¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

viernes, 2 de octubre de 2015

EL AUTOBÚS



La Iglesia de Cristo es una empresa misionera de autobuses diseñados para llevar a las personas a un destino.

La flota está dotada de distintos tipos de autobuses: de un piso o de dos pisos, con TV y baño, microbuses, limusinas, etc. aunque siempre con un uso común: viajar.

Durante mucho tiempo, la mayoría de los autobuses han estado aparcados en la terminal porque nadie quería subirse a ellos y viajar.

Todos se han mantenido cuidados y limpios para que la gente viniera y se subiera en ellos durante una hora a la semana, para rápidamente, bajarse, sin tiempo que perder y sin intención de encender el motor.

Entonces llega un conductor, traza la ruta, coloca el cartel de destino y arranca el motor. Y la gente de visita se sobresalta.

Los encargados de expender los billetes invitan a la gente a subir y viajar con ellos a un feliz destino. 

Cada uno ocupará su asiento, según sus dones. Unos delante y otros detrás, pero todos bien sentados.

El conductor traza la ruta y con el motor en marcha, quita el freno de mano, suelta embrague y acelera suavemente.

En el camino, asesorado por su equipo, sabe cuando acelerar, cuando frenar o cuando doblar una esquina.

Cada tramo, cada kilómetro será sentido por los pasajeros y cuando el autobús se detenga en una parada, algunos puede que decidan que ya han tenido suficiente y se bajen. Otros continuarán y otros nuevos se subirán al autobús.

Pero el autobús debe seguir su ruta.

martes, 29 de septiembre de 2015

EL DIOS A QUIEN TUTEO


  
Y tú amarás a Yavé, tu Dios, con todo tu corazón, 
con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
(Deuteronomio 6, 5)

Tratar de usted (ustetear) a una persona es un tratamiento de excesivo respeto y cierta distancia, mientras que tratar de tú (tutear) es un tratamiento de total confianza e consensuada intimidad.

En contra de lo que muchos piensan, tutear no rebaja el grado de respeto hacia la otra persona sino que enfatiza el hecho de “compartir”, de tener algo en común con ella.

Ustetear supone lejanía, supone un cierto rechazo inicial hacia la otra persona, un “piensa mal y acertarás”. 

Y es que pensamos mal a priori porque juzgamos por las apariencias, juzgamos por lo que nos separa, por lo que nos desune, juzgamos en lugar de amar, y amar sin condiciones.

Los cristianos, como seguidores de Cristo, estamos llamados a no juzgar, a amar al prójimo como a nosotros mismos, sin peros. 

Tenemos la seguridad de compartir la misma dignidad de hijos suyos, de ser parte de la familia de Dios, y por eso, nos tuteamos entre nosotros, como lo más natural del mundo.

Pero ¿qué tipo de relación tenemos con Cristo? ¿Tuteamos a Dios?

Existen dos tipos de cristianos dependiendo de la relación que mantengan con Jesús. 

Por un lado, están sus “amigos”. Son los que tienen un conocimiento personal suyo y una relación íntima con Él; los que le abren su corazón y le invitan a pasar; los que comen su pan; los que confían en Él y le aman. Por eso, le “tutean”

Por otro, están sus “conocidos”. Son los que tienen un conocimiento intelectual suyo pero una relación distante con Él; son los prefieren acercarse “poco a poco”, con recelo; los que se mantienen prudencialmente lejanos; los que cumplen pero no quieren “muchos líos” con Él; los que prefieren comer solos; los que sólo le respetan. Por eso, le “ustetean”.


El Dios a quien tuteo, es el Dios que me creó, el Dios que me busca, el Dios que me ama, el Dios que me perdona, el Dios que me sana, el Dios que me renueva, el Dios que me protege, el Dios que no me condena, el Dios que me comprende, el Dios que me guía, el Dios que me abraza, el Dios que sale a mi encuentro, el Dios en quien confío, el Dios en quien me abandono. Sí, ese es mi Dios… a quien amo.

Tutear es, en definitiva, amar.





lunes, 28 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: EXPERIMENTANDO AL ESPÍRITU SANTO





En nuestra cultura católica europea occidental no estamos familiarizados con el Espíritu Santo. No oramos pidiendo su venida, ni oramos usando el don de lenguas ni alabando a Dios llenos de Espíritu Santo. 

Vivimos una cultura influida por la pos-ilustración y el idealismo. Nos refugiamos en el campo de las ideas más que en el de las experiencias y por ello, tenemos miedo a la espiritualidad emotiva, estamos “estreñidos emocionalmente" en lo que respecta a expresar nuestra fe.

