¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

viernes, 13 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (13): UNA UNIÓN INDISOLUBLE

"Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre" 
(Mateo 19,12)

Algunos creen que el divorcio es un invento del siglo XX...pero no es así. El pueblo de Israel tenía la opción del divorcio debido a su "dureza de su corazón", aunque "en el principio no era así": el matrimonio, es decir, la unión entre hombre y mujer es indisoluble en su constitución originaria divina.

El matrimonio judío era un acuerdo de conveniencia entre tribus, clanes o familias, en el que rara vez se conocían los novios. Y así, si el contrato no resultaba “rentable” o "satisfactorio", podía deshacerse mediante el "repudio" (rechazo) a la mujer, una voluntad unilateral del hombre sin necesidad de argumentos ante el Sanedrín (Deuteronomio 24,1). 

Hoy, muchos matrimonios son también uniones de conveniencia (social, económica, cómoda, etc.) y, aunque, las parejas sí se "conocen" antes de casarse, lo cierto es que cualquier excusa es válida para rescindir el contrato sin más explicaciones. El divorcio sigue siendo una opción para el hombre, quien separa lo que Dios ha unido.

La idea de Dios acerca del matrimonio tiene que ver con Su proyecto original para el hombre: una alianza sagrada e indisoluble de fidelidad para toda la vida. El matrimonio es un proyecto de amor de Dios para el hombre, que el pecado rompió, convirtiendo las relaciones en una cuestión de libertad individual, egoísta e interesada: elegimos una opción y si no funciona, la desechamos y la cambiamos por otra. 
Es la arrogancia, la terquedad, la dureza de nuestro corazón y la falta de docilidad a la gracia de Dios lo que nos convierte en seres infieles por decisión propia, que no por naturaleza, y buscamos "sustitutos". También, en nuestra relación con el Creador. Es la historia de una libertad mal entendida y mal ejecutada, por la que el hombre "decide" vivir sin Dios y pretende "ser Dios".

En el fondo, el orgullo hace morir el amor, amparándose en excusas como la rutina, la exigencia de la convivencia, la decepción en las expectativas o simplemente, porque "ya no funciona". Ocurre en las relaciones entre las personas, y en la relación entre los hombres y Dios.

Somos tercos para aceptar el desierto por el que, a veces, tenemos que transitar para purificarnos y alcanzar la tierra prometida, y murmuramos contra Dios. Somos vanidosos para aceptar abandonarnos a Su voluntad y perseverar en la prueba, y preferimos fabricarnos "becerros de oro". Somos negligentes para aceptar el plan de Dios y nos buscamos uno propio a la medida de nuestros deseos o comodidades.

Dicen que "la rutina es el sepulcro del amor". Sin embargo, Dios todo lo hace nuevo, y somos nosotros los que convertimos todo en inercia. Dios nos une y nosotros nos separamos. Dios se hace presente en medio de nuestra vocación matrimonial y nosotros le eliminamos de la ecuación.
Los mandamientos de Dios son muy claros y no admiten "peros": No mataras...No cometerás actos impuros (adulterio). Jesús también es firme: "Yo os digo que si uno repudia a su mujer —no hablo de unión ilegítima— y se casa con otra, comete adulterio" (Mateo 19,9). Por tanto, no hay excusa válida a los ojos de Dios para solicitar una separación, un divorcio o incluso, una nulidad (aunque la Iglesia tiene el poder de otorgarla según Mateo 18,8), como tampoco la hay para acabar con una vida, sea por el motivo que sea. Es palabra de Dios.

La cuestión es tener o no tener a Dios en nuestras vidas. Sólo su gracia nos basta para superar toda dificultad y toda prueba. El amor que une al hombre y a la mujer viene de Dios. Sin Él, nuestra vida está condenada al fracaso...y nuestro matrimonio también.

Para Dios no hay nada imposible. Y, personalmente, doy fe de ello: mi matrimonio no es un camino de rosas...igual que mi seguimiento a Cristo tampoco lo es, pero sólo el Señor es el vínculo perfecto para mantener la unión, la paz y la felicidad en una relación. Sin Cristo en mi vida, mi matrimonio habría fracasado y mi vida también.
La cuestión es...¿confío en Dios y dejo que guíe mi vida, gobierne mi matrimonio y fortalezca mi fe? o ¿le tiento, le pongo a prueba y quiero decidir por mí mismo lo que está bien o mal? 

¿Cojo el fruto del árbol de la Vida? o ¿el del árbol del conocimiento del bien y del mal? 

¿Repudio a mi mujer? ¿Repudio a Dios?

jueves, 12 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (12): TEN PACIENCIA

"Ten paciencia conmigo, 
y te lo pagaré todo” 
(Mateo 18, 21-19, 1)

Ayer, el Señor me hablaba de corrección, reconciliación e intercesión. Hoy me invita al perdón, una de las claves para mi santidad, en la parábola del siervo despiadado de Mateo 18, donde los dos deudores ruegan paciencia a su señor y prometen pagarlo todo. 

Es exactamente lo que yo hago cuando me acerco al Sacramento de la Confesión: experimento la paciencia misericordiosa de Dios y, aunque, es imposible pagarle todo, me perdona.

