¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

jueves, 19 de marzo de 2020

UN VIRUS CONTAGIOSO Y LETAL QUE SE EXPANDE

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"No hay condenación alguna para los que están unidos a Cristo Jesús. 
Porque la ley del espíritu, que da la vida en Cristo Jesús, 
me ha librado de la ley del pecado y de la muerte...
padecemos con él, para ser también glorificados con él...
Sabemos que toda la creación gime 
y está en dolores de parto hasta el momento presente... 
también nosotros, gemimos dentro de nosotros mismos, 
esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. 
El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza 
e intercede por nosotros con gemidos inenarrables...
Y sabemos que Dios ordena todas las cosas 
para bien de los que le aman." 
(Romanos 8,1-28)

No, no voy a hablar del corona-virus. Toda España y todo el mundo, ya habla de él. Voy a hablar de otro virus, más sutil e imperceptible, una epidemia muy contagiosa, una pandemia mucho más letal: el pecado.

Resultado de imagen de el coronavirusQuizás esta cuarentena cuaresmal tan excepcional, en la que estamos rezando, ayunando y haciendo penitencia "de verdad", sea consecuencia de nuestro pecado. Pero, como dice el apóstol San Pablo en su carta a los Romanos,"los cristianos tenemos nuestra esperanza y confianza en nuestro Salvador y sabemos que todo acontece para bien de los que le amamos."

El pecado es toda acción u omisión voluntaria contra la Voluntad de Dios, una ofensa contra Dios. El Señor no es insensible a nuestro rechazo, a nuestro desprecio, porque nos ama con locura y quiere nuestro bien. 

El pecado, en principio, no es algo que deseemos. Más bien, es algo de lo que nos contagiamos. Nos infecta, a veces, sin saberlo, y poco a poco, va fraguando y creciendo dentro de nosotros mismos, hasta que sale al exterior y se hace evidente. 

Por eso, para no contagiarnos de este virus, debemos saber reconocer sus síntomas.

Síntomas


El pecado presenta una sintomatología muy sencilla de detectar porque evidencia unos patrones fácilmente identificables para un cristiano: dolor de garganta (soberbia), fiebre (orgullo),  dificultad respiratoria (envidia), dolor muscular (pereza), sensación de falta de aire (avaricia ) y tos (egoísmo).

Los síntomas de este virus tan contagioso y letal llevan al hombre a enfrentarse con situaciones amargas, decepcionantes y desoladoras. Incluso con la muerte.

En la crisis en la que hoy se encuentra el mundo, con la pandemia del Covid-19, y en concreto, España, estos síntomas ya han empezado a aparecer. 

Cada día, escuchamos medidas, que siempre se quedan cortas y vemos situaciones sanitarias terribles, que nos enfrentan ante la muerte y la desesperación. Y estoy convencido de que, más pronto que tarde, veremos desgracias económicas, sociales y morales.

Cada día surgen, en la mente del hombre, algunas buenas intenciones para afrontar "humanamente" esta crisis, como tomar medidas preventivas, salir a las ventanas a aplaudir, guardar minutos de silencio, seguir las recomendaciones o confinarse con responsabilidad, pero, desgraciadamente... "los que viven según la carne piensan en las cosas carnales y...no pueden agradar a Dios"(Romanos 8, 5 y 8). Su corazón está oscurecido porque le han dado la espalda a Dios.

Por su egoísmo, el hombre piensa solamente en sí mismo. A muchos, no les importa las necesidades o preocupaciones de los demás.

Por su orgullo, se cree capaz de dominar cualquier situación. A muchos, no les importa hacer daño, si con ello, se muestran poderosos y se creen dueños de sus vidas.

Resultado de imagen de pecadosPor su soberbia, se siente superior y con más derechos que los demás. A muchos, no les importa reivindicar sus derechos en detrimento de los de los demás.

Por su avaricia, se ve impelido a dañar a otros. A muchos, no les importa llevar a una situación dramática a otras personas, si con ello, consiguen alcanzar su dios, el dinero.

Por su envidia, se muestra desconfiado hacia los demás. A muchos, no les importa negar la ayuda a otros, si con ello, alcanzan seguridad y tranquilidad en su zona de confort.

Por su pereza, se niega a ayudar a los demás. A muchos, no les importa lo que les ocurra a los demás, mientras no sea a ellos.

El miedo le atenaza. Miedo a perder lo que cree merecer, miedo a que merme su confort, miedo a que su propia comodidad se vea menoscabada...el ser humano no está hecho para el sufrimiento. No lo soporta, teme... y huye.

El miedo le hace evadirse. Ese miedo a darse a los demás, a procurar el bien del prójimo, a exponer debilidad, a mostrar vulnerabilidad, a manifestar fragilidad... pero...¡si es lo que somos! débiles, vulnerables y frágiles...

