¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

jueves, 18 de julio de 2019

¿POR QUÉ Y CÓMO CONTÁRSELO A OTROS?


¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; 
¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; 
¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 
y ¿cómo anunciarán si no los envían?
(Rom 10,14-15)

Algunos de los que me conocen, saben que en el pasado, Dios y yo no nos llevábamos ni bien ni mal, sino todo lo contrario, y que mi relación con la Iglesia, era algo que iba más allá de una actitud beligerante.

Algunos, hoy me comparan con Pablo, el “apóstol de los gentiles”, antes, perseguidor y azotador de cristianos y, después, un "loco evangelizador".

Y, la verdad, es que me siento muy identificado con Pablo por mi pasado anti-clerical, por mi forma de conversión, por mi pasión misionera y sobre todo, porque estoy convencido de haber sido llamado por Dios como él, para convertirme en un instrumento para su Plan, una vez curada mi ceguera. 

Y desde luego, lo tengo claro: no es ningún mérito mío. 

Un loco apasionado

Para los que no me conocen, soy un cristiano comprometido y un loco apasionado…Y lo soy por compartir con todos el gran privilegio que Dios me ha concedido: haber encontrado el amor verdadero… y no una, sino dos veces!!!!

La primera vez, fue
hace 34 años, cuando conocí a Mariajo, mi mujer, a quien quiero con locura. Desde que la conocí, su amor me cautivó, me removió por dentro, apenas podía respirar y quería estar con ella a todas horas.
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Fui conociéndola poco a poco y cada vez he ido queriéndola más. Era tan grande lo que sentía (y siento), el amor de ella hacia mí y de mí hacia ella, que no me lo podía guardar para mí, tenía la necesidad de contárselo a los demás.

Hoy, puedo deciros que la qui
ero y que confío plenamente en ella. Porque además, Jesús está en medio de nosotros.

La segunda vez, ha sido hace no mucho… cuando conocí a Cristo resucitado, mi Dios, mi Señor, mi Amigo, a quien quiero con locura.

Es cierto que aunque en el pasado le conocía de oídas y creía en Él, no ha sido hasta que he experimentado su amor, que le he dejado entrar a vivir en mi corazón.

Ahora más que creer en Él desde un punto de vista racional, le experimento, siento su amor y le quiero. Y quiero estar con Él a todas horas.

Y me ha pasado lo que ocurre cuando encuentras el amor puro y verdadero: que no puedo parar de hablar con Él y de Él. Y eso es por amor.

El Espíritu Santo me ha zarandeado por dentro, y en ocasiones, he notado su fuerza renovadora y poderosa. Soy consciente de que el amor de Cristo hacia mí, me moldea y me cincela, y día a día, poco a poco, me va convirtiendo en una persona nueva…Le quiero y confío plenamente en Él.

Estos dos amores plenos y verdaderos se han unido, sin duda, gracias a la existencia de una comunidad cristiana, la Iglesia, de unos hermanos de fe con los que también comparto ese gran amor por el Señor y a quienes también quiero de forma muy especial. Siempre les hago la misma pregunta ¿os he dicho alguna vez que os quiero?

Por ello, hoy me gustaría compartir con todos vosotros ese maravilloso amor de Dios, y hablaros de ¿Por qué y Cómo contárselo a otros?

Un hombre llamado Jesús

Hace más de dos mil años, un hombre llamado Jesús tenía doce amigos, a quienes llamaba, sus discípulos. 

Hoy hay más de 2.000 millones de personas en todo el mundo que seguimos a Jesús, nos llamamos cristianos y somos sus discípulos.

Lo que empezó como un pequeño grupo de personas en el medio oriente, se ha extendido y se ha convertido en un movimiento global sin precedentes.

Los primeros cristianos tenían una pasión y convicción desmedidas por contarles a otros quién era Jesús y lo que habían vivido con él. Y así, la buena noticia se propagó de unos a otros.

Muchos han dejado su hogar, su familia y su país para viajar a otros lugares del mundo; otros han gastado mucho dinero; otros han arriesgado sus vidas e incluso han muerto por Él. Todos lo han hecho para llevar el maravilloso mensaje de Jesucristo a todos los confines del mundo. Por amor a Él.

Antes de encontrar el amor de Cristo solía enfadarme con lo "pesados" que eran los cristianos, que intentaban hablarme de su fe y trataban de convertirme.

Es que no entendía su obsesión por convertirme: Yo era agnóstico, pero no iba por ahí haciendo agnósticos a los demás. Eso de contar a otros acerca de Jesús era entrometerse y no entendía por qué lo hacían. 

Esto es lo que hoy le ocurre a mucha gente, que no les gusta que se hable de Jesús, no les gusta que haya crucifijos en los colegios o que haya belenes en Navidad. Pretenden que los cristianos vivan su fe en la intimidad, en lo escondido, sin contarla a otros. O peor aún, que ni siquiera la vivan. 

Pero si nadie hablamos de Él ¿cómo podrán llegar a saber y experimentar otros lo impresionante y maravilloso que es Jesús? 

Y si hablamos con entusiasmo, ¿de dónde viene esta pasión que tenemos algunos por hablar de Jesús? ¿por qué contarlo?