Jesús me llama a la perfección del amor, a ser como el Padre misericordioso, a "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,38), y me abre la puerta del perdón: la compasión.

En la Biblia, el número "siete" significa perfección y por tanto, perdonar "setenta veces siete" equivale a la perfección total, a perdonar siempre. "Siete", también, significa descanso: "Y al séptimo día, descansó" (Génesis 2, 2-3). Cuando perdono, descanso y encuentro paz.

Cristo me amó hasta el extremo en la cruz para el perdón de mis pecados: "Padre, perdónalos, porque nos saben lo que hacen" (Lucas 23,34). De la misma manera, mi cruz implica amar hasta el extremo a quienes "me condenan y crucifican". 

Supone mirar al cielo y pedirle a Dios que me ayude a perdonar a otros "porque no saben lo que hacen"Requiere mostrar compasión hacia quienes me ofenden, paciencia hacia quienes me hieren y benevolencia hacia quienes "me traicionan".

Esa es la perfección del amor a la que me exhorta el Señor: mostrar paciencia y perdonar a otros ¡siempre!, aunque sepa que no puedan pagármelo, aunque sepa que no puedan reparar el daño hecho. 

Cuando perdono, mi mente descansa. Mi corazón queda en paz. Mi espíritu se llena de amor. Entonces, mi alma se perfecciona y me configuro plenamente con Jesús, con la misericordia divina del Padre.

miércoles, 11 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (11): SOBRE LA CORRECCIÓN, EL PERDÓN Y LA INTERCESIÓN

"Ninguna corrección resulta agradable, 
en el momento, sino que duele;
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Por eso, fortaleced las manos débiles, 
robusteced las rodillas vacilantes,
y caminad por una senda llana...
Buscad la paz con todos y la santificación,
sin la cual nadie verá al Señor" 
(Hebreos 12,11-14)

En el Evangelio de hoy, Jesús nos propone la necesidad de la corrección fraterna, la reconciliación y la oración comunitaria (Mateo 18,15-20)Tres acciones que, habitualmente, nos suponen un enorme esfuerzo para asimilarlas y más aún, para ponerlas en práctica: 

Nos cuesta corregir y ser corregidos 
Quizás porque creemos que corregir es juzgar, criticar o señalar a la persona; porque pensamos que nadie tiene la potestad para corregir o rectificar a otros y, consecuentemente, ni corregimos ni dejamos que nos corrijan; porque creemos que "no es cosa nuestra" y preferimos "mirar hacia otro lado" antes que enfadar, molestar o interpelar a nadie. 

La corrección es un ejercicio "obligatorio" de caridad de ayuda fraterna, de ánimo y de progreso espiritual que realizamos entre pecadores, frágiles y débiles, limitados y necesitados, en el que no se ponen en cuestión las personas sino los actos. Jesús nunca señaló a las personas sino sus conductas, nunca recriminó a los pecadores sino los pecados. 
El objetivo de la corrección es avanzar en el camino hacia la unidad de la Iglesia y la santidad de todos; es reconducir conductas equivocadas, rectificar errores y clarificar situaciones para salvar almas; es enmendar ideas, actos o dichos equivocados, distorsionados, mal enseñados o mal aprendidos, al someterlas a la luz de la Verdad. 

No dejarse corregir por un hermano es un signo de orgullo y vanidad impropio de un cristiano y tener reparo en corregir a un hermano por no querer herirlo o humillarlo, aparte de ser un error muy común, implica una falta de madurez espiritual y un pecado de omisión a la caridad fraterna. 
Ambas actitudes condenan, primero, a la persona no corregida, a vivir en el error y a perderse por la la senda equivocada, y segundo, a la persona que no corrige, a dejar de ser luz en el mundo y a convertirse en cómplice del error y la mentiraLa corrección es un deber de justicia que busca la paz, la luz, la armonía, la unidad y la paz entre hermanos. Corregir y dejarse corregir son actos de humildad y mansedumbre. 

Nos cuesta perdonar 
Quizás porque creemos que hay cosas imperdonables de parte de otros y por las que les "condenamos" y les "crucificamos". 

Sin embargo, Jesús nos invita a no airarnos contra nuestro hermano, a no difamarlo, a no "matarlo" con nuestros juicios...en definitiva, nos llama a la reconciliación y a la comunión fraterna (Mateo 5, 22-25). 
Nos cuesta ser perdonados 
Quizás porque somos capaces de perdonarnos a nosotros mismos y nos "flagelamos"; o porque nos produce pudor acudir al sacramento de la Reconciliación para contar nuestras miserias, para exteriorizar nuestras faltas más oscuras, para abrir nuestro corazón

Sin embargo, es en la confesión donde somos sanados, perdonados y abrazados directamente por Jesucristo, y donde obtenemos de forma inmediata Su gracia y Su paz
Nos cuesta rezar...sobre todo por otros 
Quizás porque pensamos que no son dignos, que no son merecedores del amor de Dios; quizás porque nos produce vergüenza o desconfianza interceder por otros; o quizás porque nuestro egoísmo, nos impide acordarnos de los demás. 

