¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 17 de agosto de 2015

PERTENECER-CREER-COMPORTARSE








Muchos clubes, grupos e iglesias imponen como norma (para aceptar a otros), en primer lugar, un cierto comportamiento o unos determinados requisitos a cumplir, y de esa forma, poder creer en el Evangelio, y luego una vez conseguido ese derecho, dejan que uno pertenezca y se convierta en un miembro de su iglesia o grupo.

Cuando se trata de la iglesia, en realidad, debiera ser al revés: la fórmula debería ser la de las tres "b": Belong-Believe-Behave, es decir, pertenecer, creer, comportarse.

Es la forma que Jesús nos enseñó: se acercó a personas a quienes nadie admitía, como la mujer samaritana en el pozo (Juan 4: 1-42), los leprosos (Lucas 17: 11- 19) y el ciego (Marcos 10: 46-52) y el endemoniado (Marcos 5: 1-20), y la mujer sorprendida en adulterio (Juan 8: 1-11) y la mujer pecadora que ungió sus pies ( Lucas 7: 36-50) Contrasta radicalmente con la idea de que las personas primero tienen que hacer las cosas bien.

Jesús, primero dejó que estas personas sintieran que pertenecían a su círculo, que los amaba, independientemente de su comportamiento y el pecado y de si elegían seguirlo o no. 

Uno de los versos más poderosos es en Marcos 10:21, donde dice: "Jesús lo miró y lo amó", hablando sobre el encuentro de Jesús con el joven rico que eligió el dinero sobre el seguimiento de Jesús. 

Aun sabiendo el resultado, Jesús todavía amaba al hombre y tuvo compasión de él, y eso es lo que Él nos llama a hacer- "hagas lo que hagas al más pequeño de estos, lo que hacen por mí" (Mateo 25:40).

En segundo lugar, algo que sigue de forma natural tras recibir el amor incondicional de Dios es que la gente cree. Ellos no tienen que creer en Jesús antes de que les mostrara su amor y compasión. Más bien, ellos creían a causa de ello. Su respuesta natural a tener sus pecados perdonados y ser amados como ninguna persona jamás podría hacerlo era poner su fe en Jesús y hacer un compromiso de seguirlo.

Y sólo después de la pertenencia y la creencia viene el tercer paso a comportarse. Debido a que ellos pertenecían, les llevó a creer. Porque creían, empezaron a comportarse de otra manera, comenzaron una transformación, una nueva vida. 

Es el Espíritu Santo quien nos convence para aclarar nuestro comportamiento. Impugna nuestro orgullo, el egoísmo, la lujuria y la mentira, el chisme, el adulterio, la homosexualidad, etc.

Realmente es terrible cuando una iglesia dice, por ejemplo, que primero hay que dejar de ser homosexual antes de que pueda unirse a ellos, o que primero tiene que dejar de convivir con su novia o novio antes de que pueda unirse a ellos, algo está mal con esta concepción. Desde luego, no es lo que Cristo nos enseñó.

Además de que crea la división entre "nosotros/ellos", resaltando algunos pecados como peores que los nuestros... ¿No dejamos que la gente se una a nuestra iglesia porque son "homosexuales", y sin embargo tenemos gente nuestra que hacen negocios cuestionables? ¿No dejamos que las personas se unan a nuestra iglesia porque se acuestan juntos, pero no tenemos el problema en que uno de los nuestros sea un chismoso?


Mateo 7 nos recuerda que lo primero debemos ver la viga en nuestro propio ojo, para que podamos ver la paja en el ojo de nuestro hermano.

Jesús no vino a sanar a los sanos sino a los enfermos (Mateo 9:12). ¿Cómo podemos llegar a sanar a los enfermos si estamos prohibiéndoles asistir a nuestras reuniones o que se unan a nuestras iglesias? ¿Estamos diciendo que los que se han unido a la iglesia ya no pecan? ¿Estamos buscando una iglesia de “perfectos”?

Echa un vistazo a la iglesia a la que perteneces y pregúntate, ¿Cómo actuamos con los de fuera? ¿Condenamos a otros porque decidimos que su pecado es mucho peor que los nuestros? O ¿animamos a los pecadores para que vengan, de modo que puedan recibir amor y ser dirigidos hacia la persona que puede salvarles y ayudarles a cambiar su comportamiento?

domingo, 16 de agosto de 2015

SANTIDAD Y SANIDAD A LA MEDIDA




Consciente de que las comparaciones son siempre odiosas, hoy me atrevo a escribir una parábola sobre la santidad/sanidad.

