismo.

La verdad es que hay muchas cosas en la vida que nos cuestan, que nos parecen un rollo: hacer las tareas de la casa, ir a visitar a un enfermo al hospital, acudir a un funeral, escuchar, acoger y acompañar a un hermano en la fe... 

Y es que no todo lo que hacemos en la vida es divertido pero, desde los ojos de nuestra fe, todo lo que hacemos es por amorPor amor, y por que todo lo que tiene valor y merece la pena, requiere de esfuerzo y perseverancia. Es algo que los cristianos tenemos muy presente en nuestras vidas.

Con el Santo Rosario, con el Credo o con el Padrenuestro pasa lo mismo. No se trata de centrarnos en si nos gusta o no, si nos divierte o nos aburre...Como todo en la vida, si lo hacemos por obligación, no disfrutaremos nunca. Si lo hacemos por amor, la cosa cambia, y mucho:

Si miramos el Rosario como una conversación de amor y cariño a la Virgen, nuestra percepción general cambiará radicalmente. 

Si contemplamos cada misterio como si estuviéramos allí mismo, experimentaremos sensaciones para nada aburridas y seremos partícipes protagonistas de la Pasión de nuestro Señor. 

Si rezamos cada Padrenuestro o Gloria con fe y confianza, comprobaremos cómo nuestra mente y corazón se transformarán ante la escucha atenta y el cumplimiento en nuestra vida de la Palabra. 

Si rezamos cada Ave María como una declaración de amor a una Madre, encontraremos amparo, paz y sosiego en nuestro corazón. 

La Virgen nos conduce siempre a su Hijo

Hablando Jesús a la multitud como en tantas ocasiones, una mujer entre el gentío alzó la voz y gritó: "Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. " (Lucas 11,27).

Sin duda, las palabras de alabanza, devoción y admiración de esa mujer producirían en Jesús un sentimiento de emoción, agradecimiento, orgullo y amor por su Madre. Aquel día comenzó a cumplirse el Magnificat: ...me llamarán bienaventurada todas las generaciones. Una mujer, con la frescura del pueblo, había comenzado lo que muchos continuaríamos hasta el fin de los tiempos.

Sin embargo, Jesús, recogiendo la alabanza de esa mujer, hace aún más profundo el elogio a su Madre: "Bienaventurados más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la guardan(Lucas 11, 28). Con sus palabras, Cristo enaltece aún más a su propia Madre quien escuchó, guardó y cumplió la voluntad de Dios como ninguna otra criatura de la tierra.

María es bienaventurada, desde luego, por haber llevado en su Purísimo seno al Hijo de Dios, por haberlo alimentado y cuidado con su Inmaculado corazón, pero lo es aún más, por haber acogido la Palabra de Dios con extrema fidelidad y confianza

Las palabras de Jesús nos muestran la forma más perfecta de alabar y de honrar al Hijo de Dios: venerar y enaltecer a su Madre. Eso es lo que hacemos cuando rezamos el Rosario: venerando a la Virgen, alabamos y honramos a Jesucristo. 

Nuestra Señora y Reina es el camino más corto y sencillo, el medio más directo y perfecto, establecido por el propio Dios, para que la humanidad llegue a Jesús, y con Él al Padre, a través de las gracias del Espíritu Santo. Así fue desde la Encarnación, pasando por la Vida pública, la Pasión, la Cruz y la Resurrección, hasta la Coronación.

Rezar el Rosario no es dejar de lado a Cristo para dar importancia a María. Todo lo contrario: El Rosario une siempre a María con Jesús

La Virgen María nos conduce a su divino Hijo, y Él escucha siempre las súplicas que se le dirigimos a su Madre. Honrando a María, como hijos suyos y esclavos de amor, imitaremos a Cristo y seremos semejantes a Él. 

Mientras Santa María es mencionada y venerada en el Rosario, la Virgen atrae a los creyentes hacia su Hijo, su pasión y su sacrificio, y desde Él, hacia el amor del Padre.

El Santo Rosario, la oración preferida de la Virgen

Con el rezo del Rosario, todos los cristianos, todos los hijos de la luz, nos unimos a ese gran ejército de María, que honra y venera a nuestra Reina y Madre a lo largo de los siglos.

El Rosario es nuestro clamor incesante al contemplar y meditar, de la mano de la Virgen Santísima, las principales escenas de la vida de Jesús y de María, a través de  los misterios de gozo, dolor, luz y gloria: 
  • Con los misterios gozosos, desde la Encarnación hasta su Pérdida y Hallazgo en el templo, aprendemos a hacernos pobres y pequeños como se hizo Jesús. El dejó su trono junto al Padre y se hizo ¡un niño!, por nosotros, se hizo un servidor para nosotros. Además, nos impulsarán a servir al prójimo con humildad y alegría. 
  • Con los misterios dolorosos, desde la Oración en el huerto hasta la Crucifixión y Muerte, aprendemos a aceptar con docilidad y amor las pruebas y los sufrimientos de esta vida, como Cristo en su Pasión.
  • Con los misterios luminosos, desde el Bautismo hasta la instauración de la Eucaristía, aprendemos y meditamos la vida pública de Jesús, y así, alcanzamos luz y guía para convertirnos en seguidores y discípulos suyos.
  • Con los misterios gloriosos, desde la Resurrección de Cristo hasta la Coronación de María en el Cielo, somos partícipes de la unión de la tierra y el cielo, alcanzamos la felicidad y la alegría máximas en esta tierra., mientras esperamos la vida eterna.

El Rosario es la oración preferida de Nuestra Señora, una plegaria que llega siempre a su Corazón de Madre, que nos regala incontables y numerosas gracias. 