Jesús nos invita a la oración comunitaria cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro (Mateo 6,9-16) y nos asegura que donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mateo 5,20).
Padre Nuestro, 
enséñanos a mostrar a otros Tu bondad y Tu misericordia cuando corrijamos, 
y a tener Tu humildad y Tu mansedumbre cuando seamos corregidos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a tener Tu corazón tierno y Tu mirada reconciliadora 
cuando intercedamos por otros, 
y a buscar Tu gracia y Tu paz cuando nos confesemos.

Padre Nuestro, 
enséñanos a buscar Tu justicia y Tu equidad para exculpar nuestras propias miserias 
y a otorgar Tu compasión y Tu perdón a los que nos ofenden, 
como Tú te compadeces y nos perdonas cuando te ofendemos.

martes, 10 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): LA PARADOJA DEL "MORIR PARA VIVIR"


"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, 
queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto. 
El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,24-26)

Ha llegado la hora: Jesús tiene que morir para dar fruto, tiene que dar la vida para que su mensaje sea fecundo. Para eso ha venido al mundo. Ahora, ya en Jerusalén, a cinco días de su crucifixión, se lo explica a sus discípulos.

¿De qué sirve el grano de trigo en el granero? Allí no produce frutos. La caída en tierra es la condición de su fecundidad. Es necesario que muera y germine: una muerte de la que brota vida eterna. 

Cristo, con su ejemplo, nos llama al servicio, a la entrega total, al amor más grande, a dar la vida por los demás: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). 

Amar es servir con alegría y abnegación, y servir a la manera de Cristo es "pudrir el yo para que germine el nosotros", es decir, la renuncia voluntaria a la propia voluntad, a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de los demás. Amar es sacrificarse por los demás, es inmolarse por otros.
El Señor, en tres versículos, nos describe la verdadera esencia del cristiano, la paradoja cristiana: morir para vivir, perder para ganar. 

Morir a sí mismo es "desvivirse" por los demás, "abrirse" a los demás, "gastarse" en los demás". 

Negarse a sí mismo es renunciar a la propia vida para entregársela a los demás y resucitar multiplicando el fruto. 

Amarse a sí mismo es "perderse" y aborrecerse a sí mismo es "guardarse para la vida eterna". 

Seguir a Jesús no es sólo creer en Él. El seguimiento de Cristo significa estar donde está Él, es decir, en la cruz

La cruz significa disponibilidad para enfrentarse a la prueba, significa valentía para servir hasta la muerte de uno mismo, significa generosidad para entregarse sin buscar recompensa. 

La cruz es el camino para llegar a la luz...a la gloria...donde está Él.

lunes, 9 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (9): VELAD, PORQUE NO SABÉIS EL DÍA NI LA HORA

"Velad, porque no sabéis el día ni la hora"
(Mateo 25,13)

Las lecturas que  la Iglesia propone hoynos hablan de boda y de ceremonia nupcial en el marco de la mentalidad y estructura patriarcal judía, en el que las familias de los novios acordaban la dote, celebraban la pedida de mano, firmaban un contrato escrito y, por último, fijaban la fecha de la boda. 

Después de todos los preparativos, el novio iba a la casa de la novia a buscarla acompañado de sus amigos y ataviado con corona como un rey. Las amigas de la novia, también vírgenes, aguardaban junto a ella, la llegada del novio, para acompañarles en cortejo hasta la casa del padre del novio, portando lámparas de aceite para iluminar la oscuridad de la noche. 

Encender una lámpara apagada era, sin duda, una tarea compleja ya que no existían las cerillas ni el fósforo, por lo que habitualmente se mantenía siempre encendida una lámpara. Para ello, era necesario cuidar y vigilar que esa lámpara nunca se apagase con reservas de aceite.

La profecía de Oseas 2, 16-22 nos relata la purificación de la Novia (la Iglesia) por parte su Padre, conduciéndola al desierto (el lugar de la prueba y de la presencia de Dios), hablándola al corazón (a través de Su Palabra), seduciéndola y enamorándola de nuevo (a través de Cristo).

El Salmo 44,11-18 nos cuenta las instrucciones que se le dan a la novia para que escuche e incline el oído (preste atención), deje el pueblo y la casa paterna (sus apegos) porque el rey está prendado de su belleza (misericordia) y una vez vestida de perlas y brocado (santidad), llevarla ante el rey con séquito de vírgenes (virtudes).

El evangelio de Mateo 25, 1-13 nos muestra la importancia de la preparación y vigilancia ante la llegada del Novio (Jesucristo) con la conocida parábola de las diez vírgenes.

¿Qué significan las diez vírgenes?

Orígenes y San Jerónimo, entre otros padres de la Iglesia, señalan que las diez vírgenes simbolizan los cinco sentidos carnales preocupados por los afanes del mundo y carentes de luz: vista, oído, gusto, tacto y olfatoy los cinco sentidos espirituales que caminan a la luz de Dios, anhelando entrar en el banquete nupcial: oído para escuchar al Verbo encarnado (1 Juan 1,1), vista y gusto para ver y gustar lo bueno que es el Señor (Salmo 33,9), olfato para oler el aroma del perfume de Su nombre (El Cantar de los Cantares 1,3) y tacto para tocar sus heridas y humillaciones por nuestras rebeliones y crímenes (Isaías 53,4-5).
Como siempre, los cristianos tenemos que elegir una opción entre vivir en función de la carne o en función del espíritu, entre desarrollar nuestros sentidos carnales o los espirituales.