En los últimos años, la Sanidad Pública española ha ido perdiendo, poco a poco, “pacientes” en favor de la privada. Los reputados e inmutables hospitales se han quedado relegados a lugares de mero mantenimiento y casi exclusivamente, utilizados para casos de extrema gravedad.

Los pacientes no dudan de que la preparación de los doctores sea excelente ni de que esos hospitales sean el lugar idóneo para curarse o para “salvar su vida”, nadie pone en duda la profesionalidad de los médicos sólo porque existan algunos casos de negligencia.

Pero además, buscan menos burocracia y menos rutina, menos reglas y menos imposiciones, menos requisitos y más cercanía, más atención personal, más disponibilidad de tiempo para ser escuchados, más paciencia, más caridad y ser tratados con dignidad, no como rebaño; en definitiva, sentirse dignos y bien atendidos. Quieren una "Sanidad a la medida".

Las clínicas privadas pretenden transformar a los “pacientes en parientes”, a los “ingresados en interesados” sin cambiar el contenido de la Medicina.

La inmediatez, la efectividad, el resultado, la cuidada atención, el trato más humanizado y la cercanía de estas clínicas privadas han traído como resultado un resurgir de la confianza en la Medicina, a la par que un símbolo de modernidad, felicidad y paz. Se ha puesto en práctica una nueva metodología, un nuevo entusiasmo y un nuevo trato.

Algo muy parecido ocurre con la Iglesia Católica española, que se ve arrollada por una impaciente sed de “privatización”, es decir, la Iglesia a la medida: elijo el lugar (dónde ir), el sacerdote (quien me cura) y el momento (cuándo ir), y si no me convence me voy a otro o, peor aún, me auto-receto en casa.

Para muchos “cristianos”, la Iglesia hoy es solo un lugar de mero mantenimiento, reservado para las grandes ocasiones: para celebrar bautizos, comuniones, bodas y funerales.

Nadie duda de que el mensaje salvífico sea verdadero, ni de que la preparación o capacidad de los sacerdotes sea la correcta, ni de que la acción social de la institución es incomparable, nadie pone en duda la santidad de los sacerdotes sólo porque existan algunos casos despreciables.

Pero además, buscan menos rutina y menos reglas, menos imposiciones, menos requisitos y más cercanía, más atención personal, más disponibilidad de tiempo para ser escuchados, más alegría, más paciencia, más caridad y ser tratados con más dignidad, no como rebaño; en definitiva, sentirse dignos y bien atendidos. Quieren una Santidad " a la medida".

Por eso es preciso un cambio de método, de ardor, de lenguaje. Los reputados e inmutables templos deben dejar de ser de mero mantenimiento para transformarse en “parroquias misioneras” para transformar a los “caóticos en católicos”, a “crispados en cristianos”, sin cambiar el contenido del Mensaje.


LIDERAR ¿CÓMO?





El liderazgo es la capacidad para liderar, dirigir, guiar o influir en la gente.

Para un líder tener visión es algo muy importante pero no es suficiente por sí sola. Sólo por tener una gran visión, un sueño apasionado, o un objetivo enriquecedor, no te conviertes en un líder. Hace falta complementarla con tres cualidades del carácter esenciales: autocontrol, resiliencia y amor.

El autocontrol es la capacidad de evitar el halago mientras trabajas hacia tu objetivo. Si no aprendes a manejar y dominar tus estados de ánimo, te autodestruirás antes de ver tu sueño cumplido.

La resiliencia es la capacidad de recuperarse o incluso transformarse de los fracasos, de los ataques injustos, de las traiciones o de las críticas. Sin capacidad de recuperación, con seguridad renunciarás a tu visión cuando los inevitables retrasos, dificultades y callejones sin salida aparezcan. No hay línea recta hacia el éxito. 

El amor es la capacidad de prestar atención a las necesidades y sentimientos de los demás, y colocarlos siempre antes que los propios. No importa lo grande que sea tu misión, siempre será menor que el amor. 

Así que, si quieres ser un líder ... si quieres ver tu visión se convierta en realidad ... si quieres ser eficiente… si quieres perseverar y llegar a la línea de meta, debes trabajar mucho estas tres cualidades del carácter.

