¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

viernes, 4 de noviembre de 2022

¡AHORA HA VENIDO "ESE" HIJO TUYO...!

"Hace tantos años que te sirvo, 
y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito 
para tener una fiesta con mis amigos; 
¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, 
que ha devorado tu herencia con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!" 
(Lc 15,29-30)

¡Ahora ha venido ese hijo tuyo...! Es lo que le dice el hijo mayor de la parábola al Padre, al regresar su hermano (Lc 15,30). No dice "ese hermano mío" sino "ese hijo tuyo...", una expresión despectiva que parece hacerse eco de otra similar: "La mujer que me diste..." (Gn 3,12). El hombre, cuando se siente "destronado" o "interpelado", siempre se excusa y culpa a Dios.

Las palabras del evangelio de Lucas muestran una terrible realidad que muchos, que hemos estado alejados y hemos regresado arrepentidos a la Iglesia, sufrimos con frecuencia: las miradas de recelo y desprecio de algunos de nuestros "hermanos mayores" por recibir la gracia de Dios. Incluso le increpan por alegrarse y recibirnos con una fiesta.

Desgraciadamente, algunos que se consideran a sí mismos justos y fieles, conciben la casa de Dios como algo propio y exclusivo en la que ellos deciden dónde, cómo, cuándo y quién puede recibir la gracia divina. Parecen decirle a Dios cómo ser Dios y qué debe hacer.

Pero el Señor mismo les contesta en otro pasaje del evangelio con la parábola de los jornaleros de la viña: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" (Mt 20,15). Dios es bueno y aunque creó al hombre bueno, éste siempre cae en la tentación de ser malo.

El Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca dice que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Y el diccionario afirma que el término "envidia", que proviene del latín in- "poner sobre" y videre, "mirada", es decir, poner la mirada (malintencionada) sobre algo o alguien, "ver mal", con maldad o con "mal ojo", es justamente el sentido que Dios nos enseña en estas parábolas y que quiere que evitemos. 

Sin embargo, ni la envidia del hermano mayor ni la de los trabajadores tempraneros proviene sólo por su errónea idea de "injusticia retributiva" de Dios, sino por la alegría del "hijo resucitado" y por el hecho de que los jornaleros tardíos reciban el mismo salario al final del día.

Y es que estos "hermanos mayores" no llegan a comprender cómo es Dios realmente y cuán infinita es su misericordia y su bondad. No son capaces de ver...o, peor aún, "ven con maldad"...porque los celos les ciegan y la envidia les envenena. No comprenden que Dios no paga ni premia por nuestros méritos, sino porque Él es Amor... gratuito, infinito y para todos.
Esa incapacidad para alegrarse por la gracia divina derramada sobre otros, les lleva por celos a clericalizarse, a "farisearse", a sentirse orgullosamente superiores, a apropiarse de Dios y a proclamarse a sí mismos "dueños exclusivos de la gracia". 

La envidia es una actitud pecaminosa que tiene su origen en el orgullo y la soberbia, que conduce a prejuzgar y a difamar a nuestro hermano (en realidad, a "asesinarlo" ), que va en contra de la unidad de la Iglesia y que es "el pe­ca­do dia­bó­li­co por ex­ce­len­cia", según San Agustín, pues trata de alejarnos de la comunión con Dios y con los demás, buscando la división en el seno de Su familia, como hace también en el de la familia humana. 

¡Cuánto nos cuesta alegrarnos del bien ajeno! ¡Cuánto nos cuesta reconocer y apreciar la dignidad y los derechos de los demás como hijos del mismo Dios! ¡Cuánto nos cuesta "compartir" a Dios con otros! 

Sí, queremos a Dios para nosotros solos, pero en realidad, lo hacemos por un sentido egoísta de propiedad y no porque le amemos de corazón. ¡Estamos muy lejos de Él, aunque Él esté cerca de nosotros!...como el hijo mayor de la parábola.

El Señor nos advierte: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11).  "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. [Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.] …No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10-11.14).

Si nos fijamos bien en todas las parábolas llamadas "de la Misericordia" (el hijo pródigo, los trabajadores de la viña, la oveja extraviada, el dracma perdido...), Dios siempre nos invita a la alegría y el gozo. Y por ello, nosotros los cristianos, ¿no deberíamos alegrarnos junto con el Señor porque encuentre a las ovejas descarriadas, a las monedas perdidas o al hijo "que estaba muerto"? (cf. Mt 18, 12-13; Lc 15,8-10).

La memoria de Dios sobre cada ser humano, el pensamiento amoroso que somos cada uno de nosotros, debería hacernos recapacitar sobre el riesgo de no perdonar (Mt 6,15), de ser rencorosos y olvidar -abandonar- el amor (Ap 2,4-5)…Porque sin amor, "nada somos" (1 Cor 13).

Dice el Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Así pues, el gozo por el bien de nuestro prójimo sólo puede darse por un deseo ordenado y desinteresado que mire con los mismos ojos misericordiosos de Dios, o con la misma mirada tierna de Cristo, que no busca envidiar ni apropiarse sino enamorar y entrar en comunión.

Sigamos la invitación de san Pablo: "Que la esperanza os tenga alegres" (Rm 12,12). "No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gal 5,26). O la del rey David: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118,1). 