La vírgenes necias, los que actúan de acuerdo a los sentidos carnales, los utilizan para el mal, para satisfacer sus pasiones y complacer su orgullo, egoísmo y vanidad. Son cristianos tibios y mediocres, dormidos y desprovistos de luz sobrenatural, aferrados a las cosas materiales y a los afanes del mundo, católicos de cumplimientos mínimos y de fe a la medida de sus deseos. Creyentes que eluden el compromiso y el esfuerzo creyendo que serán suficientes para entrar en el cielo.

Las vírgenes prudentes, los que actúan en función de los sentidos espirituales, los utilizan para estar continuamente vigilantes y a la expectativa de la llegada del novio... orientados hacia su vocación de servicio y entrega, e iluminados por la Palabra de Dios y cumpliendo su voluntad.

¿Qué recrimina Jesús?

Cuando llega el Novio, no recrimina que todas las vírgenes se duerman sino la falta de previsión de las cinco necias. Y es que todos, hasta los santos, pasamos por períodos de aridez donde los sentidos se apagan y aparece la "noche oscura":

¡Cuántas veces cabeceamos y nos olvidamos de aprovisionarnos de aceite!
¡Cuántas veces cerramos los párpados y abandonamos las cosas de Dios!
¡Cuántas veces dejamos de rezar o de asistir a misa, de confesarnos!
¡Cuántas veces anteponemos las cosas materiales y desatendemos las espirituales!
¡Cuántas veces pensamos que el aceite del mundo (consuelo, bienestar, placer...) nos sirve para nuestra lámpara!
¡Cuántas veces pensamos que podemos comprar aceite en las tiendas del mundo, "cerradas" a la gracia!
¡Cuántas veces buscamos donde no podemos encontrar!

¿Por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite con las necias? 

No se trata de una falta de caridad ni fraternidad. Sencillamente, porque no se pueden transferir los méritos de unos a otros. Cada persona debe adquirir los suyos y velar por ellos hasta el día en que venga el Señor y tengamos que rendir cuentas. Es una responsabilidad personal e intrasferible.
Todas las vírgenes están invitadas al banquete pero no todas entrarán. Cuando llegue el Novio, la simple condición de "vírgenes", es decir, el hecho de decir que somos "cristianos" no nos dará el derecho a entrar en el banquete"No todo el que me dice 'Señor, Señor' entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 7,21)

Tampoco habrá tiempo para cambiar (salvo por la Gracia de Dios) ni podremos modificar nuestros actos en un instante, ni hacer lo que deberíamos haber hecho. Será tarde. Las tiendas estarán cerradas y la puerta del banquete, también.

¿Qué nos pide Jesús?

Es por eso que Cristo nos pide: "Velad, porque no sabéis el día ni la hora (Mateo 25,13). El mismo mensaje que les dio a sus discípulos en Getsemaní (Mateo 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lucas 21, 36): "Velar, orar y estar despiertos". 

Jesús nos previene para que estemos alerta y vigilantes con una vida interior de oración y estado de gracia constantes. 

Vigilar significa tener los ojos bien abiertos y puestos en Dios. Velar significa que los sentidos espirituales (las vírgenes prudentes) dominen a los carnales (las vírgenes necias).

domingo, 8 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (8): EL CUERPO DE CRISTO

"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; 
el que coma de este pan vivirá para siempre" 
(Juan 6,51)

Las lecturas que hoy nos propone la Iglesia nos conducen de regreso al discurso eucarístico del capítulo sexto de Juan, que parece desarrollarse en un ir y volver continuo sobre el mismo tema, el pan de vida, y cuyo propósito es que entendamos el significado del signo sacramental.

El pan es el único alimento que se come a diario y que "marida" con todos los alimentos. Pero cuando este pan llega al altar y es consagrado por el sacerdote, se produce la transubstanciación, por la cual la substancia del pan cede el puesto a la substancia, a la persona divina que es Cristo vivo y resucitado, aunque las apariencias externas (en lenguaje teológico, los "accidentes" o atributos físicos, es decir, lo que puede ser visto, tocado, saboreado o medido) siguen siendo las del pan.

Transformación no es lo mismo que transubstanciación. Transformar significa pasar de una forma a otra, es decir, cambiar su apariencia manteniendo su esencia. Transubstanciar significa pasar de una substancia a otra, es decir, cambiar su esencia manteniendo su apariencia. 

En la Eucaristía, el pan es transubstanciado, no transformado; su forma, su sabor, su color, su peso siguen siendo los mismos de antes, lo que cambia es su realidad profunda: se convierte en el cuerpo de CristoPor eso es tan importante prepararse y comprender lo que sucede en la Eucaristía para vivirla con devoción, reverencia y respeto. 