¿Por qué contarlo?

1. Mandamiento
En Mt 28, 19 Jesús nos da un mandato: “Id y haced discípulos míos”. El verbo “ir” aparece 1.514 veces en la Biblia. En el Nuevo Testamento son 233 veces, en el Evangelio de Mt, 54 veces.
Sin embargo en los últimos tiempos, la Iglesia ha perdido esa identidad, ha dejado de ser una Iglesia en salida, para convertirse en una Iglesia en mantenimiento, que no crece ni da fruto.

Es el Espíritu Santo, que se mueve y actúa donde quiere, quien sopla en una única dirección: nos interpela a ir y a que hagamos discípulos misioneros de la misericordia y de su amor.

2. Amor
Cristo nos dice que vayamos y compartamos la buena noticia, la experiencia, la felicidad y la plenitud de vida que brota del Encuentro con Jesucristo, con todo el mundo.

No sólo es un mandato de Jesús. Es el amor a Jesús y al prójimo lo que nos mueve a contar esta buena noticia a todos, para que ellos también reciban el regalo de la salvación y la vida plena en Cristo.
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No se trata de convertir, de moralizar a la gente sino de querer ser amigos de ellos, presentarles a Jesús y que, si quieren, le conozcan y sean amigos suyos. 

Se trata de bajar a Dios de la cabeza al corazón. Se trata de no racionalizar tanto sino de amar. Y amar sin esperar nada a cambio. Se trata de amar a Dios más que creer en Dios.

Cuando uno ama a una persona, cree en esa persona. Es automático.

Se trata de que conozcan el intensísimo amor que nos ha demostrado y que también hoy, nos demuestra.

¿Quién es capaz de conocer algo maravilloso y no contárselo a las personas que quiere y aprecia?

Si fueras médico y encontraras la cura definitiva para el cáncer ¿no lo compartirías con toda la humanidad? 

3. Salvación
Pero no sólo es un mandato y una buena noticia sino que es la mejor noticia que podemos contar a otros: la salvación. 

Jesús es la cura a todos los males de la humanidad. No hablar de Él a los demás impide que se puedan sanar, que se puedan salvar. Dios transforma la vida de las personas. Sólo hay que estar dispuesto, alinearse y ponerse en misión. El Amor nos obliga a hablar de Jesús.

El mensaje de Dios está plagado de buenas noticias ¿A quién no le gusta contar buenas noticias a todo el mundo?

4. Certeza
Pero aún hay más… es que su amor, que desborda y hace arder nuestro corazón, es una evidencia de que Él está con nosotros, de que es alguien real; más allá de una creencia, es una certeza. 

Mateo 18,20 dice: “Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”

Porque, mirad…si fuera falso, no tendría mucha importancia, daría lo mismo hablar o no de Dios. Pero y ¿si fuera verdad? ¿No sería la mejor noticia que pudieras contar jamás? 

Cuando amas a Jesús, reconoces y vives en primera persona lo que el apóstol nos dice en Jn 14,6, que "Él es el Camino, la Verdad y la Vida."

Es, cuando te abandonas a Él, cuando el corazón se te sale del pecho y te impulsa a contárselo a otros con todo tu amor, con todo Su amor.

Entonces ¿qué nos impide hablar a otros sobre Jesús?

Es posible que muchas personas sientan pudor o vergüenza por hablar de Jesús. Otros , quizás piensan que son cosas privadas e íntimas que no se deben contar a otros. Otros, opinan que ya nadie cree y que la fe está pasada de moda.

Pero las buenas noticias nunca pueden callarse. Siempre hay alguien dispuesto a contarlas. Hemos visto el por qué hablar de Jesús y ahora… ¡cómo lo hacemos?

¿Cómo hacerlo?

El mejor lugar desde donde poder hablar a otros del amor de Cristo es desde la Iglesia que Él mismo estableció, como nos dice el evangelio en Mt 16,18: "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".

Pero también podemos hablar del amor de Dios en nuestra vida, en nuestro entorno, en nuestro trabajo...allí donde nos encontramos con los demás.

Podríamos decir que hay cinco maneras de contárselo a los demás:

1.  Presencia
Cuando hablamos de presencia hablamos de estar y de ser, hay que estar y hay que ser. 

Hay que estar en el mundo, sin ser de él. Los laicos estamos en el mundo laboral, estamos en la cultura, en el mundo deportivo, en el ocio, estamos en todos los aspectos de la vida. Es difícil que una persona alejada se acerque a la Iglesia porque sí. Entonces, yo digo...acerquemos la Iglesia a la gente, presentémosles a Jesús. 
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Son nuestras palabras las que tienen que contar la buena noticia, pero sobre todo, lo que más tiene que contar la buena noticia es nuestro testimonio de vida, nuestro estilo de vivir. ¿Cómo vivimos? ¿Cómo trabajamos? ¿Cómo amamos? ¿Cómo nos divertimos?

Estamos cansados de palabras y queremos hechos, queremos encontrar ejemplos de gente que vive como piensa. La gente seduce a los demás por su comportamiento no por sus palabras. La mejor forma de contar es actuar con el ejemplo.

