¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 16 de noviembre de 2021

(RE)CONOCER A CRISTO

"Hoy ha sido la salvación de esta casa, 
pues también este es hijo de Abrahán. 
Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar 
y a salvar lo que estaba perdido"
(Lucas 19, 1-10)


Ayer lunes fue mi santo, San Alberto Magno, y el Señor llamó mi atención, como siempre a través de Su palabra, en el evangelio de Lucas, donde menciona a un ciego y a un tal Zaqueo. Ambos "quieren ver y no pueden"...curioso... habla de mí...de otro que también quiere ver y no puede, otro que está en búsqueda constante por (re)conocer a Dios pero que cae continuamente.

No hace mucho, yo estaba en una cuneta, alejado del camino, ciego, abatido y sin ilusión. Fue entonces cuando me dijeron en Jericó (=un retiro de Emaús) que Jesús venía de camino. Yo, le grité con insistencia: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”. Lo hice, casi por inercia, por mimetismo, por desesperación...por ver si se paraba, por ver que ocurría.

Jesús se paró y me preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” (en realidad, me preguntó: "¿te he dicho alguna vez que te quiero?"). Yo le contesté: “Señor, que vea otra vez” (en realidad, le contesté: "sí, Señor, muchas veces, pero yo no te escuchaba"). Entonces Él me dijo: “Recobra la vista, tu fe te ha curado”. 

Como los dos de Emaús, yo estaba de vuelta de muchas cosas y cargaba con una pesada mochila de decepciones y proyectos frustrados… Yo estaba ciego porque sólo veía "mis cosas" y no lo verdaderamente importante. Fue sólo cuando me puse junto al camino por donde Jesús pasaba, cuando fui capaz de reconocerle...y Él me hizo"ver". 

Dejé de ser un "ciego" y volví a ver, a ilusionarme, a comprometerme, a entregarme… El encuentro con el Resucitado me transformó. Descubrir a Jesús, reconocerle y confesarle, dejarme transformar y seguirle, no es ningún mérito mío, sino todo un milagro que sólo la fe consigue.

Eso fue ayer. Hoy Jesús, que no tira nunca la toalla por los pecadores, ya dentro de la ciudad de Jericó, en el tumulto del "día a día", al verme "subido" en una higuera (encaramado de nuevo en el orgullo y la soberbia), me derrite con esa mirada compasiva suya, capaz de enamorar y de convertir como nadie...y me llama "Zaqueo". 

Me mira y no me reprocha mi mal proceder ni mis caídas desde el momento que me hizo recobrar la vista. Tan sólo me dice que quiere venir a mi casa a comer, mientras algunos ya han comenzado a murmurar acerca de mi condición de pecador, de mal cristiano.

Como Zaqueo, dando un salto, reconozco mis faltas de caridad y de piedad, asumo todo aquello que he hecho mal y me comprometo a restituirlo. Cristo, defendiéndome de mis acusadores, les dice: "He venido a buscar y a salvar a los que estaban perdidos"... Nuestro Señor es...Único.

Sin embargo, yo, ¡qué facilidad tengo para volver a mi ceguera y obrar mal, para servirme de los demás, para vivir a su costa en lugar de vivir a su favor! ¡Qué prontitud tengo para criticar y para descartar a aquellos que no actúan conforme a mis criterios! ¡Qué incapacidad para entender por qué actúan así, para compadecerme de sus heridas y para evitar brindarles mi ayuda y mi apoyo!

¡Cuánto me cuesta comprender que Dios me quiere tal como soy, con mis virtudes y mis defectos, que perdona todas mi ofensas!... ¿cómo puedo yo criticar o descartar al diferente? ¿cómo puedo yo no perdonar a quien me ofende? ¿cómo puedo negarme a asumir que el amor de Dios es, como la lluvia o el nuevo día, para todos, buenos y malos?

Al (re)conocer a Jesús, mis ojos se abren de nuevo y veo. Él me da ejemplo para que yo sea también motivo de conversión, para que me esfuerce en mirar a otros con la compasión con la que Él nos mira, para esforzarme en salir a buscar a quienes están perdidos o necesitan mi ayuda...

Ser cristiano es (re)conocer a Cristo Resucitado en el prójimo. Ese que me encuentro en una cuneta o subido a un árbol...a cada paso que doy...


JHR

viernes, 8 de octubre de 2021

Y NO SE TRATA DE SENTIMIENTOS...

"El Señor ha estado grande con nosotros, 
y estamos alegres.
(Sal 126, 3)

Sé que no descubro nada nuevo ni especialmente original, si digo que me siento muy amado y cuidado por Dios...muy mirado y acompañado por Jesús...muy mimado y protegido por la Virgen..."porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí" (Lc 1,49). Todo don y ningún mérito. Y no se trata de sentimientos...

