¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

domingo, 19 de septiembre de 2021

ÚLTIMO Y SERVIDOR DE TODOS

"Si uno quiere ser el primero, 
sea el último de todos 
y el servidor de todos"
(Marcos 9,35)

Vivimos en un mundo rebelde que promueve la lucha y la dominación, donde "uno" sale victorioso y el resto derrotados, donde "uno" es feliz y el resto infelices, donde  "uno" domina y el resto dominados, donde uno se "alza y ensalza" y el resto se "abaja".

Sufrimos una sociedad perversa que fomenta la competitividad y la disputa, donde se privilegia el éxito y el poder, "donde hay envidia y rivalidad, turbulencia y todo tipo de malas acciones" (Santiago 3,16), donde se descarta a los "perdedores" y se alaba a los "ganadores". 
En cambio, la sabiduría amorosa de Dios es "en primer lugar, intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera" (Santiago 3,16-17).

Jesús, la Sabiduría encarnada, sabiendo las luchas interiores y las pasiones desordenadas de cada uno, suscita a sus discípulos (a nosotros) el examen de conciencia, y nos hace su famosa pregunta retórica: "¿De qué discutíais por el camino?" (Marcos 9, 33), "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?" (Lucas 24,17), "¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros?" (Santiago 4,1).

Cristo, el divino Confesor, conoce siempre lo que alberga nuestro corazón...pero quiere que se lo confesemos nosotros...mientras nos mira con compasión y nos escucha con paciencia. 

Entonces, nos invita a la conversión y al cambio de mentalidad, a desprendernos de los criterios del mundo y a revestirnos de "la sabiduría que viene de lo alto", y nos "impone" la penitencia, pero no como un castigo sino como un consejo, como hace el Maestro al discípulo o el Padre al hijo"Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón(Mateo 11,29).

"Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos" (Marcos 9,35; Mateo 20,26). Jesús nos está predicando con el ejemplo. No dice que no debamos querer ser los primeros...ni condena nuestros deseos de superación, ni tampoco nuestras intenciones de poner a rendir los talentos que nos ha dado
Más bien, nos alienta y nos anima a ello...pero de una forma completamente diferente a la del mundo: no a costa de los demás, sino a favor de los demásJesús, con su ejemplo, nos exhorta a vivir no desde la soberbia, sino desde la humildad; no desde el egoísmo, sino desde el altruismo; no desde el "recibir" sino desde el "dar".

La pedagogía divina de Cristo nos enseña que "los primeros puestos" dentro de Su Iglesia, no son de poder o dominación, sino de servicio y entrega, y nos invita a purificar la motivación de buscar esos primeros puestos y vivir nuestra vocación cristiana como cumplimiento de la voluntad de Dios.

viernes, 17 de septiembre de 2021

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA: LA "NUEVA" LEY Y SU JUSTICIA


"Os digo que si vuestra justicia no es mayor 
que la de los escribas y fariseos, 
no entraréis en el reino de los cielos" 
(Mateo 5,20)

Me sigue sorprendiendo que algunos católicos interpreten erróneamente el Nuevo Testamento en detrimento del Antiguuo. Precisamente, el tema central del Evangelio de Mateo (y también de los de Marcos, Lucas y Juan) es afirmar que Jesús es el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y por tanto, el Mesías esperado. 

En el capítulo cinco de Mateo, que hoy reflexionamos, el evangelista presenta el comienzo de la predicación de Jesús con el Sermón de la Montaña, que representa la carta magna de la libertad cristiana en la que se expone la justicia del reino de Dios, es decir, la voluntad de Dios, el propósito único y pleno de la Ley o "Torah". Cristo une y da plenitud a la Justicia del Antiguo Testamento con la Misericordia del Nuevo.

El Señor, lejos de abolir la "Ley y los Profetas", viene a darle cumplimiento y plenitud (Mateo 5,17), explicando a través del "Evangelio" su sentido más profundo: Jesucristo es el cumplimiento de la historia de la salvación del Antiguo Testamento, la Nueva Alianza (Isaías 42,6) y la Nueva Ley. 

Por tanto, existe discontinuidad entre Torah y Evangelio, pero no ruptura: el vino nuevo requiere odres nuevos. El "vino nuevo" es Jesucristo y "los odres nuevos" son la radicalidad y plenitud del amor. 

Sin comprender a Jesús como el Mesías prometido, como el cumplimiento de "la Ley y los Profetas" es imposible integrar Torah Evangelio. Por eso, Cristo nos pide ir más allá de la letra de la Ley (odres viejos) y ver perfectamente cumplidos los mandamientos de Dios y modeladas las Bienaventuranzas en su divina persona.
Las Bienaventuranzas 

Las Bienaventuranzas son las bendiciones prometidas en los pactos de Dios de la antigüedad con el pueblo de Israel (con Noé, Abraham, Moisés y David) pero con una dimensión plena, universal y eterna: La “Tierra Prometida” es el Reino de los Cielos, abierto a todos los hombres.