El sacerdote no realiza un "signo simbólico", ni un "show religioso", ni un "rito metafórico" sino que es el cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de Cristo, los que se hacen real y auténticamente presentes en el altar. Tampoco reparte "galletas" que se cogen con la mano como en la fila del patio del colegio, sino al mismísimo Jesucristo, que se da al hombre. 
Si realmente creyéramos que estamos ante el cuerpo de Cristo, no lo recibiríamos de cualquier modo (sin gracia, sin respeto, sin deseo sincero, sin dignidad, sin cuidado, sin delicadeza...). Si realmente creyéramos que Cristo está allí, no saldríamos de la Iglesia nunca. Pero, como vienen repitiendo las lecturas de toda esta semana, el problema es que a muchos nos falta fe

Juan utiliza el término teológico "judíos" para referirse a los "incrédulos", a los faltos de fe, a los murmuradores, a los criticadores. Los judíos decían conocer al hijo de José y María pero desconfiaban, negaban y murmuraban sobre el hecho de que fuera el Hijo de Dios. Ellos se alimentaban de la Ley y no entendían que tuvieran que alimentarse de Cristo, el Mesias, aquel que esperaban desde siglos. Jesús se hace "familiar", se acerca al hombre, y éste le rechaza precisamente por que cree conocerle humanamente.

Yo también soy "judío", formo parte de una "generación incrédula y perversa", que afirma que lo que ven mis ojos no es más que una oblea redonda de pan y no el cuerpo de Cristo. Lo que hago cuando me acerco a comulgar de cualquier manera es: desconfiar (aunque cumpla con la tradición), negar (aunque asienta con la cabeza) y murmurar (aunque guarde silencio). 
El Señor me dice "no critiquéis, nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado", para hacerme saber que la fe es un don de Dios que me da y que sólo está condicionada por mi libertad, por la apertura de mi corazón, por la escucha atenta de su Palabra y por la docilidad a su Gracia. 

"Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí": Jesús vuelve a utilizar el verbo "escuchar" pero añade "aprender", para hacerme saber que el encuentro con Él es una gracia, no una elección mía. Por ello, en la Eucaristía, primero escucho la Palabra de Dios y aprendo de Ella, para después recibir a Cristo en la comunión. En realidad, recibo a Cristo desde el ambón y desde el altar.

"El que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida": Jesucristo me dice que si creo en Él como Hijo del Dios vivo, si confío en su revelación divina y si me apoyo en la Roca de la que brota agua de vida, viviré para siempre. Dios me regala la vida divina por medio de Jesucristo, que cumple su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,20).

sábado, 7 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (7): CON FE, NADA ES IMPOSIBLE

"En verdad os digo que, 
si tuvierais fe como un grano de mostaza, 
le diríais a aquel monte: '
Trasládate desde ahí hasta aquí', 
y se trasladaría. 
Nada os sería imposible"
(Mateo 17,20)

La lectura del libro de Deuteronomio que la Liturgia nos ofrece hoy nos muestra el "Shemá", "Escucha, oh Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno", una de las principales y más sagradas plegarias judías, una especie de "credo" judío que afirma al único Dios a quien amar con todo el corazón, con todo el alma y con toda la fuerza.

Lo primero que proclama el Shemá es “Escucha”. La primera actitud de fe que debemos tener es de escucha, de prestar atención y para ello, debemos rezar, establecer una relación estrecha con Dios.

El Evangelio de Mateo 14,17-20 nos relata el enfado de Cristo al comprobar que sus discípulos discuten y siguen sin tener fe, a pesar de que acaban de bajar con Él del Tabor, tras haber visto su gloria y haber escuchado a Dios Padre. 

Les llama generación incrédula y perversa, y les dice, poco más o menos, que no les soporta. Es como si los discípulos le frustraran y le "sacaran de quicio", porque a pesar de estar con el Hijo del Dios vivo, a pesar de ser testigos de milagros y signos portentosos, ellos siguen sin ver ni oír. Y sobre todo, siguen sin rezar...siguen sin tener fe.

Una vez más, Jesús busca fe en la tierra "Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? (Lucas 18,8), porque con fe todo es posible, incluso lo humanamente imposible. 

El Señor ni siquiera me pide una fe adulta ni perfecta. No le importa que sea pequeña pero sí que sea auténtica. La fe es un don de Dios que debemos pedir para que Él nos la aumente, para que de un grano de mostaza, se convierta en un gran árbol donde aniden los pájaros (Mateo 13,31).

Me pide una fe firme, como la del hombre que se arrodilla por amor paternal y tiene la certeza de que Cristo puede curar a su hijo epiléptico, cuando le hace una petición sencilla pero auténtica, una súplica simple pero sincera: "Ten compasión de mi hijo". 

El evangelio de san Marcos hace un relato más extenso de la escena en la que Jesús le dice al padre del muchacho epiléptico que todo es posible al que tiene fe, a lo que aquel le responde: "Creo, pero ayuda mi falta de fe" (Marcos 9,23-24). El padre atribulado es consciente de que su fe necesita la ayuda de Jesús, le entrega su debilidad a Cristo, quien la acoge y le concede la gracia por el amor que brota de ese corazón de padre.

Durante esta semana, estamos escuchando en la Palabra de Dios casos de "fe que mueve montañas" de personas que no son discípulos de Cristo, sino gente ajena a Jesús, incluso pagana. Sin embargo, se acercan a Dios con auténtica fe y con gran humildad. Por eso, Cristo se compadece de ellos y accede a sus peticiones. 