Así pues, la alegría debe ser la razón de nuestra esperanza en las promesas de Cristo y el agradecimiento, la actitud de nuestra confianza en la misericordia de Dios. 

Alegrémonos de la gracia que Dios derrama en otros hermanos, no por el aprecio insignificante que los hombres damos a una oveja frente a cien o a una moneda frente a diez, sino por el inmenso valor que tenemos todos y cada uno de nosotros para Dios.


"Alegraos, justos, y gozad con el Señor" 
(Sal 32, 11)

domingo, 16 de octubre de 2022

ENTENDER LA APOCALÍPTICA

"Revelación de Jesucristo,
que Dios le encargó mostrar a sus siervos
acerca de lo que tiene que suceder pronto.
La dio a conocer enviando su ángel a su siervo Juan,
el cual fue testigo de la palabra de Dios
y del testimonio de Jesucristo de todo cuanto vio"
(Ap 1,1-2)

Con frecuencia, tendemos a confundir conceptos como escatología, profecía y apocalíptica, y a mezclarlos como un mismo modo de entender los oráculos y las visiones de los autores bíblicos. Se suele atribuir a la apocalíptica profecías sobre calamidades, desastres y cataclismos referidos a tiempos futuros que nos impiden comprender e interpretarla de forma correcta la Sagrada Escritura.

La escatología (del griego ἔσχᾰτος =éschatos: último, y λόγος=logos: "estudio") es el estudio de las "realidades últimas",​ es decir, la muerte, la parusía o segunda venida de Cristo, el Anticristo, el Juicio final, la resurrección de los muertos y la vida eterna.

La profecía (del latín prophetīa, y este del griego προφητεία, o también φαινος= aparición) es la transmisión de la voluntad divina a los hombres a través de "videntes" (ro'eh), "visionarios (hozeh) o portavoces (nabí, profetés). La profecía va de la boca de Dios al corazón del hombre. Recibida, aceptada y acogida por el profeta, éste la expresa, la proclama y la transmite, primero de forma oral y luego, por escrito.

La apocalíptica (del griego apokálypsis =revelación y apokalyptein =quitar el velo, desvelar, retirar el velo, descubrir, desnudar) no predice sucesos futuros desconocidos sino más bien da a conocer aquello que a los ojos humanos resulta desconocido e impenetrable, no tanto porque se refiera a un futuro inaccesible, sino más bien porque pertenece a la profundidad, al misterio mismo de la creación querida por Dios y de la historia guiada por él.  Tampoco debe ser interpretada de forma literal.

Origen
La apocalíptica es un género de literatura teológica (bíblica y apócrifa) cuyo origen se remonta al ambiente histórico-espiritual del judaísmo tardío de la diáspora alrededor del s. II a.C., resultado de la combinación de la sabiduría bíblica y de la evolución de la profecía utilizada por algunos autores veterotestamentarios (Isaías 24-27; 33; 34-35; Ezequiel 2:8-3;3:38-39; Zacarías 12-14; Joel 2; Daniel 1-12) y apócrifos (Henoc; IV Esdras; II Baruc), y que alcanza su máxima expansión durante el período intertestamentario hasta su culmen con el Apocalipsis de San Juan, el último libro de la Sagrada Escritura.

Teología
La apocalíptica nace con una teología propia y siempre en un entorno hostil o de persecución hacia la fe y hacia el pueblo de Dios, que corre el riesgo de desaparecer, pero que espera con  confianza absoluta en el poder de Dios, y en su intervención directa y definitiva en la historia universal. No anhela una mejoría de la historia sino que ésta llegue a su fin: un mundo nuevo que traiga la salvación definitiva por parte de Dios.

En la apocalíptica, la verdad "sellada o escondida" es revelada a los hombres por la mediación de seres pertenecientes al mundo divino que la "abren" al mundo terreno y que muestran que la realidad va más allá de lo visible. La apocalíptica habla del pasado y del presente en futuro ante la inminente llegada del "día del Señor" anunciada a lo largo del profetismo veterotestamentario.

La apocalíptica no es tanto historia del pasado como revelación que acredita y testimonia cosas inmediatamente futuras, o mejor dicho, ya emergentes en el presente: el suceso futuro y el pasado están estrechamente vinculados entre sí pero no de forma cronológica o espaciotemporal sino teológica, espiritual, mística.

El interés del autor apocalíptico no se dirige al cosmos (foco de búsqueda en el mundo griego antiguo), sino a la historia en su globalidad, captada como un todo unitario. El apocalíptico sabe hacia dónde va la historia, cuál es su cumplimiento porque lee e interpreta el pasado en relación del futuro que viene ya determinado, desde la creación hasta el día de Yahvé, por el plan salvífico de Dios.
La apocalíptica se orienta de forma radical hacia la historia: los hechos y procesos cósmicos le interesan solo por lo que significan en orden a juzgar el curso de la historia. La revelación apocalíptica no se focaliza en el espacio celeste, sino en el tiempo de la historia terrena ofreciendo una visión total y global de ésta, pero no en la historia de un solo pueblo, sino en la de todos los pueblos, en la ‘de toda la humanidad', la apocalíptica piensa en términos de historia universal.