Es verdad..."el Señor ha estado grande conmigo y estoy alegre" (Sal 126,3). Porque sólo cuando te reconoces pequeño, frágil y débil, la confianza puede descansar en “El que todo lo puede”. Sólo cuando te reconoces pobre, vulnerable y necesitado, la esperanza puede reposar en "El que todo lo cumple".  Y sólo entonces, el amor de Dios te inunda y tu corazón se incendia. Y no se trata de sentimientos...

Firme defensor de la Providencia, no creo en la suerte, ni en la fortuna ni en las casualidades. Porque sólo cuando vives "en y para Dios", todo sucede para el bien de los que aman al Señor (Rom 8,28). Sólo cuando dejas de agobiarte por el qué comer, el qué beber o el qué vestir, cuando buscas el Reino de Dios y su justicia, todo se te da por añadidura (Mt 6,25-33). Y sólo entonces, tu alma se llena de gozo. Y no se trata de sentimientos...

Tras mucho pedir en mis mañanas de oración, buscar en mis tardes de Eucaristía y llamar en mis noches de Adoración, el Señor me ha escuchado, porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre (Mt 7,7).  No le he pedido un gran sueldo, ni tener estabilidad, ni siquiera seguridad...tan sólo un espacio donde poder reconocerle en cada instante. Y sólo entonces, tu espíritu se llena de agradecimiento. Y no se trata de sentimientos...

Dios ha estado grande y me ha regalado un nuevo proyecto en un gran colegio católico, en el que espero darle gloria. Un trabajo muy diferente a los anteriores del que espero ser digno. Quizás no definitivo...quizás no duradero...quizás no asegurado...pero absolutamente providencial. Sólo entonces, tu vida se llena de esperanza. Y no se trata de sentimientos...

Te doy gracias, Señor, porque has hecho obras grandes en mí...estoy alegre, confiado y esperanzado...y Tú sabes que no se trata de sentimientos...

martes, 28 de septiembre de 2021

FIEL EN LO POCO

"¡Bien, siervo bueno y fiel!; 
como has sido fiel en lo poco, 
te daré un cargo importante; 
entra en el gozo de tu señor"
(Mateo 25, 21 y 23)

El Diccionario de la RAE define "fieles" como aquellas personas que son firmes y constantes en sus afectos, ideas y obligaciones, que se comportan con fidelidad, que cumplen con sus compromisos hacia alguien o algo y que son conformes a la verdad. 

El Derecho Canónico dice que "son fieles cristianos quienes, incorporados a Cristo por el bautismo, se integran en el pueblo de Dios, y hechos partícipes a su modo por esta razón de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, cada uno según su propia condición, son llamados a desempeñar la misión que Dios encomendó cumplir a la Iglesia en el mundo" (Canon 204, 1).

Sin embargo, el término "fiel" no otorga ningún derecho, título, distinción o privilegio. Tampoco da una seguridad absoluta ni definitiva de nada.  Jesús dijo: "No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21).

Entonces ¿qué significa ser fiel?

"Fiel" es aquel que "hace la voluntad de Dios": el que deposita su confianza y pone su vida en manos de Dios. "El que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre" (Mateo 12,50). Fiel es el que es perseverante, constante, firme, preciso, veraz y comprometido con Dios. Por eso, el Señor nos dice que no todo el que afirma ser "fiel" lo es por el hecho de decirlo ni tiene nada ganado. La fe se testimonia con obras conformes a la voluntad y al pacto de Dios, y no tanto con palabras altisonantes o grandilocuentes.
"Fiel" es aquel que es "veraz": el que se compromete con Cristo, la Verdad encarnada. La Verdad es inalterable e inequívoca. No es opinable ni debatible ni puede amoldarse al mundo o a lo "políticamente correcto" del momento. Sin embargo y por desgracia, muchos en la Iglesia dicen ser "fieles" a la Verdad, en realidad, lo son a sus "verdades", a sus ideas novedosas, de tal forma que ofrecen fórmulas con las que debaten todo, cuestionan todo y "falsean" todo.

"Fiel" es aquel que es "celoso y misericordioso". Dios es un Dios celoso, pero cuya misericordia siempre perdona las infidelidades de su pueblo: "No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo el pecado de los padres en los hijos, hasta la tercera y la cuarta generación de los que me odian. Pero tengo misericordia por mil generaciones de los que me aman y guardan mis preceptos" (Éxodo 20, 5-6).

"Fiel" es aquel que es "consciente de su debilidad y le basta la Gracia", como nos recuerda el apóstol san Pablo: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto me glorío de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo" (1 Corintios 12,9). La fuerza de un cristiano es la Gracia de Dios en Jesucristo. 
"Fiel" es aquel que es "leal en lo poco"Dios, consciente de nuestra debilidad, tan sólo nos pide ser fieles en lo poco: "El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto" (Lucas 16,10). Ser "fiel en lo poco" es la lógica del Reino de Dios.