Las Bienaventuranzas son las bendiciones de la filiación divina y la vida divina, reveladas por el amado y perfecto Hijo de Dios, y ofrecidas a cada uno de nosotros, a quienes nos enseña a invocar a Dios como “Padre Nuestro” (Mateo 6,9). De hecho, Mateo utiliza  17 veces la palabra “Padre” en los capítulos cinco, seis y siete de su evangelio. 

Las Bienaventuranzas, según algunos padres de la Iglesia, se corresponden con los siete dones del Espíritu (Isaías 11,2-3), con las siete peticiones del “Padre Nuestro” (Mateo 6,9-13), con los siete “ayesque Jesús dirige a los escribas y fariseos (Mateo 23,13-36) y con la misión mesiánica profetizada en el Antiguo Testamento (Isaías 61,1-11). 

Las Antítesis

En el versículo 20, Jesús advierte que la entrada al Reino de los Cielos requiere una justicia mayor que el "legalismo" de los escribas y fariseos, es decir, un concepto más pleno y profundo de los mandamientos dados por Dios a Moisés.

A partir del versículo 21, Jesús comienza a explicar la Ley de Dios con su pedagogia divina mediante "antítesis" que comienzan y terminan con la misma fórmula "Habéis oído que se dijo..." y "Pero yo os digo...":

1ª antítesis (vs. 21-26). Mansedumbre. Para un cristiano, "matar" no sólo significa "asesinar" sino también guardar rencor, demostrar ira, criticar, juzgar o insultar al prójimo.

2ª antítesis (vs. 27-30). Pureza. Para un cristiano, "cometer adulterio" no es sólo el acto y el signo exterior de la voluntad sino también el deseo y el signo interior del corazón.

3ª antítesis (vs. 31-32). Justicia. Para un cristiano, "divorciarse" no forma parte del propósito inicial de Dios. La indisolubilidad del matrimonio es un derecho de igualdad para los dos conyuges.

4ª antítesis (vs. 33-37). Verdad. Para un cristiano, "jurar en falso", o simplemente, "jurar" supone no cumplir lo prometido, mentir, engañar, faltar a la vedad, no ser digno de confianza.

5ª antítesis (vs. 38-42). Generosidad. Para un cristiano, el "ojo por ojo y diente por diente” (la ley del talión o venganza) no es un derecho ni una reclamación ante ningún agravio o afrenta. Esta antítesis sugiere una posible razón de que no aparezca el “no robarás” como la antítesis que falta para que sean "siete".

6ª antítesis (vs. 43-48). Amor. Para un cristiano, "amar a Dios y al prójimo" implica también "amar a los enemigos". Esta es la plenitud y el cumplimiento de la Ley, la perfección, la santidad.

Las antítesis de Mateo guardan una estrecha relación con la perícopa del joven rico narrada en los tres sinópticos (Mateo 19, 16-21; Marcos 10, 17-27; Lucas 18 18-27), quien dice cumplir los mandamientos fundamentales de la Ley o "Torah", pero a quien Jesús le pide ir más allá, a "dejarlo todo y seguirlo" (Mateo 19,21).

Los Mandamientos

La observancia de los mandamientos es indispensable y básica para la convivencia en comunidad, aunque no suficiente para alcanzar la "vida eterna". 

Jesús "rompe esquemas y sacude mentalidades", nos pide ir más allá de la "letra", del "cumplimiento" de la Ley, para mostrarnos, no sólo cómo debemos vivir, sino además, qué debemos hacer, o mejor dicho, cómo debemos ser"perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48). 

Mateo es el único de los sinópticos que añade al final, como la culminación de los preceptos precedentes, la última "antitesis": "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" (Levítico 19, 18), "pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mateo 5,43-44)

La Ley suprema del amor es una moción interior, sin duda suscitada por el Espíritu Santo, por la que los cristianos no cumplimos normas y reglas por obligación sino que nos ofrecemos y entregamos libre y voluntariamente a los demás.

Eso es exactamente lo que el Señor hizo en la Cruz: entregarse libre y voluntariamente a la voluntad de Dios, amar hasta el extremo a sus enemigos y pedir al Padre la misericordia divina para que los perdonara (Lucas 23,34). 

Cristo es la perfección del amor, es decir, la plenitud y el cumplimiento de la voluntad de Dios"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Los "amigos", los "discípulos", los "hermanos" de Cristo, "la nueva familia de Dios" son todos aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios (Mateo 12,50; Marcos 3,31-35; Lucas 8,19-21), es decir, aquellos que aman a Dios Padre y a sus hermanos.
En conclusión, el Sermón de la Montaña nos propone:

los Mandamientos, que constituyen y establecen las normas y leyes morales (que no legalismos) necesarias para la buena convivencia en comunidad.

- las Bienaventuranzas, que dibujan el perfil del verdadero cristiano necesario para la salvación y el acceso al Reino de los Cielos.