La apocalíptica afirma constantemente la realidad de dos "eones": el eón presente, el de los dolores, el mal, la injusticia, la impiedad, el pecado, al que le seguirá, mediante una ruptura victoriosa, el eón futuro, el de la alegría, la vida para siempre, la felicidad, el mundo de la comunión con Dios.

Presenta una lucha cósmica que marca la historia y que no es combatida por los hombres, sino que se da entre Cristo y Satanás, en la que Dios vence (ya ha vencido) y somete para siempre a la potencia satánica creando un mundo nuevo para los justos.  

El hombre no puede hacer nada en esta lucha. Tan sólo soportar, perseverar y esperar el fin de la tribulación y del mal. Pero no se trata de una actitud pasiva, porque la espera, los sufrimientos y el martirio del creyente constituyen una fuerza histórica que mueve el corazón misericordioso de Dios y le empuja a acelerar el final por amor a los elegidos.

Similitudes y diferencias con la profecía
A diferencia de la profecía que se recibe mediante oráculos y se expresa mediante la palabra, la apocalíptica lo hace a través de visiones extáticas, sueños, arrebatamientos y traslados a otros lugares. 

Son frecuentes las apariciones de seres celestiales, mediadores de la revelación y mensajeros de la voluntad de Dios: los ángeles.

También es característico el uso predominante de los símbolos como medios para expresar lo inexpresable y como portadores de una gran polivalencia de significados y de interpretaciones. Y dentro de la simbología cobran especial relevancia las cifras, los colores, los animales, los fenómenos cósmicos, las imágenes...
Aunque en la apocalíptica, la escatología prevalece sobre la predicación y el futuro predomina sobre el presente, profecía y apocalíptica son dos revelaciones que se entrecruzan. Toda profecía se halla reco­rrida transversalmente por la apocalíptica y toda apocalíptica hunde sus raíces en el interior de la profecía. 

La apocalíptica no es, por tanto, un lugar donde encontrar previsiones catastróficas del futuro. Como la profecía, nos habla de Dios, pero mientras que ésta nos cuenta la relación de Dios con un momento preciso de la historia, con los personajes, con un pueblo concreto, la apocalíptica muestra la relación de Dios con la creación en su totalidad y con la historia universal.

viernes, 7 de octubre de 2022

¿SOY LUZ O ME LUZCO?

"Vosotros sois la luz del mundo...
 Brille así vuestra luz ante los hombres, 
para que vean vuestras buenas obras 
y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos" 
(Mt 5,14.16)


El mundo vive en oscuridad y sumido en las tinieblas. Está ciego y necesita luz. Pero existe una gran diferencia entre iluminar y lucirse, entre alumbrar y deslumbrar, entre brillar y sobresalir. 

Iluminar es brillar reflejando la luz más grande que es Dios. Sin embargo, deslumbrar es tratar de sobresalir poniendo los focos en uno mismo.

Ser luz es arder con el fuego del Espíritu a pesar de las dificultades o los problemas. Lucirse, sin embargo, significa tratar de sobresalir pero permaneciendo en la oscuridad.

El capítulo 5 del evangelio según san Mateo nos recuerda que nuestra principal misión cristiana es ser luz del mundo, y continúa el capítulo 6, mostrándonos la diferencia entre ser luz y lucirse, entre hacer las cosas de forma correcta o incorrecta a los ojos de Dios, entre cumplir el mandamiento del amor o no hacerlo.

El Señor denuncia la actitud hipócrita y falsa de muchos que se llaman cristianos (y no lo son) y nos invita a tener una actitud coherente y auténtica a través de las tres principales obras de caridad: limosna (Mt 6,1-4), oración (Mt 6,5-6) y ayuno (Mt 6,16-18).

Limosna 
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; ¡así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 
Lucirse: es una actitud hipócrita que busca auto promocionarse, "hacer ruido" con sones de trompeta para "venderse" con el único propósito de ser admirado. Es hacer cosas para ser visto por otros, es hacer alarde de nuestras obras buscando el reconocimiento de los demás. Es buscar el resultado egoísta y la propia gloria como recompensa... y no la de Dios.

Ser luz: es tener a Dios como público, es decir, hacer cosas para Dios, asemejarse a Él cumpliendo su voluntad en secreto, sin fuegos de artificio, con sinceridad y autenticidad, de corazón a corazón. Es reflejar el amor de Dios. Es hacer el bien sin que la mano izquierda sepa lo que hace la mano derecha.

Como practicar la limosna: se trata de dar sin esperar nada a cambio, de compartir con otros lo que tenemos, de entregar los dones que Dios nos ha regalado. No es sólo compartir dinero sino también tiempo, capacidades y talentos con otros. El Señor nos habla de desapego, de entrega y de imitación de la gratuidad de su amor divino.
Oración
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. 
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis.
Lucirse: es "darse bombo", es hacerse oír para fascinar a por otros. Es decir cosas grandilocuentes para ser admirados por otros, es hacer alarde de nuestro "saber" buscando la propia fama como recompensa... y no la de Dios.

Ser luz: es tener a Dios siempre presente, es decir, tener una relación profunda, personal y continua con Él, en intimidad. No podemos ser luz para el mundo si no nos dejamos iluminar por el Señor, si no nos dejamos amar por Él, si no le escuchamos o hablamos con Él.