Nos alejamos con horror, miedo o sospecha de todo lo que parezca entusiasmo y lo etiquetamos como “carismático”. Expresiones de fe como levantar las manos, cantar, aplaudir y gritar con alegría sufren una callada intolerancia y falta de bienvenida.

Ser emotivo es algo normal y sano en el ser humano. Por ejemplo, cuando vamos al cine o al teatro, o cuando asistimos a un partido deportivo o a un concierto disfrutamos, nos emocionamos, aplaudimos, gritamos, levantamos las manos, silbamos de alegría e incluso cantamos y vitoreamos.

Sin embargo, esta dimensión emocional, esencial de nuestra vida espiritual, la dejamos fuera de nuestras parroquias, cuando nos ponemos en "modo banco”. Son manifestaciones de emoción que, en la iglesia, nos hacen sentir temerosos, desorientados y amenazados.

Pero ¿no es más digno y merecido que nuestras lágrimas y vítores, que nuestros aplausos y gritos de alegría, que nuestra alabanza espontánea con demostraciones de amor y devoción sean para el Señor que nos ha creado y salvado? 

El entusiasmo es una respuesta inmediata a la presencia del Espíritu Santo que es Dios “en nosotros”, estar entusiasmado es estar en Dios.

Es por eso que cuando se nos derrama el Espíritu Santo, nos toca el corazón, nos llena y nos reconforta. Muchos rompen a llorar de inmensa alegría y gozo. Es una experiencia difícil de explicar a quien no la ha vivido, sobre todo a católicos occidentales europeos.

Una Iglesia sana es aquella que permite experimentar el Espíritu Santo, poniéndole nombre y llevando a todos hacia la experiencia religiosa emotiva.

Es aquella que no desacredita ni excluye las experiencias del Espíritu Santo que tienen que ver con la emoción y el afecto.

Es aquella que respeta cómo el Espíritu de Poder se manifiesta en cada creyente, que no busca una uniformidad de expresión y que evalúa cada auténtica experiencia según se aprecian los frutos del Espíritu en ella: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia y dominio de sí (Gálatas 5,22).

Entonces, ¿cómo introducir experiencias del Espíritu Santo en nuestra comunidad parroquial que contribuyan a transformar la cultura de la misma?  ¿Cómo minimizar el efecto negativo de rechazo de muchos de nuestros parroquianos?
  • Lo que causa miedo es lo que no se conoce o no se comprende. Por eso, debemos formar sobre la experiencia del Espíritu Santo, que una respuesta emotiva a Dios es algo sano y natural, que ser cristiano es ser “pentecostal”, que Dios da dones, incluyendo los carismas y que no debemos tener miedo, aunque no lo comprendamos. 
  • Una manera fantástica de incluir en la comunidad experiencias del Espíritu Santo es a través de Alpha, donde se genera un atmósfera propicia para ello. 
  • Estamos llamados a abrirnos a una experiencia trinitaria de Dios, que no es sino el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Experimentamos el poder de Dios y eso, nos transforma, nos cambia la vida. 
  • En nuestras liturgias, invocamos conscientemente al Espíritu Santo durante la eucaristía y nos tomamos un tiempo después de la comunión para decir: ven, Espíritu Santo.

Una renovación divina
P. James Mallon

viernes, 25 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: EXPECTATIVAS ALTAS Y CLARAS


“El que no lleve su cruz y venga en pos de mí,
no puede ser discípulo mío.
Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre,
no se sienta primero a calcular los gastos,
y ver si tiene para acabarla?”
 (Lucas 14, 27-28)

Los católicos que se unen a otra comunidad, por lo general, lo hacen en una iglesia que espera más de ellos que la que han dejado. 


Las iglesias sanas y en crecimiento acogen a todo el que llega y son muy claras en sus expectativas, respecto a sus miembros y no temen comunicarlas.

Hay cuatro maneras en las que una parroquia puede combinar Acogida con Expectativas:


  • Baja acogida/Bajas expectativas. La mayoría de nuestras parroquias de mantenimiento: “No eres bienvenido ni te usaremos”. 
  • Baja acogida/Altas expectativas. Extraño que exista porque no tiene sentido: “No eres bienvenido pero te usaremos”.
  • Alta acogida/Bajas expectativas. Se da en muchas parroquias que intentar acoger correctamente. “Eres bienvenido pero no te usaremos para nada”.
  • Alta acogida/Altas expectativas. “Eres bienvenido, creemos que Dios trabajará en ti y a través de ti; lo esperamos y esperamos que tu también lo esperes”.
Las expectativas divinas

Jesús es el modelo perfecto de interrelación entre la acogida y las expectativas. 