- las Antítesis, que esbozan un modo revolucionario de "ser" del cristiano ("luz del mundo" y "sal de la tierra"), que manifiesta con sus obras la justicia y la misericordia de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento como un "todo"), y que forma una nueva y santa familia (la familia de Dios).

jueves, 16 de septiembre de 2021

LA IGLESIA DEBERÍA...

"Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, 
porque estaban extenuadas y abandonadas, 
'como ovejas que no tienen pastor'. 
Entonces dice a sus discípulos: '
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies 
que mande trabajadores a su mies'" 
(Mateo 9,36-38)

Sin duda, una de las mayores y graves preocupaciones actuales de la Iglesia es la falta de vocaciones religiosas, tanto al sacerdocio como a la vida consagrada. Y la pregunta inmediata es ¿cómo hemos llegado a esto?

Basta con "echar un vistazo" a nuestro alrededor. La falta de vocaciones es una consecuencia directa de la secularización y descristianización del mundo, en general y de nuestra sociedad occidental, en particular. El hombre, al negar y alejarse de Dios, queda abandonado como "oveja sin pastor".

Esta "negación", o cómo mínimo, este "alejamiento" de Dios ha provocado además la consiguiente disminución de fieles en las parroquias, es decir, la ausencia de "comunidades vivas" que puedan suscitar vocaciones.

¿Cómo pueden las comunidades suscitar vocaciones?
 
No se trata tanto de "importar" sacerdotes de otros continentes o de "asumir" consagrados de otros lugares. Tampoco de formar y adiestrar "aceleradamente" diáconos permanentes que "echen un cable" dentro del orden sacerdotal. Esas... no son soluciones definitivas, son respuestas humanas del todo insuficientes. 

La Sagrada Escritura nos da la pauta para que se susciten vocaciones, mostrándonos el ejemplo de la Iglesía del primer siglo: "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hechos 2,42).

Lo primero y más importante es... rezar. En el mundo falta oración. Y en la Iglesia, quizás, también. San Pablo nos exhorta: "Sed constantes en orar" (1 Tesalonicenses 5,17). La Iglesia debería rezar más constantemente...para ser esa Esposa que ruega al Esposo que "envíe trabajadores a su mies" porque "las muchedumbres están extenuadas y abandonadas"... para ser la Servidora que le insiste al Señor "No tienen vino".
Lo segundo es salir. En el mundo falta acción. La Iglesia no puede quedarse de "brazos cruzados"...esperando...porque muchos están cansados y perdidos en la oscuridad y no conocen el camino. La Iglesia debería salir a buscar a sus hijos pródigos, para ser esa Madre con los brazos abiertos y el corazón dispuesto a amarlos. 
Lo tercero es acoger. En el mundo falta aceptación. Vivimos una "cultura del descarte" en la que se conceptúa a las personas como objetos que se desechan. La Iglesia debería acoger a todos en la comunidad. Y la mejor forma de hacerlo es atendiendo las necesidades de las personas: las materiales, a través de la caridad; y las espirituales, a través de los sacramentos y la dirección espiritual.
¿De qué sirve que una Madre rece y salga a buscar si, luego, en casa no atiende a sus hijos? ¿De qué sirve que una Madre reciba a "los pequeños, a los huérfanos y a las viudas" si luego no les presenta al Padre?

¿Cómo van a escuchar la llamada de Dios si no le conocen? 

Jesús dio un mandato claro e inequívoco a su Iglesia: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,19-20). El Señor nos pide que le demos a conocer.

Lo cuarto es enseñarLa Iglesia debería enseñar. La Iglesia como Maestra y Doctora, no puede guardarse la Buena Noticia que Cristo le ha confiado. Debe comunicarla al mundo. Debe formar corazones para Cristo. Debe hacer discípulos. 
Los hombres de hoy no saben cómo encontrar a Dios ni cómo comunicarse con Él. Quizás ni tan siquiera crean en Él...Entonces ¿cómo van a escuchar la llamada de Dios si no creen en Él, si no le conocen, si no se comunican ni se relacionan con Él? ¿cómo van a amar a Quien no conocen? 

San Pablo se pregunta lo mismo: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿Cómo anunciarán si no los envían?" (Romanos 10,14-15).

¿Cómo enseñar a relacionarse con Dios? 

Primero, suscitando la necesidad de rezar. Desde que nace, el hombre es un ser "necesitado". Su primera y principal necesidad, es la necesidad de Dios, de hablar con Él, de comunicarse con Él. 

Ese anhelo de establecer una relación con su Padre y Creador, aunque impreso en su corazón, a veces le es desconocido o extraño, porque nadie se lo ha mostrado, porque nadie se lo ha enseñado. 

Después, originando el hábito de rezar. Dado que el hombre también es un ser "de costumbres", necesita disponer de su tiempo y espacio para realizar las actividades que necesita. Necesita "habituarse" a la oración. Y para ello, necesita buscar el momento y lugar adecuados para hacerlo.

¿Dónde enseñar a rezar? 