Medidas de protección

Las principales medidas de protección para evitar el contagio de este virus letal son:

Resultado de imagen de el coronavirus- Evitar sitios concurridos, donde no exista gracia y haya un riesgo evidente de infección.
- Permanecer a más de mil metros del portador del mal (el Diablo).
- Lavarse las manos a menudo y constantemente, con la oración y los sacramentos.
- Utilizar mascarilla contra la mentira.
- Usar un traje protector contra el mal. 
- Medir la temperatura, de nuestra fe.
- Apostar por el tele-trabajo, es decir, por la vida interior.

Tratamiento

Si hemos sido "infectados", el virus del pecado tiene un sólo tratamiento posible, una sola vacuna: el amor. 
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Un amor que nace al saberse amado por Dios, y que nos conduce a amarle por encima de todo.
Un amor que se sella con la pasión, la muerte y la resurrección de Jesucristo, y que nos atrae a seguirlo. 

Un amor que se derrama al procurar el bien de los demás, a dar la vida por otros, y que nos lleva a amarle como a nosotros mismos.

Y no hay amor más grande. Ni mejor tratamiento.


"Dice la Escritura: 
Por tu causa estamos expuestos a la muerte todo el día, 
somos como ovejas destinadas al matadero. 
Pero en todas estas cosas salimos triunfadores 
por medio de aquel que nos amó. 
Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, 
ni los ángeles, ni los principados, 
ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades, 
ni la altura ni la profundidad, 
ni otra criatura alguna podrá separarnos 
del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
 (Romanos 8, 36-39)

jueves, 12 de marzo de 2020

"NO TEMAS, PORQUE YO ESTOY CONTIGO"

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"No temas, porque yo estoy contigo"
(Isaías 41,10)

Una de las frases que más se repite en la Palabra de Dios, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamentos es: “No temas”. Aparece 366 veces. Una por cada día (incluidos los años bisiestos). 

Dios no quiere que sus hijos tengamos miedo a nada, ni al presente ni al futuro. Nos mira con compasión, sabiendo que somos débiles y vulnerables. Él está siempre con nosotros y nos pr
otege de todos los males, incluso de las epidemias. Pero no voy a hablar del corona virus. Eso se lo dejo a otros.

Quiero centrarme en hablar sobre la confianza. ¿De qué tenemos miedo? ¿De quién desconfiamos? ¿Qué nos atemoriza? ¿Perder nuestra salud, nuestra vida, nuestro bienestar, nuestro dinero, nuestro confort, nuestros seres queridos?

Los Evangelios de Marcos y Mateo asocian el miedo a la falta de fe, a la desconfianza y hasta, a la cobardía. No en vano, Jesús recrimina a los discípulos su miedo porque son hombres de poca fe (Mateo 8,26; 14, 31; 17, 20; Marcos 4, 40; ). Les ll
ama cobardes, porque tienen poca fe. Y a quién le pide auxilio le dice: "No temas, basta que tengas fe." 

El problema somos nosotros, que somos hombres de poca fe. Desconfiamos y recelamos de todo y de todos, hasta de nuestro Dios. Seguramente, porque pensamos que todo depende de nosotros, de lo que hagamos o digamos. Seguramente, porque mientras los problemas no nos afecten personalmente, no hay que preocuparse
."El que encuentre su vida la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará" (Mateo 10, 39).

Somos hijos rebeldes por el pecado, que trata de convencernos de que Quien nos ha dado la vida, nada tiene que decirnos o hacer. Hacemos oídos sordos a su i
nvitaciones de amor y sin escucharle, buscamos nuestro propio camino hacia una independencia que nos lleva a una vida alejada de la Gracia. Y cuando nos alejamos de Dios, vienen los problemas y el pánico.

La lectura de hoy del profeta Jeremías es dura: "Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza" (Jeremías 17,5-6).

Nuestra sociedad occidental, y nosotros con ella, camina como el Israel de Moisés: por el desierto, sin esperanza, sin confianza y con temor. Al igual que Moisés sacó a los israelitas de la esclavitud de Egipto, Jesucristo, con su muerte y resurrección, nos liberó de la esclavitud del pecado, nos sacó de nuestro Egipto.

Pero con el paso de los años, nos hemos olvidado. Por nuestro egoísmo, nos hemos vuelto desconfiados y hemos apartado nuestro corazón de Dios. Hemos relegado a Quien tiene el poder sobre todo, y hemos pretendido ponernos en su lugar y "ser como Dios". 

Sin embargo, como decía San Agustín, "somos mendigos de la Gracia". El hombre, sin Dios, camina sin rumbo por la vida "maldito", perdido y vulnerable, como un vagabundo, buscando en la basura del mundo o mendigando ayuda de los hombres.