Fue el ejemplo supremo de acogida: marginados, cojos, leprosos, pecadores, recaudadores, prostitutas, endemoniados, ricos, pobres…a la mujer del pozo, a Zaqueo, a los samaritanos, a los romanos y a los gentiles…incluso a los niños.

Sus expectativas son:
  • Claras. “El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío” (Lucas 14, 27). Exhorta a los que se le acercan a “sentarse primero” y a calcular el coste de ser discípulo suyo antes de elegir hacerlo.
  • Directas. “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.” (Mateo 19,21).
  • Exigentes. Una vez tomada la decisión de ser su discípulo, seguía esperando más: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas” (Lucas 12,48). No sólo espera que produzcamos fruto sino que aún espera más de los que ya los producen: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto” (Juan 15, 1-2).
  • Individuales y colectivas: La parábola de los talentos (Mateo 25, 14-30) ilustra bien este punto. La primera enseñanza de la parábola es que Dios nos ha dado un gran tesoro para que lo administremos. La segunda es que no espera un interés moderado de su inversión, sino que asumamos riesgos para recibir un fruto grande.
Las expectativas parroquiales

Existen, en toda parroquia, cinco expectativas de vital importancia, que deben cumplir tanto los laicos como los sacerdotes (lo que pedimos):
  • Alabar
  • Crecer
  • Servir
  • Conectar
  • Dar


Por otro lado, la parroquia es un lugar donde (lo que ofrecemos):
  • Escuchar misas dinámicas y enriquecedoras
  • Experimentar una transformación
  • Ser valorado y reconocido
  • Usar los dones y talentos que Dios te ha dado
  • Ser amado y apoyado
  • Ser escuchado y atendido
  • Cada opinión es valorada
  • Cada contribución económica es invertida con transparencia.



"Una renovación divina"
P. James Mallon

miércoles, 23 de septiembre de 2015

PENSAR A LO GRANDE ES "PERFECTEAR EN EL AMOR"





Dios nos dice, en Mateo 17, 20 que la fe mueve montañas, algo realmente sobrenatural. Dios todo lo hace “a lo grande”, no ha escatimado en nada, su misericordia es eterna e infinita y tiene un plan elaborado para cada uno de nosotros.

Dios pensó a lo grande cuando nos creo extraordinarios y nos “dio autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo”. (Génesis 1,26).

Dios pensó a lo grande cuando envió a su Hijo a morir por todos nosotros para nuestra salvación. No pensó “a lo pequeño”, en unos pocos, pensó en TODOS. Y Jesús actuó “a lo grande”, no puso peros ni remilgos y murió por toda la humanidad.

Nosotros, como discípulos misioneros, estamos llamados a pensar a lo grande, a ser sobrenaturales en nuestras aspiraciones, , a pensar como piensa nuestro Creador, a obrar a lo grande desde la humildad, a tener coraje para no abandonar en la dificultad, a ser valientes y provocativos, en la adversidad.

Dios, como creador del Universo, nos exhorta a desechar un pensamiento rácano y mediocre, a evitar un concepto ruin y miserable de las cosas. No podemos pensar con una mentalidad de “mínimos” ni tener temor al fracaso o quedarnos quietos.

Pensar en “mínimos” o temer el fracaso nos aleja de Dios, puesto que no ponemos nuestra confianza en Él. 

No podemos trabajar para Dios y pensar que el éxito depende de nuestros recursos humanos o de nuestros recursos materiales. Éstos siempre serán limitados desde el punto de vista divino, y el objetivo no se alcanza gracias a ellos sino por la gracia de Dios. El éxito siempre es y será Suyo.

Dios nos exige “máximos”, no podemos estar con Él a medias, ser mediocres. Por nuestra fe y por Su gracia, somos capaces de emprender obras de gran envergadura, en la confianza de que Él suplirá nuestras limitaciones y nos llenará de su Espíritu para llevarlas a cabo.

San Agustin decía “ora como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”. En la certeza de que el protagonista de la misión es solo Dios y nosotros, instrumentos dóciles y herramientas obedientes en sus manos, debemos remar mar adentro, seguirle donde nos lleva, sin “peros” ni excusas.

Estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios, que es perfecto. Mateo 5, 48 nos dice “sed perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Lucas 6, 36 dice: “sed misericordiosos como vuestro padre es misericordioso”. Los dos evangelios se refieren al amor, a la caridad, a la misericordia o como diría el papa Francisco a “perfectear” en el amor.