El primer ámbito de intimidad con Dios es la "Iglesia familiar". Si no enseñamos a rezar en casa a nuestros hijos ¿cómo van a conocer a Dios? Y si no le conocen ¿cómo van a amarle? Y si no le aman ¿cómo van a servirle?

El segundo ámbito de contacto con Dios es la "Iglesia docente". Si no enseñamos a rezar en nuestros colegios a nuestros hijos ¿cómo van a seguirlo? Si no les enseñamos a adoptar hábitos de oración y a perseverar en la fe ¿cómo van a vencer las tentaciones materialistas del mundo?

El tercer ámbito de encuentro con Dios es la "Iglesia comunitaria". Si no llevamos a nuestros hijos a misa ¿cómo van a experimentar su amor? Si no les enseñamos a buscar a Dios ¿cómo van a encontrarse con Él?  Y si no les formamos ¿cómo van a saber de Él?

Por tanto, la Iglesia debería... todos deberíamos... 

"Estar siempre en oración y súplica, 
orando en toda ocasión en el Espíritu, 
velando juntos con constancia, 
y suplicando por todos los santos" 
(Efesios 6,18)

jueves, 9 de septiembre de 2021

¿ERES TÚ, SEÑOR?

"¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!"
(Mateo 14,27)

Mi vida interior, en el silencio, la paz y la serenidad del alma, es una continua búsqueda y contemplación en la que mi corazón anhela el encuentro íntimo con el Amado. 

Por el contrario, mi vida exterior, en el ruido, la decepción y la desesperanza se convierte en la pérdida de vista del Resucitado en la que mis ojos son incapaces de reconocerlo aunque camine a mi lado.

¿Eres Tú, Señor? Pregunto con insistencia, cuando me sobreviene la oscuridad y la prueba. 

¿Eres tú, Señor? Ruego con recogimiento, cuando el trajín cotidiano no me deja vislumbrar el amanecer en el horizonte. 

¿Eres Tú, Señor? Demando con humildad, cuando mis seguridades humanas se desmoronan y siento que caigo en la profundidad del abismo.
Es la Contemplación, esa actitud de entrega que me orienta, me dispone y me prepara a su visión. 

Es la Fe, esa caja de resonancia que responde a mi pregunta y que revela Su presencia en mi camino. 

Es la Providencia, esa alternancia de períodos de consolación y desolación, que me confirma sutil e interiormente que voy por buen camino. 

Es Cristo, que se acerca a mí y me susurra silenciosamente al oído lo que ha prometido; que me ofrece, con gran discreción y reserva, a través de un sutil velo, una visión mística e intuitiva de su esencia, auténtico anticipo y primicia del cielo. 

Es el Ángel del Señor, que me transporta y me "arrebata en espíritu" como al discípulo amado hacia la liturgia celeste, en un estado intermedio entre la fe y la visión absoluta de Dios,  que me permite asomarme para ver la preparación de la fiesta de bodas.
Pura gracia y puro don. No hay méritos propios ni derechos adquiridos por mí en ello. Una gracia que despierta en mí una irresistible fascinación por acercarme más y más al Señor. Un don que siembra en mí un incontenible ansía a dirigir mi mirada directamente al Salvador y a permanecer junto Él...porque "nada podrá separarme del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, mi Señor" (Romanos 8,39).

¡Eres Tú, Señor! Aseguro, como los dos de Emaús, mientras arde mi corazón y le reconozco en la Eucaristía. 

¡Eres Tú, Señor! Afirmo, como la flor que se abre a la luz del sol y al agua de la lluvia, mientras le veo palpitar en esa urna de cristal. 

¡Eres Tú, Señor! Atestiguo, como María Magdalena en el sepulcro y como Tomás en el aposento alto, que es verdad... que has resucitado y vives.
Esta es mi certeza: que el plan de Dios sale de lo profundo de su corazón, se hace presente en el tiempo y en el espacio, y tras cumplirse, vuelve al Padre. Cristo, parte del amor del Padre, se encarna y viene a mí por el Espíritu, para finalmente, retornar al Padre, llevándome con Él, a mi verdadero hogar. 

Este es mi anhelo de trascendencia: que el sufrimiento, el dolor y la muerte no tienen la última palabra; que el Padre amoroso espera la llegada del hijo pródigo a su casa celestial (Lucas 15,11-32); donde se encuentra la auténtica bienaventuranza, la verdadera dicha: donde no hay reproche ni condena; donde soy perdonado, acogido y abrazado por su misericordia; donde soy restituido, dignificado y vestido como hijo amado e invitado a entrar en la fiesta.

¡Eres Tú, Señor!...¡En verdad has resucitado!

martes, 7 de septiembre de 2021

DIOS... NI SIQUIERA ES UNA OPCIÓN

"No temas, porque yo estoy contigo; 
no te angusties, porque yo soy tu Dios. 
Te fortalezco, te auxilio, 
te sostengo con mi diestra victoriosa"
(Isaías 41, 10)

El mundo actual nos ofrece un gran abanico de falsas alternativas al plan divino que, unificadas en una ideología relativista, materialista y globalista, se concretan en un pensamiento único y autoritario que afirma, no tanto que Dios sea una opción irrelevante para el hombre, sino que es una idea totalmente desechable.