Al igual que una playa está formada de muchos granos de arena y un mar por muchas gotas de agua, la santidad es un camino de múltiples virtudes que debo trabajar desde lo "poco" a lo "mucho", desde lo pequeño lo grande.

"Fiel" es aquel que "tiene un solo Señor": "Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Lucas 16,10 y 13; Mateo 6,24). Sevir a Dios implica adoptar un compromiso, una alianza de amor inquebrantable con Él.

El apóstol san Juan otorga a Jesucristo el nombre de "Testigo Fiel" (Apocalipsis 1,5) y el de "Fiel y Veraz" (Apocalipsis 19, 11): Aquel que testimonia la voluntad de Dios con su vida y con sus obras. Cristo es el ejemplo de la fidelidad, la lealtad, la perseverancia y el amor "hasta el extremo". Y por tanto, sólo el que sigue los pasos de Cristo y persevera en la Verdad "hasta el final" puede ser llamado "fiel y veraz" como Él.
La fidelidad es un atributo divino con el que Dios garantiza el cumplimiento de su plan de amor, porque Él es digno de confianza, es fiel y veraz. Su fidelidad es la verdadera clave de nuestra fe y de nuestra esperanza, porque Dios siempre cumple sus promesas porque nos ama.

¿Seré capaz de cumplir mis promesas? ¿Seré capaz de ser fiel a Dios? ¿Seré capaz de mantener mi compromiso con Él? ¿Seré digno de escuchar de sus labios: "Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor"?

sábado, 25 de septiembre de 2021

Y TÚ ¿QUIEN DICES QUE SOY YO?


"¿Quién dice la gente que soy yo?
Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
(Lucas 9,18 y 20)

Jesús, con su magistral y divina pedagogía, nos interpela a menudo más con preguntas que con indicaciones doctrinales propiamente dichas. A través de su Evangelio, nos hace a todos sus discípulos dos "preguntas", una "advertencia" y una afirmación.

"¿Quién dice la gente que soy yo?". El Señor no está preocupado por el concepto que la gente tenga de Él ni porque quiera agradar a todos. Tampoco porque sea resultadista. Más bien, su pregunta es retórica y pone en evidencia una realidad: que muchas personas viven de espaldas a Él, como si Dios no existiera. En realidad, nos está llamando a la misión, a ser sus testigos en un mundo secularizado y alejado de Dios. 

"Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?"Antes de enviarnos al mundo, Jesús nos prueba y nos prepara, dirigiéndose a cada uno de nosotros de una forma directa y personal...nos habla de corazón a corazón. No se trata de un exámen de Teología ni tampoco tengo que contestar de una forma "intelectual", "racional" o "correcta". 

¿Quien es Cristo para mí? me hace reflexionar y discernir, me hace profundizar en cómo es mi fe: ¿Es tan sólo una "buena idea" o el centro de mi vida? ¿Es una convicción privada o una persona con quien tengo una relación? ¿Es irrelevante o importante para mí? ¿Le hablo a diario o me conformo con visitarle de vez en cuando¿Creo o finjo"creer"? 
"No se lo digáis a nadie"Cristo no se queda en la superficie. Va más allá y nos sorprende. Mas que prohibirme, el Señor me interpela y me compromete, me hace tomar partido y definirme. Es una advertencia para hablar con obras más que con palabras: ¿Le sigo o le doy la espalda? ¿Le testimonio con mi vida, con palabras y obras? ¿Soy coherente con lo que digo y hago? 

"Tenéis que padecer mucho, ser desechados, ser ejecutados y resucitar al tercer día". Jesús nos traza el camino del cristiano, el camino de la cruz particular de cada uno: la entrega y el sufrimiento ofrecido por amor, el desprecio de la gente y el martirio por su causa y, finalmente, la recompensa: el cielo. Una afirmación que me hace meditar seriamente: ¿Soy un cristiano de verdad o finjo serlo? ¿Estoy dispuesto a "dejarlo todo", incluso mi vida, por seguir a Cristo? ¿Soy un "alter Chistus"?

Señor, quiero poder responderte:

"Tú eres el Mesías, 
el Hijo del Dios vivo" 
(Mateo 16,13)

"Tú eres mi Dios y protector, 
mi luz y mi verdad, 
mi guía y mi alegría...
Salud de mi rostro, 
Dios mío"
(Salmo 42, 2-4)

martes, 21 de septiembre de 2021

¿MÁXIMO COMÚN DIVISOR O MÍNIMO COMÚN MÚLTIPLO?