Mendiguemos la Gracia para que nos ampare en la necesidad. Recemos a Nuestra señora para que nos ampare en la dificultad. Roguemos al Señor para que nos asista y nos escuche en la incertidumbre. "Pidamos y se nos dará. Busquemos y hallaremos. Llamemos y se nos abrirá " (Mateo 7, 7).

Hoy más que nunca, a los cristianos se nos brinda una gran oportunidad para mostrar al mundo el valor de la esperanza y la fe de nuestro Señor. Es en tiempos de epidemias, cuando el cristianismo sobresale por su confianza en Dios, por su coherencia en el actuar, por su prudencia en el hablar.

Durante las grandes pestes y epidemias de siglos pasados, los cristianos siempre mostraron un amor y una lealtad a Dios sin límites, sin escatimar ningún recurso material o humano y pensando sólo en los demás. Sin temer el peligro, se abandonaron en manos de Dios y se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo todas sus necesidades y sirviéndolos en Cristo. 

Muchos santos murieron infectados, pero partieron de esta vida serenamente felices, plenamente confiados en que su Señor les recompensará por su amor martirial, a semejanza de Jesucristo, que murió en la Cruz por nosotros: "No hay amor más grande que entregar la vida por otros".

Nuestra fe no es superstición, sino confianza plena. Nuestra oración no es magia, sino relación con nuestro Padre Todopoderoso. La Cruz no es un amuleto, sino la victoria al sufrimiento y la muerte. Dios no es el genio de la lámpara que cumple nuestros deseos, sino quien nos escucha y nos da paz. Y la Resurrección, nuestra recompensa.

El miedo consume la fe, destruye la esperanza y apaga el amor. El miedo socava la confianza y nos aleja de Dios, como le pasó a Judas, a quien el Mal le llenó el corazón de desconfianza y miedo. Soltó la mano del Señor y se agarró a la del Diablo. Dejó la luz y se perdió en las tinieblas.

Siempre vienen a mi pensamiento las palabras de San Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Romanos 8, 31). 

¿Prudencia?, por supuesto. ¿Oración?, continuamente. ¿Esperanza?, completa. ¿Amor?, todo. ¿Miedo?...sólo a contagiarnos del pecado. 

"No temas, porque yo estoy contigo"

lunes, 9 de marzo de 2020

ALIMENTAR EL ESPÍRITU

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"Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
 sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." 

(Mateo 4,4; Lucas 4,4)

Dios ha creado al hombre como un ser único, dotado de cuerpo y espíritu. El cuerpo necesita sustento, cuidado y alimento para sobrevivir, crecer y desarrollarse satisfactoriamente. De la misma forma, también el espíritu necesita alimento, cuidado y atención. 

Jesús mismo nos lo dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino que de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con ello, quiso decir algo más que dar una respuesta al Tentador: que cultiváramos nuestro espíritu, que alimentáramos nuestra vida interior ante las tentaciones de estar pendientes sólo de las necesidades de nuestro cuerpo.

Por ello, debemos alimentar nuestra vida espiritual para no caer en una fe superficial, anímica, tibia, mediocre, relativista e indiferente.

Necesitamos un adecuado desarrollo espiritual para no caer en el desprecio por lo trascendental, en el endurecimiento de nuestro corazón y en la deformación de nuestra conciencia.

Pero antes de desarrollar nuestro espíritu, tenemos que cimentar una conciencia recta y una voluntad fuerte

Despues, cultivar nuestra inteligencia y dejar que el Espíritu Santo modele nuestro corazón, guiar nuestra alma y derramar sus dones y sus gracias, para conducirnos hacia un camino de santificación.

Una vez cimentadas nuestra conciencia, vol
untad e inteligencia por la Gracia, los cristianos necesitamos una formación espiritual sólida, firme y segura, que nos proporcione las herramientas necesarias para tomar un camino de madurez

En él, creceremos día a día, reflejaremos en nuestra vida el mensaje de Jesucristo de forma integral, así como el amor a Dios y al prójimo, mediante la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.
La formación espiritual nos dará una mayor profundidad en nuestra relación con Dios, a través de la oración, la lectura de la Palabra, el discernimiento de la fe, la comprensión y aceptación de la doctrina y el seguimiento de los sacramentos.

Una buena sugerencia para em
pezar, es buscar guía y dirección espiritual en un sacerdote o en un consagrado. Pero, además y sobre todo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.

Entonces comenzaremos una vida coherente con Cristo y, con el tiempo, llegaremos a asemejarnos a Él.

Elementos de vida cristiana

Una vida cristiana coherente implica que asimilemos algunos de los elementos imprescindibles y que se adquieren con una correcta formación espiritual:

Sentido sagrado
Descubrir la presencia de Dios en nuestra vida. 