Antes de que puedas cambiar el mundo, debes cambiarte a sí mismo. Tú eres responsable de la profundidad e intensidad de tu carácter pero Dios es responsable de la envergadura y amplitud de tu liderazgo.

P. Rick Warren

MI VISIÓN DE MI PARROQUIA



Yo mismo que me mantuve lejos de la Iglesia durante muchos años, ahora que me he reencontrado con ella, he llegado a apreciarla y amarla, he comprobado cómo me cuida y como cuida a los demás.

Por ello, mi involucración me lleva a una visión post-moderna sobre lo que me gustaría que fuese mi parroquia: una iglesia como acontecimiento, como suceso, como comunidad y como acción; y no sólo como institución. Una parroquia en movimiento, dinámica, vital, misionera y abierta a todos, en la que haya un % de error que 0% de crecimiento.

El gran problema para llevar a cabo esta visión no está fuera de la Iglesia, sino dentro. A pesar de que ya estamos dando pasos correctos y meditados en lo que a la misión se refiere, mi parroquia sigue estando enfocada en su auto-conservación: está estructurada para atender y mantener a los que están dentro y no para llegar a los que están fuera. No se trata de atraer a personas para volver a "lo de antes".

Es imprescindible que adoptemos una visión de qué parroquia queremos, porque de ella, dependerá su futuro. Tenemos que cultivar un "fermento misionero" para la transformación de nuestras mentes y corazones, de la Iglesia y de la sociedad "desde arriba" y "desde abajo":

DESDE ARRIBA

La Iglesia debe dejar de preocuparse por su auto-subsistencia institucional, dejar de preocuparse por cómo menguan tanto la feligresía como las arcas parroquiales, para abrirse sin reservas a una nueva visión. Una visión donde no cabe una separación entre sacerdotes y laicos, entre antiguos y nuevos: todos somos Iglesia, todos somos comunidad. ¿Cómo? A través de programas y actividades integrados por grupos pequeños, que hagan de nuestra parroquia un lugar más que atractivo para todos.

DESDE ABAJO

Nosotros, la comunidad cristiana de base, somos el primer y fundamental núcleo eclesial, y debemos responsabilizarnos de la riqueza y expansión de la fe, como también del culto, que es su expresión. Somos la célula inicial de la estructura eclesial, y foco de la evangelización.

Por ello, los laicos debemos plantearnos, en la medida de nuestras posibilidades, aptitudes y tiempo, ¿qué puedo hacer yo por mi parroquia? y no tanto, ¿qué hace mi parroquia por mí?

Mi sugerencia es que dejemos atrás el interés propio sobre lo que me aporta tal parroquia, o tal sacerdote, o tal método de evangelización y meditemos sobre lo que nosotros podemos ofrecer. Si no lo hacemos, la euforia inicial puede convertirse en un reflejo estéril.


PD: Os adjunto un interesante artículo del Padre Mallon sobre la renovación de las parroquias. http://www.religionenlibertad.com/el-padre-mallon-da-la-clave-para-renovar-las-parroquias-expulsar-36737.htm

sábado, 15 de agosto de 2015

SER CRISTIANO ES COMPROMETERSE


“Si alguno quiere venir en pos de mí, 
niéguese a sí mismo, 
tome su cruz y sígame”. 
(Mateo 16,24)

Vivimos en un mundo donde apenas existe compromiso, nadie se “arriesga”, nadie promete, y si lo hace, no lo cumple. Y así nos va...

La palabra compromiso, del latín compromissum (con promesa) se utiliza para describir una obligación contraída o una palabra dada. Un compromiso es una promesa o una declaración de principios, un acuerdo, alianza o contrato que no necesita ponerse por escrito.

Comprometerse es cumplir con aquello que nos hemos propuesto o que nos ha sido encomendado, significa implicarse al máximo, poniendo todas nuestras capacidades para lograr llevar a cabo un proyecto; es actuar con valentía para alcanzar un objetivo; es perseverar y planificar de forma eficiente para lograr una misión.

Ser cristiano también es comprometerse. Nuestro compromiso es con Jesucristo, para que ocupe el centro de nuestra vida. Él ya se comprometió por nosotros al morir. Su compromiso fue para siempre.