El Evangelio de San Mateo nos recuerda que somos la luz del mundo y que debemos brillar: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5, 14).  “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro padre que esta en los cielos”. (Mateo 5, 16).

La luz ha de brillar en la oscuridad. Para gloria de Dios. 

2.  Persuasión
Dice Pablo en Corintios "tratemos de persuadir a todos".

Hay una gran diferencia entre persuasión y presión. Yo soy el primero que salgo corriendo cuando me intentan presionar, cuando me dicen "tienes que..."

Cuando yo era joven, la presión que encontré hacia las practicas religiosas fueron muy grandes: "tienes que ir a misa, tienes que rezar, tienes que vivir así, esto es pecado y esto también. "

Nadie me habló del amor de Dios o si me lo dijeron no me lo explicaron bien.

Nadie me dijo que “tengo tu nombre tatuado en las palmas de mi mano”, nadie me hizo ver que si hay unos mandamientos establecidos son para que yo tenga vida y la tenga en abundancia y, que aunque por mi debilidad humana yo no quiera o no pueda seguir esos mandamientos, el Amor de Dios por mi es mas grande que todo mi error o pecado.

Tras mi primera comunión, desaparecí de la Iglesia por un “breve periodo” de casi 40 años, y lo peor no fue dejar la Iglesia, sino lo que eso supuso no ser consciente de que Dios me ama y durante esos años me perdí el banquete de la vida.

3. Anuncio
La proclamación es el anuncio de algo. Cuando tenemos buenas noticias, queremos proclamarlas, queremos contarlas. 

Si un día te encuentras dinero por la calle o te toca la lotería, lo quieres contar. Si apruebas un examen, acabas la carrera o encuentras un trabajo, lo quieres contar. Si te vas a casar, lo quieres contar. Si vas a ser padre, lo quieres contar...

Todos anunciamos cosas, pero cuando las cosas son buenas, tenemos más ganas de contarlo. Dependiendo de lo que anunciemos, nos sentimos de una manera o de otra.

Anunciar buenas noticias nos da mucha alegría. "Tengo una buena noticia" es una frase que solo por el hecho de pronunciarla nos hace felices. 

Seguramente  la bebida que más se bebe y se conoce en el mundo sea la de un refresco de cola y, sin embargo, se sigue anunciando continuamente. 

Si espiritualmente bebemos de una bebida que nos sacia, ¿cómo no la vamos a anunciar?

4.  Poder
La proclamación del Evangelio, el anuncio del Evangelio va normalmente acompañado de la demostración del poder de Dios.

"Saliendo, luego de la sinagoga, fueron a la casa de Simón y Andrés, con Santiago y  Juan. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y al punto le hablaron de ella. Y acercándose El, la levanto tomándola de la mano. La dejó la fiebre y se puso a servirlos" (Mc 1 , 29).

Dios está en todas partes aunque no siempre se manifiesta. O quizás, no le vemos manifestarse si no es desde los ojos de la fe. Cuando se proclama el Evangelio se palpa el poder de Dios en aquellos que evangelizan. 

No se trata de pensar que si yo evangelizo, me convierto en un superhéroe, en un super apóstol, en un súper cristiano, sino que soy capaz de ver el poder de Dios, cómo actúa en mi, en mi vida y en mis circunstancias.

5.  Oración
La oración es fundamental a la hora de contar a los demás la buena nueva. Tenemos que orar para que los ojos que  no ven se abran. Mucha gente está ciega al Evangelio (2, Cor 4,4). 

Tenemos que orar para que el Espíritu de Dios abra los ojos que no ven, de manera que puedan entender la verdad sobre Jesús. Hay que rezar por todos, para que todos entendamos la verdad sobre Jesús.
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La mayoría de nosotros se da cuenta, cuando aceptamos a Cristo en nuestras vidas, de que ha habido alguien que ha estado orando por nosotros.

Yo soy converso por la oración de mi mujer y mi suegra. Creo que si no hubiese sido por la oración de ellas, yo seguiría separado de la Iglesia y consecuentemente, separado de Dios. 

Yo he vuelto a la Iglesia por que mi mujer, mi suegra y, seguramente, alguien más, han estado rezando por mí. Lo tengo súper claro y además han ocurrido ciertas circunstancias que así lo demuestran.

Si eres creyente lo llamarás “milagros” y si eres no creyente lo llamarás “casualidades”.

Sé que las oraciones por los demás llegan a Dios y que Él jamás las desecha. No sabemos cuando, no sabemos cómo y no sabemos por qué o para qué, pero sabemos que Dios nos escucha.

Mi consejo, si me  lo permites, querido lector o lectora es que reces por la conversión de la gente que quieres, o también por la que te odia, y luego deja a Dios actuar.

Dios actúa siempre y la oración de otras personas que me quieren hizo que yo me convirtiese.

Dios nos ama un "montón", no te olvides y reza por los que no lo han descubierto aún.

Padres que rezamos por nuestros hijos, no desfallezcamos, no dejemos de orar por ellos, los tiempos de Dios son los que son, no tengamos prisa, no seamos impacientes, la paciencia todo lo alcanza.  