Estamos llamados a crecer, a madurar, a no estancarnos y esto también se refiere a nuestra manera de pensar y de actuar. Pensar en el Reino de Dios es pensar en lo sublime, actuar con Dios es encaminarse hacia lo perfecto.

Y la perfección se encuentra en el amor: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”. (Juan 3,16). El amor nos diviniza y nos asimila a Dios Padre y a su Hijo amado, Jesús.


Jesús nos dio un mandato a lo grande expresado en Mateo 28, 19-20. ¿Pensaremos a lo grande? ¿Actuaremos a lo grande? ¿Amaremos?


lunes, 21 de septiembre de 2015

7 RAZONES PARA EVANGELIZAR


Decimos que la identidad de la Iglesia es misionera, evangelizadora. Pero ¿Por qué estamos todos llamados a evangelizar? ¿Qué razones tenemos para ponernos en misión?

1. ES LA VOLUNTAD DE DIOS.
Dios quiere que todos los hombres se salven y conozcan la verdad. (1 Timoteo 2,4).

2. ES UN MANDATO EXPLÍCITO DE JESUCRISTO.
Jesús nos manda ir y hacer discípulos, bautizando y enseñando. (Mateo 28, 19-20). Jesús nos envía, como el Padre le envió a Él. (Juan 20,21).

3. ES UN DERECHO Y UN DEBER DE LA IGLESIA.
Predicar el Evangelio no es para nosotros ningún motivo de gloria; es más bien un deber que nos incumbe. (1 Corintios 9,16).

4. ES POR AMOR A DIOS Y AL PRÓJIMO.
Los cristianos nos sentimos impulsados a evangelizar por la caridad, por amor a Dios y con la que anhelamos participar de los bienes espirituales, tanto de esta vida como de la venidera.

5. ES POR DAR GLORIA A DIOS.
Dios es plenamente glorificado por la evangelización con la fe de los hombres, unidos en un solo cuerpo, en un solo pueblo.

6. ES UNA VIDA NUEVA EN CRISTO.
Cristo nos ha otorgado la salvación, una vida nueva llena de sentido y de amor que no podemos guardarnos para nosotros egoístamente, sino que debemos comunicarla a todo el mundo con la alegría de quien ha encontrado un tesoro.

7. ES UNA RENOVACIÓN DE LA IGLESIA.
La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!

sábado, 19 de septiembre de 2015

UNA AMENAZA INTERNA






El padre James Mallon dice que la renovación pastoral comienza por el sacerdote, sigue por el fiel y finalmente, llega a las estructuras.

Sin embargo, si echamos un vistazo por algunas de nuestras parroquias, podremos ver que seguimos haciendo lo mismo que siempre, lo mismo que en los últimos cincuenta años. El paradigma sigue siendo el mismo. Y es que nada ha cambiado, nada se mueve, como si el mandato que Cristo nos dio hace 2000 años fuera opcional. 

A menudo nos encontramos con cristianos, ya sean sacerdotes o laicos, con mucha experiencia de fe, con mucha formación e incluso carismas, pero dotados de poco ardor, de escaso celo, y nulas ganas de “liarse”. Será porque se han agotado, será porque se han acomodado, será porque se han olvidado de su identidad como cristianos. No lo sé, ni pretendo juzgarlo.

Lo que sí sé es que Dios tiene un plan específico para cada uno de nosotros, sólo que, muchas veces, nos cuesta un imperio escucharle (a mi me ha pasado durante toda mi vida); no tenemos tiempo para Él, para hablar con Él, para orar y pedir la venida de su Espíritu. 

Nos incomoda especialmente que nos digan que nos movamos, que abandonemos nuestra zona de confort, que nos neguemos a nosotros mismos  y que “hagamos lío”. El verdadero amor es negarse a si mismo. Es lo que hizo Jesucristo, nuestro modelo a seguir. Pero en lugar de seguirlo y obedecerlo, nos excusamos.

Nuestras excusas para permanecer en una postura cómoda de mantenimiento son muy variopintas, desde el “yo necesito a un sacerdote siempre a mi lado que me dirija” (como si de un ángel custodio se tratara), o “yo no me siento preparado” (como si un bebé nunca tuviera que crecer) o “yo necesito formación antes de hacer nada” (como si de un máster se tratara) o “yo, ya estoy muy mayor para esto” (como si ser cristiano tuviera fecha de caducidad) o “yo soy bueno, hago el bien, voy a misa” (como si eso distinguiera a un cristiano de uno que no lo es). 

Es el conformismo mundano que ha anidado en el corazón de los cristianos. 