El hombre de hoy, como el de ayer, ha sucumbido a las mentiras de la serpiente antigua (Apocalipsis 12,9). Ha negado y expulsado a Dios de su "Edén artificial", construido como venganza a las consecuencias ocasionadas por el pecado de nuestros primeros padres. Y engañado y manipulado, ha dado cumplimiento a las palabras de Dios: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Génesis 3,15).

Como consecuencia de este insistente "Non serviam", nuestra sociedad se ha convertido en un territorio hostil, en un entorno adverso, en un ambiente antagónico para los cristianosLa idea de Dios ha pasado de ser un concepto "excéntrico, caduco y privado", a ser considerada como una doctrina malvada y perniciosa para el hombre "racional". El bien se convierte en mal y viceversa.

Nadie está dispuesto a que le digan lo que está mal ni cómo vivir sus vidas. Es más, ni siquiera consiente el "silencio" aletargado de los cristianos tibios de nuestro siglo ante su perversidad. El pecado no existe...el sufrimiento no está permitido. Y por tanto, vivir de una forma diferente a la suya es considerada como una afrenta, como un ataque frontal a su identidad deformada.

Un nuevo "credo", con tres grandes estándares, "Diversidad, Equidad e Inclusión" (que actualizan a los de "Libertad, Igualdad y Fraternidad"), ha perpetrado y organizado un cúmulo de códigos "reinicializados", lenguajes "inclusivos", contenidos "sensibles" y dogmas "indiscutibles" (ideología de género, transhumanismo, cientificismo, ecologismo, animalismo, eugenesia, eutanasia, abortismo, feminismo, darwinismo social...) que no permiten la duda o la discrepancia...y no digamos ya, la oposición declarada.
La "Gran Babilonia", anunciada en Apocalipsis 17 y 18, con su opulencia y magnificencia a lomos de la bestia escarlata, "ha embriagado a los reyes de la tierra con el vino de su prostitución...y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con el poder de su opulencia", es decir, con su propaganda perversa, fermento de su ideologia antidivina y de su doctrina materialista. 

La "Gran Ramera", con sus "maquillajes y pinturas", con sus apariencias y fachadas globalistas, ha fascinado costumbres y mentalidades, instituciones y medios, tradiciones y leyes

La "Gran Prostituta", con sus "joyas y riquezas", con sus vanidades y orgullos individualistas, ha corrompido poderes económicos, sociales y políticos.  

La "Madre de las prostitutas", con su "copa de oro rebosante de abominaciones y blasfemias", con sus mentiras y falsedades relativistas, ha seducido la cultura, la educación y la sociedad en general, y ha enarbolado la bandera de una libertad falsainicua y atea: "hacer (todos incluidos) lo que os de la gana". 

La "Gran Mentira", con su falaz idolatría y vergonzante apostasía, quiere hacernos creer que Dios no existe, que estamos solos y equivocados, mientras nos conduce inexorablemente a la transformación de la libertad del bien por el totalitarismo del mal y, por tanto, a la destrucción del "hombre amado por su Creador". 

El "Gran Reseteo" o "Gran Reinicio", con su consigna de un Nuevo Orden Mundial, quiere intimidarnos y arrinconarnos, mientras nos encamina irremediablemente a la deconstrucción del modelo amoroso de Dios para sustituirlo por el modelo destructivo de Satanás.
La opción de la "Bestia del mar" es una dogmática incuestionable y obligatoria, que desnaturaliza y endiosa al hombre, y que minimiza y "crucifica" a Dios. 

Es un pensamiento radical y fundamentalista, un ideario repensado y reinicializado, cuyas dimámicas principales son el miedo y la amenaza, la mentira y el engaño, la verguenza y la culpabilidad, el señalamiento y la discriminación, la beligerancia y el hostigamiento, la muerte y el caos... en definitiva, todas ellas... armas del Enemigo.

Estamos en guerra...¡queramos o no! Inmersos en una confrontación en la que, si para Dios no es posible que seamos neutrales porque "Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro" (Lucas 16,13), para el Diablo, que pretende ser una burda imitación de Dios, tampoco, "O estás con él o contra él". 

Estamos en conflicto...¡queramos o no! Sumidos en una batalla espiritual en la que, si para un cristiano, el bien impide cualquier posibilidad de ser indiferente ante el mal"No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien" (Romanos 12, 21)para un anticristiano, el mal niega toda oportunidad de ser compasivo con el bien.

Mientras que para el mundo, Dios...ni siquiera es una opción, para los cristianos es mucho más que una alternativa...es una necesidad. Una necesidad de amarlo y adorarlo, de buscarlo y seguirlo, de escucharlo y proclamarlo. Por eso, los cristianos "No podemos menos de contar lo que hemos visto y oído" (Hechos 4,20).