Como practicar la oración: se trata de establecer un relación confiada y sincera con Dios. Ante su grandeza no podemos ser falsos ni dudosos. Es hablar de tú a tú, de hijo a Padre, con plena confianza y sin excesivas elocuencias o grandes frases, porque a Dios no tenemos que impresionarle. Él nos ama con independencia de lo que hagamos o digamos y sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
Ayuno
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Lucirse: es caer en el "victimismo", desfigurar nuestra propia imagen o "guardar luto" con el propósito de "dar pena" para tener a otros a nuestra disposición. Es poner "cara de acelga" o "hacer aspavientos" para que los demás vean nuestro (falso) sufrimiento, pues lo hacemos por nosotros y no por Dios ni por los demás.

Ser luz: es dejar nuestras comodidades y darnos a los demás, pero con alegría, determinación y entrega generosa. Una verdadera contrición de corazón no significa tristeza sino hacer nuestras las necesidades y preocupaciones de otros. No se trata de escenificar nuestro servicio y entrega con gestos externos sino de  ser "empáticos" siendo "simpáticos".

Como practicar el ayuno: Es despojarse de lo que nos agrada o satisface para ofrecérselo a Dios y hacerlo por el bien del prójimo. Es interceder por otros, es mostrar a Cristo asemejándose a Él, entregarse libre y humildemente. Es darse, es "desvivirse", es morir por otros: ¡No hay amor más grande! (Jn 15,13).


¿Soy luz para otros o pretendo lucirme para mí?

sábado, 24 de septiembre de 2022

LA PUERTA DE LA VIDA

"Yo soy la puerta: 
quien entre por mí se salvará 
y podrá entrar y salir, 
y encontrará pastos"
(Jn 10,9)

La vida es una sucesión de puertas que se abren (oportunidades) y se cierran (decepciones). Con frecuencia, pensamos que somos nosotros quienes las abrimos y las cerramos, pero no es así. Es Dios quien las abre y quien las cierra: 

"Conozco tus obras; 
mira, he dejado delante de ti una puerta abierta 
que nadie puede cerrar, 
porque, aun teniendo poca fuerza, 
has guardado mi palabra 
y no has renegado de mi nombre" 
(Ap. 3,8)

Dios nos ofrece una puerta única y abierta que indica que Su misericordia es más grande que nuestros pecados y que siempre nos espera con los brazos abiertos. Pero para cruzarla, es preciso que depositemos nuestra confianza en Él y guardemos su Ley. 

"Entrad por la puerta estrecha. 
Porque ancha es la puerta 
y espacioso el camino que lleva a la perdición, 
y muchos entran por ellos. 
¡Qué estrecha es la puerta 
y qué angosto el camino que lleva a la vida!" 
(Mt 7,13-14).
Dios nos abre una puerta estrecha que indica que no es cómoda ni fácil de atravesar si llevamos demasiado equipaje. Pero si la cruzamos, se abre ante nosotros un camino de gloria.

Dios nos señala una puerta angosta que indica que no caben todas nuestras cosas, que debemos despojarnos de todas las piedras que llevamos en nuestras mochilas. Pero si la cruzamos, la vida plena se abre ante nosotros. 

La puerta ancha es Adán, por la cual, todos los hombres entramos en el mundo material, es decir, en la tierra. La puerta estrecha es Cristo, por la cual, todos los hombres (los que quieran) entramos en el mundo espiritual, es decir, en el cielo:

"Efectivamente, así está escrito: 
el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. 
El último Adán, en espíritu vivificante. 
Pero no fue primero lo espiritual, 
sino primero lo material y después lo espiritual. 
El primer hombre, que proviene de la tierra, es terrenal; 
el segundo hombre es del cielo"
(1 Cor 15,45-47)

Cristo es la puerta hacia la salvación. Él conduce al Padre (Jn 10,1; 14,6). Para cruzar la primera puerta, la de Adán, no es necesario hacer nada por nuestra parte, pero para cruzar la segunda, no vale sólo con saber dónde está y de qué material está fabricada. 

Es necesario hacer una elección, un acto de voluntad libre por nuestra parte: confiar, dejarnos guiar por Él y seguirle.



viernes, 23 de septiembre de 2022

DESPEDIDO DE EMAÚS: NADA NUEVO BAJO EL SOL

"Dame cuenta de tu administración,
porque en adelante no podrás seguir administrando"
(Lc 16,2)

El Evangelio de este domingo pasado mostraba la parábola del administrador infiel, un drama de rabiosa actualidad que me hizo reflexionar sobre mi vida de fe y sobre mi labor evangelizadora, concretamente, en los retiros de Emaús.

Durante la pandemia, los retiros de Emaús fueron duramente castigados, como el resto de los aspectos de nuestra vida material y espiritual. Muchos de ellos tuvieron que ser pospuestos o cancelados y otros, sufrieron importantes cambios de método y organización. 

Tras la vuelta a la "normalidad" (que de normal tiene poco o nada), los retiros de Emaús parecen haber dejado de tener la salud de antaño o quizás, parecen haber "perdido fuelle", o quizás, parte de su esencia. Desde entonces, cuesta bastante organizarlos como antes, es complicado encontrar servidores y caminantes, o al menos, a mi me cuesta un imperio "volver" como si hubiera perdido las ganas de perseverar.