Ser cristiano es asumir un compromiso en libertad y por amor. No se trata tanto de un compromiso para “HACER” cosas, como de tomar conciencia de la importancia de “SER” auténticos cristianos, cristianos coherentes.

Nuestras vidas están caracterizadas por un continuo movimiento activista en el “hacer por hacer” y el fundamento de nuestra fe cristiana no consiste en la salvación por lo que hagamos, sino por nuestro encuentro y compromiso personal con Jesucristo.

Algunos cristianos ponemos nuestra prioridad y compromiso en el trabajo, en la familia, en la vida social o incluso en algunos métodos evangelizadores, y sucumbimos a la tentación de fundamentar el cumplimiento de nuestros quehaceres espirituales en una cierta "temporalidad", según la cual es preciso dejar el compromiso con Dios para “cuando se pueda” o "cuando venga bien"... “porque no nos da la vida”.

La vida si “nos da”. Seguir a Jesús sólo cuando es fácil, sólo cuando es "cuesta abajo", sin comprometerse ni sacrificarse, no es seguirlo, no es ser cristiano. Ser cristiano es compromiso, exigencia y sacrificio continuos.

Jesús se comprometió con nosotros y no lo hizo porque fuera fácil. ¿El secreto? La oración, el medio más directo para comunicarnos con nuestro Padre y renovar nuestro compromiso con Él. Cuando Jesús tuvo problemas ¿qué hizo? Orar a su padre para pedirle, para agradecerle, para recobrar fuerzas, para perseverar y ser fiel.

El compromiso de Dios es eterno: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. (Mateo 28,20)

Cuando nos casamos, nos comprometemos para siempre, no es suficiente con decir “te quiero” y luego no aceptar los compromisos y obligaciones de un matrimonio. Lo fácil es acabar con el compromiso y separarse. 

¿El secreto? Dar la vida por el otro, porque "no hay amor más grande que el que da la vida por los demás" (Juan 15,13).

Lo mismo ocurre con nuestro compromiso con Dios. El compromiso con Dios nos da fuerza, nos aleja del pecado y nos asegura su presencia. 

Es en nuestra libertad otorgada por Él, que nos toca comprometernos o no. Dios no fuerza, no obliga. 

Quiere que le pongamos en primer lugar como Él nos pone a nosotros: “Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.” (Mateo 6,33).

¿A quién pongo en primer lugar? ¿Con quién es mi compromiso? ¿Comprendo la magnitud del compromiso de Jesús para conmigo? ¿Soy agradecido con Él? ¿Entiendo que todo lo que tengo y recibo es por la gracia de Dios y no por mi “hacer”?


martes, 11 de agosto de 2015

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN: QUÉ, POR QUÉ, PARA QUÉ Y PARA QUIÉN


"Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres;
que vean estas buenas obras,
y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos".
Mateo 5:16


¿Nueva en qué?
La “nueva evangelización” de la que habló el Beato Papa Juan Pablo II no es “nueva” en términos de su mensaje y contenido, pues éstos siguen los mismos: la persona, la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.

Los cambios sociales y culturales nos llaman a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones”, como dijo Juan Pablo II.

Nada puede definirse como nuevo si se utilizan los mismos métodos, las mismas personas, los mismos escenarios y los mismos paradigmas. El testimonio de Jesucristo que da la iglesia debe adaptarse a la gente de nuestra época y lugar.

El Papa Francisco nos dice que la nueva evangelización consiste en dar esperanza y alegría, “alegría que nace y se renueva con Jesucristo, y esperanza de que nos libera del pecado, de la tristeza y del vacío interior; en un mundo consumista, individualista, cómodo, interesado y avaro; de libre conciencia; que ofrece los placeres inmediatos y superficiales, pero no la alegría; personas sin vida interior, sin amor ni bondad, sin valores ni principios”.

San Francisco de Asís nos dio las claves de cómo evangelizar: “hablad al mundo que no conoce a Jesús, o que le es indiferente, con el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras”.

¿Para quién?
La nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos: una llamada a la propia conversión. Una invitación a renovar nuestra relación personal e íntima con Jesús.

Incluye también quienes nunca han oído de Cristo, va más allá para dirigirse a los que viven en culturas históricamente cristianas. Pueden ser cristianos bautizados que han oído de Cristo, pero para quienes la fe cristiana misma ha perdido su significado personal y su poder transformador. Su objetivo también son los alejados y separados de Cristo, agnósticos y ateos, o sencillamente, “acomodados” y “secularizados”, quienes viven perdidos y angustiados, quienes se cuestionan el sentido de sus vidas o quienes se encuentran en continua búsqueda de respuestas.