Si rezamos por  nuestros maridos, por nuestras esposas, si rezamos por nuestros amigos, Dios llegará a ellos. La oración todo lo alcanza. A mi me alcanzó y me dio la felicidad.

Así es como yo he descubierto la felicidad, gracias a que alguien un día me dijo que Dios me amaba un montón. 

¿Y tú se lo vas a contar a alguien?

miércoles, 17 de julio de 2019

AMA A DIOS Y TE SORPRENDERÁS

“Amarás al Señor tu Dios, 
con todo tu corazón, 
con toda tu alma 
y con toda tu mente"
(Mt 22,37)

Al tercer día de la muerte de Jesús, cuando hubo terminado el Sabbath, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé, por iniciativa propia, prepararon especias y aceites para ir a ungir el cuerpo de su Señor. 

Tendrían roto el corazón al pensar que el cuerpo sin vida y destrozado de su Señor, estaba mal preparado y puesto en una tumba fría. Estaban decididas a lavar y ungir el cuerpo de Jesús correctamente. A pesar de su intenso dolor, deseaban darle al Señor un entierro digno de Su grandeza y su profundo amor por Él.

El corazón de estas tres mujeres judías urgía a sus almas a hacer lo correcto, es decir, a amar a su Maestro, incluso después de muerto. Por eso, muy temprano, en la mañana del primer día de la semana, justo después de la salida del sol, el amor a su Señor les impulsó a dirigirse al sepulcro para cumplir con su cometido (Mc 16, 1-2 ). Nadie les dijo que lo hicieran, pero ellas lo hicieron. Por amor. 

Las tres mujeres, con un propósito común en mente, el amor a Dios, iban preguntándose por el camino "¿Quién nos rodará la losa de la puerta del sepulcro?" (Mc 16, 3). Sin embargo, no optaron por aguardar y pensar quien lo haría. No podían esperar. Algo les impulsó a ir al sepulcro: su gran y verdadero amor a Jesús. 

Podrían haber pedido ayuda a los discípulos para retirar la piedra. Pero no lo hicieron. 

Posiblemente y viendo que los discípulos "estaban llenos de tristeza y llorando" (Marcos 16, 10), pensaron: "Dejemos  a los hombres tranquilos y hagamos nuestra tarea como podamos."  

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Podrían haber puesto la excusa de la gran piedra para no ir al sepulcro. Pero no lo hicieron. 

Mientras se acercaban al sepulcro, vieron que la piedra había desaparecido. Al ver al "joven vestido con una túnica blanca", se sobresaltaron y se asustaron (Mc 16, 4-5). 

María Magdalena salió corriendo a contarles a Pedro y a Juan que se habían llevado el cuerpo de su Señor. Era lo único que la preocupaba, su Señor. 

Ellos volvieron con ella a toda prisa al sepulcro y vieron que estaba vacío. Creyeron en la Resurrección de Jesús pero se volvieron a casa. 

María Magdalena, sin embargo, entristecida por la nueva pena de pensar que alguien había robado el cuerpo de su amado Jesús, se quedó afuera, en la puerta del sepulcro, llorando a su Amor. 

Asomándose "vio a dos ángeles con vestiduras blancas, sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo de Jesús", que la consolaron y la tranquilizaron de su temor al robo del cuerpo. Uno de ellos, dijo: "No está aquí, pues ha resucitado" (Mt 28, 6; Mc 16, 6; Lc 24, 6). Pero, ella no llegaba a entender esas palabras.

María Magdalena, que había permanecido más tiempo que cualquier otro discípulo en la cruz, evidentemente, no tenía en su mente una idea clara de la resurrección. 

Había visto de cerca los efectos devastadores de la flagelación y los amargos golpes que Jesús recibió en el camino del Calvario. 

Había escuchado los insultos que la muchedumbre le dedicaba, tan sólo una semana después de haberle aclamado como Rey, cuando entró en Jerusalén.

Había sido testigo presencial como Su vida fluía de Él. Había escuchado a Cristo encomendar Su espíritu al Padre y expirar.

Había visto como Su cuerpo sin vida fue envuelto en lino sin ceremonias, junto con ungüento preparado apresuradamente y, abandonado en el sepulcro. 

El único pensamiento que llenaba su corazón era el deseo de hacer bien lo que había visto hecho a toda prisa y sin orden. Ir al sepulcro con los primeros rayos de sol era una expresión final de amor a su Maestro, a quien sabía que se lo debía todo.

Estaba decidida a actuar correcta y puntualmente esa mañana y, movida por el amor a su Salvador, fue al sepulcro para quedarse allí, aunque no pudiera cumplir su misión.  

Su amor a Cristo se vio recompensado al recibir como primicia, la gran noticia que le da el ángel: ¡Jesucristo ha resucitado! (Marcos 16, 6).

¡Al hacer lo correcto, con confianza y decisión, al amar a su Señor sin preocuparse de nada más, María Magdalena llegó al lugar correcto, en el momento correcto

Imagen relacionadaAunque huyó del sepulcro alarmada y espantada porque, al principio, no entendió, su profundo amor a Jesús, la impulsó a ir corriendo a contárselo a los discípulos. 

Ella recibió el honor especial de ser la primera persona en ver y conversar con Jesucristo resucitado (Marcos 16, 9). 