Es como si Dios me dijera: "¡Para! ¡Déjalo! ¡Estás despedido! ¡Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando!". Sin embargo, como el administrador infiel, no trato de buscar excusas ni de poner objeciones sino que, incluso, reconociendo una cierta mala conciencia por mi derroche de talentos (porque el Señor lo conoce todo), me pongo a pensar o a idear variantes de los retiros, como si tratara de encontrar una "caja B" espiritual. 

Pienso: ¡Hay ser astutos y sagaces como son los "hijos de este mundo"! ¡Hay que buscar alternativas! ¡Hay que idear nuevas fórmulas para seguir con los retiros! ¡Hay que buscar una continuidad para garantizar mi apostolado porque "no me veo cavando, porque no tengo fuerzas, ni mendigando, porque me da vergüenza"!

Creo sinceramente que lo que nos sucede a muchos, es que nos ha entrado un cierto "mal de altura" o quizás, una cierta fiebre "amarilla": la "retiritis". Hemos caído en el "activismo" y seguimos empeñados en realizar una tarea de la que hemos sido despedidos. 

Es posible que, ante las alternativas que podamos ofrecer, el Dueño valore nuestra rápida aunque deshonesta respuesta, que aplauda nuestra astuta aunque inútil toma de decisiones o nuestra sagaz manera de intentar "salvar nuestro futuro como administradores de la viña"... pero no revocará su decisión: nuestro despido seguirá siendo efectivo.

Una vez despedidos, Dios nos dice: "Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas". Y yo me pregunto: ¿Qué quiere decirme el Señor? ¿A qué se refiere?
Estoy seguro de no encontrarme en una crisis existencial aunque, a veces, el aparente silencio de Dios parezca ocultarme su propia presencia. Es en Su Palabra, viva y eficaz, donde nuevamente me ofrece una secreta y reveladora epifanía.

Concretamente, en la lectura de ayer, Qohélet (el libro de Eclesiastés) reforzaba ese pensamiento crítico y me interpelaba: 
"¡Vanidad de vanidades! ¡todo es vanidad! ¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol? Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece. Sale el sol, se pone el sol...y vuelve a salir....gira  que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio. Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír. Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: 'Mira, esto es nuevo'. Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos."
Aunque ciertamente estas palabras pudieran parecer escépticas, pesimistas, fatalistas o catastrofistas, no me indican un mensaje desesperanzador ni de amargura infinita. El término Qohélet (de la raíz qabal que significa "reunir, convocar, congregar") no designa un nombre propio sino que se refiere a quien desempeña una función o tarea. 

Se refiere a cada uno de nosotros, a ti y a mi. Y aunque muchas veces no hayamos obrado legítimamente (conforme a la voluntad de Dios), aunque todos nuestros afanes parezcan ser inútiles, aunque toda nuestra fatiga al buscar e indagar "cosas nuevas" parezcan ser fútiles, aunque parezca que no hay recompensa, nos llama a reaccionar ante lo vano, lo vacío y lo inconsistente de nuestros pensamientos, aferrados a este mundo que "pasa" y que conduce a un final estremecedor para todos: la muerte. 

Hoy, el Señor continúa hablándome a través de Qohélet, en el "silencio a gritos" de Su Palabra: "Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo...¿Qué saca el obrero de sus fatigas? " 

De nuevo, me interpela: ¿Cómo puedo saber lo que tengo que hacer en cada momento? ¿Qué debo hacer con el tiempo que se me ha dado? La respuesta sólo la encontraré en Dios, que es quien da sentido a mi vida y a todo lo que me sucede.

Podría pensar ¿Qué saco de mis fatigas? ¿Es que todo lo que haga es inútil? ¿Es que nada produce fruto o recompensa? No se trata de resignarme ni de "arrojar la toalla". Sabedor de la eterna misericordia de Dios y testigo de la resurrección de nuestro Señor, tengo la certeza de que sí hay algo más después de esta vida, de que sí hay recompensa: eternidad.

Dios ha sembrado en la profundidad de mi alma y de mi corazón el deseo de eternidad. No tendría sentido vivir sólo para sufrir y morir. Por eso, tengo que encontrar sentido a cada momento y circunstancia de mi existencia. Necesito saber que mis acciones no están limitadas por el tiempo en este mundo, sino que tienen eco en la vida eterna.
El Señor, con su pedagógica y progresiva revelación, me exhorta a buscar mi propia santidad y la de otros, acompañando a las personas que han conocido su amor divino y que tienen gran necesidad de Él. Me llama a edificar una comunidad donde compartir la esperanza y donde formarme en la fe, en el conocimiento de Dios, hasta que alcance mi destino final y eterno en su presencia.

¡No imagino una vida sin Cristo! ¡Nada tendría sentido ni cabría esperanza alguna! ¡Todo sería vanidad de vanidades! ¡Estaría encerrado en una prisión esperando un fatal desenlace!

¡No! Dios no nos ha creado para la muerte. O como dice un amigo mío: "la muerte no es el final". ¡No lo es!

Por eso, seguiré buscando la gracia, la misericordia y el amor de Dios en la vida eucarística hacia la que me conduce el camino de Emaús. Seguiré con mi corazón en ascuas, "ganando amigos para Dios" allí donde estén, acogiendo a "los pobres en el espíritu" en mi parroquia, y junto a ellos, buscaremos sitio en las moradas eternas y no en las temporales. 