"Os ruego, hermanos, que tengáis cuidado 
con los que crean disensiones y escándalos 
contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; 
alejaos de ellos. 
Pues estos tales no sirven a Cristo nuestro Señor 
sino a su vientre, 
y a través de palabras suaves y de lisonjas 
seducen los corazones de los ingenuos" 
(Romanos 16,17-18)

En matemáticas, el máximo común divisor de dos o más números enteros es el mayor número entero que los divide sin dejar residuo (resto) alguno A modo de símil, en la vida real, el Diablo (del griego διάβολος, diábolos, "calumniador") es el "máximo común divisor": el mayor enemigo del hombre que divide a dos o más sin dejar superviviente alguno.

Máximo, porque su figura de Gran Dragón, detallada en Apocalipsis 12,3 describe su colosal poder y  su enorme maldad. Común, porque su corrupción se manifiesta en todos los ámbitos del ser humano (político, económico, social, religioso...). Divisor, porque su principal estrategia para luchar contra Dios y contra el hombre es siempre la discordia, la desunión, la desavenencia, la disgregación.

Desde el principio hasta nuestros días, el Acusador ha estado siempre rondando a los hijos de Dios para dividirlos, acusarlos y destruirlos. Lo consiguió con el Hijo de Dios, Adán... pero fracasó, con el Hijo del Hombre, Jesús. 

Sin embargo y a pesar de haber sido derrotado por Cristo, el Difamador jamás se rinde en su afán destructor. El Divisor nunca descansa de su ansia hostil. Y así, da cumplimiento a la profecía de Génesis 3,15: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia", una enemistad documentada a lo largo de más de veinte siglos de vida ecelesial y suscitada por numerosos cismas en su seno, tanto a nivel global como local. 
En el mundo del Rebelde, todo es violencia y enemistad, división y rebeldía, odio y envidia...actitudes que debilitan al hombre, le hacen frágil y fácilmente manipulable. Al conseguir enemistar a dos hombres, los divide y los enemista entre sí...y a la vez, los separa de Dios.  Y sin Dios, no puede haber unidad.

"Divide y vencerás", este es el gran lema del Conspirador, y al que se dedica día y noche. Y lo hace especialmente dentro de la familia de Dios, enfrentando a padres contra hijos, desuniendo a esposos y esposas, enemistando a hermanos contra hermanos...destruyendo familias y comunidades. 

¡Cuántos chismorreos y cotilleos existen en nuestras parroquias! ¡Cuántas murmuraciones y difamaciones se producen en nuestros grupos pastorales! ¡Cuántas hostilidades, cuántas envidias y cuántas disputas aparecen en el pueblo de Dios!

El apóstol Santiago nos advierte: "¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros?...Ambicionáis y no tenéis, asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra" (Santiago 4,1-2). 

Las divisiones dentro de las parroquias sólo causan daño, devastación y desaliento entre los hijos de Dios, estragos entre los fieles que desunen la comunidad, disputas y malentendidos que se transforman en heridas profundas y deserciones. 
Ser cristiano no significa ir a la Iglesia cada día o cada domingo, sino "ser" como Cristo. San Pablo, a lo largo de sus cartas a las Iglesias que fundó, dibuja el perfil del cristiano conforme a la unidad y la gracia de Dios: 

"Sobrio, respetable, sensato; sano en la fe, en el amor y en la paciencia; no calumniador sino maestro del bien; inspirador de buenos principios; modelo de buena conducta; íntegro y grave, irreprochable en la sana doctrina; de vida sobria, justa y piadosa; sin menospreciar a nadie ni ser menospreciado; obedediente, dispuesto a hacer el bien; sin hablar mal de nadie ni buscar riñas; condescendiente y amable con todo el mundo; sin envidias ni odios" (Tito 2,1-15 y 3,1-15).

"Unánime y concorde con un mismo amor y un mismo sentir; sin obrar por rivalidad ni por ostentación; considerar con humildad a los demás superiores; buscar el bien de los demás sin interés egoista; tener los sentimientos propios de Cristo Jesús; sin protestas ni discusiones; irreprochables y sencillos; hijos de Dios sin tacha" (Filipenses 2,2-14).

Afirma el apóstol que ser cristiano es tener los sentimientos propios de Cristo. Cristo es nuestro "Mínimo Común Múltiplo"Mínimo, en orgullo, vanidad y envidia. Común, en unidad, comunión y buena disposición. Múltiplo, en generosidad, entrega y amor. 

Así, pues ¿por qué no convertirme yo en un "mínimo común multiplo"? ¿por qué no humillarme para que crezca Cristo en mí? ¿por qué no disponerme a buscar la unidad de todos? ¿por qué no multiplicarme en mi compromiso, mi entrega y mi amor hacia los demás?