Tomar conciencia del sentido sagrado de nuestra existencia y comprender para qué hemos sido creados. 

Ver todo con los ojos de Dios.

Mostrar a Dios la debida adoración, humildad, agradecimiento, recogimiento, etc.

Oración

Entablar un diálogo íntimo con Dios y meditar lo que nos suscita.

Recurrir a Él de forma natural, en actitud de agradecimiento por sus dones, y especialmente, por su amor infinito. 

Pedir lo que conviene, no lo que deseamos. 

Orar individualmente y en familia. 

Y hacerlo continuamente. 

Sacramentos

Comprender el sentido de los sacramentos como signos de la gracia, como acciones de Dios, no como meros ritos o símbolos. 

Vivirlos como la presencia real de Cristo, que actúa en nuestra alma, iluminándola, fortaleciéndola, vivificándola. 

Vivir la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, como fuente de gracias inagotables. 

Sagrada Escritura

Conocer la Sagrada Escritura, Palabra de Dios viva en nuestro día a día.

Profundizar en el contacto con Jesús y sus enseñanzas a través del Evangelio.

Tomar conciencia de que aplica a nuestra vida, hoy y ahora.

Alimentarnos con frecuencia de la Palabra, dedicando tiempos a leer en familia, en pareja, a orar y meditar en comunidad.

Catequesis

Aprender las verdades fundamentales de nuestra fe a través del Catecismo, el Magisterio, las encíclicas de los santos padres, libros de espiritualidad, etc., para llegar a conocer mejor a Dios y, por tanto, a amarle más. 

Aprender de las vidas de santos, ejemplos vivos de hombres y mujeres que se entregaron heroicamente en la práctica de las virtudes, que amaron a Dios y a las almas, hasta dar su vida por ellos, que abandonaron fortuna, casa y la propia libertad, para proclamar la Buena Nueva.

Lucha y sacrificio

Pelear contra las tentaciones y los enemigos de nuestra alma: mundo, demonio y carne.

Realizar pequeños sacrificios y renuncias, para disponer nuestra alma para el combate por la santidad y fortalecer el ánimo para la lucha. 

Mantener a raya nuestras tendencias al egoísmo, la soberbia y la sensualidad mediante una exigente y continua práctica de la mortificación cristiana.

Todos nuestros sacrificios, unidos a los de Nuestro Señor en la Cruz y ofrecidos por las almas, son fuente de conversión y de redención para ellas. 

Ofrecer nuestros dolores, tribulaciones, sufrimientos físicos o morales como reparación del terrible mal del pecado que tanto ofende al Corazón de Jesús.

Apostolado y Espíritu evangélico

Descubrir a Cristo en nuestro prójimo, especialmente en el que está más necesitado.

Motivarnos a dar, a ayudar, a preocuparnos, a servir, a orar por otros. 

Ofrecer nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestro dinero para formar un corazón generoso. 

Dar testimonio de Dios en nuestra vida.

Hablar, insistir, predicar con el ejemplo el verdadero espíritu total y radical del Evangelio, sin minimizarlo, ni suavizarlo.

Presentar el ideal cristiano tal cual es. 

No permitir que el conformismo, el relativismo y el buenismo penetren en la vivencia de nuestra fe, haciéndonos caer en un catolicismo “light” y falto de sentido sobrenatural. 

No dejar que una idea errónea de lo que es la fe católica se apodere de nuestro pensamiento.

Virgen María

Y por último, ponernos en manos de Nuestra Madre, la Virgen Santísima.

María es el camino más perfecto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

Consagrarnos a su Inmaculado Corazón y formar parte de su familia como "hijos de la luz".

Dejar en sus manos nuestros dones y miserias, nuestros talentos y problemas para que Ella los maneje con su mano sin mancha.

Pedirle innumerables y continuas gracias para que así, podamos ser dignos hijos de Dios.

domingo, 1 de marzo de 2020

¿DOS IGLESIAS PARALELAS?

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""El reino de Dios es semejante a un hombre 
que sembró buena semilla en un campo. 
Mientras sus hombres dormían, vino su enemigo, 
esparció cizaña en medio del trigo y se fue. 
Pero cuando creció la hierba y llevó fruto, 
apareció también la cizaña. 
Los criados fueron a decir a su amo: 
¿No sembraste buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que tiene cizaña? 
Él les dijo: Un hombre enemigo hizo esto. 
Los criados dijeron: ¿Quieres que vayamos a recogerla? 
Les contestó: ¡No!, no sea que, al recoger la cizaña, 
arranquéis con ella el trigo. 
Dejad crecer juntas las dos cosas hasta la siega; 
en el tiempo de la siega diré a los segadores: 
Recoged primero la cizaña y atadla en haces para quemarla, 
pero el trigo recogedlo en mi granero.
El que siembra la buena semilla es el hijo del hombre. 
El campo es el mundo. 
La buena semilla son los hijos del reino, 
y la cizaña son los hijos del maligno. 
El enemigo que la siembra es el diablo. 
La siega es el fin del mundo, 
y los segadores los ángeles. 
Como se recoge la cizaña y se quema en el fuego, 
así también será al fin del mundo. 
El hijo del hombre enviará a sus ángeles, 
que recogerán de su reino a todos los que son causa de pecado 
y a todos los agentes de injusticias 
y los echarán al horno ardiente: 
allí será el llanto y el crujir de dientes. 
Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre. 
¡El que tenga oídos que oiga!"
(Mateo 13, 24-43)