Porque "Nada hay nuevo bajo el sol". Lo nuevo está por encima, en el cielo, en la vida eterna.



JHR

domingo, 11 de septiembre de 2022

ENEMISTAD DESDE EL PRINCIPIO

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"Yo pongo enemistad entre ti y la mujer, 
entre tu descendencia y la suya; 
él te aplastará la cabeza y tú sólo tocarás su calcañar".
(Gn 3, 15)

La profecía o proto evangelio del Génesis promete una mujer, Nuestra Señora, que será la enemiga en grado superlativo de la serpiente. Esta Mujer vencerá al Demonio, por medio de su linaje, es decir, de su Hijo Jesucristo, que le aplastará la cabeza.

La rotundidad de la victoria de María es subrayada por la maldición hacia la serpiente: "Te arrastrarás sobre tu vientre y comerás del polvo de la tierra todos los días de tu vida" (Gn 3,14), que es una antigua expresión oriental para referirse a la máxima humillación.
Dios, en la economía de la Gracia, es decir, en el reparto de su don gratuito en beneficio de los hombres, ha querido que todo comenzara por una mujer, María. La Santísima Virgen María es el principio del orden de la restauración y de la salvación, porque con su fiat, nos dio a Cristo. Todo comienza con Ella. 

En el último libro de la Escritura, el Apocalipsis, el Diablo, lleno de ira, orgullo y desprecio, en su plan derrotista contra Dios, entabla combate contra Cristo, la descendencia de María"El dragón se irritó contra la mujer, y se fue a hacer la guerra al resto de su descendencia, a los que guardan los mandamientos de Dios y son fieles testigos de Jesús." (Ap 12, 17).

La co-redención de María como la Nueva Eva, es el complemento de Cristo como el Nuevo Adán. Entonces, si hay un Anticristo, ¿hay una Antimaría? Y si la hay ¿Cómo sería?

El Dragón y las Bestias

En los capítulos 12 y 13 del Apocalipsis, San Juan nos presenta la visión de la batalla espiritual anticipada en el Génesis: entre la Mujer (el pueblo de Dios, la Iglesia, la Virgen María) y el gran Dragón (Satanás, los demonios) con sus aliados:

La Bestia del mar busca destruir al hombre como creación de Dios. Representa a todos los poderes o imperios anti divinos. 

Podría referirse a la corrupción política/social/económica, cuyos representantes son: Comunismo, Marxismo, Masonería, Materialismo, Capitalismo, Globalización, que tratan de destruir/aplastar a los cristianos.
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La Bestia de la tierra busca, por un lado, instrumentalizar, falsificar y desfigurar a Cristo y negar su divinidad; y por otro, descomponer la Iglesia, causando confusión y división con falsas doctrinas, ideologías y gnosticismos

Podría referirse a la corrupción ideológica, cuyos representantes son: Nueva EraGnosticismo, Paganismo, Laicismo, Feminismo, Ideología de género, Espiritismo, Brujería, Eutanasia, Aborto, etc.  que tratan de competir/imitar con el cristianismo
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Estas imágenes de las Bestias son representaciones del poder satánico contra Cristo y su Iglesia, es decir, del Anticristo. Intentan provocar un tránsito hábil, consistente y agresivamente elaborado, mediante un contubernio diabólico y corrupto a todos los niveles, hacia una desfiguración de Cristo y de María.

La Prostituta
El capítulo 17 describe otra espeluznante visión: la Gran Babilonia, madre de todas las prostitutas y de los abominables ídolos de todo el mundo. Personifica a todo lo contrario a la Virgen María. 

Podría referirse a la corrupción religiosa, cuyos representantes son: Iglesia apóstata (teología de la liberación, sincretismo católico, etc.),Protestantismo, Islam, Sectas, etc.
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Así, mientras por un lado, está la Mujer Vestida de Sol, que es la Virgen María, la Iglesia, la Embarazada que da a luz; por el otro, está la gran Babilonia, que es la "Anti-María", la "anti-Iglesia" que seduce a las naciones con su falsa belleza exterior y ofrece placer en lugar de amor. 

El Diablo no actúa directamente sino que trata de imitar a Dios, utilizando diferentes instrumentos y signos distintivos de la ‘Antimaría’ (rabia, indignación, vulgaridad y orgullo) con el objetivo de anular y corromper los grandes dones de la mujer (sabiduría, prudencia, paciencia, serenidad y humildad). Pero, como nos muestra el evangelio, no tendrá éxito: "El poder del infierno no la derrotará" (Mt 16,18).

El demonio sólo puede hacer imitaciones deformadas. Satanás es un "fake", un burdo imitador que trata, vana  y grotescamente, de plagiar a Dios. Y sabe que ha sido derrotado desde el principio.

sábado, 10 de septiembre de 2022

CAER EN LA COMODIDAD ESPIRITUAL


"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, 
y yo os aliviaré"
(Mt 11,28)

Vivimos en una sociedad egoísta y hedonista que nos "vende" continuamente la necesidad de buscar el bienestar y la comodidad a través del placer, como sinónimo de felicidad.

Y nosotros, en la búsqueda de esa falsa "felicidad", caemos en la tentación de aferrarnos a nuestras conveniencias y complacencias, a todo aquello que nos da placer y seguridad, a todo lo que nos resulta fácil o nos hace sentir bien... y terminamos aburguesándonos, acomodándonos. También, espiritualmente.