Como dijo Benedicto XVI: “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia alguna a la vida cristiana (…), para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”.

¿Por qué evangelizar?
La causa del alejamiento de numerosos fieles de la práctica de la vida cristiana  (un verdadera “apostasía silenciosa”), estriba en el hecho de que la Iglesia no ha dado una respuesta adecuada a los nuevos desafíos de este mundo. Además, es un hecho constatado el debilitamiento de la fe de los creyentes, la falta de la participación personal y experiencial en la transmisión de la fe, el insuficiente acompañamiento espiritual de los fieles a lo largo del proceso de formación, intelectual y profesional.

También a una excesiva burocratización de las estructuras eclesiales, que son percibidas como lejanas al hombre común y a sus preocupaciones esenciales. Todo esto ha causado una reducción del dinamismo de las comunidades eclesiales, la pérdida del entusiasmo de los orígenes y la disminución del impulso misionero. No faltan quienes se han lamentado de celebraciones litúrgicas formales y de ritos repetidos casi por costumbre, privados de la profunda experiencia espiritual, que, en vez de atraer a las personas, las alejan.

¿Quién debe evangelizar?
La evangelización es tarea de la Iglesia, que está formada por TODO EL PUEBLO DE DIOS, que la lleva a cabo mediante la intercesión del Espíritu Santo y la primacía de la Gracia.

Por el sacramento del bautismo, todos los cristianos estamos llamados a dar testimonio, de palabra y obra,  de la verdad y de la fe en Jesucristo. Somos “cristóforos”, es decir, portadores de Cristo.

El Papa Francisco asegura que “Los fieles laicos, en virtud del Bautismo, son protagonistas en la obra de evangelización y promoción humana. Todos estamos llamados a experimentar la alegría que brota del encuentro con Jesús, para vencer nuestro egoísmo, para salir de nuestra propia comodidad y atrevernos a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio".

Todos somos profetas, sacerdotes y reyes por la fuerza santificadora del Espíritu que nos impulsa a evangelizar:


"Profetas" para hablar a los hombres de Dios: Apostolado y Evangelización.
"Sacerdotes", para hablar a Dios de los hombres: Oración y Servicio.
“Reyes” para establecer el reino de Dios en nuestra vida: un reino de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz.

¿Qué implica?
La nueva evangelización implica la necesidad de volver a evangelizar, como en la Iglesia Primitiva del siglo I, puesto que la secularización domina nuestro mundo del siglo XXI y produce una acelerada y generalizada descristianización.
Implica diagnosticar para, después, restaurar en los corazones los valores que ejemplificó con obras el propio Jesucristo, como el amor, la caridad, la fraternidad, la igualdad, la solidaridad… y que han sido sustituidos por el progreso, la productividad, la eficacia, el éxito o el consumo de "usar y tirar", que bien podrían definirse como propios del "Anticristo", que no es más que la sustitución de Cristo (Dios) por el Hombre, tal y como ocurrió en el Edén.

Implica hacerlo de una manera nueva, con nuevos métodos y nuevas estrategias, para no incurrir en los errores del pasado y afrontar los nuevos retos, desafíos así como las circunstancias actuales.
Implica iglesias con puertas abiertas, de entrada y salida, donde ponernos todos en "modo misión", en nuestras periferias (familiar, social, cultural, tecnológica, económica, etc.) ofreciendo dialogo sin presión, atención y ayuda con esperanza, valentía, alegría.
Implica entender a Jesús no como una opción de fe individual, guardada en un cajón y sacada a airear los domingos por la mañana, antes del "aperitivo", sino como una fuerza colectiva, impulsora del cambio y transformación de esta sociedad orientada exclusivamente al ego personal, al "YO" , y conducirla hacia el REINO DE DIOS.
Implica que el Espíritu Santo nos insta a servir, amar, ayudar, apoyar y darnos a los que nos rodean, llegar a su corazón; a ser próximos y cercanos, sobre todo, de los que sufren.
Implica mostrar a Cristo no sólo mediante la palabra, sino mediante nuestras obras, tal y como Él nos enseñó. Y también, como dice Francisco: “con el lenguaje de la misericordia, hecho de gestos y de actitudes antes que de palabras”.
Implica llevarla a cabo no sólo en el seno de nuestra propia familia o en el entorno dominical de la Iglesia, sino también en los diversos ambientes y sectores de la vida social: en nuestro ámbito laboral, en nuestro medio vecinal o de amistad e incluso a través de los nuevos canales y vías de comunicación.
Implica tener presente el acercamiento evangelizador a las religiones no cristianas y la fraternidad con el resto de las denominaciones cristianas.
Implica que el mundo vea en nosotros la alegría de haber encontrado a Cristo, de volver a la casa de un Dios Padre que nos devuelve, por su amor misericordioso, nuestra dignidad de hijos suyos.
No tenemos nada que ocultar. La fe trasciende de lo personal, de un pueblo en concreto o de unas personas determinadas. Cristo murió y resucitó por y para todos: por y para ti, por y para mí.