Hoy se hace muy patente la parábola del trigo y la cizaña, en la que Jesús nos explica la coexistencia entrelazada del bien y del mal en el mundo, en nuestra vida y en la misma historia de la Iglesia. Y sólo a través de los ojos de la fe, podremos ver su dimensión trascendente y escatológica, y afrontarla con claridad de principios, pero también con prudencia y paciencia.

Y es que no es nada raro encontrar "católicos" que dicen creer en Dios pero no en la Iglesia, en el cielo pero no en el infierno, en los ángeles pero no en los demonios, que van a misa y comulgan en situación irregular o que se casan por la Iglesia pero usan métodos anticonceptivos o incluso interrumpen sus embarazos.

En ocasiones, escuchamos a algunas personas que se consideran católicas hablar sobre la necesidad de cambiar algunas cuestiones fundamentales morales o incluso también, doctrinales de la Iglesia CatólicaIncluso, se atreven a dar opiniones sobre cómo debería ser esto o aquello, sobre que se debería cambiar un poco de aquí y un poco de allí, reformar esto y abolir aquello...y el mundo nos pone (como Pilato) en la tesitura de elegir entre Jesús o Barrabás... 

Son los "católicos liberales" de la "progre-iglesia", la cizaña: una iglesia invertida y disidente que se auto-proclama "verdadera", que tiene como objetivo erosionar y destruir la verdad, que se ha entregado incondicionalmente a la lógica del mundo, que se encuentra en una actitud de ruptura y de rebelión interna con la Iglesia de Cristo al más puro estilo protestante y que señala como "apestados" a quienes siguen la Doctrina, el Magisterio y la Tradición.

Su intención es convertir la fe en un campo de batalla de ideas políticas y de reivindicaciones sociales, transformar el Cuerpo de Cristo en una Iglesia de la "misericorditis", del "buenismo", del "relativismo" acorde con el espíritu predominante y con el pensamiento único, donde todo vale y todo se permite.

Su
 propósito es inmanentizar la fe, vaciarla de su trascendencia, para ocuparse con excesivo interés en causas que, buenas o malas, tienen poco o nada que ver con el ministerio de la Iglesia sino, más bien, con la invención de una fe "light" y de un Dios "a la medida".

Su asp
iración es cambiar el concepto de Iglesia Católica: pasar de una Iglesia garante del mensaje inmutable y eterno de Cristo, para transformarla en un organismo que evolucione, imite y siga las modas ideológicas del mundo.

Su e
strategia es cambiar, desde dentro, poco a poco, con paciencia y sutileza, la liturgia, la pastoral y la enseñanza, pretendiendo realizar "actualizaciones" doctrinales y morales, "modernizar la fe", señalando como "ultraconservadores" a quienes defienden la Iglesia de Cristo que se mantiene fiel al Evangelio y al Magisterio de todos los tiempos, y auto-proclamándose como verdadera Iglesia de Dios.

Frente a los tildados de “tradicionalistas o retrógrados”, que no somos todos personas mayores ni nostálgicos de la misa en latín y de los cantos gregorianos sino fieles a la Iglesia verdadera, están los "innovadores o reformistas", que pretenden reinventar la Iglesia celebrando misas con payasos, marionetas y "shows motivadores"

Estos "católicos liberales" acuden allí donde puedan comulgar los divorciados, donde se defiendan las uniones homosexuales o las prácticas LGTBI, donde se abogue por el sacerdocio femenino o donde los curas, al olvidar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hablan de todo, menos de Dios. 

La pretensión de estos "cristianos renovadores" es la humanización de la divina misericordia de Dios como excusa para reivindicar una libertad moral y religiosa plena, donde el demonio es un "coco" ficticio, donde el pecado no existe, donde el infierno es una invención para atemorizarnos, donde Dios perdona todo y a todos, incluso sin arrepentimiento. 