Para ser un verdadero cristiano, no es suficiente con "hacer" lo que hago en un ambiente favorable, como puede ser acudir a una iglesia, ser parte de una peregrinación o servir en un retiro espiritual. Eso puede hacerme caer en la comodidad y en la rutina si no tengo el enfoque correcto. 

Ser cristiano en un ambiente favorable y seguro es muy fácil, no requiere de mucho esfuerzo. Pero hace falta valor y coraje para hacerlo en el resto de ambientes. Hace falta mucha confianza y fe para dejar todo lo que me conforta, todo lo que me agrada, todo lo que me produce bienestar... y seguir a Cristo de verdad.

El mensaje cristiano es muy claro"Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24). Dios me llama a salir de mis comodidades, a dejar mis zonas de confort y a seguirlo, como hicieron patriarcas, profetas y apóstoles. Pero, además, me promete que "me aliviará" (Mt 11,28).

Seguir a Cristo es una decisión individual y libre que nadie puede tomar por mí. Decir "Maestro, te seguiré adonde vayas" (Mt 8,19) no es una frase hecha para quedar bien o ser "políticamente correcto". Supone compromiso, esfuerzo y negación de mí mismo pero, sobre todo, obediencia, humildad y confianza en Dios. 

Todo lo que vale la pena requiere trabajo, riesgo y sacrificio. A veces, supone dejar confort y tranquilidad, o incluso, amigos y familia. Por eso, cuando me acomodo en mi vida cristiana, cuando me convierto en un cristiano "complaciente", no dejo de pensar que algo va mal, que algo falla. 
Y es que no soy capaz de imaginarme a Jesús buscando seguridad y complacencia. No veo a Cristo cediendo a las comodidades que le ofrecía Satanás en el desierto. No le veo cediendo a una vida tranquila en su pueblo natal y acomodado con sus santos padres o con su grupo de los Doce. No le veo evitando los riesgos de enfrentarse a aquellos que le querían muerto ni huyendo de la Cruz.

Por eso, necesito estar alerta y muy atento a las tentaciones de bienestar y seguridad con las que el Enemigo busca alejarme de Dios. 

Necesito discernir que ser cristiano no es buscar amigos ni "grupos estufa" donde estar calentito y a gusto, ni acomodarme a un estilo de vida cristiana "de mínimos"

Necesito meditar que ir a misa, asistir a reuniones de grupo o servir en un retiro puede convertirse en una "rutina cristiana" de ritos y costumbres si no los vivo con un corazón apasionado

Y es que la rutina...oxida, corroe y mata. 

Entonces ¿Qué hacer?

Se me ocurren tres cosas que pueden ayudarme a discernir el significado de ser cristiano y evitar que la rutina "oxide" mi fe y "corroa" mi pasión:

Conocer más Dios. Hablo de formarme, de saber más de Dios, de conocer lo que el Señor quiere de mí, de profundizar en su palabra y en su iglesia. Porque conociendo más a Dios, puedo y quiero estar más con Él.

Estar más con Dios. Hablo de oración, de espacios de diálogo con Él, de adoración y de Eucaristía. Porque sabiendo dónde está, puedo y quiero establecer una relación más estrecha con Él y cumplir la misión que me ha encomendado.

Atender las necesidades de los demás. Hablo de servicio, de entrega, de procurar el bien de mi prójimo. Porque sirviendo a Dios, puedo y quiero servir a los demás como Él hizo, a quienes están necesitados de Dios. 

Sólo así conduciré mi vida por el camino cristiano que Dios me muestra. Sólo así cargaré mi cruz como mi Maestro. Sólo así moriré a mi egoísmo para alcanzar la gloria.


JHR

jueves, 8 de septiembre de 2022

EL NUEVO LENGUAJE, ENTRE ORWELL Y TOLKIEN

la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.
la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomático a la vez.
la crisis del lenguaje es una crisis ética. Cuando el lenguaje expresa y comunica, no estamos ni en la incomunicación ni en lo que llamaremos hipercomunicación, propia del solaz del fingimiento que posibilita la existencia en red, de la que Facebook, por caso, es un ejemplo paradigmático y sintomáti
"Pues está escrito: 
¡Por mi vida!, dice el Señor,
ante mí se doblará toda rodilla,
y toda lengua alabará a Dios"
(Rom 14,11)

La crisis moral, de valores y creencias que vive esta sociedad orwelliana, que manipula la información, que vigila nuestros actos en los medios y que reprime nuestras libertades a base de prohibiciones y decretos, se ha trasladado también al lenguaje. 

Las palabras y las frases han perdido su dimensión semántica, sintáctica y morfológica, vaciando su significación para convertirse en "poses fingidas", estereotipos, eufemismos, clichés y tópicos que se pronuncian sin pudor, sin expresión y sin sentido, transformando el lenguaje en "puro ruido"

Decía san Agustín que "las palabras son signos que se caracterizan por referirse a cosas con una cierta intención" (De Magistro 7,20), y que, además, están reguladas por unas normas lingüísticas. Sin embargo, hoy esas normas se ignoran a propósito con una cierta intención: manipular ideológicamente.