SER SACERDOTE NO ES TAREA FÁCIL







Ser sacerdote no es, ni mucho menos, una tarea fácil. Se requiere una gran solidez personal, religiosa, mental y psicológica.

La vocación sacerdotal es una de las más difíciles de vivir, pues se coloca entre dos disyuntivas: por un lado, su euforia, que le hace sentir distinto y elegido de Dios; por el otro, su fragilidad, al no contar con soporte externo ni en la familia ni en la sociedad.

Su consagración les obliga a una entrega irrevocable y continua, a un alejamiento y desprendimiento de todo, para entregarse por completo a Dios y a los demás.

Cada vez son menos, más mayores y tienen una excesiva carga laboral. Algunos tienen varias parroquias, lo que significa multiplicar las misas y la administración de los sacramentos. Curas convertidos en meros expendedores de sacramentos a la entera disposición de la feligresía.

También surgen los conflictos de relación interna, entre sacerdotes, derivados del salto generacional entre los jóvenes y los viejos, o de las diferencias profundas entre los conciliares y los postconciliares, los progresistas y los conservadores o los que buscan hacer carrera y los que se entregan a fondo perdido a la gente.

A todo ello hay que añadir la "excesiva presión psicológica a la que los fieles someten a sus curas", que son servidores y líderes a la vez. Una presión de doble cara:

-Por un lado, los fieles que los buscan continuamente como punto de referencia o decisores absolutos en todos y cada uno de los asuntos de la propia conciencia, de la familia o de la parroquia.

-Por el otro, los alejados, indiferentes y contrarios a los sacerdotes, cuya figura hoy día es denostada y ridiculizada a causa de la secularización y el anticlericalismo crecientes y que cuestionan su celo sacerdotal y pastoral. La hostilidad hacia ellos, casi siempre como consecuencia de los casos de abusos sexuales a menores (hasta 2011, 400 casos de sacerdotes frente a 20.000 casos de profesores en Estados Unidos).

Como consecuencia de todo esto, nuestros curas están deprimidos y estresados, es el llamado síndrome del burnout, sacerdotes agotados, desmotivados, desilusionados, cansados, en una palabra "quemados”.

Los síntomas son: nerviosismo, tensiones, saltos de humor o, simplemente, no disponer de tiempo libre alguno, para leer, relajarse, escuchar música, ir al cine o descansar.

El cura católico es un hombre que sufre soledad personal, cada vez más difícil de encajar y soportar, pero también sufre soledad pastoral o ministerial. 

Los curas son amos y jefes de sus parroquias, muchos apenas saben delegar y la corresponsabilidad de los laicos es inexiste o estéril en muchas parroquias. Solos en sus casas y solos en sus iglesias.

Nuestros sacerdotes necesitan ORACIÓN (comunicación continua con Dios) FRATERNIDAD SACERDOTAL (ayuda, refugio y consuelo entre los compañeros), y CORRESPONSABILIDAD LAICA (ayuda, comprensión, compañía, apoyo y participación de los seglares).

Pedimos sacerdotes santos y disponibles, pero también nosotros tenemos que estar dispuestos a ofrecerles acompañamiento personal efectivo y afectivo, participación en las tareas pastorales y mucha, mucha oración.


domingo, 9 de agosto de 2015

IGLESIAS EN SALIDA


Una Iglesia en salida es semejante a un partido de fútbol, donde los laicos son los jugadores, el cura es el entrenador y el mundo es un espectador asombrado. 