Estos "disidentes" intrigan para establecerse como los discípulos “verdaderos” de Cristo y como miembros legítimos de la Iglesia Católica (como Judas). "Nosotros somos la iglesia del Dios misericordioso. Ellos son la iglesia del Dios castigador", dicen, cómo si sólo ellos tuvieran los derechos exclusivos del Evangelio, como si sólo ellos los hubieran entendido y como si todos los demás fuéramos hipócritas fariseos y estrictos cumplidores de la Ley.

Satanás no descansa nunca y una de sus trampas es crear división y destruir la unidad de los cristianos. El "cizañador" siempre intenta desunir y enemistar a las personas, a las familias, a las naciones y a los pueblos. Y así, se ha introducido hábilmente en el seno de la Iglesia (de noche, mientras dormía) y ha esparcido cizaña junto al trigo.

Esto no es nada nuevo. A lo largo de toda la historia de la Iglesia, el Enemigo siempre ha intentado crear cismas, como en las primeras Iglesias cristianas fundadas por San Pablo, como en los siglos XI y XVI, o como en los Concilios Vaticanos I y II.

San Pablo ya advirtió de estas divisiones cuando escribe a la Iglesia de Corinto  (1 Corintios 1, 10-13), a la Iglesia de Galacia (Gálatas 1, 6-7 y 9), a la Iglesia de Tesalónica (2 Tesalonicenses 2, 3-5, 7-11) o a la de Filipo (Filipenses 3,18). San Juan también nos alerta sobre los anticristos o enemigos de Cristo en 1 Juan 2, 18-19.

El cardenal Robert Sarah advierte que la Iglesia Católica se enfrenta a un "grave riesgo":"Sin una fe común, la Iglesia es amenazada por la confusión y luego, progresivamente puede deslizarse a la dispersión y la división."

Resultado de imagen de dos papasSin embargo, hay que dejar muy claro que la Iglesia Católica (el campo) es Una, que tiene una sola voz, una sola doctrina, una pastoral y una sola liturgia (la del Sembrador). 

Por tanto, n
o hay dos Iglesias paralelas. No hay una Iglesia de Francisco y otra de Benedicto. Hay una única esposa de Cristo (trigo) que conserva la tradición apostólica y que busca misericordia pero también justicia, y hay otra (cizaña) que busca la división y la confusión. 

El Papa Pío VI, ya en 1791, nos exhortaba a estar alerta y mantenernos fieles a Dios y a su Iglesia en estos tiempos tan confusos y difíciles:
“A todos vosotros católicos… os exhortamos, en la efusión de Nuestro Corazón, a que recordéis el culto y la fe de vuestros padres, a que seáis fieles, puesto que la religión es el mayor de los bienes, porque esta religión, que nos proporciona una eterna felicidad en el Cielo, todavía es en la tierra el único medio de asegurar la salvación de los imperios y la felicidad de la sociedad civil. 
Guardaos de prestar oídos a los engañosos discursos de los filósofos del siglo que os conducirán a la muerte, alejad de vosotros a todos los usurpadores, bajo cualquier título que se presenten, arzobispos, obispos, párrocos; no tengáis nada en común con ellos”.

El Papa Benedicto XVI comenta las palabras de San Agustín y nos exhorta a alimentar nuestra fe para convertirnos en trigo:
"Tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del Bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola del trigo y la cizaña, observa que 'muchos primero son cizaña y luego se convierten en trigo'. Y añade: Si estos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no llegarían al laudable cambio" (Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: pl 35, 1371). 
San Juan Crisóstomo nos enseña como el Enemigo mezcla siempre mentira con verdad, cizaña con trigo:
"A la verdad, traza suele ser del diablo mezclar siempre el error a la verdad, coloreándolo muy bien con apariencia de ella a fin de engañar fácilmente a los ingenuos. De ahí que el Señor no habla de otra semilla, sino que la llama cizaña, pues, ésta a primera vista, se asemeja al trigo. Seguidamente explica cómo procede el diablo en su asechanza: 'mientras sus hombres dormían'. No es pequeño el peligro que aquí amenaza a los superiores, a quienes está encomendada la guarda del campo; y no sólo a los superiores, sino también a los súbditos. Y da a entender el Señor que el error viene después de la verdad, cosa que comprueban los hechos mismos. Después de los profetas vinieron los falsos profetas; después de los apóstoles, los falsos apóstoles; después de Cristo, el anticristo. Y es que el diablo, si no ve algo que imitar ni a quienes tender sus lazos, ni lo intenta ni lo sabe...
Así sucedió también en los comienzos de la Iglesia. Porque muchos prelados, introduciendo en las Iglesias hombres perversos, heresiarcas solapados, facilitaron enormemente estas insidias del diablo, pues una vez plantados estos hombres en medio de los fieles, poco trabajo le queda ya al diablo... Mientras los herejes estén junto al trigo hay que perdonarlos, pues cabe aún que se conviertan en trigo, mas una vez que hayan salido de este mundo sin provecho alguno de tal proximidad, entonces necesariamente les alcanzará el castigo inexorable" (Homilía 46, 1-2, sobre San Mateo)

Los cristianos somos conscientes de que en la Iglesia hay cizaña, que en el campo de Dios también brota el mal y las semillas malas crecen a nuestro lado. Sin embargo, eso no debe preocuparnos ni escandalizarnos. 