¡Cuántas veces no veo frutos porque no rezo! 
¡Cuántas veces pretendo servir a Dios sólo por mis méritos y sin confiar en Él, sin escucharle! 
¡Cuántas veces caigo en una fe de rutina! 
¡Cuántas veces ofrezco a los demás una fe de "postureo"! 
¡Cuántas veces tengo mi corazón cerrado a la gracia!
¡Cuántas veces me niego a darle el control total a Jesús! 
¡Cuántas veces creo sólo en mis capacidades y me convierto en un incrédulo y en un perverso!

¡Señor, auméntanos la fe 
porque somos siervos inútiles! 
(Lucas 17, 5 y 10)

viernes, 6 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (6): ESCUCHADLO

"Este es mi Hijo, el amado; 
escuchadlo"
(Marcos 9,7)

Hoy, el capítulo 9 del evangelio de san Marcos nos presenta una visión del cielo, nuestro destino final, y nos muestra la gloria, el poder y la autoridad de Jesucristo, anticipada por la profecía del capítulo 7 de Daniel y ampliada después por la visión de san Juan en el capítulo 1 del Apocalipsis, y en los que se repite un imperativo constante: "Escuchadlo", "El que tenga oídos, que oiga"...

El monte es el lugar físico del encuentro entre lo eterno y lo temporal, entre Dios y el hombre: Sinaí es Alianza, Moria es Sacrificio, Horeb y Carmelo es Presencia, Quarantania es Tentación, Eremos es Bienaventuranzas, Olivos es Agonía...Tabor es Visión del cielo, irradiación de la Gloria de Dios y confirmación de la identidad de Cristo. Es icono de Resurrección, signo de nuestra esperanza y razón de nuestra fe

Moisés y Elías, "hombres de monte”, aparecen junto al Señor y escenifican el paso del Antiguo al Nuevo Testamento. La Ley de Moisés y los Profetas de Elías, flanquean al Evangelio, al Elegido, al Salvador. 
El Señor se trasfigura para que pueda entender, más tarde, como se desfigura en el "escandalo" de la Cruz. El camino al cielo pasa siempre por la cruz. Jesús me enseña un "cachito de cielo" para darme esperanza y así, cuando lleguen los momentos difíciles, ser capaz de perseverar en la fe. 

Dios Padre se hace presente en la misma nube (símbolo del Espíritu Santo) que cubrió a Moisés en el Sinaí (Éxodo 19,9), o a María en la Encarnación (Lucas 1,35), y que ahora cubre a Jesucristo. La misma nube que le llevará en su Ascensión (Hechos 1,9) y que le traerá en su Retorno (Marcos 13,26). Y repitiendo palabras similares a las del bautismo de Jesús en el Jordán, Dios Padre confirma Su voluntad, esto es, que Cristo es el cumplimiento pleno y completo de Su Plan Salvífico: "Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo".
Pedro, Santiago y Juan, los más cercanos y amados por el Señor, son elevados en oración, "arrebatados en espíritu" para contemplar la visión celeste, pero se duermen, igual que se dormirán en Getsemaní. De repente, un resplandor les deslumbra: el rostro de Jesús brilla refulgente pero no dan crédito a lo que sus ojos ven y sus oídos oyen. 

El miedo inicial, que les hace caer de bruces, se convierte en éxtasis gozoso y muchos años más tarde, san Pedro recordará este momento: “Con nuestros ojos hemos visto su majestad” (2 Pedro 1, 16). Aunque en Marcos no lo relata, en Mateo 17,6, Jesús se acerca a los tres discípulos y les dice: "Levantaos. No tengáis miedo", igual que el ángel del Señor le dirá a Juan en Apocalipsis 1,17. 
Jesús les habla de resurrección pero ellos no entienden porque, ante el miedo que les paraliza, no escuchan. Y porque no escuchan, no pueden creer ni esperar. Más tarde, ya Resucitado, Jesús reprenderá a los dos de Emaús su falta de fe y de esperanza: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria? (Lucas 24,25-26).

Como a los tres Apóstoles, el Señor me invita a la gran liturgia celeste, a la Eucaristía, donde soy transportado al cielo, "elevado en espíritu" a la presencia de Dios, donde me uno en oración a toda la corte celestial. Al contemplar su rostro glorioso, caigo rostro en tierra ante el trono de Dios, hago silencio y escucho.

Como los tres apóstoles, muchas veces, veo pero no entiendo, oigo pero no escucho. Y cuando no entiendo algo, me dejo embargar por el miedo y busco mi propia seguridad (acampar). Y cuando no escucho, mi fe se tambalee y mi esperanza se desvanece. Sólo ante la visión de Cristo resucitado y glorioso, mi fe y mi esperanza cobran todo su sentido.

Todo conduce a Jesús. Si Nuestra Madre, la Virgen María, nos dijo en Caná "Haced lo que Él os diga", ahora, Nuestro Padre Todopoderoso, en el Tabor nos dice: "Escuchadlo". 

A Jesús, le escucho en la Palabra y le contemplo en la Eucaristía, donde me interpela y me pregunto ¿Cómo es mi actitud en presencia de Dios? ¿Cómo es mi oración? ¿Cómo es mi fe? ¿Y mi esperanza? 