Es el “abandonar quedándose”. 

Es la auto-referencialidad, lo que "yo necesito", lo que "yo anhelo", lo que "me apetece". Siempre el "YO" delante...

Es el modo incoherente de no vivir nuestra fe con radicalidad pero con lógica, con locura pero con amor, con esfuerzo humano pero con Cristo siempre.

Tote Barrera dice que “el único antídoto es el Evangelio y su lógica, Jesucristo y su locura, la radicalidad de quien ama y no atiende a razones ni a comodidades personales”. Y estoy de acuerdo. 

Cristo no levantó un edificio para vivir cómodamente y esperar a que la gente desfilara delante de Él, sino que salió con sandalias pero sin alforjas a enseñar la Buena Nueva. Tampoco montó una escuela de formación para sus discípulos antes de mandarlos al mundo, sino que los formó mientras servían. Tampoco eligió a “chavales” jóvenes y fuertes que pudieran con cualquier dificultad, sino a gente “normal” y humilde pero con coraje y valentía.

El gran peligro de la fe, la gran amenaza del cristianismo no se encuentra en el exterior, en la persecución religiosa o en el secularismo de la sociedad actual (que también). 

Se encuentra en nuestra propia casa, en nuestra propia familia cristiana, en su laxitud y abandono, en su desidia y acomodo. 

Es triste pero por desgracia, muy cierto el hecho de que muchos de nuestros hermanos se “rebelan”, sin darse cuenta, contra el propio Dios al obviar la obediencia debida e intentar organizarse en torno a una fe “a la medida”.

La Nueva Evangelización no es un invento nuevo. En la fe, todo está planeado, dictado y escrito por Dios. 

La Nueva Evangelización no es una moda pasajera durante un tiempo determinado y para un lugar específico. Es un retorno al mandato de Jesucristo (Mateo 28, 18-19) cuando fundó su Iglesia.

La Nueva Evangelización no es cosa de hombres. Es un renovado y fortalecedor soplo del Espíritu Santo, impulsado por el sucesor de Pedro, el papa Francisco, en su encíclica “Evangelii Gaudium” y continuado por nuestro obispo Carlos, con su Plan Diocesano de Evangelización.

La Nueva Evangelización no es un “recado para frikis” ni un “encargo de conversos para conversos”. Es un mandato para todos nosotros, los cristianos, una vez que recordamos y somos conscientes de cuál es nuestra misión. 

El meollo de la cuestión no es si la Iglesia tiene una misión, sino que la misión de Cristo tiene una Iglesia. Una Iglesia de discípulos misioneros que retorna al origen, al principio, a la venida del Espíritu Santo en aquel Pentecostés del primer siglo. 

No es una Iglesia de sacramentos dotados de escasa validez, administrados a personas sin fe y sin esperanza, donde se anhelan números y actividades, donde se crean estilos y carismas o donde se levantan edificios y estructuras. 

Es una vuelta a los orígenes de la Iglesia primitiva, es un reencuentro con Jesucristo como nuestra referencia, es un regreso a nuestra auténtica identidad cristiana.

viernes, 18 de septiembre de 2015

GRUPOS PEQUEÑOS, HERRAMIENTAS EVANGELIZADORAS


 

"En esto, unos hombres trajeron en una camilla a un paralítico
 y trataban de introducirle, para ponerle delante de él.
Pero no encontrando por dónde meterle, a causa de la multitud, subieron al terrado, le bajaron con la camilla a través de las tejas,
y le pusieron en medio, delante de Jesús.
Viendo Jesús la fe de ellos, dijo:
Hombre, tus pecados te quedan perdonados."
(Lucas 5, 18-20)


 A veces se necesita hacer algo radical para llevar a alguien a Jesús. Otras, tan sólo se necesita el cuidado y el amor de un pequeño grupo de cristianos.

¿Cómo pueden los grupos pequeños (células de fe) convertirse en herramientas eficaces de evangelización tal y como Dios quiere?

Preocupación por todas las personas que no conocen a Jesús

Al igual que los cuatro amigos en el relato de Lucas, la evangelización debe empezar por el amor.  La principal razón por la que los cristianos no comparten a Cristo con otros es porque están demasiado preocupados por sí mismos que se olvidan del mandato de amar al prójimo como a uno mismo.

Lo primero de todo es que el grupo tome conciencia de que existen personas que los necesitan y entonces, comenzar a orar por ellos. Orar por ellos para compartir la fe libremente y para que Dios ablande sus corazones.