El amo del sembrado lo sabe, pero lo permite porque quiere que todos nos convirtamos en trigo y por eso, también da tiempo a la cizaña para que cambie a semilla buena, ofreciéndola numerosas oportunidades de salvación. Dios nunca separa Su misericordia de Su justicia, precisamente por eso, espera siempre a que nuestro corazón se convierta. 

En conclusión, aunque la cizaña a veces nos ahogue o trate de impedir nuestro desarrollo, debemos tratar de seguir creciendo y madurando como "trigo". 

Debemos ser pacientes y prudentes hasta el tiempo de la siega (juicio final), momento en el que seremos separados de la cizaña, para ir, unos al fuego (infierno), y otros al granero (cielo).

viernes, 21 de febrero de 2020

IDENTIFICANDO AL ENEMIGO

"¡Sed sobrios y estad en guardia!. 
Vuestro enemigo el diablo como león rugiente 
da vueltas y busca a quién devorar!" 
 (1 Pedro 5, 8)

En la actualidad, son muchos (incluso católicos) los que afirman no creer en la existencia de Satanás, y así, sin darse cuenta, son vulnerables a sus trampas y se convierten en sus cómplices, aunque lo ignoren o no sean conscientes. Es es su gran "triunfo": hacer creer que no existe.

San Pedro nos advierte de que debemos estar muy alerta para ser capaces de discernir los signos de los tiempos, porque el Diablo siempre anda "merodeando" para destruirnos (1 Pedro 5, 8)

San apóstol Juan también nos advierte de que nadie está libre del poder del Diablo: “Todo el mundo yace bajo el poder del Maligno” (Juan 5, 19).

San Pablo nos dice contra quién luchamos los cristianos: "Porque nuestra lucha no es contra gente de carne y hueso, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que moran en los espacios celestes" (Efesios 6, 12).

El objetivo principal del Enemigo es llevarnos a pecar, es decir, siempre pretende separarnos de Dios, y dividirnos. Y pecando, morimos a Dios.

El Diablo sólo desea nuestra muerte y con ella, "trata" de dañar a Dios, destruyendo su creación.

Por ello, los cristianos debemos estar muy vigilantes y alerta para saber distinguir lo que procede de Dios y lo que procede del demonio

Es importante saber cómo actúa el Enemigo para estar muy vigilantes en el pensar y muy atentos en el obrar. 

Satanás, el rebelde, el corruptor, el maldito, el padre de la mentira es extremadamente hábil, y muy capaz de  engañarnos, de hacernos ver el mal como bien. 

No siempre se revela en el plano físico, ni mediante actos extraordinarios o posesiones demoníacas que todos reconoceríamos inmediatamente, sino que se insinúa silencioso en el plano intelectual, es decir: tienta y penetra donde se forman nuestras ideas y pensamientos, nuestros convencimientos y razonamientos, nuestras elecciones y comportamientos. 

Una vez que se ha introducido en nuestro pensamiento, lleva el mal a nuestro corazón y lo traduce en acciones exteriores.

Es incansable, merodea, busca los puntos débiles y siempre se presenta de maneras muy claras. Sólo la fe nos ayudará a saber reconocerlas:

Seducción

El principal interés del Diablo es separarnos de Dios para luego actuar con toda libertad. Y lo hace seduciendo el corazón relajado de los hombres. Usa todas sus astucias y encantos para planteándonos la duda. Después nos conduce poco a poco, paso a paso, hacia la desesperación. 

Satanás se nos presenta para convencernos de que nosotros somos nuestro propio Dios y de qué somos dueños de nuestras vidas. Nos seduce apelando a nuestro orgullo, nos crea la duda y nos dice "¿Crees y obedeces a un Dios al que no ves?. Cree sólo en ti mismo. Tú eres Dios".
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En otras ocasiones, se disfraza de ángel de la luz, estimulando nuestros sentidos, nuestra fantasía o nuestra  imaginación, privándonos de voluntad, oscureciendo nuestra razón y destruyendo nuestra capacidad de luchar contra el mal. Y así, nos aleja de la Gracia de Dios, y nos tiene a su merced.

Entonces, destruye toda bondad, honestidad y moralidad, y las sustituye por pasiones que dominen la carne, fomentando el placer, la codicia y la lujuria. Tentaciones a las que fácilmente sucumbimos. 