"Que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, 
que ellos también sean uno en nosotros, 
para que el mundo crea que tú me has enviado" 
(Juan 17,21)

domingo, 19 de septiembre de 2021

ÚLTIMO Y SERVIDOR DE TODOS

"Si uno quiere ser el primero, 
sea el último de todos 
y el servidor de todos"
(Marcos 9,35)

Vivimos en un mundo rebelde que promueve la lucha y la dominación, donde "uno" sale victorioso y el resto derrotados, donde "uno" es feliz y el resto infelices, donde  "uno" domina y el resto dominados, donde uno se "alza y ensalza" y el resto se "abaja".

Sufrimos una sociedad perversa que fomenta la competitividad y la disputa, donde se privilegia el éxito y el poder, "donde hay envidia y rivalidad, turbulencia y todo tipo de malas acciones" (Santiago 3,16), donde se descarta a los "perdedores" y se alaba a los "ganadores". 
En cambio, la sabiduría amorosa de Dios es "en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera" (Santiago 3,16-17).

Jesús, la Sabiduría encarnada, sabiendo las luchas interiores y las pasiones desordenadas de cada uno, suscita a sus discípulos (a nosotros) el examen de conciencia, y nos hace su famosa pregunta retórica: "¿De qué discutíais por el camino?" (Marcos 9, 33), "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" (Lucas 24,17), "¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?" (Santiago 4,1).

Cristo, el divino Confesor, conoce siempre lo que alberga nuestro corazón...pero quiere que se lo confesemos nosotros...mientras nos mira con compasión y nos escucha con paciencia. 

Entonces, nos invita a la conversión y al cambio de mentalidad, a desprendernos de los criterios del mundo y a revestirnos de "la sabiduría que viene de lo alto", y nos "impone" la penitencia, pero no como un castigo sino como un consejo, como hace el Maestro al discípulo o el Padre al hijo"Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón(Mateo 11,29).

"Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos 9,35; Mateo 20,26). Jesús nos está predicando con el ejemplo. No dice que no debamos querer ser los primeros...ni condena nuestros deseos de superación, ni tampoco nuestras intenciones de poner a rendir los talentos que nos ha dado
Más bien, nos alienta y nos anima a ello...pero de una forma completamente diferente a la del mundo: no a costa de los demás, sino a favor de los demásJesús, con su ejemplo, nos exhorta a vivir no desde la soberbia, sino desde la humildad; no desde el egoísmo, sino desde el altruismo; no desde el "recibir" sino desde el "dar".

La pedagogía divina de Cristo nos enseña que "los primeros puestos" dentro de Su Iglesia, no son de poder o dominación, sino de servicio y entrega, y nos invita a purificar la motivación de buscar esos primeros puestos y vivir nuestra vocación cristiana como cumplimiento de la voluntad de Dios.

viernes, 17 de septiembre de 2021

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA: LA "NUEVA" LEY Y SU JUSTICIA


"Os digo que si vuestra justicia no es mayor 
que la de los escribas y fariseos, 
no entraréis en el reino de los cielos" 
(Mateo 5,20)

Me sigue sorprendiendo que algunos católicos interpreten erróneamente el Nuevo Testamento en detrimento del Antiguuo. Precisamente, el tema central del Evangelio de Mateo (y también de los de Marcos, Lucas y Juan) es afirmar que Jesús es el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y por tanto, el Mesías esperado. 

En el capítulo cinco de Mateo, que hoy reflexionamos, el evangelista presenta el comienzo de la predicación de Jesús con el Sermón de la Montaña, que representa la carta magna de la libertad cristiana en la que se expone la justicia del reino de Dios, es decir, la voluntad de Dios, el propósito único y pleno de la Ley o "Torah". Cristo une y da plenitud a la Justicia del Antiguo Testamento con la Misericordia del Nuevo.

El Señor, lejos de abolir la "Ley y los Profetas", viene a darle cumplimiento y plenitud (Mateo 5,17), explicando a través del "Evangelio" su sentido más profundo: Jesucristo es el cumplimiento de la historia de la salvación del Antiguo Testamento, la Nueva Alianza (Isaías 42,6) y la Nueva Ley. 

Por tanto, existe discontinuidad entre Torah y Evangelio, pero no ruptura: el vino nuevo requiere odres nuevos. El "vino nuevo" es Jesucristo y "los odres nuevos" son la radicalidad y plenitud del amor. 

Sin comprender a Jesús como el Mesías prometido, como el cumplimiento de "la Ley y los Profetas" es imposible integrar Torah Evangelio. Por eso, Cristo nos pide ir más allá de la letra de la Ley (odres viejos) y ver perfectamente cumplidos los mandamientos de Dios y modeladas las Bienaventuranzas en su divina persona.
Las Bienaventuranzas 

Las Bienaventuranzas son las bendiciones prometidas en los pactos de Dios de la antigüedad con el pueblo de Israel (con Noé, Abraham, Moisés y David) pero con una dimensión plena, universal y eterna: La “Tierra Prometida” es el Reino de los Cielos, abierto a todos los hombres.