Es imprescindible tener una táctica, una estrategia, una visión: primero, saber que hay que moverse, y después, saber hacia dónde, por lo que se necesita:

  • Elegir un equipo de liderazgo que funcione: debe ser saber dónde vamos, contagiarlo y desarrollar la estrategia. “Nada de hablar de qué color pintas las paredes. Si tienes gente buena, santa e inteligente… escúchales, liderad juntos”.
  • Hacer una declaración de intenciones en una frase, que será la brújula de la misión. Podría ser: “Crear discípulos misioneros” o "Convertirnos en una iglesia portaviones", o "Crear ovejas ninjas, altamente entrenadas". 
  • Evaluar los 5 sistemas de la vida parroquial: 
  1. CULTO, elevando los corazones a Dios; 
  2. COMUNIDAD, saberse conocido, amado, acompañado por los hermanos; 
  3. MINISTERIO, servir, dentro y fuera de la iglesia; 
  4. DISCIPULADO, "equipar a los santos" 
  5. EVANGELIZACIÓN, la proclamación explícita de Jesús.
  • Crear un plan parroquial de 5 años, con objetivos mesurables. 
  • Evaluar fortalezas, debilidades, oportunidades y amenazas de la parroquia. 
  • El párroco no puede controlar él sólo, todo. “Si eres maniático del control matarás la obra de Dios. Es preferible un cierto porcentaje de incorrección o de error a un 0% de crecimiento.



IGLESIAS EN SALIDA-P. James Mallon-

viernes, 7 de agosto de 2015

HABÍA UNA VEZ UN BARCO...




Había una vez un barco, un viejo y hermoso barco que llevaba mucho tiempo anclado y amarrado en un resguardado muelle, a pesar de que su armador lo pensó y lo construyó para surcar todos los mares del mundo.

La vida a bordo mostraba distinción: los oficiales vestían uniformes de distintos colores (negros los de más baja graduación, violáceos y rojos otros), a los que algunos habían añadido adornos (capas, armiños, condecoraciones…), las relaciones entre los mandos superiores y los subalternos se regían por un ceremonial cargado de ampulosos ritos y reverencias. 

En realidad, la vida a bordo resultaba fácil y tranquila porque todo cuanto había que hacer u omitir estaba regulado por un reglamento muy preciso que todos observaban escrupulosamente y apenas había movimiento.

Como es lógico, en el barco había también marineros, aunque apenas se les veía en cubierta. Trabajaban en las bodegas y en la sala de máquinas, a pesar de que el cuidado de los motores no era demasiado importante en un navío que no abandona nunca el puerto. 

Las señoras venerables que paseaban por el muelle se decían unas a otras: “Ese barco es mi preferido; es un barco muy fiel, no se mueve nunca de su sitio”.

Un día se jubiló el capitán y, cumpliendo el reglamento de régimen interno, los oficiales de uniforme rojo se reunieron para nombrar un nuevo capitán y eligieron a uno de ellos, que solía pasear por las bodegas y la sala de máquinas. 

Subió con humildad la escalera que conduce al puesto de mando y, de repente, se le oyó decir algo que dejó petrificados a todos: “Levad anclas, a toda máquina ¡rumbo a la mar!”. 

Uno de los oficiales se atrevió a preguntar: “¿Cómo? ¿Hemos entendido bien? ¿Podría repetir…?”. Y el capitán repitió con voz muy clara: “He dicho: ¡rumbo a alta mar!”.

Entre los oficiales se extendió un murmullo que acabó convirtiéndose en clamor: “¡Está completamente loco, el barco se va a hundir!”. 

En cambio, muchos marineros se alegraron, viendo que se acababa la monotonía y que llegaba el momento de trabajar, de ser productivos, de tener un “sitio” en el barco.

Cuando la tierra desapareció de la vista se desencadenó una tempestad, y entonces todos cayeron en la cuenta de que el reglamento vigente en el puerto no servía para alta mar. Algunos gritaban, muertos de miedo: “Volvamos al puerto, que nos hundimos”, "Este barco no es para navegar".

Pero en lugar de volver a puerto, empezó a cambiar el reglamento.

Al fin y al cabo, la pregunta clave es… ¿para qué están hechos los barcos? ¿Cuál es su razón de ser? ¿Navegar en alta mar o permanecer atracado en puerto? ¿Cuál es la misión de un marino? ¿Qué clase de marino tiene miedo a zarpar?