Por eso, cuando nos encontremos con quienes actúan de forma seductora, es decir, cuando se presenten bajo una apariencia "buena" (o no del todo mala), con estrategias de disuasión, o incluso de espiritualidad, debemos tener sumo cuidado.

Mentira

El Demonio utiliza con astucia la mentira, se oculta y se disfraza para no ser descubierto. Al hacerse inexistente mediante engaños, trabaja eficazmente en silencio y sin obstáculos de ningún tipo. 

Trabaja todo tipo de estrategias y falsedades para actuar libremente y entrar con sutileza en nuestra alma, suscitando una falsa idea de libertad, de dominio de nuestra vida, y nos susurra al oído: "No morirás ... si comes de este árbol, sino que llegarás a ser como Dios ... serás dios". Eres libre de hacer lo que quieras. Es tu vida. Dios sólo quiere esclavizarte con mandamientos y reglas". 

San Pablo dice: "Su mente se dedicó a razonamientos vanos y su insensato corazón se llenó de oscuridad. Alardeando de sabios, se hicieron necios y cambiaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y dieron culto a la criatura en lugar de al creador, el cual es bendito por los siglos" (Romanos 1, 21-22 y 25).

Por eso, cuando nos encontremos con personas que utilizan falsos y oscuros razonamientos, las mentiras y los engaños por sistema, alardeando de sabios, deberían saltar todas nuestras alarmas.

Acusación

Cuando nos encontremos con personas que utilizan las acusaciones sistemáticas a los demás para eximir o evitar su responsabilidad, cuando encontremos en ellos siempre excusas o "peros", debemos estar vigilantes: ahí está actuando el demonio

El Demonio es el Acusador, es el Fiscal del Mal. Siempre "señala" y nunca "reconcilia". Sus acusaciones siempre anhelan desencadenar rabia, odio, celos, envidias y sufrimiento. Satanás nos incita a decir: "No he sido yo, no es culpa mía. Es culpa tuya".

Así actúa el Acusador: primero insinúa, deja caer las cosas y luego nos responsabiliza de la acusación. 

Apela a nuestro instinto de conservación, desencadena el ansia de defendernos de todo y de todos, la necesidad de excusarnos por todo y de acusar a otros. 

División

El Diablo siempre actúa rápido, con insistencia y urgencia. Satanás no puede perder tiempo, no sea que razonemos. Primero, busca la división interna de nuestra conciencia y después, nos lleva a buscar la división externa con el resto de almas.

Intenta
evitar que los cristianos seamos "un solo cuerpo y un solo espíritu", atacando el sentido cristiano de la comunión fraterna.
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Busca que sólo estemos en comunión con nosotros mismos y no con los demás. Y cuando crea la división, estimula nuestro victimismo ante los actos de los demás.

Cuando nos encontremos con personas que dicen y hacen lo posible para conseguir la división por la división, que crean enfrentamiento, discordia y desunión, debemos discernir que todo eso no puede venir de Dios, sino de Satanás.

Difamación

"El Homicida desde el principio" (Juan 8, 44) busca, ante todo e inútilmente, la "muerte de Dios" a través de la del hombre. No necesariamente de una manera física (que también). 

Le basta utilizar el odio, la envidia, la violencia y la ira para murmurardifamar y calumniar. Y así, destruir la dignidad humana.
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Cuando nos encontremos que con sus palabras o actos difaman, es decir, matan la fama, el cuerpo, la imagen o el alma de otros, debemos plantearnos, entonces, ¿de qué espíritu procede todo eso?

¿Cómo combatir al Enemigo?

Ante todo, la protección más segura es nuestra fe, una armadura que nos lleva a un confiado abandono en Dios (Lucas 12, 22-31), de obediencia a su voluntad (Mateo 6, 10) y de huida del pecado (Salmo 51, 6).

Además, contamos con el Espíritu Santo que nos guía para poder discernir en la prueba (Lucas 8, 13-15; Hechos 14, 22; 2 Timoteo 3, 12) y diferenciar entre la “virtud probada” (Romanos 5, 3-5) y la tentación que conduce al pecado y a la muerte (Santiago 1, 14-15). 
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Pero sobre todo, cuando nos encontremos ante todas las situaciones descritas, debemos recurrir a la oración, nuestra más importante arma contra el Enemigo: “Si Dios está de nuestra parte, ¿Quién estará contra nosotros?” (Romanos 8, 31).

Sólo la oración puede derrotarlo. Jesucristo mismo nos enseña en el Padre Nuestro a pedirle a Dios Padre: “Líbranos del mal”.

No usemos la oración como un último recurso sino como nuestra primera línea de defensa. Orar es hablar con Dios, unirnos a Él, pedirle ayuda y estar alerta. Rezar es hacer partícipe al Espíritu Santo para que Él nos guíe y con poder, nos libre del Enemigo.