Y aunque, al principio, por su amor ciego, no reconoció a Jesús, fue la portadora de la buena noticia del evento más significativo en la historia de la humanidad (Jn 20, 2) y que, años más tarde, San Pablo ratificaría en un casi "dogma de fe": "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe" (1 Cor 15,17).

Un privilegio que no estuvo reservado a los discípulos. Quizás porque les faltaba ese gran amor y esa confianza de quien ama de verdad. Ella perseveró junto al Señor, y corriendo hacia a Pedro y a Juan,  exclamó: “¡He visto al Señor!” (Jn 20,18).

Imagen relacionadaPor amor verdadero, María Magdalena tuvo un encuentro sorprendente con Jesucristo resucitado, en cuerpo glorioso.

Cuando le reconoció, el dolor de su corazón, al instante, se volvió en alegría inefable (Juan 20,16), sus lágrimas dejaron paso a un semblante de total felicidad. Ella lo abrazó como si no fuera a dejarle ir nunca. 

Entonces, Jesús le dijo: "Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20, 18). Ella fue a contárselo a los discípulos.

De este pasaje, aprendemos una lección: los cristianos estamos llamados a amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todas las preocupaciones, sobre todos los problemas. 

Cuando Dios perdona, cura y redime al peor de los pecadores, éste no tiene por más que amar profundamente a su Salvador. 

Dios, en su generosa benevolencia, le prepara para el mayor de los propósitos. María Magdalena es un claro ejemplo de amor, rescatada por la misericordia de Dios. 

Fue liberada por Cristo de una esclavitud de siete demonios y elegida por Él, para ser la primera persona en ver y escuchar a su Señor resucitado.

Nadie puede compartir ese honor o quitárselo. Pero podemos, y debemos, tratar de imitar su profundo amor por Cristo. 

Amar a Dios es hacer lo correcto, día tras día. Sin excusas ni pretextos.

Entonces, si amamos a Dios de corazón, como Él nos ha amado, una agradable sorpresa puede estar esperándonos. 

Porque Jesús se nos acerca en nuestros quehaceres diarios, cuando le tenemos siempre presente en medio de ellos, cuando le amamos sobre todas las cosas, cuando le ponemos en primer lugar.

¡Ama a Dios y Él te sorprenderá! 

EL ROSARIO: ORANDO CON MARÍA

Reconozco que hace unos años, apenas pensaba en La Santísima Virgen. Tampoco creía que Ella fuera el mejor y más perfecto camino para llegar y conocer a Jesús. Y mucho menos, rezaba el Rosario. 

Me parecía (como a muchos, por desconocimiento) aburrido, repetitivo y de "personas mayores". Me parecía que era "hacer de menos" a Jesús para "hacer de más" a María.

Después de algunos acontecimientos suscitados por la Gracia, sobre todo, en mi primer viaje a Medgujorge, Ella me enseñó a rezar con Ella y por Ella a Dios. 

María me enseñó a rezar el Rosario para aprender a amar a su Hijo como Ella le ama; para aprender a sufrir con Ella como Ella sufre y para aprender a gozar con Ella como Ella goza.

María me enseñó que rezar el Rosario no es repetir oraciones "como un loro" sin interiorizarlas, ni tampoco contemplar Misterios sin entenderlos, sino que es "insertarse" en las oraciones y en las situaciones que meditamos juntos.

Porque Ella...lo hacía y lo hace conmigo. Me lleva de la mano y me muestra a su Hijo. De un "plumazo", empecé a conocerles a ambos en toda su extensión y plenitud.

Rezar a María y con María no nos aleja de Jesús. Es todo lo contrario. Ella es espejo de Jesús. La Virgen nos lleva a contemplar a su Hijo. 

Además, la Virgen nos lo pidió en Fátima, el 13 de mayo de 1917,hace más de cien años: “Rezad el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”.

El Santo Rosario es una fuente de gracias espirituales interminables y un arma poderosa para pedir a Dios por medio de su Madre.

El Santo Rosario es, sobre todo, una oración contemplativa, reflexiva y tranquila:

"Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: 'Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad' (Mateo 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza" (Papa Pablo VI).

Es una oración que une y cohesiona la oración vocal con la mental:

Oración vocal

El Padre
 Nuestro, el Ave María y el Gloria forman la oración vocal del Santo Rosario:

-El Padre Nuestro, enseñado por el mismo Jesucristo, es la oración mas perfecta, sublime y sencilla a la vez: todo lo que el cristiano puede y debe pedir a Dios está expresado en él.

En la primera parte, pedimos la gloria de Dios, último fin de todas las cosas en su conocimiento, en la exaltación de su santo nombre y en el advenimiento de su Reino. Pedimos el reino de la gracia en las almas, el reino de la Iglesia en el mundo y el reino de la gloria en el cielo.

En la segunda parte, imploramos gracias para nosotros, que Dios nos conceda los bienes necesarios y, en su misericordia, nos libre de los males especialmente del más grande de todos los males: el pecado.