Fe para poder llevarlas a Dios

Cuando los cuatro amigos vieron que no era posible hacer llegar al paralítico a Jesús, podrían haber desistido. Sin embargo, confiaron en que Jesús lo podía sanar, tenían fe. 

La Biblia dice que los pecados del paralítico fueron perdonados cuando Jesús vio la fe de los cuatro amigos.

Hoy también encontramos personas paralizadas en nuestro mundo aunque no necesariamente están paralizados físicamente. 

Más bien, su fe está paralizada por la duda, por la soledad, por el miedo o por cualquier otra cosa.

En cierto sentido, no tienen suficiente fe para creer y por ello, necesitan la fe de otros para llevarlos hasta Jesús.



Un plan establecido

Aunque la fe y la oración son ingredientes importantes para atraer a otros a Jesús, tenemos que hacer algo más. Necesitamos un plan. Cuando los cuatro amigos vieron que no era posible acercar al paralítico a Jesús, se le ocurrió un plan: introducirlo por el tejado.

Los grupos pequeños también necesitan un plan para llevar a la gente a Jesús. Sin plan, no es posible llevar a nadie a Cristo.

Perseverancia ante las dificultades

Cuando los cuatro amigos vieron el camino a Jesús bloqueado, tenían todas las excusas como para sentirse desalentados, pero no se dieron por vencidos, sino que buscaron otra manera de llevar a su amigo hasta Jesús.

Todos nos desanimamos a veces, pero si tenemos como objetivo compartir a Jesús con nuestros amigos, debemos persistir ante cualquier dificultad.

Valentía de hacer algo diferente

Cuando se enfrentaron a esa situación desalentadora, los cuatro amigos decidieron hacer algo diferente para llevar a su amigo a Jesús, se fueron por las nubes! A veces, también tenemos que hacer algo diferente para llevar a la gente a Jesús.

Trabajo en equipo

¿Alguna vez ha tratado de llevar a alguien en una camilla con sólo tres personas? No se puede. Si los cuatro amigos no hubieran trabajado en equipo, el paralítico se habría caído de la camilla.

Algunas personas sólo llegarán a Jesús gracias al esfuerzo conjunto de todo el grupo.

Sacrificio por traer a alguien a Jesús

Estos cuatro hombres no habrían hecho un agujero en el techo a menos que estuvieran dispuestos a arreglarlo. Estaban dispuestos a esforzarse antes, durante y después de llevar a su amigo a Jesús.

Llevar a un amigo a Jesús siempre requiere sacrificio. Significa sacrificar la propia comodidad dentro del grupo. Muchas personas han llegado a sentirse tan cómodas dentro de sus grupos pequeños, que tienen miedo de añadir nuevas personas y echar a perder la dinámica del grupo.


Antes de nuestra comunidad llegue a Jesús, debemos salir de nuestra zona de confort.


P. Rick Warren

jueves, 17 de septiembre de 2015

¿CUÁL ES LA VERDADERA LIBERTAD?


"Vosotros seréis mis discípulos si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.
Juan 8, 31-32

La libertad espiritual es la libertad de tus propios miedos, adicciones, preocupaciones y comportamientos auto-destructivos. Sólo Dios puede dártela.

Hoy en día, nuestra cultura define la libertad como "hacer cualquier cosa que me apetezca." Vivimos en la era de sentimientos, donde los sentimientos prevalecen sobre todo lo demás. Si algo te hace sentirte bien, entonces asumes que es bueno.

Pero "hacer lo que me apetece":

·         a nivel personal no es más que egoísmo.
·         a nivel familiar, genera conflictos.
·         a nivel social, es la anarquía.
·         a nivel espiritual, es rebelión contra Dios.

Los sentimientos se han convertido en un “dios” para muchos. Todo lo que siento se convierte en el fundamento de toda mi conducta, incluso si me perjudica a mí mismo, o a otros.

Sin embargo, limitar lo que me apetece es el camino a la responsabilidad, a la madurez, e incluso al amor. El verdadero amor no es egoísta.

¿Cómo podemos vivir libres en un mundo esclavo de su propio egocentrismo? El primer paso para la madurez espiritual es darse cuenta de que Dios te diseñó para una vida infinitamente mejor a la que estás viviendo en estos momentos. Hay más. Mucho más. 

La intención que Dios tiene para ti es mucho mayor de lo que te puedas imaginar.

La vida que Dios creó para que vivieras...es rica en amor, compasión y gracia, llena de energía y vitalidad, profundamente conectada a Dios y a los demás, sensible a la guía divina y a las necesidades de las personas que te rodean, llena de paz, basada en la alegría y la confianza, perceptiva de que este mundo no es todo lo que hay.