¿Comprendo que para alcanzar el cielo tengo que pasar por la Cruz? ¿Escucho y aplico en mi vida lo que Jesús me dice en la Sagrada Escritura? ¿Me dejo transfigurar por la Palabra para ser luz del mundo? o ¿me quedo indiferente en mis seguridades?


JHR

jueves, 5 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (5): ¿QUIEN ES CRISTO PARA MÍ?

"¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron: Unos que Juan el Bautista, 
otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. 
Él les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?'
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: 
Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo" 
(Mateo 16,13-16)

La lectura del libro de los Números 20,1-13 nos muestra dos actitudes: por un lado, la terquedad del hombre, la dureza de su corazón que le lleva a amotinarse y a disputar con Dios, y por otro, la santa y fiel paciencia de Dios que hace brotar de la Roca el agua de vida. 

Paralelamente, el Evangelio conecta la Roca de la que mana agua con la persona de Jesucristo, la Piedra angular, quien nombra a Pedro la piedra sobre la que edifica la Iglesia. Jesús quiere que su Iglesia esté edificada con piedras vivas y por ello, nos interpela con dos preguntas: 

¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?
La primera pregunta va dirigida al aspecto exterior (superficial y general), a la impresión que tiene la gente de Dios hoy, es decir, ¿Quién es Jesucristo para la gente?

El mundo conoce "de oídas" la figura de Jesús: un hombre importante y bueno, un gran profeta que vivió y que murió crucificado en Jerusalén. Sin duda, la figura de Jesús ha sido significativa para la humanidad, y como prueba de ello, nuestro calendario marca la historia en función de su nacimiento. 

Sin embargo pocos son los que profundizan en su persona y buscan más allá del hecho histórico. Pocos son los que comprenden la importancia de su mensaje y de su resurrección, y menos aún, los que se comprometen con Él y le siguen.

Como en la antigüedad, la gente sigue entrando en disputa con Dios, amotinándose y negándole. En todo caso, le imaginan como una energía, una fuerza cósmica,  un "Big Ban". 

A su "forma", creen en Dios como "algo" y no como "alguien". Para la mayoría de las personas, Dios es una entelequia, un concepto intrascendente y desde luego, ajeno a sus vidas. Viven sin Dios. Viven con un corazón endurecido que no deja brotar vida. Viven sin fe, sin esperanza y hasta sin amor.

¿Influye en mí lo que la gente dice o piensa de Dios? ¿Me dejo llevar por el pensamiento general o trato de buscarle yo mismo? ¿Le conozco de oídas o tengo una relación estrecha con Él? ¿Qué lugar ocupa en mi vida y en mis prioridades? ¿Cómo está de endurecido mi corazón?

Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?
La segunda pregunta va dirigida a la visión interior (profunda y particular), la impresión que determina la importancia que tiene Dios para nosotros, los cristianos: ¿Quién es Cristo para mí?

Es decir, la pregunta de Jesús escruta el nivel de compromiso, de fe y de confianza que tengo con Él, lo que Él significa para mí, el lugar que ocupa en mi vida...la diferencia entre "conocerle de oídas" y "tener una relación con Él", entre verle como un hombre o como Dios, entre tenerle como un conocido o como un amigo.

Muchas veces me ocurre lo que a Pedro: hago una confesión de fe en Jesucristo, doy testimonio de que es el "Mesías", el "Hijo del Dios vivo" pero cuando profundizo en el mensaje, me cuesta asumirlo, me supone "problemas" y "compromisos", y no quiero dar ese paso más allá que me pide el Señor. 

A veces, incluso, quiero modificar Su plan, como pretendía el pueblo de Israel o el propio Pedro. Tan sólo quiero asumir la parte "bonita" del Evangelio, lo sentimental de la fe, lo que me viene bien. Y Jesús me "regaña" con razón porque me convierto en "piedra de tropiezo".
¿Reconozco, igual que Pedro, a Cristo como "Hijo del Dios vivo" pero luego no quiero escucharle, seguirle o comprometerme? ¿Digo que le amo pero enseguida le niego? ¿Mi fe es la de Cristo o una hecha a mi medida? ¿Elijo lo que me gusta de Jesús y descarto lo que me incomoda o me desagrada? ¿Es mi fe una fe de sentimientos? ¿Soy "piedra viva" o "piedra de tropiezo'?¿Pienso como los hombres o como Dios?

Lo que diferencia a un cristiano del resto es primero, que proclama que Jesucristo ha resucitado y segundo, que tiene una relación estrecha con Él, es decir, que adquiere un compromiso real con Cristo Resucitado, que asume el dolor y el sufrimiento, el insulto y la vejación, la persecución y hasta el fracaso. 

Entonces, una persona se convierte en "piedra viva" del reino de Dios, lo que requiere transformar un corazón de piedra en uno de carne, dócil y humilde, sin orgullos ni vanidades mundanas; lo que supone "doblar la dura cerviz" y postrarnos ante Él; lo que implica contemplarlo como Salvador y priorizarlo como Rey... para "dejarlo todo" y seguirlo. 

¿Quién es Cristo para mí?

miércoles, 4 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (4): FE QUE MUEVE MONTAÑAS

No me canso ni cansaré de decirlo: ¡Qué grande, qué bueno y qué paciente es el Señor! Tanto cuando habla a través de su Palabra como cuando guarda silencio...