UN PROBLEMA DE SANACIÓN Y DIGNIDAD FILIAL


"Si a uno de ustedes se le cae su burro 
o su buey en un pozo en día sábado,
 ¿acaso no va en seguida a sacarlo?" 
Lucas 14,5

El tema es arduo y delicado. La ley de la indisolubilidad del matrimonio es una ley divina proclamada solemnemente por Jesús y confirmada más de una vez por la Iglesia, al punto que la norma que afirma que el matrimonio rato y consumado entre bautizados no puede ser disuelto por ninguna autoridad humana sino que se disuelve solo con la muerte, es doctrina de fe de la Iglesia.

Los sacramentos tienen como función principal acercar al hombre a Cristo y no convertirse en una barrera infranqueable, aunque a nadie se le escapa que la situación de los divorciados vueltos a casar “contradice objetivamente” el sacramento del matrimonio y la ley de Dios, pero no por ello, deben ser excomulgados ni rechazados por la Iglesia.

La parábola del hijo pródigo es un maravilloso ejemplo del amor misericordioso del Padre, que va más allá de la justicia y que puede añadir algo de luz a la forma de pensar y actuar de nuestro Creador.

El Padre no increpa al hijo, no le pide cuentas, no le rechaza, no le condena ni le expulsa. Ni siquiera le espera sino que sale a su encuentro, va a buscarle y hace una fiesta. Ese es el mensaje misericordioso de Dios. Probablemente, en otro momento posterior, buscará la ocasión para reflexionar y meditar con tranquilidad, pero lo primero es “curar”, “restituir”, “abrazar”.

Nuestro Padre y Creador mira con ojos misericordiosos a los separados y divorciados como sus hijos pródigos.

La Iglesia, con corazón de madre misericordiosa, acoge a todos los hijos de Dios, no repudia a ninguno y busca siempre la salvación de todos ellos.

Si el Señor no se cansa de perdonar, ¿quiénes somos nosotros para hacerlo? La misión fundamental de la Iglesia es “curar” a los heridos y devolverles su dignidad filial. ¿Puede la Iglesia impedirse a sí misma ofrecer la reconciliación con Dios y con los demás? ¿Hay algo más propio de la Iglesia que ser ella misma sacramento de reconciliación? ¿No es también una contradicción afirmar la indisolubilidad y, a la vez, aceptar una excepción en la nulidad?

Urge la necesidad de individualizar y discernir las causas que están en el origen de esta situación tan dolorosa: no es la misma situación la del que sufre la separación que la del que la ha provocado. Y mucho menos culpables son los hijos, resultado de una ulterior unión.

Es vital hacer una pausa, tomar perspectiva y reflexionar cada caso en particular, porque de lo contrario, no sólo no eliminaremos las consecuencias sino que corremos el riesgo de agravarlas. 

Nuestra sociedad está enferma y es preciso hacer un buen diagnóstico para administrar el medicamento correcto que lleve a su curación. 

Ninguno de nosotros, como pecadores que somos, tiene facultad para condenar a otros, sino que el juicio, de hecho, pertenece a Dios. Pero una cosa es condenar y otra es valorar moralmente una situación, para distinguir lo que es bueno de lo que es malo, examinando si responde al proyecto de Dios para el hombre. 

Esta valoración es obligatoria. No debemos condenar, sino ayudar, valorar aquella situación a la luz de la fe y del proyecto de Dios y del bien de la familia, de las personas interesadas, y sobre todo de la ley de Dios y de su proyecto de amor.

La Iglesia debe ofrecer caminos razonables para vivir el Evangelio. Debe hoy acoger con amor a los que han fracasado con o sin culpa. La razonabilidad evangélica no consiste solo en adaptarse a la época, sino sobre todo en ir en busca del hijo pródigo, de la oveja perdida.

En la Palestina de la época de Jesús los fariseos comían entre ellos y despreciaban a los demás. Sin embargo, Jesús optó por compartir la mesa con los pecadores, los pobres y con los mal mirados.
El Papa tendrá que decidir en base a las conclusiones del Sínodo de Obispos el octubre próximo. 

A todos ellos corresponderá meditar lo que el Espíritu quiere decir hoy a la Iglesia.

Oremos por todos ellos.