Jesús nos enseñó el camino hacia la madurez espiritual, hacia la verdadera libertad: "...si perseveráis en mi palabra; entonces conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres."

P. Rick Warren



lunes, 14 de septiembre de 2015

6 TENTACIONES TÍPICAS DEL CRISTIANO, NIVEL AVANZADO


El demonio existe pero a Dios no le puede hacerle ningún daño directo y por eso trata de herirlo a través de las criaturas que Él más ama: nosotros. El diablo nos ataca y nos tienta constantemente para que ofendamos a nuestro Creador.
El problema es que el padre de la mentira es muy astuto, y nosotros, los cristianos, muchas veces vamos de listos. Creemos que ir a misa, rezar el Rosario y tratar de vivir una vida cristiana coherente nos exime automáticamente de toda preocupación por la presencia de este indeseable sujeto. Pero la realidad es otra. El demonio redobla sus esfuerzos cuando ve fruto en nuestras vidas, asume nuevos rostros y actualiza sus estrategias. 
Dios nos sugiere apartar la mirada de nosotros mismos y ponerla en los demás. Cuando sirves a los demás, te das cuenta de que la alegría y el brillo de la comunión auténtica no son comparables ni por asomo a los opacos destellos de satisfacción que ofrece el egoísmo. Sin embargo, es aquí donde el demonio se juega todas sus cartas. Y es que es muy difícil engañar o inducir a error a una persona que tiene la mirada y el corazón puestos en Dios y en los demás. Por decirlo de una manera, el amor es la “kriptonita” del maligno.
Esta es la estrategia principal que inspirará las demás tentaciones: el egoísmo. El demonio trata de que no miremos hacia arriba, hacia Dios ni hacia los lados, hacia el prójimo, sino que centremos la mirada en nosotros mismos, para poder atacar con efectividad. Este amor propio es una enfermedad espiritual que los Padres de la Iglesia han llamado Filaucia y que el diablo trata de inocularla en nuestra vida cristiana de las muchas maneras.
El demonio, no nos muestra la tentación de manera burda porque sabe que sería rápidamente rechazada; cambia de plan y la disfraza de pensamientos y estados de ánimo en apariencia positivos y espirituales para, poco a poco, desviarnos de la relación con Dios.
Los pensamientos y estados de ánimo con los que el diablo nos tienta son:
La fe es sólo contenido
La fe cristiana es una relación con Cristo que se manifiesta en lo que creemos, en lo que queremos, en lo que pensamos y en lo que elegimos y que enriquece toda nuestra vida.
Cuando la vida del cristiano está nutrida por un diálogo amoroso con Cristo, el diablo poco o nada tiene que hacer. Su estrategia, por lo tanto, consistirá en desvitalizar esta relación.
¿Cómo? Tratando de que nuestros pensamientos y sentimientos religiosos empiecen a parecernos más una conquista personal que un don recibido. 
El objetivo del demonio es hacer que seamos personas religiosas sin Dios, hacernos creer que podemos mejorar como cristianos prescindiendo -paulatinamente- de las exigencias propias de una relación de amistad con Jesús.
Cuando el cristiano empieza a verse como el principal autor de su vida cristiana, centrarse en sí, en los contenidos de la fe en vez de en la relación con Jesús, la fe pierde toda su energía, se enfría y se convierte en ideología. Es decir, en un conjunto de ideas en las que se cree (doctrina), que han modelado las costumbres de una familia o un pueblo (tradición) y que se traducen en una serie de normas de conducta útiles para llevar una vida correcta (moral).
Cuando la fe se convierte en ideología, aburre; se abre una grieta enorme entre la vida concreta y las propias creencias. El demonio ha vencido convirtiéndonos en cristianos bien adoctrinados, asiduos en las prácticas y rituales católicos, moralmente ejemplares… y muertos por dentro.
La devoción es para satisfacción personal
Cuando realizamos nuestras actividades religiosas y obtenemos fruto es lógico y bueno que experimentemos satisfacción y paz interior, puesto que estamos haciendo lo que Dios nos invita a hacer y por eso nos sentimos felices.
Pero hay un peligro muy sutil: pensar que el hecho de realizar nuestras obras de devoción es por el gusto espiritual que nos producen o por lo que nos hacen sentir y no con el objetivo de acercarnos a Dios y reforzar nuestro amor por Él.
El enemigo tiene como objetivo las cosas de Dios, las cosas santas, las personas santas, y a nosotros mismos y nuestro fruto espiritual. Por eso, trata de hacernos creer que nuestra vida espiritual tiene como único objetivo nuestra propia satisfacción.