Edmund Burke, pensador y escritor irlandés decía que "Para que triunfe el mal, basta con que los hombres de bien no hagan nada", o dicho de otro modo: "El mal vence porque el bien no actúa".

Pero ¡No!...¡No estamos solos! Dios nos alienta: "¡Ánimo, sé valiente!......No tengas miedo ni te acobardes, que contigo está el Señor, tu Dios, en cualquier cosa que emprendas" (Josué 1,6 y 9). Jesús está con nosotros"Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,20).
Por eso, ¡no!...los cristianos no podemos ni debemos callar. No podemos ni debemos dejar de actuar. No podemos ni debemos mirar para otro lado...como si no fuera con nosotros...porque tarde o temprano, las consecuencias de la propaganda nos "tocarán" de cerca y seguramente, terminen por aniquilar nuestra adormecida fe. 

Se trata de luchar con las armas espirituales que Dios nos proveé, con nuestra perseverancia y nuestra "resistencia activa"  contra la ideología perversa del Imperio y con la denuncia inequívoca de su destructiva propaganda...sabiendo con toda certeza que... ¡No estamos solos!

"Si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros?"
(Romanos 8,31)

sábado, 4 de septiembre de 2021

EL "PRIMER DÍA" DE NUESTRA SEMANA

"He visto al Señor.
Era verdad, ha resucitado el Señor"
(Juan 20,18; Lucas 24,34)

El último capítulo del evangelio de san Lucas narra, durante "el primer día de la semana", tres relatos de "apariciones" con el propósito de mostrarnos un testimonio veraz y una reflexión teológica de la Resurrección de Jesús, hecho central del cristianismo, y que concluye con su Ascensión a los cielos:

-la aparición de dos ángeles a las mujeres (Lucas 24, 1-12).
-la aparición de Jesús a los dos discípulos de Emaús (Lucas 24, 13-35).
-la aparición de Jesús a "los Once" y a la comunidad (Lucas 24, 36-49).

En cada uno de los tres relatos, el médico evangelista, acentúa la gran dificultad del hombre para creer y entender la noticia de la resurrección y, más aún, para reconocer y acoger al mismo resucitado. Tres momentos que van alternándose y superponiéndose mientras la acción llega a su desenlace final: la gloria de Jesucristo.

Perplejidad y angustia 

De la misma forma que Dios eligió a un ángel para anunciar el nacimiento de Jesús apareciéndose a unos humildes pastores (Lucas 2,8-15), ahora son dos ángeles los que testifican también Su resurrección, apareciéndose a unas humildes mujeres (seis en total, entre las que estaban María la Magdalena, María la de Cleofás -Tadeo o Alfeo-, María, la de Santiago -madre de Santiago y Juan-, y Juana la mujer de Cusa, administrador de Herodes). 

Los ángeles se sorprenden por la perplejidad y la angustia que muestran las mujeres al no encontrar el cuerpo de Jesús y les preguntan: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado"...Y les recuerdan lo que Jesús les dijo en Galilea: "El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de hombres pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar" (Lucas 24,6-7).
Las mujeres, al escuchar de boca de los ángeles de Dios el cumplimiento de Su Promesa y la evidencia de la resurrección de Jesús, recuerdan las palabras de su Señor pero no son capaces de entender. Tan sólo corren a contar lo ocurrido, a anunciar la noticia a los Once y a los demás discípulos que estaban con ellos.

Como aquellas mujeres, nosotros, humildes pero perplejos y angustiados, buscamos a Jesús entre las cosas muertas, es decir, en los formalismos, en las normas, en los métodos y en los esfuerzos humanos...pero Él no está ahí. Le buscamos y no le vemos. Incluso, anunciamos su resurrección a otros, pero no entendemos. 

Decepción y frustración

Pedro y Juan corren hacia el sepulcro para ver con sus propios ojos lo que las mujeres les han contado (Juan 20-3-8). María Magdalena les acompaña pero permanece en un plano secundario. Pedro, impetuoso, entra en el sepulcro y Juan, tímido, desde fuera, mira. No ven a Jesús. Tan sólo ven los signos de Su muerte: los lienzos, las vendas y el sudario que envolvieron su santo cuerpo sin vida... pero con un detalle significativo: están perfectamente colocados y ordenados (Juan 20,6-7). Juan cree y Pedro se asombra. Por fin, entienden la Escritura y se vuelven a casa.
Los discípulos escuchan a las mujeres y las toman por locas. Creen que deliran y no las toman en consideración. Tampoco creen a Pedro y a Juan. Dudan de que la resurrección sea verdad. Están frustrados, decepcionados y desilusionados. Todo ha terminado... Aquel hombre extraordinario al que han seguido durante varios años, ha muerto, y con su muerte, todas sus expectativas. Y dos de ellos se vuelven abatidos, caminando a su aldea, a su cotidianeidad.