El Rosario es una recomendación de nuestra Madre, la Virgen María, quien hace 101 años, en Fátima, nos dijo: "Rezad el Santo Rosario a diario".

El Rosario es un saludo que hacemos a Santa María, uniéndonos al del Arcángel y al de Santa Isabel. Un saludo que se dice pero que también se piensa y se medita.

El Rosario es un ramo de rosas que regalamos a la Virgen porque la amamos profundamente. Una corona de flores con la que entronizamos a la Virgen como Reina de cielos y tierra.
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El Rosario es un "Te quiero" que repetimos incesable e incansablemente a Nuestra Madre María y a Nuestro Señor Jesucristo, y que, cada vez que se lo decimos, adopta un nuevo enfoque y una tonalidad diferente.

El Rosario es una "Ópera" que recitamos mientras la música de Cristo resuena en nuestros corazones y llena el escenario de nuestras vidas. Un aria con las que obtenemos las gracias necesarias para nuestra salvación.

El Rosario es un coloquio confidencial con María, una conversación llena de confianza y abandono donde le exponemos nuestras penas, nuestros anhelos, nuestras esperanzas y donde le abrimos nuestro corazón. 

El Rosario es una declaración de amor, compromiso y fidelidad, con la que nos ponemos a su disposición para todo aquello que la Virgen, en nombre de su Hijo, Jesucristo, nos pida. 

El Rosario es un camino hacia la Paz, la Verdad y la Vida a disposición de todos los hombres, por el que María nos conforta en nuestras necesidades, nos protege del Mal y nos ayuda a vencer las tentaciones.

El Rosario es una escalera hacia el cielo que subimos junto a Nuestra Madre, escalón a escalón, parándonos en cada rellano y meditando la Palabra en nuestro corazón. Un camino hacia la Paz y el Amor.

El Rosario es una llamada al amparo, protección y salvaguarda de Nuestra Madre que, por su maternal e incondicional amor nunca desoye las súplicas que le dirigimos sus hijos amados.

Frutos de la devoción a Santa María

Según el Concilio Vaticano II, "la devoción al Santo Rosario y a la Virgen María no es de ninguna manera un sentimiento estéril, monótono y pasajero, o vana credulidad, propio de personas mayores o de escasa formación. Por el contrario,  procede de la verdadera fe, por la que somos inclinados a reconocer la preeminencia de la Madre de Dios y somos impulsados a un amor filiar hacia Nuestra Señora y a la imitación de sus virtudes"

El rezo del Rosario, la devoción y el amor a la Virgen nos impulsa a imitarla y, por tanto, a escuchar la Palabra de Dios y meditarla en el corazón.

Nos mueve a rechazar todo pecado, hasta el más venial, nos anima a luchar contra todos los males, propios o ajenos, nos da el remedio para combatir las tentaciones del orgullo, la carne y el demonio.

Al contemplar su docilidad a la acción del Espíritu Santo en su alma, nos estimula a cumplir la voluntad de Dios en todo tiempo, con alegría y sin tibieza, incluso cuando nos cuesta. 

La visita a un santuario mariano, las romerías o las misiones marianas nos llenan de fe, esperanza y caridad el alma y , con ellas, nos brindan las fuerzas necesarias para alcanzar nuestra santidad.


miércoles, 10 de octubre de 2018

OTRA VEZ...POR EL DESIERTO


“Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua 
ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura” 
(Deuteronomio 8,15)

De nuevo, me encuentro vagando por el desierto.... en soledad, en silencio, en oscuridad. 

Durante el día, todo es árido, inhóspito e incómodo. No hay nada, ni lo más elemental. Sólo sed, calor, cansancio y abatimiento. 

Durante la noche, todo es privación, vaciedad y carencias materiales. No hay nada, ni lo más necesario. Sólo hambre, frío, silencio  y soledad.

Desnudo y expuesto al calor abrasador de una sociedad materialista, camino hacia el misterio de Dios. Sólo a través de la oración y la comunión con Él, soy capaz de ser simplemente yo ante Él.

Descalzo y abatido, camino ante la inmensa aridez que me rodea...el vacío se abre a mis pies, la arena apenas me deja caminar con paso firme. Sólo a través de mi confianza plena en la insondable voluntad de Dios puedo mantenerme en pie.
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Despojado de mi propio yo y de las cosas prescindibles de mi vida, mi alma se desnuda, se desapega de lo innecesario y busca el oasis donde se halla la fuente de agua viva. Sólo a través de mi incansable búsqueda de Dios, soy capaz de resistirlo y soportarlo.


Frágil y limitado, mi fe experimenta la prueba y la purificación.
Sólo a través de mi seguimiento a Cristo soy capaz de mantener el sosiego, la calma y la paz.

Vulnerable y tentado, vadeo dunas, evito escorpiones, eludo serpientes y siento como si mi mundo se viniese abajo. Sólo a través del leve soplo del Espíritu, soy capaz de entenderlo y vivirlo.

Moises, Jesús, Pablo, caminaron por el desierto de la prueba, la tentación o la purificación.

Al igual que ellos y otros muchos, sé que debo pasar por él con confianza y humildad, con desapego y pobreza, con renuncia y austeridad. 

Sé que debo estar dispuesto a perderlo todo: mi seguridad, mi comodidad, mi interés, mi voluntad.

Y lo hago porque tengo la absoluta certeza de que Dios no me abandonará jamás. 

Aunque esté a mi lado y no pueda verle..

Aunque parezca distante y no pueda escucharle...

Sé que Dios está conmigo.

¡Gloria a Dios!