Los Ministerios del Estado "globalista" llamado ONU, que Orwell en su distópica novela 1984llamaba Oceanía, se han puesto en marcha: 
  • el Ministerio del Amor, se encarga de adoctrinarnos y reeducarnos para que sigamos el "pensamiento único"
  • el Ministerio de la Paz, se encarga de que estemos en continuo conflicto unos con otros, de forma que "divide y vencerás"
  • el Ministerio de la Abundancia, se encarga de planificar nuestra economía diciéndonos qué, cómo, cuánto y a quien debemos consumir, empobreciéndonos cada día más
  • el Ministerio de la Verdad,  se encarga de controlar los medios y las redes sociales, con el objetivo de establecer una "versión oficial" de cómo son las cosas.
El Enemigo de Dios y del hombre se ha dado cuenta que es preferible "deconstruir" la sociedad que "destruirla". La diferencia estriba en que, mientras "destruir" implica demoler completamente, "deconstruir", supone un proceso de sutil desmantelamiento de las estructuras, mediante técnicas vanguardistas ("progres") para reutilizar sus elementos de forma selectiva e interesada. 

Y así ha ocurrido en los usos y costumbres, en los medios de comunicación, en las leyes, en la política, en la arquitectura, en la gastronomía y, también, en el lenguaje, a través de lo que Orwell llama "neolengua o nueva lengua".

El "Estado" ha ideologizado el lenguaje hasta el punto de convertirlo en una propaganda atea y anti divina que pretende abstraer las verdades absolutas, transformándolas en eufemismos y elementos artificiales, para dominar el pensamiento de sus ciudadanos.

Un "nuevo lenguaje" que es la mismísima esencia del "anillo único" de Tolkien: "Un Anillo para gobernarlos a todos. Un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos a las tinieblas". 

Un "anillo" que habla, que fascina, tienta y atrae a quien lo utiliza. Un anillo creado para "gobernarnos a todos".
"One Ring to rule them all, 
One Ring to find them, 
One Ring to bring them all, 
and in the darkness bind them"

Este neolenguaje o deconstrucción del lenguaje pone el énfasis en la apariencia, o sugiere, al menos, que su esencia se encuentra en lo superficial, en lo banal y que los conceptos, valores e ideales son relativos y dependen del estado de ánimo personal. 

Su consecuencia más obvia es el llamado "lenguaje inclusivo", una invención del "Estado" globalista  que, con la excusa de la lucha contra la discriminación, por la igualdad y la inclusión, pretende modificar el habla y el lenguaje, con el propósito de cambiar nuestra mentalidad y convertirnos a todos en ciudadanos unitarios, normalizados y sumisos que hablan de la misma manera y con el mismo propósito.
Sin embargo, el “lenguaje inclusivo” no genera en sí mismo una sociedad más igualitaria ni más justa ni más verdadera. Tan sólo un modo de hablar que a muchos nos parece, como mínimo, ridículo. Pero para quienes lo utilizan, se trata de un reconocimiento mutuo de integración y pertenencia a ese pensamiento único. Es decir, utilizándolo, saben quiénes son de los "suyos" y quiénes no, y por lo tanto, "dividen" y "señalan".

La deconstrucción del lenguaje (Jacques Derrida) no es sino  el empeño subjetivo, radical y relativista de visibilizar el anhelo nietzscheano de la emancipación plena del ser humano, que no es otro que el objetivo diabólico y nihilista de tergiversar la verdad, de confundir bien y mal, y, en definitiva, separar al hombre de Dios.
Es el intento de deslegitimar el valor del logos, la palabra hablada, elemento de suma importancia en nuestra civilización judeo-cristiana, y desvincular el concepto de "verdad", separando "significado" y "significante", transformando y descontextualizando el sentido de las palabras (y de las cosas).

Es la pretensión de la afirmación personal de los propios valores éticos y la refutación del origen metafísico de las cosas: la negación del ser, de sus principios, de sus propiedades y de sus causas primeras. En definitiva, es la negación de Dios y la afirmación del "superhombre" nietzscheano

Es el anhelo de un "alter realismo" ausente de normas, de estructura y de método que deriva en un individualismo social que se opone radicalmente a la conciencia personal y social, que no se conforma con la realidad tal cual es, sino que recela de ella y pretende cambiarla para emanciparse a una realidad todavía por venir. 

Es la refutación nihilista, relativista y dictatorial de toda creencia, de todo principio moral, religioso, político o social. La negación de la Verdad absoluta y la afirmación de valores irreales reconstruidos. 

Es la esperanza desesperada, la certeza incierta, la identidad indeterminada, consecuencia de una actitud de rebeldía que hunde al ser humano a la oscuridad más absoluta y le aleja de la luz divina y trascendente. 

Es la manifestación del impío, el misterio de la iniquidad, que san Pablo anunció a la Iglesia de Tesalónica, que ocurriría antes de la venida del Señor :

"Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción;
apenas se quite de en medio el que por el momento lo retiene,
entonces se manifestará el impío...
La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás,
con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos,
y con todo tipo de maldad para los que se pierden,
contra aquellos que no han aceptado 
el amor de la verdad que los habría salvado.
Por eso, Dios les manda un poder seductor, 
que los incita a creer la mentira;
así, todos los que no creyeron en la verdad 
y aprobaron la injusticia,
recibirán sentencia condenatoria"
(2 Tes 2,7-12)