Como los discípulos, nosotros, recelosos y desconfiados, ponemos en duda que Cristo viva, nos lo diga quien nos los diga. No ponemos en valor el significado de nuestra fe: la resurrección. Nos encontranos ante una encrucijada, ante una elección: ir a buscar a Jesús y verlo con nuestros propios ojos (¡Ven y verás!) o volvernos a nuestra vida cotidiana y olvidarnos de Él.

Encuentro y asombro

"Aquel mismo día", de regreso a Emaús, los dos discípulos conversan y discuten. De pronto, Alguien se les une en el camino. Un misterioso viajero les pregunta de qué hablan y parece no saber nada de lo que ha ocurrido. Es Jesús resucitado que escucha cómo la tristeza de los discípulos por la pérdida, no les permite reconocerlo. Ellos "esperaban"...pero ¿qué esperaban?
Volvemos a Jerusalén. María Magdalena llora frente al sepulcro, porque no sabe lo que ha ocurrido ni quién se ha llevado a su Señor. De pronto, Alguien aparece a su lado y le pregunta qué le pasa y a quién busca. Es Jesús resucitado, pero la misma tristeza de María por la pérdida, tampoco le permite reconocerlo. Ella "buscaba"...pero ¿dónde buscaba?

En el sepulcro, Jesús llama a María por su nombre y ésta le reconoce. Pero Jesús le dice que no le retenga sino que vaya a anunciar a la comunidad de sus discípulos que vuelve al cielo, junto al Padre.
En el camino, Jesús les explica a los discípulos todo lo que las Escrituras hablan de Él. Es la liturgia de la Palabra con la que Cristo se hace escuchar y que da paso a la liturgia de la Eucaristía, donde finalmente  hace reconocer su presencia, al partir el pan.
Tras "abrir los ojos", tanto María como los dos de Emaús vuelven a Jerusalén a contar lo sucedido, a anunciarles a todos que Jesucristo ha resucitado. En ese transcurso de tiempo entre el sepulcro y el camino, ha anochecido. Los Apóstoles y el resto de los discipulos están encerrados por miedo a los judíos. 

Entonces, Jesús se aparece a toda la comunidad y les muestra sus llagas para certificar que es Él. Atónitos y aterrados, pensando que ven a un fantasma, no terminan de creer. Jesús les dice que la Escritura, desde el principio hasta el final, se ha cumplido en Él, y entonces, se llenan de entendimiento y de discernimiento. Les entrega el Espíritu Santo, y entonces, se llenan de paz y de fe. Les lleva a Betania, los bendice y asciende al cielo, y entonces, se llenan de alegría y de gozo. 
Nosotros también caminamos con esas mismas limitaciones, dudas y temores de los cristianos del primer siglo. Anclados en nuestras preocupaciones y expectativas, en nuestras pérdidas y sufrimientos cotidianos, en nuestros anhelos y deseos, tampoco somos capaces de ver y entender, de reconocer y creer a Jesucristo. Entonces nos preguntamos ¿Qué espero? y ¿Dónde busco?

Por eso, el Señor se nos aparece de forma individual y comunitaria, inaugurando el primer día de nuestra semana, el primer día de nuestra nueva vida, en el que nos bendice y nos entrega la promesa del Padre, el Espíritu Santo, para que veamos su gloria. 

Sólo entonces, con la gracia y la bendición de Dios, nuestros ojos se "abren", nuestras manos "tocan" y nuestro corazón "arde". 

Sólo entonces, dejamos de estar turbados y temerosos para ser dichosos y bienaventurados.

Sólo entonces, somos capaces de gozar de la alegría de la resurrección y de testimoniar con valentía la gloria de Jesucristo. 

Sólo entonces, somos capaces de adorarlo y de amarlo.

Ante la pérdida, escuchemos al Cristo. Ante el desánimo, miremos al Resucitado. Ante el temor, reconozcamos al Hijo de Dios.  

Esta es la certeza de nuestra esperanza y de nuestra fe:

JHR

miércoles, 1 de septiembre de 2021

UNA IGLESIA DESFIGURADA

"Si vuelves, te dejaré volver, 
y así estarás a mi servicio; 
si separas la escoria del metal, 
yo hablaré por tu boca. 
Ellos volverán a ti,
pero tú no vuelvas a ellos. 
Haré de ti frente al pueblo 
muralla de bronce inexpugnable:
lucharán contra ti, 
 pero no te podrán, 
porque yo estoy contigo 
para librarte y salvarte" 
(Jeremías 15,19-20)

"Es triste decirlo, pero mientras Jesús duerme en la barca y se desata la tempestad, la Iglesia ha olvidado su identidad y se ha desfigurado. Su rostro divino se ha vuelto borroso por la oscuridad mundana que se ha apoderado de algunos de sus templos"

Son duras y amargas palabras pronunciadas por Benedicto XVI a principios de 2013, poco antes de su renuncia a la Cátedra de San Pedro, que corroboran las de Pablo VI a principios de 1972 (inéditas hasta 2018) y que se refierían a cómo el "humo de Satanás se ha colado por alguna rendija en el templo de Dios", llenándolo de dudas e incertidumbres, individualismos y rivalidades, confrontaciones y divisiones...