-El Ave María, es la oración de veneración a la Virgen, con la que le recordamos a Ella la plenitud de la gracia que Dios le otorgó, la sobrehumana dignidad a la cual fue exaltada, las virtudes que le merecieron tan excelsos honores, el inefable elogio que Dios hizo de Ella por medio del Arcángel Gabriel y las felicitaciones de su prima.

Luego le rogamos a Ella que interceda ante Dios con sus omnipotentes oraciones (omnipotencia suplicante, según San Bernardo) para nuestro bien, en todos los momentos de nuestra vida y sobre todo, en el decisivo instante de la muerte.

-El Gloria (al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo) que se reza entre cada una de las decenas del Rosario, es una oración de alabanza y glorificación a la Santísima Trinidad que también se debe meditar.

Oración mental

El Santo Rosario es una oración mental con el que recordamos los Misterios principales de nuestra fe.

Es una oración con el corazón en la que contemplamos
 "in situ" la vida de Jesús y la de su santa Madre.

Cuando rezamos el Santo Rosario, nos ponemos en la presencia de Dios, de la mano de María, y mientras nuestra boca repite las oraciones vocales, nuestra mente se traslada con el pensamiento a cada momento de las vidas de Jesús y María, al considerar cada uno de los Misterios:

Los Misterios Gozosos (Lunes y Sábado) nos muestran el anuncio y la infancia de Jesús. Nos enseñan el valor de las humillaciones ofrecidas a Dios, de las renuncias, de la sujeción a la voluntad de Dios
-La Anunciación del Ángel a la Virgen María y la Encarnación.
-La visita de María a su prima Isabel.
-El Nacimiento de Nuestro Señor.
-La Visita y Presentación de Jesús en el Templo
-Jesús perdido y encontrado en el Templo.

Los Misterios Dolorosos (Martes y Viernes) nos recuerdan que la vida cristiana está llena de sufrimiento y de dolor, de tentaciones y de pruebas:
-La Agonía de Jesús en Getsemaní.
-La Flagelación de Jesús,.
-La Coronación de espinas.
- Jesús lleva la cruz a cuestas.
- La Crucifixión y Muerte de Jesús.

Los Misterios Gloriosos (Miércoles y Domingo) nos elevan y alimentan nuestro valor en la lucha y en la esperanza de seguir a Jesús en el triunfo y en la Gloria:
-La Resurrección de Jesús.
-La Ascensión de Jesús a los cielos.
-La Venida del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles.
-La Asunción de María.
-La Coronación de la Virgen como Reina de cielo y tierra.

Los Misterios Luminosos (Jueves) nos enseñan la vida pública de Cristo, desde su bautismo hasta la víspera de su Pasión:
-El bautismo de Jesús en el río Jordán.
-La autorrevelación de Jesús en las bodas de Caná.
-El anuncio del Reino de Dios.
-La transfiguración de Jesús.
-La institución de la Eucaristía.

Promesas de la Virgen María

Además, la Iglesia católica señala quince promesas que el beato francés, Alain de La Roche, declaró recibir de la Virgen María, destinadas a quienes recen devotamente el Rosario.

ël fue quien restableció la devoción al Rosario, enseñada por Santo Domingo de Guzmán, apenas un siglo antes, y olvidada tras su muerte

Las promesas son las siguientes:

Resultado de imagen de el rosario-El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

-Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

-El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

-El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevarán a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!

-El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.

-El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en las gracias si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

-Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

-Quiero que todos los devotos de mi Rosario tengan en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

-Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

-Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

-Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

-Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

-Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

-Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

-La devoción al Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

domingo, 14 de julio de 2019

¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?

"Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, 
cayó en manos de unos bandidos, 
que lo desnudaron, 
lo molieron a palos y se marcharon, 
dejándolo medio muerto. 
Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, 
al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. 
Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio:
 al verlo dio un rodeo y pasó de largo. 
Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y,
 al verlo, se compadeció, y acercándose, 
le vendó las heridas, 
echándoles aceite y vino, 
y, montándolo en su propia cabalgadura, 
lo llevó a una posada y lo cuidó. 
Al día siguiente, sacando dos denarios, 
se los dio al posadero y le dijo:
'Cuida de él, y lo que gastes de más 
yo te lo pagaré cuando vuelva'”.
¿Cuál de estos tres te parece que ha sido prójimo 
del que cayó en manos de los bandidos?
Él dijo: 'El que practicó la misericordia con él'.
Jesús le dijo: 'Anda y haz tú lo mismo'.
 (Lucas 10, 30-37)

Hoy, de nuevo, el Señor me ha sorprendido al explicarme el punto central de la parábola del buen samaritano en el Evangelio: que Cristo ha sido mi buen samaritano.

Él ha sido el extraño que ha "tenido compasión" del "hombre herido de muerte" por el pecado y ha vendado mis heridas con el paño del don del Espíritu Santo.

Él ha sido el odiado que ha salido a mi encuentro y me ha rescatado, llevándome a la posada de la Iglesia, donde soy cuidado con el vino de la esperanza y con el aceite del consuelo, hasta que el Señor vuelva.

¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? 