Las Bienaventuranzas son las bendiciones de la filiación divina y la vida divina, reveladas por el amado y perfecto Hijo de Dios, y ofrecidas a cada uno de nosotros, a quienes nos enseña a invocar a Dios como “Padre Nuestro” (Mateo 6,9). De hecho, Mateo utiliza  17 veces la palabra “Padre” en los capítulos cinco, seis y siete de su evangelio. 

Las Bienaventuranzas, según algunos padres de la Iglesia, se corresponden con los siete dones del Espíritu (Isaías 11,2-3), con las siete peticiones del “Padre Nuestro” (Mateo 6,9-13), con los siete “ayesque Jesús dirige a los escribas y fariseos (Mateo 23,13-36) y con la misión mesiánica profetizada en el Antiguo Testamento (Isaías 61,1-11). 

Las Antítesis

En el versículo 20, Jesús advierte que la entrada al Reino de los Cielos requiere una justicia mayor que el "legalismo" de los escribas y fariseos, es decir, un concepto más pleno y profundo de los mandamientos dados por Dios a Moisés.

A partir del versículo 21, Jesús comienza a explicar la Ley de Dios con su pedagogia divina mediante "antítesis" que comienzan y terminan con la misma fórmula "Habéis oído que se dijo..." y "Pero yo os digo...":

1ª antítesis (vs. 21-26). Mansedumbre. Para un cristiano, "matar" no sólo significa "asesinar" sino también guardar rencor, demostrar ira, criticar, juzgar o insultar al prójimo.

2ª antítesis (vs. 27-30). Pureza. Para un cristiano, "cometer adulterio" no es sólo el acto y el signo exterior de la voluntad sino también el deseo y el signo interior del corazón.

3ª antítesis (vs. 31-32). Justicia. Para un cristiano, "divorciarse" no forma parte del propósito inicial de Dios. La indisolubilidad del matrimonio es un derecho de igualdad para los dos conyuges.

4ª antítesis (vs. 33-37). Verdad. Para un cristiano, "jurar en falso", o simplemente, "jurar" supone no cumplir lo prometido, mentir, engañar, faltar a la vedad, no ser digno de confianza.

5ª antítesis (vs. 38-42). Generosidad. Para un cristiano, el "ojo por ojo y diente por diente” (la ley del talión o venganza) no es un derecho ni una reclamación ante ningún agravio o afrenta. Esta antítesis sugiere una posible razón de que no aparezca el “no robarás” como la antítesis que falta para que sean "siete".

6ª antítesis (vs. 43-48). Amor. Para un cristiano, "amar a Dios y al prójimo" implica también "amar a los enemigos". Esta es la plenitud y el cumplimiento de la Ley, la perfección, la santidad.

Las antítesis de Mateo guardan una estrecha relación con la perícopa del joven rico narrada en los tres sinópticos (Mateo 19, 16-21; Marcos 10, 17-27; Lucas 18 18-27), quien dice cumplir los mandamientos fundamentales de la Ley o "Torah", pero a quien Jesús le pide ir más allá, a "dejarlo todo y seguirlo" (Mateo 19,21).

Los Mandamientos

La observancia de los mandamientos es indispensable y básica para la convivencia en comunidad, aunque no suficiente para alcanzar la "vida eterna". 

Jesús "rompe esquemas y sacude mentalidades", nos pide ir más allá de la "letra", del "cumplimiento" de la Ley, para mostrarnos, no sólo cómo debemos vivir, sino además, qué debemos hacer, o mejor dicho, cómo debemos ser"perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48). 

Mateo es el único de los sinópticos que añade al final, como la culminación de los preceptos precedentes, la última "antitesis": "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" (Levítico 19, 18), "pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mateo 5,43-44)

La Ley suprema del amor es una moción interior, sin duda suscitada por el Espíritu Santo, por la que los cristianos no cumplimos normas y reglas por obligación sino que nos ofrecemos y entregamos libre y voluntariamente a los demás.

Eso es exactamente lo que el Señor hizo en la Cruz: entregarse libre y voluntariamente a la voluntad de Dios, amar hasta el extremo a sus enemigos y pedir al Padre la misericordia divina para que los perdonara (Lucas 23,34). 

Cristo es la perfección del amor, es decir, la plenitud y el cumplimiento de la voluntad de Dios"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Los "amigos", los "discípulos", los "hermanos" de Cristo, "la nueva familia de Dios" son todos aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios (Mateo 12,50; Marcos 3,31-35; Lucas 8,19-21), es decir, aquellos que aman a Dios Padre y a sus hermanos.
En conclusión, el Sermón de la Montaña nos propone:

los Mandamientos, que constituyen y establecen las normas y leyes morales (que no legalismos) necesarias para la buena convivencia en comunidad.

- las Bienaventuranzas, que dibujan el perfil del verdadero cristiano necesario para la salvación y el acceso al Reino de los Cielos.

