"No hay condenación alguna para los que están unidos a Cristo Jesús.
Porque la ley del espíritu, que da la vida en Cristo Jesús,
me ha librado de la ley del pecado y de la muerte...
padecemos con él, para ser también glorificados con él...
Sabemos que toda la creación gime
y está en dolores de parto hasta el momento presente...
también nosotros, gemimos dentro de nosotros mismos,
esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo.
El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza
e intercede por nosotros con gemidos inenarrables...
Y sabemos que Dios ordena todas las cosas
para bien de los que le aman."
(Romanos 8,1-28)
No, no voy a hablar del corona-virus. Toda España y todo el mundo, ya habla de él. Voy a hablar de otro virus, más sutil e imperceptible, una epidemia muy contagiosa, una pandemia mucho más letal: el pecado.
Quizás esta cuarentena cuaresmal tan excepcional, en la que estamos rezando, ayunando y haciendo penitencia "de verdad", sea consecuencia de nuestro pecado. Pero, como dice el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos,"los cristianos tenemos nuestra esperanza y confianza en nuestro Salvador y sabemos que todo acontece para bien de los que le amamos."
El pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la Voluntad de Dios, una ofensa contra Dios. El Señor no es insensible a nuestro rechazo, a nuestro desprecio, porque nos ama con locura y quiere nuestro bien.
El pecado, en principio, no es algo que deseemos. Más bien, es algo de lo que nos contagiamos. Nos infecta, a veces, sin saberlo, y poco a poco, va fraguando y creciendo dentro de nosotros mismos, hasta que sale al exterior y se hace evidente.
Por eso, para no contagiarnos de este virus, debemos saber reconocer sus síntomas.
Síntomas
El pecado presenta una sintomatología muy sencilla de detectar porque evidencia unos patrones fácilmente identificables para un cristiano: dolor de garganta (soberbia), fiebre (orgullo), dificultad respiratoria (envidia), dolor muscular (pereza), sensación de falta de aire (avaricia ) y tos (egoísmo).
Los síntomas de este virus tan contagioso y letal llevan al hombre a enfrentarse con situaciones amargas, decepcionantes y desoladoras. Incluso con la muerte.
En la crisis en la que hoy se encuentra el mundo, con la pandemia del Covid-19, y en concreto, España, estos síntomas ya han empezado a aparecer.
Cada día, escuchamos medidas, que siempre se quedan cortas y vemos situaciones sanitarias terribles, que nos enfrentan ante la muerte y la desesperación. Y estoy convencido de que, más pronto que tarde, veremos desgracias económicas, sociales y morales.
Cada día surgen, en la mente del hombre, algunas buenas intenciones para afrontar "humanamente" esta crisis, como tomar medidas preventivas, salir a las ventanas a aplaudir, guardar minutos de silencio, seguir las recomendaciones o confinarse con responsabilidad, pero, desgraciadamente... "los que viven según la carne piensan en las cosas carnales y...no pueden agradar a Dios"(Romanos 8, 5 y 8). Su corazón está oscurecido porque le han dado la espalda a Dios.
Por su egoísmo, el hombre piensa solamente en sí mismo. A muchos, no les importa las necesidades o preocupaciones de los demás.
Por su orgullo, se cree capaz de dominar cualquier situación. A muchos, no les importa hacer daño, si con ello, se muestran poderosos y se creen dueños de sus vidas.
Por su soberbia, se siente superior y con más derechos que los demás. A muchos, no les importa reivindicar sus derechos en detrimento de los de los demás.
Por su avaricia, se ve impelido a dañar a otros. A muchos, no les importa llevar a una situación dramática a otras personas, si con ello, consiguen alcanzar su dios, el dinero.
Por su envidia, se muestra desconfiado hacia los demás. A muchos, no les importa negar la ayuda a otros, si con ello, alcanzan seguridad y tranquilidad en su zona de confort.
Por su pereza, se niega a ayudar a los demás. A muchos, no les importa lo que les ocurra a los demás, mientras no sea a ellos.
El miedo le atenaza. Miedo a perder lo que cree merecer, miedo a que merme su confort, miedo a que su propia comodidad se vea menoscabada...el ser humano no está hecho para el sufrimiento. No lo soporta, teme... y huye.
El miedo le hace evadirse. Ese miedo a darse a los demás, a procurar el bien del prójimo, a exponer debilidad, a mostrar vulnerabilidad, a manifestar fragilidad... pero...¡si es lo que somos! débiles, vulnerables y frágiles...
Medidas de protección
Las principales medidas de protección para evitar el contagio de este virus letal son:
- Permanecer a más de mil metros del portador del mal (el Diablo).
- Lavarse las manos a menudo y constantemente, con la oración y los sacramentos.
- Utilizar mascarilla contra la mentira.
- Usar un traje protector contra el mal.
- Medir la temperatura, de nuestra fe.
- Apostar por el tele-trabajo, es decir, por la vida interior.
Tratamiento
Si hemos sido "infectados", el virus del pecado tiene un sólo tratamiento posible, una sola vacuna: el amor.
Un amor que nace al saberse amado por Dios, y que nos conduce a amarle por encima de todo.
Un amor que se sella con la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, y que nos atrae a seguirlo.
Un amor que se derrama al procurar el bien de los demás, a dar la vida por otros, y que nos lleva a amarle como a nosotros mismos.
Y no hay amor más grande. Ni mejor tratamiento.
"Dice la Escritura:
Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día,
somos como ovejas destinadas al matadero.
Pero en todas estas cosas salimos triunfadores
por medio de aquel que nos amó.
Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida,
ni los ángeles, ni los principados,
ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades,
ni la altura ni la profundidad,
ni otra criatura alguna podrá separarnos
del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 36-39)