Es la pregunta que el ser humano se viene preguntando desde hace dos mil años. Y es que, pensamos que tenemos que hacer algo para poder heredar. Queremos garantizarnos la herencia por nuestro propio esfuerzo y mérito. 
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Pero una herencia no se merece. Una herencia no se trabaja. La herencia la recibimos, simplemente, por ser hijo: 

"Así, pues, ya no eres esclavo, sino hijo, y tuya es la herencia por gracia de Dios”. (Gálatas 4,7). 

Como hijos de Dios no podemos hacer nada para merecer la herencia. Peor aún, ¡podemos perderla!

Por ello, Jesús me ilustra la importancia de la fe por las obras, de cumplir el espíritu de la ley y no la letra de la ley, de practicar las virtudes que me llevan a la santidad y a la vida eterna: el amor y la misericordia.

¿Qué está escrito en la Ley?

Dios me responde con otra pregunta para que piense y medite...porque conozco la respuesta:
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 "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo" (Deuteronomio 6,5; Levítico 19,18).

Es el mandato que Dios pone en lo profundo de mi corazón humano, que resume toda la ley, que se define en función de la obras, que se manifiesta en la relación con el prójimo y que se establece en el ámbito de la misericordia.

¿Y quién es mi prójimo?

Jesús me dice: "¡Haz esto y vivirás!" Lo importante, lo principal, ¡es amar a Dios! 

Pero ¿cómo puedo amar a quien no veo? Por eso, Dios me llama a amar al prójimo, porque Él viene hasta mí a través de los demás, porque le veo en el prójimo, porque es como Él se revela ante mis ojos humanos. 

Dios me anima a amar también a mi prójimo "con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi fuerza y con toda mi mente, como a mi mismo".

El verdadero ejemplo del amor al prójimo es desviarme de mis propios caminos, de mis propios intereses, de mis pensamientos, de mis prejuicios, y hacerme cargo del que sufre, de que está herido. 

Sin embargo, queriendo justificarme o evadirme, pregunto, como hace el doctor de la ley: "¿Y quién es mi prójimo?", para ver si me interesa o no

Porque amar al prójimo no es nada fácil, porque requiere "donarme" a los demás sin importarme las consecuencias, si me interesa o no. Y ese "donarme" me cuesta, porque no a todos les trato o les quiero de la misma manera. 

Cuántas veces no considero prójimos a los "extraños", a los "despreciados" o a los "enemigos". No quiero que lo sean. Porque no me gustan, porque me incomodan, porque no me son gratos...

Cuántas veces prefiero pensar en mi prójimo como mi "hermano, "amigo" o "conocido". Los que no entran en esa definición, no son mi prójimo, y por tanto, no tengo por qué ayudarles, no tengo por qué atenderles.

Cuántas veces los cristianos, las personas de Iglesia pasamos cerca de un hombre necesitado y damos un rodeo, sin ofrecerle ayuda, sin preocuparnos por él, porque "pasamos de él".

Cuántas veces, identificándonos con el sacerdote o el levita, tratamos de dar una justificación: "¡No es mi prójimo!, anteponiendo formalismos y temores, insensibilidades y cobardías, indiferencias y prejuicios, a la misericordia y el perdón. 

Cuántas veces nos incomoda subirle en nuestra cabalgadura, llevarle a una posada y cuidarle porque pienso: ¡No es mi cometido!, anteponiendo mi egoísmo y mi comodidad.

Jesús es el Buen Samaritano que pasa a la acción concreta, eficaz y progresiva: llegar, ver, compadecerse, acercarse y actuar. Ese es el ejemplo que, como cristianos, nos pone el Señor y que debemos seguir. 

La condición de "prójimo" no depende de la raza, del parentesco, de la simpatía, de la cercanía o de la religión. La humanidad no está dividida en prójimo y no prójimo. 

En conclusión, si quiero saber quién es mi prójimo:

Debo mirar desde las necesidades del otro, no desde mi interés. 

Debo mirar desde las incomodidades del otro, no desde mi comodidad. 

Debo mirar desde las heridas del otro, no desde mi salud. 

Saber quién es mi prójimo depende de que yo llegue, vea, me compadezca y me acerque...Entonces, ¡el otro será mi prójimo! 

¡Amar a mi prójimo depende de mi y no del otro! 


jueves, 11 de julio de 2019

EL MAL ACTÚA MIENTRAS EL BIEN SE LO PERMITE

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"Todo hombre es culpable del bien que no hizo"
(Voltaire)

La maldad que impera en este mundo es la causa del sufrimiento y del dolor existentes. Pero también es debido a la omisión de muchos cristianos. 

Una omisión motivada por la pereza, la apatía, por una falsa comodidad, por un cierto temor, por un cierto complejo de "buenismo" o también, por la falta de formación. Y es que el Mal actúa mientras el Bien se lo permite.

Un cristiano no puede permanecer impasible ante el mal, no puede ser indiferente ante los ataques a Dios y a la Iglesia. No puede, y no debe. Dejar de "dar", de "hacer" o de "decir", es pecado de omisión.

Dios nos llama a ser personas con iniciativa, con valentía, con actitud...como le dice a los siervos de la parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30).
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Con la omisión, abandonamos a Dios y a la Iglesia, y los encerramos en el cajón cerrado de nuestra intimidad, en el cuarto secreto de nuestro corazón. 