- las Antítesis, que esbozan un modo revolucionario de "ser" del cristiano ("luz del mundo" y "sal de la tierra"), que manifiesta con sus obras la justicia y la misericordia de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento como un "todo"), y que forma una nueva y santa familia (la familia de Dios).

jueves, 16 de septiembre de 2021

LA IGLESIA DEBERÍA...

"Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, 
porque estaban extenuadas y abandonadas, 
'como ovejas que no tienen pastor'. 
Entonces dice a sus discípulos: '
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies 
que mande trabajadores a su mies'" 
(Mt 9,36-38)

Sin duda, una de las mayores y graves preocupaciones actuales de la Iglesia es la falta de vocaciones religiosas, tanto al sacerdocio como a la vida consagrada. Y la pregunta inmediata es ¿cómo hemos llegado a esto?

Basta con "echar un vistazo" a nuestro alrededor. La falta de vocaciones es una consecuencia directa de la secularización y descristianización del mundo, en general y de nuestra sociedad occidental, en particular. El hombre, al negar y alejarse de Dios, queda abandonado como "oveja sin pastor".

Esta "negación", o cómo mínimo, este "alejamiento" de Dios ha provocado además la consiguiente disminución de fieles en las parroquias, es decir, la ausencia de "comunidades vivas" que puedan suscitar vocaciones.

¿Cómo pueden las comunidades suscitar vocaciones?
 
No se trata tanto de "importar" sacerdotes de otros continentes o de "asumir" consagrados de otros lugares. Tampoco de formar y adiestrar "aceleradamente" diáconos permanentes que "echen un cable" dentro del orden sacerdotal. Esas... no son soluciones definitivas, son respuestas humanas del todo insuficientes. 

La Sagrada Escritura nos da la pauta para que se susciten vocaciones, mostrándonos el ejemplo de la Iglesia del primer siglo: "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2,42).

Lo primero y más importante es... rezar. En el mundo falta oración. Y en la Iglesia, quizás, también. San Pablo nos exhorta: "Sed constantes en orar" (1 Tes 5,17). La Iglesia debería rezar más constantemente...para ser esa Esposa que ruega al Esposo que "envíe trabajadores a su mies" porque "las muchedumbres están extenuadas y abandonadas"... para ser la Servidora que le insiste al Señor "No tienen vino".
Lo segundo es salir. En el mundo falta acción. La Iglesia no puede quedarse de "brazos cruzados"...esperando...porque muchos están cansados y perdidos en la oscuridad y no conocen el camino. La Iglesia debería salir a buscar a sus hijos pródigos, para ser esa Madre con los brazos abiertos y el corazón dispuesto a amarlos. 
Lo tercero es acoger. En el mundo falta aceptación. Vivimos una "cultura del descarte" en la que se conceptúa a las personas como objetos que se desechan. La Iglesia debería acoger a todos en la comunidad. Y la mejor forma de hacerlo es atendiendo las necesidades de las personas: las materiales, a través de la caridad; y las espirituales, a través de los sacramentos y la dirección espiritual.
¿De qué sirve que una Madre rece y salga a buscar si, luego, en casa no atiende a sus hijos? ¿De qué sirve que una Madre reciba a "los pequeños, a los huérfanos y a las viudas" si luego no les presenta al Padre?

¿Cómo van a escuchar la llamada de Dios si no le conocen? 

Jesús dio un mandato claro e inequívoco a su Iglesia: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28,19-20). El Señor nos pide que le demos a conocer.

Lo cuarto es enseñarLa Iglesia debería enseñar. La Iglesia como Maestra y Doctora, no puede guardarse la Buena Noticia que Cristo le ha confiado. Debe comunicarla al mundo. Debe formar corazones para Cristo. Debe hacer discípulos. 
Los hombres de hoy no saben cómo encontrar a Dios ni cómo comunicarse con Él. Quizás ni tan siquiera crean en Él...Entonces ¿cómo van a escuchar la llamada de Dios si no creen en Él, si no le conocen, si no se comunican ni se relacionan con Él? ¿cómo van a amar a Quien no conocen? 

San Pablo se pregunta lo mismo: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿Cómo anunciarán si no los envían?" (Rom 10,14-15).

¿Cómo enseñar a relacionarse con Dios? 

Primero, suscitando la necesidad de rezar. Desde que nace, el hombre es un ser "necesitado". Su primera y principal necesidad, es la necesidad de Dios, de hablar con Él, de comunicarse con Él. 

Ese anhelo de establecer una relación con su Padre y Creador, aunque impreso en su corazón, a veces le es desconocido o extraño, porque nadie se lo ha mostrado, porque nadie se lo ha enseñado. 