Hoy me siento plenamente identificado y representado en el Evangelio de Mateo 15, 21-28, tanto con la cananea como con los discípulos. 

Hace algunos años, yo era un "cananeo" que rogaba con insistencia, un alejado de Dios que le buscaba, un gentil que tenía una hija, en cierto modo, endemoniada, prisionera del mal, atrapada en el dolor y en el sufrimiento. Yo le gritaba a Dios con desesperación para que curara el sufrimiento que experimentamos en casa y Él...guardaba silencio. Yo, insistía, aún sabiéndome indigno y sin derecho alguno, pidiéndole a Dios con fe que se compareciera de mi situación y Él...guardaba silencio.

Ahora sé que su silencio tenía una razón de ser: antes de concederme lo que le pedía, debía purificar mi corazón. Y lo hizo... Primero, sanó mi corazón y después, mi dolor. Estoy convencido de que si miramos a Dios sin fe o con apatía o con un cierto interés egoísta, no encontraremos respuesta. Porque sin fe, el Señor no puede hacer milagros. Es la limitación que Dios se autoimpone: nuestra libertad.

Aún con una fe inmadura y pequeña, parece que Dios "se deja querer", que "se hace de rogar"... lo mismo que hacemos los padres con nuestros hijos para comprobar que su intención es pura y consciente.
La gracia de Dios necesita de una actitud dócil y humilde para que se derrame sin medida. No es posible imponerle nada al Todopoderoso. Otra cosa es insistir. Estoy convencido que a Dios, que es un padre amoroso y compasivo, le gusta que le insistamos, que seamos "pesados", al "estilo cananeo". Y le gusta, porque nos quiere con locura y nos mira con esos ojos llenos de ternura.

A pesar de que Jesús parece incomodarse con la mujer al principio, reprende a los discípulos porque tratan de desentenderse de ella. Lo mismo que les ocurría con la multitud en el evangelio del lunes, cuando querían mandar a la gente a sus casas. 

Sabemos que los judíos consideraban a los cananeos "perros", por ser carroñeros, o "cerdos"  por ser impuros (1 Samuel 17,43; 2 Samuel 3,8; 2 Samuel 9,8; Proverbios 26,11; Mateo 7,6; Levítico 11,7). 

Por tal motivo, la mujer pagana, que se sabía mal considerada por ellos, podría haberse sentido humillada, ninguneada y despreciada... Podría haberse enfadado, haber desistido por orgullo y haberse marchado...Sin embargo, se humilla y ruega, por amor a su hija, con una fe que mueve montañas y con una perspicacia que conmueve el corazón de Jesús.
Ahora que soy un discípulo cristiano, el Señor también me da un "zasca" y una reprimenda porque, a veces, miro a otros y pienso que son unos pesados, que no son merecedores de Dios, que no son dignos y quiero "quitármelos de encima".

Entonces, el Señor me enseña la actitud correcta que debo mostrar: una mirada compasiva y misericordiosa. Porque yo no soy quien para despreciar o para "quitarme de en medio" a aquellos que no pertenecen a la familia de Dios o aquellos que considero "pecadores", "impuros" o "inmerecedores de la gracia".

Tengo que atenderles como si fueran mis hermanos y amarles aunque no me amen. Porque si sólo amo a quienes me aman, ¿Qué mérito tengo? (Mateo 5,44-48), ¿Acaso yo estoy libre de pecado? (Juan 8,7) ¿Acaso yo, en mi soberbia, soy más merecedor de la gracia de Dios? (Santiago 4,6).

Cuando estamos angustiados porque tenemos un problema grave o cuando vivimos una experiencia dolorosa o tenemos una necesidad urgente, nuestra alma lanza un grito desesperado y desgarrador a Dios, esperando una respuesta rápida y una solución inmediata. Pero, en ocasiones, Dios no responde enseguida ni ofrece una solución inmediata. 

Y es que "lo divino" actúa con una visión eterna, mientras que "lo humano", con una visión temporal, duda, desespera y se pregunta ¿Por qué Dios no me escucha? ¿Por qué no me hace caso y se mantiene ausente ante mis peticiones?

Sin embargo, cabría preguntarse ¿No será que Dios pone a prueba mi fe? ¿No será que desea purificar mi intención? ¿No será que quiere saber hasta dónde estoy dispuesto a llegar? ¿No será que quiere hacerme entrar en una visión de mayor amplitud y plenitud?

Dios es eterno. No tiene prisa ni es apresurado o alocado. Es paciente y espera. Él quiere que insista, que crea en su misericordia, que medite y persevere con fe, esperanza y caridad. Quiere que entienda que, aunque siempre me escucha, no me atiende a la primera. Quiere que piense no tanto en el por qué sino el para qué.

Gracias, Señor por tu infinita paciencia y por tu eterna misericordia
¿Qué sería de mí si no fueras Amor? 
¿Qué sería de mí si no fueras paciente y benigno? 
¿Qué sería de mí si llevaras cuentas del mal o te irritaras? 
¿Qué sería de mí si no excusaras, creyeras, esperaras y soportaras todo? 
Gracias, Señor por ser Amor
(1 Corintios 13,4-7)