El apego a nuestras cosas
Al ser humano nos encanta el éxito y el protagonismo. Queremos que nuestros proyectos salgan bien e incluso rezamos para que esto sea así. Y en realidad, desearlo no tiene nada de malo; es más, Dios también lo quiere.
 Sin embargo, el diablo sabe muy bien que el corazón humano a veces se entrega demasiado a los propios proyectos. El hecho de que nuestra misión sea evangelizar no nos hace inmunes a desarrollar apegos mundanos que nos hacen olvidar la centralidad de Dios y su gracia, y nos ponen a nosotros como los protagonistas y los héroes indispensables del apostolado. 
El diablo intenta disfrazar la filaucia de celo apostólico y por eso debemos abandonarnos en las manos del Señor, especialmente en la oración, darle nuestro corazón y todos nuestros proyectos.
Hablar con confianza de cada uno de ellos y dejar que el Señor nos interpele y nos ayude a ponerle siempre a Él en el centro y hacer retroceder nuestra hambre de protagonismo.
La justicia nos corresponde a nosotros
Vivimos en santidad, vamos a misa, somos buenos cristianos y ayudamos a los mayores y a los necesitados, evangelizamos y creemos estar más en gracia que los demás. Enjuiciamos y despreciamos a los demás por no vivir o pensar como nosotros.
Esta es otra gran tentación que nos hace experimentar el gusto fariseo de ser los jueces de Dios; aquellos con poder para definir quién vive la fe y quién no, que no es más que un ciego y torpe amor propio.
Los que juzgan, con sus condenas y sus poses, están muy alejados de la mirada de misericordia y amor que Dios nos pide. Es importante que el cristiano que ha caído en esta tentación identifique aquellos juicios condenatorios o aquellos sentimientos de superioridad que le han endurecido el corazón y los ponga con humildad ante Dios.
Esta tentación también se cuela cuando nuestra propia interpretación de la fe se vuelve la norma universal para juzgar la reflexión y comprensión que otros tienen de la doctrina católica y así las ideas se convierten en idolatría. 
Se produce una ideologización de la fe que puede llegar al extremo de descartar cualquier opinión que se oponga a la propia, incluida la voz del propio obispo, la voz del Papa o la del Magisterio de la Iglesia.
¿Quién soy yo para juzgar a nadie? Dios es el único juez.
Pensamientos espirituales según mi forma de ser
Hacerme un Dios a mi medida. El enemigo llega a fingir que reza con quien reza, ayuna con quien ayuna, etc. Pretende hacernos creer que Dios existe para reafirmarnos a nosotros mismos.
Debo complementarme en mis carencias, no reafirmarme en lo que soy fuerte, debo buscar Su gracia porque si no estoy haciéndome un Dios según mis criterios.
La perfección la alcanzamos solos
El maligno también trata de hacernos caer en la trampa más peligrosa, la de la soberbia espiritual que nos inculca la falsa creencia de que somos capaces de vencer cualquier tentación si es que nos lo proponemos. 
Dios y su gracia salen inconscientemente del combate espiritual y el terreno queda servido para que el tentador muestre su verdadero rostro. Lo terrible de este modo de filaucía espiritual es que el tentador se ha asegurado de hacerle creer al cristiano que puede lograr todo por él mismo. ¡Qué gran mentira!
La siguiente movida del maligno, y hay que estar atentos, será hacerlo abandonar la esperanza de ser ayudado por Dios, para finalmente llevarlo a desesperar de su misericordia. El cristiano, irónicamente, abandona la esperanza de recibir una ayuda que nunca pidió, y desespera de la misericordia divina cuando su objetivo no fue el perdón, sino recuperar la paz que le producía sentirse bueno y virtuoso. En el fondo, con la filaucía, el maligno desubica al cristiano y lo coloca inerme en batallas cuyo resultado está previamente definido: perderá.
Es esencial saber que la verdadera perfección cristiana se vive en clave de morir y resucitar constantemente. Se expresa en un amor humilde que nunca se pone por encima de los demás ni se envanece con sus logros o capacidades. No debe haber paz en la auto contemplación sino en la felicidad de quienes están a su lado. Es una perfección que se sabe profunda y constantemente necesitada del auxilio de Dios porque reconoce su pequeñez ante el misterio del amor al que está llamada. Sus conquistas no las atribuye a sí misma sino que las agradece porque siempre son dones recibidos. Ante la perfección cristiana lo único que el maligno puede hacer es controlar su impotencia.


Mauricio Artiera,  6 tentaciones típicas del cristiano, nivel avanzado, Catholic link