Después, originando el hábito de rezar. Dado que el hombre también es un ser "de costumbres", necesita disponer de su tiempo y espacio para realizar las actividades que necesita. Necesita "habituarse" a la oración. Y para ello, necesita buscar el momento y lugar adecuados para hacerlo.

¿Dónde enseñar a rezar? 

El primer ámbito de intimidad con Dios es la "Iglesia familiar". Si no enseñamos a rezar en casa a nuestros hijos ¿cómo van a conocer a Dios? Y si no le conocen ¿cómo van a amarle? Y si no le aman ¿cómo van a servirle?

El segundo ámbito de contacto con Dios es la "Iglesia docente". Si no enseñamos a rezar en nuestros colegios a nuestros hijos ¿cómo van a seguirlo? Si no les enseñamos a adoptar hábitos de oración y a perseverar en la fe ¿cómo van a vencer las tentaciones materialistas del mundo?

El tercer ámbito de encuentro con Dios es la "Iglesia comunitaria". Si no llevamos a nuestros hijos a misa ¿cómo van a experimentar su amor? Si no les enseñamos a buscar a Dios ¿cómo van a encontrarse con Él?  Y si no les formamos ¿cómo van a saber de Él?

Por tanto, la Iglesia debería... todos deberíamos... 

"Estar siempre en oración y súplica, 
orando en toda ocasión en el Espíritu, 
velando juntos con constancia, 
y suplicando por todos los santos" 
(Ef 6,18)

jueves, 9 de septiembre de 2021

¿ERES TÚ, SEÑOR?

"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"
(Mateo 14,27)

Mi vida interior, en el silencio, la paz y la serenidad del alma, es una continua búsqueda y contemplación en la que mi corazón anhela el encuentro íntimo con el Amado. 

Por el contrario, mi vida exterior, en el ruido, la decepción y la desesperanza se convierte en la pérdida de vista del Resucitado en la que mis ojos son incapaces de reconocerlo aunque camine a mi lado.

¿Eres Tú, Señor? Pregunto con insistencia, cuando me sobreviene la oscuridad y la prueba. 

¿Eres tú, Señor? Ruego con recogimiento, cuando el trajín cotidiano no me deja vislumbrar el amanecer en el horizonte. 

¿Eres Tú, Señor? Demando con humildad, cuando mis seguridades humanas se desmoronan y siento que caigo en la profundidad del abismo.
Es la Contemplación, esa actitud de entrega que me orienta, me dispone y me prepara a su visión. 

Es la Fe, esa caja de resonancia que responde a mi pregunta y que revela Su presencia en mi camino. 

Es la Providencia, esa alternancia de períodos de consolación y desolación, que me confirma sutil e interiormente que voy por buen camino. 

Es Cristo, que se acerca a mí y me susurra silenciosamente al oído lo que ha prometido; que me ofrece, con gran discreción y reserva, a través de un sutil velo, una visión mística e intuitiva de su esencia, auténtico anticipo y primicia del cielo. 

Es el Ángel del Señor, que me transporta y me "arrebata en espíritu" como al discípulo amado hacia la liturgia celeste, en un estado intermedio entre la fe y la visión absoluta de Dios,  que me permite asomarme para ver la preparación de la fiesta de bodas.
Pura gracia y puro don. No hay méritos propios ni derechos adquiridos por mí en ello. Una gracia que despierta en mí una irresistible fascinación por acercarme más y más al Señor. Un don que siembra en mí un incontenible ansía a dirigir mi mirada directamente al Salvador y a permanecer junto Él...porque "nada podrá separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, mi Señor" (Romanos 8,39).

¡Eres Tú, Señor! Aseguro, como los dos de Emaús, mientras arde mi corazón y le reconozco en la Eucaristía. 

¡Eres Tú, Señor! Afirmo, como la flor que se abre a la luz del sol y al agua de la lluvia, mientras le veo palpitar en esa urna de cristal. 

¡Eres Tú, Señor! Atestiguo, como María Magdalena en el sepulcro y como Tomás en el aposento alto, que es verdad... que has resucitado y vives.
Esta es mi certeza: que el plan de Dios sale de lo profundo de su corazón, se hace presente en el tiempo y en el espacio, y tras cumplirse, vuelve al Padre. Cristo, parte del amor del Padre, se encarna y viene a mí por el Espíritu, para finalmente, retornar al Padre, llevándome con Él, a mi verdadero hogar. 

Este es mi anhelo de trascendencia: que el sufrimiento, el dolor y la muerte no tienen la última palabra; que el Padre amoroso espera la llegada del hijo pródigo a su casa celestial (Lucas 15,11-32); donde se encuentra la auténtica bienaventuranza, la verdadera dicha: donde no hay reproche ni condena; donde soy perdonado, acogido y abrazado por su misericordia; donde soy restituido, dignificado y vestido como hijo amado e invitado a entrar en la fiesta.

¡Eres Tú, Señor!...¡En verdad has resucitado!