La Iglesia, desde su institución y como su fundador Jesucristo, ha sido perseguida, hostigada y atacada"¡Cuánta guerra me han hecho desde mi juventud, pero no pudieron conmigo!...porque el Señor, que es justo, rompió las coyundas de los malvado (Salmo 128,2 y 4), pero sobre todo, ha sido violentada y traicionada desde dentro por muchos "intrusos", por muchos "Judas Iscariote". 
Es la vieja estrategia del Enemigo que, desde el Edén hasta nuestros días, ha buscado infiltrarse en la Casa de Dios con el propósito de destruirla. Sin embargo, el Señor nos advierte de este peligro interno en la revelación de San Juan, cuando escribe las siete cartas a las siete iglesias de Asia Menor (Apocalipsis 2 y 3).

La principal preocupación de Cristo en las cartas a su Iglesia de todos los tiempos es la perseverancia en la fe con el propósito de evitar su paganización y mundanización. Y así, los "siete ángeles", es decir, el Espíritu Santo, nos invita a realizar un profundo examen de conciencia, con el propósito de alcanzar una conversión auténtica, describiendo todas las posibilidades y circunstancias a las que la Iglesia se va a enfrentar, de forma comunitaria y particular, a lo largo de su historia, hasta el regreso del Señor.
A pesar de todas las advertencias del Señor a que estemos alerta y vigilantes, a pesar de las numerosas invitaciones a que "el que tenga oídos, oiga", a pesar de todas las exhortaciones a mantenernos fieles y perseverantes, la Iglesia se ha desfigurado, ha perdido tanto su visión como su misión identitaria: el mensaje del amor servicial y la tarea evangelizadora, transformándose en comunidades:

- como la de Éfeso (Apocalipsis 2,1-7), legalista y formalista, que ha olvidado "el amor primero"; que se ha hecho rehén y prisionera de tradiciones fosilizadas de cumplimiento, con un mensaje que no sale de sus muros, que habla de los pobres pero que no va a los pobres, que dicta normas pero no abraza ni acoge, que muestra una actitud laxa ante las necesidades del mundo. 

- como la de Esmirna (Apocalipsis 2,8-11), atribulada y estancadacerrada y resguardada en sí misma; que se ha compartimentado en grupos estufa que se "miman y acurrucan" a sí mismos y se reúnen semanalmente sólo con sus amigos para "hablar de sus cosas"; que se ha convertido en protectorados de fieles inconversos que no salen a la búsqueda de personas con sed de Dios; que se ha transformado en clubes sociales donde no acogen (por miedo) a los que llegan  y que "practican" una fe individual, privada y estrictamente personal.

- como la de Pérgamo (Apocalipsis 2,12-17), paganizada y frívola, apóstata y corrupta, que se ha convertido en una estructura mundana donde algunos obispos, sacerdotes y laicos han caído en la profundidad de sus pasiones desordenadas (sexuales y/o materialistas); que ha sucumbido también a la apostasía nicolaita de lo "políticamente correcto"; que ha asumido el espíritu del "Imperio". 
- como la de Tiatira (Apocalipsis 2,18-29)adúltera y permisiva, relativista y ambigua, que ha permitido la idolatría del "todo vale"; que se compone de "cristianos a tiempo parcial", que con su doble moral, ha malinterpretado la Palabra de Dios para vaciarla de contenido; que ha permitido divisiones y rivalidades entre "conservadores" y "liberales"; que ha pretendido adecuar la doctrina, la moral y la liturgia a las costumbres y al pensamiento dominante del mundo

como la de Sardes (Apocalipsis 3,1-6)indiferente y ensimismada, auto-referencial y narcisista, que ha buscado su comodidad y que no ha vigilado; que se ha complacido y servido a sí misma; absolutista y clericalizada, que ha soportado que algunos sacerdotes muestren una actitud de "artistas" y una fe de apariencias, y que algunos obispos, celosos de su status quo, hayan construido un enorme abismo para distanciarse de los fieles, a quienes subordinan pero no discipulan

- como la de Laodicea (Apocalipsis 3,14-22), tibia y saciada, autosufciente y sin necesidad de Dios, patética y digna de lástima, que ha permitido la asistencia de mediocres que "practican sin creer" y que se consideran justos y santos; que ha tolerado ciegos espirituales que se deslumbran por lo material y que no distinguen el bien del mal.

Sin embargo, Cristo nos llama a ser como la iglesia de Filadelfia (Apocalipsis 3,7-13), vigilante y firme con los gnosticismos, las herejías y los falsos profetasperseverante en el amor y fiel a la verdad que conduce a la santidad; abierta al encuentro del Señor, que nos llama a entrar en la acogedora, pacífica y santa Jerusalén celeste.

Recemos constantemente y sin cesar por la Iglesia de Cristo: por su unidad en la diversidad, por su perseverancia en el amor, por su fidelidad en la verdad y por su constancia en la santidad.