Puede ser que vayamos a Dios de vez en cuando, cuando tenemos tiempo extra o cuando necesitamos pedirle algo. 

Puede ser que vayamos a la Iglesia de vez en cuando, quizás los domingos...o cuando no tenemos otro plan mejor. Pero esa no es la actitud de un cristiano.

Todo lo malo que ocurre en el mundo, ocurre porque dejamos que ocurra. Puede ser que pretendamos ser buenos, y hasta lo consigamos, pero si dejamos que ocurra, el mal se fortalece y se engrandece

Siempre tengo presente una frase de la película "El rito" que me impactó: "Que no creas en el Diablo, no te librará de Él". 

Es absurdo pensar que, con la omisión de nuestros actos a favor del Bien, podemos sentirnos a salvo del Mal, porque no nos librará de él.

Es egoísta pensar que, mientras a nosotros no nos afecte directa o personalmente, no tenemos que hacer o decir nada, porque tarde o temprano, nos afectará también a nosotros. 

Es perverso pensar que podemos quedarnos de brazos cruzados o callados en un rincón, mientras dejamos que el Bien sucumba al Mal. No nos engañemos: si el Bien no actúa, el Mal sí lo hace.

Es ilógico pensar que evitar el mal no depende de nosotros ni tampoco que no tenemos soluciones, porque sí las tenemos. Cristo nos dio un mandato: testimoniar la fe. Y si es necesario, incluso con palabras. 

No podemos permanecer de perfil, ni podemos cruzarnos de brazos y esperar a que se solucione solo. Podemos y debemos dar al mundo la solución que nos ha sido dada. 

La solución está en todos. En ti y en mi. Dios nos ha capacitado para ello. No hagamos como el siervo malo y perezoso de la parábola de los talentos. Dios nos ha encargado que negociemos con los talentos que nos ha dado a cada uno, que les saquemos rentabilidad. No podemos enterrarlos. No podemos esconderlos y despreocuparnos por temor al mundo o por temor a Dios. Al final, el Amo volverá y nos pedirá cuentas. 

San Juan Pablo II nos dijo: "No os contentéis con hacer este mundo más humano, haced un mundo explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe y en el que ésta inspire al progreso moral, religioso y social del hombre. No perdáis de vista la orientación vertical de la evangelización, ella tiene fuerza para liberar al hombre porque es la revelación del amor." 

Nuestra misión es hacer este mundo "menos humano" y "más divino". Eso es lo que rezamos en el Padrenuestro: "Venga a nosotros tu reino". O es que ¿sólo lo rezamos pero no lo creemos? 

Resultado de imagen de el malDebemos tener claro lo que es el mal (el pecado), sus manifestaciones, sus tipos, su gravedad, sus consecuencias y su efecto multiplicador, así como conocer y utilizar las herramientas sobrenaturales que Dios ha puesto a nuestro alcance para combatirlo. Para lograr que el Reino de Dios venga a nosotros y a nuestro mundo.

Mateo 15, 19-20: "De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre".  Y es que la raíz de todos los pecados está en el corazón del hombre, en el ejercicio libre de su voluntad

El pecado es un acto personal. El pecado es una ofensa a Dios. Ofensa, por acción u omisión. No depende de la voluntad de otros sino de la nuestra, no depende de "aptitud" sino de "actitud". Tu actitud. La mía. La de todos.  

Podemos ser culpables por "hacer" y también por "no hacer". No basta con ser buenos. No basta con no provocar el mal. Debemos prevenirlo, combatirlo.

Porque los cristianos tenemos una responsabilidad en los pecados cometidos por otros, cuando cooperamos a ellos; cuando participamos directa y voluntariamente; cuando los ordenamos, aconsejamos, halagamos o aprobamos; cuando no los revelamos o no los impedimos; cuando dejamos de hacer lo que tenemos que hacer o protegemos a los que hacen el mal.

El pecado de omisión nos convierte en cómplices del mal; un mal que se expande ante nuestra indiferencia o nuestro miedo a actuar. 

El pecado de omisión nos lleva a adoptar una conducta de "inconsciencia" del malque oscurece la mente y nuestra capacidad para actuar, que confunde nuestro conocimiento correcto del bien y el mal, que nos atenaza hasta perder de vista nuestra misión. Debemos combatir y erradicar el mal porque somos seres individuales, pero interdependientes, pertenecientes a un todo. 

Con la ayuda de la Divina Gracia, los cristianos debemos adoptar una conducta de "consciencia" del mal, que nos indique que, cada decisión que tomemos, o la falta de la misma, afectan a los demás; que nos muestre claramente que todo el mal que ocurre en el mundo, si bien no somos responsables directos, nos hace corresponsables si no actuamos. 

Para que la Gracia actúe, debemos poner el pecado a la luz de la Verdad, para convertir nuestro corazón, y combatir el mal. Como dice San Pablo: "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia".

Para la reflexión

¿Soy consciente de mi pecado de omisión?

¿Cometo pecado de omisión cuando veo el mal a mi alrededor y no digo ni hago nada?

¿Cometo pecado de omisión cuando miro hacia otro lado por temor o por comodidad?

¿Pongo mis talentos a "rendir" o los escondo?